La formación en los orígenes (II)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CREDITS
Author: Elizabeth Charpy, H.C. · Year of first publication: 1993 · Source: Ecos de la Compañía.
Estimated Reading Time:

logohijascaridadEl 30 de octubre de 1647, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac deciden, de común acuerdo, establecer el Seminario con el fin de garantizar mejor la formación de las Hermanas jóvenes. Hasta aquella fecha, se confiaban éstas a una Hermana más antigua en la Compañía. Al nombrar a Juliana Loret como primera Directora, Vicente de Paúl le explicó los objetivos de su nueva función: «Hermana mía, ¿qué es lo que quieren hacer con usted? ¡Es el primer cargo después de la Superiora y el más importante! Se trata deformar a unas jóvenes para que puedan servir a Dios en la Compañía, hacer que arraiguen en la virtud, enseñarles la sumisión, la mortifica­ción, la humildad, la práctica de sus reglas y de todas las virtudes…» (Síg. X, p. 787).

Los Escritos de Luisa de Marillac (cartas, reglamentos) y las Conferencias de Vicente de Paúl, nos permiten discernir los criterios para la formación de las primeras Hermanas, enfocada a que pudieran servir á Dios en la Compañía, y, al mismo tiempo, percibir los medios puestos en práctica para llevar a cabo el acompañamiento.

A – Los criterios para la formación

Al estudiar el primer orden del día, escrito por Luisa de Marillac, y el comentario que del mismo hizo Vicente de Paúl el 31 de julio de 1634, considerando igualmente el Reglamento para el oficio de la «Celadora» (es decir, la Directora del Seminario), nos resulta fácil distinguir las notas dominantes de aquella formación. De manera muy clara resaltan tres puntos:

  • Formar cristianas sólidas.
  • Formar verdaderas siervas.
  • Enseñarles a vivir en comunidad.

1. Cristianas sólidas

La Hija de la Caridad es esencialmente una cristiana que vive de la gracia de su Bautismo. Luisa de Marillac desea que toda Hija de la Caridad adquiera un buen conocimiento de Jesucristo y de los diferentes misterios de la Fe cristiana, que adquiera el hábito de la oración, que viva según las exigencias del Evangelio.

Adquirir un conocimiento doctrinal

Luisa de Marillac, como Hija de la Iglesia, ha sabido las diferentes orientaciones emanadas del Concilio de Trento. En la Sesión del 11 de noviembre de 1563, los Padres del Concilio expusieron esta norma: «Que en cada una de las parroquias se enseñen a los niños, por lo menos los domingos y días de fiesta, los principios de la Fe y los deberes de la vida cristiana». Los Padres del Concilio habían comprendido que, para luchar contra la Reforma protestante, era necesario vencer la ignorancia tanto de los pastores como de los fieles. Y pusieron de relieve la importancia de la enseñanza de la Palabra de Dios. El Concilio de Trento había previsto la redacción de un Catecismo, que se publicó en 1566. Varios obispos hicieron lo propio en sus diócesis: así Pedro Canisio, Belarmino, Luis Abelly, Alano de Solminihac… La postura de Luisa de Marillac se inscribe, pues, en este clima de renovación conciliar.

En el orden del día preparado por ella para el primer grupo de Hermanas, Luisa había previsto, al comienzo de la tarde, un tiempo destinado a «recordar (palabra que hay que tomar en el sentido de «repetir» hasta saber de memoria) los principales puntos de la doctrina». Igualmente la vida en el Seminario dedica un espacio de tiempo «para instruirlas en las verdades de la fe».

Con el fin de poner al alcance de las Hermanas el conocimiento de los principales misterios de la Fe, Luisa de Marillac redacta un breve Catecismo, en forma .de preguntas y respuestas. En dicho Catecismo podemos leer: «¿Qué debe saber un cristiano… ? Saber el Misterio de la Santísíma Trinidad, el de la Encarnación del Hijo de Dios y el de la Santísíma Eucaristía…»Siguiendo la pauta dada por el Concilio de Trento, comenta detenidamente el Credo, Símbolo de los Apóstoles, que contiene, según dice ella, «todo lo que debemos creer», un solo Dios en tres Personas, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, su concepción y nacimiento virginales, su muerte y su resurrección…

Mediante charlas familiares, Luisa explica a las Hermanas todos estos puntos de doctrina. Vicente de Paúl, en sus Conferencias a las Hijas de la Caridad, prolonga esta enseñanza doctrinal. Los Fundadores recurren también a la competencia de los Sacerdotes de la Misión. «El Señor Lamberto nos ha hecho la caridad de empezar hoy la explicación del catecismo; con la gracia de Dios, espero que esto nos haga mucho bien…» escribe Luisa de Marillac al Señor Portail (C. y E. p. 144).

Cuando se las envíe a misión junto a los enfermos o los niños, las Hermanas tendrán que proseguir su formación cristiana para ser capaces de instruir bien a los pobres. En 1648, Isabel Turgis desea servirse del catecismo de Belarmino. Luisa se pregunta si conviene permitirlo, porque dicho Catecismo es de un nivel bastante elevado. En el Consejo del 22 de marzo, habla del asunto al «Señor Vicente», quien le responde: «Sería conveniente que se les leyera a nuestras Hermanas y que usted misma se lo explicara, a fin de que todas lo aprendiesen y profundizasen en él para enseñarlo,. porque ya que es preciso que ellas enseñen, tienen que saber. Y no podrían aprender de manera más sólida que con este libro. Me alegro de que hayamos hablado de esto, pues creo que esta lectura será de gran utilidad» (Sig. X p.793).

