Ratio Missionum

Francisco Javier Fernández ChentoDocumentos de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Congregación de la Misión · Año publicación original: 2002.
Tiempo de lectura estimado:

Roma, 1 de mayo de 2002

A todos los miembros de la Congregación de la Misión

¡Que la gracia de nuestro Señor esté siempre con vosotros!

Unos años antes de su muerte, San Vicente dijo a los que estaban reunidos en San Lázaro:

¿Estamos dispuestos a ir a Polonia, a Berbería, a las Indias a ofrendarle en sacrificio nuestras satisfacciones y nuestras vidas? Si es así, bendigamos a Dios… Démonos a Dios, señores, para ir por toda la tierra a llevar su santo Evangelio, y en cualquier sitio adonde nos lleve, mantengámonos en nuestro puesto y en nuestras obras hasta que su beneplácito nos retire. Que las dificultades no nos quebranten… No importa que muramos antes de tiempo; y si morimos con las armas en la mano, seremos más felices por ello, y la Compañía no será más pobre, porque Sanguis martyrum, semen est Christianorum (la sangre de los mártires es semilla de cristianos). Por un misionero que dé la vida por caridad, la Bondad de Dios suscitará a muchos que harán el bien que aquél haya dejado de hacer. (Abelly, Libro II, Capítulo I, 354-355)

Al introducir esta Ratio Missionum, agradezco a Dios por los innumerables misioneros a quienes Él ha formado en la Congregación. Muchos han vivido y muerto al servicio de los pobres en tierras extranjeras. Cuando visito las provincias, siempre me impresiona la fidelidad y creatividad de nuestros misioneros al predicar el evangelio «de palabra y obra».

La Asamblea General de 1998, viendo un fuerte y renovado impulso misionero en los miembros de la Congregación, pidió al Superior General que nombrase una comisión especial para escribir una Ratio Missionum. Poco después, con el consentimiento de los miembros del Consejo General, pedí a los Padres Antonius Sad Budianto (Indonesia), Dominique Iyolo Iyombe (Congo), Ángel Santamaría (Madagascar), Homero Elías (El Alto, Bolivia), Hugh O’Donnell (China) y Victor Bieler (Curia General) que fuesen sus miembros. La Comisión se reunió en tres ocasiones entre enero de 1999 y el otoño de 2000. Tras su primera reunión, consultó a todos los miembros de la Congregación de la Misión sobre el contenido de la Ratio. Antes de redactar el borrador final, consultó además a todos los Visitadores de la Congregación. También, en dos ocasiones, se reunió con el Consejo General y le pidió sus observaciones en cada una de las fases. Cuando la Comisión finalizó su trabajo y lo puso en mis manos, pedí al P. John Prager, que trabajaen Panamá, el servicio de hacer la redacción final y de unificar el estilo del documento pues sus capítulos habían sido escritos en varias lenguas. Cuando el P. Prager terminó su trabajo de redacción, revisé el documento una vez más con los miembros del Consejo General introduciendo algunos cambios finales. Luego lo aprobamos por unanimidad.

Hoy, con un profundo agradecimiento hacia todos cuantos trabajaron tan intensamente en la preparación de esta Ratio Missionum, os la presento para vuestro estudio. Animo a todos los miembros de la Congregación a leer este documento, a meditarlo y a buscar formas mediante las cuales pueda configurar la vida y el ministerio de todos nosotros. Pido también que sea especialmente estudiado en todas nuestras casas de formación. Debiera ser uno de los documentos fundamentales para quienes se están preparando a la incorporación a la Congregación de la Misión, pues responde a algunas cuestiones básicas relativas a nuestro ministerio. ¿Cómo debiera ser una misión vicenciana en el extranjero? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son los criterios para aceptar y evaluar las misiones? ¿Cómo deben prepararse los candidatos para trabajar en ellas?

Al presentar hoy esta Ratio, pido a los Visitadores que organicen encuentros de estudio o retiros en los que los cohermanos y nuestros candidatos reflexionen y asimilen los contenidos de este documento. Será útil para todos nosotros, jóvenes o mayores, empeñados directamente en las misiones extranjeras o destinados en otros ministerios.

Al comenzar a usar este documento en la Congregación, pienso en nuestros misioneros de todo el mundo. Con vosotros y por ellos, me uno a una oración que San Vicente escribió espontáneamente el 27 de septiembre de 1647, al concluir una carta a Étienne Blatiron, que fue el primero de nuestros misioneros en ir a Génova:

¡Señor, Dios mío, sé tú el vínculo de sus corazones; hazles gozar de los efectos de tantas gracias como les concedes y acrecienta el fruto de sus trabajos por la salvación de las almas; riega con tus bendiciones eternas esa fundación, como un nuevo árbol plantado por tu mano, fortifica a esos pobres misioneros en sus fatigas; en fin, Dios mío, sé tú mismo su recompensa y extiende sobre mí por sus oraciones tu inmensa misericordia! (SV III, 239 / ES III 218)

Vuestro hermano en San Vicente,

Robert P. Maloney, C.M.
Superior General

Introducción

Pidámosle a Dios que dé a la Compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él iría y como él hubiera ido si hubiera creído conveniente su sabiduría eterna marchar a predicar la conversión a las naciones pobres (SV XI, 291/ ES XI, 190)

Seguir a Cristo, Evangelizador de los Pobres (C 1), es la fuerza motriz de nuestra vocación misionera vicenciana. Sus encuentros con los más abandonados en lugares como Folleville y Châtillon cambiaron en San Vicente su manera de entender los evangelios y lo condujeron a una relación cada vez más íntima con Cristo, el Misionero del Padre. Con la ayuda de figuras como Pedro de Bérulle, Francisco de Sales y Andrés Duval, Vicente llegó a discernir gradualmente a dónde el Espíritu lo estaba llevando en la vida y, poco a poco, descubrió que su vocación era la de participar en la misión de Jesús de evangelizar y servir a los pobres.

Los primeros miembros de la Congregación compartieron la visión del evangelio de Vicente. Inspirados por su ejemplo y sintiendo cuán profundamente su carisma resonaba en sus propias vidas, se reunieron alrededor de nuestro fundador para vivir la vocación de seguir a Cristo como evangelizadores de los pobres. Vicente les decía: En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Señor Jesucristo que, al parecer, cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres (SV XI,108 / ES XI, 33).

Mientras que el carisma fundamental de la Congregación de la Misión estuvo claro desde los primeros días de la fundación, las estructuras y ministerios que nacieron de la inspiración original de Vicente se fueron desarrollando lentamente. Los acontecimientos, las necesidades urgentes y las apremiantes peticiones fueron un reto constante para los primeros misioneros para ensanchar su manera de entender cómo vivir su vocación. El primer grupo de misioneros expresó el carisma mediante la predicación de misiones populares en el campo. A los pocos años asumieron el trabajo de la formación del clero. Progresivamente los misioneros traspasaron las fronteras de Francia para ayudar a las Iglesias locales de Italia, Irlanda, Escocia y de Polonia, así como a pequeños grupos de cristianos esclavos del Norte de África. En 1648 Vicente, reconociendo que las misiones ad gentes1 eran otra manera, muy importante, de realizar nuestra vocación misionera, envió a Madagascar el primero de los seis grupos que allí fueron.

