Antonio Portail (Octava y última Parte)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Source: Noticias de los misioneros.
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VIII (1649-1660)

Regreso del Sr. Portail a París – Humildad del Sr. Portail y de la Srta. Le Gras.-Asamblea de 1651 y trabajos –El Sr. Portail encargado de la ejecución de ciertas decisiones.-Carta del Sr. Portail a mi hermana Angibou –Visita algunas casas de hermanas.-Carta de la Srta Le Gras al Sr. Portail –Aprobación de los votos en 1655.-El Sr. Portail los renueva el 25 de enero de 1656 con toda la comunidad.-Carta de la Srta. Le Gras al Sr. Portail –Caída que tiene san Vicente.-Correspondencia del Sr. Portail con las Hijas de la Caridad. –Cae enfermo.-Su muerte, Carta de san Vicente que anuncia su muerte.

Antonio Portail, C.M.

Antonio Portail, C.M.

El Sr. Portail de regreso en París volvió a sus antiguas ocupaciones. Continuó siendo el consejo de san Vicente, y las Hijas de la Caridad recobraron con fruto y consuelo a su antiguo director.

Hemos visto al Sr. Portail en acción en las misiones que le han sido confiadas. Hemos visto cómo alababa san Vicente la prudencia de su dirección, y la bendición que Dios le otorgaba en todo. Hemos oído al Sr. Portal en persona en sus distintas correspondencias, y el lector ha podido convencerse que este virtuoso misionero, tan humilde como celoso, continuaba siendo, como san Vicente le había calificado en otro tiempo, el espejo de la Compañía.

Los santos no han estado siempre de acuerdo, pero la caridad no ha cesado de unirlos. La Srta. Le Gras no aprobando una medida del Sr. Portail le escribió la carta siguiente:

«Señor,

Me siento muy obligada por querer darme alguna prueba de cordialidad y benevolencia. Visto el conocimiento que tenéis de mis miserias, os suplico, Señor, que ello lleve a vuestra caridad a conseguirme misericordia, es verdad que ya hemos visto ese librito, que estimaré tanto por las razones que me dais, por lo que os doy muchas gracias.

Permitidme, Señor, que os explique estas palabras de mi carta que os han llevado a hacerme conocer vuestras intenciones, diciendo que podía haber tales encuentros en los que yo no podría obedeceros o en la imposibilidad de hacerlo. Se trata, Señor, que a veces cuando nuestras hermanas me dicen que vuestra caridad les ha pedido hacer el retiro o cambiar de lugar (aunque esta manera de comunicármelo sea un poco extraordinaria) sucede que resulta imposible por no haber nadie para ocupar su lugar útilmente, y no sólo eso, sino no habiendo nadie. Se necesitaría una conferencia de una hora para daros varios ejemplos que os hicieran conocer que yo preferiré siempre vuestros consejos a todas mis razones, si os las pudiera dar, o vos tuvierais el tiempo de escucharme, lo cual no ha sucedido todavía, y creo que no lo habéis juzgado oportuno.

«Espero que nuestro Señor suplirá mis defectos, ya que en verdad sólo deseo su gloria y el cumplimiento de su santísima voluntad, no para justificarme ante nuestras hermanas, ni ninguna otra, sino en vuestra caridad por el respeto que os debo y las obligaciones muy grandes que toda la Compañía os debe y yo en particular que soy desde lo más íntimo de mi corazón en el amor de Nuestro Señor.

Señor, vuestra muy humilde y muy obediente servidora. «L. DE MARILLAC»

Esta es la respuesta llena de prudencia y de humildad que le dirige el Sr. Portail.

