San Vicente de Paúl y la Misión. Desafíos hoy

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: Mikel Aingeru Sagastagoitia Calvo, C.M. .
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¡Qué feliz es la condición de un misionero que no tiene más límites… que el mundo habitable! (SVP XI, 828)

Vicente de Paúl asumió como lema de su vida y de su actividad, el programa misionero del mismo Cristo: «Me ha enviado a evangeli­zar a los pobres» (Lc 4,18). La Congregación de la Misión y la Familia Vicenciana en todo el mundo, como la Iglesia en los diversos conti­nentes, se siente interpelada por la urgencia de la Misión. «El man­dato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los primeros tiempos. Para ello podemos con­tar con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza que no defrauda (Rom 5,5)» (Novo Millennio Ineunte, 3).

De la experiencia de Vicente de Paúl y de su reflexión, compar­tida en sus cartas y conferencias, podemos recoger y actualizar algu­nas propuestas para la Misión hoy.

1. La acción misionera fue la respuesta creativa de Vicente de Paúl a las llamadas que el Señor le dirigía a través de los acontecimientos

Después de atender a un anciano moribundo en Gannes, descu­bre la ignorancia religiosa en que se encuentra abandonado el pobre pueblo. Y ensaya la primera respuesta, predicando en Folléville e invitando a la conversión.

Poco después, mientras ejercía de párroco en Châtillon, percibe la miseria y el hambre del pobre pueblo y la necesidad de una cari­dad organizada con la participación activa de los seglares, sobre todo de las mujeres.

La conversión de un hereje en Marchais, por entender, viendo la labor de los misioneros, que el Espíritu Santo guía a la Iglesia, con­firma en Vicente de Paúl la convicción de que el Señor le llama a la evangelización de los pobres.

Los acontecimientos, sobre todo los relacionados con la vida de los pobres, son mediaciones a través de las que el Señor va manifes­tando su Voluntad a Vicente de Paúl.

Y Vicente de Paúl supo caminar al paso de la Providencia y crear respuestas nuevas ante las nuevas situaciones. La primera respuesta, cronológicamente, serán las misiones populares. Más adelante des­cubrirá que el Señor le llama a prolongar la misión hasta los países lejanos y no dudará en entregar a sus mejores misioneros para esa obra. Sus principales instituciones, la Congregación de la Misión, las Cofradías de la Caridad y las Hijas de la Caridad, las pondrá también al servicio de la misión.

El Señor le pide (así lo ha ido descubriendo) que dedique su vida a la evangelización de los pobres, a continuar la misma misión de Jesucristo. Y no duda en poner manos a la obra con entusiasmo. Se siente impulsado a dar respuesta, respuestas audaces que siguen sorprendiendo por su originalidad creativa.

También hoy, para quienes seguimos a Jesucristo tras las huellas de Vicente de Paúl, los acontecimientos, sobre todo los relacionados con las personas pobres, nos invitan a ponernos en camino, en pie de Misión: atendiendo a las realidades diversas de las culturas y de los pueblos, adaptándonos al paso de Dios por las personas y grupos, escuchando las llamadas de las necesidades más urgentes, cultivando la participación de todos y el respeto a todos…

Juan Pablo II acuñó la expresión nuevos areópagos culturales y fronteras de la historia para referirse a las nuevas realidades de la civilización actual donde ha de hacerse presente la semilla del Evan­gelio: «La familia, la cultura, el mundo del trabajo, los bienes econó­micos, la política, la ciencia, la técnica, las comunicaciones sociales, los grandes problemas de la vida, de la solidaridad, de la paz, de la ética profesional, de los derechos de la persona humana, de la educación, de la libertad religiosa».1

Las llamadas del Señor y, por tanto, la Misión, no puede quedar reducida a un lugar ni a una sola actividad ni a una única forma de evangelización o servicio. La fidelidad a la Misión exige disponibili­dad personal, fidelidad renovada y creatividad. «El anuncio del Evangelio requiere anunciadores, la mies necesita obreros, la misión se hace, sobre todo, con hombres y mujeres consagrados de por vida a la obra del Evangelio, dispuestos a ir por todo el mundo para llevar la salvación».2

La inquietud misionera en nuestras comunidades aparece con frecuencia de forma intermitente. Ante una situación especialmente grave, cercana o lejana, se dan respuestas generosas verdaderamente ejemplares. Pero no siempre llega a ser la Misión el criterio de nues­tros programas y tareas pastorales de forma permanente, la clave o el eje vertebrador que mantiene a la comunidad entera en pie de creatividad y que suscita respuestas de por vida. Entrega personal, trabajo a destajo, ilusión creadora, fuego pastoral… siguen siendo las disposiciones apropiadas (como las fueron en Vicente de Paúl) para afrontar los nuevos requerimientos de la Misión en nuestro tiempo.