Vicente reflexionaba con frecuencia sobre esta evolución en sus conferencias y cartas donde podemos descubrir un creciente aprecio del lugar de las misiones extranjeras en la vida de la Compañía. ¡Qué feliz es la condición de un misionero que no tiene más límites en sus misiones que el mundo habitable. ¿Por qué restringirnos entonces a un punto y ponernos límites dentro de una parroquia, si es nuestra toda la circunferencia del círculo?2 En otra ocasión indica: ¿Qué quiere decir misionero? Quiere decir enviado. Sí, hermanos míos, misionero quiere decir enviado de Dios; a vosotros es a quienes ha dicho el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación» (SV XII, 27 / ES XI, 342). A un grupo de misioneros, al ser enviados a Madagascar, les dice:

Puesto que, según las reglas de nuestro instituto, estamos obligados a atender con esmero a la salvación de las almas en cualquier sitio adonde Dios nos llame, sobre todo en los lugares donde hay mayor necesidad y faltan otros operarios evangélicos, y sabiendo que en las Indias, especialmente en la isla de Madagascar…hay una gran penuria de operarios y es muy abundante la mies…, os destinamos y os enviamos por las presentes a dicha isla y a las demás partes de las India para que, según las funciones de nuestro instituto, os dediquéis a la salvación de las almas con todas vuestras fuerzas, ayudados por la gracia de Dios (SV XIII, 314 / ES X, 379).

En un momento de entusiasmo, Vicente expresa a Carlos Nacquart su profunda estima por las misiones extranjeras: No hay ninguna cosa que yo desee tanto en la tierra como ir a servirle de compañero, si fuera posible, en lugar del padre Gondrée (SV III, 285 / ES III, 260). Hacia el final de su vida, en diciembre de 1658, hizo una apasionada llamada a mantener los ministerios que habían ido surgiendo en la Congregación, especialmente las misiones extranjeras. Las defendió indicando que respondían a nuestra fundamental llamada a evangelizar a los pobres. Puso en guardia contra los que buscarían recortar o abandonar la misiones difíciles a causa de su distancia, de la falta de personal, o de la pérdida del espíritu misionero. Serán gentes comodonas, personas que no viven más que en un pequeño circulo, que limitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí (SV XII, 92 / ES XI, 397).

Durante siglos la Congregación ha tratado de ser fiel al legado que San Vicente nos dejó respecto a las misiones extranjeras. Respondiendo a peticiones de las Iglesias locales y de la Congregación para la Propagación de la Fe grupos de misioneros fueron partiendo para Asia, Oceanía, África y las Américas. Inspirados por el carisma vicenciano, famosos misioneros, como los santos Justino De Jacobis, Juan Gabriel Perboyre y Francisco Regis Clet, y otros muchos, menos conocidos, entregaron sus vidas a la predicación del Evangelio en medio de nuevas culturas. El mismo carisma misionero vicenciano sigue vivo en los miembros de la Congregación de la Misión al inicio del siglo XXI. A la luz de los muchos cambios que se han dado en la Iglesia y en el mundo en los últimos años, esta Ratio Missionum intenta ofrecer directrices para los que trabajan en nuestras misiones extranjeras.

Capitulo I: La situación presente: un mundo nuevo y diverso

Un mundo nuevo está naciendo. Todavía tiene que tomar una forma definitiva mientras lucha por surgir de los restos de una época anterior. Como toda sociedad humana, este mundo nuevo tiene elementos positivos y negativos, valores y contravalores. Es en este medio en el que los misioneros de hoy están llamados a evangelizar. He aquí algunos aspectos de este emergente futuro:

1 La realidad de la pobreza y la aspiración por la justicia

Una nueva situación económica se está desarrollando debido a los avances técnicos, a las rápidas comunicaciones, a los nuevos medios de producción, a los acuerdos comerciales y a otros factores. La globalización de la economía afecta a todas las franjas de la sociedad y seguirá afectándolas en un previsible futuro. Estos cambios han creado riquezas sin precedentes para algunos pocos países y para pequeños grupos en muchas naciones.

Esta nueva situación económica no se ha traducido en positivas ganancias para amplios sectores del mundo. Economías nacionales se han visto paralizadas por deudas impagables. Países enteros se han quedado atrás en la frenética carrera hacia la globalización debido a su carencia de materias primas o de apetecibles productos agrícolas o manufacturados requeridos por lo mercados internacionales. En la práctica, la así llamada economía del libre mercado está dominada por la naciones ricas, que controlan el acceso al mercado, el capital y la tecnología necesarios para participar en ella.

Dos tercios del mundo vive todavía en pobreza. Veintiocho mil personas mueren cada día de hambre, por no mencionar los millones que permanentemente están subalimentados. Porcentajes increíbles de población en algunos países están enfermos de SIDA, malaria y otras enfermedades mortales. La mayor parte del mundo no tiene todavía acceso a una adecuada atención sanitaria, a la educación y al agua potable o sus posibilidades de hacer frente a estas y otras necesidades humanas básicas están por debajo del nivel mínimo requerido. Detrás de esta descripción, necesariamente muy general, hay individuos y familias concretas que sufren.

Hay señales de esperanza en medio de este cuadro más bien sombrío. Existe una creciente conciencia, al menos en teoría, del valor de la persona humana. La promoción del respeto al valor de cada persona ha sido una de las luchas importantes de nuestro tiempo. En casi todos los países, se han formado grupos para promover y defender los derechos humanos, las libertades civiles y la participación política. Personas concretas, pequeños grupos y pueblos enteros se esfuerzan en crear estructuras económicas y políticas justas, que permitan el desarrollo de la persona humana. Todas estas son señales de un mundo nuevo que lucha por despuntar.

2 Reafirmación de la diversidad cultural

La antropología y la sociología han señalado la importancia de la cultura en la vida de los individuos y de las comunidades. La cultura proporciona el contexto dentro del que los seres humanos entienden el mundo y con él se relacionan. Es un sistema de modelos de sentido heredados y de conductas que orientan a un grupo o a una sociedad. Implica símbolos, mitos, creencias y normas de conducta que, formal e informalmente, transmitidas en una sociedad. La cultura determina la manera según la cual una persona aprende, vive y actúa en relación con los otros.

Uno de los resultados positivos de la desaparición del antiguo sistema colonial es que los pueblos recientemente liberados han exigido respeto por sus culturas. Esto ha puesto en primer plano el reconocimiento de la diversidad de las culturas y el significado de tal diversidad. Sólo recientemente el derecho de un pueblo a desarrollar su propia cultura ha comenzado a incorporarse a la conciencia de la mayoría. Ello crea la posibilidad de relaciones de respeto y la sensibilidad entre pueblos de diferentes culturas.

La afirmación de la diversidad cultural no ha ido surgiendo sin dificultades y retrocesos. Las culturas se influyen mutuamente cuando las gentes de diferentes sociedades se juntan. La diversidad de significado y de intereses con frecuencia es causa de incomprensión y conflicto entre individuos y pueblos. No todos reconocen el derecho de los otros a desarrollar su propia cultura. Esto ha llevado a la marginación de unas culturas y al dominio de otras.

3 Resurgimiento religioso

En muchas partes del mundo, está a punto de nacer o ya existe una cultura post-moderna, frecuentemente como reacción a las actuales promesas de progreso, igualdad e integración incumplidas. Esta nueva cultura cuestiona los presupuestos de la sociedad contemporánea y su dependencia de lo racional. Antepone a todo lo individual. Se siente incómoda con las estructuras establecidas. Desconfía de las promesas de la autoridad, tanto civil como religiosa. Todo esto tiene a menudo como resultado el desinterés por los procesos sociales, políticos y religiosos tradicionales.