«Señorita,

Esta es la última palabra que no he podido retener a pesar de mi resolución de silencio sobre este punto. No es para dar razones de nuevo, sino al contrario para suplicaros humildemente que recibáis que nosotros no pensábamos ya en todo eso, ya que sería siempre volver a empezar, y habría peligro de que al final la caridad mutua y recíproca, pues creo con toda seguridad que lo es por la gracia de Nuestro Señor, se podría alterar; y basta con haberos dicho mis pequeños sentimientos que la providencia me ha obligado a declararos para descargarla de mi conciencia. Por eso no he visto conveniente remitiros vuestra primera carta y no respondo a la última si no es para deciros ingenuamente que habéis podido muy bien juzgar que el mal que digo incurable no es otro que el que las hermanas está a falta de auxilio rápido, y no vos, Señorita, pues os aseguro que pondría la mano en el fuego para firma que no hay siquiera pecado venial en vuestra conducta, ya que está conforme a la santa voluntad de Dios según el sentimiento que me habéis declarado de palabra y por escrito y por efecto: sabéis, Señorita, que la santidad no es incomparable [78] con los sentimientos contrario. Dos santos predicaron antiguamente uno contra el otro con ardor y con todo ello no dejaban de ser santos ; con mayor razón vuestra santidad de vida no dejará de subsistir con todas las oposiciones que tenéis a los sentimientos de un malvado como yo. Que si me ha faltado el respeto y discreción al expresaros mis pensamientos os pido humildemente perdón, aunque me parece que lo he hecho según el testimonio de Dios y para su mayor gloria; por ello será mejor dejarlo como está y a Dios que haga ese milagro que es de curar un mal incurable, rogándole no obstante que nos dé la gracia a los dos y hacer buen uso de esta cruz que permite enviarnos para ejercitarnos y purificarnos más y más, esperando que todo resulte en su gloria y nuestro mayor bien y tal vez que su infinita bondad inspire al Sr. Vicente algún medio eficaz para acabar con nuestra dificultad. Dios le conceda esa gracia. No dejaré no obstante de obrar siempre en relación con vos con la misma cordialidad y respeto que he tenido siempre con vuestra querida persona, como si nada nuevo hubiera pasado; y me parece que después de esta pequeña apertura de corazón que acabamos de hacer vos y yo, Señorita, tendremos medio de vivir en adelante con más tranquilidad y unión que antes, al menos en cuanto a mí, por haber hecho en este caso lo que he podido y debido. Debo seguir contento, , aunque me quede todavía por llevar la misma cruz, pues el paraíso no se promete más que a los que la han llevado como es debido y deberíamos decir con san Pablo Absit mihi gloriari nisi in cruce Domini Nostri Jesu-Christ en cuyo amor y en el de su santa madre, soy,

Señorita, vuestro muy humilde y muy obediente servidor. PORTAIL.»

Citamos estas cartas porque nos ponen en situación de juzgar sobre el carácter de estos personajes, tan dignos en todos los respectos de nuestra estima y de nuestra admiración.

El Sr. Portail, humilde y franco, daba a la Srta. Le Gras un consejo que creía útil, mientras le testimoniaba una estima y un respeto que respiraban veneración.

A primeros de julio de 1651, san Vicente convocó en París una reunión de los principales superiores de la congregación a fin de completar los reglamentos que apenas quedaron esbozados en la asamblea de 1642.

En ella se hallaban cuatro de los principales compañeros de san Vicente: los Srs. Antoine Portail y Jean d`Horgny; Antoine Lucas, superior de la casa del Mans y Jean Bécu.

Los Srs. René Alméras, superior de la casa de Roma; Étienne Blatiron, superior de la casa de Génova; Lambert aux Couteaux, superior de la casa de Richelieu, Gilbert Cuissot, superior de la casa de Cahors; Louis Thibaut, superior de la casa de Saint-Méen; François Grimal, superior de la casa de Agen; Jean-Baptiste Legros, superior del pequeño San Lázaro; Pierre Duchesne; Pierre Duchesne; Jean-Baptiste Gilles.

Esta asamblea se ocupó del 1º de julio al 11 de agosto, bajo la presidencia de san Vicente en estudiar todas las cuestiones que se referían al gobierno de la Compañía.

