Superiora General de 1660 a 1667
Según lo que le había propuesto Luisa de Marillac, el Señor Vicente nombró a Margarita Chétif Superiora General. Esto ocurrió en el transcurso de la Conferencia del 27 de agosto de 1660. Margarita seguía en Arras. El Señor Vicente le escribió para informarla de su nombramiento. Pero, ¿cuál era el contenido de aquella carta que Margarita debió de recibir a fines del mes agosto? Al parecer, pocas cosas: sencillamente la orden de regresar rápidamente a París.
En una carta a Maturina Guérin, Margarita Chétif le explica cómo llegó a su conocimiento el nuevo cargo que se le imponía. Le dice cuáles fueron su sorpresa y su consternación, ya que se consideraba incapaz de semejante responsabilidad.
«… dejo a su consideración, querida Hermana, en qué aflicción me he encontrado ante tamaña sorpresa. En lo que menos podía yo pensar era en recibir semejante empleo cuando me llamaron de Arras; todo estaba hecho y yo sin poderlo ni imaginar. Todo el mundo, de fuera y de dentro, lo sabía, y yo sin saber nada hasta el día de la Exaltación de la Santa Cruz, en que me llevaron con las demás a hablar con nuestro Muy Honorable Padre. Y entonces me impuso tan pesada carga, representándome que tal era la voluntad de Dios…» (30 de octubre de 1660, Archivos Casa Madre.)
De este texto se deduce, pues, que Margarita pasó varios días en la Casa Madre ignorando por completo cuáles eran los designios de Dios. Es casi seguro que oyera cuchicheos por los pasillos cuando las Hermanas se cruzaban con ella. Pero por su parte estaba lejos de imaginarse que era ella la llamada a reemplazar a Luisa de Marillac.
El martes, 14 de septiembre de 1660, va a San Lázaro con un grupo de Hermanas a saludar al Señor Vicente, que ya no puede salir de su habitación, y allí es donde se entera de la voluntad de Dios.
Al día siguiente tuvo lugar la «instalación» de la nueva Superiora General. El Señor Vicente, demasiado enfermo, no puede tomar parte en ella, pero da al Señor Dehorgny, Director General, las explicaciones de cómo tiene que desenvolverse la ceremonia.
«Señor Dehorgny, reúnalas usted y, después de la conferencia, anúncieles la elección que Dios ha hecho de nuestra Hermana para ser la Superiora, y dígales que todas ellas le besen las manos en señal de que la reconocen como tal; ella, por su parte, las abrazará.» (Coste XIII, 180; Sig. X, 223.)
Doce días más tarde, el 27 de septiembre, Dios llamó a Sí a su servidor Vicente de Paúl.
«… Piense usted, escribe Margarita Chétif a Maturina Guérin, en qué dolor y en qué angustia se ha servido Dios ponerme; cómo me encuentro, El lo sabe…» (30 de octubre de 1660, Archivos Casa Madre.)
A la vuelta del entierro del Señor Vicente, todas las Hermanas, muy emocionadas, se acercan espontáneamente a Margarita Chétif para «renovar su obediencia… y prometer ser más sencillas y afectuosas que nunca».
El año 1660 marca una etapa importante en la historia de la Compañía. En ese año y con unos meses de intervalo han fallecido el Señor Vicente, la Señorita Le Gras y el señor Portail. No se detiene por ello la vida de la Compañía. La sucesión está asegurada por el Sr. Almeras, Superior General de la Congregación de la Misión, por Sor Margarita Chétif y por el Sr. Dehorgny.
La preocupación primordial de Margarita durante los seis años de su generalato será la de mantener la Compañía en su espíritu primitivo, el espíritu que Dios le había dado, el que el Señor Vicente y la Señorita habían explicado y hecho vivir durante su larga existencia.
Con ese fin, Margarita empezará por impregnarse ella misma del espíritu de la Compañía, y luego se esforzará en que las Hermanas lo profundicen y cuidará de que vivan de él.
Margarita se impregna del espíritu de la Compañía
Margarita Chétif no ha vivido mucho tiempo en París cerca de los Fundadores. Es cierto que puede volver a leer las conferencias del Señor Vicente, tomadas fielmente por la Señorita y por las Hermanas Secretarias; pero le gustaría conocer mejor el pensamiento de Luisa de Marillac. Se dirige, pues, a Maturina Guérin, que durante siete años (marzo 1652 a octubre 1659) fue su Secretaria.
