Capítulo IV: Misiones extranjeras (cont.)
Artículo Segundo: Otras Misiones extranjeras.
I. Misiones de Bourbon y de la Isla de Francia.
Las Islas de Bourbon y de Mauricio, ésta llamada en 1721 Isla de Francia fueron Islas de Madagascar bajo el aspecto religioso como bajo el aspecto político, esperando que, adultas ellas mismas, concibiesen la esperanza de devolver a su madre la vida cristiana que de ella habían recibido.
Francia había tomado posesión de Bourbon, llamada Mascaregnas por los Portugueses que la descubrieron, en 1649. En 1647, se había construido en ella una capilla que fue atendida por Jourdié, a quien sus cohermanos de Fort-Dauphin habían enviado allí para recuperar su salud. Después del regreso de Jourdié a Madagascar en 1671, la Isla se había quedado sin párroco, y hasta el 1712, el servicio religioso había sido realizado bien por los capellanes de los barcos franceses o por algunos sacerdotes seculares o de las Misiones extranjeras. En el intervalo nuevas capillas se habían construido.
En 1704, no obstante, el cardenal de Touron, nombrado legado en China, a su paso por Bourbon, había prometido a los isleños ocuparse de ellos, y en efecto escribió en su favor a la Propaganda de Roma.
Algunos años después, en 1712, la Compañía de las Indias pidió al cardenal de Noailles, arzobispo de París, que le procurara algunos sacerdotes para el servicio religioso de Bourbon. El Cardenal acudió a la Propaganda. Ésta ya prevenida por el cardenal de Tournon, se dirigió, por medio de su prefecto, el cardenal Sacripante, a Bonnet, superior general de la Misión, y le pidió cuatro sacerdotes y un hermano. Al instante Bonnet designó a Daniel Renou, Louis Criais, Jacques Houbert y Jean-René Abot, y el 1º de noviembre de este año de 1712, les entregó para Bourbon letras patentes, llenas de sabias instrucciones sobre la conducta que debían observar durante el viaje y a su llegada a la isla. El 22 de diciembre siguiente, aprobaba un contrato con «los directores de la Compañía real de las Indias orientales, señores a perpetuidad y en toda propiedad y justicia de la isla Bourbon y otras de su dependencia.»
Los primeros Misioneros, en número de tres solamente, no llegaron sin embargo a Bourbon hasta finales de 1714. Allí encontraron tres iglesias o capillas: Saint-Paul, Saint-Denis y Sainte-Suzanne, desprovistas de casi todo lo necesario para el culto. Los presbiterios eran tan pobres como las iglesias. Los Misoneros se alojaron donde pudieron, a la espera de que la Compañía cumpliera sus compromisos. Pero quejas y explicaciones de parte de ellos, todo fue inútil. La Compañía pensaba menos en edificar iglesias y presbiterios que en su fortuna. Los habitantes y los Misioneros debieron atenderlo todo. No sólo frustrados en sus legítimas esperanzas, sino también despreciados de todas las formas por los agentes de la Compañía, los Misioneros se dirigieron al rey, por medio del cardenal de Fleury sobre el nulo cumplimiento del tratado de 1712 y, como no lograban justicia, su superior general Bonnet les dio orden, en 1737, de volver a Francia. Pero Couty, su sucesor, se prestó, al año siguiente a un arreglo con la Compañía. Los párrocos de las dos islas Bourbon y de Francia –la colonia de la Isla de Francia había sido fundada en 1721, y dos Misioneros habían sido enviados a ella – estaban anexionados a la Misión. Lo que fue ratificado, en 1740, por Benedicto XIV. Para acabar con esto pronto, Criais, superior de la Misión y vicario general del arzobispo de París1, instituido por Benedicto XIV comisario apostólico para estas colonias, se encargó de la construcción de las iglesias y de los presbiterios, en condiciones expresadas en un acta de 1744, condiciones de tal forma ventajosas a la Compañía que el gobernador La Bourdonnaye se gloriaba de haberle ahorrado varios millones2.
Había entonces seis párrocos en Bourbon y dos en la Isla de Francia, que más tarde se elevaron hasta dieciséis. Estuvieron siempre ocupadas por los sacerdotes de la Misión. Pero se ha de notar que los Misioneros, molestados en todos los aspectos en el ejercicio de su ministerio, sin acción posible sobre colonias que eran como la sentina de Francia no se mantenían allí más que con la esperanza de volver a Madagascar y de reemprender la obra fundada por su bienaventurado padre. Estas islas sólo eran para ellos los puestos de avanzadilla, campamentos de reserva, de los que se disponían siempre a lanzarse tras las huellas de sus predecesores. Tenemos a la vista una Memoria3 redactada por uno de ellos, Caulier, en 1774 y remitida al obispo de Cérame, el 3 de febrero de 1775, en la que este Misionero enumera las causas derl fracaso de las anteriores empresas en Madagascar: intemperie del clima, defecto o distancia demasiado grande de los auxilios indispensables, gastos excesivos, mala situación del Fort-Dauphin, y señala los medios de volver a empezar con esperanza de éxito. Bien pues el Misionero examina ante todo la cuestión bajo el punto de vista religioso. En el tratado de 1712 entre Bonnet y la Compañía de las Indias, se insinuaba que de Boubon los Misioneros podrían siempre volver a pasara Madagascar. La misma insinuación en el breve entregado por clemente XI en esta ocasión. Y, en efecto, los primeros Misioneros de Bourbon comenzaron la conversión de los Malgaches en la persona de los esclavos de su isla transportados a las colonias francesas. Pero como éstos no regresaban nunca a su país, no podían llevarle la fe, y Madagascar seguía siempre bárbara e infiel.
Era pues a Madagascar misma adonde había que llevar la Misión, lo que parecía menos difícil a Caulier, en la fecha de su Memoria, que en el tiempo de del san Vicente de Paúl. En 1774, se conocía mejor el país, el clima, las costumbres; era por consiguiente más fácil establecerse, defenderse de las enfermedades y conquistar el espíritu de los Malgaches. Además, y sobre todo, Boubon y la Isla de Francia servirían de depósitos, donde intérpretes europeos formarían a los Misioneros en la lengua malgache4; donde éstos podrían retirarse en la estación lluviosa ocupándose del servicio de la colonia, y hasta en la educación de algunos isleños; de donde por fin se sacarían las provisiones necesarias a los Misioneros y a los colonos de Madagascar.
Se ve lo que eran las Misiones de Bourbon y de la Isla de Francia en el pensamiento de los sacerdotes de San Lázaro. Este pensamiento iba a realizarse la víspera de la Revolución. Luego vino la gran tormenta, durante la cual sólo pensaron en conservar su vida. Se mantuvieron no obstante en sus puestos y en ellos pasaron los peores días. Cuando se hizo la calma, todas nuestras colonias se habían arruinado, y la reconstrucción de Francia bastaba por lo demás para los mayores esfuerzos de los gobernantes. Los Misionesros, en cambio, apegados por sus costumbres y mil lazos sagrados a este suelo de Bourbon, no le abandonaron, y la Misión no se acabó más que por la muerte del último de entre ellos, ocurrida hacia 1825. Acaban de ser reemplazados (1859) por Hijas de la Caridad.
Existen todavía alguna Misiones extranjeras de las que Vicente estuvo a punto de encargarse o de las que tuvo la idea, y que sus hijos herederos de su celo apostólico emprendieron después de él. es bueno decir algo para completar este capítulo.