2. El descubrimiento de Jesucristo Misionero del Padre, Evange­lizador de los pobres, es la fuerza secreta que explica la fecundidad de la entrega misionera de Vicente de Paúl

Un célebre estudioso de la vida y experiencia espiritual de Vicente de Paúl escribía: «Ese maestro que es san Vicente tiene a su vez un maestro que es Jesucristo; se podría recoger en su correspon­dencia y en sus pláticas toda una serie de líneas sabrosas, a veces inesperadas, y formar con ellas un librito que podría llamarse la Imi­tación de Jesucristo según san Vicente de Paúl. Sobre el horizonte de san Vicente se levanta siempre el Hijo de Dios… Va hojeando su vida episodio por episodio, casi diría minuto a minuto, para encontrar allí lecciones de comportamiento».3

Efectivamente, no se podría entender la actividad misionera de Vicente de Paúl, ni ninguna de sus realizaciones, sin la explícita refe­rencia a Jesucristo. Vicente de Paúl quiso, desde el momento de su conversión, seguir a Jesucristo, centrarse en Él, mirarse una y otra vez en Él, hasta el punto de querer en todo momento hacer y no hacer lo que Cristo haría o no haría.

Vicente de Paúl quiso hacer de Jesucristo la única regla de su vida. Y a cuantos iban asociándose a sus trabajos misioneros, les fue señalando ese mismo camino. Al P. Antonio Portail, su primer cola­borador en las misiones, le escribe ya en la temprana fecha de 1 de mayo de 1635: «Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo».4 En esa misma dirección apunta la expresión sorprendente que encontramos en su carta al P. Nicolás Etienne el 30 de enero de 1656: «Nuestro Señor Jesucristo es nuestro padre, nuestra madre y nuestro todo».5

En la experiencia vicenciana aparece con fuerza la relación entre Jesucristo y el Padre. Jesucristo ha sido enviado por el Padre. Jesu­cristo vive totalmente dedicado a hacer la voluntad del Padre. Jesu­cristo vive en continua oración al Padre.6

Vicente de Paúl no se cansa de repetir que el Hijo de Dios, el Misionero del Padre, vino al mundo para evangelizar a los pobres. Para añadir inmediatamente que los misioneros no hacen más que prolongar la misión de Jesucristo en la tierra.

En la conferencia a los misioneros de 29 de octubre de 1638, ase­gura: «En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Se­ñor Jesucristo que, al parecer, cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres. Misit me evangelizare pauperibus. Y si se le pregunta a nuestro Señor: ¿Qué es lo que has venido a hacer en la tierra? — A asistir a los pobres. — ¿A algo más? — A asistir a los pobres, etc. En su compañía no tenía más que a pobres y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero, ¿no sería para él un gran honor decir como nuestro Señor: Misit me evangelizare pauperibus? Yo estoy aquí para catequizar, instruir, confesar, asistir a los pobres».7

La Misión es siempre prolongación de la acción del Misionero Cristo Jesús. Por eso, sólo en la medida en que se revista de Cristo y entre en sus mismas disposiciones y adopte sus actitudes, podrá el misionero hacer de su vida verdadera Misión.

3. En la Iglesia, continuadora de la misión de Jesucristo, al ser­vicio de los pobres

Consecuente con su visión de Cristo, Vicente de Paúl contempla y experimenta a la Iglesia como continuadora de la misión de Jesu­cristo, distanciándose de las eclesiologías dominantes en su tiempo.8

Vicente de Paúl se mantiene dentro de la doctrina eclesiológica enseñada en los manuales.9 Quiere vivir en la fe de la Iglesia, sin apartarse ni lo más mínimo de lo que la Iglesia enseña.10 Pero la ori­ginalidad de Vicente de Paúl en su visión de la Iglesia radica en considerarla como una realidad histórica, itinerante, misionera, y al servicio de los pobres, como continuadora de la misión de Cristo que es.11

Vicente de Paúl no pondrá el acento en la jerarquía, ni en el adorno exterior o el brillo. Para Vicente, «la Iglesia es ante todo el pobre pueblo que pide ayuda, ese ‘pueblo bueno’ que Vicente había encontrado ya y con quien se había sentido identificado mientras era párroco en Clichy, cerca de París. Al servicio de este pueblo van a entregarse él y los suyos. Hablando de los humildes y de los más pobres, dirá: Nuestros señores y nuestros maestros… ellos nos represen­tan a Jesucristo, abriendo así una nueva perspectiva en la teología del cuerpo místico».12