«… Le ruego muy humildemente, querida Hermana, me haga el favor de enviarme por escrito un resumen de las principales virtudes que ha observado usted en la difunta Señorita, nuestra amada y muy Honorable Madre, especialmente por lo que se refiere a nuestra dirección: es para que yo trate, con la ayuda de Dios, de imitarla en lo que pueda…» (Carta citada 30-10-1660.)
Con toda sencillez, Maturina Guerin va a preparar una breve recopilación sobre las virtudes de Luisa de Marillac, trabajo que realiza por las noches, después de su servicio a los pobres de Belle-Isle-en-Mer. Escribe sin un orden determinado, a medida que le acuden a la mente los recuerdos. Maturina sugiere a Margarita que intente descubrir ella misma los rasgos de la Caridad de la Señorita en las numerosas cartas que escribió a las Hermanas.
«… Sería una instrucción mucho mejor para usted, querida Hermana, que todo lo que yo pudiera decirle. Por mi parte, tengo algunas de esas cartas que guardo como reliquias de su espíritu…» (1661? carta original, Archivos Casa Madre.)
Margarita recoge como un tesoro la sugerencia de su corresponsal. Y va a dedicarse a reunir las cartas de Luisa de Marillac que conservan las Hermanas. Piadosamente las transcribe (o las hace transcribir por su secretaria) en un cuaderno, suprimiendo todos los datos que pudieran identificar a Hermanas o casas. Lo que Margarita quiere y pretende es conocer y conservar las enseñanzas de la Señorita. No es un trabajo histórico al que interesa la precisión de lugares y fechas.
El cuaderno de Margarita Chétif existe en los Archivos de la Casa Madre: lleva su nombre. Gracias al trabajo de investigación que han hecho las Hermanas encargadas de los Archivos, gracias a la confrontación entre las copias de Margarita y los autógrafos que se conservan, se ha podido deducir con claridad que varias Hermanas le prestaron sus cartas.
El «Manuscrito Chétif» empieza por cartas que debían de encontrarse en la Casa Madre: las dirigidas a Bárbara Angiboust, que falleció en diciembre de 1658. Luego sigue toda una serie de cartas dirigidas a las Hermanas del Hospital de Angers. Cecilia Angiboust, que estuvo allí de Hermana Sirviente desde 1648 a 1657, debió de llevarse consigo «aquel tesoro» cuando regresó a París en 1658. Lorenza Dubois, entonces en la Parroquia de San Mederico, en París, prestó las recibidas por ella cuando estaba en Bernay. Entre las 71 cartas copiadas, las hay también dirigidas a Sor Ana Hardemont, Sor Juliana Loret, Sor Juana Delacroix. Margarita Chétif no ha tenido inconveniente en copiar también dos de las suyas. Maturina Guérin no envió las cartas que poseía: tuvo miedo del correo tan poco seguro en aquella época.
Gracias a este trabajo de Margarita Chétif, podemos conocer actualmente algunas cartas de Luisa de Marillac (de las que no se ha conservado el autógrafo).
Se esfuerza porque las Hermanas profundicen en el espíritu de la Compañía…
Margarita Chétif lee y relee las cartas de Luisa de Marillac copiadas por ella en un cuaderno; lee y relee las Conferencias del Señor Vicente. Y va también a ayudar a las Hermanas a que penetren mejor en «el espíritu que Dios ha dado a la Compañía».
Durante su generalato, el Superior General, Sr. Alméras, y el Director General, Sr. Dehorgny, continuarán dando conferencias a las Hermanas como lo hacía el Señor Vicente. ¿Era la Superiora General quien les sugería los temas? Es posible.
En 1661, el Sr. Dehorgny habla de la fidelidad a las Reglas; en 1662, el Sr. Almeras desarrolla extensamente el espíritu de la Compañía de las Hijas de la Caridad, y luego dedica dos conferencias a las Virtudes de las Hijas de la Caridad: la humildad y la sencillez. En 1664 y 1665, el Sr. Dehorgny insiste en la vida espiritual, la oración, la Eucaristía…
Y porque vivan según el espíritu de la Compañía
Durante los Ejercicios Espirituales que se dan en la Casa Madre, Margarita Chétif dirige la palabra a las Hermanas. Las exhorta a la fidelidad a Dios, a la fidelidad a las Reglas y, sobre todo, como explica Francisca Carcireux:
«Trataba de inculcar a toda la Compañía, en todas las instrucciones que daba cuando era Superiora y en cualquier otra circunstancia, las virtudes de humildad, de sencillez y de caridad.»