Luego, en una reunión particular, se propusieron varias cuestiones a san Vicente en relación con el buen orden y la disciplina. San Vicente las respondió con su sabiduría ordinaria y encargó en especial al Sr. Portail de la ejecución de varias de las decisiones tomadas. Como venimos viendo el Sr. Portail continuaba siendo un auxiliar muy útil para san Vicente, al mismo tiempo entregaba todos sus días a la formación y a la dirección de las hijas de la Caridad. Las que se encontraban lejos no experimentaban menos que las que se hallaban presentes el beneficio de sus sabios consejos.

Esto escribía a la hermana Barbe Angibou en Berney, el 31 de mayo de 1655:

«Mi muy estimada hermana,,

La gracia de Nuestro Señor esté siempre con usted

Alabo a Dios por todo lo que me escribe en especial por el gran deseo que tiene de la frecuente comunión; pero habiendo hablado al Sr. Vicente, él me ha dicho que es mejor seguir el tren de la comunidad que comulgar con más frecuencia que las demás, si no es alguna vez por una consideración especial. Ahora bien, la práctica de la casa es acercarse a la comunión, todos los domingos y fiestas mandadas, excepto cuando hay dos o tres fiestas seguidas, en cuyo caso se comulga un día de cada dos. Y si se tiene deseos de comulgar dos días seguidos, se pide el permiso, que se da ordinariamente, pero con la condición que se comportará tan bien el primer día que no se necesite confesarse al día siguiente; y este es el permiso que le doy ahora una vez por todas y a vuestra hermana también. Además, tiene permiso ya de comulgar el día de su vocación, de su bautismo, de su patrona santa Barbe, de su santo del mes y de algunos otros santos cuyas fiestas no están mandadas, como son las de la presentación de la santísima Virgen, de san Francisco, de san José, del nombre de Jesús, el 14 de enero, y otros que puede usted saber. Por otra parte, le está permitido comulgar todos los Jueves de los advientos y cuaresmas; y le permito comulgar una vez al mes por la paz añadiendo las mortificaciones corporales que se acostumbran en la casa. Ya tiene muchas comuniones en un año, pero esto no es todo; sería mejor no hacer tantas y hacerlas mejor, y hacer ver después una enmienda, como yo quiero creer que lo hace, y parece ser que es más virtuosa que nunca y que da un buen ejemplo ya que tantas jóvenes se presentan para entrar en la caridad. Alabado sea Dios y por siempre, y le pido que la perfeccione cada vez más; y por lo que se refiere a estas jóvenes postulantes, trate de probarlas bien, y no cederles nada; y, si después de ello perseveran en su deseo, dígales, por favor, que serán las bienvenidas, pero con la condición ordinaria, si ellas no son halladas propias después de probarlas algunas semanas en la casa, ellas ven bien volverse a sus gastos, y por tanto que se lo piensen antes de marcharse. Y por lo demás me ha sido un consuelo el saber que en sus penas y dificultades interiores sigue el consejo que yo le había dado de ponerse al pie de la cruz, ya que si lo hace con el espíritu debido, no dejará de recibir un gran alivio en todas sus miserias tal vez más que si recurrierais a vuestro director. Continúe pues, mi querida hermana, su santa práctica; y aunque no pueda postrarse al pie del crucifijo, tome el que lleva en las manos, mirándolo devotamente, besándolo, y clocándolo sobre su pecho, protestando interiormente que lo ama, lo adora, lo quiere imitar en sus virtudes en especial en su paciencia, y que le pide la gracia con estas señales exteriores, y eso principalmente cuando las pasiones, las tentaciones y las tribulaciones la asaltan. Y, con esto es cuanto le puedo decir por ahora, sino que le pido a Dios que le dé su santa bendición, y que soy en el amor de Nuestro Señor vuestro muy humilde y muy obediente servidor. PORTAIL.»

Pero no se contentaba con escribir a las hermanas para animarlas, iba también a visitarlas como lo había hecho algunos años antes, por las casas de la Compañía.

Había ido a visitar algunas casas situadas en el Este de Francia, cuando cayó enfermo, como nos lo dice la carta siguiente que le dirigió la Srta. Le Gras el 26 de setiembre de 1655.

