I. La vida
Infancia y juventud.
La persona de Luisa de Marillac guarda varios misterios relacionados con su vida y su situación dentro de la familia Marillac, perteneciente a la nobleza antigua. Se sabe que nació el 12 de agosto de 1591, pero es sólo probable que naciera en París. Se acepta con cierta seguridad que pertenecía a la familia Marillac, aunque no se sabe quiénes eran sus padres. La historia la considera hija natural de Luis de Marillac. A los dos meses de nacer, Luis la llevó interna al prestigioso colegio-convento de las dominicas de Poissy, para niñas nobles, donde recibió una formación humanista exquisita. Aquí debió estar hasta los 13 años. Cuando murió Luis de Marillac (1604), estaba casado en segundas nupcias con Antonieta Camus, de la que tuvo, según las leyes civiles una hija legítima, pero en realidad solo hija adulterina de su mujer. A ella pasó toda la fortuna de Luis. A Luisa le quedaron unos pocos bienes y unas cuantas rentas que le había donado su padre legal antes de morir. Los pocos bienes de Luisa no podían pagar la pensión alta de Poissy, y sus familiares la cambiaron a una pensión modesta en París, donde ella y otras jóvenes recibían una formación práctica para la vida.
Aquí debió estar hasta los 21 años. Luisa sintió la soledad y la marginación. Huyendo del aislamiento, se dio a la oración e hizo voto de ser religiosa. Pensó en las capuchinas y éstas le dieron esperanzas, pero cuando pidió la entrada, la rechazaron, más que por su nacimiento ilegítimo, por la influencia de los Marillac que la necesitaban para sus intereses políticos. En 1613 la casaron con Antonio Le Gras, secretario de la reina regente, María de Médicis, madre de Luis XIII. Antonio era honrado y virtuoso, más sacrificado por los negocios de los Marillac que por los suyos. Tuvieron un hijo, Miguel Antonio, que será una cruz cruel para su madre. Durante cuatro años fueron felices. La familia Marillac líderes del llamado Partido Devoto eran partidarios de la política de la Reina Madre: alianza con la Casa de Austria contra los protestantes. Pero en 1617 Luis XIII se hizo cargo del poder y desterró a su madre. Los partidarios de María de Médicis -Marillac, Le Gras, etc.- cayeron en desgracia. Cuando volvieron al poder, Antonio Le Gras cayó enfermo y la fortuna familiar se derrumbo. Murió en 1625. Los bienes que dejó eran escasos y Luisa veía poco halagüeño el porvenir de su hijo.
Psicología de Santa Luisa de Marillac
El nacimiento ilegítimo de Luisa la marcó socialmente y hasta dirigió su vida futura; y la penuria económica constantemente estará presente en su corazón de madre. A todo esto se añadió la angustia de no haber podido cumplir el voto de ser religiosa que hizo en la juventud. Las tres características modelaron su psicología. Luisa era emotiva, muy afectiva: enmadrada exageradamente con su hijo, encariñada con las Hijas de la Caridad y apegada de continuo con su director. Para comprender las manifestaciones de su afectividad hay que analizar que Luisa se consideraba una mujer destinada al sufrimiento por el designio eterno de Dios: «Dios me ha dado tantas gracias como la de hacerme comprender que su voluntad santa era que fuese a El a través de la cruz, que su bondad ha querido que tuviese desde mi mismo nacimiento, no dejándome casi nunca, durante todos mis años, sin ocasión de sufrir» (A 29-E19).
Extraña mentalidad, pero fue la puerta que la sacó de la angustia, de la rebeldía y de la pasividad ante la impotencia social. Hay que examinar que su vida estuvo tejida con ascensos y descensos, éxitos y fracasos, ilusiones y desengaños, y al final, al quedar viuda, después de 34 años de vida, ni en el escalafón social ni en la fortuna ni en el sentido de su vida había logrado una estabilidad. Después de tantos años de lucha tenia que volver a empezar. Ya no se fiaba del porvenir y le tenia miedo. Luisa se consideraba orgullosa, acaso como autodefensa de su bastardía.
Durante muchos años estuvo dominada por la herida que le hizo el voto incumplido. La dureza de la vida imprimió en su personalidad una dualidad comprensible: era insegura para caminar en su vida interior, apegándose continuamente a sus directores, pero mostraba una seguridad admirable para los asuntos y negocios prácticos y para dirigir a otras personas. Aparece inteligente y con una razón apropiada para la metafísica y la ontología. De conversación agradable, cautivaba a las señoras aristócratas que la admiraban y la tenían por amiga.
Encuentro con San Vicente de Paúl
Un año antes de morir su marido tomó como director a San Vicente de Paúl. Este encuentro fue trascendental para Luisa. De aquí en adelante Santa Luisa queda unida enteramente a San Vicente. La persona de este santo se proyectará continuamente en la santa. Ya no se puede mirar a Luisa de Marillac separada de Vicente de Paúl. Una faceta de su personalidad fue la relación con su director. San Vicente cambió la vida de esta mujer fascinada por su salvación-santidad y por la vocación sacerdotal de su hijo. Sin violentarla, únicamente mostrándole los pobres, logró cambiar la mentalidad y la dirección de su vida. En 1629 Luisa se ofreció para ayudar a los desheredados. Vicente la envió a visitar oficialmente las Caridades, para que las supervisara, las animara y le diera a él un informe de la situación real. Visitando las Caridades descubrió que las niñas vivían en un abandono religioso aterrador: sin catequesis ni escuelas. Ella misma se constituyó en maestra y catequista y preparó a otras mujeres para que continuaran su labor.
Fundadora
Mientras las cofradías de Caridad del señor Vicente -fundadas en Châtillon-sur-Chalaronne en 1617- estaban establecidas en las provincias francesas las señoras realizaban todas las labores espirituales y materiales a los enfermos pobres, pero cuando llegaron a París -desde 1629- las señoras nobles y burguesas se sentían impedidas, por su categoría social, a realizar los trabajos burdos. La misma Luisa, al fundar una Caridad en su parroquia de San Nicolás de Chardonnet y ser su presidenta, tropezó con ese obstáculo. Una vaquera y otras jóvenes campesinas se ofrecieron por vocación a realizar esos servicios bajos y solucionar el problema. Luisa de Marillac recibía en su casa a las jóvenes que venían y las formaba para el servicio. En varias conversaciones San Vicente y Santa Luisa concluyeron erigir una Caridad peculiar únicamente para estas jóvenes. Llevarían vida en común, el fruto del trabajo sería también común y obedecerían a Luisa de Marillac. Así comenzó la Compañía de las Hijas de la Caridad el 29 de noviembre de 1633. El Superior General era Vicente de Paúl, Luisa sería la Directora o Superiora. Ésta llevaba el gobierno inmediato de la nueva Compañía. Luisa asumió con efectividad esta nueva faceta. El Santo descubrió lo que valía su dirigida y la consideró siempre su colaboradora al mismo nivel que él, aunque por la devoción y admiración que le tenia, Luisa nunca acepto esta igualdad.