Así ya no nos extrañará encontrar en la correspondencia de Vicente de Paúl expresiones tan claras sobre dónde se encuentra la Iglesia de Jesucristo: «La Iglesia no está ni en la seda ni en el oro de los príncipes-obispos o de los abades, sino en la carne y sangre, en los sufrimientos, en las lágrimas del pueblo. El pueblo de Dios está aquí, asociado sin saberlo al misterio de la vida, de los sufrimientos, de la muerte del Hijo de Dios, en la espera de su gloria. Llamado al Consejo de conciencia, Vicente de Paúl se acordará de esta Iglesia cuando se trata de nombrar obispos para el servicio del pueblo de Dios y en primer lugar de los pobres».13

Para Vicente de Paúl, la misión de la Iglesia no es otra que la de continuar la obra de Cristo, hacer lo que Él hizo en la tierra, coope­rar con Él en la salvación de los hombres. Esta relación estrecha entre Cristo y la Iglesia queda patente en las expresiones vicencianas utilizadas para referirse a la Iglesia: «Esposa del Salvador», «Esposa de Jesucristo»,14 «Viña del Señor»,15 «Mies», que requiere obreros,16 «Cuerpo místico».17

Es precisamente sobre esta última imagen, la más utilizada, sobre la que apoya Vicente de Paúl el sentido de la caridad eclesial:

«Todos nuestros miembros están tan unidos y trabados que el mal de uno es mal de los otros. Con mucha más razón, los cristianos, que son miembros de un solo cuerpo y miembros entre sí tienen que padecer juntos. ¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido al hermano sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Esto es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad, es ser peor que las bestias».18

Dentro de este cuerpo que es la Iglesia, Vicente de Paúl presta una atención especial a los pobres que son «los miembros afligidos de nuestro Señor».19 La evangelización de los pobres es el criterio y el signo verificador de que el Espíritu Santo guía a la Iglesia.20

San Vicente ha descubierto que el verdadero hombre es el pobre y, por tanto, el verdadero pueblo, el pueblo de Dios, la Iglesia, es el mundo de los pobres. La jerarquía no tiene más que una función de servicio. San Vicente vive de esta intuición, pero será Bossuet, su dis­cípulo, quien dé forma a esta intuición:

«Jesucristo ha venido al mundo a restablecer el orden que el orgullo había quebrantado. En el mundo, los ricos ostentan los primeros rangos; en el Reino de Jesucristo, la preeminen­cia corresponde a los pobres, que son los primeros y verda­deros hijos de la Iglesia. En el mundo, los pobres están sometidos a los ricos y los sirven; en la santa Iglesia, los ricos sólo son admitidos a condición de servir a los pobres. En el mundo, todos los privilegios son para los poderosos y para aquellos que les apoyan; en la Iglesia de Jesucristo, las gracias y las bendiciones son para los pobres, y los ricos no tienen privilegio alguno a no ser por medio de los pobres».21

Los estudiosos vicencianos no dudan en afirmar que este sermón de Bossuet es la síntesis más lograda de la experiencia de Iglesia que animó la vida y misión de Vicente de Paúl.22

Quienes seguimos a Jesucristo tras las huellas de Vicente de Paúl, hoy sabemos, por la eclesiología del Concilio Vaticano II, que la Iglesia es la comunidad que históricamente hace presente a Jesu­cristo y vive la responsabilidad de prolongar su Misión. «La pre­sentación del mensaje evangélico no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo; está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vistas a que los hombres crean y se salven».23

La Misión constituye la misma razón de ser de la Iglesia, que existe para evangelizar.24 La evangelización es la gracia y la dicha de la Igle­sia; es su vocación e identidad.

La Misión es acción de la Iglesia. Evangelizar no es una cuestión privada, sino «un acto profundamente eclesial».25 Es la Iglesia quien envía al misionero. Y el fin de toda actividad misionera es la procla­mación de Cristo y la formación de la comunidad eclesial.26 «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él», asegura la primera carta de Juan (1 Jn 4,16). El descubrimiento del amor de Dios es el que lleva a los cristianos, en todas las épocas de la historia, a extender la Buena Nueva por todo el mundo.

En la Iglesia y como Iglesia, cada uno de acuerdo con su propio ministerio y carisma, hemos de sentirnos verdaderamente misione­ros, animados del celo pastoral del mismo Cristo, que será «atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los proble­mas de la gente… fervor del Espíritu, entusiasmo interior que nada ni nadie puede apagar»,27 especialmente comprometidos con la causa de los pobres.

