Bertrand Ducourneau, C.M.

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Author: Robert P. Maloney, C.M. · Translator: Julio Suescun, C.M.. · Year of first publication: 2010 · Source: Vincentiana, Abril-Junio 2010.

Estoy muy agradecido a Justin Blanc por su ayuda en la investigación y planificación de este artículo y a Ruben Villarreal por su ayuda en el hallazgo y traducción de los textos franceses.


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¿Quién conoció mejor a Vicente de Paúl? La mayor parte, supon­go, dirán que Luisa de Marillac, la co-fundadora de las Hijas de la Caridad, con la que Vicente colaboró tan de cerca durante 30 años y cambió cientos, quizá miles de notas y cartas. Otros puede que digan que Antonio Portail, ya que fue uno de los miembros que iniciaron la Congregación de la Misión, fue el segundo en el gobierno, representó frecuentemente a San Vicente ante las Hijas de la Caridad y perma­neció al lado del fundador hasta 1960, cuando murió, un poco antes que Vicente.

De todos modos, déjenme que sugiera que la persona que conoció mejor a Vicente, fue el Hermano Bertrand Ducourneau. Él desde 1645 y el Hermano Louis Robineau, desde 1647, fueron secretarios de Vicente hasta su muerte. Debemos a estos dos hermanos una gran parte de la tradición oral y escrita que poseemos sobre San Vicente. Fueron ellos quienes prepararon los materiales que Abelly, el primer biógrafo de San Vicente, usó para escribir su obra. Puesto que Abelly no conoció a San Vicente tan íntimamente como estos hermanos y no tuvo la misma familiaridad que ellos con sus cartas y discursos, parece claro que el grueso de la biografía nació de ellos.

Vicente pedía frecuentemente información y consejo a Ducour­neau y Robineau. El Hermano Ducourneau acompañaba a San Vicente en los viajes y señaladamente en la jira de seis meses por el Oeste de Francia en 1649. El biógrafo propio de Ducourneau dijo que «el Sr. Vicente lo quería y le tenía cariño y estima».1 De hecho, Vicente lamenta siempre la ausencia de Ducourneau cada vez que éste estaba enfermo2 y en tales ocasiones, en sus cartas, pide a los demás que recen por Ducourneau. Puesto que entonces no había separación entre sacerdotes y hermanos, el Hermano Robineau vivía en la puerta próxima a San Vicente y Ducourneau, cerca. Colocados estratégicamente y teniendo un contacto diario con él, anotaron muchas cosas que dijeron y oyeron. El P. Almerás, sucesor de San Vicente, pidió que se recogieran estas anotaciones en un manuscrito titulado Remarkes que finalmente fue publicado en 1991 por André Dodin.3 Curiosamente, la mayor parte de los documentos presenta­dos a la Santa Sede en el proceso de beatificación fue escrita por otro de los colaboradores cercanos a Robineau en el secretariado, el Her­mano Pierre Choller, que fue sucesor de Ducourneau como secretario del Superior General y autor de la noticia biográfica publicada a la muerte de Ducourneau.

Puesto que los Hermanos Ducourneau y Robineau fueron frecuen­tes compañeros de San Vicente y sus secretarios, en la última década y media de su vida, nos podemos preguntar ¿cómo se desenvolvieron en este papel de secretarios? La respuesta a esta pregunta es com­pleja. A veces, sin duda, ellos sencillamente anotaron lo que San Vicente les dictaba. Pero continuado con el asunto, podemos seguir preguntando: En otras ocasiones ¿no les diría alguna vez San Vicente simplemente, Hermano, querría Vd. por favor, escribir una carta al P. Blatiron diciéndole «Si». Agradézcale las noticias que envió y dele una pequeña información sobre lo que ha sucedido por aquí en los últimos días? En algunas cartas, esto es claro. En los últimos años de Vicente, ¿leían ellos directamente el correo según llegaba? Parece claro que lo hicieron. ¿Diseñaron ellos las respuestas y se las presen­taron a San Vicente para que la firmara? En otras palabras, ¿estaban tan en sintonía con su pensamiento que ellos escribieron un cierto número de cartas en las que él simplemente estampó su firma? Eso parece. De hecho, ocasionalmente el mismo Ducourneau escribió a Luisa de Marillac4 y a otros,5 pasándoles mensajes e información de parte de Vicente.