Vicente de Paúl controló bien su actividad exagerada, peligrosa para la salud, detuvo la precipitación y el nerviosismo de Luisa, para dar lugar a la actuación de la Providencia, y atendió a que nada se hiciera con la oposición del obispo o del párroco. No obstante, la enorme actividad de Luisa fue atinada. Redactó los primeros reglamentos y corrigió las Reglas definitivas; formaba a las Hijas de la Caridad en los modales humanos y sociales, las preparó técnicamente para el servicio y espiritualmente para la catequesis. Luisa era una mujer inteligente y realista; para la formación, no sólo de las recién venidas, sino para todas las Hermanas, con el parecer de San Vicente de Paúl, analizó otras instituciones y se apoyo en eclesiásticos, especialmente en los misioneros paúles. El método más común de formación de las Hijas de la Caridad fueron las conferencias que daba Vicente de Paúl de tiempo en tiempo, las que daba ella semanalmente, los reglamentos que redactó para cada rama de las actividades y la correspondencia que mantuvo con las comunidades y las Hermanas. En cada comunidad tenía papel relevante en la animación la Hermana Sirviente [superiora].
Actividades
A Luisa de Marillac hay que catalogarla como mujer profundamente contemplativa y, al mismo tiempo, de una actividad desbordante. Ella atendió, organizó y dirigió la obra de los niños abandonados y, literalmente, los salvó durante los difíciles años de la Fronda; animo a sus hijas en el cuidado de los condenados a galeras, depositando delicadeza femenina en aquel infierno de brutalidad, suciedad, hambre y frío. Amañó con habilidad el funcionamiento de los ancianos del Santo Nombre de Jesús, de corte moderno, donde los ancianos trabajaban en telares; y se preocupó de los dementes y contagiosos. Aunque no pudieron realizarlo las Damas de la Caridad, al fi nal de su vida preparo los primeros informes del Hospital General de París. Personalmente fundó las comunidades de Angers y de Nantes, a cientos de kms. de París, soportando los fríos del invierno y los calores de agosto durante semanas de viajes en carruajes y barcas por el rio Loira. A estas actividades hay que añadir las visitas de animación que hizo a las cofradías de Caridad por los pueblos.
Directamente Luisa de Marillac estuvo poco con los pobres. La actividad la realizaba desde la Casa Central, pero era laborioso y cansado dirigir una obra que se asemejaba a una multinacional para los pobres en la que ella era la Directora General: preocupaciones por el funcionamiento, organización frecuente, animación espiritual y destinos de la Hijas de la caridad en visita domiciliaria, en escuelas, orfanatos, hogares, residencia de ancianos, hospitales civiles y militares; por pueblos y ciudades, en Francia y en Polonia. Incansable organizó y dirigió la Compañía y las comunidades y guió a las Hermanas en el servicio y en la vida espiritual.
El hijo Miguel Le Gras
En medio de la vorágine del trabajo, aún encontró tiempo para preocuparse de su hijo Miguel. Primeramente aguantó los disgustos que le causaron sus dudas vocacionales. Miguel ingresó en el seminario cuando tenía 14 años, en 1627, y estuvo siempre dudando o, mejor, protestando que no tenía vocación. Seguramente por presiones de su madre se ordenó de Menores, fue licenciado en Artes -Filosofía- y terminó la teología. Pero hacia 1643, cuando tenía 30 años, se secularizó. Desde entonces su vida fue muy azarosa: durante diez años estuvo buscando una colocación apropiada a sus estudios, vivió una vida bastante libre, olvidándose de Dios y apartándose de su madre y de Vicente de Paúl; y un día -parece lo más probable- se casó clandestinamente, matrimonio considerado nulo por las leyes civiles de Francia. El sufrimiento de Luisa fue terrible. Logró convencer al hijo de que pidiera a Roma la anulación de este matrimonio con una joven sin categoría social. Con grandes esfuerzos y duros sufrimientos atrajo de nuevo a Miguel a Dios, y el hijo se reencontró con Luisa y con Vicente de Paúl.
La Compañía de las Hijas de la Caridad
En los últimos años de . su vida sintió miedo por el futuro de la Compañía. Después de tantos años no la veía afianzada ni en lo canónico ni en lo espiritual. En 1646 intentaron que fuera aprobada por el Arzobispo de París, pero, a pesar de obtener la aprobación del arzobispo y del rey no fueron registradas en el Parlamento. Sin ello no tenían entidad jurídica civil. Luisa de Marillac se opuso tenazmente a esta aprobación, porque la Compañía quedaba dependiente del Arzobispo de París. Ella pretendía insistentemente que el Superior General de la Compañía fuera Vicente de Paúl y, después de su muerte, su sucesor como Superior General de la Congregación de la Misión [Padres Paules]. Por fin, el 18 de enero de 1655, El Arzobispo de París y Cardenal de Retz, Juan Francisco Pablo de Gondi, aprobó la Compañía de las Hijas de la Caridad tal como ella había pretendido siempre: confiando y encomendando a Vicente de Paúl «el gobierno y dirección de dicha sociedad y cofradía mientras él viva, y después de su muerte a sus sucesores en el cargo de superiores generales de dicha congregación de la Misión» (X, 713).
Asimismo le preocupaba la situación interna de la Compañía. Las Hijas de la Caridad ya no eran estimadas como antes ni tratadas con la misma delicadeza por causa del manejo del dinero. Mayor preocupación le causaba la sospecha de que algunas Hermanas pretendían ser intelectuales, con peligro de hacer dos cuerpos en las estructuras: las de estudio y las de trabajo físico: dejarían de ser las humildes sirvientas de los pobres. Institucionalmente había que decidir quién sería la sucesora de Luisa a su muerte. Hacia 1654 San Vicente y ella decidieron que la Superiora de la Compañía no sería una señora de las Caridades, como estaba reglamentado, sino una Hija de la Caridad, pues no debía ser Superiora quien no participara del mismo espíritu (V, 205; IX, 1229).
Los años finales
Hasta encontrar a Vicente de Paúl, Luisa había vivido una espiritualidad conocida en la historia como Mística Abstracta francesa. Dirigida por San Vicente se fue llenando de vicencianismo. A pesar de ello en los últimos años de su vida, sin abandonar el espíritu vicenciano, revivió la vida espiritual renanoflamenca. San Vicente, que lo adivinó, centró su muerte en el abandono total en Dios.
En 1660 Luisa estaba convencida de que había cumplido la misión que le había encomendado el decreto eterno de Dios. Estaba desprendida de su hijo y de su familia; ella entera era una sirvienta de los pobres por medio de la Compañía de las Hijas de la Caridad a la que, junto con San Vicente de Paúl, había fundado exclusivamente para ellos. San Vicente, sin embargo, juzgó que aún no estaba desprendida de él, y procuró ayudarla. El 4 de febrero cayó enfermo de gravedad, el día 10 recibió el viático. La visitaron su hijo, su nuera y la única nieta, Luisa Renata, además de gran número de Señoras de las Caridades. La duquesa de Venthadour quiso estar a su lado hasta que expiró. San Vicente de Paúl prefirió que se desligase de su cariño y de su presencia y no asistió a su muerte, a pesar de pedírselo ella. Le envió un misionero paúl para ayudarla en esos momentos. Murió el 15 de marzo de 1660.
II. Espiritualidad
Escritos
Santa Luisa de Marillac no escribió ningún tratado de espiritualidad o de teología. Ni soñó siquiera que un día pudiera editarse nada suyo. Ciertamente, dos años antes de morir, comunicó a Vicente de Paúl que había escrito un librito en forma de diálogos con otra mujer (L. 563 [c. 620]), pero se ha perdido. Toda su espiritualidad no tenemos más remedio que sacarla de sus cartas y de los pensamientos suyos que encontramos en papeles sueltos. Se puede catalogar todo lo que escribió Luisa en cartas, escritos e intervenciones.