«Señor,

El estado de vuestra indisposición que hemos conocido, aunque sin confirmar, me causa pena y suspenso sobre lo que debemos pedir a Dios la perfecta salud o una salud lánguida; la primera prolongaría vuestro regreso, pero también nuestras hermanas de Sedan, de Brienne, er Monmirail y de Nanteuil lo agradecerían, mientras que todas las de París, lo sentirían tanto, Señor, que de algún modo, con tal de que vuestro regreso sea en perfecta salud, nuestros intereses nos parecen iguales considerando doblemente las necesidades de nuestras hermanas alejadas que es lo que nos obliga a pedir a Dios por vos y por nosotras lo que sea un poco más conforme a su santa y absoluta voluntad , y pediros por su amor que os conserve en vuestros trabajos para hacer más tiempo su santa y adorable voluntad en la tierra.

«Si la Providencia quiere que todos nuestras hermanas tengan la bendición de veros en este viaje, os suplico, Señor, que os acordéis de la carta que la hermana Jeanne Christine a quien os señalé en vuestra partida, quien [84] testimoniaba algún descontento. Creo que siente pena por no tener en ese lugar el aplauso que siempre ha tenido en ostras partes, y también que ella entraba en el lugar que una que fue muy echada de menos. Hemos hecho algún gasto por los enfermos y otra cosa que decía deber remitirnos el dinero como por razón; pero su costumbre siempre ha sido de no preocuparse y pienso que es por la virtud de desprendimiento con excepción de su acomodación; ya sabéis la estima que hemos tenido de esto..

«En cuanto a Brienne, como se pueden decir las dos noticias sin saber qué cosa es el afecto al bien de la Compañía, temo que por respeto y sencillez, se permiten no tener acierto para sacar de la Sra. De Brienne lo que les ha prometido a ellas, o que ellas no le hayan explicado que nosotros no debemos suministrarles ropas del resto del resto de su alimentación, no habiendo dejado dicha señora de sacar de ellas conocimiento de su pequeño gasto. Tenemos también a las dos hermanas de Brienne que no han aportado nada para ropa y regreso, si no se quedaran, no es que yo dude de la primera, pero la última me resulta un poco sospechosa. En cuanto a Montmirail,, nuestras hermanas con cuentan con vuestra visita; sabéis las necesidades de una y de otra; además no sé si sor Louise tiene toda la mansedumbre que necesita la hermana Catherine, y si la hermana Carherine se retira un poco de la inclinación a frecuentar a la gente, y del placer demasiado grande de cantar con las personas del siglo; eso constituye un peligro.

«Creo, Señor, que será necesario que aviséis a la hermana Pétronille del respeto y estima para con la hermana Jeanne, y a la hermana Jeanne que se modere en sus devociones y se comunique en sus quehaceres con la hermana Pétronille, a quien será conveniente recomendar que no se familiarice con ningún eclesiástico, no más que con el resto de la gente; este defecto ha causado mucho daño a las otras. Pido a Nuestro Señor que nos dé a todas las disposiciones que necesitamos para hacer buen uso de todos los esfuerzos que vuestra caridad realiza a favor de lo general y particular de la Compañía de lo que sólo Dios puede ser vuestra recompensa, y yo en su santo amor, Señor, Vuestra muy humilde y muy obediente servidora. L. DE MARILLAC

«P. S. Todas las hermanas os saludan con respeto y sumisión, y yo con ellas; nos encomendamos a vuestros sacrificios de lo que esperamos parte en la bendición y en vuestras oraciones, nuestras obligaciones os estarán aseguradas por las nuestras aunque muy insignificantes e indignas de ser presentadas a Dios».

Al final del año 1655, san Vicente había conseguido de la Santa Sede la aprobación de las constituciones y de los votos a pesar de las dificultades incesantes contra los votos simples. Y el Santo Padre, al dar esta aprobación, decidía que los misioneros pertenecían al clero secular.

Así es como san Vicente anuncia esta noticia al Sr. Martín superior de nuestra casa de Turín, el 3l de diciembre de 1655.