Dada la importancia del papel de Ducourneau, quiero presentar en este artículo una breve descripción de la vida, contribución y carácter de este notable hermano que fue el colaborador más cercano del fun­dador, en sus últimos años.6

Sus antecedentes

Bertrand Ducourneau hablaba con el mismo acento que Vicente de Paúl. Gascón como Vicente, provenía de Amou, no lejos del lugar de nacimiento del fundador, donde nació en 1614. El hijo más joven de una familia pobre, de padres iletrados. Aprendió a leer y escribir, a los seis años, cuando sus padres lo enviaron a estudiar con un maestro, venido de Paris, que recientemente había llegado a la región a fundar una escuela. Esta temprana oportunidad de aprender las letras, fue un paso providencial para el joven gascón. De propia ini­ciativa, Bertrand también comenzó a aprender matemáticas y pronto se mostró un discípulo capaz y versátil. Aunque la intención del padre, era educar al muchacho para ayudar a la familia en sus asun­tos, pronto corrió por la región la voz de la inteligencia y de la bella caligrafía de Bertrand, hasta el punto de que a la edad de 10 ó 11 años ya estaba llevando importantes tareas de secretaría para su maestro o para otros, en la región.

A la muerte de su padre, el quinceañero Bertrand, quedó con una herencia exigua; pero pronto atrajo la atención de un notario y comenzó a ganar un buen pasar, mejorando rápidamente. Pasados tan sólo tres meses, su patrón se dio cuenta de que no tenía trabajo suficiente para tener ocupado al joven. El notario presentó a Ber­trand a un amigo en Bayona y enseguida consiguió un empleo como secretario para una de las más importantes familias de la ciudad. Si su anterior puesto falló por falta de trabajo para tener a Bertrand ocupado, este nuevo patrón se mostró exigente y difícil de contentar. No obstante, Bertrand le sirvió por tres buenos años, funcionando prácticamente como jefe de la casa. Cuando murió su patrón,

Ducourneau fue cortejado por muchas otras familias de Bayona. No obstante, a pesar de estas ofertas, él permaneció, con la familia de su primer patrón y continuó trabajando con ella durante otros seis años.

Entonces el obispo de Bayona, viendo las cualidades de Bertrand como secretario, lo contrató y lo llevó consigo al palacio episcopal, pero Ducourneau allí se desilusionó pronto, porque se veía como un «Director de Hotel». Dejó el empleo al año, pero este tiempo sirviendo al obispo, le reportó algunos contactos útiles. A través de Fouquet, Ducourneau conoció primero a una serie de sacerdotes que eran miembros de las Conferencias de los Martes de Vicente de Paúl, entre ellos Abelly con quien después colaboraría en la escritura de la primera biografía de San Vicente.

Los seis años siguientes fueron un tiempo tormentoso en su vida. Pensó en el matrimonio y de hecho firmó una propuesta formal para casarse con una joven, pero a pesar de la presión de la madre de la muchacha, él consiguió dejar de lado el matrimonio. Habiéndosele presentado un empleo conveniente en Paris, lo aceptó y se escapó allí Estando en la ciudad, llegó a conocer a Jean Duvergier de Hauranne, el famoso «Abbé de Saint Cyran», amigo de San Vicente y que pronto sería centro de controversia por sus tendencias jansenistas. Al abad le gusto Bertrand y le ayudó a conseguir un empleo de secretario de Urbain de Maillé, Mariscal de Brezé, que acababa de ser nombrado representante del rey de Francia en Cataluña, que en ese tiempo estaba bajo dominio francés. Ducourneau le acompañó allí. A su lle­gada a Cataluña, inesperadamente la situación política cambió, así que volvieron a Montpelier.