La formación cristiana que se da en el Seminario insiste en profundizar en los Sacramentos, en los que se profundiza. Luisa de Marillac sigue en esto también las orientaciones del Concilio de Trento: «El Concilio recomienda a los obispos y a los párrocos que expliquen al pueblo, con prudencia y piedad, la virtud de los sacramentos, el misterio de la misa y las demás verdades de la religión, en la forma permitida y enseñada por el Catecismo que el Concilio ha resuelto redactar». En el Catecismo por ella redactado, Luisa de Marillac se detiene bastante en la Eucaristía, y en las instrucciones que hace a las Hermanas les habla con frecuencia de la Sagrada Comunión, «ese admirable invento» de Dios, que revela en plenitud el amor de la Santísima Trinidad por el hombre.

El Reglamento para el oficio de Directora del Seminario reza así: «Dicha Hermana Celadora irá con las Hermanas nuevas… y las instruirá sobre la excelencia de los Sacramentos y por qué vía nos vienen comunicados, que es la de los méritos de la Sangre de Jesucristo… Les enseñará los actos necesarios para hacer una buena confesión y una buena comunión…». Los avisos para la que rige el Seminario, redactados probablemente durante el generalato de Maturina Guérin, proveen, llegadas las Témporas, instrucciones especiales sobre la confirmación dirigidas a las Hermanas que no hubieren recibido este sacramento.

Orar

La lectura del empleo del día muestra hasta qué punto quiso Luisa que la vida de la Hija de la Caridad estuviese acompasada por su relación con Dios. Por la mañana, al levantarse, un breve tiempo de adoración, después la oración mental que concluía con el rezo en común de algunas preces. Antes de cada comida, el examen. Por la noche, el examen general, seguido de las Letanías y otras preces. Antes de dormirse, un acto de adoración. Luisa desea que las Hermanas puedan tener una vida espiritual sólida y que sus conocimientos doctrinales vayan acompañados de un verdadero encuentro o experiencia de la persona de Jesucristo.

La Directora del Seminario empezará por cerciorarse de que las Hermanas nuevas (las recién llegadas) saben las principales oraciones del cristiano: «…hará rezar el Padrenuestro u otra oración a las que no se lo sepan»:: la ignorancia es con frecuencia grande en las aldeas, en ese siglo XVII.

Después les enseñará la manera de hacer oración, explicando todos los días la práctica de un punto. En el Consejo del 22 de marzo de 1648, Juliana Loret suplica al «Señor Vicente» y a la Señorita que ponga a otra en su lugar como responsable del Seminario, porque se considera incapaz de dirigir a las Hermanas hacia esa «comu­nicación con Dios». Vicente le responde: «Hija mía, usted no sabe nada por usted misma, no tiene capacidad ni luz para nada; pero Nuestro Señor Jesucristo actuará en usted y será El mismo su capacidad y su luz. Sea usted una Hermana de oración y Nuestro Señor le enseñará todo lo que tiene usted que saber» (Sig. X p.795).

Y sin duda no fue por casualidad por lo que el tema de la Conferencia del 31 de mayo siguiente fue la «oración». Juliana Loret oye las explicaciones dadas por los Fundadores; podrá volver a leerlas en el acta escrita por Isabel Hellot e impregnarse de la definición propuesta por Vicente de Paúl:

«La oración, hijas mías, es una elevación del espíritu a Dios, por la que el alma se despega como de sí misma para ir a buscar a Dios. Es una comunicación o conversación del alma con Dios, una comunicación mutua, en la que Dios dice interiormente al alma lo que quiere que sepa y que haga, y donde el alma dice a su Dios lo que El mismo le da a conocer que tiene que pedir. ¡Gran excelencia la de la oración, que nos tiene que hacer estimarla y preferirla a cualquier otra cosa!» (Conf esp. n. 697).

En el curso de esta Conferencia, Vicente habla de tres disposiciones requeridas para hacer oración. La humildad, porque a Dios le agrada revelarse a los humildes: numerosos santos recibieron más luces en la oración que por medio de los libros. «Para hacer bien la oración, no es necesaria la ciencia; basta con amar mucho a Dios» (Conf esp. n.68). Lo que importa es ir a Dios sencillamente, agradeciéndole los favores recibidos y aceptando el permanecer en cierta noche oscura.

La segunda disposición de que habla Vicente es la ascesis. La que quiere hacer oración, no puede llegar con el corazón y el espíritu llenos de sí misma o cargados de preocupaciones. En esa Conferencia del 31 de mayo, Vicente explica: «…si queréis ser mujeres de oración… tenéis que aprender a mortificaron, a mortificar los sentidos exteriores, las pasiones, el juicio, la propia voluntad, y no dudéis de que en poco tiempo, si marcháis por este camino, haréis grandes progresos en la oración…» (Conf. esp. n.710).