«… Algunos días después de vuestra partida, recibimos el breve por el que la Santa Sede confirma y reafirma a nuestra pequeña Compañía, y enseguida, habiendo reunido a la comunidad de aquí, con excepción del seminario, ella realizó un acto de aceptación auténtico, que todos firmaron, del mismo breve; y luego reconoció ante un notario haber firmado a fin de que la posteridad que se ha hecho jurídicamente y en la mejor forma que se puede. Querría poder expresar con qué sentimiento de alegría y de gratitud se ha hecho, pero me alargaría demasiado. Los del colegio y del seminario de San Carlos han hecho lo mismo, y hemos enviado al Sr. Berthe para las otras casas a fin de que hagan otro tanto y hagan los votos según dicho breve, como lo hemos hecho aquí. Ha pasado al Mans, a Richelieu, a Saint-Méen, y en todos los lugares se han conformado a nosotros en esta acción. Yo os enviaré el modelo de esos actos para ajustaros a ellos cuando los celebréis. El Sr. Berthe no va expresamente a por este asunto; su principal misión es continuar las visitas comenzadas por el difunto Sr. Le Gros; creo haberos comunicado que este querido difunto que visitando el seminario de Mantauban allí fue él mismo visitado por una enfermedad que lo ha llevado al Cielo…»

El 25 de enero de 1656 fue un día de fiesta en San Lázaro. Toda la comunidad, como dice san Vicente con reserva del seminario, reunida ese día de la fiesta de la conversión de san Pablo, aniversario de fundación de la compañía renovó los votos según la fórmula recientemente enviada y aprobada por el Soberano Pontífice Alejandro VII. Fue a partir de este momento cuando en un registro preciosamente conservado, todos los miembros de la Compañía escribieron de su propia mano la fórmula desde entonces en uso, por la cual se comprometían a la observancia de los santos votos.

Al comienzo del registro se halla reproducida la bula de Alejandro VII: Ex commissa Nobis (véase Acta apostolica, p. 76) reconocida y verificadas por los notarios y guardanotas del Rey, en el Châtelet de París –con el fin de que obtuviera su efecto legal, -por debajo apoyada con el sello y contrafirma por el secretario de la nunciatura, el certificado del nuncio apostólico en Francia, Mons. Nicolas Guidi, arzobispo de Atenas, declaran la copia conforme al original. Luego, vienen, escritos por la mano del Señor Portail, tres documentos.

El primero que reproducimos es el proceso verbal de la renovación de los votos; el segundo era la firma misma de los votos, el tercero la explicación del voto de pobreza.

Vienen luego las firmas.

Sacerdotes: Vicente de PAÚL. –Antoine PORTAIL. –Jen BÉCU. –Jean D’ORGNY. –René ALMÉRAS. -Étienne BOURDET . –Claude AMIROT. –Antoine MAILLARD. –Guillaume CORNUEL. –Gabriel DELESPINAY. –Jean WATEBLED. –Mathurin GENTIL –Nicolas DELABRIÈRE. –Jean GIQUEL. –Antoine DURAND. –Jacques EVEILLARD. –Nicolas TALLEC. –Jacques DESPRÉAUX. –René SIMON. –Martin LEVASSEUR. .

Clérigos: Daniel BAUDOIN. –Antoine PARISI. –Jean LAGRIVE. –Antoine FROMONT. –Pierre CORNUEL.

Hermanos Coadjutores: Alexandre VÉRONNE. –Mathieu REGNARD. –Jean BESSON. – Paschal DELANOF. –François CERISY. –NIcolas COTTESME. –Louis ROBINEAU. –Jean MEUSNIER. –Philippe LABEILLE. -Dominique CHRESTIEN. –Bertrand DUCOURNAU. -Jean DUBOURDIEU. –Jacques LORFAY. –Jean PROUST. –Étienne ESTIENNE. –Pierre LABEILLE –Nicolas CHEZDEVILLE. –Antoine FRENOY. –Jean LASNYER. –Jean ROLLIN. –Nicolas CAUPMENT. –Jean MEUSNIER (el joven).