4. Los pobres, protagonistas de la Misión

La Misión, tal como la entendió y vivió Vicente de Paúl, integra el mundo de los pobres como elemento constitutivo esencial.

Cristo es el Misionero del Padre, que ha sido enviado a este mundo para evangelizar a los pobres. La Iglesia, continuadora en la historia de la misión de Cristo, se debe a los pobres.

La centralidad de los pobres en la misión de Cristo y de la Iglesia ha sido un descubrimiento que ha ido madurando en la experiencia de Vicente de Paúl. Como señala J. Corera, «Vicente de Paúl pasó los primeros treinta años de su vida apeteciendo un lugar confortable y estimado en la sociedad respetable de su tiempo».28 El Señor, a través de acontecimientos y personas, le fue llevando al descubrimiento de su verdadera vocación. «Para dedicarles su vida tuvo, primero, que descubrir la existencia de los pobres, pues no era nada difícil en su tiempo adoptar un estilo de vida y unos ideales que le protejan a uno de la presencia molesta de los pobres».29

El descubrimiento de los pobres y de su sufrimiento no bastaría para explicar la entrega de toda la vida a su evangelización y servicio. Si Vicente de Paúl dedica a los pobres su persona y las instituciones por él fundadas, es porque viendo las cosas en Dios, los pobres nos representan a Jesucristo, son sus miembros sufrientes. Sólo desde Dios, sólo desde la fe, es posible descubrir a Cristo en el pobre. Son numerosas las veces en que Vicente habla a las Hijas de la Caridad y a los sacerdotes de la Misión insistiendo en el servicio a los pobres como un servicio a Jesucristo.30 Así, por ejemplo, argumenta a los misioneros en una charla de enero de 1657: «Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres; pues, cuando se ama mucho a una persona, se siente también afecto a sus amigos y servidores. Pues bien, esta pequeña compañía de la Misión procura dedicarse con afecto a servir a los pobres que son los preferidos de Dios; por eso tenemos motivos para esperar que, por amor hacia ellos, también nos amará Dios a nosotros».31

Y, animando a las Hijas de la Caridad a entregarse al servicio de los pobres, en la conferencia del 11 de noviembre de 1657, les ase­gura: «Hijas mías, ¡si supieseis qué gracia tan alta es servir a los pobres, haber sido llamadas por Dios para eso!… Los pobres son los grandes señores del cielo; a ellos les toca abrir sus puertas…».32

Sin embargo, para Vicente de Paúl, el pobre no es sólo desti­natario de la misión. Vicente de Paúl está convencido de que «sólo con los pobres podré salvar a los pobres».33

Los pobres no pueden ser destinatarios pasivos de la acción evangelizadora; ellos han de corresponder en la medida de sus posi­bilidades y de sus fuerzas. Indica con claridad Vicente de Paúl: «No hay que asistir más que aquellos que no puedan trabajar ni buscar su sustento, y que estarían en peligro de morir de hambre si no se les soco­rre. En efecto, apenas tenga uno fuerzas para trabajar, habrá que com­prarle algunos utensilios conformes con su profesión, pero sin darle nada más. Las limosnas no son para los que pueden trabajar… sino para los pobres enfermos, los huérfanos o los ancianos».34

La que es sin duda una de las más originales intuiciones de Vicente de Paúl, la Compañía de las Hijas de la Caridad, está confor­mada por jóvenes aldeanas pobres. Estas jóvenes pobres resultan ser para Vicente de Paúl los mejores agentes de evangelización de los pobres: «Sabed, hijas mías, que me he enterado que esas pobres gentes están muy agradecidas a la gracia que Dios les ha hecho y, al ver que van a asistirlos y que esas Hermanas no tienen más interés en ello que el amor de Dios, dicen que se dan cuenta entonces de que Dios es el protector de los pobres. ¡Ved qué hermoso es ayudar a esas pobres gentes a reconocer la bondad de Dios! Pues comprenden perfectamente que es Él el que las mueve a hacer ese servicio».35

«Los pobres son para san Vicente el lugar de la fe: sólo en ellos encuentra a Jesucristo y en Jesucristo al Dios vivo».36 «Entre los pobres se encuentra la verdadera religión, una fe viva».37

En la conferencia del 13 de diciembre de 1658, no duda en con­fesar a sus misioneros: «Los pobres nos disputarán algún día el paraíso y nos lo arrebatarán, porque existe una gran diferencia entre su manera de amar a Dios y la nuestra. Su amor se manifiesta en el sufrimiento, en las humillaciones, en el trabajo y en la conformidad con la volun­tad de Dios. Y el nuestro, si es que tenemos alguno, ¿en qué se da a conocer?».38