Cartas
De las miles de cartas que escribió Luisa tan solo se conservan 738 que, distribuídas según los destinatarios, se concretan en
- 210 cartas dirigidas a su director y superior Vicente de Paúl,
- 384 cartas dirigidas a diferentes Hijas de la Caridad o comunidades,
- 101 cartas dirigidas al Abad de Vaux, director espiritual de la comunidad de Angers.
- 17 cartas dirigidas al P. Portail, Director General de la Compañía,
- 4 cartas dirigidas a ios padres Dehorgny, Berthe, Ozenne y al HQ Ducourneau,
- 19 cartas dirigidas a diferentes personajes: sacerdotes, parientes, señoras,
- 1 carta dirigida a su hijo Miguel,
- 2 cartas sin dirección.
La mayoría de las cartas las escribió ella misma, sin embargo, un numero bastante grande las dictó a sus distintas secretarias y las firmó ella: Luisa de Marillac, LdMarillac o LdM, sólo firmó una, escrita de su puño en 1644, con Legras; está dirigida a Vicente de Paúl, sobre un complicado asunto de Damas y de niños abandonados. Algunas veces se olvidó de firmar. Unas pocas son copias recogidas en un cuaderno, y bastantes fueron transcritas al manuscrito Soeur Chetif, y asimismo autenticadas por esta Superiora General.
En su gran mayoría son cartas para la organización y dirección de las obras y para la animación de las comunidades y de las Hijas de la Caridad. Unicamente después de 1655 encontramos algunas cartas enteramente de espiritualidad: cartas a las Hermanas dirigiéndolas a una santidad de servicio; noticias de sus familiares, tristeza por las Hermanas enfermas y dolor por las difuntas, preocupación constante por que no viajaran solas y mayor aun por que no viviera una Hermana aislada, especialmente si residían lejos porque se sentirían alejadas, aisladas de las demás, en soledad y en abatimiento. Muchas cartas vienen a ser como esquelas de asuntos caseros sobre frutas, comestibles, hilos, telas, cacharros y precios de las cosas. Otras rezuman desvelos por toda clase de dificultades en sus hijas, que ella intenta solucionarles o desasosiego por el abandono de una u otra Hermana y por las consecuencias que ello provocaba; miedo a que se rompiesen por una sobrecarga de trabajo y cuidado para que las relaciones con externos no las aflojara en el servicio o debilitara la vida de comunidad.
Escribe con facilidad sin preocuparse del estilo, prieto y conciso, en el que tienen más importancia las ideas que la expresión. Su mente va más rápida que la pluma; no repite lo que le dicen, ella responde sin que sepamos algunas veces a qué. Escribe según le vienen los asuntos a la mente; parece que da saltos, por eso algunos párrafos son difíciles de comprender.
Escritos
Llamamos escritos a papeles sueltos que escribió Luisa sobre vida espiritual, sobre negocios y asuntos diversos, en total unos 130 escritos [el número no se puede precisar, ya que algunos que llevan numeración distinta son, en realidad, parte de otros]. Alrededor de 114 son autógrafos de la santa, los restantes son copias; una decena autenticados por Sor Chétif. Todos los escritos de Luisa de Marillac se pueden clasificar:
Documentos privados: Actos de Protesta (A 3 [E 4]), Oblación a María (A 4 [E 5]), Reglamento de Vida (A 1 [E. 7]), oraciones (A 49 bis, 59 [E 54, 110]), consejos pedidos al señor Vicente (A 45 [E 96]), catecismo (A 48 [E 291) y testamento (A III [E 114]). Hay, además, una fórmula de los primeros votos de las Hijas de la Caridad, comenzada por Sor Juana de la Cruz y terminada de copiar por Luisa de Marillac (A 44 bis [E 631).
Resúmenes de la oración: Unos resúmenes son ideas o pensamientos escritos como de paso, en cualquier momento, a veces durante la oración misma para fijar la mente, vg. : E 44bis, 24 y 28[estos dos pertenecen a la misma oración] [E 66, 86 y 88].
Otros son resúmenes de su oración, escritos después de haberla terminado, para que la leyera Vicente de Paúl o ella misma en otro momento, por ejemplo: A 32, 38, 39, 19, 31, 10, 15, 30, 45 bis, 14 bis, 42, 23, 37, 31 bis 5 bis 1E 6, 8, 9, II, 12, 15, 21, 35, 40, 56, 59, 69, 89, 106, 1071…
Por el mismo motivo redactó las meditaciones de sus Ejercicios Espirituales: A 7, 8, 6, 5, 8, 26 [E 10, 14, 20, 22, 23, 98].
Reflexiones o recapitulaciones: Son pequeños artículos sobre temas muy concretos para animar a las Hijas de la Caridad en vida espiritual, comunitaria y de servicio. Está claro que los escribió para ellas: A 29, 34-35, 21-21 bis, 40, 75, 20, 36, 14, 33, 13 bis, 25, 27, 100, M 72 [E 19, 28, 33, 46, 53, 57, 58, 67, 68, 85, 87, 105, 108, 99].
Memorias o diario espiritual: En un momento de su vida, cuando ya pasaba de los 50 años, problablemente después de 1642 -caída del piso de la sala la víspera de Pentecostés- recordó las gracias que Dios le había hecho en el pasado y las escribió; luego continuó escribiendo las demás gracias divinas que recibía. Todas son experiencias de Dios con un aire contemplativo o místico:
Noche mística de 1621 a 1623: A 13, 15 bis, 2 [E 1, 2, 31
Experiencias de Unión a lo largo de sus años, dominadas por los verbos sentir y parecer: A 17, 50 (desposorio místico), 29, 12, 43, 16, 18, M 8 bis [13, 16, 19, 24, 27, 36, 103, 109].
Experiencias espirituales simplemente: A 21 y 21 bis (son uno solo), 41, 22, M 35 bis [E 33, 34, 37, 38].
Esquemas para sus conferencias semanales, sus intervenciones en las conferencias de San Vicente, avisos a Hermanas, etc. : L 131, A44, 71, 63, 68, 74, 60, 51, 78, 62, 67, 65, 66, 61, M 69, 70, 73, S 24 [E 51, 52, 60-64, 70, 73, 74, 81-83, 94, 101, 90, 97, 104, 84]
Reglamentos para las Hijas de la Caridad que servían en distintas instituciones o en diversas ramas de caridad y beneficencia. Aunque puedan parecer que son reglamentos para las obras, están dirigidos a las Hijas de la Caridad salvo uno redactado para una Caridad (A 46 [E 181)•
Avisos dados a las Hermanas destinadas a una nueva fundación. Unas veces daba los avisos por iniciativa personal, otras se lo encomendaba el superior Vicente, cuando a él le era imposible estar presente.
Informes sobre las visitas a las Caridades: A 51, 53, 52, 47 [E 17, 25, 26, 32].
Estudios sobre el Hospital General, las asambleas de las Damas y en especial sobre la Residencia del Santo Nombre de Jesús. La mayoría son notas de contabilidad: A 56, 99, 112, 101, 102, 94, D 549, 550-552, 558, 562, 579-583, etc. [E 71, 76-79, 102…1.