La tercera disposición es la regularidad, no faltar a ella, a pesar de las dificultades que se encuentren, a pesar de la impresión de no estar haciendo nada, de perder el tiempo. Vicente recuerda con frecuencia el ejemplo de Santa Teresa, que pasó más de veinte años sin sentir ningún gusto en la oración.

Para ayudar a las Hermanas nuevas a hacerse poco a poco «mujeres de oración», la Directora del Seminario se habrá de servir de los medios propuestos a toda Hija de la Caridad, ya desde los orígenes de la Compañía: la preparación de la oración y la «repetición» de la oración.

La preparación de la oración se hace por la noche, al terminar las preces. Después de leer el punto de la meditación, es decir, lo que será el tema de la oración del día siguiente, la Directora explica en pocas palabras cómo dejarse interpelar por aquella Palabra de Dios, cómo dejarla resonar, a modo de un eco, en el corazón.

La «repetición» de oración «se hace todos los días después de la oración de la mañana» (C. y E. p.300). Querer compartir el fruto de la oración es, a la vez, exponente del amor entre Hermanas y voluntad de ayudarse mutuamente a vivir la relación con Dios. Cuando se hace con sencillez y sinceridad, este intercambio suscita la admira­ción ante la manera con la que Dios se comunica a cada una. «Poned gran cuidado en dar cuenta de vuestra oración lo antes que podáis hacerlo. No podéis imaginaros cuán útil os será esto. Decíos mutuamente, con toda sencillez, los pensamientos que Dios os haya dado… » (Conf. esp. n. 10).

Vivir como cristianas

Antes de emprender cualquier formación específica relacionada con el servicio a los Pobres, la Directora del Seminario tendrá que instruir a las Hermanas nuevas «acerca de sus obligaciones como cristianas y enseñarles todo lo que es necesario para la salvación».

El Catecismo escrito por Luisa de Marillac proporciona algunas explicaciones a este respecto: «…¿ Cómo ha de vivir el cristiano ?- Como nuestro Señor Jesucristo vivió en la tierra… ¿Qué quiere decir seguir a Jesucristo? – Es practicar toda clase de virtudes como El las practicó cuando vivió en este mundo: era humilde, manso, caritativo, paciente, veraz, pobre y nunca hablaba mal de su prójimo, no hacía mal a nadie… » (C. y E. p. 705).

Las cartas de Luisa de Marillac insisten con frecuencia en esas humildes virtudes, características de todo cristiano que desea vivir del espíritu de Jesucristo: «Alabo a Dios con todo mi corazón por la gracia que su bondad les ha concedido de ser buen olor ahí donde se ha complacido en emplearlas; pero cuiden bien de agradecérselo con la práctica de las virtudes que El pide de ustedes, sobre todo una gran cordialidad y buena inteligencia entre ustedes. ¿Estoy equivocada en recomen­darles esta virtud sin la cual no podrían no ya ser buenas Hijas de la Caridad, sino ni siquiera buenas cristianas ?…» (C. y E. p. 310-11).

El aprendizaje de estas virtudes se hará día tras día, a través de la relación con las Hermanas del Seminario, con las Hermanas más antiguas de la casa y del contacto con los Pobres a los que sirven en el pequeño «dispensario» establecido en la Casa o visitándolos en sus domicilios, en la feligresía de San Lorenzo.

2. Verdaderas siervas

Luisa de Marillac desea que las Hermanas nuevas comprendan bien lo que significa «ser Sierva de los Pobres». La Directora ha de poner gran atención en este punto: «les hará comprender la necesidad que tienen las Hermanas de la Caridad de recordar su primera educación y cómo no deben pretender cambiar de alimentación o de vestido si no es para tener mayor parecido con la forma de vivir de sus Amos, que son los Pobres, a los que deben siempre un gran respeto»

Tener presentes sus orígenes

Es necesario que las Hermanas recuerden su primera educación. Luisa de Marillac se refiere especialmente a las que, como las primeras en presentarse, proceden de aldeas, son hijas de artesanos pobres o de pobres campesinos. Pero esto será igualmente válido para las que proceden de otros ambientes sociales. Luisa de Marillac, en la conferencia sobre el tema: «la estima en la que ha de tenerse a las Hermanas», apunta que es necesario «trabajar por llegar a un verdadero conocimiento de nosotras mismas». Este conocimiento permite descubrir los dones de Dios, pero también la poca correspondencia a las gracias recibidas; descubrir las múltiples riquezas de que nos hemos beneficiado en el seno de nuestra familia, pero también nuestro poco cuidado o esfuerzo para asumirlas.

La toma de conciencia y la aceptación profunda de los propios orígenes, cuales­quiera que sean éstos, van a permitir, más adelante, aceptar al otro en su originalidad, con sus riquezas diferentes, sus cualidades y también sus defectos. La diferencia que ofrece el otro, no hay que percibirla como un motivo de sufrimiento por lo que podría parecer como una carencia en’ uno mismo, sino como una complementariedad que se acepta con alegría. Con frecuencia vemos a Luisa de Marillac orientar la meditación de las Hermanas hacia el Misterio de la Santísima Trinidad, precisamente para descubrir en él la diversidad y la profunda unidad de las Tres Personas Divinas. «Diga (a todas nuestras Hermanas) que les recomiendo… sobre todo la tolerancia y la cordialidad, para honrarla unidad de la Divinidad en la diversidad de personas de la Santísima Trinidad» (C. y E. p. 286).

