San Vicente de Paúl y los Gondi: Capítulo 06

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Régis de Chantelauze · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1882.
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Capítulo VI

Vicente de Paúl en Châtillon-lez-Dombes. – Primera fundación de una asociación de sirvientas para los pobres. – Vuelta de Vicente a la casa de los Gondi. – Misiones en sus dominios. – Vicente de Paúl capellán real de las galeras.

Al llegar a Châtillon-lez-Dombes, Vicente de Paúl encontró el presbiterio en ruinas, la iglesia casi desierta del todo y a una población que se había hecho en su mitad calvinista. Se puso al punto a la obra, restableció el servicio religioso, los catecismos, las instrucciones; predicó con tanta unción y dulzura, que condujo al rebaño a una multitud de herejes, y también de católicos que vivían en el mayor desorden. El tema más habitual de sus sermones, es la caridad. Ante todo, enseñando y practicando la caridad es como emociona y arrastra a los corazones más endurecidos. A su voz se operan numerosas conversiones, no solamente en las filas del pueblo, sino entre la nobleza de la región. Dos mujeres de calidad bastante conocida en la región por el escándalo de sus galanterías, renuncian a su vida mundana para entregarse al servicio de los pobres; un gran señor vecino, el conde de Rougemont, tan renombrado por sus duelos como por la licencia de sus costumbres, rompe su espada, transforma su castillo en hospicio, se pone a la cabeza de sus empleados para servir a los enfermos con sus propias manos, y les lega todo lo que posee. Pasa lo mismo con un joven y rico protestante, el sr Beynier, en cuya casa, a falta de presbiterio, se alojaba Vicente. Llevado por el sublime ejemplo de su huésped, que se privaba hasta de lo necesario, se reduce a sí mismo a la mendicidad, a fuerza de repartir a los miserables. Fue durante su estancia en Châtillon cuando Vicente fundó el primer establecimiento de una asociación de sirvientas de los pobres, reclutadas entre las damas más celosas y más ricas, primer modelo de las confraternidades que se extendieron pronto por toda Francia, primer concepto del admirable instituto de las Hijas de la Caridad. Él les dio reglas que mandó aprobar por la autoridad diocesana, reglas que llevan el sello de este buen sentido práctico, de este carácter de vitalidad y de duración del que van marcadas todas sus obras. Más tarde, gracias a este primer ensayo, la pequeña ciudad de Châtillon pudo resistir a dos plagas sucesivas, el hambre y la peste. Le habían sido suficientes menos de seis meses al nuevo párroco para operar todos estos cambios, para regenerar esta región, para echar las bases de una obra imperecedera que iba pronto a extenderse a todo el reino.

Durante ese tiempo, la señora de Gondi, lejos de desanimarse por las negativas de Vicente, no había cesado de suplicarle que volviera a su casa. Viendo que todas sus peticiones no eran escuchadas, intentó un último asalto, reuniendo todas sus fuerzas de que podía disponer. Obtuvo cartas del general de las galeras, de su cuñado Enrique de Gondi, obispo de París, del P. de Bérulle; ella se las dictaba a sus hijos, escribió una de su propia mano; pero en lugar de enviárselas por correo, escogió por mensajero al sr de Fresne, quien había introducido en otro tiempo a Vicente ante la reina Margarita, y a quien el propio Vicente, lleno de confianza en su saber y en su integridad había dado por secretario a los Gondi. Este hombre de espíritu, de corazón y de bien, llevó a cabo su misión con tanta delicadeza y prudencia, demostró tan bien al santo hombre todo el bien que podría hacer en la casa de los Gondi, que acabó por convencer a Vicente, y llevó de él dos cartas para el general y para su mujer. Pocos días después, el 15 de octubre, Vicente recibía del general de las galeras esta respuesta: «He recibido hace dos días la que me habéis escrito… por la que veo la resolución que habéis tomado de realizar un pequeño viaje a París a finales de noviembre, de lo que me alegro mucho, esperando veros allí por ese tiempo, y que os avendréis a mis peticiones, y a los consejos de todos vuestros buenos amigos, el bien que deseo de vos. No os diré más, pues habéis visto la carta que escribo a mi señora. Tan sólo os suplico que consideréis que me parece que Dios quiere que, por vuestro medio, el padre y los hijos sean gente de bien».