Intervenciones
Con la misma garantía de autenticidad que atribuimos a las conferencias de San Vicente de Paúl, encontramos una serie de intervenciones de Luisa (alrededor de 22) exponiendo sus ideas y su modo de pensar. Por lo general siempre interviene a requerimiento del señor Vicente.
Con la misma autenticidad encontramos escritas unas doce de las veces que manifiesta su criterio en los Consejos de la Compañía.
Poema a Jesús nacido: Es extraño que Luisa no escribiera más poesía. Al menos no se han encontrado. Y Luisa tenía facilidad para escribir, y hasta parece que no le desagradaba. Sin preocupaciones métricas, es un poema más intelectual que afectivo, a pesar de algunas invocaciones. Los pocos afectos tienen un sentido de conclusiones virtuosas {D 846).
El. lenguaje de los escritos es variado. No busca escribir literariamente Nos impresiona su estilo prieto y conciso; cada palabra exacta encierra todo un pensamiento. Parece que ha sido seleccionada escrupulosamente sin que pueda ser sustituida por otra y la idea no pierda su sentido genuino. Y sin embargo a Luisa le brotaban esas palabras instintivamente. Su espíritu analítico -que la llevaba a profundizar en las entrañas de las cosas- y los temas abstractos y especulativos que reflexionaba, hacen que nos parezca oscura y difícil de leer. A todo esto se añade que muchos escritos son resúmenes breves o frases esquemáticas. Tampoco favorece la lectura su estilo característico de saltar de una idea a otra o a las conclusiones sin explicar el paso o indicar el camino que ha seguido.
Directores espirituales
Sus directores de juventud la ayudaron a introducirse en la atmósfera de influencia renanoflamenca y dionisiana de. la Mística Abstracta, acorde con su psicología, su vida de sufrimiento. Los primeros directores fueron los capuchinos del arrabal de Saint-Denis Eran compañeros o discípulos de Benito de Canfield, lectores y propagadores de su libro La Regla de Perfección, totalmente dominados por la espiritualidad nórdica. Seguramente Luisa se dirigió con ellos desde 1606 hasta 1619, es decir, desde los 15 hasta los 28 años. Hay que aceptar que también influyó en Luisa su tío Miguel de Marillac: Se conservan varias cartas que le dirigió él y, aunque se han perdido las que le dirigió ella, aparece como un consejero espiritual y un director de conciencia. El la llama, sencillamente, señorita. No era raro en aquella época que seglares ayudaran a otras personas en la búsqueda de la santidad. También Luisa dirigió a otro seglares. Miguel de Marillac vivía plenamente la espiritualidad de la Escuela Abstracta, aconsejando a Luisa el desprendimiento’ absoluto hasta el anonadamiento del ser, desde 1613 hasta 1624, desde los 22 hasta los 33 años. Aunque algunos biógrafos ponen a San Francisco de Sales como director de Luisa, estácIardque no lo fue, como está claro que la visitó varias veces en 1619, estando ella enferma, y también es patente el influjo de su espiritualidad a través ch sus escritos y de San Vicente.
Junto con San Vicente, Jean-Pierre Camus, Obispo de Belley, fue el director más. atrayente para Luisa. De él recibía cartas llenas de humanidad para que viviera alegre y serena . Es posible, pero no probable, que Camus tomara contacto con Luisa de Marillac por ser sobrino de la segunda esposa de Luis de Marillac, Antonieta Camus. Seguramente fue San Francisco de Sales quien se lo aconsejó. Por esta época el obispo. Belley era un director exigente y hasta duro. Su amigo San Francisco le pedía suavidad. En 1617 había publicado Dirección en la oración mental donde habla de la contemplación pasiva y . sobreeminente. Sigue veladamente a Benito de Canfield, sin citarlo, por no desagradar a su amigo San Francisco. En esos años acepta con simpatía las ideas renanoflamencas, aunque años después se alejara rotundamente de ellas. Es el gran consuelo de Luisa durante la enfermedad de su es poso. La dirigió de 1619 a 1625, de los 28 a los 34 años.
A finales de 1622 Luisa se trasladó a vivir ala calle Courtau-Villain, al lado del convento carme-. lita de la Santa Madre de Dios. Es conocida la tendencia de las primeras carmelitas francesas por la mística de las esencias que tanto alborotó a la española Ana de Jesús Lobera. La mística de las esencias había sido fomentada por Bérulle, uno de los tres superiores de las carmelitas francesas. El convento había sido fundado, hacía cinco años, por Catalina de Jesús y por Magdalena de San José, discípulas fieles y propagadoras de las ideas nórdicas de Bérulle. Hasta parece que en el verano de 1625, ausente Vicente de París, Luisa hizo los Ejercicios guiada por Magdalena de San José o por el oratoriano P. Menard.
Luisa es, pues, al tomar a Vicente de Paúl por director, una mujer que pertenece a ese círculo de espirituales que seguían las influencias de la Mística Abstracta. Pero también Vicente de Paúl por estos años está influenciado por Bérulle y hacia 1624 toma amistad con Saint-Cyran, un entusiasta de las ideas berullianas y colaborador en su obra Discursos del estado y grandezas de Jesús. A lo largo de los años aparecen en los escritos de Luisa las ideas y las formas de estos espirituales, unas veces un tanto difusas y otras con toda claridad. Sin violentarla, San Vicente de Paúl, al par que le descubre a los pobres, le mostrará la espiritualidad sencilla del seguimiento de
Jesús viviente en los pobres: el vicencianismo. Al final de su vida Luisa vivirá una espiritualidad propia, luisiana, mezcla de Mística Abstracta y de vicencianismo, con preponderancia de éste.
Vida espiritual
Oración contemplativa
Ayudada por sus directores, comenzó a hacer oración hacia los 15 o 16 años y la oración la llevó a superar las dificultades de su mundo. Durante 15 años se esforzó en la oración mental en forma de meditación, y el 20 de enero de 1622, con el inicio de la enfermedad de su marido entró en la Noche mística para purificarla de una manera dura y cruel de todo lo que era incapaz de purificarse ella misma: «Grandes abatimientos de espíritu por los sentimientos de mi propia abyección que me hacen aparecer como una cloaca de orgullo y fuente de amor propio, de desamparo, anonadamiento de mí misma, de abandono de Dios merecido por mis infidelidades, con una opresión tan grande que, en los momentos más violentos, me hacían sufrir en el cuerpo». «Y tales penas llegaron a tal punto que, si las hubiese dicho y hubiera hecho lo que me impulsaban a hacer, creo que se habría juzgado…» (inacabado) (A 13, 15 bis [E 1, 2]).
La noche mística explotó en mayo-junio de 1623, en forma de complejo de culpabilidad por no haber cumplido el voto de ser religiosa: «En el año 1623… el día de la Ascensión tuve un gran abatimiento de espíritu por la duda que tenía de si debía abandonar a mi esposo, como lo deseaba fuertemente para reparar mi primer voto y tener más libertad de servir a Dios y a mi prójimo… El día de Pentecostés, oyendo la Misa o haciendo oración en la iglesia, en un instante, mi espíritu fue iluminado de sus dudas. Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido… Se me aseguró también que debía quedar tranquila… Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí…» (A 2 [E 3]).