Acomodarse a los Pobres

Querer llegar a ser Siervas de los Pobres, es aceptar el llevar una vida pobre. A veces será necesario acomodarse, ajustarse en cierto modo a los pobres, con el fin de «tener mayor parecido con la forma de vivir de los Pobres, que son sus Amos». La uniformidad en el vestir -hábito, cofiado-, suprimiendo toda señal exterior de diferen­cia de clase social, suprime también toda barrera entre las Hermanas y facilita la relación sencilla con los Pobres. A algunas les resulta penoso dejar el traje y la cofia de su región.

Los Avisos generales para las Hermanas nuevamente recibidas, contienen otras puntualizaciones: «Que empiecen poco a poco a deshacerse de los modales del mundo, en particular de la vanidad, de la afectación en el andar, en el hablar, en la manera de arreglar vestido o cofia do, en los que no deben introducir nada que no esté dentro de la modestia. Todo cuanto traigan al presentarse: dinero, vestidos, ropa blanca… lo pondrán en manos de la Hermana responsable del Seminario». Este desprendimiento, este cambio de costumbres, esta puesta en común de lo que les pertenece, constituye a veces una verdadera y dura prueba. A través de estas cosas pequeñas, se da toda una formación en la sencillez, la humildad y la pobreza propias de la sierva. María Papillon, que entró en junio de 1655, tuvo bastante dificultad para vivir este desprendimiento y le costó derramar abundantes lágrimas (cf. C. y E. p. 481). En la Conferencia sobre las virtudes de Luisa de Marillac, las Hermanas refieren que solía decir con frecuencia: «Somos siervas de los pobres, por lo tanto, tenemos que ser más pobres que ellos» (Conf esp. n. 2351).

Aceptar cualquier trabajo

La nota biográfica de María Moreau, que fue Directora del Seminario de 1676 a 1686, describe la vida de las Hermanas del Seminario. Estas participan en todos los trabajos caseros: lavar la ropa, pelar las legumbres, preparar la comida para los pobres. Además, otras ayudan en la huerta o en la pequeña granja de la Casa Madre. Las que saben escribir copian las Reglas, que se enviarán a las casas. Luisa de Marillac deseaba que entre todas estas ocupaciones no se estableciera ninguna suerte de jerarquía.

Por su vocación, la Hija de la Caridad está llamada a desempeñar las tareas más humildes. Para eso fue fundada la Compañía: «… Y como las personas que componen esta cofradía no pueden desempeñar los oficios más bajos necesarios para la atención de los pobres enfermos, nuestro querido y apreciado Vicente de Paúl ha creído conveniente, con el permiso del mencionado señor Arzobispo, tomar algunas buenas jóvenes y viudas de las aldeas, a las que Dios ha inspirado el deseo de entregarse al servicio de los pobres enfermos y que, desde hace varios años, se ocupan en todas las más bajas funciones, con la edificación del pueblo y el consuelo de los enfermos… » (Sig. X p. 698).

El negarse a trabajar, el negarse a desempeñar las humildes tareas que se les señalen, es una prueba de no tener vocación. Vicente de Paúl estaba dispuesto a despedir a Gabriela Cabaret porque: «se levanta cuando le parece y no hace casi nada…» (Sig. IV, p. 299). En el consejo del 25 de octubre de 1646, se estudia el problema de Margarita Turenne. «Padre, dijo la Señorita, el otro asunto que tenemos que ver es que tenemos aquí una Hermana natural de Turena, joven de buena familia, cuyos padres tienen fama de ricos, y que vino a la Compañía sin saber muy bien de qué se trataba. Desde el principio se vio que sentía cierta repugnancia, sobre todo cuando se trató de tomar el hábito, y desde entonces ha continuado siempre mostrando cierto desdén por la manera de vivir que llevamos… Se muestra exigente con la comida y casi no se le puede hacer tomar nada. No muestra interés por ninguna cosa yno hace nada si no es un poco de costura. Por lo demás, no se sabe en qué emplearla. Hemos intentado con la escuela. Pero no hacía nada. La hemos puesto durante algún tiempo con los niños, y pensé llevarla allá de nuevo, pero me pidieron que no la mandásemos. De forma, Padre, que deseo consultar si le parecerá bien que la despidamos» (Síg. X p. 759). A pesar del riesgo de descontentar mucho al párroco del pueblo, se decidió devolver a Margarita a su familia.

Vicente de Paúl y Luisa de Marillac recordarán con frecuencia la importancia del trabajo manual que no saca a las Hermanas de su ambiente sociológico y les permite la proximidad con los humildes y los rechazados por la sociedad, gracias a ese servicio humilde y sin brillo que tiende sobre todo a devolver a cada uno un poco de humanidad.

Una vida equilibrada

Al comentar el empleo del día, durante la Conferencia del 31 de julio de 1634, Vicente de Paúl insiste en la necesidad de un sueño reparador. La hora de levantarse se fijará a las 5, a condición de que puedan estar acostadas para las 10. Y a esta razón: «es menester que os conservéis bien para el servicio de los Pobres» (Conf esp. n.4).