Siente, y lo dice al final de su vida, que ha sido evangelizado por ellos, o sea, que a través de ellos ha aprendido por fin lo que significa el verdadero evangelio y lo que significa la verdadera fe. No tiene ya otra seguridad en su vida que la dedicación a los pobres; incluso espera a través de ellos su propia salvación definitiva.39 Porque «No hay mejor manera de asegurar nuestra felicidad eterna que vivir y morir en el servicio de los pobres».40

Así, pues, para continuar y prolongar hoy en nuestro mundo la Misión de Cristo, tras las huellas de Vicente de Paúl, habremos de buscar a los más pobres y abandonados, de modo que, en palabras de Juan Pablo II, «nadie se sienta tranquilo mientras haya en vue­stra patria un hombre, una mujer, un niño, un anciano, un enfermo, ¡un hijo de Dios!, cuya dignidad humana y cristiana no sea respetada y amada».41

Y es que la Misión llega a ser verdaderamente universal, cuando los más pobres son los protagonistas, partícipes de la plena comu­nión de los bienes del Reino.42

5. Los laicos en la Iglesia al servicio de la Misión

Desde la experiencia vivida por Vicente de Paúl en Châtillon, los laicos, y particularmente las mujeres, aparecen como agentes en la Iglesia al servicio de la Misión.43

Vicente de Paúl reconoce que las mujeres no tienen actividad apostólica en la Iglesia de su tiempo, señalando en seguida que no fue así en la Iglesia de los primeros siglos: «Hace ya alrededor de ocho­cientos años que las mujeres no tienen ninguna ocupación pública en la Iglesia. Antes existían las diaconisas que se preocupaban de poner en orden a las mujeres dentro de la Iglesia y de instruirlas en las ceremo­nias que entonces se usaban. Pero… en tiempos de Carlomagno, por una disposición secreta de la Providencia, cesó este uso y vuestro sexo quedó privado de toda ocupación».44

Vicente de Paúl, que reconoce la situación existente, sin embargo no la acepta. Recuerda que había mujeres al lado de Jesucristo y que desempeñaban un ministerio apostólico: «Entre los que se mantuvie­ron firmes en seguir a nuestro Señor había tanto mujeres como hom­bres, que le siguieron hasta la cruz. Ellas no eran apóstoles, pero forma­ban un estado cuyo oficio consistía en contribuir al ministerio de los apóstoles, atender a sus necesidades y a las de los fieles necesitados».45

Por eso, Vicente de Paúl está convencido de que ha llegado el momento de que las mujeres vuelvan a desempeñar el ministerio que les corresponde en la misión de la Iglesia.46

Vicente de Paúl es consciente de que la participación de la mujer en la misión de la Iglesia encuentra resistencias, fundamentadas incluso en algunas expresiones de san Pablo; por lo que Vicente se apresura a declarar que las mujeres que sirven en la misión de la Iglesia están dispensadas de toda posible prohibición.47 Y no duda en implicar a las mujeres en la obra misionera de la Iglesia, en la misma edificación de la Iglesia.48

San Vicente de Paúl tuvo la audacia de incorporar en la acción misionera a los laicos. La Familia Vicenciana constituye hoy un potencial misionero gracias a los millares de laicos que quieren asu­mir su responsabilidad en fidelidad a las inspiraciones de San Vicente. La Misión, o se hará con los laicos, o no se hará.49

Por el hecho de formar parte de la Iglesia, todos somos respon­sables de la Misión. Ha dicho Juan Pablo II: «La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión».50 «La Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios».51

La participación de los laicos en la transmisión de la fe y en la evangelización forma parte de la historia del cristianismo desde los primeros siglos.52 «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos… La Iglesia no está verdaderamente fun­dada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gen­tes, mientras no exista y trabaje con los Pastores un laicado propia­mente dicho».53

Los laicos están especialmente llamados a participar en todas las iniciativas misioneras, no porque existan ahora menos sacerdotes, sino por el deber-derecho que brota del bautismo, por el que «tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asocia­damente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea cono­cido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesu­cristo».54 Porque «el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en los trabajos del pueblo sin la presencia activa de los seglares».55