De aquí en adelante su oración es experimental, se adentra en la mística; de tiempo en tiempo sintió la presencia de Dios, hasta llegar al desposorio místico siete años después, en febrero de 1630, mientras iba a visitar las Caridades de Asniéres y Saint-Cloud: «A lo largo de todo el viaje me parecía obrar sin ninguna intervención de mi misma [¿unión transformante?]… En la santa comunión me pareció que Nuestro Señor me daba el pensamiento de recibirlo como a esposo de mi alma, y que esto era ya una forma de desposorio, y me sentí tan fuertemente unida a Dios en esta consideración que para mi fue extraordinaria» (A 50 [E 161).
Luisa se presenta como una de las mujeres más activas; tan activa como San Pablo, Santa Teresa o San Vicente de Paúl y tan contemplativa como ellos. Desde 1622 a través de los años hasta su muerte recibió purificaciones y experiencias pasivas de Dios. Nos quedan muchos papeles contando esa vida divina, pero sin fecha. Su lenguaje es sencillo. No da sensación de nada extraordinario, porque no quiere exponer ninguna teoría ni explicar su oración; ella quiere únicamente decir a su director lo que le pasa en la oración: aparecen verbos en pasiva, luces y amor producidos por el Otro, todo sucede de repente sin esperarlo, sin intervención de ella, con efectos de felicidad espiritual. En algunos trozos no aparece nítidamente el carácter contemplativo de la oración. Son trozos dominados por el verbo sentir, pero todo causado por Dios. Otras veces aparece con más claridad la experiencia mística. Son páginas en las que se respira la pasividad; entre lineas leemos la presencia de Dios de una manera incontrolada por el hombre. Hay momentos en que la comunicación mística es evidente. La expresa frecuentemente con el modismo me pareció. Es el lenguaje de lo inefable.
Su director, el señor Vicente, consideraba esta oración como algo fuera de lo común, y se la respeta. Santa Luisa era contemplativa, pero no llevaba vida contemplativa. Estaba entregada a los pobres con una vida repleta de acción. Vicente de Paúl había puesto a las Hijas de la Caridad, y Luisa lo era, un tiempo diario de oración -una hora-. Durante este tiempo de oración las Hijas de la Caridad debían llegar a una contemplación tan excelsa como la que gozó Santa Teresa de Jesús (Conf. 31 de mayo de 1648). En caso de coincidencia debían abandonar la oración para servir al pobre; era dejar a Dios por Dios (Conf. 23 de julio de 1654; SL. L. 396, 439 [c. 458, 5371).
Doctrina
Designio eterno de Dios
Luisa fue una mujer un tanto obsesionada por la peculiaridad de su vida personal. Se sentía marcada por el sufrimiento y por la marginación familiar en su niñez y en su juventud, y cuando quedó viuda, por la incertidumbre del futuro de su hijo Miguel: «Dios me ha hecho tantas gracias, como la de darme a conocer que su santa voluntad . era que fuera a El a través de la cruz, que su bondad quiso que tuviese desde mi mismo nacimiento, no dejándome casi nunca en todos mis años sin ocasión de padecer» (A 29 1E 191). Como era frecuente entonces -a causa de los misterios para los que no se encontraba explicación-Luisa acudió al decreto eterno de Dios y en él encontró la respuesta: Luisa estaba convencida de que Dios en la eternidad había decretado su vida y ella debía colaborar. Esta respuesta fue un alivio humano y un respiro sobrenatural; dio un sentido redentor a su vida. Ni la desesperación ni la pasividad, sino la colaboración. Su espiritualidad brota así de la experiencia de su persona y sube hasta la divinidad y de esta desciende, de nuevo al mundo.
Sus directores de tendencias renanoflamencas le hablaron -sin exceptuar a San Vicente- de la grandeza de Dios y de la pequeñez del hombre. Metida en la divinidad descubre que Dios es el único ser que existe por sí mismo y es la esencia de todos los seres creados. ¿Cuál es, por consiguiente, el plan divino en la creación de Luisa y del universo? Dios la ha creado a ella para estar eternamente unida a Él, y la creación no tiene más razón de ser que la de servir al Hombre a unirse con Dios. Misión del Espíritu Santo es descubrírselo a los hombres (A 19, 7, 26 [E II, 10, 98]). Pero esta unión nunca será perfecta al estar el hombre separado del Dios inaccesible por lo infinito. Pero si el hombre no puede ser Dios, Dios sí puede hacerse hombre. Y en la eternidad la Trinidad decreta la Encarnación, para que por medio de la «Santísima Humanidad» del Hijo de Dios se realice la unión, de tal manera que Dios solo se une a las almas en las que encuentra «la impresión de Jesucristo» (A 19, 8 [E I 1, 23]). Pero como la Humanidad de Jesucristo sube a los cielos, inventa la Eucaristía para que Dios humanado siempre esté unido a la creación. Como hay hombres que no se unen a Dios por medio de la Eucaristía, Dios los une a la divinidad a través de los méritos de su Hijo (A 14 [E 67]). Luisa analiza las tres causas de este plan eterno de unión del hombre con la divinidad: El amor divino al contemplarnos como una participación de su ser; la naturaleza del hombre, obra maestra de la creación que pide esa unión; y la grandeza de Dios que exige recibir la verdadera gloria por parte de la creación adecuada a Dios (A 28, 26 lE 88, 98]).
Voluntad de Dios
Luisa de Marillac había elaborado una ideología sobre la voluntad de Dios. Había recogido ideas de Bérulle, Canfield y San Francisco de Sales, pero quien dio vida al pensamiento fue Vicente de Paúl, aunque en algunos momentos Luisa aparece más canfeldiana que salesiana; lo contrario de Vicente de Paúl. Favorecida por la sociedad piramidal francesa que descansaba en la voluntad de Dios, concibió una ideología sin escribirla en un tratado:
El designio divino es el plan de salvación trazado por la voluntad de Dios en la eternidad. Lo importante es la voluntad divina, que tiene el pa pel principal en la divinidad y, por esto, cumplir la voluntad de Dios es el comienzo y fin de toda espiritualidad. La conservación del universo depende del beneplácito de la voluntad divina. En el plan de salvación es atrevida e identifica la voluntad divina con la gracia santificante (A 15, 24 [E 21, 861). Es la gracia santificante y el método más fácil para llegar a la santidad. En esto sigue fielmente a Canfeld y a San Vicente (L. 40 [c. 723]). Toda su espiritualidad se desarrolla así sobre la voluntad divina, por convicción y por estima. Todo en la vida, aun los mínimos detalles de cualquier persona, cae bajo la voluntad de Dios; oponerse a ella es ponerse en peligro de condenación. Ella quiso comprometerse a hacer voto de cumplir siempre la voluntad de Dios «si le daban permiso» (A 15 [E 21])
Aunque la ilusión de Luisa era cumplir la voluntad de Dios, su preocupación fue conocerla y abandonarse a ella. Cuatro medios descubre para discernir la voluntad divina en la tierra: obediencia a Vicente de Paúl y a los superiores o directores, escuchar al Espíritu Santo en la oración, descubrir en el Evangelio el seguimiento de Jesucristo, los mandamientos y las reglas pero sobre todos, los pobres; las necesidades de los pobres es el camino definitivo para conocer la voluntad de Dios.