Las Hermanas que hablan de las virtudes de María Moreau, refieren que ponía mucha atención en la salud de las Hermanas y que la alimentación, en el Seminario, era sencilla pero suficiente. El Reglamento redactado por Luisa de Marillac para la Hermana cocinera es un modelo de equilibrio, aun cuando éste sea, con frecuencia, difícil de alcanzar. «La Hermana Cocinera jefe, al ser también despensera, pondrá el mismo esmero en dar lo necesario a las Hermanas que en evitar lo superfluo, porque la caridad requiere lo primero y la virtud de pobreza recomienda lo segundo. Y cuando sepa que alguna está delicada o muy inapetente, le dará con caridad lo mejor que tenga y lo que le parezca más adecuado para su enfermedad y, de la misma manera, algo para tomar con el pan en el desayuno y de merendar a las que verdaderamente lo necesiten…» (C. y E. p. 797). Mantener el equilibrio entre «dar lo necesario» y «evitar lo superfluo», entre la caridad y la pobreza, es difícil a veces. Un buen sentido común es necesario para salir al paso de los excesos ya en un sentido, ya en el otro. La vida en el Seminario tiene que ser un aprendizaje de ese discernimien­to.

3. Una vida de comunidad fraterna

El 31 de julio de 1634, ante aquellas primeras doce Hijas de la Caridad, Vicente de Paúl, lleno de entusiasmo, exclamó: «¡Oh! que ventaja estar en una comunidad, puesto que cada miembro participa del bien que hace todo el cuerpo! Por este medio, podréis tener una gracia más abundante» (Conf. esp. n.3).

La vida de comunidad suele, en un primer momento, idealizarse. Pero pronto tropieza con numerosas dificultades, debidas a los temperamentos, a las costum­bres, a las exigencias de toda la vida en grupo. Esta vida de comunidad puede convertirse entonces en piedra de tropiezo. Luisa de Marillac tuvo que enfrentarse con todos estos problemas. Antes de desarrollar el aspecto espiritual, teológico, de esta vida en comunidad, empieza por considerar y tener en cuenta el aspecto humano inherente a todo grupo.

El aspecto humano

Cierta urbanidad, cierta educación, son necesarias. Se traducirán en el lenguaje. Los Avisos para las Hermanas nuevas insisten en este aspecto: «Se abstendrán de palabras groseras, como las que suelen usar en el mundo las personas poco educadas… No proferirán nunca una pa/abra malsonante, sino que utilizarán palabras comedidas al hablar de todo lo necesario y aun de las molestias propias del cuerpo humano». Una buena educación elemental es indispensable en todo grupo humano.

Esta buena educación se traducirá también en una imprescindible limpieza. Los Avisos para las Hermanas nuevas entran en numerosos pequeños detalles propios de una higiene elemental. También en este aspecto se necesitan buen sentido y equili­brio. Luisa de Marillac se ve obligada a recordar esto a las Hermanas de Angers que, «bajo pretexto de orden y limpieza», pierden el tiempo en futilidades.

La vida en comunidad requiere asimismo cierta comprensión mutua, aceptar opiniones divergentes, reacciones a veces inesperadas, sin provocar inmediatamente un conflicto. Luisa de Marillac insiste con gran frecuencia en esta noción de la tolerancia, saberse soportar, con dos líneas principales: aceptar el peso que supone la otra y tratar de servirle de apoyo. Escribe lo siguiente a las Hermanas de Angers: «…tienen que tener una gran unión entre ustedes, que les hará tolerarse unas a otras… Cuando vean algún defecto en una u otra, sabrán excusarlo. ¡Dios mío!, Hermanas, ¡qué razonable es esto, puesto que nosotras cometemos las mismas faltas y necesitamos que se nos excuse también! Si nuestra Hermana está triste, si tiene un carácter melancólico, o demasiado vivo o demasiado lento, ¿qué quiere que haga si ese es su natural? Y, aunque a menudo se esfuerce por vencerse, no puede impedir que sus inclinaciones salgan al exterior. Su Hermana, que debe amarla como a sí misma, ¿podrá enfadarse por ello, hablarle de mala manera, ponerle mala cara ? ¡Ah, Hermanas mías! cómo hay que guardarse de todo esto y no dejar traslucir que se ha dado usted cuenta, no discutir con ella, sino más bien pensar que pronto, a su vez, necesitará que ella observe con usted la misma conducta. Y eso será, queridas Hermanas, ser verdaderas Hijas de la Caridad, ya que la señal de que un alma posee la caridad es, como todas las otras virtudes, la de soportarlo todo» (C. y E. p. 118).

El Reglamento para la Celadora del Seminario pide a ésta que enseñe a las Hermanas nuevas cómo tienen que comportarse, tanto con relación a «las Hermanas antiguas» como a «las nuevas, como ellas». El prestar atención a los demás, a sus necesidades, se completará con el hábito adquirido de olvidarse de una misma, de renunciar voluntariamente a las propias exigencias.

El aspecto espiritual

Las primeras palabras de Vicente de Paúl, en su conferencia del 31 de julio de 1634, son para explicar a las Hermanas que estaban «reunidas para vivir un ideal común… el de servir a Dios». En 1640, como las Hermanas le comunicaran las dificultades que encontraban para llevar aquella vida juntas, Vicente de Paúl las invita «a amarse unas a otras como hermanas a las que Jesucristo ha unido con el lazo de su amor». La vivencia de estos sentimientos se sobrepondrá al simple sentir humano de atractivo o antipatía, para descubrir en la otra el amor que Jesucristo tiene por ella.