Pero, aunque la post-modernidad, el secularismo y el individualismo han tenido un impacto en la religiosidad de muchos pueblos del mundo, también es evidente que en muchos países se ha dado un despertar religioso. Las ricas liturgias de África, el acento puesto en el diálogo interreligioso y en la oración contemplativa en Asia, las Comunidades Eclesiales de Base y otros movimientos que promueven la liberación de los pobres en Latinoamérica, el nacimiento de nuevas comunidades religiosas en Europa y el siempre creciente papel de los laicos en la actividad ministerial en Norteamérica son signos evidentes de ese despertar en la Iglesia Católica. El rápido crecimiento del número de los cristianos evangélicos es un indicador de la sed de expresiones religiosas. El resurgir del Islam, la expansión del Budismo y el renovado interés por el Hinduismo son también señales de un nuevo interés religioso. Frecuentemente, el renacer religioso ha adoptado la forma de fundamentalismo, lo que, sin embargo, indica también una úsqueda de significado y un deseo de una más profunda unión con lo Divino.

Este resurgir religioso ha afectado profundamente a los misioneros. En algunas ocasiones ha provocado tensiones y divisiones, aunque también ha sido una oportunidad para la reflexión y el crecimiento. Ha hecho posible una más profunda reflexión sobre los valores existentes en otras religiones y ha puesto de relieve la creciente necesidad del diálogo interreligioso. Ha hecho que surjan interrogantes sobre la naturaleza de la evangelización y sobre el papel de los misioneros.

4 Diferentes realidades regionales

4.1 El hemisferio sur (África y Latinoamérica)

Los países del hemisferio sur en África y Latinoamérica comparten algunas características y han sido frecuentemente clasificados como pertenecientes al Tercer Mundo. Ambos continentes tienen pasados coloniales bien conocidos. Ambos tienen la experiencia de la pobreza en amplios sectores de su población debido a factores sociales, económicos y políticos que son a menudo el resultado de estructuras injustas. En ambos continentes ha habido con frecuencia gobiernos inestables y corruptos.

Latinoamérica es un continente cuya cultura ha recibido fuertemente la influencia de la Iglesia Católica, aunque en décadas recientes los cristianos evangélicos han hecho sentir su presencia significativamente. La Iglesia Católica ha hecho, no sin conflictos, notables esfuerzos para abordar las diferencias entre los ricos y los pobres. Ha tratado de articular y concretar la opción fundamental de la Iglesia en favor de los pobres.

En África, la Iglesia es vibrante y fuerte, pero al mismo tiempo siente el reto de las sectas fundamentalistas y del crecimiento del Islam. En algunos países, grandes porciones de la población pertenecen a las religiones tradicionales. Los violentos conflictos internos y regionales, la expansión del SIDA y de la malaria y los tremendos niveles de pobreza siguen afligiendo al continente.

4. 2 Asia y Oceanía

A Asia, en ocasiones, se la agrupa con los países del Sur porque algunas de sus naciones tienen las mismas dificultades económicas y políticas que África y Latinoamérica. Sin embargo, en muchos aspectos, la situación de Asia y Oceanía es singular. Las grandes religiones antiguas de Asia dominan el horizonte social y cultural. Los católicos forman una pequeña minoría, excepto en unos pocos lugares como las Filipinas, el Líbano, Kerala, Timor y los Tamiles. Al ser una minoría en un mundo de varias culturas y religiones y de múltiples pobrezas, la Iglesia tiene el reto de promover la dignidad de la persona humana como fundamento del bienestar común de los pueblos. La Iglesia en Asia está empeñada en la construcción de una comunidad humana integradora, que incluya a las personas de todas las religiones, grupos étnicos y niveles socio-económicos distintos. En algunos lugares, como Vietnam y China, existe una Iglesia viva, pese a las restricciones en su libertad.

4.3 El hemisferio norte (Europa y Norteamérica)

Los países del Atlántico-Norte, con frecuencia llamados Primer Mundo, dominan la economía mundial con su riqueza, adelantos técnicos y recursos militares. A pesar de la creciente prosperidad, la brecha entre ricos y pobres en estos países sigue creciendo. Mientras la libertad y la dignidad humana son altamente apreciadas, el individualismo, la despersonalización, el consumismo y la secularización también están presentes.

Europa es una vasta región que se extiende desde el Atlántico hasta los Urales. Además de los países altamente desarrollados del Oeste, incluye también los países del antiguo bloque soviético de Europa del Este. Estas naciones sufren sus propias dificultades sociales, políticas y económicas, de una parte, heredadas de su pasada época y, de otra, nacidas de la nueva interrelación con la economía del libre mercado.

Europa, durante siglos, envió misioneros a todo el mundo. Actualmente tales misioneros son mucho menos y el continente, que por siglos fue el corazón de la cristiandad, actualmente es considerado como necesitado de una nueva evangelización.

Durante el siglo pasado, también Norteamérica envió al extranjero muchos misioneros. Pero actualmente la Iglesia de allí se halla en una diferente fase de desarrollo y, aunque la práctica religiosa todavía es fuerte, la Iglesia comienza a vivir dificultades parecidas a las de Europa.

Las Iglesias del hemisferio norte se enfrentan al reto de predicar el Evangelio en medio de la riqueza y de la influencia global. Parte de este desafío consiste en encontrar caminos para encauzar la riqueza, el poder y la tecnología al servicio de una sociedad justa.

Capitulo II: Un nuevo paradigma misionero

El Concilio Vaticano II ha influido muy profundamente en la manera de percibir la Iglesia su misión en el mundo. Los Padres del Concilio, especialmente en los documentos Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad Gentes, orientaron a la Iglesia hacia nuevos horizontes e impulsaron el desarrollo de un nuevo modelo de misión. El nuevo paradigma para la misión, que todavía está siendo perfeccionado y desarrollado, contempla a la Iglesia como una comunión de Iglesias locales en unión con Roma, cada una al servicio de las otras. El esfuerzo misionero, en esta perspectiva, resulta multidireccional. El nuevo paradigma no percibe únicamente a las Iglesias establecidas enviando personal a las así llamadas Iglesias jóvenes, sino que prevé múltiples contextos para la evangelización. Según tal modelo, la evangelización empieza cuando un misionero o misionera deja su propia cultura y cruza una frontera humana (geográfica o social) para anunciar el Evangelio en una nueva cultura. El misionero no sólo proclama el misterio de Crist sino que es evangelizado a su vez al acompañar a otros en el proceso de descubrir el Espíritu del Señor actuante ya en una Iglesia local y en una cultura.

Entre los elementos presentes en el nuevo paradigma misionero, podemos destacar cuatro:

1 La Evangelización

La Evangelii Nuntiandi (EN 27) describe el contenido de la evangelización de la siguiente manera: «La evangelización debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios… una salvación, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad». La Redemptoris Missio (RM 11) añade: «Sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndolos a los admirables horizontes de la filiación divina». El mismo documento, centrándose en la actividad misionera de la Iglesia, afirma (RM 44): «El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión… Todas las formas de la actividad misionera están orientadas hacia esta proclamación que revela e introduce al misterio escondido en los siglos y revelado en Cristo (cf. Ef 3, 3-9; Co 1, 25-29), el cual es el centro de la misión y de la vida de la Iglesia, como base de toda evangelización».

Jesús anunció la venida del reino de Dios. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19). La Buena Nueva que él predicó era la presencia de este Reino en su persona y en su ministerio, que tocaba a la persona humana en todas sus dimensiones de manera que pudiéramos llegar a ser una nueva creación. Pablo VI escribió en la Evangelii Nuntiandi (EN 9): Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno. Este Reino, el reino de Dios en nuestras vidas, transforma el mundo mediante la verdad, la libertad, la justicia y el perdón, y apunta a un futuro no cumplido todavía.

La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús, continúa su misión evangelizadora. La Iglesia no coincide exactamente con el reino, pero no puede ser separada de él. La Iglesia está …al servicio del Reino (RM 20). Proclama la Buena Nueva del Reino de palabra y de obra, tal como lo hizo Jesús. El fin de su proclamación es que las gentes encuentren a Cristo. A través de este encuentro ellas llegan a la plenitud de vida.