II. Misiones de Babilonia, de Persia, y de las Indias orientales.
Desde hacía tiempo Roma solicitaba de Vicente enviar a Misioneros a Babilonia y a las Islas Orientales. El obispado de Babilonia había sido instituido en 1638 por deseos y por las liberalidades de una piadosa viuda, la Señora Ricouart, nacida del Gué de Bagnols, que había donado para este fin 66.000 libras, con la condición de que el primer obispo fuera un religioso de los Carmelitas Descalzos, y que sus sucesores fueran todos franceses. El Carmelita designado por ella, Jean Duval, en religión Padre Bernard de Santa Teresa, se había adquirido reputación como predicador y se había entregado también al estudio de las lenguas orientales. Fue, en efecto, nombrado obispo de Babilonia y además vicario apostólico de Ispahan y visitador de Ctesiphon. Llegado a Ispahan el 7 de julio de 1640. se alojó en casa de los Carmelitas que atendían esta Misión desde comienzos de siglo. Se entregó seguidamente al servicio de los católicos, a la instrucción de los infieles de los que convirtió a muchos, y devolvió al seno de la Iglesia a cismáticos armenios, jacobitas y nestorianos. Traicionado por un soldado y citado ante el mufti, fue golpeado y maltratado por la milicia. Creyó deber volver a Francia para instruir al cardenal de Richelieu del estado de su Misión, y solicitar la fundación de un seminario destinado a sostenerla; pero el cardenal había muerto cuando él llegó a Francia. Interesado sin embargo en su proyecto, en el ángulo de la calle du Bac y de la calle que tomó de él su nombre de Babylone , y allí fue en efecto donde algunos años más tarde se elevó el seminario de las Misiones extranjeras.
Pues bien, fue en 1640, en el momento mismo de la partida del nuevo obispo para Ispahan, cuando la Propaganda se dirigió a san Vicente, por mediación del cardenal Ingoli, para pedirle algunos Misioneros uno de los cuales fue destinado a la coadjutoría de Babilonia; ya que se preveía que Duval no resistiría por mucho tiempo a tan duras fatigas. El humilde sacerdote tembló ante una hermosa dignidad. Así buscaba en primer lugar a un externo para investirle. Pero, no hallando a verdaderamente capaces, oró a Dios y se resolvió a escoger. El 1º de junio de 1640, escribió a Roma a Le Breton: «Acabo de celebrar la santa Misa, éste es el pensamiento que me ha venido: y es que residiendo el poder de enviar ad gentes únicamente en la persona de Su Santidad en la tierra, él tiene poder, por consiguiente, a todos los eclesiástico por toda la tierra para la gloria de dIos y salud de las almas, y que todos los eclesiásticos tienen la obligación de obedecerle en esto; y, según esta máxima que me parece verosímil, he ofrecido a Dios a esta pequeña Compañía a su divina Majestad, para ir allí donde Su Santidad ordene. Pienso no obstante como usted que es necesario que Su Santidad vea bien que la dirección y la disciplina de los enviados estén en el superior general con la facultad de llamarlos y enviar a otros en su lugar, de manera no obstante que sean para con Su Santidad como los servidores del Evangelio con respecto a su maestro, y que al decirles: Vaya usted allá, estarán obligados a ir; vengan ustedes aquí, ellos vengan; haced esto, estén obligados a hacerlo».
El mismo día escribía al cardenal Ingoli que destinaba a este duro honor a uno de sus dos asistentes «en quien se había complacido la divina bondad en colocar casi todas las cualidades requeridas.» Era Lambert-aux Couteaux, el más querido también, después de Portail, de todos sus hijos. También añadía: «Me parece, os confieso, Monseñor, que la privación de esta persona es sacarme un ojo y cortarme yo mismo uno de mis brazos. Pero el pensamiento de que Abrahán estuvo a punto de sacrificar a su hijo único, y que el Padre terno nos dio a su propio Hijo y la devoción que Nuestro Señor me dio de obedecer al Santo Padre… es lo que me hace ver la voluntad de Dios al vernos privados de este su siervo… y lo que me haría resolverme a ofrecerme yo mismo, si fuera digno de ello.» El proyecto encontró dificultades, pero no en la voluntad de Vicente y de los suyos, pues dos años después, el 25 de mayo de 1642, el santo escribía otra vez: «Esta pequeña Compañía se ha formado en la disposición de obedecer, dejando a un lado todo lo demás; cuando sea del agrado de Su Santidad enviarle a capite ad calcem [de la cabeza al los pies ¿] a aquellos países, allá irá ella con mucho gusto.»
Una nueva dificultad surgió, dificultad pecuniaria. Se habría necesitado reunir 6000 escudos para fundar la Misión de Ispahan, luego una suma bastante considerable también para indemnizar al obispo de Babilonia de la renta de su obispado. Por otra parte, la Misión nueva adquiría proporciones inmensas; se trataba desde entonces, no ya solamente de Babilonia y de Persia, sino también de Goa y de las Indias orientales. Muy confundido, por parte del dinero, Vicente se disponía, a pesar de todo, a mandar salir para Portugal, con destino a Goa, a un sacerdote y a un clérigo5. Pero la muerte del papa Urbano VIII, ocurrida el 29 de julio de 1644, vino a interrumpirlo todo. El asunto volvió a tratarse en 1646. Vicente buscó también fuera de la Compañía, y puso los ojos en Hipólito Ferret, a quien acababa de arrancar a las seducciones de los jansenistas y cuyo celo y virtud conocía bien, paro, a fin de no perder a un individuo así, el arzobispo de París se apresuró a nombrarle para el curato de San Nicolás del Chardonnet. Vicente continuó sus pesquisas entre sus sacerdotes de su conferencia de los Martes; y, no hallando a nadie, debió volverse hacia alguno de los suyos.
Jean d’Horgny, por entonces superior en Roma, y por su posición al corriente de todo asunto, trató de apartar a Vicente de esta Misión de Asia. Le tacó en primer lugar por el lado de los gastos, de las dificultades de la empresa: tantos encantos que habrían sido suficientes para asestar un buen golpe al celo desinteresado y valiente del santo sacerdote. esperó más apuntando a su punto flaco, a su humildad: Qué, abrir a los suyos la puerta de las prelaturas! ¿acaso no era abrirla al mismo tiempo a las rivalidades, a las murmuraciones, a la ambición? –»El lugar de que se trata, respondió Vicente, los riesgos que allí se corren, yendo allí y residiendo, y la humildad apostólica según la cual podrá comportarse quien sea destinado allá, quitarán las ganas de ambicionar estos puestos, y otros inconvenientes más.» D’Horgny insistía: Pero esta humildad misma le hará despreciar de los cristianos y de los infieles; no tendrá el crédito necesario para representar dignamente al papa y a Francia –»Espero, respondía también Vicente, que suplirá la falta de lo brillante y de un estado pomposo con la virtud. Los obispos armenios que son de allí y que no parecen, no más que sus patriarcas, más que como los simples sacerdotes de por aquí, no sentirán tanta aversión hacia a nuestro obispo como si lo vieran pomposo, ya por lo que Nuestro Señor y los santos apóstoles han renunciado y hecho renunciar a todos los cristianos a la pompa, como porque, casi naturalmente, los cristianos se dan cuenta de la diferencia que hay de este estado pomposo al de Jesucristo humillado, y se escandalizan.»
