5. Como amigos que se quieren bien
La timidez característica del perfil sicológico de Portail se hizo conocida de todos. Inicialmente, aunque ya estuviese al servicio de los pobres en las misiones, le costaba mucho presentarse delante de asambleas más numerosas. Mientras tanto, los desafíos de la misión lo convocarían rápidamente a vuelos más elevados. Quien se entusiasma calienta el corazón y despierta sus talentos adormecidos. Hasta los 40 años, Portail no se atrevió a subir al púlpito. Cuando, robustecido de coraje, consiguió hacerlo, estando en Croissy, recibió de su fundador un estimulante elogio: «Dios sea bendito, señor, de que haya usted subido al púlpito, y plazca a su divina bondad dar su bendición a cuanto desde allí enseñe de su parte. Ha comenzado usted tarde. Así lo hizo también San Carlos [Borromeo]. Le deseo participación en su espíritu y espero que Dios le dé alguna nueva gracia en esta ocasión. Le ruego con todo mi corazón que sea la gracia de que me habla usted al final de su carta, que es la de ser ejemplar en la Compañía, en la que nos falta la santa modestia, la mansedumbre y el respeto en nuestras conversaciones. La atención a la presencia de Dios es el medio para adquirirlas» (SV I,88). Se hizo notoria también la identificación del Padre Portail con el método empleado por San Vicente en sus conferencias y predicaciones y por él recomendado a los Misioneros y a los clérigos que pasaban por San Lázaro. Debido al dominio que tenía sobre el asunto, Portail fue incumbido de transmitir el método a los Cohermanos (cf. SV XI,275;283). Además de eso, recopilando las anotaciones hechas por los Padres que participaban de las Conferencias de los Martes, organizó un extenso texto sobre el «Pequeño Método», a ser usado en la predicación y en la catequesis. Como el texto era largo y un poco difuso, el Padre Almerás se encargó de sintetizarlo.
Mención particular merece la actuación de Portail como formador del clero. El ejemplo de las virtudes que cultivaba y la enseñanza sólida que transmitía dotaban sus prelecciones de notable profundidad y persuasión. Los Padres de las Conferencias sentían por él gran veneración y estima. Muchos lo escogían como director espiritual. Cuando sus atribuciones se lo permitían, era posible encontrarlo realizando misiones con los Padres. Todo indica que San Vicente había confiado a su incondicional compañero la traducción de un libro de meditaciones, de autoría del célebre Busée, utilizado en San Lázaro. Al trabajo de traducción, Portail habría añadido algunos esclarecedores comentarios.
Como se puede fácilmente inferir, una tierna afección, una respetuosa intimidad y una fraterna confianza unían los dos amigos (cf. SV XI,362; XII,12.45). Uno era para el otro verdadera dádiva. En una carta a Luisa de Marillac, dijo Portail: «Por haber permanecido en Roma, la santa, no todos se vuelven santos, principalmente yo, que hasta empeoré por haberme quedado tanto tiempo apartado de nuestro querido padre [Vicente de Paúl]. Mientras tanto, me consuelo con la esperanza de, en breve, tener la honra de volver a estar cerca de él y de ser recibido, caritativamente, cual otro hijo pródigo» (Doc.454). Otra prueba contundente de esta familiaridad es la carta escrita por la Duquesa d’Aiguillon, amiga y discípula de Vicente, pidiendo que el Padre Portail tomase providencias para moderar el ímpetu apostólico del santo anciano: «No puedo dejar de sorprenderme por el hecho de que el Padre Portail y los demás buenos Padres de San Lázaro permitan que el Padre Vicente vaya a trabajar al campo con el calor que hace, con los años que tiene y expuesto tanto tiempo al sol. Me parece que su vida es demasiado preciosa y demasiado útil para la Iglesia y para la Compañía para que le dejéis consumirla de este modo. Me permitirán que les suplique para que le impidan obrar así y que me perdonen si les digo que están obligados en conciencia a ir a buscarle, que se murmura mucho por cuidarlo tan poco. Se dice que no conocen ustedes el tesoro que Dios les ha dado y la pérdida que sufrirían. Me siento demasiado sirviente de ustedes y de la Compañía para dejar de darles este aviso» (SV IV,587). Portail, ciertamente, compartía de la misma preocupación con la prolongación de la vida y el bienestar de su fundador. Además, más que ningún otro, estaba convencido del valor inestimable de aquel tesoro dado a la Iglesia en la persona de Vicente de Paúl. Sabía, sin embargo, que nadie jamás conseguiría paralizar el ardor misionero de ese hombre de Dios y de los pobres, cuyo testimonio tanto lo inspiraba y fortalecía.