La proclamación del Reino implica la comunicación. La Buena Nueva puede comunicarse de muy diferentes modos, como Pablo VI hizo notar en la Evangelii Nuntiandi. Un medio frecuente es la comunicación verbal: la predicación, la catequesis, las obras de educación, el diálogo sobre las Escrituras, la reflexión teológica. Los medios modernos de comunicación ofrecen una variedad de instrumentos: radio, televisión, internet, libros, periódicos, revistas.

Pero la proclamación también se realiza de forma no verbal. Los sacramentos y sacramentales juegan en ello un papel esencial. Las artes (pintura, escultura, música, danza, cine, teatro y arquitectura) son otras maneras de comunicar el mensaje de Jesús.

El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías (RM 42). La evangelización, un proceso que empieza con la proclamación, inicia un camino de vida en el cual son practicados los valores del Evangelio. El mensaje predicado se convierte en un mensaje vivido, en un camino de vida que da testimonio de la Buena Nueva. Las maneras en las que el Evangelio puede traducirse en acción cristiana son ilimitadas. Las obras de caridad, la lucha por la justicia, la promoción de los derechos humanos, la construcción de la comunidad y los proyectos para el desarrollo humano son sólo algunas de estas posibilidades.

En orden a llevar a cabo la misión evangelizadora de la Iglesia la Redemptoris Missio contempla tres situaciones. La primera es la de las misiones ad gentes. Estrictamente hablando, las misiones ad gentes son aquellas en las que se predica el Evangelio a los que nunca lo han oído. Se la llama, a veces, primera evangelización. La segunda situación es la evangelización de regiones donde la comunidad cristiana ya está establecida, pero necesita ser fortalecida. La tercera es la situación de los pueblos de larga tradición cristiana, en los que, sin embargo, muchos nunca se han confrontado seriamente con la Buena Nueva. En este tercer contexto, Juan Pablo II habla de la necesidad de una nueva evangelización: nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión. La Redemptoris Missio, a la vez que describe estas tres diferentes situaciones, hace notar que, en la práctica, con frecuencia es difícil mantener claramente tales distinciones.

2 La inculturación

La sensibilidad respecto a las culturas y a la inculturación del Evangelio es una importante prioridad para la Iglesia. Pablo VI afirma en la Evangelii Nuntiandi (EN 20): La ruptura entre el Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. La cultura es el contexto a través del cual la gente comprende al mundo. Implica un entero espectro de ideas, creencias, símbolos y valores compartidos por un pueblo. Todo lo que se aprende, incluido el mensaje del Evangelio, se ve afectado por la cultura. Los pueblos no pueden ser verdaderamente evangelizados si no se les ofrece el anuncio dentro del contexto de su cultura.

El mundo moderno se ha hecho más consciente de la diversidad cultural. Las culturas no son algo estático, ni entidades aisladas. Cambian y se desarrollan. Todas las culturas tienen valores y contravalores. Las culturas entran constantemente en contacto mutuo. Estos contactos pueden ser mutuamente enriquecedores, pero también pueden generar confrontaciones.

La realidad del pluralismo cultural ha influido en el nuevo paradigma misionero. El Concilio Vaticano II afirmó que:

La Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente. Fiel a su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y a las diferentes culturas (Gaudium et Spes, 58).

La dificultad para los misioneros es que, aunque el Evangelio no se identifica con cultura particular alguna, siempre es comunicado a través de la cultura. La evangelización misionera, por tanto, implica siempre el encuentro de culturas. En ocasiones ha habido misioneros que han confundido la Buena Nueva de Jesús con la manera con la que su cultura había plasmado el mensaje de Jesús e imponían su cultura al mismo tiempo que el Evangelio.

El actual paradigma misionero pone de relieve la importancia de comunicar el Evangelio en las categorías de la cultura local. Pablo VI lo indica así:

Lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et Spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios (EN 20).

De esta manera, el Evangelio impregna la cultura y se encarna en ella, creando un dinamismo que capacita a la Palabra de Dios para transformar la cultura promoviendo los valores ya presentes en ella y, a la vez, cuestionando cuanto no es de Dios dentro de esa cultura y lo que viola los derechos de la persona humana.

Para anunciar el Evangelio de Jesucristo, el misionero cruza no sólo fronteras geográficas sino también culturales. La inculturación del Evangelio no consiste meramente en la traducción de proposiciones teológicas a una lengua diferente, como si la Buena Nueva fuera un conjunto de ideas que aprender. Consiste en comunicar el mensaje del Reino de palabra y de obra de manera tal que las gentes puedan encontrarse con la persona de Cristo y hacerse sus discípulos.

Los misioneros, al mismo tiempo que permanecen fieles al mensaje del Evangelio, deben tratar de descubrir en la cultura local las semillas del Verbo. La inculturación es un proceso largo y difícil. Exige estudio y reflexión. Requiere diálogo, respeto y humildad. Implica una conciencia lúcida de los valores de la propia cultura, de sus significados y prejuicios así como el conocimiento del contexto local. El encuentro de culturas, que acompaña siempre a la evangelización, puede ser mutuamente enriquecedor, pero sólo lo será si se da un diálogo de culturas en una atmósfera de respeto, apertura y sensibilidad.

3 Una Iglesia plural en su vivencia

Una lógica consecuencia de inculturar el Evangelio es el reconocimiento de que hay muchas maneras de vivir la fe en Jesús. La Evangelii Nuntiandi nos lo indica:

La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares, constituidas de tal o cual porción de la humanidad concreta, que hablan tal lengua, son tributarias de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de un substrato humano determinado. La apertura a las riquezas de la Iglesia particular responde a una sensibilidad especial del hombre contemporáneo (EN 62).

La alternativa, es decir, un enfoque centrado en la cultura occidental o en cualquiera otra cultura, haría a la larga imposible la misión evangelizadora de la Iglesia universal.

El nuevo paradigma misionero hace recaer mucha de la responsabilidad de la evangelización sobre las Iglesias locales. La iniciativa y la creatividad en la búsqueda de caminos para inculturar el Evangelio y la práctica de la fe deben surgir, en gran parte, de las comunidades locales cristianas. El paradigma contempla una comunión de Iglesias locales que se ayudan mutuamente, en plan de igualdad, compartiendo preocupaciones y respondiendo a las necesidades unas de otras. El flujo de misioneros, consiguientemente, no debe ser sólo del norte al sur, sino multidireccional.

La Iglesia, plural en su vivencia, vive en comunión universal mediante su fe en la persona de Jesús, mediante los lazos de la caridad que unen a sus miembros mediante una estructura eclesial unificadora, el colegio de los obispos que, en unión con Pedro, continúa el ministerio de Jesús de enseñar, gobernar y santificar. La Iglesia Católica es a la vez una y universal. Es un signo de unidad en la diversidad. Pablo VI lo indicó en la Evangelii Nuntiandi:

Guardémonos bien de concebir la iglesia universal como la suma o, si se puede decir, la federación más o menos anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión, la que echando raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones diversas (EN 62).

El papel del colegio de los obispos, en unión con el obispo de Roma, es promover la unidad de la Iglesia, pero una unidad en la diversidad. La concreción de cómo esta diversidad toma forma en la liturgia, las leyes y las prácticas requiere mucho diálogo entre las Iglesias locales y la Santa Sede. Se trata de un reto perenne para la Iglesia Católica en cuanto Iglesia misionera.