La Providencia
Luisa no define lo que entiende por providencia; algunas veces la identifica con la voluntad divina o con el mismo Dios, pero sabe que es el gobierno de Dios sobre la creación para que alcance su fin: la unión con Dios; con lo cual el hombre se salva y Dios es glorificado. Para Luisa la Providencia es eficaz e interviene en todo, en lo espiritual y en lo material, en la naturaleza y en el hombre. Esta mentalidad la favorecía la sociedad que atribuía a la Providencia cualquier catástrofe ante la que el hombre se sentía impotente. Es también consecuencia de la dirección recibida en su juventud, que cuadraba admirablemente con su vida de sufrimiento.
Esta es la teoría, sin embargo en la practica no era tan radical. Antes de realizar cualquier obra, consideraba que todo dependía de su esfuerzo, tan sólo después de realizarla, consideraba los resultados como venidos de la Providencia. En su manera de actuar veía la creación inacabada, en la mano de los hombres (L. 107 bis, 519 [c. 58. 654]).
La espiritualidad de Luisa es sencilla: colaborar con la Providencia para que se realicen los planes que en la eternidad proyectó la voluntad de Dios para la unión de la humanidad con la divinidad [salvación]. Pero en su pobre persona encontraba infinidad de obstáculos. Los primeros son el orgullo contrarrestado con la humildad ante la grandeza de Dios; y el sufrimiento que sólo venció, cuando descubrió que a las personas que llama al sufrimiento Dios les da una gracia especialísima para superarlo. Con esta mentalidad se pudo abandonar enteramente en Dios. El abandono es el final de su camino hacia Dios. Es una exigencia del desconocimiento que tenemos de la llegada de Dios y del hecho que toda persona es una propiedad del mismo Dios. (A 5, 17 [E 22, 13]). El Abandono es un desprendimiento total de la persona y de las criaturas, y comprende un desprendimiento activo y otro pasivo. El activo se reduce a la mortificación de los sentidos, pasiones, juicio y voluntad, para alcanzar las sólidas virtudes. El desprendimiento pasivo es consentir que Dios nos deje desnudos y solos, privándonos hasta de sus consuelos y aceptando las tentaciones que le plazca enviarnos. El abandono debe realizarse en el ser constitutivo del hombre: la voluntad, desprendiéndose de la misma libertad que constituye la esencia de la voluntad. Toda esta doctrina no la lleva a la pasividad. Sabemos la actividad absorbente que la dominaba. Su pasividad se reducía a ser purificada por Dios y a dejarse poseer por la divinidad. Pero siempre con el consentimiento de ella (A 19, 30, 12 [E II, 35, 24]). Sólo con el abandono más absoluto puede llegar el hombre al puro amor. A diferencia de San Francisco de Sales o de Lorenzo de París, Luisa iguala el puro amor al desprendimiento total para abandonarse en Dios, y no en la aceptación del mismo infierno si, por un imposible, fuera la voluntad de Dios (A 27 [E 105]): «A los pies, pues, de esta cruz santa y sagrada que yo adoro, es donde sacrifico todo lo que podría impedir la pureza del amor que Tú quieres de mí, sin que por ello pueda yo pretender jamás ningún gozo que no sea estar sumisa a tu agrado y a las leyes que la pureza de tu amor me propone… No os espantéis, queridas Hermanas, porque con esta palabra, todo, no pretenda exceptuar nada… Porque si somos tuyas [Señor] ya no seremos nuestras, y si pensamos ser tuyas, ¿no será un disparate usar de nosotras?»
Jesucristo
Cristología del pobre
Luisa se sintió marginada y utilizada por su familia. El sufrimiento no la abandono desde su nacimiento y tuvo que luchar sola para sobrevivir en una sociedad de estratos sociales. Como una respuesta a los interrogantes de su vida se sentía atraída por el anonadamiento de la mística abstracta y por la concepción pesimista de la persona humana, capital en el agustinismo de la escuela nórdica. Cuadraba perfectamente, además, con su pensamiento fuertemente metafísico. Los pobres llegaron a penetrar en su vida como una parte de su naturaleza, pero en los comienzos se presentan a ella como venidos de fuera, contagiada por San Vicente. Luisa tan sólo se decidió a entregarse a los pobres cuando tenía 37 años. Después, pocas veces sirvió a los pobres directamente; lo hizo a través de sus hijas. Sin embargo, entregó su vida y sus energías al necesitado. Todo lo que hizo en favor de las Hijas de la Caridad, llevaba la mira de los pobres. Sin ellos su vida desaparece. Simultáneamente penetró Jesucristo en su espiritualidad, pero también como un vestido colocado a su persona. Lo que Luisa sentía intrínseco a ella era la divinidad absoluta y poderosa. Si la clasificáramos, diríamos gue era teocéntrica. Su teocentrismo no elimina a Jesucristo, no sería cristiana. Lo que especifica su teocentrismo es centrarse en la divinidad y más tarde en el Dios de Jesucristo y constituirlo como lugar de encuentro con la Trinidad (A 26 [E 98]). Y en este sentido también es cristocéntrica, con una idea descendente, de Dios al hombre Jesús. La cristología de Luisa no conduce a una lucha violenta, pero conduce a una acción sostenida y enérgica para resistir la opresión y liberar a los pobres: colocó al pobre como centro de la sociedad, porque los pobres son los miembros de Cristo y ocupan su lugar en nuestra tierra, por ello hay que dejar la oración para socorrer una necesidad urgente del pobre; es dejar a Dios por Dios. Ideas del evangelio que llegaron al siglo XVII a través de la patrística y de la Edad Media, aunque frecuentemente como teoría devaluada. Para una gran parte de los cristianos el pobre era el resultado de una maldición divina, portador de enfermedades, propagador de herejías y peligroso para los ciudadanos. Bastantes personas piadosas habían intentado, sin lograrlo, dar al pobre un lugar privilegiado, pero sólo lo consiguieron en teoría y en piedad. Sin embargo para las Hijas de la Caridad, que fundó con San Vicente, organizó y dirigió, Cristo perdura en los pobres. Cristo, como modelo, señala la manera de actuar con los pobres y, como ideal y espíritu dinámico, impone a las Hijas de la Caridad que su vida sea «una continuación de la suya» en medio de los menesterosos (L 328 656 [c. 384, 722]).
Al tiempo que Luisa se metía entre los pobres, se llenaba de vicencianismo y la espiritualidad de la Escuela Abstracta quedaba en el fondo de su espíritu. Una parte del vicencianismo fue la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. De sus papeles y cartas se saca una doble visión de Jesucristo: una doctrinal y la otra práctica.
Doctrina
La Encarnación era necesaria para unir a la humanidad con Dios. Luisa concibe la Encarnación en cuatro tiempos: La decisión eterna tomada por la Trinidad de que el Verbo se encarnase, pues el hombre en su materialidad está capacitado para realizarse, pero en su espíritu no puede alcanzar su fin: la unión con Dios, sin la Encarnación (A 13 bis [E 851). Segundo tiempo: el descubrimiento del decreto al primer hombre y la promesa de realizarlo, al mismo tiempo promete la redención, cambiando el pecado de la naturaleza humana en personal. La encarnación la pide el amor divino y la exige la perfección de la naturaleza humana y la gloria perfecta divina (A 26 [E 981); tercero: la realización en el tiempo por medio de María del decreto eterno; y cuarto, la vida y muerte de Jesucristo. Consecuencias: Jesús es nuestro Padre, pues por el Bautismo nos da su misma vida, tenemos que parecernos a El, Dios sólo nos da las gracias a través de Jesucristo y María es el canal por donde vienen las gracias.