No hablaremos de la profunda tristeza de los habitantes de Châtillon cuando tuvieron que separarse de su párroco. Su desolación no fue comparable más que a la de los habitantes de Clichy. Ellos no hablaban de él «más que como de un santo».

El 23 de diciembre, día de su llegada a París, Vicente tuvo una entrevista con el sr de Bérulle, su guía espiritual, y al día siguiente, día de Navidad, entraba en la casa de Gondi, para no dejarla hasta ocho años después, una vez fundada, gracias a ella, su gran obra de las Misiones y la de las galeras. Se puede medir el gozo que tuvo al volver a verle la familia de Gondi (sobre todo la generala) con la pena que había tenido al perderlo. Esta vez, la señora de Gondi, cuya salud delicada estaba tan fuertemente sometida a las pruebas y de que existían algunos presentimientos de su fin próximo, hizo prometer solemnemente al sr Vicente no abandonarla más y asistirla él mismo en su lecho de muerte. Veremos cómo siguió fiel a esta promesa.

Varios de los historiadores de Vicente de Paúl han pretendido que, desde su regreso a casa de los Gondi, no estuvo más encargado de la educación de los hijos: pero en apoyo de esta opinión no dan ninguna prueba. La insistencia que pone el sr de Gondi en sus cartas a Vicente para que continúe este trabajo, para que de sus tres hijos haga «gentes de bien», no permite admitir que haya sido sordo a esta petición. Quizás, para tener más tiempo y libertad para dedicarse a su obra de las Misiones, se preocupó de tomar por auxiliar en su función de preceptor a algún sacerdote selecto. Pero lo que nos parece fuera de duda es que no renunció nunca a la dirección de los estudios de sus alumnos, sobre todo a la de la enseñanza de la moral cristiana, a la que la familia atribuía tanta importancia.

Pocos días después de su vuelta, es decir a principios del año de 1618, Vicente se puso a trabajar en la organización de nuevas misiones en los dominios de los Gondi, y también en otros lugares. Llevados por el calor de su celo y de sus exhortaciones, hombres de méritos, los Srs. Cocqueret, doctor del colegio de Navarre, Berger y Gontière, consejeros clérigos en el Parlamento de París, y varios otros sacerdotes eminentes, se pusieron bajo su dirección para ejercer este humilde ministerio. Vicente comenzó por Villepreux, burgo y tierra de los Gondi, a cinco leguas de París y, seguido por sus compañeros y por la generala, consiguió allí el mismo éxito que en sus precedentes misiones. Fundó la segunda asociación de caridad del reino, y le dio un reglamento semejante al de Chêtillon-lez-Dombes, reglamento que fue aprobado por Enrique de Gondi, cardenal de Retz, último obispo de París, el 23 de febrero de 1618. «A ejemplo de las santas mujeres que secundaban a los apóstoles, la sra de Gondi, esta mujer admirable, llevada por el ejemplo de su director, e inflamada de ardor por la salvación de las almas que creía le habían sido confiadas, porque habitaban sus tierras preparaba en todas partes los caminos a los nuevos sacerdotes, con sus limosnas y buenos ejemplos, y volvía a pasar por donde lo habían hecho ellos, para acabar su obra. A pesar de la debilidad de su salud y sus continuas enfermedades, iba de cabaña en cabaña, visitando a los enfermos, consolando a los afligidos, acabando los procesos, apaciguando las disensiones; instruía a los ignorantes, disponía a los pecadores a los sacramentos; en una palabra, de todos los colaboradores de Vicente, ninguno realizaba mejor el ideal del misionero1«.