De viaje con su jefe por Languedoc, fue a confesarse con un Padre Recoleto, que le dijo que debería cambiar completamente de vida y dedicarse al servicio de Dios en una vocación religiosa. Se quedó ató­nito. Sacó a relucir la cuestión de su promesa de matrimonio, pero el sacerdote replicó, Eso fue entonces. Lo que Dios quiere ahora de Vd. es que le entregue su vida. Ducourneau comenzó a rezar sobre el asunto y decidió buscar el consejo de Saint Cyran. Pero de todos modos, a su llegada a París, se enteró de la muerte de Saint Cyran, cuyo momento, él consideró providencial, puesto que Saint Cyran probablemente le abría apartado de la Congregación de la Misión. Ducourneau consultó a un teólogo que apoyó lo que le había dicho el Padre Recoleto y le añadió que no dejara que la firma de su pro­puesta matrimonial le detuviera. Le encareció que se uniera a una comunidad nueva que aún no había perdido su fervor primitivo. No contento con ello, Ducourneau consultó a otro teólogo que reafirmó lo que los otros habían dicho.

Un joven amigo le sugirió que hiciera un retiro en San Lázaro y se ofreció para acompañarle. El día que tenían que ir, su amigo no se presentó así que Ducourneau tuvo que ir solo. Durante el retiro pre­guntó al sacerdote que le dirigía si la Congregación de la Misión aceptaba laicos que quería dejar el mundo y servir a Dios. El sacer­dote dijo que efectivamente la Congregación aceptaba esta gente, pero sólo si los superiores juzgaban que encajaba. Le prometió hablar con el fundador, Vicente de Paúl. Vicente se encontró con Ducourneau y decidió recibirlo en la comunidad. Bertrand era pequeño, un hombre brillante de 30 años cuando encontró al funda­dor que tenía entonces 63 años.

Cuando volvió a su trabajo, contó a su jefe todo el asunto. El jefe le animó, pero le pidió que continuara por algún tiempo hasta termi­nar varios asuntos del negocio. Ducourneau retornó a San Vicente y le preguntó qué pensaba él. Vicente que estaba entonces de retiro, le dio esta contestación evangélica, a través del Sr. Alméras: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,22; Lc 9,59) Ducourneau fue a su casa, hizo su maleta y regresó para entrar en la Congrega­ción el 28 de julio de 1644.

Durante las tres primeras semanas, trabajó en la cocina, pero pronto vieron los superiores que sus cualidades eran más para la secretaría que para la cocina. Le propusieron ser el secretario de Vicente. Esto les pareció lo más urgente, porque era evidente que con su entrada en el Consejo de Conciencia, a mitad del 1643, Vicente estaba sobrecargado. La próxima circular de Vicente a los superiores de a Congregación de la Misión está ya escrita de la mano de Ducourneau. La primera carta de San Vicente a un cohermano, escrita por la mano de Ducourneau va dirigida a Jacques Chiroye, el 3 de mayo de 1645.

Como hemos dicho antes, del 14 de enero al 7 de junio, acompañó a Vicente en un viaje al oeste de Francia. Esto incluyó una audiencia con la Reina, una tensa conversación con el Cardenal Mazarino y visitas a las casas de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. Vicente cayo enfermo un par de veces durante el viaje. Hacia el final del viaje, cuando Vicente visitó una vez más la corte, la duquesa de Aiguillón le envió una carroza a la que Vicente llamaba su «ignominia».

En adelante Ducourneau fue básicamente la mano derecha de Vicente. Recibía el correo, escribía cartas para que las firmara Vicente y las enviaba. Vicente también le confió dinero y le pidió que investigará asuntos delicados. Fue muchas veces intermediario entre Vicente y Luisa de Marillac, llevando y trayendo mensajes. Cuando se vió claramente que Vicente se aproximaba a su fin, los cohermanos y otros comenzaron a escribir directamente a su secretario. Cuando Vicente murió, Ducourneau estaba allí a su lado, como lo había estado por años.

Desde encntes, Ducourneau hasta el final de su vida, sirvió como secretario a sus sucesores, PP. Almèras y Jolly, y como archivero de la Congregación.

