Pero volvamos a nuestra historia al punto en que la hemos dejado: en el mes de septiembre, san Vicente comunica al Sr. Martín que el Sr. Berthe acaba de tomar por algún tiempo la dirección del seminario interno de San Lázaro.
El 3 de noviembre, en la repetición de oración, san Vicente recomienda a los Srs. Alméras, Berthe y Portail que vigilen para que nadie termine su seminario y sus estudios sin que sepa cantar».
Mientras tanto la lucha abierta por la Fronda entre Turena y Condé no había hecho sino ir a más. Desde que Condé había dejado la corte a finales de 1650, no había retrocedido ante ninguna alianza capaz de hacerle triunfar. Sucesivamente sostenido o abandonado por los españoles, los flamencos, los alemanes y los ingleses, era el principal sostén de esta larga guerra civil que cubrió todo el norte de Francia con un manto de duelo y lo redujo a la más extrema miseria. Ya henos visto al Sr. Berthe, empleado por san Vicente en ayudar a las poblaciones de las desafortunadas provincias de la Picardía y de la Champaña. Había preparado demasiado bien sus pruebas para que en la necesidad el padre de los pobres no tuviera que recurrir a él de nuevo. A pesar de la alianza de Mazarino con Inglaterra, la campaña de 1657 fue todavía bien laboriosa. Cromwell había enviado a seis mil hombres de tropas de tierra y un nuevo tratado recientemente concluido encerraba las promesas más ventajosas. «Pero los Ingleses no eran aliados cómodos. El sueldo de 8 sueldos por día y el pan de munición a lo que no estaban acostumbrados corrían gran peligro de no satisfacer a esta nación carnicera como los llama un relato contemporáneo.
Si bien de menores proporciones (que los años precedentes) la miseria y la caridad continuaban todavía su duelo a la vez doloroso y consolador a mediados del año 1657. Y, en efecto, se sabe que hubo tal pueblo en el que no pudieron entrar sus habitantes hasta 1662, después de veinticinco años de ausencia, y en el que no reconocieron el emplazamiento de sus chabolas destruidas más que por los arbustos y los árboles seculares.
En parecidas circunstancias, si uno solo de los misioneros, cuyo número era siempre insuficiente, llegara a faltar, los otros corrían el riesgo de hallarse tan sobrecargados que la distribución de los socorros espirituales y temporales podría verse en cada momento comprometida.
Pues bien, en este año de 1657, dos cohermanos empleados en la casa de Sedan acababan de verse obligados a ausentarse. El Sr. Marc Coglée, el superior había tenido que ir a Forges a tomar las aguas, y el Sr. Michel se había ido a poner en orden algunos asuntos. Por otra parte, el rey avanzaba hacia el Luxemburgo, precedido del mariscal de la Ferté, debía pasar a Sedan, donde los cohermanos no podían por menos que recibir su visita. Y es debido a estas circunstancias por lo que san Vicente escribía la carta siguiente al Sr. Cabel, que debía reemplazar pronto al Sr. Coglée, y que ya formaba parte de su casa:
«Señor,
París, 7 de julio de 1657. Es para avisaros que el rey llega a Sedan según me han informado y os pide, como yo lo hago, que lo dispongáis todo para este fin, para que no haya nada en vuestra iglesia ni en lo que depende de nosotros que no esté en orden. El Sr. Berthe partirá el martes, Dios mediante, con el Sr. Michel y otro sacerdote, para ir en vuestro auxilio. Sin embargo, si la corte llega antes, podréis mandar a decir a la reina, por el Sr. de Saint-Jean, para excusaros por los pocos que sois, que el superior se ha visto obligado a tomar las aguas de Forges donde se encuentra ahora, y el Sr. Michel a ir a arreglar unos asuntos».
El viaje del Sr. Berthe no tuvo lugar después de todo. ¿Se le consideró inútil o se lo impidieron las circunstancias? Es algo que no podemos afirmar. De todas formas, san Vicente nombró, al menos provisionalmente, superior en Sedan, al Sr. Cabel, quien de hecho lo será hasta 1660 por lo menos, y el Sr. Berthe volvió a las visitas que había interrumpido hacia últimos del año precedente. Se dirigió primero a Troyes, y de allí a le Mans, a Richelieu, a Saint-Meen y a Tréguier.
Una carta de san Vicente, escrita el 23 de septiembre al Sr. Ménétrier, superior de Agen nos ofrece la continuación de su itinerario:
«Señor, habiéndome escrito de Nantes el Sr. Berthe que se iba a Saintes, y de allí a Gascuña, me adelanto a escribirle a la Rose, y dirijo la carta al Sr. Chrestien, a quien os pido que le hagáis llegar este paquete lo antes posible, el cual, no obstante, el Sr Berthe podrá abrir, si por casualidad se hallara en vuestra casa cuando llegue el correo».
El 30 de septiembre en efecto, el Sr. Berthe se hallaba en Saintes, y escribía a Le Gras sobre las hermanas de Nantes la carta siguiente que copiamos sobre el autógrafo:
«De Xaintes, 30 de septiembre de 1657.
Señorita,
La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.