4 El respeto por las otras religiones y el ecumenismo

En cada país, la Iglesia Católica se encuentra con gentes que son miembros de comuniones eclesiales o religiones diferentes. El diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (RM 55). Pues la Iglesia misma está llamada a una conversión continua, acoge el diálogo con los hombres y mujeres de otras confesiones. El diálogo no nace de una táctica o de un interés propio (RM 56). Es una consecuencia del respeto de la Iglesia por la libertad humana. El compartir con personas de otras confesiones puede ser mutuamente enriquecedor. Puede aportar a las dos partes nuevas percepciones sobre la acción de Dios en el mundo y generar una nueva sensibilidad respecto a diferentes experiencias de la vida.

Este mutuo enriquecimiento se hace realidad a través del respeto, la comprensión y la búsqueda común de la verdad. Los misioneros deben ser conscientes de que la verdad también reside fuera de los confines de la Iglesia Católica. Las otras religiones con raíces más profundas en el país tienen con frecuencia una mejor percepción de la cultura local que la que nosotros tenemos. De la sabiduría de las otras religiones podemos aprender muchas cosas, que nos servirán para reforzar nuestra propia fe y hacernos conscientes de la presencia de Dios de formas que nunca habíamos pensado anteriormente.

El diálogo interreligioso no implica abandonar la misión de evangelizar de la Iglesia. La propia identidad es una parte esencial de todo diálogo sincero. Al tiempo que el Santo Padre invita al diálogo, advierte también contra el peligro de relativizar a Cristo y su mensaje. Los cristianos no pueden hablar de la acción de Dios en la historia y en el mundo sin referirse a Cristo. El diálogo descubrirá ámbitos de acuerdo y mutuo interés. Revelará también puntos de divergencia y desacuerdo.

En el diálogo, los misioneros han de recordar siempre que la Iglesia propone, no impone nada (RM 39). La fidelidad a Cristo y al Evangelio no implica intransigencia hacia otras confesiones. Por el contrario, el testimonio cristiano implica amor, respeto y libertad.

Capítulo III: Nuestra respuesta actual como hijos de San Vicente

1 Misiones ya establecidas por las Provincias en colaboración con la Iglesia local

El nuevo contexto de evangelización y el nuevo paradigma misionero anteriormente descritos requieren una renovada respuesta de nuestra parte como miembros de la Congregación de la Misión.

A lo largo de nuestra historia, muchas provincias de la Congregación han respondido a la llamada de la Iglesia a enviar misioneros a regiones donde el Evangelio no había sido aún predicado. Junto con miembros de otras congregaciones misioneras, nuestros cohermanos han colaborado en el establecimiento de la Iglesia local en muchas partes del mundo. Algunas provincias tienen una larga historia de ayuda a Iglesias locales ya constituidas enviándoles misioneros y asistencia material.

Aun cuando en casi todas las partes del mundo actualmente existen Iglesias locales, muchas tienen todavía necesidades perentorias de personal, de ayuda económica y de asistencia profesional. Es continuo el diálogo entre las provincias que patrocinan misiones y las Iglesias locales sobre sus necesidades y nuestra capacidad de responder a ellas.

Los Superiores Generales han pedido con frecuencia a nuestras provincias y a los cohermanos que respondiesen a las llamadas misioneras, lo que muchísimos han hecho con generosidad.

2 Nuevas misiones internacionales

Con el fin de responder a las peticiones de varias jerarquías locales, en estos últimos años el Superior General ha establecido equipos misioneros internacionales en Albania, Ruanda, Burundi, Ucrania, Rusia, Bolivia, las Islas Salomón y Tanzania. También se han enviado misioneros voluntarios a las provincias misioneras ya establecidas en China, Mozambique y Cuba. Dado que en nuestra situación actual las provincias por sí solas no podían responder a estas peticiones, el establecimiento de equipos misioneros internacionales ha resultado providencial. No solamente han ayudado a las Iglesias locales, sino que también han sido una fuente de bendiciones para la misma Congregación. Las nuevas misiones internacionales nos han hecho sentir de una manera nueva y más profunda que pertenecemos a una comunidad mundial. En muchas provincias las misiones internacionales han despertado un nuevo interés por las misiones extranjeras. Los miembros de los equipos internacionales han dado un testimonio elocuente de la universalidd de la Iglesia y de la posibilidad de construir una comunidad fraterna que supera las fronteras culturales.

Algunos miembros de los equipos misioneros internacionales se han convertido en miembros de pleno derecho de provincias ya constituidas. Algunos pertenecen a equipos que dependen directamente de la Curia General o de alguna provincia en particular. Las misiones de Ucrania, Rusia y Bielorrusia se han convertido en una viceprovincia. La misión de Albania es actualmente responsabilidad de la Provincia de Nápoles, ayudada por las otras de Italia. La Provincia de India-Sur se ha hecho cargo de la misión de Tanzania. El objetivo es que las misiones internacionales, una vez establecidas sólidamente, pasen a formar parte de una provincia particular. Esto, sin embargo, no elimina la necesidad de estructuras internacionales que saquen provecho de la nueva energía provocada por las nuevas misiones internacionales.

3 La organización de nuestras misiones

Para que nuestras misiones funcionen eficientemente se requiere una sólida organización. Esto exige un trabajo duro y la formulación de criterios apropiados. Estos criterios son ciertamente necesarios para las nuevas misiones, pero también pueden servir de ayuda para las misiones más antiguas, ya establecidas:

3.1 Criterios para aceptar y evaluar una misión

Las Iglesias locales tienen múltiples y variadas necesidades. Como miembros de la Congregación de la Misión tratamos de responder a esas necesidades desde la fidelidad al carisma vicenciano de evangelizar a los pobres. Este criterio es el principal para aceptar o rehusar la misiones que los obispos puedan ofrecernos. El artículo 12 de nuestras Constituciones indica muy claramente otros criterios que hay que tener en cuenta:

preferencia clara por el apostolado entre los pobres,

atención a las realidades de la sociedad actual,

participación en la condición de los pobres,v

erdadero sentido comunitario en nuestras obras apostólicas,

disponibilidad para ir a cualquier parte en el mundo,

búsqueda continua de la conversión.

A la hora de aceptar una misión, es indispensable el diálogo con el ordinario del lugar, pues él es el responsable de esa Iglesia particular. Desde el principio se habrá de hacer y firmar un contrato. El contrato deberá explicitar lo más concreta y explícitamente posible las expectativas, derechos y responsabilidades de todas las partes. Esto ayudará a evitar malentendidos y asimismo proporcionará claras directrices para la vida y el apostolado en la misión.

3.2 El carácter de una misión vicenciana

Al mismo tiempo que nos ofrecen claros criterios generales de lo que debe ser una misión vicenciana, nuestras Constituciones dejan amplio espacio a la creatividad respecto al desarrollo concreto en nuestras misiones de los ministerios en el servicio de los pobres. Una típica misión vicenciana se ha de caracterizar por

La evangelización de «palabra y de obra» (SV XII, 87-88 / ES XI, 393):

  • de palabra: mediante la catequesis, la predicación, la enseñanza, la formación de Comunidades Cristianas de Base, la organización de Misiones Populares;
  • de obra: ofreciendo programas de promoción humana, estando con los pobres en su lucha por los derechos humanos, organizando proyectos para combatir el hambre, formando a los jóvenes en habilidades humanas básicas, estableciendo servicios de atención sanitaria, iniciando programas para la promoción de la dignidad de la mujer y el cuidado de los niños.

La formación:

Puesto que el fin de la Congregación de la Misión se realiza no sólo evangelizando a los pobres, sino también ayudando a los sacerdotes y a los laicos en su formación a fin de que ellos mismos puedan evangelizar a los pobres, nuestras misiones deberán centrarse de manera especial en la formación de líderes para la Iglesia local: clero, hermanas, hombres y mujeres laicos.

Nuestros misioneros han de implicar a los mismos fieles en el ministerio de la palabra y de las obras, de modo que puedan convertirse en agentes activos de su propia promoción humana y cristiana.