D’Horgny multiplicaba sus objeciones: la escasez de sujetos, la necesidad que se tenía de Lambert en Francia, etc. Pero Vicente encontraba respuesta para todo en su amor a la Iglesia, en su deseo de reparar las pérdidas que había tenido en Europa y de extender su reino en Oriente; sentimientos sobre los que vuelve en todas sus cartas: «Os confieso que siento mucho afecto y devoción, me parece, por la propagación de la Iglesia en los países infieles, por el temor que tengo de que Dios la aniquile poco a poco en estos lugares nuestros y que no quede nada, o poco, de aquí a cien años, a causa de nuestras costumbres depravadas y de estas nuevas opiniones (el jansenismo) que pululan cada día, crecen cada día más, y a causa del estado de las cosas…Estas opiniones nuevas causan tales estragos, que parece que la mitad del mundo esté implicada; y es de temer que si surgiera algún partido en el reino, emprendiera la protección de éste6… La Iglesia ha perdido desde hace cien años, por dos nuevas herejías, la mayor parte del Imperio y los reinos de Suecia, de Dinamarca y de Noruega, de Escocia y de Inglaterra, de Irlanda, de Bohemia y de Hungría, de manera que quedan Italia, Francia, España y Polonia, de las cuales Francia y Polonia se ven mezcladas con herejías de los ostros países. Pues bien, estas partes de la Iglesia… que la han reducido a un puntito… estos cien años, nos dan motivos de temor, en las miserias presentes, que, en otros cien años, perdamos del todo a la Iglesia en Europa; y en este temor, estimo muy dichosos a los que pueden cooperar a extender la Iglesia por otras partes. ¿Qué sabemos nosotros si Dios quiere trasladar la misma Iglesia a los infieles, que conservan quizás más inocencia en sus costumbres que la mayor parte de los cristianos, a quienes nada les interesa menos que los santos misterios de nuestra religión? En cuanto a mí, yo sé que este pensamiento me persigues desde hace mucho tiempo. Pero aunque Dios no tuviera este designio, ¿no debemos acaso contribuir a la extensión de la Iglesia? Sí, sin duda. Así pues, ¿en quién reside el poder de enviar ad gentes? Conviene que sea en el papa, en los concilios o en los obispos. Pero éstos no tienen jurisdicción más que en sus diócesis. Concilios, no hay en este tiempo. Conviene entonces que sea en la persona del primero. Si pues él tiene el derecho de enviarnos, nosotros tenemos también la obligación de ir; de otro modo, su poder sería vano. Vos sabéis, Señor, durante cuánto tiempo ha puesto los ojos en nosotros la sagrada Congregación, cuántas veces nos ha hecho pedir, cuán pocas nos hemos apresurado a no poner nada humano de por medio en la resolución de esta santa empresa; pero como de nuevo nos urgen, por escrito y por el nuncio, yo no lo pongo ya en duda que tengamos que llegar a la ejecución… ¿Qué no debemos hacer para salvar a la Iglesia de Jesucristo del naufragio? Si no podemos tanto como Noé para la conservación del género humano en el diluvio universal, contribuiremos al menos de la forma de que Dios pueda servirse para la conservación de su Iglesia, poniendo como la pobre viuda un denario en el cepillo. Y aunque equivocara, como lo quiero esperar de la sabiduría de Dios, que parece querer perder para salvar mejor, haremos un sacrificio a Dios, como Abrahán quien, en lugar de a Isaac, sacrificó un carnero, ern la santa ignorancia del fin por el que parecía querer perder al primero para tener al último. Estos motivos y muchos más me han hecho resolverme a esta santa empresa, y a pasar por encima de toda consideración de los pocos obreros que somos y de la necesidad que tenemos aquí de aquél a quien destinamos para aquel lugar; y lo que me determina en esta dificultad, es la vista del sacrificio que Abrahán se proponía hacer de su hijo, aunque no tuviera otro, y que supiera que Dios le había destinado para ser la cepa de la bendición de su pueblo.»7
Dios se contentó con la buena voluntad de Vicente. El proyecto de Misión en Persia y en las Indias fracasó. Todo lo demás se podría concluir de una carta de 1647, que él se hizo reemplazar en Persia por un sacerdote extranjero.
Pero el proyecto de una Misión en Persia ha sido aceptado y ejecutado en nuestros días por los hijos de san Vicente de Paúl. En 1841, se establecieron en Khosrova y en Ourmiah, donde defienden a los católicos contra el cisma y la herejía, y recuperan a un gran número de separados y descarriados para la Iglesia romana. Estas dos Misiones dependen de la provincia de Constantinopla.
III Misiones del Levante.
Se podría asociar en el pasado, como lo son en el presente, la Misión de Persia, proyectada por Vicente de Paúl, y las Misiones del Levante, de las que están encargados hoy sus hijos, y remitir así a su memoria el honor, al menos indirecto, de éstas como de aquélla. Pero de éstas inclusive, él ya tuvo la idea, puesto que su celo apostólico abrazó toda la tierra. Encontramos de él, en una fecha incierta, una Memoria dirigida a la Propaganda, en la que declara que las tres Arabias, Feliz, Pétrea y Desierta, no han sido hasta hoy confiadas a ninguna compañía de sacerdotes religiosos ni seculares; en consecuencia, se ofrece a enviar a allí a algunos de los suyos, una vez que la sagrada Congregación le dé la orden.
En 1656, se trata del Monte Líbano, y ya no es él, la sagrada Congregación misma la que toma la iniciativa. En esta época, el nuncio le preguntó si podía dar para esta Misión a un hombre «que tuviera gravedad, bondad u doctrina». Llevó la cosa a deliberación y, por consejo de los ancianos, decidió que, llegando la propuesta de una autoridad legítima, había evidente vocación de Dios y obligación de responderle. Ofreció pues a Berthe al nuncio, quien debió hablar de ello a la Propaganda y, a la espera de una última orden, pidió a Dios «que dispusiera de este asunto del modo que su sabiduría lo creyese conveniente»8. Aquí también Dios parece contentarse con su sumisión y con la entrega a su sola voluntad. Pero siempre ocurre según esto que se había adquirido una especie de derecho sobre las Misiones del Levante, confiadas más tarde a la Compañía.
Estas Misiones fueron abiertas y fundadas hacia los comienzos del siglo XVII, por los jesuitas que, con los auxilios del gobierno francés, y la protección de nuestros cónsules, se establecieron para sostener a los católicos contra el cruel proselitismo de los turcos y para trabajar en la conversión de los herejes tan numerosos en esos países.
Después de la supresión de la Compañía de Jesús, el gobierno francés encargó a los Lazaristas de estas Misiones, y un decreto del Soberano Pontífice, interpuesto en 1782, los nombró en lugar de los jesuitas en todo el Levante. Pero la Revolución que estalló poco después y el gran número de fundaciones ocupadas no permitieron en un principio a la Congregación enviar allí más que a un número muy pequeño de sujetos. Diecisiete tan sólo partieron en 1783, teniendo que repartirse en siete Misiones, cuatro en el Archipiélago: Constantinopla, Naxie, Santorin, y Salónica; y tres en Siria: Damasco, Alepo y Antoura. Secundados por los ex jesuitas que les habían designado ellos mismos, socorrido por personas de gran piedad y de alto rango, fundaron un establecimiento en Naxie, y trabajaron con un celo y una sabiduría que les valieron la estima y la confianza de todos. La peste, su prueba acostumbrada, habiendo estallado en Constantinopla, ellos se entregaron como siempre y corrieron al encuentro de la muerte. Para llenar los vacíos les enviaron a cuatro nuevos Misioneros en 1785, cinco más en 1791. amenazados en su existencia por los agentes franceses, que querían apoderarse de sus casas y de sus iglesias, no cedieron en nada, en las angustias y la escasez, su valor y sus trabajos. Llegaron días mejores. El Emperador les otorgó ayudas bastante considerables, y pensó en fundar de una manera más segura las Misiones del Levante, pero las guerras del Imperio, las revueltas de Constantinopla pararon todo proyecto, y fue preciso esperar la Restauración para volver a la obra con actividad. No había ya en Levante más que seis Misioneros franceses. Les enviaron refuerzos. Pero, durante los mismos años que siguieron, los Misioneros tuvieron mucho que sufrir durante los desórdenes en medio de los cuales estalló la guerra de Grecia, y de las persecuciones suscitadas contra los católicos de Constantinopla. Hicieron frente a todos los peligros y hallaron el medio de sobrellevar todas las miserias. Hoy las Misiones del Levante están establecidas en dieciséis puntos diversos del Imperio turco, de Grecia y de Egipto10. Cada una de estas Misiones posee una iglesia pública, un colegio o una escuela, algunas dos, para los chicos y para las chicas, éstas llevadas por las Hijas de la Caridad. En Esmirna se fundó incluso, en 1855, un colegio llamado de la Propaganda. Dirigidas por largo tiempo por un solo prefecto apostólico, que residía en Constantinopla, estas misiones se incorporan, a partir de la conquista de Siria por el virrey de Egipto, que hacía entre ellas difícil la correspondencia, en dos prefecturas, una situada siempre en Constantinopla, la otra en Damasco.