La vida Trinitaria, toda ella amor y entrega, la proponen los Fundadores como modelo de la vida comunitaria. Dios no es un Dios solitario. En la Santísima Trinidad, las tres divinas Personas se dan la una a la otra en plenitud. Las tres viven en perfección la reciprocidad del amor. Así debiera ser la vida comunitaria de las Hijas de la Caridad. Luisa se lo repite con frecuencia a las Hermanas: «…para ser fieles a Dios, debemos vivir en gran unión unas con otras y así como el Espíritu Santo es la unión del Padre y del Hijo, así también la vida que voluntariamente hemos emprendido transcurrir en esa unión de los corazones, que nos impedirá indignarnos contra las acciones de los demás y nos comunicará una tolerancia y paciencia cordial hacia nuestro prójimo…» (C. y E. p. 756).

El pedir perdón permite expresar el sentimiento de haber faltado a ese amor fraterno. Esta petición es un acto al que la Directora del Seminario tendrá que acostumbrar a las Hermanas jóvenes: «enseñándoles… cómo tienen que portarse con relación a las Hermanas antiguas, advirtiéndoles que deben pedirles perdón tan pronto como se den cuenta de que han faltado a su deber, y también cómo deben actuar con relación a las Hermanas nuevamente llegadas, como ellas». Este acto que responde a una actitud evangélica, permite a cada una el reconocer su propia culpabilidad, corregirse de sus defectos, hacer crecer la confianza y buen entendi­miento comunitario.

B – El estilo del acompañamiento

Para proseguir la formación -o acompañamiento- Luisa de Marillac recomienda dos actos complementarios: uno procedente de la Hermana en formación, el otro de la formadora.

1. Dar cuenta

En los escritos de los Fundadores, encontramos frecuentemente esta expresión: «dar cuenta». Esta actitud parece esencial con miras a un progreso, a un caminar. El Reglamento para la Directora del Seminario explica que tendrá que enseñar a las Hermanas nuevas «la manera de dar cuenta de sus prácticas»; que les hará «dar cuenta de cómo han empleado la mañana». Vicente de Paúl, por su parte, enseña a las doce primeras la necesidad de «dar cuenta» todos los meses a la que está encargada de todas, es decir, a Luisa de Marillac.

¿Por qué ese «dar cuenta»? Se trata en primer lugar de una evaluación personal, que permite repasar lo que se ha vivido, cómo se ha vivido la oración, la puesta en práctica de las resoluciones, la relación entre Hermanas, la manera de portarse con los Pobres, la organización de la jornada. El hecho de poner atención a sus acciones, palabras, actitudes, permite a la Hermana, con la ayuda de la formadora, tomar conciencia, poco a poco, de sus motivaciones, apreciar cuáles son sus actitudes y confrontarlas con las exigencias del Evangelio y las de su vida de Hija de la Caridad.

Los Avisos para la Hermana que rige el Seminario precisan cómo ha de llevarse a cabo ese tiempo de evaluación: «La Directora las interrogará, a cada una en particular, cada quince días sobre la manera como hacen sus ejercicios tanto espirituales como corporales, por qué finalidad hacen cada cosa, cual es la intención que ponen en sus acciones ordinarias. Y si ve que todo eso no es lo bastante puro y desinteresado, les sugerirá lo que crea ser necesario, no todo a la vez, sino un poco a cada interrogación que les haga».

Este acto que comúnmente se llama «comunicación» no ha de ser fuente de inquietud o de angustia para la Hermana joven. Tiene que aprender a vivirlo con libertad, como una actitud de verdad y humildad; hacerlo servir para contemplar la acción de Dios en su vida y maravillarse de ella. Vicente de Paúl, en 1643, al explicar a las Hermanas la importancia de este «dar cuenta», insiste en cómo deben hablar tanto de las alegrías como de las penas, tanto de los errores como de los aciertos: «No tenéis que contentaros con descubrir vuestros defectos y vuestras penas; también es conveniente decir con toda sencillez las gracias que Dios os ha hecho…» (Conf esp. n.206). Luisa de Marillac insiste con Hermanas demasiado escrupulosas para que no transformen esta entrevista en un suplicio intolerable: «Dar continuo tormento a nuestro espíritu para escudriñar y llevar cuenta de todos vuestros pensamientos, es tarea inútil por no decir peligrosa» (C. y E. p. 505).

La comunicación exige por parte de la formadora prudencia y mansedumbre. Es importante que la Hermana se sienta en un ambiente de confianza, que viva esta entrevista como un acto de Fe, de Esperanza y de Amor, con toda libertad. Es importante también que las exigencias vayan siendo progresivas y personalizadas. Los Avisos para la Directora insisten en ello: «(La Directora) les sugerirá las (exigen- cias) que crea ser necesarias y no todas a la vez, sino poco a poco, a cada pregunta que les haga». Luisa de Marillac recuerda a Cecilia Angiboust, que recibe en su comunidad a una Hermana recién salida del Seminario, la manera de actuar con ella: «Estoy segura… de que la mirará como a una tierna planta de la que se pueden esperar buenos frutos… /Qué feliz será usted, querida Hermana, si por su dulzura y cordia­lidad en advertirla afablemente, puede usted cooperar con la gracia a su perfec­ción!» (C. y E. p. 324).