3.3 Los candidatos para las misiones

3.3.1 La selección

Hay provincias que tienen sus propias misiones y pueden invitar a cohermanos de otras a colaborar en ellas, siguiendo el proceso descrito en las Constituciones y Estatutos. El Superior General tiene asimismo el derecho y la responsabilidad de invitar y enviar, en diálogo con los visitadores, cohermanos a las misiones internacionales (cf. Estatuto 3, aprobado por la XXXVIII Asamblea General de 1992).3

Los candidatos a las misiones deben tener unas cuantas cualidades humanas, cristianas y vicencianas: madurez psicológica y madurez para las relaciones, buena salud física, flexibilidad y capacidad para respetar otras culturas. La facilidad para las lenguas es también un requisito importante. Un espíritu de sacrificio, servicio, humildad y sencillez es también necesario, junto con un sentido de comunidad y de identificación con la Iglesia.

3.3.2 La preparación e incorporación a la misión

La inmersión en una nueva cultura es difícil. Los cohermanos enviados a las misiones necesitan una adecuada preparación. Además de la formación teológica y vicenciana básicas, su preparación debe incluir estudios de antropología y sociología. La comprensión de la inculturación en general y el estudio de la cultura y de la lengua de la misión son imprescindibles.

Aun al misionero mejor preparado el paso a una nueva cultura le resulta una empresa difícil. Los nuevos misioneros necesitan ser acompañados. Deberá establecerse, por lo tanto, un programa de acompañamiento o período de aprendizaje para ayudarles en su entrada en la misión. Los misioneros ya experimentados debieran dedicar tiempo a escuchar los miedos, dificultades, dudas y otros sentimientos que inevitablemente surgen en un nuevo misionero a su entrada en una cultura extranjera. La dirección espiritual es un recurso muy válido, aunque, frecuentemente por desgracia, no aprovechado.

Después de un conveniente período de aprendizaje, durante el cual se han de intensificar la práctica de la lengua y el conocimiento inicial de la cultura, el nuevo misionero asumirá su nuevo puesto de trabajo. El diálogo con el nuevo misionero y con los demás cohermanos ayudará al Superior de la misión a determinar el mejor destino.

Las relaciones entre el misionero, la nueva misión a la que éste es enviado, y su provincia de origen han de quedar claramente definidas en un contrato o en un convenio escrito. Este contrato debiera especificar entre otras cosas: el destino del misionero a la misión, la duración del mismo, dónde goza de voz activa y pasiva, quién corre con las responsabilidades económicas de su vida y trabajo, el seguro de salud, la seguridad social y los períodos de vacaciones.

3.4 Plan económico

Cada misión ha de disponer de los recursos económicos suficientes para mantener sus obras de evangelización y formación y para proveer al bienestar de los cohermanos. Debiera trabajar por conseguir superar la situación de dependencia económica y avanzar hacia la independencia económica. Por esta razón, es importante que cada misión encuentre caminos de desarrollo económico.

A la larga , la lucha contra la pobreza y la búsqueda de la justicia económica, en los niveles nacional e internacional, son esenciales para superar la dependencia económica de los países de misión. Mientras tanto, debemos ser creativos en el desarrollo de los medios que promuevan la relativa autonomía económica de nuestras misiones, con la perspectiva de un futuro progresivamente más estable.

A nivel local, cada misión ha de tener un presupuesto que tenga en cuenta las obras, la formación inicial y permanente, la atención a los misioneros ancianos, las necesidades de todos los cohermanos y el estilo de vida de los pobres del entorno. Es de suma importancia la trasparencia económica entre los cohermanos de la misión. Se ha de planificar la creación de fuentes para generar capital y la manera de hacer inversiones de cara al futuro. En todos estos asuntos los consejos del Ecónomo General, de los ecónomos provinciales y de expertos laicos pueden servir de gran ayuda.

Como consecuencia de la naturaleza comunitaria de nuestro voto de pobreza, que contempla la solidaridad mutua y con los pobres, a nivel de toda la Congregación, se anima y promueve más y más la colaboración financiera. Nuestras Constituciones lo indican explícitamente: Las Provincias y las Casas comparten unas con otras los bienes temporales, de manera que las que más tienen ayuden a las que padecen necesidad (C 152 § 1). Esto ya se está realizando de distintas maneras. Es de esperar que se pueda hacer aún más. Un medio es el Fondo Internacional de Misiones (International Mission Fund), que sirve para proporcionar dinero para proyectos concretos en nuestras misiones y provincias más pobres. Se anima a las Provincias con mayores recursos económicos a incluir en su presupuesto anual una partida de dinero para este fondo. Otro medio de colaboración financiera es la respuesta directa de las provincias a los proyectos y peticiones hechas por las misiones y las provincias más pobres. De este modo no sólo se promuev la solidaridad, sino que se pone de relieve la naturaleza internacional de la Congregación.

Otro medio de colaboración y promoción de la independencia económica de las misiones y de las provincias más pobres es la creación de fondos patrimoniales. Se trata de fondos creados por una o varias provincias donantes para ayudar a una provincia misionera en sus necesidades de formación, en sus obras al servicio de los pobres y en el cuidado de los cohermanos ancianos y enfermos. La provincia donante colabora con la receptora ayudándole a prepararse para asumir la responsabilidad de la administración del fondo. Después de un período de tiempo, el fondo se entrega completamente a la provincia receptora.

3.5 La Comunidad para la Misión

La vida comunitaria es un rasgo propio de la Congregación y su forma ordinaria de vivir… (C 21 § 1). Los cohermanos llamados a las misiones deben ser conscientes de que nuestro apostolado se realiza en comunidad. De hecho, nuestra comunidad es una comunidad para la misión. Una vida compartida caracterizada por el amor fraterno, la cordialidad, el respeto de las diferencias y la reconciliación crea un contexto dentro del cual la evangelización de los pobres se puede llevar a cabo más eficazmente. Nuestras obras deben, en lo posible, ser obras de la comunidad. El hacerse cargo de obras meramente personales, aislados de otros cohermanos, no entra en el espíritu de nuestra vocación.

Nuestra comunidad es no sólo una comunidad para la misión, sino que es también una comunidad de oración en la que juntos buscamos a Dios fielmente, especialmente en la celebración diaria de la Eucaristía y en la oración mental cotidiana.

Nuestras casas deben ser lugares donde el compartir la fe y el mutuo intercambio de experiencias humanas, pastorales y espirituales alimenten el crecimiento de los miembros de la comunidad. Mucho dependerá del espíritu de confianza existente entre todos los cohermanos.

Nuestras Constituciones no imponen un único tipo de estructura comunitaria. Son posibles varios estilos. En algunos lugares, todos los cohermanos de una casa viven bajo el mismo techo, están implicados en el mismo ministerio y tienen el mismo horario. En otros lugares, los cohermanos viven juntos, pero trabajan en zonas o aldeas diferentes. Y finalmente en otros, viven en distintas localidades debido a las necesidades de la misión, pero pertenecen a una misma casa canónica, esforzándose en crear comunidad mediante encuentros regulares para la oración, la reflexión pastoral en común y el recreo. Cada una de estas situaciones requiere un activo interés por el bienestar de los otros cohermanos y un esfuerzo por compartir mutuamente la vida y el apostolado. El desarrollo de un proyecto comunitario es un medio importante para impulsar los lazos comunitarios en estas diferentes situaciones.