La misión de Montmirail fue notable por la conversión de tres calvinistas de los alrededores. A fin de ahorrar a Vicente caminatas por el campo, la Sra. de Gondi los alojó en su castillo, les dio conferencias de dos horas al día, exponiendo con sencillez, y sin entrar en discusiones de escuela. los dogmas de la Iglesia, escuchando sus objeciones, resolviéndolas con esa claridad y precisión que era el carácter de su raro buen sentido», y al cabo de una semana, dos de entre ellos abjuraron e hicieron entre sus manos profesión de la fe católica. En cuanto al tercero, el santo hombre, a pesar de toda la ciencia y la dulzura de su argumentación, no pudo vencer su resistencia. Había no obstante in punto sobre el que el protestante no parecía haberlo hecho todo mal, haciendo de la ignorancia de los pueblos en esta época y del poco celo de ciertos sacerdotes un argumento contra la Iglesia romana. Esta objeción fue para él como un rayo de luz y le hizo comprender hasta qué punto una tal reforma en el clero, una tal enseñanza en los campos. A esta crítica sólo había que darle una respuesta «efectiva y viva», propagar la obra de las misiones, que Vicente meditaba hacía años. Redobla el celo, y al año siguiente, 1620, vuelve a Montmirail con algunos sacerdotes y algunos religiosos, dotados de un verdadero talento para la cátedra, y entre los que se puede citar al sr Féron, bachiller en teología, más tarde doctor de Sorbona, después archidiácono de Chartres, y al sr Duchesne, doctor de la misma Facultad y archidiácono de Beauvais. Vicente y sus compañeros consiguieron un éxito tal en Montmirail y en todas las parroquias vecinas, con sus instrucciones y su predicación, como con sus buenas obras que, esta vez, el testarudo calvinista acabó por rendirse y quiso abjurar entre las manos de Vicente. A partir de ese día, la misión ya estaba fundamentada en el alma del santo sacerdote». Comprendió cada vez más la necesidad de crear una compañía especialmente dedicada al servicio de los habitantes del campo.»Señores, dice a sus compañeros, qué dicha para nuestros misioneros verificar la dirección del Espíritu Santo en su Iglesia, trabajando como lo hacemos nosotros en la instrucción y santificación de los pobres2

Otro campo se abrió enseguida a su infatigable caridad. El general de las galeras tenía bajo su dependencia y bajo su jurisdicción no solamente a los forzados atados a los bancos de sus navíos, sino también a los que, bajo el golpe de una condena, esperaban en la Conserjería y en otras prisiones la hora de salida. Un hombre como Vicente no podía dejar de informarse de la suerte del estado físico y moral de estos miserables. Quiso ver con sus propios ojos, y descendió a sus calabozos. Lo que vio allí sobrepasó todo lo que sus ojos habían contemplado hasta entonces en los hospitales de más horrendo entre las miserias humanas. En estrechos calabozos, profundos, infectos, tenebrosos, vio acurrucados en el fango, roídos de miseria, cubiertos de harapos, desdichados muriéndose de hambre, extenuados, abrumados bajo el peso de las cadenas enganchadas a su cintura y a la pared, abandonados de Dios y de los hombres, sin consuelo, sin asistencia espiritual, seres huraños sin otro sentimiento en el corazón que el odio y el deseo de la venganza. Al verlos, el corazón de Vicente, lejos de saltar de horror, se abrió a una inmensa piedad, y le saltaron las lágrimas.