No pueden por menos que prosperar, bendecidas como están de Dios y de la Santa Sede: los Lazaristas, decía Gregorio XVI en 1839, son mi brazo derecho en Levante.
De la provincia de Siria depende la reciente Misión de Abisinia, proyectada en 1839 y ejecutada en 1840. El Soberano Pontífice escogió, para inaugurarla, al Sr. de Jacobis y al Sr. Montuori, los dos de la provincia de Nápoles. Se unieron al Sr. Sapeto, uno de sus cohermanos del Piamonte, destinado anteriormente a las Misiones de Siria, quien desde hacía un años se encontraba en esos lugares para preparar las vías a esta Misión. Los trabajos de los Misioneros abisinios estuvieron marcados por largo tiempo por más dedicación que éxito, A través de mil peligros y grandes gastos, el Sr. de Jacobis condujo, en 1841, une diputación de Abisinia en Roma. Felizmente de regreso a su misión al año siguiente, superó los mayores obstáculos a fuerza de modestia y de virtud. Logró tomar un ascendiente tal sobre las mentes, que quebrantó todos los esfuerzos del obispo heresiarca enviado del Cairo. Hoy se encuentra en medio de una cristiandad ferviente, por lo que se le ha permitido construir una iglesia católica.
IV. Misiones de América.
Se trató también, en tiempos de san Vicente, de enviar Misioneros a América, pues se lee en una de sus cartas a Lambert, del 3 de mayo de 1652: «El plan de América no nos ha resultado; no es porque el embarque no se haya hecho, pero el que nos había pedido sacerdotes no nos ha vuelto a decir nada, tal vez a causa de las dificultades que le puse en un principio de no poder dar sino con la aprobación de la facultad de la sagrada Congregación de la Propaganda, en lo que él no había pensado, y yo pienso que los sacerdotes que se llevan allí van sin ello. Veo como vos, Señor, que es bueno hacer a Dios semejantes sacrificios enviando a nuestros sacerdotes para la conversión de los infieles; pero eso se entiende cuando tienen una legítima misión.» El 9 de abril de agosto de 1640, el santo escribió a Le Breton, en Roma, a propósito de Pernambuco, en el Brasil, donde sus dos familias se han establecido recientemente. Fue en el brasil también quizás, donde trabajó, sin saberlo, en los últimos tiempos de su vida, en hacer enviar una misión cristiana. Para entender esta curiosa negociación, es necesario retomar las cosas desde más arriba.
Después de los ricos descubrimientos de los Portugueses en las Indias orientales, la ambición y la avaricia lanzaron tras sus pasos a todos los navegantes de Europa. En 1503, un marino francés, llamado Binot Paulmier de Gonneville, gentilhombre de Normandía de la casa de Buschot, partió de Honfleur por cuenta de los comerciantes que traficaban en Lisboa. Estaba a la altura del Cabo de Buena Esperanza, cuando la tempestad lo empujó fuera de su ruta hacia una tierra meridional. Allí fondeó en un río que él ha comparado al Orne, carenó su embarcación y recorrió el interior del País. Los nativos le dieron buena acogida, así como a su tripulación, y nuestros marinos, después de una estancia de seis meses, tomaron de alguna forma posesión de esta tierra en nombre del cristianismo plantando una cruz que hicieron prometer a los nativos que la respetarían. Siguiendo la costumbre ordinaria de los navegantes, Paulmier de Gonneville quiso llevarse consigo un testimonio vivo de su descubrimiento y determinó a uno de los príncipes de esta región, llamado Arosca, a confiarle a Essomerik, uno de sus hijos, prometiéndole devolvérsele en veinte lunas, instruido en todas las cosas que los nativos habían admirado en los Europeos, y entre otras del secreto de nuestras armas y de los medios de vencer con facilidad a los más temibles enemigos.
Habiéndose negado la tripulación a continuar el viaje hacia la India, Paulmier de Gonneville tuvo que reemprender la ruta de Francia. En la Travesía, el joven Essomerik cayó enfermo y fue bautizado en el mar: primicias del cristianismo de aquellas comarcas meridionales. Con el bautismo, recibió el nombre del capitán que quiso servirle de padrino. El navío se acercaba a las costas de Normandía; pero a la altura de las Islas de Jersey y de Guernessey, fue capturado por un corsario inglés quien expolió a nuestros marinos y quitó al capitán hasta su diario de viaje. Devuelto a la libertad, Gonneville hizo, el 19 de julio de 1505, al escribano del almirantazgo de Honfleur, su declaración, que contenía el relato de su accidente y de lo que él recordaba de su expedición. Viendo luego que sus asociados, casi todos sus parientes y todos sus herederos, se negaban a contribuir en los gastos de un segundo viaje, quiso pagar, hasta donde él podía, el compromiso contraído tanto con Arosca como para con su hijo Essomerik. En consecuencia, estableció, por su testamento, a éste su legatario universal, con la condición de llevar, él y sus hijos varones, su nombre y sus armas.
Essomerik, convertido así en Binot Paulmier de Gonneville, se casó con una pariente del capitán y vivió hasta 1583. Uno de sus nietos, J.-B. Binot, presidente de los tesoreros de Francia en Provenza, no dejó más que una hija que se casó con el marqués de la Barbent; otro fue padre de un canónigo de Lisieux quien, por la extinción de las ramas mayores, se encontró, a mitad del siglo XVIII, el jefe de la familia del primer cristiano de las tierras australes. Este canónigo, Jean Binot Paulmier de Gonneville, tenía gran erudición, no sólo en las ciencias eclesiásticas, sino en literatura e historia; nadie sobre todo estaba más instruido que él entre los navegantes de largos recorridos de los que parecía haber hecho su principal estudio; tenía también un gran conocimiento de los asuntos extranjeros. Había viajado por casi toda Europa, en cargado, como en Polonia, por ejemplo, de misiones diplomáticas. Fue residente del rey de Dinamarca en Francia, y murió en Colonia, en el congreso que trajo la paz de Aix-la-Chapelle.
Pero casi todos sus pensamientos y todos sus proyectos se dirigieron hacia el país del que era originario, al que quiso toda su vida procurar una Misión cristiana. Había nacido de alguna manera con este deseo. Apneas cumplidos los diecisiete redactaba memorias. Continuó así hasta su último día. Estas memorias se las mostraba a todos los eclesiásticos que se ocupaban de Misiones extranjeras, entre otros a Piques, párroco de Saint-Josse, que se había ocupado por las Misiones de China, y a su sucesor Abelly. Estaba en relaciones continuas sobre todo con Pallu y Lambert, obispos de Heliópolis y de Beryte, en casa de los cuales encontraba casi siempre a Flacourt, ex gobernador de Madagascar, y a Fermanel, padre del superior de las Misiones extranjeras. A todos trataba de persuadir de que nada era más digno de su celo que una fundación cristiana en las tierras australes. Éstos a su vez creyeron oportuno hablarlo con san Vicente de Paúl. «Este hombre de Dios, ha dicho Paulmier mismo, este hombre de Dios, de bendición, se había apasionado por llevar a cabo este proyecto; lo que no se ha ocultado a algunos de su casa de San Lázaro, y entre otros a los Srs. de L’Espinay y de Elbène-Estienne, los dos al presente superiores, uno de la misión de Madagascar, el otro del seminarios de Narbona. Había observado muy bien cómo se requería la intervención de la autoridad apostólica para el éxito de este plan, y habiendo dado a conocer al autor que quería encargarse de la presentación de estas Memorias a Su Santidad, y de prestar su apoyo eficaz al asunto; esto obligó al autor a poner a la cabeza de su escrito la Epístola que se acompaña para nuestro santo padre el Papa. Pero habiendo llamado Dios a sí al difunto Sr, Vicente antes de poder ejecutar las cosas que se había propuesto respecto de este asunto, y mientras se delibera sobre la elección de un mediador para este fin, las cosas inopinadamente ocurridas en Roma respecto de Francia11 pareciendo al presente poner esto fuera de cuestión, se quedó a la espera de mejores disposiciones; y todo ello sin que el autor haya pensado nunca en publicar sus Memorias, por consideraciones muy esenciales que no hace al caso divulgar; y también, si hubiera tomado la resolución de exponerlas en el teatro del mundo, la prudencia le habría dictado suficientemente no permitir que aparecieran en la tienda de un librero, antes de tener el honor de ser ofrecidas al Soberano Pontífice, a quien iban dirigidas. A continuación, habría realizado cortes, etc..»12
Estas Memorias fueron no obstante entregadas a la impresión por un depositario infiel13. La Epístola dedicatoria al Papa Alejandro VII está llena de ardor. En ella arde el celo del apóstol. Después de jugar con el nombre de Alejandro y recordar a Alejandro conquistador a quien no le basta con la tierra, el cardenal de Lisieux invita a Alejandro Pontífice a la conquista de este tercer mundo abierto al cristianismo; le invita en el nombre mismo del plan que este papa había tenido en su juventud de dedicarse a la conversión de los infieles, plan del que san Francisco de Sales le había apartado en vista de los servicios superiores que debía prestar a la Iglesia en la sede apostólica, él habría deseado que una mejor y más docta pluma que la suya hubiera trazado el plan de esta Misión; pero, dice él, «la sangre me convida a ello.» Cuenta entonces su historia y la de su antepasado, las promesas hechas por el capitán de Honfleur a una raza y a una familia cuyo representante y cabeza es él: «En esta calidad, concluye, me veo en el compromiso de conminar a la Europa cristiana la ejecución de las promesas de los suyos.»
El libro mismo comienza por una descripción de la tierra austral, extraída de la declaración jurídica del capitán de Gonneville. Él desarrolla las razones para emprender una Misión en estos países desconocidos, y emprenderla por Francia. Dice el modo de establecerla, no por la espada, sino por los procedimientos evangélicos. Trata de la elección y del número de los Misioneros, de los medios de hacerla subsistir y crecer. Responde a las dificultades y otros obstáculos que la obra podría encontrar. Finalmente, traza el plan de una sociedad que crear para el establecimiento del cristianismo en las tierras australes-
La fecha de este libro y el Aviso que lleva a la cabeza, prueban que el canónigo de Lisieux perseguía su proyecto, a la vez cristiano y patriótico, incluso después de la muerte de san Vicente de Paúl. y, en efecto, se lee en la oración fúnebre de de la duquesa de Aiguillon14, pronunciada por Brisacier en la capilla de las Misiones extranjeras: «Yo no hablo en este lugar de todos los pasos que dio en 1664, para concertar una nueva Misión en las tierras australes a petición de una persona que se decía originaria de allí; no diré que desde que llegó a conocer este gran continente que forma, por así decirlo, un tercer mundo, su valor le hizo desear ardientemente su conquista; y su ternura le hizo derramar muchas lágrimas, con mucha más razón de la que tenía el conquistador de Grecia, cuando le descubrieron tantos pueblos de los que él no era todavía el maestro. No me detendré en contar todas las asambleas que se celebraron en casa de ella para deliberar sobre los medios de este gran plan: ustedes mirarían tal vez estos hermosos preparativos como simples deseos, y no como efectos. Piden ustedes frutos de su celo y no tan sólo flores. Consiento en ello, Señores; pero permítanme de paso que les diga que, como las flores que aparecen primero en los árboles prometen los frutos que las deben seguir, así los proyectos que nuestra duquesa formó para estas tierras infieles nos dan alguna esperanza de ver con el tiempo el efecto de sus cuidados y el cumplimiento de sus oraciones. Y ¿qué sabemos nosotros si yo no profetizo sin pensarlo?»
Para decir si Brisacier ha sido profeta de verdad, habría que saber con seguridad cuál era la tierra de Gonneville. Ella ha figurado durante mucho tiempo en los libros de geografía y en los mapas, pero necesariamente situada al azar, ya que, en el único documento auténtico que se refiere a ella, es decir la declaración del marino de Honfleur incluida por extractos en las Memorias del canónigo de Lisieux, no se trata ni de longitud ni de latitud. Unos la han llamado Tierra de los Papagayos; otros la han tomado por Madagascar, o la han situado o bien en los alrededores de esta isla, o al sur de las Pequeñas Molucas, en la parte llamada por de Brosses15, Australasia. En otro lugar, de Brosses la ha situado en en la América meridional, y tal vez con razón. Creemos saber que el original de la declaración de Gonneville, vanamente buscado por Maurepas durante su ministerio, ha sido por fin descubierto, y que las indicaciones más precisas que encierra se refieren necesariamente al Brasil16. En este caso, Brasacier habría profetizado verdaderamente, y los votos de la duquesa de Aiguillon, inspirados sin duda en esta noble mujer por Vicente de Paúl, se habrían cumplido sin duda. Una vez más el Brasil habría sido comprendido por nuestro santo en sus proyectos de conquistas apostólicas; pero debían transcurrir cerca de dos siglos antes de que fueran puestos por obra por sus hijos.
Fue en 1815, cuando el Sr. Dubourg, Misionero en América, y luego obispo de nueva Orleáns , antes de volver a Francia para ocupar sucesivamente las sedes de Montauban y de Besançon en un viaje que hizo a Roma por los intereses de su Misión, pidió a los Lazaristas de esta ciudad que le dieran algunos individuos para formar una fundación en el Estado de Missouri. Le concedieron seis sacerdotes17, que estableció, en 1818, en Santa María de los Barrens, en la diócesis de San Luis; lugar desierto e inculto, donde los Misioneros abandonados a sus propios recursos, debieron, cual nuevos apóstoles, ganarse la vida con el trabajo de su manos, alojarse y alojar a Dios bajo miserables cabañas formadas con troncos de árboles superpuestos, don un poco de tierra humedecida por todo cemento. Esta fundación tan humilde llegó a ser no obstante pronto, como toda fundación cristiana, el centro y punto de reunión de una numerosa población hasta entonces dispersa. Se fundó un seminario, en seguida un colegio para las familias ricas, cuyas rentas alimentaron a los Misioneros y a los jóvenes indígenas que ellos preparaban para el sacerdocio. Las conversiones se multiplicaron entre los ‘protestantes, cuyos ministros se fueron enseguida llevándose sus biblias inútiles, y los católicos, cada vez más numerosos, recordaron la fe y la piedad de los primeros tiempos.
De Santa María de los Barrens, los Misioneros visitaron las poblaciones vecinas, allí sobre todo donde vivían los Franceses y fundaron diversas colonias. La noticia de sus trabajos bendecidos de Dios alcanzó a lo lejos. Muchos obispos los reclamaron para fundar seminarios y Misiones en sus diócesis. Formaron primeramente otras dos fundaciones en el Estado del Missouri: San Luis, Misión y parroquia; cabo Giradeau, parroquia y seminario mayor. En 1838, se encargaban igualmente de una parroquia y de una Misión en La Salle, en Illinois y en Donaldson en la Luisiana. Muy pronto, en la Luisiana también, tomaban la dirección de una parroquia y de un seminario en Jefferson City, de una parroquia y de un hospital en Nueva Orleans. En Maryland, en 1850, parroquia y Misión en Emmitsburg y en Baltimore; parroquia también en German Town, en Pensilvania; y por último, todo a la vez parroquia, Misión y seminario menor en Niagara, en el Estado de Nueva York.