Es importante para la comunidad tener frecuentes encuentros para la evaluación de los diversos aspectos de nuestra vida y apostolado. Estas evaluaciones no han de ser meras formalidades. Han de realizarse en un espíritu de verdad y caridad, de manera que juntos podamos valorar los puntos positivos y los negativos, las luces y las sombras de nuestra vida y apostolado en la misión. La frecuencia de estos encuentros se establece en el proyecto comunitario. En ocasiones, a nuestros encuentros podrían asistir nuestros colaboradores, especialmente los que trabajan con nosotros en nuestros ministerios pastorales.

3.6 Promoción vocacional

Si el carisma vicenciano ha de ser inculturado y la misión de la Congregación continuada, es necesario que fomentemos las vocaciones nativas. El ejemplo de un alegre servicio a los pobres en comunidad es en sí mismo atractivo para los jóvenes. Pero, además, debiéramos crear programas de promoción vocacional. Habrá que invitar a los jóvenes a nuestras casas para que experimenten nuestra vida de comunidad y oración; convendrá, además, incorporarlos a nuestros apostolados, de modo que puedan experimentar por sí mismos la alegría de servir a los pobres. Las casas y los grupos de discernimiento vocacional también pueden ser un medio eficaz para promover las vocaciones.

Por supuesto, sólo algunos jóvenes son llamados a la Congregación. El discernimiento vocacional ha de tener en cuenta también otras llamadas: los ministerios laicales, el sacerdocio diocesano, la vida religiosa. La promoción para todas estas vocaciones es un singular servicio a la Iglesia local.

4 Colaboración entre las Provincias

Las nuevas misiones internacionales así como nuestras antiguas misiones ya establecidas son ejemplos muy positivos de colaboración entre las Provincias de la Congregación. Han de fomentarse los lazos entre la misión y la provincia que la provee de personal y de otros recursos. La experiencia de los misioneros, sus éxitos y fracasos, sus avances e intuiciones han de ser compartidos con los cohermanos de sus países nativos para que la chispa de las misiones encienda el fuego en los corazones de todos. Todos los miembros de la Congregación de la Misión debieran percibir que las misiones son una manera especial de vivir nuestro carisma.

La pertenencia a la Iglesia universal y a una Congregación verdaderamente internacional exige solidaridad real entre los miembros y comunidades de la Congregación de la Misión. Una manera de manifestar esta solidaridad podría ser la reflexión común sobre los fundamentos teológicos y las perspectivas pastorales que surgen del hecho de ser una comunidad para la misión. El diálogo entre las provincias puede resultar mutuamente enriquecedor. Algunos pasos sencillos y prácticos para promover el intercambio interprovincial podrían ser: crear oportunidades para que los miembros de varias provincias se reúnan, se comuniquen mutuamente sus necesidades y preocupaciones, intercambien experiencias de su trabajo con los pobres, desarrollen planes pastorales comunes y oren juntos. Se puede también comunicar información intercambiando los boletines provinciales e introduciendo noticias en la página Web de la Familia Vicenciana (www.famvin.org).

La solidaridad debe superar el nivel de reflexión y concretarse en acciones de colaboración. El compartir los recursos humanos es un paso importante en la colaboración entre las provincias. Una visión internacional de la Congregación y un sentido de solidaridad con otras provincias allana el camino para iniciativas de intercambio de personal. Se necesitan todavía misioneros en el Hemisferio Sur y en Asia, pero misioneros de esas partes podrían también ser enviados a participar en la Nueva Evangelización del Norte.

Es indispensable la mutua ayuda económica entre las provincias es indispensable. Nuestro voto de pobreza nos llama a la solidaridad. Las Provincias debieran dar no sólo de lo que les sobra sino sentir también la punzada de dar lo que parezca muy valioso para ellas, de manera que puedan compartir el peso de la misión.

5 La colaboración con la Familia Vicenciana

La colaboración dentro de la Familia Vicenciana para el servicio de los pobres ha crecido espectacularmente en los últimos años. Cada rama de la Familia Vicenciana tiene su propia identidad y autonomía, que siempre deben ser respetadas por las demás. Pero también todos tenemos mucho en común. Nuestra mutua colaboración será mucho más eficaz cuanto mayor sea la frecuencia de nuestros contactos mutuos en los niveles local, nacional e internacional. Ello facilitará que podamos canalizar nuestras energías y recursos hacia el objetivo que todos compartimos: el servicio de los pobres.

Habrá que continuar explorando nuevos modos de incluir laicos vicencianos y jóvenes voluntarios en nuestros equipos misioneros. Los misioneros laicos, como todos los misioneros, necesitan preparación. La incorporación de misioneros laicos en nuestras misiones extranjeras requerirá ajustes y sacrificios de nuestra parte y de la suya. Pero los beneficios para los pobres, para el laicado vicenciano y para nosotros tienen mayor peso que todas las dificultades.

Capítulo IV: Formación para la Misión

1 Urgencia e importancia

La nueva situación de la misiones hoy exige que volvamos a plantearnos la formación de nuestros misioneros. La llamada para las misiones extranjeras es una vocación especial que requiere una seria preparación y una particular competencia. La buena voluntad no basta. Tampoco es suficiente haber sido ordenado sacerdote o haber hecho los votos como hermano. Nuestros Estatutos señalan la importancia de una sólida formación misionera:

Los misioneros enviados «ad gentes» se prepararán a conciencia con el conocimiento de la realidad del país donde han de trabajar, para desempeñar allí servicios determinados, de suerte que la acción pastoral que asuman responda con eficacia a las necesidades locales (E 6).

2 Formación misionera general

En algún momento del proceso de la formación inicial deberán darse cursos generales de misionología. Juan Pablo II escribe:

La enseñanza teológica no puede ni debe prescindir de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo, del estudio de las grandes religiones y de la misionología. Recomiendo que sobre todo en los seminarios y casas de formación para los religiosos y religiosas se lleven a cabo tales estudios, procurando que algunos sacerdotes, o alumnos y alumnas, se especialicen en los diversos campos de la ciencias misionológicas (RM 83 § 3).

Es especialmente importante que tales cursos se integren en la formación de los miembros de una Sociedad de Vida Apostólica que tiene tantos misioneros trabajando en las misiones ad gentes (Ratio Formationis Vincentianae para el Seminario Mayor de la C.M., 38).4

Los cursos ofrecidos durante la formación inicial deberán tratar también la inculturación y deberán reflexionar sobre las adaptaciones humanas necesarias para integrarse en otras culturas. Esto es importante no sólo para los que trabajan en las misiones ad gentes, sino también para los que trabajan entre los pobres en diversos contextos. Esos cursos deberán explorar asimismo caminos para «hacer» teología en culturas diferentes.

El conocimiento de las ciencias sociales (sociología, economía y política) nos ayudarán en nuestro acompañamiento de los pobres y también en el análisis de las causas subyacentes de la pobreza y en nuestro empeño por erradicarlas.

El estudio, sin embargo, no es la única preparación requerida. Es necesario adquirir actitudes de flexibilidad y apertura, así como un talante de movilidad que no sea sólo geográfico, sino también cultural y social. De ello hablan las Constituciones de la siguiente manera:

En la obra de la evangelización que la Congregación se propone realizar, tengamos presentes estas características: … disponibilidad para ir al mundo entero, a ejemplo de los primeros misioneros de la Congregación. (C 12 § 5).

La solidaridad con los pobres, expresada en un estilo de vida sencillo, es un elemento evangélico esencial que hay que fomentar cuanto antes. Un peligro real que amenaza a los misioneros es la posibilidad de llevar un estilo de vida alejado de la pobreza de las gentes a las que se evangeliza. Esto es un obstáculo para la inculturación y evangelización porque nos aísla de los pobres.

3 Formación misionera específica

La formación general para las misiones es importante, pero es necesario que el futuro misionero reciba un preparación específica que lo prepare para adaptarse a las realidades de la zona donde vivirá su vocación misionera. Los cohermanos que ya trabajan en la región y que tienen una experiencia de primera mano pueden ser muy útiles en la elaboración de un programa para esta formación específica.