Con mucha suerte reproducimos esta lista de los primeros misioneros, a continuación de los cuales están inscritos todos los de, a partir de 1656, hasta nuestros días hicieron los votos en la pequeña Compañía.

Aparte de esto, el año se pasó sin incidente notable en relación con el Sr. Portail.

En el transcurso del año siguiente, la Srta. Le Gras le escribe con ocasión de una fundación nueva y para la cual le pide su parecer.

«11 de mayo de 1657

«Señor,

«Me temo que va a ser demasiado apremiaros si os digo que nuestras hermanas deben partir el lunes por la mañana con la Sra. Duquesa de Vantadour y que me parece muy necesario que lleven consigo una copia de los principales artículos de las fundaciones en especial en cuanto a lo que se refiere a la dependencia total en lo espiritual, la continuación de la forma y color de los hábitos, que no les estarán asociadas personas por encima ni debajo de ellas en cuanto al servicio de los pobres. Y como no se trata de un hospital establecido, será necesario, si el Sr. Vicente lo juzga oportuno, que haya un artículo que diga: que es necesario que su despensa esté separada de la de los pobres.

«Al haceros estas observaciones, no entiendo, Señor, excluir nada de lo que juzguéis a propósito introducir.

«Nuestras queridas hermanas se prometen el honor de veros antes de partir. Me encomiendo a vuestras santas [88] oraciones, quedando en el amor de Nuestro Señor, Señor, vuestra muy humilde y muy obediente servidora. «L. DE MARILLAC.

«No sé si será necesario poner un artículo que diga que nuestros aserradores deben establecerse con el consentimiento del Mons. el obispo»

Como la Srta. Le Gras no tenía sino que felicitarse por los consejos del Sr. Portail, escribía a algunas hermanas el 4 de julio de 1657 que fueran muy exactas en seguir las prescripciones de su sabio director.

Pero, a principios de enero de 1657, san Vicente tuvo una caída bastante grave; la Srta. Le Gras escribió con esta ocasión al Sr. Portail.

«13 de enero de 1658.

«Señor,

«Después de alabar a Dios con vos, aunque indigna de la gracia que me ha hecho de preservarnos al Sr. nuestro muy honorable padre de un peligro muy inminente, me tomo la libertad de suplicaros que pongáis remedio a los defectos que me parecen en la carroza, que es, según me parece, que las puertecillas son demasiado bajas de apoyo y que todo el cuerpo de la carroza está demasiado alto para él pues aunque lo haga más suave sin embargo le da un balanceo que a veces, viéndome en el caso, he temido que me arrojasen a la portezuela; también he creído que debería haber unos copos a los dos lados de las portezuelas, bien que no sea ya la moda.

«Creo que la hermana Rosa espera todavía hablaros, si vuestra caridad pudiera mañana; yo os la enviaría a la hora que digáis, y también creo tal vez que una prohibición de no regresar sin haber comulgado, si así lo creéis, ella podría ponerse a descansar.

«Permitidme que me recomendéis en vuestros santos sacrificios y oraciones que me diga en el amor de nuestro Señor, Señor, vuestra muy humilde hermana y obediente servidora«. L. DE MARILLAC.

El Sr. Portail continuó apoyando y formando a las hijas de la Caridad por medio de su correspondencia. Citaremos aún dos cartas que son un modelo de cómo aconsejar.

«París, 14 de junio de 1659

«Mi muy querida hermana,

«Recibí ayer vuestra carta, que me ha afligido algo en un principio, diciéndome la aflicción de espíritu en que estáis, pero inmediatamente he sentido consuelo cuando he considerado que este dolor no proviene más que de un temor de ofender a Dios, y que no os preocupáis por sufrir, mientras que su divina Majestad no sea ofendida. Ésa es una buena y santa disposición a haceros llevar alegremente vuestra cruz y para merecer que ella os lleve un día al cielo; y si decís que no dejáis de cometer faltas respondo que esas faltas son ligeras y sirven para impediros caer en las grandes. Además, si vuestras penas son las mismas que teníais aquí, os digo que no es nada y que debéis menospreciarlas y serviros de otros remedios que ya os he indicado anteriormente.