Al salir de la Conserjería, corre a casa del general de las galeras, le pinta en pocas palabras emocionadas y breves el espantoso estado de abandono en el que se encuentran los cuerpos y e ama de estos desdichados; le recuerda que están bajo su dependencia, que es cuestión de su caridad y deber suyo socorrerlos, y no dejarles por más tiempo sin socorro y consuelo. Al mismo tiempo le expone un plan muy práctico para poner remedio a tantos males. El sr de Gondi, compartiendo su emoción, se apresura a adoptar este proyecto. Al punto Vicente alquila una vasta mansión en el arrabal de Saint-Honoré, cerca de la iglesia de Saint-Roch, la manda arreglar a toda marcha, y hace transportar a ella a todos los forzados dispersos por las prisiones del París. Pensando primero en lo más urgente, es decir en sus ropas y subsistencia, se dirige a Enrique de Gondi, obispo de París, para conseguir los primeros recursos. El prelado no pierde tiempo en tomar bajo su protección esta obra naciente y, por un mandato con fecha del 1º de junio de 1618, manda a los párrocos y a los predicadores de la ciudad que exhorten a los fieles a favorecer con todos sus esfuerzos esta grande y santa empresa. Muy pronto visitantes en gran número, entre los cuales gente y damas de calidad, acuden a la casa de los forzados dejando abundantes limosnas3. No contento con colocar al abrigo de las primeras necesidades a sus pobres forzados, Vicente les hace frecuentes visitas, los consuela, les hace preguntas con mansedumbre, los instruye, los dispone a hacer confesiones generales, les administra los sacramentos. De vez en cuando, con el fin de estudiar mejor sus miserias, de hacerles más servicios, de darles más consuelos, llega hasta quedarse entre ellos. Olvidándose de sí mismo, de su propia conservación, se encierra con ellos, en el momento mismo en que reinan enfermedades contagiosas; se da por completo a ellos. Si se le requiere por sus ocupaciones con los Gondi o por sus misiones, hace que lo sustituyan con los forzados dos virtuosos eclesiásticos, sus dos lugartenientes, el sr Belin, capellán del castillo de los Gondi en Villepreux, y Antoine Portail, su primer discípulo, que se ha entregado a él hace varios años y permanecerá afecto a su persona hasta 1660, en que sólo la muerte del santo los podrá separar. Es fácil darse cuenta del imperio absoluto, del ascendiente supremo que alcanzó poco a poco Vicente sobre estas almas implacables. Por su paciencia, su mansedumbre, su caridad y sus exhortaciones paternales, realizó verdaderos milagros. Pronto la paciencia sustituyó al furor, la resignación a la desesperación; la oración a los juramentos; el arrepentimiento al deseo de venganza. El que los había sacado de su infierno se les presentaba ahora como un ángel de misericordia; y aquellos ojos que no habían llorado nunca regaban sus manos con sus lágrimas. Estos cambios prodigiosos realizados en tan poco tiempo por un humilde sacerdote, se convirtieron en pocas semanas en la conversación de la corte y de la ciudad.. el nombre de este domador de tigres, desconocido el día anterior, corrió de boca en boca, y comenzaron a nacer las leyendas a su paso. Manuel de Gondi, más feliz que sorprendido por estos resultados, se apresuró a hablar de ello al Luis XIII, y le hizo un tal elogio de Vicente, de su celo y capacidad que este príncipe creó para él un cargo de capellán real y general de las galeras de Francia.

Veamos en qué términos está elaborada la patente:

«Hoy dieciocho de febrero de 1619, hallándose el Rey en París, por palabras que el conde de Joigny, general de las galeras de Francia, ha presentado a Su Majestad que sería necesario para bien y alivio de los forzados, estando y que estén en dichas galeras, hacer elección de alguna persona eclesiástica de probidad y suficiencia conocida para la provisión del cargo de capellán real , con categoría y superioridad sobre todos los demás capellanes de dichas galeras, La dicha Majestad, teniendo compasión de los dichos forzados, y deseando que obtengan provecho espiritual de sus penas corporales, ha otorgado y hecho don de dicho cargo de capellán real al sr Vicente de Paúl, sacerdote, bachiller en teología, sobre el testimonio que el dicho señor conde de Joigny de sus buenas costumbres, piedad e integridad de vida, para ostentar y ejercer dicho cargo con el precio de seiscientas libras por año, y con los mismos honores y derechos de los que gozan otros oficiales de la marina del Levante; siendo el deseo de Su Majestad que el dicho de Paúl, en la dicha calidad de capellán real tenga en adelante consideración y superioridad sobre los demás capellanes de dichas galeras y que en esta calidad sea alojado y empleado a cargo de sus galeras, en virtud del presente breve que ella ha querido firmar de su mano y contrafirmar por mí, consejero en su consejo de Estado y secretario de sus encomiendas. Firmado: LUIS, y más abajo: Philippeaux. » El 12 de febrero siguiente. El capellán en jefe prestaba juramento, en esta calidad, ante el Sr. conde de Joigny, lugarteniente general por Su Majestad e los mares del Levante».

  1. El sr abate Maynard, t. L, p. 152-153.
  2. Saint Vincent de Paul, etc., por el sr abate Maynard, t.l, p. 187.
  3. Una estampa de la época, reproducida en el libro del sr Loth, representa esta escena.

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