Examinando toda la doctrina y especialmente las tres causas de la Encarnación se concluye que, para Luisa, interpretando a San Pablo en Col. 1, 15-18 el motivo de la Encarnación fue la unión del hombre con Dios, y el Verbo se hubiera encarnado, aunque el hombre no hubiera pecado. Esta doctrina pudo leerla o escucharla a los capuchinos, seguidores de Scoto, a Bérulle o a San Francisco de Sales.
Para Luisa el cuarto tiempo: vida y muerte de Jesucristo, cierra el ciclo de la Encarnación: para unirnos con Dios hay que ir por el camino de su Hijo. La vida de Jesús tiene la misión de enseñarnos el camino para ir a Dios: «Todas sus acciones no son nada más que para nuestro ejemplo e instrucción», y sólo «haciendo las acciones que El hizo en la tierra, los cristianos tendrán ya en esta vida la unión con Dios» (A 5, 10 [E 22, 15]). A imitación de Bérulle suele hablar de los estados de Jesús, en especial de dos: la vida oculta, singularmente en el seno de María, y su muerte. Es la muerte de Jesús la que completa nuestra unión con Dios, pues en ella la «naturaleza humana adquiere pleno poder para unirse con Dios» de una manera tan estrecha «que Dios ha castigado en su Hijo la enormidad del pecado» (A 21- 21bis [E 33]). Aquí se separa de la escuela Abstracta, reacia a meditar la Pasión.
Unión en la Eucaristía y por los méritos de Cristo
La Humanidad de Cristo subió a los cielos, pero como Dios quiere una unión inseparable, inventó la Eucaristía. «Y como en el cielo Dios se ve en el hombre por la unión hipostática del Verbo hecho hombre, ha querido estar en la tierra a fin de que ningún hombre estuviera separado de El» (A 15 [E 21]). No es una unión estática o de presencia solamente, es para ser comida y ser una fuerza dinámica de acción. Delante de Vicente, explica a las Hijas de la caridad que con la Eucaristía aumenta el amor de Dios a los hombres, ya que para la salvación bastaba la Encarnación, pero con la Eucaristía quiere nuestra santificación, comunicándonos «todas las acciones de su vida… deseando que seamos semejantes a El por su amor» (A 71 [E 60]).
Finalmente contempla la unión entre la humanidad y la divinidad a través de los méritos de Jesucristo. Es una unión intencional y meritoria. La Eucaristía es la unión más vital y divina, pues en ella se realiza la doble unión de cuerpos y por los méritos de Criáto. Esta unión meritoria se realiza dando «el testimonio que quiere que demos de El, haciendo las acciones que El hizo en la tierra» (A 26 [E 98]). El mismo Cristo tuvo presente en la cruz esta unión, al exclamar que tenía sed; era la sed de aplicar «sus méritos a todas las almas creadas para el paraiso», pero sólo se aplican a los hombres que consienten en ello (A 21- 21 bis [E 33]). La influencia de San Vicente cada día se hace más intensa.
Seguimiento de Jesucristo
El seguimiento de Cristo lo presenta como algo práctico de la vida diaria, siguiéndole en medio de los pobres hasta morir crucificada por ellos. Seguir a Cristo supone: comunión con su vida comprometida con los pobres; continuación de su misión de salvación y liberación de los pobres; participación en su destino sacrificado hasta morir por los pobres. En los primeros años de su encuentro con San Vicente, Cristo es el Dios inmenso al que hay que honrar, aunque algunas veces honor signifique imitar también. Poco a poco lo considera el camino que nos introduce en la divinidad.
Comunión con su vida. El Jesús del Evangelio se presenta ante ella y las Hijas de la caridad con todo su mensaje de seguimiento. Unas veces con las partículas: como, tal que, ya que dijo…, nos presenta a Jesús obrando y actuando para que le sigan; otras veces siente el deseo de imitar, luego el deber, hasta concluir con la obligación de imitar a Nuestro Señor. La imitación no se reduce a una copia material. Para Luisa imitar a Cristo es asumir su vida, de tal manera que nuestra vida sea una continuación de la suya. A Cristo lo siente activo como, si al imitarlo, se hiciera una transfusión de la vida de Jesucristo en la vida de ella. La vida de Jesús es un ideal que pretende realidad y un espíritu que da vida a su vida. Hay que asimilar la vida de Jesús hasta hacer de ella el motor que actúe la vida entera, penetrando en la dinámica íntima del obrar de Cristo: su espíritu. Vaciarse de uno mismo para llenarse de su espíritu, de sus mismos sentimientos.
Espíritu de la Compañía: Luisa no lo explica detenidamente, es el superior Vicente quien debe hacerlo. Pero sí se detiene a comparar a las Hijas de la Caridad con los cristianos. Seguir a Jesucristo tiene su raíz en el bautismo. En el bautismo Jesús nos da una vida nueva, siendo así nuestro Padre, y como hijos debemos parecernos a El. De Jesús-Padre lo que más admira es su. amor que le empuja a «expresarlo con una muerte anticipada», sin olvidar, por lo tanto que «los que hemos sido bautizados en Jesucristo hemos sido bautizados en su muerte». Sin expresarlo abiertamente Luisa compara a la Hija de la Caridad con cristiana y de la comparación deduce que la Hija de la Caridad es algo más que una cristiana, no cuantitativamente sino cualitativamente. (. L 200, 217, 276 [c 224, 257, 316]).
Unión transformante: El seguimiento de Jesús le induce a un intercambio del vivir con El: «Ya que Jesús hace propias nuestras necesidades… he resuelto seguirle enteramente sin ninguna distinción, y sintiendo consuelo de ser tan feliz al ser aceptada por él para vivir en su seguimiento toda la vida» (A 5 [E 22]). Jesús acepta este intercambio de vida como entre los esposos: «El lunes, en la santa comunión, de repente, sentí que se me advertía o que deseaba que Nuestro Señor viniese a mí acompañado de sus virtudes para comunicármelas» (A 18 [E 103]). En este modo de vivir desea llegar «hasta el pie de la cruz que elige como a su claustro». Es llegar al puro amor como meta del seguimiento (A 27 [E 103]). Así el seguimiento se centra en una sola decisión: hacer en todo la voluntad del Padre, como lo hizo Jesús en la tierra.
Continuación de su misión
Para Luisa aquí se centra el corazón del seguimiento. Toda su vida es un ejemplo, además de manifestarlo en cartas y en sus escritos. Para ello fundó con San Vicente la Compañía de las Hijas de la Caridad. Sin esta misión específica de la misión de Jesucristo desaparece la Compañía y su vida, sin duda alguna, hubiera sido totalmente distinta.
Participación en su muerte
En toda su correspondencia presenta a Jesús sufriente. Era el Cristo de su vida de dolor y el de las Hijas de la Caridad frecuentemente enfermas, corriente en el siglo XVII. En sus cartas se lee la despedida soy en el amor de Jesucristo crucificado. Seguir a Jesucristo significa tomar parte activa en el destino inseguro y sacrificado de Jesús en bien de los pobres. Todo discípulo debe seguir este destino peligroso. Sin embargo pien sa que hay hombres destinados al sufrimiento y sin una asistencia especialísima de Dios no le pueden ser fieles; también los hombres llamados a una vocación especifica están sujetos al sufrimiento, a causa de las dificultades de su vocación; asimismo hay personas llamadas a santificarse por medio del sufrimiento; ella misma se considera destinada al sufrimiento. . Sin. embargo, . no puede caer ni en el fatalismo o angustia ni en la rebeldía o venganza. . La esperanza la lleva a dar la única respuesta válida al sufrimiento: siguiendo a Jesucristo encuentra en el amor de la crucifixión la única esperanza. El dolor es inherente al ser creado y la vida causa dolores que sólo encuentran explicación enel amor que Dios nos tiene al entregar a su Hijo a una muerte de cruz. La esperanza cristiana asume los remedios sobrenaturales así como los sicológicos y los esfuerzos materiales de los hombres.