Su intervención para conservar las conferencias y las cartas de Vicente

Según pasaba el tiempo, Ducourneau fue convenciéndose más de la importancia del papel de Vicente en la Iglesia, su posición como fundador y su santidad. Dándose cuenta que estaba trabajando al lado de un santo, Ducourneau sintió la responsabilidad de conservar para la posteridad, las palabras de San Vicente. De hecho Pierre Coste dice que nadie entendió mejor la santidad y el genio de Vicente que Ducourneau.7 Esto se demuestra por el memorandum que él escribió, fechado el 15 de agosto de 1957,8 encareciendo la conserva­ción de las comunicaciones de Vicente a los sacerdotes y hermanos de la Misión. Como se podría esperar de alguien que fue un excelente secretario, el memorandum presenta un bien organizado cuadro para documentar los discursos de Vicente. El dice que «la mejor herencia de los padres es la buena instrucción que dejan a sus hijos». Argu­menta que puesto que Vicente es el padre común de los sacerdotes y hermanos de la Misión, sería un acto de injusticia que sus palabra no pasaran y fueran compartidas por sus hijos. Además, añade Ducour­neau, las palabras de Vicente parece que vienen de Dios y por tanto, sus enseñanzas «deberían ser conservadas como maná del cielo, y guardadas para los hermanos ausentes y para los futuros, que un día tendrán deseos de este alimento del alma».

Respondiendo a la objeción de que Vicente normalmente dice cosas ordinarias, Ducourneau indica que hay muchos que necesitan guía en materia de lugares comunes y que aún las cosas ordinarias, dichas por Vicente, adquieren una fuerza extraordinaria. No hace falta que sus enseñanzas sean novedosas, para que sean importantes, así como «el mejor alimento para los bebés es la leche de su propia madre» y la amable instrucción de su padre hace más impresión en sus mentes que la de sus maestros.

Los miembros de la Congregación de la Misión sabían que Vicente muy rara vez ponía por escrito sus enseñanzas y que incluso disuadía a sus misioneros de publicar libros, para que no desatendieran su trabajo; así que Ducourneau se daba cuenta de que Vicente no estaría de acuerdo con que sus palabras se escribieran. Por consiguiente, reconocía que, en el proyecto, debían proceder con discreción. Sugi­rió que se encargara a dos o más sacerdotes que recordaran el con­tenido de las conferencias de Vicente, Estos hombres se reunirían luego y compondrían un documento a base de que se dijo. O, lo que aún sería mejor, una persona con mente rápida y pluma veloz escri­biría una a una las palabras de Vicente, según él iba hablando. A pesar de su apretada agenda como secretario, el mismo Ducour­neau terminó por ser el encargado de emprender la tarea que él había sugerido; ofreciendo su tiempo libre para este proyecto, com­piló tres grandes volúmenes de material de las charlas de Vicente.9

Ducourneau intervino también en 1658 cuando ayudo a la conser­vación de las dos cartas, fechadas en 1607 y 1608, en las que Vicente describe su cautividad en Tunez. Un viejo amigo de Vicente, el canó­nigo de Saint-Martin, que había descubrió las cartas, envió sólo copias a Vicente, pensando que le gustaría tenerlas. Vicente destruyó inmediatamente las copias y hubiera hecho lo mismo con los origi­nales, si Ducourneau no hubiera enviado en secreto, un aviso a Saint­Martín de que debiera conservar estos extraordinarios documentos. En una carta a San-Martin, Ducourneau se sorprende de que Vicente nunca hubiera hablado de sus aventuras en Berbería ni hubiera con­tado a la Congregación sus éxitos en la conversión de sus captores o en el servicio a los cristianos oprimidos. Relacionando el trabajo de Vicente en Túnez y Argel con la química, Ducourneau dice que Vicente tuvo más éxito que los que intenta el cambio de naturaleza de los metales, porque él cambió el mal en bien, el pecador en justo, la esclavitud y el infierno en libertad y paraíso. Continuando la ana­logía escribe, «[Vicente] encontró la piedra filosofal. Su caridad, inflamada del fuego divino, convertía todo en oro puro».10

Su personalidad

Ciertamente, Ducourneau admiraba profundamente a Vicente. Sus coetáneos dicen que se descubría, en señal de respeto, a la men­ción del nombre del fundador. Aunque su talento literario le llevaba a una presentación poética de la personalidad de Vicente, él tenía una sobria comprensión de su santidad. Defendía la humildad de Vicente, las virtudes prácticas, frente a aquellos cuya idea de la santidad exi­gía acontecimientos milagrosos. Insistía en que si bien Vicente no había anunciado nuevas verdades, su fe y su trabajo estaban profun­damente enraizados en el evangelio y su amor a Dios y al prójimo habían dado abundantes frutos. Ducourneau contestaba con firmeza, por escrito, a lo que él decía libelos de los jansenistas que atacaban públicamente a Vicente.