Treinta años antes, los Misioneros. expulsados de Portugal por la revolución introducida a consecuencia de las bayonetas francesas, obtenían del rey Juan VI, expulsado como ellos, una primera fundación en Brasil. Instalados, hacia 1810, en Garaça, peregrinación célebre dedicada a la santísima Virgen, fundaron allí un colegio y abrieron un seminario interno. Pero el aislamiento forzado de esta parte de la Compañía del gobierno central, debía traer consigo la ruina momentánea. En efecto, el colegio fue cerrado hacia 1843, y la saca de Caraça, primero desierta, se declaró pronto en ruinas. Cuatro años después, un Misionero brasileño, diputado en París, obtiene la reunión definitiva, y se lleva con él, a su regreso, a toda una colonia de sacerdotes de la Misión y de Hijas de la Caridad, ofrecida por Francia y destinada a la diócesis de Marianna. El centro de la Congregación en el Brasil se mantuvo en Caraça, adonde se trasladó el seminario de Marianna en 1853 y donde, hacia finales de 1856, se volvió a abrir el colegio cerrado hacía doce años.
Después de Caraça, bajo Pedro I, hacia 1825, se había fundado la Misión de Congouhas, lugar también de peregrinación, no ya a la santísima Virgen, sino a Jesús crucificado. Congiuhas, gracias a la afluencia de los peregrinos, llegados a veces en número de doce mil de todas las partes del Brasil, se convirtió, como Caraça, en la sede de una Misión permanente. Se abrió un colegio que debió ser cerrado desgraciadamente en 1855 por las mismas causas que el de Caraça. Pero subsiste la Misión a la espera de una hora más favorable de la Providencia.
Como hemos indicado hace un momento, Marianna fue, en 1847, la segunda cuna de la Compañía en Brasil. Allí se le confiaron primeramente el seminario mayor trasladado, en 1854, a Caraça, luego el seminario menor, cuya dirección tomó en 1856; en Marianna, los Misioneros tuvieron también la dirección de las primeras Hermanas de la Caridad que se establecieran en Brasil.
Poco después de su fundación en Caraça, tomaron posesión de Campo-Bello, en la diócesis de Goyas, propiedad que les fue legada por un piadoso fiel. Se formó una sucursal de Caraça, y la granja fue transformada muy pronto en un hermoso colegio-seminario, con una Misión floreciente. Varas veces cerrada y reabierta, esta Misión no ha sido constituida definitivamente hasta 1854.
El año anterior, la Congregación había entrado en Rio-Janeiro, capital del Imperio. Allí, el principal trabajo de los Misioneros es la dirección de las Hijas de la Caridad en sus numerosas fundaciones.
En 1853 también, dos Misioneros y lagunas Hermanas se instalaban en Bahía. Los Misioneros entraron pronto en posesión de una residencia y una iglesita donde comenzaron todas las obras de san Vicente, incluido el servicio de los presos y forzados, obras que el arzobispo de Bahía quería naturalizar en su diócesis. Pronto el arzobispo les confiaba la dirección de su menor y mayor seminario.
En 1856, dos Misioneros y siete Hermanas fueron encargados del servicio espiritual y material del hospital de Notre-Dame-del-Exil, capital de la Isla y provincia de Santa Catalina.
Por último, al año siguiente, dos Misioneros, destacados en Bahía, iban a servir de capellanes en el hospital de Pernambuco, para el que acababan de ser llamadas las Hijas de la Caridad.
Al mismo tiempo, en 1844, dos sacerdotes de la Misión partían de España para acompañar a diez Hermanas de la Caridad enviadas a México. Con la dirección de las Hermansa, se ocuparon de misiones y fundaron el colegio de Los Aldamas. México se convirtió muy pronto en la sede de un seminario interno. Los Misioneros se establecieron a continuación en Puebla, para Misiones y retiros; en León para la dirección de un colegio; fundaron una Misión en Monterrey, en 1850; otra Misión, en 1890, en Guadalajara, donde se encargaron también de un hospital. Por último, acompañando siempre a las Hermanas de la Caridad, con destino a todos los Estados de las dos Américas, se han establecido a su lado en La Habana; en la isla de Cuba (1847); en Santiago, de Chile(1853); en Lima, Perú(1857); en Buenos Aires, en la Plata(1859); y en todos estos puestos se ocupan de misiones y de la dirección de las hermanas y de los hospitales. todas estas fundaciones dependen de las tres provincias de Los Estados Unidos, de México y de Brasil.
V. Misiones de China.
Vicente había extendido sus proyectos apostólicos hasta China. En efecto, en una carta que Estienne, el mártir de Madagascar, escribía a Almeras, el 15 de enero de 1664, para pedir que le consiguieran en Roma el poder de anunciar el Evangelio por toda la tierra, añadía: «Si nos lográis esta gracia, después de recorrer todas las comarcas de la Isla de San Lorenzo, llegaré hasta China, Japón y otras tierras infieles, abrir el camino a nuestra congregación, para dar a Dios y a las almas el servicio que presta en Europa. Sin duda que este era el designio del difunto Sr. Vicente, nuestro bienaventurado padre, que yo pasase hasta China.»
Si Etienne no pasó personalmente a China, fue él quien, por sus liberalidades. Abrió este país a los primeros Misioneros. Mediante una donación, ya mencionada, con fecha del 20 de setiembre de 1659, había asignado, sobre su patrimonio, una suma anual de 1.500 libras, destinada a las Misiones de Madagascar e islas adyacentes y en su defecto, la suma debía emplearse en otras Misiones fuera del reino para la conversión de los infieles. Desde el abandono de Madagascar, en 1674, se había quedado sin empleo (inversión), cuando Jolly, superior general de la Misión, pensó a propósito de este perdonar la obligación contraída por la casa de San Lázaro. La falta de sujetos, la escasa esperanza de salir a flote en aquellas Misiones distantes, a causa de la inconstancia de los pueblos y, ay, también de la escasa unión entre los obreros evangélicos, divididos por entonces por rivalidades desdichadas y por una divergencia de opiniones respecto de los ritos malabares y las ceremonias chinas, habían frenado el ímpetu apostólico. Pero, en 1682, Jolly tomó la resolución de enviar pronto algunos Misioneros a China o al Tonkin, donde había más oportunidades de éxito y, en caso de imposibilidad, entregar las 1.500 libras de Estienne a los religiosos consagrados a la instrucción de los infieles, y en particular a los jesuitas que trabajaban dijo él, con menos oposición. Entretanto ordenaba al procurador de San Lázaro que pusiera aparte todos los años mil escudos para satisfacer todos los atrasos de la renta, sobre el cual fondo se tomaría de vez en cuando lo que el superior general juzgara conveniente dar a los operarios de las regiones idólatras18. Seis años después, hacia 1697, como nos lo dice una circular de su sucesor Bonnet, un Misionero italiano Louis-Antoine Appiani, fue enviado por el papa como vice-visitador apostólico a China donde se disfrutaba a la sazón de una cierta libertad de predicar el Evangelio. A Louis-Antoine Appiani se unió enseguida un sacerdote alemán, llamado Jean Mullner, y a los dos se entregó por compañero, en 1703, Théodore Pedrini. Appiani no disfruta por largo tiempo de la libertad y de la paz de su santo ministerio. Elegido por el legado de la Santa Sede, el cardenal de Tournon, como intérprete en la corte del emperador, compartió la persecución que le fue suscitada en el grave asunto de las ceremonias chinas. Fue cargado con siete cadenas y metido en prisión, donde un breve del papa vino a felicitar y consolar al confesor de la fe. Mullener, después de sufrir numerosos interrogatorios, fue desterrado del Imperio y se retiró a Batavia. Regresó muy pronto y recorrió las montañas y las provincias, y en todas partes su palabra atrajo a numerosos discípulos