María, elegida por Dios eterno
Su devoción a María es un reflejo de la devoción a María en el siglo XVII: una devoción es popular y otra crítica y seria. Luisa siente un desdoblamiento de mujer culta: su mentalidad es devotamente crítica, debido a Vicente de Paúl, pero su devoción práctica es popular. Con todo, María no es el eje de su espiritualidad como lo es la divinidad o Jesucristo. Pero tampoco la considera insignificante. En las cartas María aparece pocas veces y de paso, a no ser en la memoria de la peregrinación a Chartres. Sin embargo en escritos espirituales descubre que profundizó los misterios marianos y amó con fuerza a María. Luisa pone como principio mariológico la elección de Dios en la eternidad, más que la maternidad divina. Si. la Encarnación era necesaria para la unión del liombre con Dios, María fue necesaria para la Encarnación, perteneciendo así a la sustancia de la Encarnación y a la economía de la redención. Considera el decreto de la elección como un fruto del amor de Dios a María y recurso de misericordia hacia ella, Luisa, y hacia la Compañía para que conserve su pureza. La honra que tributamos a María se apoya en la elección y de esta brotan todas las gracias y prerrogativas de María. A veces Luisa parece indicar que María no fue elegida sino expresamente hecha para ser Madre de Dios. En frase berulliana la llama «la obra maestra de la Omnipotencia en la naturaleza puramente humana», «María fue el único ser hecho capaz por Dios, de una manera extraordinaria, de gozar de la plenitud de la divinidad… Y en el cielo será para los bienaventurados gloria accidental, como Dios es la gloria esencial.» (A 4, 31 bis [E106, 5])
De todas las prerrogativas marianas Luisa se extasía en dos: la Inmaculada y Madre de Gracia. La Imnaculada es una consecuencia de la elección: Dios aplica el designio de la encarnación a la materia que debía formar el cuerpo virginal de María; materia antes de ser engendrada como verdadera hija de Adán. De esa materia se hará el cuerpo de María sin pecado original. Da la sensación que, para Luisa de Marillac, la materialidad corporal es la señal y la realidad de la pertenencia a la estirpe de Adán; como si, a través de la sangre contaminada, se transmitiera el pecado original (A 4 [E 5]). Lógicamente deduce para María aumento continuo de la gracia y enriquecimiento de los méritos de Cristo, inmunidad de la concupiscencia, obrar siempre con agrado de Dios, iluminación del entendimiento y robustecimiento de la voluntad. En especial María es el testimonio que «hace conocer y adorar todo el poder de Dios que hizo en ella la gracia de dominar totalmente la naturaleza».
En la Inmaculada parte de la elección eterna, para la mediación se retira al nacimiento de Jesús, pero como la fase final de la elección divina. «No sin razón la santa Iglesia la llama Madre de Misericordia. Y lo es porque es madre de gracia. Os veo, purísima Virgen, Madre de gracia porque no sólo habeis dado la materia para formar el sagrado cuerpo de vuestro hijo -pues aun no erais madre- sino que le habeis introducido en el mundo». De ahí, que María sea «Madre de la ley de gracia, pues es madre de la misma gracia». Con razón la Iglesia le da el titulo de Mediadora entre Jesús y los hombres.
Devoción popular
Luisa es una mujer formada en teología, con una piedad más intelectual que que afectiva. Sin embargo, su vida experimentaba todo el peso de la devoción popular. Los grandes problemas de su vida se los presenta a María como todas las devotas de su tiempo. Concretamente se los presenta a María en Chartres, a donde va en una mezcla de peregrinación y ejercicios espirituales (L III [c. 121]) Allí presenta las necesidades de su hijo, el futuro de la Compañía y sus disposiciones para la muerte. El desdoblamiento de su devoción se afianza en la promesa de dar un cuadro a Chartres, otro a San Lázaro y una imagen a San Lorenzo, adornados con rosarios. San Vicente se preocupó de que la devoción a María no degenerase en superstición. Un día le ordenó que abandonase la devoción del pequeño rosario. Obedecio. Con todo le agradó que Luisa declarase a María como la única Madre de la Compañia. No en. sentido teológico como puede ser Madre de la Iglesia procedente de la Encarnación, la crucifixión y Pentecostés, sino en el sentido de cuidar de la Compañía y de las Hijas de la Caridad con amor maternal. Así lo afirmó en el llamado Testamento espiritual, poco antes de morir.
Espíritu Santo
Vease la segunda parte de esta misma palabra: Espiritu santo.
Bibliografía
Biografías: N. GOBILLON, La vie de Mademoiselle Le Gras, Fondatrice et premiére Supérieure de la Compagnie des Filies de la Charité, Servantes des Pauvres Malades, André Pralard, París 1676. Traducción española, CEME, Salamanca 1991.- [Contesse de RICHEMONT], Histoire de Mademoiselle Le Gras (Louise de Marillac) Fondatrice des Filies de la Chanté, Poussielgue Fréres, Paris 1883.- M. BAUNARD, La venerable Louise de Marillac. Mademoiselle Le Gras, Fondatrice des Filies de la Charité de Saint Vincent de Paul, Poussielgue, París 1898. Traducción española, Madrid (San Francisco de Sales) 1904.- D. POINSENET, De l’anxiete á la sainteté. Louise de Marillac, Fayard, París 1958. Traducción española Madrid (Studium) 1963.- P. COSTE, Le Grand Saint du Grand Siécie. Monsieur Vincent, DDB, París Volume I, 1931, pgs. 209-535. Traducción española, CEME, Salamanca vol. I, 1990, pgs. 123-311.- J. CALVET, Sainte Louise de Marillac par elle-méme. Portrait, Aubier, París 1958. Traducción española, CEME, Salamanca 1977.- Joseph 1. DIRVIN, Louise de Marillac, Farrar, Straus and Giroux, Inc., New York 1970. Traduc. esp. CEME, Salamanca 1981.- Soeur Elisabeth CHARPY, Contre vent et marees. Louise de Marillac, París (Maison Mére) 1988. Hay traducción española.- Soeur Elisabeth CHARPY, Un chemin de Sainteté: Louise de Marillac, París (Maison Mere) 1988. Hay traducción española, – Sjef Sarneel, Den Menschen zuliebe. Louise von Marillac. Geistliche Biographie in Selbstzeugnissen, He rde r, F rei bu rg 1990.- Assunta CORONA, Donna de la Caritá. L’esperienza mística di S. Luisa de Marillac, AlzaniPinerolo, Torino 1991.- Corpus Juan DELGADO, Luisa de Marillac y la Iglesia, CEME, Salamanca 1982.- Benito MARTÍNEZ, La señorita Le Gras y Santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca 1991.- Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, Madrid, 99 (abril-junio 1991).- CLAPVI, Bogotá, 71 (abril-mayo-junio 1991).