Los relatos de la vida y trabajo de Ducourneau revelan un pro­fundo amor a su vocación de hermano. Unía el celo por sus trabajos de secretaría con el amor interior a Dios. El hablaba de la gracia unida al oficio de hermano, que él describía como una vida de humil­dad y servicio a Cristo. De hecho, el se dio cuenta de que los herma­nos de la Misión estaban en una condición preferencial para unirse a la vida del Señor. El animaba a los hermanos en su vocación dicién­doles que su estado de vida, que frecuentemente se tenía como el último de todos, era como un sacramento, en el que la gracia abun­dante se oculta en algo humilde. Hablaba de los votos de un hermano como de un tesoro, diciendo que cada renovación de los votos de un hermano era tan valiosa como la primera vez que los hizo, así como un pecado es un pecado cada vez que se repite.

El deseo de Duvourneau de abrazar una vida de servicio e imi­tar las virtudes de Vicente, era conocido por su contemporáneos. Le veían como un hombre conforme con la voluntad de Dios, Como el fundador, estaba convencido de la importancia de la mortificación del cuerpo y de la mente. Además para adelantar y unir sus sufri­mientos a la cruz, se esforzaba en evitar en su vida todo lo que pudiera distraer su memoria entendimiento y voluntad. Pero a pesar de su rigor para consigo mismo, era afable para con sus her­manos. Valoraba la gentileza, creyendo que brotaba del calor del amor de Dios.

Tenía gran devoción al Santísimo Sacramento y añoraba la felici­dad de los primeros siglos del cristianismo cuando los fieles recibían la comunión todos los días. Sin la comunión frecuente, que no era práctica común en la Francia del siglo XVII, consideraba su alma como tierra seca y sin agua. Llenarse del amor de Dios en la Euca­ristía, decía, produce paz.

Su biógrafo, El H. Cholier, dice que Ducourneau entendía su radi­cal dependencia de Dios. Una vez compartió con sus compañeros su satisfacción al saber que Dios es todas las cosas y que todo es nada fuera de Dios.11 Llegó a exclamar: «¡Ah, qué bueno, estar perdido en Dios!». Y añadía: Mi plan es poner toda mi obediencia, mi humildad, mi paciencia y resignación y virtud, y toda mi esperanza en Dios. Expresaba su miedo de desagradar a Dios y usaba este miedo como estímulo para amar.

Del amor a Dios de Ducourneau brotaban también otras cualida­des. Sus contemporáneos subrayan su amor al silencio. Esto comple­taba su natural elocuencia. Ya que entendía el valor del lenguaje y podía expresar su fe claramente. Su amor al silencio, además de ayu­darle a escuchar la voz de Dios, le ayudó como secretario, ya que le capacitaba para ser confidente de asuntos privados.

Ducourneau era también un lector ávido de literatura espiritual. Para sacar más provecho de sus lecturas espirituales, debía releer un libro hasta que se daba cuenta de que había captado su contenido. Una vez consolaba a un colega que se quejaba de que la lectura espi­ritual le entraba por un oído y le salía por el otro. Le decía que el Espíritu actúa en la memoria aunque parezca que uno no retiene demasiado y le aseguraba que elevar a Dios la mente y el corazón, durante la lectura espiritual, proporcionaba alimento para el alma, aunque uno parezca distraído,

Entre sus lecturas espirituales, destacaban las vidas de los santos. Quería celebrar sus fiestas y meditar sus enseñanzas, esforzándose en imitarles como maestros del arte del vivir y del morir. Tomaba notas sobre sus vidas y guardaba una lista de sus virtudes en su mesa de trabajo para incorporarlas a su propia vida.

Lo primero en su devoción a los santos era su relación con María. Aunque no era especialmente aficionado a la oración vocal, había aprendido de memoria un buen número de oraciones en honor a la Bienaventurada Madre, cuya estampa tenía pegada en su mesa de trabajo. Atribuía su adelanto en la virtud, especialmente en la humil­dad y la castidad, a su imitación de María y la alababa con gozo y entusiasmo.

