Espiritualidad vicenciana: Luisa de Marillac

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana, Luisa de MarillacLeave a Comment

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Author: Benito Martínez, C.M. · Year of first publication: 1995.

I. VIDA: Niñez, juventud. Sicología. Encuentro con San Vicente. Fundadora. Actividades. Su hijo. Las Hijas de la Caridad. Años finales. ESPIRITUALIDAD: ESCRITOS: Cartas. Pen­samientos. Intervenciones. DIRECTORES. VIDA ESPIRITUAL: Con­templación. Doctrina. Designio divino, voluntad de Dios, Provi­dencia. JESUCRISTO: el pobre. Doctrina. Eucaristía, méritos. Seguimiento: comunión con su vida, continuación de su mi­sión, participación en su muerte. MARIA: devoción critica y po­pular. Espíritu santo.


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I. La vida

Infancia y juventud.

La persona de Luisa de Marillac guarda varios misterios relacionados con su vida y su situación dentro de la familia Marillac, perteneciente a la no­bleza antigua. Se sabe que nació el 12 de agos­to de 1591, pero es sólo probable que naciera en París. Se acepta con cierta seguridad que perte­necía a la familia Marillac, aunque no se sabe quiénes eran sus padres. La historia la conside­ra hija natural de Luis de Marillac. A los dos me­ses de nacer, Luis la llevó interna al prestigioso colegio-convento de las dominicas de Poissy, pa­ra niñas nobles, donde recibió una formación hu­manista exquisita. Aquí debió estar hasta los 13 años. Cuando murió Luis de Marillac (1604), es­taba casado en segundas nupcias con Antonieta Camus, de la que tuvo, según las leyes civiles una hija legítima, pero en realidad solo hija adulterina de su mujer. A ella pasó toda la fortuna de Luis. A Luisa le quedaron unos pocos bienes y unas cuantas rentas que le había donado su padre le­gal antes de morir. Los pocos bienes de Luisa no podían pagar la pensión alta de Poissy, y sus fa­miliares la cambiaron a una pensión modesta en París, donde ella y otras jóvenes recibían una for­mación práctica para la vida.

Aquí debió estar hasta los 21 años. Luisa sin­tió la soledad y la marginación. Huyendo del ais­lamiento, se dio a la oración e hizo voto de ser religiosa. Pensó en las capuchinas y éstas le die­ron esperanzas, pero cuando pidió la entrada, la rechazaron, más que por su nacimiento ilegítimo, por la influencia de los Marillac que la necesita­ban para sus intereses políticos. En 1613 la ca­saron con Antonio Le Gras, secretario de la reina regente, María de Médicis, madre de Luis XIII. An­tonio era honrado y virtuoso, más sacrificado por los negocios de los Marillac que por los suyos. Tu­vieron un hijo, Miguel Antonio, que será una cruz cruel para su madre. Durante cuatro años fueron felices. La familia Marillac líderes del llamado Par­tido Devoto eran partidarios de la política de la Rei­na Madre: alianza con la Casa de Austria contra los protestantes. Pero en 1617 Luis XIII se hizo cargo del poder y desterró a su madre. Los par­tidarios de María de Médicis -Marillac, Le Gras, etc.- cayeron en desgracia. Cuando volvieron al poder, Antonio Le Gras cayó enfermo y la fortu­na familiar se derrumbo. Murió en 1625. Los bie­nes que dejó eran escasos y Luisa veía poco ha­lagüeño el porvenir de su hijo.

Psicología de Santa Luisa de Marillac

El nacimiento ilegítimo de Luisa la marcó socialmente y hasta dirigió su vida futura; y la penuria económica constantemente estará pre­sente en su corazón de madre. A todo esto se añadió la angustia de no haber podido cumplir el voto de ser religiosa que hizo en la juventud. Las tres características modelaron su psicología. Lui­sa era emotiva, muy afectiva: enmadrada exage­radamente con su hijo, encariñada con las Hijas de la Caridad y apegada de continuo con su di­rector. Para comprender las manifestaciones de su afectividad hay que analizar que Luisa se con­sideraba una mujer destinada al sufrimiento por el designio eterno de Dios: «Dios me ha dado tantas gracias como la de hacerme comprender que su voluntad santa era que fuese a El a tra­vés de la cruz, que su bondad ha querido que tuviese desde mi mismo nacimiento, no deján­dome casi nunca, durante todos mis años, sin ocasión de sufrir» (A 29-E19).

Extraña mentalidad, pero fue la puerta que la sacó de la angustia, de la rebeldía y de la pasi­vidad ante la impotencia social. Hay que exami­nar que su vida estuvo tejida con ascensos y des­censos, éxitos y fracasos, ilusiones y desengaños, y al final, al quedar viuda, después de 34 años de vida, ni en el escalafón social ni en la fortuna ni en el sentido de su vida había logrado una esta­bilidad. Después de tantos años de lucha tenia que volver a empezar. Ya no se fiaba del porvenir y le tenia miedo. Luisa se consideraba orgullosa, aca­so como autodefensa de su bastardía.

Durante muchos años estuvo dominada por la herida que le hizo el voto incumplido. La dure­za de la vida imprimió en su personalidad una dualidad comprensible: era insegura para caminar en su vida interior, apegándose continuamente a sus directores, pero mostraba una seguridad ad­mirable para los asuntos y negocios prácticos y para dirigir a otras personas. Aparece inteligente y con una razón apropiada para la metafísica y la ontología. De conversación agradable, cautivaba a las señoras aristócratas que la admiraban y la tenían por amiga.

Encuentro con San Vicente de Paúl

Un año antes de morir su marido tomó como director a San Vicente de Paúl. Este encuentro fue trascendental para Luisa. De aquí en adelante Santa Luisa queda unida enteramente a San Vi­cente. La persona de este santo se proyectará continuamente en la santa. Ya no se puede mi­rar a Luisa de Marillac separada de Vicente de Pa­úl. Una faceta de su personalidad fue la relación con su director. San Vicente cambió la vida de es­ta mujer fascinada por su salvación-santidad y por la vocación sacerdotal de su hijo. Sin violentarla, únicamente mostrándole los pobres, logró cam­biar la mentalidad y la dirección de su vida. En 1629 Luisa se ofreció para ayudar a los deshere­dados. Vicente la envió a visitar oficialmente las Caridades, para que las supervisara, las animara y le diera a él un informe de la situación real. Visitando las Caridades descubrió que las niñas vivían en un abandono religioso aterrador: sin ca­tequesis ni escuelas. Ella misma se constituyó en maestra y catequista y preparó a otras mujeres para que continuaran su labor.

Fundadora

Mientras las cofradías de Caridad del señor Vi­cente -fundadas en Châtillon-sur-Chalaronne en 1617- estaban establecidas en las provincias fran­cesas las señoras realizaban todas las labores espirituales y materiales a los enfermos pobres, pero cuando llegaron a París -desde 1629- las se­ñoras nobles y burguesas se sentían impedidas, por su categoría social, a realizar los trabajos bur­dos. La misma Luisa, al fundar una Caridad en su parroquia de San Nicolás de Chardonnet y ser su presidenta, tropezó con ese obstáculo. Una va­quera y otras jóvenes campesinas se ofrecieron por vocación a realizar esos servicios bajos y solucionar el problema. Luisa de Marillac recibía en su casa a las jóvenes que venían y las formaba para el servicio. En varias conversaciones San Vicente y Santa Luisa concluyeron erigir una Ca­ridad peculiar únicamente para estas jóvenes. Lle­varían vida en común, el fruto del trabajo sería tam­bién común y obedecerían a Luisa de Marillac. Así comenzó la Compañía de las Hijas de la Caridad el 29 de noviembre de 1633. El Superior General era Vicente de Paúl, Luisa sería la Directora o Su­periora. Ésta llevaba el gobierno inmediato de la nueva Compañía. Luisa asumió con efectividad es­ta nueva faceta. El Santo descubrió lo que valía su dirigida y la consideró siempre su colabora­dora al mismo nivel que él, aunque por la devo­ción y admiración que le tenia, Luisa nunca acep­to esta igualdad.

Vicente de Paúl controló bien su actividad exa­gerada, peligrosa para la salud, detuvo la precipi­tación y el nerviosismo de Luisa, para dar lugar a la actuación de la Providencia, y atendió a que na­da se hiciera con la oposición del obispo o del pá­rroco. No obstante, la enorme actividad de Luisa fue atinada. Redactó los primeros reglamentos y corrigió las Reglas definitivas; formaba a las Hi­jas de la Caridad en los modales humanos y so­ciales, las preparó técnicamente para el servicio y espiritualmente para la catequesis. Luisa era una mujer inteligente y realista; para la forma­ción, no sólo de las recién venidas, sino para to­das las Hermanas, con el parecer de San Vicen­te de Paúl, analizó otras instituciones y se apoyo en eclesiásticos, especialmente en los misione­ros paúles. El método más común de formación de las Hijas de la Caridad fueron las conferencias que daba Vicente de Paúl de tiempo en tiempo, las que daba ella semanalmente, los reglamentos que redactó para cada rama de las actividades y la correspondencia que mantuvo con las comu­nidades y las Hermanas. En cada comunidad te­nía papel relevante en la animación la Hermana Sirviente [superiora].

Actividades

A Luisa de Marillac hay que catalogarla como mujer profundamente contemplativa y, al mismo tiempo, de una actividad desbordante. Ella aten­dió, organizó y dirigió la obra de los niños aban­donados y, literalmente, los salvó durante los difíciles años de la Fronda; animo a sus hijas en el cuidado de los condenados a galeras, deposi­tando delicadeza femenina en aquel infierno de brutalidad, suciedad, hambre y frío. Amañó con habilidad el funcionamiento de los ancianos del Santo Nombre de Jesús, de corte moderno, don­de los ancianos trabajaban en telares; y se preo­cupó de los dementes y contagiosos. Aunque no pudieron realizarlo las Damas de la Caridad, al fi­ nal de su vida preparo los primeros informes del Hospital General de París. Personalmente fundó las comunidades de Angers y de Nantes, a cien­tos de kms. de París, soportando los fríos del in­vierno y los calores de agosto durante semanas de viajes en carruajes y barcas por el rio Loira. A estas actividades hay que añadir las visitas de animación que hizo a las cofradías de Caridad por los pueblos.

Directamente Luisa de Marillac estuvo poco con los pobres. La actividad la realizaba desde la Casa Central, pero era laborioso y cansado dirigir una obra que se asemejaba a una multinacional para los pobres en la que ella era la Directora General: preocupaciones por el funcionamiento, organización frecuente, animación espiritual y des­tinos de la Hijas de la caridad en visita domicilia­ria, en escuelas, orfanatos, hogares, residencia de ancianos, hospitales civiles y militares; por pueblos y ciudades, en Francia y en Polonia. Incansable organizó y dirigió la Compañía y las co­munidades y guió a las Hermanas en el servicio y en la vida espiritual.

El hijo Miguel Le Gras

En medio de la vorágine del trabajo, aún en­contró tiempo para preocuparse de su hijo Miguel. Primeramente aguantó los disgustos que le cau­saron sus dudas vocacionales. Miguel ingresó en el seminario cuando tenía 14 años, en 1627, y estuvo siempre dudando o, mejor, protestan­do que no tenía vocación. Seguramente por pre­siones de su madre se ordenó de Menores, fue licenciado en Artes -Filosofía- y terminó la teolo­gía. Pero hacia 1643, cuando tenía 30 años, se secularizó. Desde entonces su vida fue muy aza­rosa: durante diez años estuvo buscando una co­locación apropiada a sus estudios, vivió una vida bastante libre, olvidándose de Dios y apartándo­se de su madre y de Vicente de Paúl; y un día -parece lo más probable- se casó clandestina­mente, matrimonio considerado nulo por las le­yes civiles de Francia. El sufrimiento de Luisa fue terrible. Logró convencer al hijo de que pidiera a Roma la anulación de este matrimonio con una joven sin categoría social. Con grandes esfuer­zos y duros sufrimientos atrajo de nuevo a Mi­guel a Dios, y el hijo se reencontró con Luisa y con Vicente de Paúl.

La Compañía de las Hijas de la Caridad

En los últimos años de . su vida sintió miedo por el futuro de la Compañía. Después de tantos años no la veía afianzada ni en lo canónico ni en lo espiritual. En 1646 intentaron que fuera apro­bada por el Arzobispo de París, pero, a pesar de obtener la aprobación del arzobispo y del rey no fueron registradas en el Parlamento. Sin ello no tenían entidad jurídica civil. Luisa de Marillac se opuso tenazmente a esta aprobación, porque la Compañía quedaba dependiente del Arzobispo de París. Ella pretendía insistentemente que el Su­perior General de la Compañía fuera Vicente de Paúl y, después de su muerte, su sucesor como Superior General de la Congregación de la Mi­sión [Padres Paules]. Por fin, el 18 de enero de 1655, El Arzobispo de París y Cardenal de Retz, Juan Francisco Pablo de Gondi, aprobó la Com­pañía de las Hijas de la Caridad tal como ella ha­bía pretendido siempre: confiando y encomen­dando a Vicente de Paúl «el gobierno y dirección de dicha sociedad y cofradía mientras él viva, y después de su muerte a sus sucesores en el car­go de superiores generales de dicha congregación de la Misión» (X, 713).

Asimismo le preocupaba la situación interna de la Compañía. Las Hijas de la Caridad ya no eran estimadas como antes ni tratadas con la misma delicadeza por causa del manejo del dinero. Mayor preocupación le causaba la sospecha de que algunas Hermanas pretendían ser intelec­tuales, con peligro de hacer dos cuerpos en las estructuras: las de estudio y las de trabajo físico: dejarían de ser las humildes sirvientas de los po­bres. Institucionalmente había que decidir quién sería la sucesora de Luisa a su muerte. Hacia 1654 San Vicente y ella decidieron que la Supe­riora de la Compañía no sería una señora de las Caridades, como estaba reglamentado, sino una Hija de la Caridad, pues no debía ser Superiora quien no participara del mismo espíritu (V, 205; IX, 1229).

Los años finales

Hasta encontrar a Vicente de Paúl, Luisa ha­bía vivido una espiritualidad conocida en la histo­ria como Mística Abstracta francesa. Dirigida por San Vicente se fue llenando de vicencianismo. A pesar de ello en los últimos años de su vida, sin abandonar el espíritu vicenciano, revivió la vida es­piritual renanoflamenca. San Vicente, que lo adi­vinó, centró su muerte en el abandono total en Dios.

En 1660 Luisa estaba convencida de que ha­bía cumplido la misión que le había encomenda­do el decreto eterno de Dios. Estaba desprendi­da de su hijo y de su familia; ella entera era una sirvienta de los pobres por medio de la Compa­ñía de las Hijas de la Caridad a la que, junto con San Vicente de Paúl, había fundado exclusiva­mente para ellos. San Vicente, sin embargo, juz­gó que aún no estaba desprendida de él, y pro­curó ayudarla. El 4 de febrero cayó enfermo de gravedad, el día 10 recibió el viático. La visitaron su hijo, su nuera y la única nieta, Luisa Renata, además de gran número de Señoras de las Cari­dades. La duquesa de Venthadour quiso estar a su lado hasta que expiró. San Vicente de Paúl prefirió que se desligase de su cariño y de su pre­sencia y no asistió a su muerte, a pesar de pe­dírselo ella. Le envió un misionero paúl para ayu­darla en esos momentos. Murió el 15 de marzo de 1660.

II. Espiritualidad

Escritos

Santa Luisa de Marillac no escribió ningún tra­tado de espiritualidad o de teología. Ni soñó si­quiera que un día pudiera editarse nada suyo. Ciertamente, dos años antes de morir, comuni­có a Vicente de Paúl que había escrito un librito en forma de diálogos con otra mujer (L. 563 [c. 620]), pero se ha perdido. Toda su espirituali­dad no tenemos más remedio que sacarla de sus cartas y de los pensamientos suyos que encon­tramos en papeles sueltos. Se puede catalogar todo lo que escribió Luisa en cartas, escritos e intervenciones.

Cartas

De las miles de cartas que escribió Luisa tan solo se conservan 738 que, distribuídas según los destinatarios, se concretan en

  • 210 cartas dirigidas a su director y superior Vi­cente de Paúl,
  • 384 cartas dirigidas a diferentes Hijas de la Ca­ridad o comunidades,
  • 101 cartas dirigidas al Abad de Vaux, director espiritual de la comunidad de Angers.
  • 17 cartas dirigidas al P. Portail, Director Ge­neral de la Compañía,
  • 4 cartas dirigidas a ios padres Dehorgny, Bert­he, Ozenne y al HQ Ducourneau,
  • 19 cartas dirigidas a diferentes personajes: sacerdotes, parientes, señoras,
  • 1 carta dirigida a su hijo Miguel,
  • 2 cartas sin dirección.

La mayoría de las cartas las escribió ella mis­ma, sin embargo, un numero bastante grande las dictó a sus distintas secretarias y las firmó ella: Luisa de Marillac, LdMarillac o LdM, sólo firmó una, escrita de su puño en 1644, con Legras; es­tá dirigida a Vicente de Paúl, sobre un complica­do asunto de Damas y de niños abandonados. Al­gunas veces se olvidó de firmar. Unas pocas son copias recogidas en un cuaderno, y bastantes fueron transcritas al manuscrito Soeur Chetif, y asimismo autenticadas por esta Superiora Ge­neral.

En su gran mayoría son cartas para la orga­nización y dirección de las obras y para la ani­mación de las comunidades y de las Hijas de la Caridad. Unicamente después de 1655 encon­tramos algunas cartas enteramente de espiri­tualidad: cartas a las Hermanas dirigiéndolas a una santidad de servicio; noticias de sus familiares, tristeza por las Hermanas enfermas y dolor por las difuntas, preocupación constante por que no viajaran solas y mayor aun por que no viviera una Hermana aislada, especialmente si residían le­jos porque se sentirían alejadas, aisladas de las demás, en soledad y en abatimiento. Muchas cartas vienen a ser como esquelas de asuntos caseros sobre frutas, comestibles, hilos, telas, ca­charros y precios de las cosas. Otras rezuman desvelos por toda clase de dificultades en sus hi­jas, que ella intenta solucionarles o desasosiego por el abandono de una u otra Hermana y por las consecuencias que ello provocaba; miedo a que se rompiesen por una sobrecarga de trabajo y cui­dado para que las relaciones con externos no las aflojara en el servicio o debilitara la vida de co­munidad.

Escribe con facilidad sin preocuparse del es­tilo, prieto y conciso, en el que tienen más im­portancia las ideas que la expresión. Su mente va más rápida que la pluma; no repite lo que le di­cen, ella responde sin que sepamos algunas ve­ces a qué. Escribe según le vienen los asuntos a la mente; parece que da saltos, por eso algunos párrafos son difíciles de comprender.

Escritos

Llamamos escritos a papeles sueltos que es­cribió Luisa sobre vida espiritual, sobre negocios y asuntos diversos, en total unos 130 escritos [el número no se puede precisar, ya que algunos que llevan numeración distinta son, en realidad, parte de otros]. Alrededor de 114 son autógrafos de la santa, los restantes son copias; una dece­na autenticados por Sor Chétif. Todos los escri­tos de Luisa de Marillac se pueden clasificar:

Documentos privados: Actos de Protesta (A 3 [E 4]), Oblación a María (A 4 [E 5]), Reglamen­to de Vida (A 1 [E. 7]), oraciones (A 49 bis, 59 [E 54, 110]), consejos pedidos al señor Vicente (A 45 [E 96]), catecismo (A 48 [E 291) y testamento (A III [E 114]). Hay, además, una fórmula de los primeros votos de las Hijas de la Caridad, co­menzada por Sor Juana de la Cruz y terminada de copiar por Luisa de Marillac (A 44 bis [E 631).

Resúmenes de la oración: Unos resúmenes son ideas o pensamientos escritos como de pa­so, en cualquier momento, a veces durante la oración misma para fijar la mente, vg. : E 44bis, 24 y 28[estos dos pertenecen a la misma oración] [E 66, 86 y 88].

Otros son resúmenes de su oración, escritos después de haberla terminado, para que la leye­ra Vicente de Paúl o ella misma en otro momen­to, por ejemplo: A 32, 38, 39, 19, 31, 10, 15, 30, 45 bis, 14 bis, 42, 23, 37, 31 bis 5 bis 1E 6, 8, 9, II, 12, 15, 21, 35, 40, 56, 59, 69, 89, 106, 1071…

Por el mismo motivo redactó las meditaciones de sus Ejercicios Espirituales: A 7, 8, 6, 5, 8, 26 [E 10, 14, 20, 22, 23, 98].

Reflexiones o recapitulaciones: Son peque­ños artículos sobre temas muy concretos para animar a las Hijas de la Caridad en vida espiritual, comunitaria y de servicio. Está claro que los es­cribió para ellas: A 29, 34-35, 21-21 bis, 40, 75, 20, 36, 14, 33, 13 bis, 25, 27, 100, M 72 [E 19, 28, 33, 46, 53, 57, 58, 67, 68, 85, 87, 105, 108, 99].

Memorias o diario espiritual: En un momen­to de su vida, cuando ya pasaba de los 50 años, problablemente después de 1642 -caída del pi­so de la sala la víspera de Pentecostés- recordó las gracias que Dios le había hecho en el pasa­do y las escribió; luego continuó escribiendo las demás gracias divinas que recibía. Todas son ex­periencias de Dios con un aire contemplativo o místico:

Noche mística de 1621 a 1623: A 13, 15 bis, 2 [E 1, 2, 31

Experiencias de Unión a lo largo de sus años, dominadas por los verbos sentir y parecer: A 17, 50 (desposorio místico), 29, 12, 43, 16, 18, M 8 bis [13, 16, 19, 24, 27, 36, 103, 109].

Experiencias espirituales simplemente: A 21 y 21 bis (son uno solo), 41, 22, M 35 bis [E 33, 34, 37, 38].

Esquemas para sus conferencias semanales, sus intervenciones en las conferencias de San Vicente, avisos a Hermanas, etc. : L 131, A44, 71, 63, 68, 74, 60, 51, 78, 62, 67, 65, 66, 61, M 69, 70, 73, S 24 [E 51, 52, 60-64, 70, 73, 74, 81-83, 94, 101, 90, 97, 104, 84]

Reglamentos para las Hijas de la Caridad que servían en distintas instituciones o en diversas ra­mas de caridad y beneficencia. Aunque puedan parecer que son reglamentos para las obras, es­tán dirigidos a las Hijas de la Caridad salvo uno redactado para una Caridad (A 46 [E 181)•

Avisos dados a las Hermanas destinadas a una nueva fundación. Unas veces daba los avisos por iniciativa personal, otras se lo encomendaba el superior Vicente, cuando a él le era imposible estar presente.

Informes sobre las visitas a las Caridades: A 51, 53, 52, 47 [E 17, 25, 26, 32].

Estudios sobre el Hospital General, las asam­bleas de las Damas y en especial sobre la Resi­dencia del Santo Nombre de Jesús. La mayoría son notas de contabilidad: A 56, 99, 112, 101, 102, 94, D 549, 550-552, 558, 562, 579-583, etc. [E 71, 76-79, 102…1.

Intervenciones

Con la misma garantía de autenticidad que atribuimos a las conferencias de San Vicente de Paúl, encontramos una serie de intervenciones de Luisa (alrededor de 22) exponiendo sus ideas y su modo de pensar. Por lo general siempre in­terviene a requerimiento del señor Vicente.

Con la misma autenticidad encontramos es­critas unas doce de las veces que manifiesta su criterio en los Consejos de la Compañía.

Poema a Jesús nacido: Es extraño que Luisa no escribiera más poesía. Al menos no se han en­contrado. Y Luisa tenía facilidad para escribir, y hasta parece que no le desagradaba. Sin preo­cupaciones métricas, es un poema más inte­lectual que afectivo, a pesar de algunas invoca­ciones. Los pocos afectos tienen un sentido de conclusiones virtuosas {D 846).

El. lenguaje de los escritos es variado. No bus­ca escribir literariamente Nos impresiona su es­tilo prieto y conciso; cada palabra exacta encierra todo un pensamiento. Parece que ha sido selec­cionada escrupulosamente sin que pueda ser sus­tituida por otra y la idea no pierda su sentido genuino. Y sin embargo a Luisa le brotaban esas palabras instintivamente. Su espíritu analítico -que la llevaba a profundizar en las entrañas de las cosas- y los temas abstractos y especulativos que reflexionaba, hacen que nos parezca oscura y difícil de leer. A todo esto se añade que muchos escritos son resúmenes breves o frases esque­máticas. Tampoco favorece la lectura su estilo característico de saltar de una idea a otra o a las conclusiones sin explicar el paso o indicar el ca­mino que ha seguido.

Directores espirituales

Sus directores de juventud la ayudaron a in­troducirse en la atmósfera de influencia renano­flamenca y dionisiana de. la Mística Abstracta, acorde con su psicología, su vida de sufrimiento. Los primeros directores fueron los capuchinos del arrabal de Saint-Denis Eran compañeros o discípulos de Benito de Canfield, lectores y pro­pagadores de su libro La Regla de Perfección, to­talmente dominados por la espiritualidad nórdica. Seguramente Luisa se dirigió con ellos desde 1606 hasta 1619, es decir, desde los 15 hasta los 28 años. Hay que aceptar que también influyó en Luisa su tío Miguel de Marillac: Se conservan va­rias cartas que le dirigió él y, aunque se han per­dido las que le dirigió ella, aparece como un con­sejero espiritual y un director de conciencia. El la llama, sencillamente, señorita. No era raro en aquella época que seglares ayudaran a otras per­sonas en la búsqueda de la santidad. También Luisa dirigió a otro seglares. Miguel de Marillac vivía plenamente la espiritualidad de la Escuela Abstracta, aconsejando a Luisa el desprendimiento’ absoluto hasta el anonadamiento del ser, desde 1613 hasta 1624, desde los 22 hasta los 33 años. Aunque algunos biógrafos ponen a San Francis­co de Sales como director de Luisa, estácIardque no lo fue, como está claro que la visitó varias ve­ces en 1619, estando ella enferma, y también es patente el influjo de su espiritualidad a través ch sus escritos y de San Vicente.

Junto con San Vicente, Jean-Pierre Camus, Obispo de Belley, fue el director más. atrayente para Luisa. De él recibía cartas llenas de huma­nidad para que viviera alegre y serena . Es posi­ble, pero no probable, que Camus tomara contacto con Luisa de Marillac por ser sobrino de la se­gunda esposa de Luis de Marillac, Antonieta Ca­mus. Seguramente fue San Francisco de Sales quien se lo aconsejó. Por esta época el obispo. Belley era un director exigente y hasta duro. Su amigo San Francisco le pedía suavidad. En 1617 había publicado Dirección en la oración mental donde habla de la contemplación pasiva y . so­breeminente. Sigue veladamente a Benito de Can­field, sin citarlo, por no desagradar a su amigo San Francisco. En esos años acepta con simpatía las ideas renanoflamencas, aunque años después se alejara rotundamente de ellas. Es el gran con­suelo de Luisa durante la enfermedad de su es poso. La dirigió de 1619 a 1625, de los 28 a los 34 años.

A finales de 1622 Luisa se trasladó a vivir ala calle Courtau-Villain, al lado del convento carme-. lita de la Santa Madre de Dios. Es conocida la tendencia de las primeras carmelitas francesas por la mística de las esencias que tanto alborotó a la española Ana de Jesús Lobera. La mística de las esencias había sido fomentada por Bérulle, uno de los tres superiores de las carmelitas francesas. El convento había sido fundado, hacía cinco años, por Catalina de Jesús y por Magdalena de San Jo­sé, discípulas fieles y propagadoras de las ideas nórdicas de Bérulle. Hasta parece que en el ve­rano de 1625, ausente Vicente de París, Luisa hizo los Ejercicios guiada por Magdalena de San José o por el oratoriano P. Menard.

Luisa es, pues, al tomar a Vicente de Paúl por director, una mujer que pertenece a ese círculo de espirituales que seguían las influencias de la Mística Abstracta. Pero también Vicente de Paúl por estos años está influenciado por Bérulle y ha­cia 1624 toma amistad con Saint-Cyran, un en­tusiasta de las ideas berullianas y colaborador en su obra Discursos del estado y grandezas de Je­sús. A lo largo de los años aparecen en los escritos de Luisa las ideas y las formas de estos espirituales, unas veces un tanto difusas y otras con toda claridad. Sin violentarla, San Vicente de Paúl, al par que le descubre a los pobres, le mos­trará la espiritualidad sencilla del seguimiento de

Jesús viviente en los pobres: el vicencianismo. Al final de su vida Luisa vivirá una espiritualidad pro­pia, luisiana, mezcla de Mística Abstracta y de vi­cencianismo, con preponderancia de éste.

Vida espiritual

Oración contemplativa

Ayudada por sus directores, comenzó a hacer oración hacia los 15 o 16 años y la oración la lle­vó a superar las dificultades de su mundo. Durante 15 años se esforzó en la oración mental en for­ma de meditación, y el 20 de enero de 1622, con el inicio de la enfermedad de su marido entró en la Noche mística para purificarla de una manera dura y cruel de todo lo que era incapaz de purifi­carse ella misma: «Grandes abatimientos de es­píritu por los sentimientos de mi propia abyección que me hacen aparecer como una cloaca de or­gullo y fuente de amor propio, de desamparo, anonadamiento de mí misma, de abandono de Dios merecido por mis infidelidades, con una opresión tan grande que, en los momentos más violentos, me hacían sufrir en el cuerpo». «Y ta­les penas llegaron a tal punto que, si las hubiese dicho y hubiera hecho lo que me impulsaban a ha­cer, creo que se habría juzgado…» (inacabado) (A 13, 15 bis [E 1, 2]).

La noche mística explotó en mayo-junio de 1623, en forma de complejo de culpabilidad por no haber cumplido el voto de ser religiosa: «En el año 1623… el día de la Ascensión tuve un gran abatimiento de espíritu por la duda que tenía de si debía abandonar a mi esposo, como lo desea­ba fuertemente para reparar mi primer voto y te­ner más libertad de servir a Dios y a mi prójimo… El día de Pentecostés, oyendo la Misa o hacien­do oración en la iglesia, en un instante, mi espí­ritu fue iluminado de sus dudas. Y se me advir­tió que debía permanecer con mi marido… Se me aseguró también que debía quedar tranquila… Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí…» (A 2 [E 3]).

De aquí en adelante su oración es experi­mental, se adentra en la mística; de tiempo en tiempo sintió la presencia de Dios, hasta llegar al desposorio místico siete años después, en fe­brero de 1630, mientras iba a visitar las Carida­des de Asniéres y Saint-Cloud: «A lo largo de todo el viaje me parecía obrar sin ninguna inter­vención de mi misma [¿unión transformante?]… En la santa comunión me pareció que Nuestro Se­ñor me daba el pensamiento de recibirlo como a esposo de mi alma, y que esto era ya una forma de desposorio, y me sentí tan fuertemente uni­da a Dios en esta consideración que para mi fue extraordinaria» (A 50 [E 161).

Luisa se presenta como una de las mujeres más activas; tan activa como San Pablo, Santa Te­resa o San Vicente de Paúl y tan contemplativa como ellos. Desde 1622 a través de los años has­ta su muerte recibió purificaciones y experien­cias pasivas de Dios. Nos quedan muchos pape­les contando esa vida divina, pero sin fecha. Su lenguaje es sencillo. No da sensación de nada extraordinario, porque no quiere exponer ningu­na teoría ni explicar su oración; ella quiere única­mente decir a su director lo que le pasa en la ora­ción: aparecen verbos en pasiva, luces y amor producidos por el Otro, todo sucede de repente sin esperarlo, sin intervención de ella, con efec­tos de felicidad espiritual. En algunos trozos no aparece nítidamente el carácter contemplativo de la oración. Son trozos dominados por el verbo sentir, pero todo causado por Dios. Otras veces aparece con más claridad la experiencia mística. Son páginas en las que se respira la pasividad; en­tre lineas leemos la presencia de Dios de una manera incontrolada por el hombre. Hay mo­mentos en que la comunicación mística es evi­dente. La expresa frecuentemente con el mo­dismo me pareció. Es el lenguaje de lo inefable.

Su director, el señor Vicente, consideraba es­ta oración como algo fuera de lo común, y se la respeta. Santa Luisa era contemplativa, pero no llevaba vida contemplativa. Estaba entregada a los pobres con una vida repleta de acción. Vi­cente de Paúl había puesto a las Hijas de la Cari­dad, y Luisa lo era, un tiempo diario de oración -una hora-. Durante este tiempo de oración las Hi­jas de la Caridad debían llegar a una contempla­ción tan excelsa como la que gozó Santa Teresa de Jesús (Conf. 31 de mayo de 1648). En caso de coincidencia debían abandonar la oración pa­ra servir al pobre; era dejar a Dios por Dios (Conf. 23 de julio de 1654; SL. L. 396, 439 [c. 458, 5371).

Doctrina

Designio eterno de Dios

Luisa fue una mujer un tanto obsesionada por la peculiaridad de su vida personal. Se sentía marcada por el sufrimiento y por la marginación familiar en su niñez y en su juventud, y cuando quedó viuda, por la incertidumbre del futuro de su hijo Miguel: «Dios me ha hecho tantas gracias, como la de darme a conocer que su santa voluntad . era que fuera a El a través de la cruz, que su bon­dad quiso que tuviese desde mi mismo naci­miento, no dejándome casi nunca en todos mis años sin ocasión de padecer» (A 29 1E 191). Co­mo era frecuente entonces -a causa de los mis­terios para los que no se encontraba explicación-Luisa acudió al decreto eterno de Dios y en él encontró la respuesta: Luisa estaba convencida de que Dios en la eternidad había decretado su vida y ella debía colaborar. Esta respuesta fue un alivio humano y un respiro sobrenatural; dio un sentido redentor a su vida. Ni la desesperación ni la pasividad, sino la colaboración. Su espiritualidad brota así de la experiencia de su persona y sube hasta la divinidad y de esta desciende, de nuevo al mundo.

Sus directores de tendencias renanoflamen­cas le hablaron -sin exceptuar a San Vicente- de la grandeza de Dios y de la pequeñez del hom­bre. Metida en la divinidad descubre que Dios es el único ser que existe por sí mismo y es la esen­cia de todos los seres creados. ¿Cuál es, por con­siguiente, el plan divino en la creación de Luisa y del universo? Dios la ha creado a ella para estar eternamente unida a Él, y la creación no tiene más razón de ser que la de servir al Hombre a unir­se con Dios. Misión del Espíritu Santo es descu­brírselo a los hombres (A 19, 7, 26 [E II, 10, 98]). Pero esta unión nunca será perfecta al estar el hombre separado del Dios inaccesible por lo in­finito. Pero si el hombre no puede ser Dios, Dios sí puede hacerse hombre. Y en la eternidad la Trinidad decreta la Encarnación, para que por me­dio de la «Santísima Humanidad» del Hijo de Dios se realice la unión, de tal manera que Dios solo se une a las almas en las que encuentra «la im­presión de Jesucristo» (A 19, 8 [E I 1, 23]). Pero co­mo la Humanidad de Jesucristo sube a los cielos, inventa la Eucaristía para que Dios humanado siempre esté unido a la creación. Como hay hom­bres que no se unen a Dios por medio de la Eu­caristía, Dios los une a la divinidad a través de los méritos de su Hijo (A 14 [E 67]). Luisa analiza las tres causas de este plan eterno de unión del hom­bre con la divinidad: El amor divino al contem­plarnos como una participación de su ser; la na­turaleza del hombre, obra maestra de la creación que pide esa unión; y la grandeza de Dios que exi­ge recibir la verdadera gloria por parte de la cre­ación adecuada a Dios (A 28, 26 lE 88, 98]).

Voluntad de Dios

Luisa de Marillac había elaborado una ideolo­gía sobre la voluntad de Dios. Había recogido ide­as de Bérulle, Canfield y San Francisco de Sales, pero quien dio vida al pensamiento fue Vicente de Paúl, aunque en algunos momentos Luisa apa­rece más canfeldiana que salesiana; lo contrario de Vicente de Paúl. Favorecida por la sociedad pi­ramidal francesa que descansaba en la voluntad de Dios, concibió una ideología sin escribirla en un tratado:

El designio divino es el plan de salvación tra­zado por la voluntad de Dios en la eternidad. Lo importante es la voluntad divina, que tiene el pa­ pel principal en la divinidad y, por esto, cumplir la voluntad de Dios es el comienzo y fin de toda es­piritualidad. La conservación del universo depen­de del beneplácito de la voluntad divina. En el plan de salvación es atrevida e identifica la vo­luntad divina con la gracia santificante (A 15, 24 [E 21, 861). Es la gracia santificante y el método más fácil para llegar a la santidad. En esto sigue fiel­mente a Canfeld y a San Vicente (L. 40 [c. 723]). Toda su espiritualidad se desarrolla así sobre la voluntad divina, por convicción y por estima. Todo en la vida, aun los mínimos detalles de cualquier persona, cae bajo la voluntad de Dios; oponerse a ella es ponerse en peligro de conde­nación. Ella quiso comprometerse a hacer voto de cumplir siempre la voluntad de Dios «si le daban permiso» (A 15 [E 21])

Aunque la ilusión de Luisa era cumplir la vo­luntad de Dios, su preocupación fue conocerla y abandonarse a ella. Cuatro medios descubre pa­ra discernir la voluntad divina en la tierra: obe­diencia a Vicente de Paúl y a los superiores o di­rectores, escuchar al Espíritu Santo en la oración, descubrir en el Evangelio el seguimiento de Je­sucristo, los mandamientos y las reglas pero sobre todos, los pobres; las necesidades de los pobres es el camino definitivo para conocer la voluntad de Dios.

La Providencia

Luisa no define lo que entiende por provi­dencia; algunas veces la identifica con la volun­tad divina o con el mismo Dios, pero sabe que es el gobierno de Dios sobre la creación para que al­cance su fin: la unión con Dios; con lo cual el hombre se salva y Dios es glorificado. Para Lui­sa la Providencia es eficaz e interviene en todo, en lo espiritual y en lo material, en la naturaleza y en el hombre. Esta mentalidad la favorecía la so­ciedad que atribuía a la Providencia cualquier ca­tástrofe ante la que el hombre se sentía impo­tente. Es también consecuencia de la dirección recibida en su juventud, que cuadraba admira­blemente con su vida de sufrimiento.

Esta es la teoría, sin embargo en la practica no era tan radical. Antes de realizar cualquier obra, consideraba que todo dependía de su esfuerzo, tan sólo después de realizarla, consideraba los resultados como venidos de la Providencia. En su manera de actuar veía la creación inacabada, en la mano de los hombres (L. 107 bis, 519 [c. 58. 654]).

La espiritualidad de Luisa es sencilla: colabo­rar con la Providencia para que se realicen los planes que en la eternidad proyectó la voluntad de Dios para la unión de la humanidad con la di­vinidad [salvación]. Pero en su pobre persona en­contraba infinidad de obstáculos. Los primeros son el orgullo contrarrestado con la humildad ante la grandeza de Dios; y el sufrimiento que sólo venció, cuando descubrió que a las personas que llama al sufrimiento Dios les da una gracia espe­cialísima para superarlo. Con esta mentalidad se pudo abandonar enteramente en Dios. El aban­dono es el final de su camino hacia Dios. Es una exigencia del desconocimiento que tenemos de la llegada de Dios y del hecho que toda persona es una propiedad del mismo Dios. (A 5, 17 [E 22, 13]). El Abandono es un desprendimiento to­tal de la persona y de las criaturas, y comprende un desprendimiento activo y otro pasivo. El acti­vo se reduce a la mortificación de los sentidos, pasiones, juicio y voluntad, para alcanzar las sóli­das virtudes. El desprendimiento pasivo es con­sentir que Dios nos deje desnudos y solos, pri­vándonos hasta de sus consuelos y aceptando las tentaciones que le plazca enviarnos. El abando­no debe realizarse en el ser constitutivo del hom­bre: la voluntad, desprendiéndose de la misma li­bertad que constituye la esencia de la voluntad. Toda esta doctrina no la lleva a la pasividad. Sa­bemos la actividad absorbente que la dominaba. Su pasividad se reducía a ser purificada por Dios y a dejarse poseer por la divinidad. Pero siempre con el consentimiento de ella (A 19, 30, 12 [E II, 35, 24]). Sólo con el abandono más absoluto puede llegar el hombre al puro amor. A diferen­cia de San Francisco de Sales o de Lorenzo de París, Luisa iguala el puro amor al desprendi­miento total para abandonarse en Dios, y no en la aceptación del mismo infierno si, por un im­posible, fuera la voluntad de Dios (A 27 [E 105]): «A los pies, pues, de esta cruz santa y sagrada que yo adoro, es donde sacrifico todo lo que po­dría impedir la pureza del amor que Tú quieres de mí, sin que por ello pueda yo pretender jamás ningún gozo que no sea estar sumisa a tu agra­do y a las leyes que la pureza de tu amor me pro­pone… No os espantéis, queridas Hermanas, porque con esta palabra, todo, no pretenda ex­ceptuar nada… Porque si somos tuyas [Señor] ya no seremos nuestras, y si pensamos ser tuyas, ¿no será un disparate usar de nosotras?»

Jesucristo

Cristología del pobre

Luisa se sintió marginada y utilizada por su fa­milia. El sufrimiento no la abandono desde su na­cimiento y tuvo que luchar sola para sobrevivir en una sociedad de estratos sociales. Como una res­puesta a los interrogantes de su vida se sentía atraída por el anonadamiento de la mística abs­tracta y por la concepción pesimista de la perso­na humana, capital en el agustinismo de la escuela nórdica. Cuadraba perfectamente, además, con su pensamiento fuertemente metafísico. Los pobres llegaron a penetrar en su vida como una parte de su naturaleza, pero en los comienzos se presen­tan a ella como venidos de fuera, contagiada por San Vicente. Luisa tan sólo se decidió a entregarse a los pobres cuando tenía 37 años. Después, po­cas veces sirvió a los pobres directamente; lo hi­zo a través de sus hijas. Sin embargo, entregó su vida y sus energías al necesitado. Todo lo que hi­zo en favor de las Hijas de la Caridad, llevaba la mira de los pobres. Sin ellos su vida desaparece. Simultáneamente penetró Jesucristo en su espi­ritualidad, pero también como un vestido coloca­do a su persona. Lo que Luisa sentía intrínseco a ella era la divinidad absoluta y poderosa. Si la clasificáramos, diríamos gue era teocéntrica. Su teocentrismo no elimina a Jesucristo, no sería cristiana. Lo que especifica su teocentrismo es centrarse en la divinidad y más tarde en el Dios de Jesucristo y constituirlo como lugar de en­cuentro con la Trinidad (A 26 [E 98]). Y en este sentido también es cristocéntrica, con una idea descendente, de Dios al hombre Jesús. La cris­tología de Luisa no conduce a una lucha violen­ta, pero conduce a una acción sostenida y enér­gica para resistir la opresión y liberar a los pobres: colocó al pobre como centro de la sociedad, por­que los pobres son los miembros de Cristo y ocu­pan su lugar en nuestra tierra, por ello hay que dejar la oración para socorrer una necesidad ur­gente del pobre; es dejar a Dios por Dios. Ideas del evangelio que llegaron al siglo XVII a través de la patrística y de la Edad Media, aunque fre­cuentemente como teoría devaluada. Para una gran parte de los cristianos el pobre era el resul­tado de una maldición divina, portador de enfer­medades, propagador de herejías y peligroso pa­ra los ciudadanos. Bastantes personas piadosas habían intentado, sin lograrlo, dar al pobre un lu­gar privilegiado, pero sólo lo consiguieron en te­oría y en piedad. Sin embargo para las Hijas de la Caridad, que fundó con San Vicente, organizó y dirigió, Cristo perdura en los pobres. Cristo, co­mo modelo, señala la manera de actuar con los pobres y, como ideal y espíritu dinámico, impo­ne a las Hijas de la Caridad que su vida sea «una continuación de la suya» en medio de los me­nesterosos (L 328 656 [c. 384, 722]).

Al tiempo que Luisa se metía entre los pobres, se llenaba de vicencianismo y la espiritualidad de la Escuela Abstracta quedaba en el fondo de su espíritu. Una parte del vicencianismo fue la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. De sus papeles y cartas se saca una doble visión de Jesucristo: una doctrinal y la otra práctica.

Doctrina

La Encarnación era necesaria para unir a la humanidad con Dios. Luisa concibe la Encarnación en cuatro tiempos: La decisión eterna tomada por la Trinidad de que el Verbo se encarnase, pues el hombre en su materialidad está capaci­tado para realizarse, pero en su espíritu no pue­de alcanzar su fin: la unión con Dios, sin la En­carnación (A 13 bis [E 851). Segundo tiempo: el descubrimiento del decreto al primer hombre y la promesa de realizarlo, al mismo tiempo pro­mete la redención, cambiando el pecado de la naturaleza humana en personal. La encarnación la pide el amor divino y la exige la perfección de la naturaleza humana y la gloria perfecta divina (A 26 [E 981); tercero: la realización en el tiempo por medio de María del decreto eterno; y cuarto, la vida y muerte de Jesucristo. Consecuencias: Je­sús es nuestro Padre, pues por el Bautismo nos da su misma vida, tenemos que parecernos a El, Dios sólo nos da las gracias a través de Jesu­cristo y María es el canal por donde vienen las gra­cias.

Examinando toda la doctrina y especialmen­te las tres causas de la Encarnación se concluye que, para Luisa, interpretando a San Pablo en Col. 1, 15-18 el motivo de la Encarnación fue la unión del hombre con Dios, y el Verbo se hubiera en­carnado, aunque el hombre no hubiera pecado. Esta doctrina pudo leerla o escucharla a los ca­puchinos, seguidores de Scoto, a Bérulle o a San Francisco de Sales.

Para Luisa el cuarto tiempo: vida y muerte de Jesucristo, cierra el ciclo de la Encarnación: para unirnos con Dios hay que ir por el camino de su Hijo. La vida de Jesús tiene la misión de ense­ñarnos el camino para ir a Dios: «Todas sus ac­ciones no son nada más que para nuestro ejem­plo e instrucción», y sólo «haciendo las acciones que El hizo en la tierra, los cristianos tendrán ya en esta vida la unión con Dios» (A 5, 10 [E 22, 15]). A imitación de Bérulle suele hablar de los esta­dos de Jesús, en especial de dos: la vida oculta, singularmente en el seno de María, y su muerte. Es la muerte de Jesús la que completa nuestra unión con Dios, pues en ella la «naturaleza hu­mana adquiere pleno poder para unirse con Dios» de una manera tan estrecha «que Dios ha casti­gado en su Hijo la enormidad del pecado» (A 21- 21bis [E 33]). Aquí se separa de la escuela Abs­tracta, reacia a meditar la Pasión.

Unión en la Eucaristía y por los méritos de Cristo

La Humanidad de Cristo subió a los cielos, pero como Dios quiere una unión inseparable, in­ventó la Eucaristía. «Y como en el cielo Dios se ve en el hombre por la unión hipostática del Ver­bo hecho hombre, ha querido estar en la tierra a fin de que ningún hombre estuviera separado de El» (A 15 [E 21]). No es una unión estática o de presencia solamente, es para ser comida y ser una fuerza dinámica de acción. Delante de Vicente, ex­plica a las Hijas de la caridad que con la Eucaris­tía aumenta el amor de Dios a los hombres, ya que para la salvación bastaba la Encarnación, pe­ro con la Eucaristía quiere nuestra santificación, comunicándonos «todas las acciones de su vi­da… deseando que seamos semejantes a El por su amor» (A 71 [E 60]).

Finalmente contempla la unión entre la hu­manidad y la divinidad a través de los méritos de Jesucristo. Es una unión intencional y meritoria. La Eucaristía es la unión más vital y divina, pues en ella se realiza la doble unión de cuerpos y por los méritos de Criáto. Esta unión meritoria se re­aliza dando «el testimonio que quiere que demos de El, haciendo las acciones que El hizo en la tie­rra» (A 26 [E 98]). El mismo Cristo tuvo presen­te en la cruz esta unión, al exclamar que tenía sed; era la sed de aplicar «sus méritos a todas las almas creadas para el paraiso», pero sólo se apli­can a los hombres que consienten en ello (A 21- 21 bis [E 33]). La influencia de San Vicente cada día se hace más intensa.

Seguimiento de Jesucristo

El seguimiento de Cristo lo presenta como al­go práctico de la vida diaria, siguiéndole en me­dio de los pobres hasta morir crucificada por ellos. Seguir a Cristo supone: comunión con su vida comprometida con los pobres; continuación de su misión de salvación y liberación de los pobres; par­ticipación en su destino sacrificado hasta morir por los pobres. En los primeros años de su encuen­tro con San Vicente, Cristo es el Dios inmenso al que hay que honrar, aunque algunas veces honor signifique imitar también. Poco a poco lo consi­dera el camino que nos introduce en la divinidad.

Comunión con su vida. El Jesús del Evange­lio se presenta ante ella y las Hijas de la caridad con todo su mensaje de seguimiento. Unas veces con las partículas: como, tal que, ya que dijo…, nos presenta a Jesús obrando y actuando para que le sigan; otras veces siente el deseo de imitar, lue­go el deber, hasta concluir con la obligación de imi­tar a Nuestro Señor. La imitación no se reduce a una copia material. Para Luisa imitar a Cristo es asumir su vida, de tal manera que nuestra vida sea una continuación de la suya. A Cristo lo siente ac­tivo como, si al imitarlo, se hiciera una transfu­sión de la vida de Jesucristo en la vida de ella. La vida de Jesús es un ideal que pretende realidad y un espíritu que da vida a su vida. Hay que asimi­lar la vida de Jesús hasta hacer de ella el motor que actúe la vida entera, penetrando en la diná­mica íntima del obrar de Cristo: su espíritu. Vaciarse de uno mismo para llenarse de su espíritu, de sus mismos sentimientos.

Espíritu de la Compañía: Luisa no lo explica de­tenidamente, es el superior Vicente quien debe hacerlo. Pero sí se detiene a comparar a las Hi­jas de la Caridad con los cristianos. Seguir a Je­sucristo tiene su raíz en el bautismo. En el bau­tismo Jesús nos da una vida nueva, siendo así nuestro Padre, y como hijos debemos parecernos a El. De Jesús-Padre lo que más admira es su. amor que le empuja a «expresarlo con una muer­te anticipada», sin olvidar, por lo tanto que «los que hemos sido bautizados en Jesucristo hemos sido bautizados en su muerte». Sin expresarlo abiertamente Luisa compara a la Hija de la Cari­dad con cristiana y de la comparación deduce que la Hija de la Caridad es algo más que una cristia­na, no cuantitativamente sino cualitativamente. (. L 200, 217, 276 [c 224, 257, 316]).