Algunas cartas de Margarita Chétif que se han conservado demuestran la misma preocupación. A Francisca Ménage, que estaba en Montpellier, le ruega:
«Traten ustedes de ser fieles a nuestras Reglas, muy fervorosas, llenas de celo por la salvación de los Pobres y de estar muy unidas entre ustedes. Amense unas a otras como Nuestro Señor nos ha amado.»
A Sor Beguet, que acaba de llegar como Hermana Sirviente a La Ferté, le recomienda:
«Entréguese a Dios para cumplir sus Reglas y desempeñar su humilde empleo, con la mira puesta en Dios y por su Amor.»
Repite a Maturina Guérin, con la que se comunica bastante, su honda preocupación:
«Roguemos a Dios que se digne conservar nuestra pequeña Compañía en su primer espíritu.»
A Margarita Chétif le dolían mucho las faltas contra la Regla, de manera especial las faltas contra la pobreza. Un día se enteró de que la Hermana Sirviente de la Parroquia de San Juan «de Gréves», de París, había reservado un dinero dado para los Pobres y lo había colocado en el banco para hacerlo producir, en lugar de distribuirlo inmediatamente a los necesitados.
El sufrimiento de Margarita fue inmenso. iEl Señor Vicente había advertido con tanta frecuencia a las Hermanas acerca de este peligro! El desviar así el bien de los .pobres era convertirse en «ladronas». iQuién iba a tener en adelante confianza en las Hijas de la Caridad! Margarita cayó enferma: se le había declarado una úlcera de estómago, con una hematemesis que puso en peligro su vida. El 23 de mayo de 1665, Margarita escribía a Maturina Guérin:
«He estado mucho tiempo enferma y no estoy todavía bien del todo. Mi mal ha sido un vómito de sangre del que mi pobre estómago no acaba de recuperarse, pero hemos de decir como Nuestro Muy Honorable Padre: In nomine Domini. Le ruego se acuerde de mí en sus oraciones, para que el Señor se digne concederme la gracia de hacer buen uso del estado en que su bondad me ha puesto…»
Margarita Chétif fue a convalecer algún tiempo a Fontenay-aux-Roses, no lejos de Paris. Pero su úlcera había de hacerla padecer mucho tiempo todavía.
Lo que con tanto cuidado enseñaba, Margarita intentaba vivirlo ella misma. En las dos Conferencias que se celebraron sobre sus virtudes, después de su muerte, las Hermanas insisten especialmente en su humildad y en su caridad: «una gran caridad y fervor en el servicio de los Pobres, una enome gratitud por la menor cosa que se hacía por ella. La humildad era, para ella, un tesoro oculto».
Es responsabilidad también de la Superiora General estudiar las numerosas llamadas que se dirigen a la Compañía desde todos los puntos de Francia, para Parroquias, escuelitas, hospitales, llamadas que se reiteran con frecuencia, como ocurrió con la de Montpellier, durante más de ocho años.
En unión con sus tres Consejeras: Juliana Loret, Luisa Cristina Rideau y Felipa Bailly, Margarita Chétif reflexiona en las posibilidades de hacer nuevas implantaciones. De 1661 a 1667 se abrieron unas doce casas, entre ellas, Chartres en 1664 y Montlucon en 1667.
También se hacen necesarias otras decisiones: como, por ejemplo, la de retirar a las Hermanas del Hospital de Nantes, lo que tiene lugar en 1664, después de la visita hecha por el Señor Gicquel, Sacerdote de la Misión.
El generalato de Margarita Chétif va a estar sellado con una gran alegría: la publicación, a fines de 1664, de la «Vida del Venerable Siervo de Dios, Vicente de Paúl», por Luis Abelly. Era un grueso volumen que costaba ocho francos de aquel entonces. Margarita Chétif se siente feliz de anunciar la noticia a las Hermanas, y envía un ejemplar a Maturina Guérin, que estaba demasiado lejos de París para acercarse a adquirirlo.
El generalato de Margarita Chétif finalizó el lunes de Pentecostés de 1667. Había durado seis años y ocho meses. Margarita acoge con gozo a la nueva Superiora General, Maturina Guérin, Hermana a la que ella aprecia y estima mucho y en la que tiene completa confianza.