a Jesucristo. El bautismo de los niños expósitos fue su devoción particular. En 1717, fue nombrado vicario apostólico y obispo in partibus. Revestido con esta dignidad, no cambió nada de su vida de Misionero, y continuó caminando, vestido a la usanza china a través de las comarcas infieles. Appiani, trasladado en primer lugar de una ciudad a otra, acabó por ser internado en Cantón, bien en prisión, bien disfrutando de relativa libertad y siempre observado. Pero, en los calabozos o en las calles de Cantón, ni su celo ni su palabra estuvieron encadenados y. durante un cuarto de siglo realizó un bien inmenso. En Cantón se entregó a todos los Europeos; se hizo el servidor de todos los Misioneros de la china, su agente y su comisionario. Al mismo tiempo, sin perder de vista el principal objeto de su misión, trabajó por sí mismo o por sus catequistas en la conversión de un gran número de Chinos. Théodore Pedrini parecía tener mejor suerte. Bien tratado por el emperador dados sus conocimientos musicales y matemáticos, vivía en la corte, a la que acompañaba a todas partes. estaba encargado incluso de la educación de tres príncipes, hijos del emperador, de los cuales uno era heredero presunto de la corona. Pero el fiel Misionero habría cambiado de buena gana su fortuna y su favor por los hierros del exilio de sus cohermanos, por los que sentía una santa envidia. Por lo menos usaba de su posición y de su crédito para el bien de la religión. En 1722, fue finalmente tratado como apóstol, es decir perseguido, golpeado con cañas y llevado a la prisión. Dos años después, la muerte del emperador y el advenimiento de su alumno al trono le liberaron y restablecieron en la corte. Se aprovecho de las buenas disposiciones del joven emperador hacia el cristianismo, y construyó en Pekín cerca del palacio imperial una pequeña catedral, donde hacía libremente todas las ceremonias del culto católico
Nuestros tres Misioneros reclamaban sin cesar compañeros que les ayudasen a predicar el Evangelio, y que recogiesen el tesoro de ciencias y de descubrimientos que ellos habían amasado. Pero, ante de rendirse a sus peticiones, se esperaba en Francia la decisión que se daría en Roma sobre el debate de las ceremonias chinas. Además, estalló una nueva persecución, y todos los Misioneros recibieron órdenes de salir del Imperio. Tres Lazaristas, recién enviados de Francia, no pudieron abordar en Cantón. Appiani acababa de morir después de un apostolado de treinta y cinco años. Jean Mullener murió también en 1744, y la muerte de Pedrini, ocurrida dos años después fue la muerte misma de la Misión en China. Nuestros tres primeros Misioneros no dejaban para reemplazarlos más que a dos sacerdotes chinos, Paul y Étienne Sû, alumnos de Mullener, quienes no tardaron en seguirlos a la Misión del cielo
Las cosas siguieron así hasta finales del siglo. Después de varios intentos frustrados, el gobierno francés pensó, en 1782, en sustituir a los jesuitas con Lazaristas en las Misiones de China como de Levante. Según la orden del rey transmitida por el marqués de Castries, ministro de la marina, el superior general aceptó, y habiéndose publicado un decreto conforme de Pío VI, el 7 de diciembre de 1783, los dos Misioneros Raux y Ghislain, acompañados de dos hermanos se embarcaron el 10 de febrero del año siguiente19. Los recién llegados vivieron en cristiana inteligencia con los jesuitas como sabios en el palacio imperial, los cuales favorecieron sus trabajos. Ellos mismos, por otra parte, bien tratados por el emperador, gracias a los ricos presentes que les habían dado las Damas de Saint-Cyr, se adquirieron un crédito personal por su propia ciencia. Raux, en particular, dotado de una aptitud prodigiosa para el estudio de las lenguas, pudo pronto convertirse en miembro del tribunal de matemáticas y de astronomía, y mandarín en Pekín. Al mismo tiempo, el hermano Joseph Paris era nombrado relojero de la corte y fabricaba bonitas piezas para el palacio del emperador, donde existen todavía muchas. Las artes y las ciencias, he ahí el único título de admisión en adelante para los Misioneros en China. Pero lo que era todo para el emperador no era para ellos más que un medio. Mientras que dos cohermanos, llegados de Goa, fundaban, con el concurso de la reina de Portugal, un seminario en Macao, Raux establecía un seminario interno en Pekín mismo, con un seminario menor para los jóvenes chinos, a fin de reclutar la Misión de sacerdotes indígenas, por lo difícil que resultaba admitir en China a sacerdotes europeos. Dos nuevos Misioneros fueron enviados a pesar de ello en 1788, y otros tres en 1791. Uno de estos últimos murió en prisión el 1º de agosto de 1795; el segundo, Clet, fue martirizado en 1820, y el tercero, Lamiot, desterrado del imperio, se retiró al seminario de Macao. Lamiot había sido profesor de matemáticas en Pekín e intérprete del emperador, y también él había logrado cambiar su favor en bien de la causa de Dios. Él no prestó menores servicios al seminario de Macao que, en el momento de su muerte, había producido veinte Misioneros indígenas. En Macao solamente, durante dieciséis años, pudieron mantenerse los Misioneros franceses, y hasta 1835 no pudieron regresar a Pekín. Pero, en 1828, se había vuelto al envío de Misioneros de Europa. Lamiot, muerto sólo en 1832, vivía todavía en el seminario de Macao. Este seminario en el que se habían educado por lo común una veintena de jóvenes Chinos duró hasta6 de mayo de 1646. entonces los jóvenes de las provincias del Norte fueron dirigidos a Si-Wan, en Mongolia, y los de las demás provincias se dirigieron al Kiang-Si. Algunos años más tarde se fundaron seminarios en cada una de las ocho provincias que la Congregación posee en China hoy. Estas provincias o establecimientos han sido regadas ya fecundadas por la sangre de varios mártires. En este mismo momento se instruye en Roma la causa del venerable Juan Gabriel Perboyre, estrangulado por la fe en 1640, y sus preciosos restos acaban de llegar a la casa madre de París, que poseía ya reliquias del venerable Clet y que, cual otra madre de los Macabeos, se siente feliz y orgullosa de tales hijos. Las provincias o establecimientos de la Misión en China son las de Kiang-Si, del Tchely (septentrional y suroeste), que se remontan a 1783; las del Tche-Kiang , del Ho-Nan, de Mongolia, de Ning-Po, de Chang-Hai, que datan de 1839 a 1857. Todas, menos las dos últimas, tienen al frente a un vicarios apostólico, obispo in partibus, y son atendidas por Misioneros ya europeos ya indígenas20.
De esta forma, no más allende los mares que en Francia y en Europa, la Misión no ha decaído en el transcurso de dos siglos. Sus progresos, al contrario, han sido inmensos. A la muerte de su santo fundador no estaba establecida más que en Argel y en Madagascar. Hoy tiene cuatro fundaciones en Argelia; Abisinia compensa a Madagascar donde va a entrar tal vez por Bourbon. De lo que no era sino un sueño y un proyecto en san Vicente de Paú, las dos Misiones de Persia, las diecisiete del Levante, han constituido una gran realidad. Igualmente, acabamos de verlo, en cuanto a China; los mismo sobre todo en cuanto a América, testigo sus once fundaciones en los Estados Unidos, las seis de México y de Cuba, las doce de brasil, de la Plata, de Chile y de Perú.. de todas las partes del mundo, sola Oceanía le está cerrada aún, por poco tiempo quizás. Ella ha permanecido siempre fiel al espíritu de su santo fundador, quien deseaba tan ardientemente extender por todas partes el conocimiento y el reino de Jesucristo. Desde lo alto del cielo, san Vicente de Paúl continúa inspirándole su aliento apostólico; él sonría a sus trabajos, los bendice y los fecunda.