Unión transformante: El seguimiento de Jesús le induce a un intercambio del vivir con El: «Ya que Jesús hace propias nuestras necesidades… he resuelto seguirle enteramente sin ninguna dis­tinción, y sintiendo consuelo de ser tan feliz al ser aceptada por él para vivir en su seguimiento to­da la vida» (A 5 [E 22]). Jesús acepta este inter­cambio de vida como entre los esposos: «El lu­nes, en la santa comunión, de repente, sentí que se me advertía o que deseaba que Nuestro Se­ñor viniese a mí acompañado de sus virtudes pa­ra comunicármelas» (A 18 [E 103]). En este mo­do de vivir desea llegar «hasta el pie de la cruz que elige como a su claustro». Es llegar al puro amor como meta del seguimiento (A 27 [E 103]). Así el seguimiento se centra en una sola decisión: hacer en todo la voluntad del Padre, como lo hi­zo Jesús en la tierra.

Continuación de su misión

Para Luisa aquí se centra el corazón del se­guimiento. Toda su vida es un ejemplo, además de manifestarlo en cartas y en sus escritos. Pa­ra ello fundó con San Vicente la Compañía de las Hijas de la Caridad. Sin esta misión específica de la misión de Jesucristo desaparece la Compañía y su vida, sin duda alguna, hubiera sido total­mente distinta.

Participación en su muerte

En toda su correspondencia presenta a Jesús sufriente. Era el Cristo de su vida de dolor y el de las Hijas de la Caridad frecuentemente enfermas, corriente en el siglo XVII. En sus cartas se lee la despedida soy en el amor de Jesucristo crucifi­cado. Seguir a Jesucristo significa tomar parte activa en el destino inseguro y sacrificado de Je­sús en bien de los pobres. Todo discípulo debe seguir este destino peligroso. Sin embargo pien­ sa que hay hombres destinados al sufrimiento y sin una asistencia especialísima de Dios no le pueden ser fieles; también los hombres llama­dos a una vocación especifica están sujetos al sufrimiento, a causa de las dificultades de su vo­cación; asimismo hay personas llamadas a santi­ficarse por medio del sufrimiento; ella misma se considera destinada al sufrimiento. . Sin. embargo, . no puede caer ni en el fatalismo o angustia ni en la rebeldía o venganza. . La esperanza la lleva a dar la única respuesta válida al sufrimiento: si­guiendo a Jesucristo encuentra en el amor de la crucifixión la única esperanza. El dolor es inherente al ser creado y la vida causa dolores que sólo en­cuentran explicación enel amor que Dios nos tie­ne al entregar a su Hijo a una muerte de cruz. La esperanza cristiana asume los remedios sobre­naturales así como los sicológicos y los esfuer­zos materiales de los hombres.

María, elegida por Dios eterno

Su devoción a María es un reflejo de la de­voción a María en el siglo XVII: una devoción es popular y otra crítica y seria. Luisa siente un des­doblamiento de mujer culta: su mentalidad es devotamente crítica, debido a Vicente de Paúl, pero su devoción práctica es popular. Con todo, María no es el eje de su espiritualidad como lo es la divinidad o Jesucristo. Pero tampoco la con­sidera insignificante. En las cartas María aparece pocas veces y de paso, a no ser en la memoria de la peregrinación a Chartres. Sin embargo en escritos espirituales descubre que profundizó los misterios marianos y amó con fuerza a María. Lui­sa pone como principio mariológico la elección de Dios en la eternidad, más que la maternidad di­vina. Si. la Encarnación era necesaria para la unión del liombre con Dios, María fue necesaria para la Encarnación, perteneciendo así a la sustancia de la Encarnación y a la economía de la redención. Considera el decreto de la elección como un fru­to del amor de Dios a María y recurso de miseri­cordia hacia ella, Luisa, y hacia la Compañía para que conserve su pureza. La honra que tri­butamos a María se apoya en la elección y de esta brotan todas las gracias y prerrogativas de María. A veces Luisa parece indicar que María no fue elegida sino expresamente hecha para ser Madre de Dios. En frase berulliana la llama «la obra maestra de la Omnipotencia en la naturaleza pu­ramente humana», «María fue el único ser hecho capaz por Dios, de una manera extraordinaria, de gozar de la plenitud de la divinidad… Y en el cielo será para los bienaventurados gloria acci­dental, como Dios es la gloria esencial.» (A 4, 31 bis [E106, 5])

De todas las prerrogativas marianas Luisa se extasía en dos: la Inmaculada y Madre de Gracia. La Imnaculada es una consecuencia de la elección: Dios aplica el designio de la encarnación a la ma­teria que debía formar el cuerpo virginal de Ma­ría; materia antes de ser engendrada como ver­dadera hija de Adán. De esa materia se hará el cuerpo de María sin pecado original. Da la sen­sación que, para Luisa de Marillac, la materialidad corporal es la señal y la realidad de la pertenen­cia a la estirpe de Adán; como si, a través de la sangre contaminada, se transmitiera el pecado original (A 4 [E 5]). Lógicamente deduce para Ma­ría aumento continuo de la gracia y enriqueci­miento de los méritos de Cristo, inmunidad de la concupiscencia, obrar siempre con agrado de Dios, iluminación del entendimiento y robusteci­miento de la voluntad. En especial María es el testimonio que «hace conocer y adorar todo el po­der de Dios que hizo en ella la gracia de dominar totalmente la naturaleza».

En la Inmaculada parte de la elección eterna, para la mediación se retira al nacimiento de Je­sús, pero como la fase final de la elección divina. «No sin razón la santa Iglesia la llama Madre de Misericordia. Y lo es porque es madre de gracia. Os veo, purísima Virgen, Madre de gracia porque no sólo habeis dado la materia para formar el sa­grado cuerpo de vuestro hijo -pues aun no erais madre- sino que le habeis introducido en el mun­do». De ahí, que María sea «Madre de la ley de gracia, pues es madre de la misma gracia». Con razón la Iglesia le da el titulo de Mediadora entre Jesús y los hombres.

Devoción popular

Luisa es una mujer formada en teología, con una piedad más intelectual que que afectiva. Sin embargo, su vida experimentaba todo el peso de la devoción popular. Los grandes problemas de su vida se los presenta a María como todas las devotas de su tiempo. Concretamente se los presenta a María en Chartres, a donde va en una mezcla de peregrinación y ejercicios espiri­tuales (L III [c. 121]) Allí presenta las necesi­dades de su hijo, el futuro de la Compañía y sus disposiciones para la muerte. El desdoblamien­to de su devoción se afianza en la promesa de dar un cuadro a Chartres, otro a San Lázaro y una imagen a San Lorenzo, adornados con rosarios. San Vicente se preocupó de que la devoción a María no degenerase en superstición. Un día le ordenó que abandonase la devoción del peque­ño rosario. Obedecio. Con todo le agradó que Lui­sa declarase a María como la única Madre de la Compañia. No en. sentido teológico como pue­de ser Madre de la Iglesia procedente de la En­carnación, la crucifixión y Pentecostés, sino en el sentido de cuidar de la Compañía y de las Hi­jas de la Caridad con amor maternal. Así lo afir­mó en el llamado Testamento espiritual, poco an­tes de morir.

Espíritu Santo

Vease la segunda parte de esta misma pala­bra: Espiritu santo.

Bibliografía

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