Directora del Seminario
Por espacio de tres años, Margarita va a asumir la responsabilidad de la formación de las Hermanas jóvenes. Con plena convicción les inculca el amor a su vocación, el aprecio en que deben tenerla. Enseña a las Hermanas jóvenes cómo han de servir a los Pobres y cómo vivir la caridad, el Amor de Jesucristo en toda circunstancia.
María Moreau, Superiora General en el momento del fallecimiento de Margarita, da testimonio de la formación que de ella había recibido en el Seminario, en 1667-1668:
«Tuve la suerte de ver y conocer a Sor Chétif desde mi llegada a la Casa; por entonces se cuidaba del Seminario y nos hacía tan hermosas instrucciones, que nos sentíamos muy animadas a la práctica de la virtud…
Quería que aprendiéramos de memoria y al estilo del catecismo, la manera y condiciones en que nuestras Reglas nos enseñan a servir a los Pobres…
Cuando se daba cuenta de que había ocurrido alguna discusión entre dos Hermanas, las instaba a que se pidieran mutuamente perdón y se abrazaran».
Margarita Chétif, que durante su generalato habia leido y releido con tanta frecuencia las cartas de Luisa de Marillac, debía meditar sin duda durante su oración lo que la Señorita le había escrito, el 10 de enero de 1660, con relación a las postulantes. Y en sus instrucciones, lo mismo que en su propia vida, quedaban plasmadas todas aquellas recomendaciones:
«… jóvenes que tengan ganas de darse, en la Compañía, al servicio de Nuestro Señor en la persona de los Pobres…»
«… que el espíritu de Jesucristo ya recibido en el Bautismo reine en ellas…»
«… espíritus equilibrados y que deseen la perfección de los verdaderos cristianos…»
«… que quieran morir a sí mismas por la mortificación y la verdadera renuncia…»
«… que acepten servir en acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero que son grandes ante Dios y sus Angeles…».
No se prolongó mucho tiempo su estancia en el Seminario, porque el Consejo de la Compañía se fijó en Margarita Chétif para enviarla a Angers con cinco Hermanas más.
Hermana Sirviente en Angers
Hacía más de veinte años que las Hijas de la Caridad trabajaban en el Hospital San Juan, de Angers. Su labor era eficaz y se las apreciaba mucho. El 31 de mayo de 1662, los Administradores daban las gracias al Padre Alméras por el envío de tres Hermanas:
«El Hospital está ocupado por más de 700 enfermos pobres, número que aumenta por días. Por eso le rogamos, señor, que si encuentra usted disponibles a algunas más, se acuerde de nosotros y nos las envíe para aliviar al reducido número de las de aquí, que son sólo doce y entre ellas hay algunas enfermas».
Con el paso de los años, las situaciones cambian… En 1667, las relaciones con los nuevos Administradores se hacen muy tensas. El Señor Dehorgny había anunciado la llegada de dos Hermanas para sustituir a las que estaban enfermas. Pero los Administradores no las quieren y en ese sentido escriben a Paris. Su carta llega después de la partida de las Hermanas. El 8 de junio manifiestan su descontento al Superior General, Señor Alméras:
«Estamos muy disgustados de que no haya usted recibido nuestra carta del 22 del pasado mes, porque esto nos hubiera ahorrado el dinero que tenemos que emplear en devolverles las dos Hermanas que han llegado.
«Nos dice usted que son para completar el número de doce que deben ser las existentes en nuestro hospital; pero le rogamos que deseche ese pensamiento, porque no queremos otro número de Hermanas que el que a nosotros nos parezca conveniente. No tenemos ahora a nuestro cargo tantos enfermos como antaño, y aunque hubiera sólo ocho Hermanas, este número sería más que suficiente para atender a las necesidades de un contingente de enfermos mayor todavía.
«Nuestro hospital no es lo que se cree; tropezamos con tantas dificultades, que no sabemos cómo salir adelante, y si los Señores de la Justicia no nos permiten vender algunas parcelas importantes del terreno del hospital, éste no podrá subsistir. No encuentre mal, por tanto, que le devolvamos en seguida a las dos Hermanas, lo que no nos impedirá, Señor, ser sus humildes servidores» (3).