El aprendizaje de la lengua es indispensable para comunicar el Evangelio y relacionarse en el nuevo país. Pero la lengua es sólo una parte de los medios con que las personas se comunican dentro de una cultura. Se requiere que los misioneros comprendan las costumbres, símbolos, valores y la visión del mundo de las gentes a las que sirven. Esto implica no sólo una estima del folclor y del arte del país; se trataría, más bien, de una profunda percepción de la manera cómo esas gentes expresan sus íntimas preocupaciones y aspiraciones, y de cómo estructuran su vida. Es aconsejable que los nuevos misioneros asistan a cursos de misionología en institutos de pastoral y en centros de formación cultural en los que se estudie específicamente la preparación para vivir y trabajar en una concreta región. Tales programas existen en casi todos los países, con frecuencia patrocinados por la Iglesia.

El estudio formal de la nueva cultura es una preparación necesaria, si bien no suficiente, para integrarse en dicha cultura. Puesto que los extranjeros nunca captan plenamente la esencia de una cultura, el proceso de inculturación debe ser permanente. Con frecuencia los misioneros han de evitar el juicio sobre las expresiones culturales y abordar las nuevas situaciones con humildad y apertura. Hay mucho que aprender de los nativos y ello sólo es posible si existe un espíritu de respetuoso diálogo. Los misioneros llevan consigo sus propias experiencias culturales. La cultura en que uno ha crecido marca siempre la manera de pensar y de actuar. El objetivo del misionero no está en el abandonar completamente su cultura nativa, sino más bien en el entender cómo su propia cultura marca, facilita o impide su encuentro con las gentes de una cultura diferente. Una parte muy importante del proceso de aprendizaje del misionero es comprender cómo uno reacciona en un entorno cultural nuevo.

Los misioneros intentan ser intermediarios en un proceso mediante el cual la gente pueda oír el mensaje evangélico, encontrar a Jesucristo y hacerse discípulos suyos. Esto sólo es posible cuando el Evangelio es inculturado por los que reciben el mensaje y lo asimilan en sus vidas como Buena Noticia. Es necesario que los misioneros aprendan a descubrir la presencia de las semillas del Verbo y la acción del Espíritu en la cultura local, al mismo tiempo que respetan la integridad del mensaje evangélico. En cierto sentido viven con un oído abierto a la gente y con el otro al Evangelio. Necesitan desarrollar la habilidad de acompañar a los nativos en las decisiones que estos deberán hacer sobre qué elementos de su cultura son concordes con el Evangelio y cuáles no.

4 La formación vicenciana

Los cohermanos que van a las misiones lo hacen como hijos de San Vicente. Sus vidas deben irradiar el carisma vicenciano. Una sólida formación vicenciana les ayudará a ello. Esta tarea empieza en el Seminario Interno (cf. Ratio Formationis para el Seminario Interno.5 Pero los miembros de la Congregación de la Misión necesitan estudiar y reflexionar continuamente sobre el carisma de San Vicente.

La tradición vicenciana atesora una gran riqueza de recursos para los misioneros. Ciertamente el conocimiento de la vida y espíritu del fundador es indispensable. La historia de las misiones extranjeras de la Congregación contiene elementos positivos y negativos sobre los que merece la pena que reflexionemos hoy. Hay mucho que aprender de la vida de algunos de nuestros ilustres misioneros del pasado (cf. Ratio Formationis para el Seminario Interno, III, A).6

Quizá la mayor contribución de la tradición vicenciana esté en el tema de la espiritualidad misionera. La espiritualidad vicenciana es una espiritualidad para la misión. Vicente de Paúl estaba convencido de que Cristo está presente en los pobres (SV IX, 252; X, 332 / ES IX, 240; IX, 916). Trató de preparar a sus misioneros para que descubrieran a Cristo entre los pobres y para que, en la misión, caminaran tras sus huellas. Mucha de su correspondencia y la mayor parte de sus conferencias se dirigieron a hombres y mujeres comprometidos en la vivencia de una vocación misionera o preparándose para ella. Les ofrecía un modo de vivir el Evangelio en la misión. Pertenecer a una Sociedad de Vida Apostólica como la Congregación de la Misión implica aprender a llegar a la santidad a través de relaciones de caridad y servicio.

En este mismo contexto la Instrucción sobre la Estabilidad, Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la Misión7 nos propone que consideremos los consejos evangélicos como medios de alcanzar una mayor libertad para la misión. Lo mismo puede decirse de nuestras cinco virtudes propias. San Vicente frecuentemente habló de ellas como de virtudes misioneras que nos ayudan a ser mejores evangelizadores de los pobres. Los misioneros debieran reflexionar constantemente sobre cómo el crecimiento en la sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo apostólico pueden capacitarnos para servir mejor a la misión.

La espiritualidad misionera implica dejarse evangelizar por los pobres. Llamados y enviados a compartir la vida de un pueblo distinto -sus alegrías y penas, sus angustias y sus victorias- el misionero recibe a su vez el don de esa nueva cultura. Un contexto cultural nuevo es un reto a vivir el Evangelio de modo también nuevo, mediante nuevas relaciones. El misionero es evangelizado en la medida en que responda a la llamada a la conversión que le llega de su acompañamiento a los pobres.

5 Formación permanente

La formación y el aprendizaje son tareas de toda la vida. Es especialmente importante que los cohermanos en las misiones extranjeras dediquen tiempo a la formación permanente. Personalmente y en comunidad, necesitan concretar los aspectos de la vida -personal, espiritual, pastoral y teológico- que requieren mayor estudio y reflexión. Algunas misiones y muchas provincias organizan regularmente seminarios y cursos para los cohermanos. Otras se aprovechan de cursos que se imparten en centros locales o envían a algunos cohermanos a estudiar fuera del país. Sería prudente que las misiones y provincias reservaran tiempo y dinero para la formación continua.

6 Los misioneros que regresan

Llegado el momento, muchos misioneros vuelven a sus provincias de origen (cf. Estatutos 29, 30, 32). La vuelta al país natal o a la provincia no es únicamente un hecho administrativo o jurídico. Los misioneros que han estado en el extranjero, especialmente si ha sido por muchos años, necesitan readaptarse a su cultura patria y reanudar las relaciones con los miembros de su provincia de origen. Vuelven a un mundo diferente. Se ha prestado mucha atención a preparar a los misioneros para salir de su país, pero se ha prestado menos para recibirlos cuando vuelven. Las provincias han de pensar en los modos de facilitar la transición a los misioneros que regresan. En algunos países existen programas específicos para ayudar en este cometido. Pero aún donde esos programas existan, las mismas provincias deberían buscar los caminos que ayuden a los misioneros que vuelven a conectar de nuevo con sus cohermanos y con el país nativo. El escuchar a los misioneros que regresan y dialogar con ellos sobre su experiencia al voler a su país es sin duda alguna un primer paso positivo.

  1. Estrictamente hablando, las misiones ad gentes son misiones en áreas donde el Evangelio nunca ha sido predicado. Hay, sin embargo, una tendencia a hablar de las misiones en países del extranjero como de misiones ad gentes. Este segundo significado, menos técnico, se empleará con frecuencia en este documento.
  2. Esta cita, que no se encuentra en la edición francesa de Coste de las obras de San Vicente, puede verse en la edición española (SV XI, 828-829).
  3. En Vincentiana 36 (1992) 390.
  4. En Vincentiana 32 (1988) 200.
  5. En Vincentiana 27 (1983) 263-280.
  6. Ibid. pp. 271- 272.
  7. En Vincentiana 40 (1996) 1-68.

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