- El Papa había conferido al arzobispo de París jurisdicción sobre todas las colonias francesas.
- Arch. del Estado, S. 6917 y M. 174. Ver también los archivos de la Misión.
- Arch. del Estado, M. 163.
- Es probablemente Caulier quien es también autor de una gramática y de un diccionario malgaches conservados todavía hoy en los archivos de la Misión, ha repasado también y enriquecido con notas un catecismo en esta lengua, , obra de los primeros Misioneros. Caulier, durante un espacio de cerca de cuarenta y dos años, había compuesto un gran número de trabajos de la historia de nuestras colonias asiáticas y africanas como sobre la lengua de Madagascar. Todo ello pereció en el pillaje de San Lázaro, el 13 de julio de 1789. al año siguiente, a pesar de sus sesenta y ocho años, su salud debilitada y su mano derecha casi paralizada, , Caulier, para reparar la pérdida de sus primeros manuscritos, recurrió a su memoria y le pidió lo que había guardado de una lengua que había dejado de hablar desde setiembre de 1771. De ahí las obras que acabamos de indicar, y que serían muy útiles a los Misioneros, si algún día se recuperara el apostolado de Madagascar
- Carta a Roma del 12 de agosto de 1944.
- Este miedo se realizó: la Fronda fue jansenista.
- Cartas del 31 de agosto de 1646, 8 de marzo y 2 de mayo de 1647.
- Cartas a Jolly, en Roma, del 14 de julio de 1656.
- Constantinopla (1784), Bebek (1832), Saint-Vincent-d’Asie (1843), Smirne, Salónica, Nexie, Santorin (1784). Brousse (1854), Scutari (1858), Monastir (1857). Damasco, Beyrouth, Alepo, Antoura (1784, Tripoli (1834), y Alejandría91852).
- Alusión al caso del duque de Créqui, embajador francés en Roma. Habiendo ofendido el duque al pueblo con sus desdenes, los soldados pontificios dispararon sobre la carroza de la embajadora y sobre las ventanas de su palacio. Luis XIV exigió una satisfacción con su altanería acostumbrada; y como el papa contemporizaba, él mandó tomar Avignon, y habló de enviar un ejército a Italia. Alejandro VII debió ceder contra todo derecho; levantó en mitad de roma una pirámide destinada a recordar la injuria pretendida y la reparación; y su sobrino, el cardenal Chigi, fue incluso obligado a presentar excusas en Versalles.
- Según una nota manuscrita de un Sr. Villermon, puesta al frente de un ejemplar entregado por él al presidente Brosses por Paulmier de Gonneville a la sociedad de los obispos de Heliópolis y de Beryte, contenían muchas cosas que no se encuentran en el libro impreso.
- EL libro lleva por título: «Menorias sobre la fundación de una Misión cristiana en el tercer Mundo, llamado de otro modo la Tierra Austra, meridional, antártica y desconocida, presentadas a N. S. P. el Papa Alejandro VII, por un eclesiástico originario de esta misma tierra, París, Paul Cramoisy; in-8, 1663. El autor había dado a examinar sus Memorias a un personaje que conocemos, Ferret, párroco de Saint-Nicolas-du-Chardonnet. El párroco, o su vicario Compaign, se las confió a un tercero para devolvérselas al autor. El depositario infiel sacó una copia que llevó al librero Gabriel Cramoisy. Éste comenzó la impresión que continuó después de su muerte su hermano Claude, todo a espaldas del autor cuyo nombre iba sin embargo en la copia. Se acabó de imprimir el 1º de diciembre de 1663. El autor no vio infidelidad fraudulenta cometida contra él hasta seis semanas después, por un ejemplar que le comunicó la duquesa de Aiguillon. Quiso apoderarse de toda la edición, pero era demasiado tarde, y en su mayor parte se había distribuido ya. En consecuencia, el 21 de enero de 1664, firmaron un acta entre él y Claude Cramoisy para reglamentar todos los derechos. El artículo de esta acta declaraba que todos estos hechos serían narrados a la cabeza del libro de las Memorias. De ahí el Aviso del que hemos citado un extracto y sacado, para análisis, esta anécdota bibliográfica. Este Aviso, con fecha del último de enero de 1664, sólo pudo ir en los ejemplares no vendidos, lo que explica cómo no se halla en todos. Tal vez, sin embargo, hubo dos ediciones, pues un ejemplar, visto en primer lugar por el presidente de Brosses, no llevaba más que estas iniciales: J. P. D. G., (Jean Paulsmier de Gonneville), sacerdote ind. (indigno; suplido por error de indio), canónigo de la catedral de S. P.D. L. Saint-Pierre-de-Lisieux); mientras que la Epístola dedicatoria de los ejemplares portadores del Aviso va firmada con todas las letras: Paulmyer, sacardote ind. y canónigo de la catedral de Lisieux.
- Discours funèbre pour madame la duchese d’Aiguillon, prononcé à Paris dans la chapelle des Missions étrangères, por el Sr. De Brasacier, prior comanditario de Saint Pierre de Neuvilliers, consejero y predicador ordinario de la reina, el 13 de mayo de 1676 ; 3ª edic. in-4, Paris, 1675, pp. 30 a 31.
- Histoire des navigations aux terres australes, etc.: 2 vol. in-4, París1756 ; tom, I, pp. 101 y 118. –Allí, de Brosses ha dado el primero un extracta detallado de las memorias del canónigo de Lisieux, con algunas informaciones curiosas sobre su autor. En medio de sus conjeturas, de Brosses constata al menos que la prioridad del descubrimiento de las tierras australes pertenece a los Franceses, ya que el viaje de Gonneville es anterior por dieciséis años al de Magallanes.
- El Sr. P. Margy, conservador de los archivos de las colonias, acaba sobre este punto un trabajo en el que la demostración será llevada hasta la evidencia.
- Su superior era el Sr. de Andreis, distinguido por su espíritu, su ciencia y su virtud, muerto en loor de santidad en 1820. Ver su vida manuscrita, archivos de la Misión.
- Archi. del Estado. M. 168.
- Informe Mss. titulado: Chargé de la marine(1782). Archivos de Argelia y de las colonias.
- Una nota curiosa, relativa a China, fue enviada de San Petersburgo, hacia 1802 , al superior de la Misión, entonces residente en Roma: «Tres o cuatro personas de la más alta condición, que ocupan grandes puestos y capaces, por su sola influencia, de prestar servicios señalados a la religión, se proponen hacer pasar bajo los años ochocientas o novecientas libras de Francia más o menos a la casa de Pekín, para ser empleadas por ella en el mantenimiento de n cierto número de catequistas, que no tendrán otra ocupación, por la mañana, que de bautizar (según los usos y las reglas de prudencia establecidas en la Misión) a los niños expósitos en las calles de esta ciudad. «Si la suma no basta, se tratará de enviar el suplemento necesario.
«La sociedad hará pasar este año, a la dirección que se le diga, en la respuesta a esta nota, la suma de 750 libras de Francia, y con ello enviará una segunda mucho más fuerte, una vez recibidas de China algunas informaciones del estado de la religión en esas regiones.
«El redactor de esta nota es el Sr. Jean-Joseph Dominique N. El Sr. Raux se acordará sin esfuerzo de un militar, amigo del Sr. Charles de Belincourt, a quien ha visto en 1775 en San Lázaro. El militar llevado por la Revolución al extremo de Europa, se convirtió en consejero de Estado de S. M. el Emperador de Rusia, y nunca se ha olvidado de los instantes demasiado breves que pasó en la casa de París con el Sr. Jacques y el Sr. Raux.»