Chollier dice que cuando se acercaba su muerte, Ducourneau estaba libre de angustias y resignado a la voluntad de Dios. Murió el 3 de enero de 1677, a los sesenta y tres años de edad. La reacción a esta noticia es reveladora. Lo lamentaron sus hermanos de Congre­gación y también las Hijas de la Caridad, muchas de las cuales llora­ron cuando oyeron la noticia de su muerte. Al día siguiente del entierro de Ducourneau, el P. Jolly, Superior General, escribía sobre la pérdida de la comunidad. Describía a Ducourneau como un hom­bre de oración, lleno del espíritu de Dios. Hacía una lista de las vir­tudes de Bertrand, sobre todo la humildad y la obediencia, La muerte de Ducourneau, de día Jolly, fue como su vida: «Fortaleciendo su debilidad en constante unión con Dios y con nuestro Señor crucifi­cado». En verdad, añadía, «la casa madre esta todavía perfumada con la fragancia de sus virtudes,, sobre todo, su gran amabilidad y su caridad para con todos».12

En su vocación como Hermano y como secretario de Vicente de Paúl no se limitó a vivir meramente a la sombra del santo, sino que adquirió activamente sus virtudes. Un trabajador del gobierno, que había colaborado con Ducourneau, le describía como un reflejo del gran hombre a quien Bertrand admiró con tanto amor y sirvió con tanta fidelidad».13

  1. Notices sur les prêtres, clercs et frères défunts de la Congrégation de la Mission, 1ère Série, Compagnons de Saint Vincent, Tome Ier, Paris, Pillet et Dumoulin, 1881, p. 433. Esta larga biografía fue escrita por el hermano Pierre Chollier.
  2. Cf. SV V, 177, 181, 183, 206, 219; VIII, 185 – SVP.ES V, 164, 168, 169, 187, 198; VIII, 170.
  3. ANDRÉ DODIN, Monsieur Vincent, Raconté par son secrétaire: Remarques sur le actes et paroles de feu Monsieur Vincent de Paul, notre Très Honoré Père Fondateur (París: O.E.I.L., 1991). En su introducción Dodin da una breve nota biográfica sobre Ducourneau y Robineau. Anota que mucho del material del libro fue recogido por Robineau. (Hay traducción al español: Editorial Fe y Vida [Feyda], Teruel, 1995).
  4. Cf. SV V, 645, carta del 29 de noviembre de 1655; cf. también SV VI, 641; VII, 628, 629 – SVP.ES V, 611; cf. también SVP.ES VI, 583; VII, 531.
  5. SV VIII, 513 – SVP.ES VIII, 537-540.
  6. Hay una considerabla información biográfica sobre Bertrand Ducour­neau. Quizá la más importante sea la extensa relación de su vida y muerte escrita por el Hermano Pierre Chollier y Lugo publicada en Notices sur les prêtes, cleros et frèrres défunts de la Congrégation de a Mission, 1ère Série, Compagnos de Saint Vincent, Tome Ier, París, Pillet et Dumoulin, 1881, pp. 377-451. Se puede encontrar también abundante información en PIERRE COSTE, La Congregation de la Misión (París: Librairie Lecoffre, 1927) chapter V en «Les Frères Coadjuteurs», 115 ff., y en STAFFORD POOLE, «Brother Bertrand Ducourneau», Vincentian Heritage VI (#2, 1985), 247-256, que ofrece una breve y clara presentación de la vida de Ducourneau, que me ayudó mucho en la preparación de este artículo.
  7. COSTE, op. cit., 118.
  8. SV XII, 445 – SVP.ES IX, 833.
  9. Las Hijas de la caridad habían sido más espabiladas para encontrar el modo de preservar las charlas de Vicente. Hicieron algunos intentos de escribir sus conferencias en 1634 y o hicieron sin interrupción desde 1640 en adelante.
  10. SV VIII, 514 – SVP.ES VIII, 537.
  11. Notices sur les prétres, cit., 388.
  12. Notices sur les prétres, cit., 448.
  13. Notices sur les prétres, cit., 438.

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