6. La Caridad, que anima la Misión; la Misión que se hace Caridad

San Vicente, reflexionando sobre las actitudes de Cristo, descu­bre en su amor la explicación de su entrega y servicio. Cristo es con­templado por Vicente de Paúl como un abismo de dulzura que le lleva a comportarse como Servidor. En la conferencia del 13 de diciembre de 1658, hablando a los misioneros sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones, exclama: «¡Oh amor, amor de mi Salvador! ¡Oh amor, amor! ¡Tú eras incomparablemente más grande que cuanto los ángeles pudieron comprender y comprende­rán jamás! Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor, y todas sus opera­ciones exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor. Su amor le dio un gran desprecio del mundo, desprecio del espí­ritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los placeres y des­precio de los honores. He aquí una descripción del espíritu de nuestro Señor, del que hemos de revestirnos, que consiste, en una palabra, en tener siempre una gran estima y un gran amor de Dios».56

Y en su conferencia a los misioneros del 30 de mayo de 1659, con no menor entusiasmo, invita a contemplar el amor de Jesucristo ya revestirse de ese mismo amor que es capaz de entregarse hasta las últimas consecuencias.57

Jesucristo no se contentó con predicar a los pobres; les sirvió. Este es un convencimiento firme en la experiencia espiritual de san Vicente, a partir sobre todo de los acontecimientos de Châtillon en 1617, que dieron origen a las Cofradías de la Caridad.

San Vicente ha reflexionado ampliamente sobre la escena evan­gélica de san Mateo 25,31-46: lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis.58No duda en llamar a los pobres con términos como: maestros, amos, señores, para indicar la actitud de servicio propia de quienes en la tierra tienen como misión continuar la misión de Jesucristo.

En la conferencia pronunciada por Vicente de Paúl al final de sus días, sobre el fin de la Congregación de la Misión, que ha sido lla­mada «testamento de Monsieur Vincent»,59 el anciano misionero enu­mera en detalle como objeto propio de la labor evangelizadora: las gentes de los campos, los ancianos del asilo del Nombre de Jesús, los habitantes de las regiones devastadas por la guerra, los locos de San Lázaro, los jóvenes del reformatorio de San Lázaro, los niños abandonados, los pobres de las Indias (Madagascar), los esclavos de Berbería….60

Y aún a esta lista podrían añadirse otros varios tipos de pobres que no aparecen en ella, pero que fueron objeto de la dedicación de Vicente de Paúl y de sus misioneros: los condenados a galeras, los aristócratas arruinados y emigrados, los refugiados de guerra, los soldados….61

San Vicente repite a sus misioneros que tienen como lote propio, como heredad, a los pobres: «Somos los sacerdotes de los pobres. Dios nos ha elegido para ellos. Esto es capital para nosotros, el resto es acce­sorio».62 «Lo más importante de nuestra vocación es trabajar por los pobres, y todo lo demás es accesorio… ¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación que tenemos de socorrer a los pobres! Porque nos hemos dado a Dios para esto y Dios cuenta con nosotros».63

Los interlocutores de Vicente de Paúl reprocharon más de una vez64 la extensión de la misión a necesidades de los pobres cada vez más amplias. Para Vicente de Paúl no es posible pensar en detenerse ante todas las necesidades de todos los pobres.

La misión, tal como la percibe y vive Vicente de Paúl, no queda reducida a un anuncio de palabra o doctrinal, ni sólo a un alivio de las necesidades más urgentes de los pobres. Para Vicente de Paúl, la misión va encaminada a la totalidad de la persona a la que, como le gusta decir, hay que atender corporal y espiritualmente.

Se lo señala con toda claridad a sus misioneros sacerdotes, incli­nados tal vez a contentarse con la predicación: «Venir a evangelizar a los pobres no se entiende solamente enseñar los misterios necesarios para la salvación sino hacer todas las cosas predichas y prefiguradas por los profetas, hacer efectivo el evangelio».65

Se lo señala con la misma claridad a las Hijas de la Caridad que podrían pensar que su misión era aliviar únicamente los cuerpos de los pobres: «Vosotras no estáis solamente para atender a los cuerpos de los pobres enfermos, sino también para darles instrucción en lo que podáis».66 «Tenéis que llevar a los pobres enfermos dos clases de comida: la corporal y la espiritual…».67

Y, con la misma claridad, en los reglamentos elaborados para las Cofradías de la Caridad, muestra que la asociación existe para servir a los pobres corporal y espiritualmente. Los dos aspectos de la evan­gelización van siempre juntos. Por eso, Vicente puede preocuparse por asuntos como el aseo y la cantidad de carne para cada pobre.68 En otros momentos puede hablar de levantar el ánimo de los enfer­mos.69 Pero, a la vez, puede mencionar la catequesis y la preparación espiritual de los enfermos.70 Y es que, en la mente de Vicente de Paúl, servicio espiritual y corporal no constituyen fines separados, sino dos aspectos del mismo fin, de la misma misión evangelizadora.