«Pero estas penas siguen aumentando, decís. Es signo sin duda de que Dios aumenta su amor hacia vos y os da gracias más grandes para aprovechar vuestro sufrimientos. Vos querríais tener al espíritu contento; os aseguro que no tendréis nunca un verdadero contento en vuestra alma sino en una verdadera conformidad con la voluntad de Dios en todo. Y su divina voluntad es que estéis ahí en la oficina que tenéis y ahí sufráis las penas que lleva consigo, y por todo el tiempo que a él le plazca [90]. Y por lo tanto, debéis decir en lo más fuerte de vuestros dolores: Dios mío, que se cumpla vuestra voluntad, ; y, con san Agustín : Partid, cortad y no me ahorréis nada, con tal de que me perdonéis en la eternidad. Si hubierais elegido por vuestra propia voluntad ir aquí donde estáis y solicitado el oficio en que os ejercitáis, tendríais razón en creer que esa no es la voluntad de Dios; pero ya que no ha sido así sino por orden de vuestros superiores y directores que os conocen mejor que vos misma, y por quienes Dios da a conocer su santa voluntad respecto a las personas que están bajo si dirección, debéis tranquilizaros que obedeciéndoles a ellos obedecéis a Dios, y por consiguiente no hagáis problemas de vuestros sinsabores, sino para pedir a su bondad infinita que os aumente la paciencia aumentándoos los sufrimientos. Y si estos pequeños consejos no bastan para llevaros el consuelo que deseáis, esperadle de Dios mismo, que no deja nunca de socorrer a los que recurren a y confían en él. Y luego tendréis el primer día a uno de nuestros sacerdotes que os irá a visitar: el Sr. Vicente así me lo ha hecho esperar. Ánimo pues, mi muy querida hermana, y consolaos con esta esperanza. Mientras tanto, sed fiel en abrir vuestro corazón a vuestro director y seguid sus consejos como si vinieran de la boca misma de Nuestro Señor y veréis que recibís con ello un gran alivio, por mi parte yo trataré de contribuir en los santos sacrificios que ofreceré a la divina majestad para que ella sea vuestro guía, vuestro consuelo, vuestra fuerza, vuestro valor y un día vuestra recompensa en el cielo, después de haber combatido dignamente y sufrido por su amor.

«Me encomiendo también a sus oraciones y a las de nuestras hermana, a quienes saludo con respeto y les deseo a todas y principalmente a vos, mi querida hermana, la bendición de Nuestro Señor Jesucristo en cuyo amor y en el de su santa madre, soy vuestro humilde servidor. PORTAIL»

Aquí está la segunda carta que no edificará menos que la primera.

CARTA DEL S. PORTAIL A LA HERMANA MATHURINE GUÉRIN

«22 de setiembre de 1659.

«He recibido la vuestra querida, que me ha consolado mucho, no solamente porque me cuenta las bendiciones que el Señor derrama en vuestros empleos sino también por veros perseguida por hacer el bien , ya que como sabéis, Nuestro Señor declara bienaventurados a quienes sufren persecución por la justicia; creo que vosotras sois todas de este sentimiento, y por ello no es necesario que os diga nada más obre este punto, además de que la carta que el Sr. Vicente os escribe servirá de satisfacción para todo lo demás que podríais desear; me contentaré pues con responder a las dos preguntas que me hacéis, hablándoos según lo recibido de nuestro señor. .

«En primer lugar, en lo que se refiere al catecismo, que la hermana lo haga de la manera acostumbrada y todo el tiempo que Mons. de Laon y el Sr. párroco se lo permitan, teniendo cuidado solamente de no decir nada, que pueda `por poco que sea dar motivo a nadie de sorpresa, así como humillarse mucho porque Dios se sirve de los instrumentos más débiles e insignificantes para confundir a los más fuertes.

«En segundo lugar, que el permiso que el Sr. obispo ha dado a la hermana para blanquear los corporales no puede extenderse a otras cosas, de manera que se necesita un permiso especial a vos; sin embargo le podéis ayudar a enjabonar y almidonar, después de lavarlos en tres aguas por la misma hermana.