Durante el transcurso del año 1668, vuelve a cambiar la actitud de los Administradores. «Empleados y criados», es decir, hombres que en el hospital se dedican a ciertos trabajos, se muestran muy negligentes en su cometido. Los Administradores piensan en despedirlos, y viendo la actuación de las Hermanas que «trabajan con todo el cariño y fidelidad que se puede desear», deciden pedir más Hermanas para que tomen el puesto de los criados negligentes y poco honestos.
En el año 1669, los Administradores escriben de nuevo al Padre Alméras pidiéndole seis Hijas de la Caridad más, lo que elevará a 18 el número de Hermanas de la Comunidad, pero tendrán que tomar a su cargo tres nuevos empleos, a saber:
- la gran cocina, que siempre había desempeñado un cocinero, ayudado por dos pinches y al que a veces echaban una mano también los demás criados,
- la despensa, de la que se ocupaba el Señor Handouin con su mujer, quienes tenían contratado un hombre para medir y vigilar el trigo y la harina,
- la farmacia, en la que estaba el Señor Mabillot con un muchacho a su órdenes contratado por cuenta del hospital.
El 12 de abril de 1669, se firma el contrato en Paris, en el «Chátelet», entre los delegados de los Administradores de Angers y la Compañía de las Hijas de la Caridad, representada por Maturina Guérin, Superiora General, y sus tres Consejeras: Felipa Bailly, Juana Delacroix y Clara Jaudoin.
El 22 de julio siguiente, salen seis Hermanas de París con dirección a Angers: Margarita Chétif, María Moreau, Farre de Roch, Margarita Coulon y otras dos. Emprenden el mismo viaje que efectuó Luisa de Marillac en 1639 con las tres primeras Hermanas que fueron a la Fundación de Angers: toman la diligencia en París y después de una o dos etapas parando en posadas, llegan a Orléans. El viaje continúa la diligencia fluvial, que avanza lentamente, porque en aquellos primeros dias del mes de agosto, el caudal del Loira es escaso.
Margarita Chétif lo pasa mal en este trayecto. El pasaje en la barcaza, no resguardada del viento, le provoca una bronquitis; además, se reproducen los dolores de estómago y de nuevo tiene un vómito de sangre. A pesar de su estado de salud, prosigue el camino, poniéndose en manos de la Providencia de Dios que es quien la envía a Angers: en todas las circunstancias de su vida, Margarita se somete plenamente a esta adorable voluntad.
Durante los cinco años que ha de permanecer en Angers, su salud será deficiente, porque «el clima de orillas de Loira no le sienta bien», según han hecho constar las Compañeras.
Margarita pone su competencia y sobre todo su amor a Dios y a los Pobres, al servicio de la tarea que se le ha encomendado: la responsabilidad de la Comunidad de Angers.
Muy pronto van a surgir enormes dificultades; tanto en el hospital como en la ciudad cae muy mal la llegada de las Hermanas, Maria Moreau refiere lo ocurrido:
«Sor Chétif tuvo que sobrellevar muchas contradicciones… porque varias personas de la ciudad no aprobaban las modificaciones llevadas a cabo por los Administradores. Por otra parte, los empleados que estaban anteriormente al frente de los oficios recriminaban a las Hermanas por creer que ellas eran la causa de su remoción».
La reforma del hospital ha requerido modificaciones en la distribución de las tareas. Los empleados que trabajaban en la cocina, en la despensa, en la farmacia, han sido despedidos o destinados a otros trabajos, lo que desencadena sus protestas y arrastra en el mismo sentido la opinión de los habitantes de Angers. La protesta es violenta, a veces hostil y con frecuencia reiterada.
En la conferencia sobre las virtudes de Margarita Chétif, todas las Hermanas hablan de este período:
«Eran necesarias la humildad y la energía de Sor Chétif para soportar aquello.»
«Yo la he visto en ocasiones muy enojosas y difíciles de soportar, conservar una gran igualdad de ánimo.»
«Su humildad y su mansedumbre contribuían mucho a calmar los ánimos».
Margarita, al mismo tiempo que da ejemplo, ayuda a sus Hermanas a afrontar debidamente el conflicto. Juntas, reflexionan cómo comportarse.
Una carta del Padre Gicquel, Director General, nos da idea de cómo se hacían las reuniones comunitarias, presididas por la Hermana Sirviente. Dichas reuniones revestían varias formas. El Padre Gicquel habla, primero, de las reuniones que podrían llamarse de «dar cuenta».
«Empiece por pedir a cada una que dé cuenta de lo que le habían encargado hacer.