Pienso que ya os habréis enterado cómo pasando por Nantes, no he podido tener el consuelo de hablar a nuestras hermanas del hospital de esa ciudad, como lo he hecho a las de Chêteaudun, de Angers, de Richelieu y de Hennobon. Sea suficiente deciros, Señorita, que cuando pasé por Nantes, estaba allí Mons. el obispo, lo que me impidió hacer ningún plan, ni siquiera ir al hospital, para ver al resto de los nuestros salvados del barco destinado a Madagascar. No recuerdo bien si os dije el estado de las Hermanas de la Caridad de Hennebon, que me han edificado mucho.
«La hermana Magarita es una buena mujer, y en quien no se ve mayor vicio que la prontitud y la rudeza, y demasiada facilidad en dar lo que se le pide, sin pararse a pensar si se debe dar o rehusar. Se siente ahora muy débil, de manera que ya no puede velar por la noche sin mucho trabajo, o mejor dicho con detrimento, no sólo de su salud sino también de su espíritu que se debilita por La frecuentes velas que se han de hacer en ese hospital, a causa de que no son más que tres hermanas para velar a los enfermos; sin embargo, esta buena hermana hace lo que puede para no faltar a su deber en ese aspecto.
«La hermana Marta es una mujer que no puede ser lo bastante estimada. Contenta de tal manera a los de dentro y a los de afuera, que es el refugio de todos los pobres que necesitan asistencia. Es maravillosamente activa, pero aquello por lo que yo la estimo más, es por su caridad, por su generosidad y por sus ánimos, por su prudencia y su destreza y por el afecto a su vocación. Ha renovado sus votos con le hermana Margarita, a quien he dejado en el cargo de hermana sirviente; pero creería que la hermana Marta desempeñaría mejor, si el Sr. Vicente, nuestro muy honorable Padre, y vos, Señorita, quisierais encargarla de este oficio, del que es muy capaz.
«En cuanto a la hermana Jeanne, es una mujer que tiene el espíritu muy débil, pero por otro lado buena mujer inclinada a hacer demasiados ayunos, maceraciones corporales y por querer vivir de una forma extraordinaria. La he obligado, con dulzura por supuesto, a dejar dos días de ayuno a la semana, a saber el martes y el miércoles de los cuatro días que ayunaba, y volver al mismo confesor al que las otras dos hermanas recurren para la confesión y al que ella había dejado hace bastante tiempo porque la quería apartar de tantos ayuno que emprendía contra sus consejos. Y antes de que yo saliera de Hennebon, ella ha vuelto a confesarse con él, lo que me ha servido de consuelo, porque este buen señor que es el párroco de Hennebon, que se toma la molestia de confesarlas hace varios años, es uno de los buenos eclesiásticos y de los más estimados de la región, y muy afecto a nuestro Instituto. Tal vez, Señorita, sería conveniente que os tomarais la molestia de escribirle para agradecerle todos los cuidados con estas buenas hermanas. No sé bien su nombre. Podríais así poner la dirección con vuestra letra: Al Sr. Rector de la parroquia de Hennebon. Además, ya os diré, Señorita, que si se quiere apartar de Hennebon a dicha hermana Jeanne, ella me ha prometido que os obedecería en esto como en todo lo demás, bien que antes no estuviera dispuesta a ello. Me encomiendo muy humildemente a vuestras santas oraciones, que soy en Nuestro Señor, Señorita
Vuestro muy obediente servidor,
BERTHE
I. s. d. l. M. «
«A Mademoiselle Le Gras,
Superiora de las Hijas de la Caridad, cerca de San Lázaro, en París.
En octubre, el Sr. Berthe se dirigía a Guienne, de donde debía ir a Marsella para de allí pasar a Saboya y a Turín. «Lleva bendición por doquiera que va», dice san Vicente. En el curso del mes de noviembre estaba en Agde y hacia finales del mismo mes, en Marsella. El 14 de diciembre, san Vicente escribe al Sr. Jolly, en Roma: «Dios ha querido dar bendición a las visitas del Sr. Berthe, que está ahora en Saboya, como yo creo (en Annecy). No irá a Italia ya antes que a Turín, por esta vez lo necesitamos aquí». En efecto, el 28 de diciembre, el Sr. Berthe estaba en Turín desde hacía más de ocho días. No fue a Annecy hasta comienzos del año siguiente. Allá, sin poder arreglar unas diferencias serias entre el Sr. Levazeux, misionero en esa región, y el obispo de Ginebra, se volvió a París a dar cuenta a san Vicente.
En el curso del año 1658 -t. III, p. 65-, el Sr Berthe debió tomar parte en aquella escena emotiva que reunió en San Lázaro a todos los cohermanos presentes para la distribución de las reglas en la fecha para siempre memorable, del 17 de mayo. Tuvo también la suerte, sin duda, de oír las primeras conferencias de san Vicente para la explicación de las reglas, y ello debió ser para el corazón de un misionero tan entregado a nuestras queridas obras y tan lleno de afecto a su vocación, una alegría y un contento capaces de doblar sus fuerzas y sus ánimos por los largos servicios que aún tenía que rendir a la Compañía.