2. Advertir

El segundo acto corresponde más especialmente a la formadora. Consiste este acto, tras haber observado a la Hermana joven en las realidades que vive, en llamar su atención sobre lo que en su hacer esté inadaptado, esclareciéndola acerca de su error o su falta. El Reglamento de la Directora es muy concreto en este aspecto: «Les advertirá de sus faltas…». Esta advertencia no debe revestir el carácter de una reprensión, más bien habrá de poder recibirla la Hermana como un consejo, una recomendación para que actúe de manera diferente, para que se sitúe en otra postura con relación a los demás (ya sean sus hermanas, los pobres u otras personas con quienes trate).

Maturina Guérin que vivió muy próxima a Luisa de Marillac, de quien fue secretaria durante siete años, explica en el testimonio que escribió sobre las virtudes de la Señorita, de qué manera hacía las advertencias, y concreta las condiciones necesa­rias para hacerlo así.

Hacer un discernimiento

Una de las primeras condiciones que destaca es el discernimiento necesario: hay que saber escoger el momento y reconocer su oportunidad. Algunas sabrán aprove­charse de una observación que se les haga, incluso a pesar de su reacción inmediata. A otras, la misma observación puede hacerles más mal que bien. «Esta misma caridad y prudencia le hacían adoptar correcciones con algunas, sin preocuparse del desagrado que manifestaban con sus quejas y murmuraciones, pensando siempre que se las reprendía injustamente. A otras, en cambio, las dejaba sin decirles nada de sus defectos, o muy poco y en particular; lo que yo he observado, y creo que este proceder nacía del discernimiento de espíritus…»

Maturina refiere el hecho siguiente, que probablemente vivió ella misma personal­mente: «Negaba ciertas cosas a algunas Hermanas y se las concedía con facilidad otras. Un día dio la siguiente explicación a una Hermana que quería usar una cosa más bonita que las que se acostumbraban de ordinario (una cinta de seda). «Si fuera Sor Fulana la que tuviera esa cinta, yo pensaría que se la había puesto a sabiendas, porque tiene demasiada inclinación a las cosas bonitas. Pero aunque sepa que usted no tiene esa inclinación, no deje de quitársela. Aquello en que más tenemos que fijarnos es en nuestra inclinación natural: una llevarán una cosa sin prestarle la menor atención; otras, en cambio, si la llevaran se apegarían a ella y caerían en la vanidad»».

Tener el valor de encarar la verdad

Si el discernimiento es necesario, no ha de servir este, sin embargo, de falso pretexto para renunciar a decir lo que se tiene que decir. Toda formadora ha de tener la valentía de la verdad. «No quería que, bajo el pretexto, de dar satisfacción a algunos espíritus y evitar las murmuraciones, se faltase al deber, y decía que las que tenían tanto miedo a desagradar era porque se preocupaban demasiado de su reputación. A las Hermanas que tenían un espíritu condescendiente en demasía, no las juzgaba aptas para llevar el manejo de las cosas».

Obrar en caridad

Luisa de Marillac que conoce bien el carácter brusco y colérico de Magdalena Mongert, recuerda a ésta las condiciones requeridas para que una advertencia tenga buenos efectos: «.„ advirtiéndoles (a nuestras Hermanas) caritativamente sus fallos en el momento en que pueda serles más útil» (C. y E p. 122). Lo que Luisa de Marillac pide a las demás, Maturina Guérin explica que es lo que ella misma vive: «La caridad que tenía hacia las Hermanas era admirable. No era una caridad de esas que nos hacen amar a aquellos por los que nuestro espíritu siente simpatía, porque las que murmuraban contra ella, que encontraban mal lo que hacía y le hablaban a menudo con pasión, no ofrecían a la naturaleza motivos para amarlas… ¡Con qué tolerancia las trataba, sin dejar nunca de hacer cuanto podía por atraerlas, unas veces con dulzura, otras por medio de reprensiones!».

Guardar la discreción

Maturina Guérin pone de relieve otra cualidad de Luisa de Marillac: su fidelidad en callar lo que sabía de los defectos de las Hermanas, ya por parte de ellas mismas, ya de otro modo. No descubría esos defectos sin gran necesidad; lo mismo con sus cartas: cuando tenía que responderlas por mano distinta de la suya, no daba a conocer el motivo que tenía para hacer una advertencia, a no ser que se tratara de cosa conocida». La discreción es indispensable para crear un clima de confianza y poder llevar a cabo una verdadera educación.

Saber valorar Lo que no dice Maturina Guérin en su relación, pero que destaca en las cartas de Luisa de Marillac, es su costumbre de poner de relieve alguna de las cualidades de la Hermana a la que acaba de dirigir una advertencia. Si Bárbara ha hecho una compra inconsiderada, que ha resultado demasiado cara, ha manifestado, sin embargo, con ello su amor a la Comunidad, enviando una tela muy buena para confeccionar cuellos. A las dos Hermanas de Chantilly, Luisa les hace reflexionar sobre su poca tolerancia mutua; pero antes, ha alabado la manera en que cumplen su servicio a los Pobres.