Pregunte a la Asistenta lo que ha observado; igualmente a la Despensera.
A continuación, proponga usted lo que tenga que proponer. Dé brevemente algunos avisos y vea lo que puede encargarse a cada una como cometido particular».
Esta «revisión de vida comunitaria», hecha con regularidad, permite a las 18 Hermanas de la Comunidad contemplar lo que están viviendo, reflexionar sobre ello, discernir bajo la mirada de Dios cuáles deben ser sus actitudes y las acciones que llevar a cabo.
En los avisos que da, Margarita insiste, ante todo, en la unión y buen entendimiento entre las Compañeras y la Hermana Sirviente y en el conjunto de la Comunidad. Estimula a las Hermanas a que cumplan «con caridad y fervor» su servicio, ya se desenvuelva ésta en las salas de los enfermos, ya en los oficios generales.
Se señalan por todas resoluciones que tomar; a la vez siguiente, se revisarán y, si es necesario, se insistirá en ellas:
- no hablar del prójimo si no es para decir bien de él y manifestarle estima,
- ser prudentes y reservadas para no deslizarse a hablar de cosas que tienen que permanecer en secreto,
- saber dejar el servicio de Dios cuando así lo requiere el servicio a los enfermos.
Estas reflexiones comunitarias ayudan a las Hermanas a no dejarse abatir por las dificultades o arrastrar por las murmuraciones y calumnias. Juntas toman la determinación de adoptar una actitud llena de benevolencia, de respeto y dulzura. Y sobre todo, ponen el mayor cuidado en que el servicio a los enfermos no tenga que desmerecer por los conflictos que se dan en el hospital.
El Padre Gicquel señala también en su carta, a Margarita Chétif y, por supuesto, a todas las demás Hermanas, la importancia de los intercambios sobre un tema escogido de antemano, como se acostumbra a hacer en la Casa Madre.
«1.0 se hace oración sobre el tema señalado,
2.0 escoja (para el intercambio) el día y la hora más cómodos,
3.0 en cada conferencia, dé la palabra a dos, tres o cuatro Hermanas, empezando por las menos edificantes y terminando por las que causan mayor edificación,
4.0 diga a continuación unas breves palabras ponderando lo que se haya dicho y termine con una oración.
Con estos intercambios, hechos cada quince días, Margarita y su Comunidad van profundizando en los diversos artículos de las Reglas. A todas les sirven de apoyo para practicarlas bien y son una ayuda para hacer de su servicio un verdadero servicio a Jesucristo.
En la misma carta, el Padre Gicquel habla también de la «caridad espiritual»: «No pida le avisen de sus faltas más que tres Hermanas cada mes.»
Sin duda, Margarita, en su deseo de darse completamente a Dios, hubiera querido que las Hermanas le advirtieran con frecuencia las faltas que en ella notaban. Porque las Compañeras dicen una tras otra:
«Tenía muy bajos sentimientos de sí misma y se acusaba de sus faltas con pesar y confusión.»
«Con gran presteza se acusaba de sus faltas.»
«Se acusaba de sus faltas con gran humildad, exagerándolas más bien que disminuyéndolas».
Poco a poco y ante la actitud serena, humilde, deferente de la Comunidad hacia todos, va desapareciendo la animosidad. Pero el trabajo que se ha exigido a las Hermanas estaba por encima de sus fuerzas. Siendo solamente seis, tienen que rendir el trabajo de ocho o diez personas. Y a pesar de su energía y su fervor, no lo consiguen, sino a costa de su salud.
Tal estado de cosas preocupa a Margarita, que habla de ello a los Administradores. Como no parecen haberle dado oídos, redacta un informe detallando el trabajo que tiene que desempeñar cada Hermana. Recuerda también la promesa de aumentar su número si, después de probar, se ve que el número determinado en 1669 resulta insuficiente.
Los Administradores se hacen los sordos: iEl hospital marcha muy bien así! ¿Por qué aumentar el número de Hermanas? En 1673, el señor Jolly, Superior General, se verá obligado a intervenir proponiendo:
- bien descargar a las Hermanas de los tres empleos de cocina, despensa y farmacia.
- o bien aumentar su número en dos más.
Si los Administradores se niegan a ello, el señor Jolly se verá en la obligación de retirar a todas las Hermanas.
La discusión se prolonga y retrasa. El aumento de dos Hermanas no se decidirá hasta junio de 1675.
Entre tanto, se llama a Sor Margarita a París, porque las elecciones de mayo de 1674 han hecho de ella Ecónoma General. No sin pesar deja el querido hospital de Angers, donde ha sufrido, pero donde ha vivido intensamente, junto con sus Hermanas, el amor a Dios y a los Pobres. Coincidencia: es de nuevo, esta vez, Maturina Guérin quien la reemplaza como Hermana Sirviente en el Hospital de Angers.
Ecónoma General
En la Casa Madre, va a encontrar Hermanas conocidas. Nicolasa Haran es la Superiora General; Francisca Carcireux, la Asistenta; Renata Laigneau, la Despensera.
Dos acontecimientos importantes van a señalar la vida de Margarita durante su trienio de Ecónoma.
En diciembre de 1674, se opera en ella, milagrosamente, una curación al contacto de una reliquia de San Clair. Margarita refiere a su confidente, Maturina Guérin, cuál ha sido la emoción experimentada:
«Sabrá usted, querida Hermana, que me encontraba tan mal de la vista que no podía leer ni una sola palabra.
Y que, de la noche a la mañana, quedé curada milagrosamente con el contacto de la reliquia del Bienaventurado mártir San Clair.
Toda la casa estaba llena de estupor. De no poder leer ni una sola palabra, me encontré repentinamente tan aliviada, que pude estar escribiendo todo el día siguiente. Es indudable que le debo mucho a este gran santo».
El segundo acontecimiento llena de gozo a Margarita Chétif. En junio de 1676 se publica la vida de la Señorita Le Gras, Fundadora y primera Superiora de la Compañia de las Hijas de la Caridad. El señor Gobillon, Párroco de San Lorenzo, la parroquia de la Casa Madre, fue siempre un gran admirador de la obra llevada a cabo por Luisa de Marillac y su Comunidad. Y deseó «dar a conocer al público la historia de la Fundadora, manifestando a toda la Iglesia los designios de su vocación».
Margarita Chétif contribuyó a la redacción de esta obra prestando al Sr. Gobillon los múltiples documentos que se guardaban en la Casa Madre: cartas, pensamientos, escritos diversos de la Señorita. Varias veces también, las Hermanas dieron su testimonio oral, evocando sus recuerdos ante su Cura Párroco.
Este libro, que se conserva en los Archivos de la Casa Madre, comprende varios capitulos. El primero habla de la infancia, matrimonio y viudez de Luisa de Marillac: Gobillon escribe que Luisa perdió a su madre siendo muy niña (i!). Los capítulos siguientes están consagrados a la Compañía: su nacimiento, su evolución. En el capítulo 4.0 se encuentra el relato de la muerte de Luisa de Marillac, con la mención de su testamento espiritual piadosamente recogido por las Hermanas.
El 5.0 capítulo es una recopilación de los pensamientos de la Señorita. Gobillon hace constar en la introducción de este libro:
«Los pensamientos que he encontrado dispersos en sus escritos me han parecido tan sólidos, tan elevados y conmovedores que he creído eran dignos de recopilarse para instrucción de sus Hijas, ya que nada puede haber tan propio para inspirarles el amor y la fidelidad a su vocación como las palabras de su Madre, animadas y llenas de su espíritu.»
Gobillon clasifica los pensamientos bajo titulos: por ejemplo, los misterios de Jesucristo, la Virgen María, los Votos, etc. Hace constar que no ha añadido nada y que sólo son suyos «la disposición y el orden». Esta clasificación, si bien es práctica y permite meditar sobre un tema determinado, tiene, sin embargo, algunos inconvenientes: rompe el hilo del pensamiento de Luisa de Marillac y hace perder vigor a algunas de sus meditaciones.
Así, por ejemplo: hacia 1632, Luisa de Marillac hace una meditación sobre la Eucaristía:
«… Y así como en el Cielo Dios se ve en el hombre por la unión hipostática del Verbo hecho hombre, así ha querido estar en la tierra para que los hombres no estén separados de El».
La idea de Luisa es la de configurar su vida con la de Jesucristo y para ello escoge la Voluntad divina como regla de esa misma vida. Pero Gobillon, en su clasificación, ha dividido este texto magnifico en dos partes: la primera la ha unido a los textos sobre la Eucaristia y la segunda va colocada bajo el epígrafe de la Voluntad de Dios.