«En tercer lugar, que podéis dar estampas, rosarios, Agnus Dei, y demás parecidos pequeños muebles de devoción, e incluso libritos espirituales, mientras que se haga con sobriedad y aprovechamiento. Podéis también dar medallas que habéis recibido; pero os aconsejo que de dos años a esta parte el papa ha declarado que serán nulas y sin indulgencias para las personas quienes se las entreguen otros que Su Santidad. Sin embargo vos misma las podéis ganar con las medallas que habéis recibido antes de dicha declaración; no se pueden prestar estas medallas, ni hacer ganar las indulgencias a los enfermos. Por eso hemos escrito a Roma, para tener para todas nuestras hermanas con poder de hacer ganar las indulgencias a los enfermos a quienes hayan instruido y dispuesto para ello.

«No sé si respondo a todas vuestras dificultades, pues no puedo recuperar vuestra carta para saberlo, además de que la hora del mensajero se echa encima; en otra ocasión, si hace falta, os diremos más cosas, me encomiendo a vuestras oraciones, y soy en el amor de Nuestro Señor, etc. …»

Desde el comienzo del año 1660, el Sr. Portail se vio cansado y debió suspender sus visitas regulares con las hermanas. Fue para la Señorita Le Gras una preocupación penosa, pensar perder a un director tan sabio, y tal vez pronto al santo fundador de la familia espiritual. Pero, tras el primer movimiento de la naturaleza, despertaba su fe en la Providencia y se mantenía tranquila por la suerte de su querida familia.

Mientras que la Señorita Le Gras se inquietaba por la suerte del Sr. Portail, ella misma cayó enferma.

Sus temores estaban bien fundados; el Sr. Portail fue arrebatado al afecto de las dos familias el 14 de febrero.

Así se expresa Collet

«San Vicente perdió a Antonio Portail, sacerdote de un verdadero mérito[93], de una humildad profunda, de una caridad ejemplar y que se había unido a nuestro santo desde el tiempo en que residía en la casa de los Gondi, es decir por cuarenta años. Había prestado a la Congregación servicios esenciales, era su secretario y primer asistente, director de las hijas de la Caridad, lleno del espíritu de su buen padre, y apto para aliviarle en una infinidad de ocasiones, en las que un hombre de confianza es un gran recurso. Una enfermedad de nueve días se lo llevó; y esto precisamente en el momento en que la Srta. Le Gras estaba en las últimas».

San Vicente anunció con fecha del 5 de marzo la muerte de su primer compañero al Sr Desdames, misionero en Varsovia:

«Señor,

«ha querido Dios privarnos del bueno del Sr. Portail. Falleció el sábado 14 de febrero que era el noveno de su enfermedad que comenzó por una especie de letargo que se cambió en fiebre continua y en otros accidentes. Tuvo después el espíritu y la palabra bastante libres; siempre había temido la muerte, pero al verla acercarse la vio con paz y resignación, y me dijo muchas veces que yo le visité que no le quedaba ninguna impresión de su miedo pasado. Acabó como había vivido en el buen uso de los sufrimientos, la práctica de las virtudes, el deseo de honrar a Dios y de consumar los días como Nuestro Señor en el cumplimiento de su voluntad. Él fue uno de los primeros que han trabajado en las misiones y ha contribuido en los demás oficios de la Compañía, a la que ha rendido notables servicios, en todas las clases, de manera que ella habría perdido mucho en si persona si Dios no dispusiera de todas las cosas para lo mejor, y no nos hiciera encontrar nuestro bien donde nosotros esperamos recibir daños. Hay motivos de esperar que este su servidor nos será más útil en el Cielo de lo que lo hubiera sido en la tierra…»

Os ruego, Señor, que le tributéis vuestros respetos acostumbrados.»

No añadiremos nada a estas palabras que son el más completo elogio del Sr. Portail. Murió a la edad de setenta años, después de trabajar cuarenta y cinco años en la Compañía.

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