También hoy, en seguimiento de Cristo, tras las huellas de Vicente de Paúl, tendremos que acertar a unir: a la promoción de los pobres, el anuncio explícito de Jesucristo; al compromiso efectivo en la lucha contra la pobreza, el análisis de sus causas; a la solidaridad con los marginados, la denuncia del pecado personal, comunitario y estructural que genera exclusión y dependencia.71 «En efecto, si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los hombres de nuestro tiempo».72

Las palabras y los gestos salvadores de Jesús suscitaban espe­ranza entre los pobres y afligidos que a Él acudían. Después de haber realizado varios signos en favor de los marginados, responde Jesús a los enviados del Bautista: «Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo» (Mt 11,4-6). Como seguidores de Cristo Jesús, estamos lla­mados a ser instrumentos de esperanza hoy también con nuestras palabras y con nuestras actividades. Los seguidores de Jesús no pode­mos dejar de hablar, no podemos acallar la Buena Nueva, no pode­mos dejar de hacer creíble el evangelio con obras concretas,73 con signos elocuentes de amor que promuevan una nueva solidaridad.

La encíclica Redemptoris Missio de Juan Pablo II considera la promoción humana como uno de los caminos de la Misión hoy, que se orienta a la proclamación del Evangelio, del que recibe su dinamismo.74

Así, pues, para que la Misión resulte completa ha de integrar:

  • El anuncio de Jesucristo muerto y resucitado.
  • La liberación del hombre de todo aquello que amenaza su integridad.
  • La eliminación de todos los obstáculos a la reconciliación.
  • El diálogo con los miembros de otras religiones.
  • La defensa de la creación sometida a la explotación del egoísmo humano.
  • La incorporación a la comunidadyala celebración de la fe.

Elementos todos que constituyen el entramado de la acción misionera de la Iglesia enviada a anunciar a Jesucristo a todos los pueblos de la tierra.

Conclusión

El encuentro con la respuesta misionera de Vicente de Paúl nos desafía. La Misión no puede ser el compromiso de unos pocos en la Iglesia o en la Familia Vicenciana, sino responsabilidad de todos. «La nueva acción misionera no podrá ser delegada a unos pocos ‘espe­cialistas’, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo» (Novo Millennio Ineunte, 40).

Vicente de Paúl acertó en su tiempo a articular armónicamente Misión y Caridad. Atento a los acontecimientos, en seguimiento de Jesucristo, entregó su vida a la evangelización de los pobres. Cuantos formamos parte de la Familia Vicenciana estamos llamados a recrear hoy su misma experiencia espiritual y misionera, a hacer del pro­grama misionero de Cristo «Me ha enviado a evangelizar a los pobres» el lema y la clave de nuestra propia existencia.

por Mikel Aingeru Sagastagoitia Calvo, C.M.
Provincia de Zaragoza
Tomado de Vincentiana, Mayo, año 2007

  1. JUAN PABLO II, Clausura del Sínodo de los laicos, Roma, 3 de octubre de 1987.
  2. JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, 79.
  3. M. GOYAU, La vie des livres et des âmes, Paris 1923, 84. Citado por P. COSTE, El gran santo del gran siglo…, vol. III, p. 263.
  4. SVP I, 320.
  5. SVP V, 511.
  6. Cf. SVP XI, 411, 208; IX, 844, 387.
  7. SVP XI, 33-34. Cf. también SVP XI, 52-53, 55-56 y 387.
  8. A. Dodin, uno de los más destacados expertos vicencianos, no duda en afirmar: «¿Qué es lo que caracteriza la presentación de la Iglesia para san Vicente? Que ella es totalmente diferente de la eclesiología de inspiración ‘romana’. Yo pienso aquí en aquella Iglesia que se desprende de los tratados del Cardenal Belarmino, de san Pedro Canisio: una Iglesia jerárquica, estable y vertical. En la cumbre, en la punta de la pirámide, el Papa, luego los obis­pos, los sacerdotes y en lo bajo, los laicos. Vicente de Paúl no tiene esta visión y no es el único». A. DODIN, Lecciones sobre vicencianismo, Ceme, Salamanca, 1978, pp. 66-67.
  9. Cf. SVP VI, 265 (carta del 6 de abril de 1657).
  10. Cf. SVP XI, 730.
  11. A. DODIN, o.c., 67.
  12. A. SYLVESTRE, Saint Vincent el L’Église, en AA.VV., Monsieur Vincent, temoin de l’evangile, Toulouse, Animation Vincentienne (1990), p. 126.
  13. CABIERS, San Vicente de Paúl y la Iglesia, ANALES (1974), p. 75.
  14. Cf. SVP I, 557; III, 165, 181; XI, 451-452.
  15. Cf. SVP V, 100, 165, 438; VII, 461; VIII, 52, 115.
  16. SVP VIII, 114.
  17. Cf. SVP IX, 21, 941; XI, 401, 562.
  18. SVP XI, 560-561. Cf. SVP XI, 233.
  19. SVP V, 81.
  20. Cf. SVP XI, 729.
  21. Bossuet, sermón de 1659. En AA.VV., L’Église, pp. 7-8.
  22. Cf. id., p. 4.
  23. Evangelii Nuntiandi, 5.
  24. Cf. Ad Gentes, 2; Evangelii Nuntiandi, 14, 16; Redemptoris Missio, 19.
  25. Evangelii Nuntiandi, 60.
  26. Cf. Ad Gentes, 6.
  27. Redemptoris Missio, 89; Evangelii Nuntiandi, 80. «La caridad pastoral determina la manera en la que el misionero piensa, actúa y se relaciona con los demás» (Pastores Dabo Vobis, 23).
  28. J. CORERA, «Qui ad margines societatis sunt reiecti», en VINCENTIANA (1988), p. 346.
  29. J. CORERA, El pobre según san Vicente, en VINCENTIANA (1984), p. 583.
  30. Cf. SVP IX, 252.
  31. SVP XI, 273.
  32. SVP IX, 916 y 920. Cf. SVP III, 359.
  33. Así ha interpretado J. Anouilh las intuiciones vicencianas, en el guión elaborado para la película Monsieur Vincent, dirigida por M. Cloche en 1947. Puede encontrarse el guión en: Monsieur Vincent, Ediciones Fe y Vida, Teruel, 1993.
  34. SVP IV, 180.
  35. SVP IX, 1057-1058.
  36. J. CORERA, Diez estudios vicencianos, p. 39.
  37. SVP XI, 120.
  38. SVP XI, 404-405.
  39. Cf. SVP IX, 241.
  40. SVP III, 359.
  41. JUAN PABLO II, Homilía durante la celebración de la Palabra en Viedma (Argentina), o.c., 637.
  42. Cf. Redemptoris Missio, 26.
  43. A. Dodin ha llamado la atención sobre la promoción de los laicos, par­ticularmente de las mujeres, al apostolado directo en la Iglesia, por la inter­vención de Vicente de Paúl. Cf. A. DODIN, San Vicente de Paúl y la mujer en la vida de la Iglesia, en Lecciones sobre vicencianismo, pp. 161 ss.
  44. SVP X, 953.
  45. SVP X, 957.
  46. Cf. SVP X, 953.
  47. Cf. SVP X, 902.
  48. Cf. SVP X, 958.
  49. Cf. Redemptoris Missio, 71-72.
  50. JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, 90.
  51. Ad Gentes, 35.
  52. Cf. Redemptoris Missio, 71.
  53. Ad Gentes, 41; 21.
  54. JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, 71.
  55. CONCILIO VATICANO II, Ad Gentes, 21.
  56. SVP XI, 411-412.
  57. Cf. SVP XI, 555.
  58. Cf. SVP XI, 393-394.
  59. Cf. J. CORERA, Diez estudios vicencianos, pp. 62-86.
  60. Cf. SVP XI, 381-398.
  61. Cf. J. CORERA, El pobre según san Vicente, pp. 581-582.
  62. COLLET, o.c., p. 168.
  63. SVP XI, 56-57.
  64. Cf. por ejemplo, SVP XI, 390-398.
  65. SVP XI, 391 y 393.
  66. SVP IX, 63.
  67. SVP IX, 535.
  68. Cf. SVP X, 616-617.
  69. Cf. SVP X, 966.
  70. Cf. SVP X, 967.
  71. «Los principales obstáculos para vencer la pobreza ya no son técnicos, sino morales», ha afirmado Juan Pablo II en Sollicitudo Rei Socialis, 85. «La pobreza es fruto de la voluntad del hombre que aprueba unas leyes injustas que benefician a los más poderosos y hunden en la pobreza a los más débiles y des­validos»: Ibidem, 9. Cf. 16, 37.
  72. SÍNODO UNIVERSAL DE LOS OBISPOS, La justicia en el mundo (1971), 37.
  73. Cf. Mt 5,6; Jn 10,37-38.
  74. Cf. Redemptoris Missio, 58.

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