Otra vez, Luisa medita sobre la muerte a si misma a la luz del Misterio Pascual, que es misterio de muerte y de resurrección. Gobillon ha partido el texto en dos, una parte bajo el epígrafe renuncia a una misma y la otra bajo el epígrafe Resurrección.
No obstante, y a pesar de sus pequeños defectos, este libro es de gran precio, porque nos da una biografía de Luisa de Marillac, escrita por los que fueron testigos de su vida, la escucharon, compartieron sus penas y alegrías. Los textos citados por Gobillon provienen todos de los autógrafos que el autor tuvo entre sus manos, algunos de los que, por desgracia, se han extraviado posteriormente.
Últimos años de Margarita Chétif
Al finalizar su trienio de Ecónoma, Margarita es nombrada Hermana Sirviente del Asilo del Santo Nombre de Jesús, en Paris. Allí permanece algunos años, probablemente seis, la duración de un mandato de Hermana Sirviente, volviendo después a la Casa Madre, hacia 1683-1684.
Las Hermanas jóvenes de entonces evocan sus recuerdos durante la Conferencia sobre las virtudes de Margarita Chétif. Se acuerdan muy bien de aquella Hermana anciana que había sido Superiora General y que sencilla y humildemente vivía en la Casa Madre.
Algunas tenían como oficio la Sacristía y tuvieron ocasión de verla con cierta frecuencia. Una de las cosas que les impresionaron en ella fue el gran respeto que manifestaba a los sacerdotes: «El sacerdote ha recibido el poder hacer a Cristo presente entre nosotros.» Aquellas Hermanas jóvenes tampoco olvidaron la actitud de Sor Margarita ante el Sagrario, actitud impregnada de adoración y amor.
Otras tenía como oficio «los escritos», es decir, Secretaría y el oficio de copistas. Sor Margarita solía ir a menudo a trabajar allí. Siempre se la veía dispuesta a prestar un servicio, a dar un consejo práctico.
«Guardaba de tal manera el secreto que nunca se le escapaba nada que pudiera perjudicar, por poco que fuera, al prójimo».
Sor Margarita sabía desviar con habilidad la conversación, si lo que se estaba diciendo podía llegar a ser ofensa para el prójimo o falta de discreción.
También solía Sor Margarita ir a la enfermería a ver y consolar a las Hermanas enfermas, y, cuando le era posible, visitaba igualmente a los pobres vergonzantes de la Parroquia.
En 1693, las fuerzas físicas de Margarita declinaban a ojos vistas, de tal manera que se vio obligada a quedarse en la enfermería. Tenía entonces setenta y dos años, edad muy avanzada para el siglo XVII. Esto le sirvió para intensificar más su vida de unión con Dios y poner mayor fervor todavía en observar todas las prácticas de la Comunidad.
Con sencillez acepta los cuidados que se le prestan:
«Tenía gran sumisión para tomar los remedios que se le habían prescrito, aun cuando ello le causara mucha repugnancia».
Margarita Chétif había temido siempre la muerte. Pero durante su última enfermedad no manifestó ningún temor, porque estaba en la creencia de que se trataba sólo de una ligera indisposición. Sor Margarita Gobillon, Asistenta General entonces, refiere los últimos instantes de Sor Chétif:
«Como se la veía declinar por momentos, se avisó al confesor para que la preparara a recibir la Extremaunción, por temor a que nos diera una sorpresa. La enferma aceptó, aunque costándole cierto trabajo porque no se creía próxima a su fin y también porque esperaba comulgar al día siguiente. Como yo fuese a verla unas tres o cuatro horas después de haber recibido los Santos Oleos, me dijo: «ya ve, Hermana, creían que me iba a morir, pero no me he muerto». Permaneció con gran tranquilidad hasta las 9 de la noche, hora en que dijo a la Hermana que la iba a velar: «Hará usted el favor de darme un caldo a las 11 para que tenga fuerzas hasta la comunión de mañana…» Y se durmió con la esperanza de aquella comunión» (16).
Margarita Chétif murió con gran paz, como un niño que se queda dormido, en el momento en que daban las 12.
San Vicente y Santa Luisa habían sabido discernir las hermosas cualidades de Margarita Chétif. Su sencillez, su humildad, su gran caridad fueron como el sello de su pertenencia a la Compañía de las Hijas de la Caridad, a la que siempre deseó ver y conservarse en el espíritu que Dios le había dado.