Conclusión

Luisa es muy consciente de que la formación es una tarea onerosa y exigente. Se lo repite con frecuencia a las Hermanas Sirvientes: «… querida Hermana, considérese como emulo de la casa, que ha de llevar sobre sí toda la carga. Así lo hará cuando trate usted a nuestras Hermanas con gran tolerancia y dulzura, ocultándose a usted misma las faltas que ellas puedan cometer, para ponerse en cambio ante la vista las suyas propias, advirtiéndoles caritativamente sus fallos en el momento en que pueda serles más útil, no mostrando jamás tener un afecto particular, sino tratándolas de tal suerte que todas estén persuadidas de que son amadas y toleradas por usted». (C. y E. 122).

Para ayudar a las Hermanas Sirvientes en el cumplimiento de su función de formadoras, Luisa les propone el ejemplo del Hijo de Dios. Cada mañana ha de ser una nueva puesta en marcha: «Entre de nuevo con gran humildad y desconfianza de usted misma, recordando la enseñanza que el Hijo de Dios nos ha dado al decirnos que aprendamos de El a ser mansos y humildes de corazón. Entre usted con el mismo espíritu que a El le hacía decir que no había venido al mundo para ser servido sino para servir» (C. y E. p. 122).

Luisa de Marillac sabe también que la formación es -y lo será siempre- una obra ingrata, que proporciona pocas satisfacciones. Hay que saber dar tiempo al tiempo, saber esperar con paciencia. Luisa de Marillac se lo hace observar así a la «Gran Princesa», que muestras grandes prisas por tener Hermanas que sirvan a los Pobres en sus tierras: «…hace falta mucho tiempo para preparar a las jóvenes, tanto por lo que se refiere a su formación personal, como para que aprendan lo que necesitan saber para servir a los pobres» (C. y E. p.498).

A pesar del tiempo dedicado a esta formación, no dejan de registrarse con frecuencia fracasos. En junio de 1649, Luisa de Marillac escribe al Abad de Vaux, aludiendo a la salida de una Hermana: «No crea que es poco trabajo… perder tanto tiempo y tantos años empleados en servirlas para formarlas, y que luego la flaqueza nos las lleve…» (C. y E. p.90). Algunos años después, se excusa de no poder enviar nuevas obreras al hospital del Angers: «Tenemos mucha dificultad, después de las guerras, en encontrar jóvenes que puedan servir para nuestros ministerios, y se ha dado el caso de varias que, después de haberse formado, se dejan llevar de su interés y salen de la Compañía para tener más libertad. Hace ya unos años que esto ha creado una gran necesidad…» (C. y E. p.447),

Luisa de Marillac habrá de experimentar durante largos meses un sentimiento de culpabilidad, ante la constatación de las faltas, errores, salidas, de Hermanas. Pero, más allá de sus limitaciones y a través de ellas, se esforzará por descubrir la mirada de Cristo, con toda su misericordia. Al final de su vida, en una de sus instrucciones, descubre, en cierto modo, su propio caminar: «…En todas las ocasiones penosas para los sentidos, tenemos que mirar la bondad paternal de Dios que, como buen Padre, permite nos hiera su justicia divina, unas veces para corregirnos, otras para manifestarnos su gran Amor, haciéndonos participar en el sufrimiento para aplicar­nos el mérito de los sufrimientos de su Hijo y para que por nuestra parte hagamos llegar hasta El nuestro agradecimiento» (C. y E. p.818).

• Luisa tiene asimismo la convicción de que la formación es una obra grandiosa porque hace cooperar con la acción de Dios. En Richelieu, Francisca Carcireux acompaña a algunas muchachas que se preparan a ser Hijas de la Caridad. Luisa que la ve desanimada ante las dificultades con que tropieza, le muestra la grandeza de esa acción suya, de esa «caridad… para que se formen varias jóvenes y que puedan llegar a servir a Dios y a sus pobres… Tiene usted razón, querida Hermana, en pedir a Nuestro Señor purifique todas sus intenciones y me parece que, por su parte, usted coopera en ese sentido con su divina gracia» (C. y E. p.511),

El objetivo de toda formación es proponer un camino por el que avanzar, un camino de madurez, de liberación. El desarrollo armonioso de la Fe en Dios pasa por un camino de crecimiento en humanidad. Cristo, al encarnarse, muestra al hombre cómo vivir en plenitud su humanidad y cómo llegarse al Amor del Padre. En su Fe en Jesucristo será donde la formadora encontrará el aguijón que la impulse cada día a vivir las superaciones necesarias y para orientar a las jóvenes que se le han confiado hacia Aquel que ha querido identificarse con los Pobres. Luisa de Marillac introduce el Reglamento para el oficio de la «Celadora» en estas palabras:

«La Hermana «Celadora» tendrá un cuidado especial en considerar las obligacio­nes de su cargo y. en adquirir las virtudes necesarias para ejercerlo, despojándose de sus pasiones para obrar sin interés y, si posible fuera, sin juicio propio, sino implorando con frecuencia la ayuda del Espíritu Santo, para no ver a sus Hermanas y lo que hagan más que con su luz.» (C. y E. p.744).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *