2. En los orígenes de la Misión
En el día 4 de septiembre de 1626, juntamente con Vicente de Paúl, Francisco du Coudray y Jean de la Salle, los dos últimos del clero de Amiens, Portail firma el Acta de Asociación, certificado de nacimiento de la Congregación da Misión (cf. SV XIII,202-203). El primer acto colectivo de la incipiente Comunidad fue una peregrinación a Montmartre, con la intención de obtener la gracia necesaria a la vivencia de la pobreza evangélica, así como hicieron otrora los primeros Jesuitas, agrupados en torno de Ignacio de Loyola. En razón de una indisposición, Padre Vicente no puede acompañar a sus primeros Cohermanos. Entretanto, fue él mismo quien dio a conocer el episodio, en una conferencia sobre la Pobreza, de 5 de diciembre de 1659: «!Oh, Salvador del mundo! Tu inspiraste a la Compañía, durante sus primeros años, cuando sólo estaba compuesta de tres o cuatro, la idea de ir a Montmartre (este miserable que os habla estaba indispuesto por entonces) a encomendarse a Dios, por intercesión de los santos mártires, para entrar en esta santa práctica de la pobreza, tan bien observada entonces y después por gran parte de la Compañía. ¡Oh, Salvador de mi alma! Concédenos la gracia de no querer tener ni poseer nada que no seas tú» (SV XII,411).
Portail tendrá una participación incansable y decisiva en los encaminamientos relativos al reconocimiento pontificio de la «Pequeña Compañía», ya aprobada por el arzobispo de Paris, el 24 de abril de 1626, antes incluso de su efectiva institución (cf. SV XIII,202s). El prelado parecía tener prisa en ver florecer, en el vasto territorio de su arquidiócesis, el prometedor trabajo de Vicente y de sus Padres en la evangelización de los pobres. Al referirse a la Comunidad, Vicente de Paúl nunca aceptará que le atribuyan el título de fundador. De esa forma, quería evidenciar que la Congregación lanza sus raíces más profundas en una providencial iniciativa de Dios que «ama los pobres y aquellos que los sirven» (SV XI,392). Reafirmando tal convicción, en el crepúsculo de su existencia, San Vicente no dejó de evocar la persona del Padre Portail como su compañero de la primera hora en la viña de la Misión: «¿Quién es el que ha fundado la Compañía? ¿Quién nos ha dedicado a las misiones, a los ordenandos, a las conferencias, a los retiros, etc.? ¿He sido yo? De ningún modo. ¿Ha sido el Padre Portail, a quien Dios juntó conmigo desde el principio? Ni mucho menos; nosotros no pensábamos en ello ni teníamos ningún plan en este respecto. ¿Quién ha sido entonces el autor de todo esto? Ha sido Dios, su providencia paternal y su pura bondad» (SV XI,38). De hecho, nadie conocía tan bien los orígenes, el desarrollo y los miembros de la Congregación como Portail (cf. SV IX,59; XII,31s). La misma intuición se aplicaba a la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad: «No, hijas mías, yo no pensaba en ello; vuestra Hermana Sirviente tampoco lo pensaba, ni el Padre Portail. Era Dios el que lo pensaba por vosotras. Es él, hijas mías, el que podemos decir es el autor de vuestra Compañía; lo es verdaderamente mejor que ningún otro. ¡Bendito sea Dios, hijas mías!; porque habéis sido escogidas por su bondad, vosotras, la mayor parte pobres muchachas de aldea, para formar una Compañía que le servirá mediante su gracia» (SV IX,113). Sin darse cuenta, cuanto menos Vicente resalta su participación en el surgimiento de sus Comunidades, más evidencia su carisma de fundador, tanto en la recepción de la inspiración fundante como en la configuración espiritual, apostólica e institucional de ambas Compañías. En este sentido, al citar el nombre de Portail, el fundador lo asocia estrechamente a la constitución y consolidación de sus Obras. De hecho, cuando estaba fuera de Paris, Padre Vicente mantenía constante comunicación con Portail, para mantenerlo informado a respecto de las fundaciones o para solicitarle providencias y encaminamientos administrativos, reafirmando siempre la comunión espiritual y la fraterna afección (cf. SV II,480; 483). En las iniciativas y obras de San Vicente, nada había que fuese extraño a Portail. Entre los dos, existía una identificación profunda y una cooperación ejemplar. En ese camino de compromiso y de aventura, ambos se colocaban a la escucha de la llamada de Dios, intuyendo nuevas perspectivas, infundiendo esperanza y ejercitando el coraje, convocados por los desafíos del mundo de los pobres.
Tenemos noticias de la fecundidad apostólica del Padre Portail en las misiones realizadas en varias localidades de Francia, a partir de 1630. Croissy, Auvergne, Cévennes, Montmirail, Pébrac son sólo algunos de los lugares por los cuales pasó el abnegado misionero, anunciando la Buena Nueva del Reino a los pobres. En cierta ocasión, le escribió el Padre Vicente: «Recibí ayer la suya carta del 17 de este mes, que me ha hecho ver la bendición que quiere Nuestro Señor seguir dando a su misión, de lo que quedo tan consolado como puede imaginar. ¡Cómo me han impresionado las palabras que me dice del éxito de Courboin y de la necesidad de Viffort! Pues bien, sea todo para la gloria de Dios, y para ustedes, Padres, el reconocimiento de la obligación que para con El tienen porque ha querido servirse de ustedes para ello» (SV I,174). A través de esta carta, enviada a Montmirail en noviembre de 1632, sabemos de la responsabilidad asumida por Portail en la dirección de uno de los equipos de Misioneros que salían de San Lázaro. Por eso, el fundador concluye, recomendando comprensión, constancia y firmeza en la orientación de los Cohermanos y en la conducción de las actividades por ellos emprendidas (cf. SV I,176).
Enviado a Mende, a pedido del nuevo obispo, Portail recorrió las parroquias de aquella diócesis, realizando misiones en cada una de ellas (cf. SV I,311). Substituyó al Padre Du Coudray en las misiones de Cévennes, región marcada por la influencia calvinista, teniendo por compañeros, primero, el Padre Antonio Lucas y, después, el Hermano Felipe. San Vicente sabía que el Padre Lucas era de temperamento colérico y proclive a las controversias. Por eso, escribió a Portail en junio de 1631, con la finalidad de exhortarlo a aumentar su paciencia y mansedumbre con el referido Cohermano, sobreponiendo la caridad fraterna a su autoridad de superior: «Espero un gran fruto de la bondad de Nuestro Señor si la unión, la cordialidad y el apoyo mutuo reinan entre ustedes dos. En nombre de Dios, Padre, que sea este su mayor ejercicio; y como es usted el de más edad, el segundo de la Compañía y el superior, sopórtelo todo, repito todo, del buen Padre Lucas; repito una vez más: todo; de forma que, cediendo de su superioridad se una usted a él en caridad. Ese fue el medio con que Nuestro Señor se ganó y dirigió a los apóstoles, y el único con que logrará algo con el Padre Lucas. Así pues, tolere su humor; no le contradiga jamás de momento; pero adviértale cordial y humildemente después» (SV I,112). Ya sobre el Hermano Filipe, escribirá Vicente, en 1635, después de haber recibido la carta de Portail: «Le ruego que diga a nuestro Hermano Felipe que estoy muy contento de lo que me dice usted que es tan celoso en la instrucción de los pobres según su pequeña capacidad» (SV I,303). Tenemos ahí una faceta del Padre Portail, que lo asemeja aún más a su fundador: su capacidad de reconocer y valorar los dones y esfuerzos de sus Cohermanos, especialmente de aquellos que le eran confiados, sirviéndose de su autoridad para hacerlos crecer (augere) en las virtudes que constituyen un auténtico hombre de Dios y un celoso servidor de los pobres. Todavía en Cévennes, recibe del Padre Vicente la recomendación de continuar flexible en los medios y inexorable en los fines: «Pido a Nuestro Señor que siga concediéndole el espíritu de la santa mansedumbre y también de la condescendencia a todo lo que no sea malo ni contrario a nuestros pequeños reglamentos; pues para esto, sería una crueldad ser manso; pero, para poner remedio a esto mismo, es preciso tener el espíritu de suavidad» (SV I,311). La personalidad de Portail se define por su postura equilibrada y sensata en los encaminamientos que le correspondían, por su levedad en el trato con las personas y por su constante disponibilidad para lo que fuese realmente necesario.
Es cierto, como vimos, que Portail enfrentó crisis purificadoras, tanto en el interior de la Comunidad, como también en su fecunda labor apostólica. En una ocasión, escribiendo al Padre Vicente, le demostró gran frustración por causa de los fracasos en el trabajo realizado por su equipo misionera. Su transparencia mereció del fundador un alentador incentivo, a través de la carta enviada el día 1 de mayo de 1635: «Un sacerdote debería morirse de vergüenza antes que pretender la fama en el servicio que hace a Dios y por morir en su lecho, viendo a Jesucristo recompensado por sus trabajos con el oprobio y el patíbulo. Acuérdese, Padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo» (SV I,295). San Vicente concluye esa misiva, llamando la atención de Portail sobre la primacía del testimonio de bondad, compasión y celo en la misión de evangelizar: «No se le cree a un hombre porque sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos. El diablo es muy sabio, pero no creemos en nada de cuanto él nos dice, porque no lo estimamos. Fue preciso que Nuestro Señor previniese con su amor a los que quiso que creyeran en El. Hagamos lo que hagamos nunca creerán en nosotros, si no mostramos amor y compasión hacia los que queremos que crean en nosotros (…). Si obran ustedes así, Dios bendecirá sus trabajos; si no, no harán más que ruido y fanfarrias, pero poco fruto. No le digo esto, Padre, porque yo haya sabido que haya hecho el mal que digo, sino para que se guarde de él y trabaje con constancia y humildemente y en espíritu de humildad» (SV I,295-296). En el año de 1636, encontramos a Portail en la diócesis de Saint-Flour, por invitación del Padre Jean-Jacques Olier, futuro fundador de los Sulpicianos, que lo admiraba mucho, y con el cual predica en las misiones. En 1638, estimulado por Vicente, Portail se retira en Fréneville para la profundización de la vida espiritual y el merecido descanso (cf. SV I,475).
La convivencia con el Padre Vicente había despertado la atención de Portail sobre la situación de aquellos que vivían en los campos, donde la asistencia religiosa y caritativa era precaria o incluso inexistente. No fue en vano que el fundador recomendó a sus Misioneros que jamás predicasen en las ciudades, donde había inflación de eclesiásticos, muchos de los cuales ociosos y entregados a sus propias conveniencias. Sólo en Paris, como sabemos, eran más de 10 mil padres. Portail parece haber asimilado el significado de una auténtica opción por los pobres más abandonados. Es lo que se puede entrever de su itinerancia misionera por el interior de Francia, especialmente de esta carta que él mismo envió a Luisa de Marillac, en el año de 1646, relatando su participación en las actividades emprendidas por los Cohermanos en la zona rural de Le Mans, a 120 Km de Paris: «No estuve con nadie, pues no fui a la ciudad, ni siquiera a los suburbios, por causa de los trabajos de nuestra Casa, de donde salí solamente ayer por la tarde para venir a la misión que está siendo predicada en la aldea de Savigny, distante tres leguas de Le Mans» (Doc. 394). La fidelidad al espíritu de la Compañía, siempre susceptibles de adecuadas y oportunas recreaciones, encuentra en Portail un significativo referencial.
En el mes de agosto de 1636, Padre Vicente escribe a Portail para informarle de la deplorable situación en que se encontraba París en aquel contexto de guerra civil. Pocos meses después, habiendo concluido la misión de Alvergne, Padre Portail retorna a Paris, para reanudar sus actividades habituales al lado del fundador. Acompaña, en ese período, el desarrollo y los progresos de la Compañía: en el año de 1637, el Seminario Interno es establecido en San Lázaro y son fundadas las misiones de Notre-Dame de la Rose, Luçon y Richelieu; en 1638, comienza la desafiadora obra de los niños abandonados, en la que se implicarán las Señoras de las Cofradías, las Hermanas y los Misioneros en una misma labor humanitaria; en el año siguiente, las Hijas de la Caridad se instalan en Angers; poco después, San Vicente interviene valerosamente para aliviar el dolor de los habitantes de la provincia de la Lorena, también asolada por la guerra; todavía en 1639, el seminario mayor de Annecy es fundado por los Misioneros. Padre Portail acompaña de cerca el florecimiento de la cosecha vicentina, a la espera de sus frutos, leyendo en los hechos de cada día los recados del Misterio y poniéndose por entero a disposición del Señor de la Mies.