Espiritualidad vicenciana: Ordenandos

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Thomas Davitt, C.M. · Año publicación original: 1995.

Inicios de la obra de los retiros a ordenandos. La obra en París y Roma. Participantes, desarrollo y frutos.


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El primer biógrafo de san Vicente fue Luis Abelly, cuyo libro se publicó en 1664, cuatro años después de la muerte de Vicente. En este libro, Abelly dice que Agustín Potier, obispo de Beau­vais, viajaba en carroza un día de 1628 y Vicente iba con él. El obispo dijo a Vicente que había pensado que sería una buena idea que los que in­tentaban ser ordenados tuvieran que venir a la casa del obispo durante algunos días antes de recibir las órdenes, para que alguien pudiera «de­cirles lo que deberían saber y las virtudes que deberían practicar» (ABELLY, Vie… 1, 118). Abelly re­laciona esta escena con el origen de los retiros a los Ordenandos.

La referencia más antigua que se conserva sobre los ejercicios para la preordenación, en la correspondencia de Vicente de Paúl, está en una carta suya fechada el 15 de septiembre de 1628. Fue escrita desde Beauvais a su cohermano Fran­cisco du Coudray al Colegio de Bons-Enfants, de París. Vicente se hallaba en Beauvais poniendo en práctica la idea del obispo. Escribía: «Ayer co­menzó el examen de los ordenandos, que conti­nuará hoy, viernes, y mañana, para empezar el domingo próximo los ejercicios, cuyo primer pen­samiento inspiró Dios a mons. de Beauvais. El plan era que dichos ordenandos vivieran y se alojaran juntos en el colegio, adonde iría a vivir con ellos el señor Duchesne el joven, para hacerles ob­servar el reglamento que se les ha prescrito pa­ra el empleo de la jornada. Y mons. de Beauvais hará la apertura del ejercicio el domingo por la ma­ñana; y el señor Messier, el señor Duchesne y yo hemos de hablar alternativamente por turno, según la materia que se ha juzgado conveniente; y el señor Duchesne el joven y otro bachiller, pá­rroco de aqui, tienen que enseñar las ceremo­nias requeridas a cada orden. ¡Quiera Nuestro Señor conceder su santa bendición a esta buena obra, que parece ser útil a su Iglesia! Le ruego que la encomiende a Nuestro Señor» (I, 129s).

La siguiente referencia en la correspondencia de Vicente está en una carta, aparentemente de septiembre de 1630, en la que dice a Luisa de Marillac que no hay cama vacía para su hijo en el Colegio de Bons-Enfants, pues todas están ocu­padas por los que están en el retiro antes de re­cibir las órdenes (I, 153). Esto demuestra que Vicente había continuado en París lo que había co­menzado en Beauvais dos años antes.

El 21 de febrero de 1631, el arzobispo de Pa­rís dictó la norma de que todo el que deseara re­cibir las órdenes en la diócesis de París, tenía que hacer el retiro de la pre-ordenación con los sa­cerdotes de la Misión durante diez días antes de la recepción de las órdenes (I, 233 n. 1). La primera aplicación de esta norma fue en la cuaresma de 1631 (I, 518 n. 3). Una referencia a un retiro en Bons-Enfants en una carta a Luisa de Marillac, parece referirse a éste de la cuaresma de 1631 (I, 168).

Pedro Coste, el editor de los escritos de san Vicente, dice que los sacerdotes de la Misión die­ron seis retiros de pre-ordenación cada año en­tre 1631 y 1643, primero en Bons-Enfants y más tarde en San Lázaro (I, 234 n. 3).

Luis Abelly, en su biografía de Vicente, cita una carta que dice había sido escrita por Vicente unos dos años después de que el arzobispo de París decretara la norma sobre los retiros de la ore-or­denación, lo que fecha la carta en 1633 (ABELLY, II, 215). Como hace frecuentemente, Abelly omi­te el nombre del destinatario de esta carta que es la fuente más antigua en la que Vicente da al­gún detalle de lo que se hacía exactamente du­rante el retiro: «El sr. Arzobispo, según la antigua práctica de la Iglesia, en la que los obispos hacían instruir en sus propias casas durante varios días a los que deseaban ser promovidos a las órdenes, ha ordenado que de ahora en adelante los de su diócesis que tengan este deseo se retiren diez días antes de cada orden, a casa de los sacerdo­tes de la Misión, para hacer allí un retiro espiri­tual, ejercitarse en la meditación, tan necesaria a los eclesiásticos, hacer una confesión general de toda su vida pasada, hacer un repaso de la te­ología moral y especialmente de la que se refie­re al uso de los sacramentos, aprender bien las ceremonias de todas las funciones de las órde­nes e instruirse finalmente en todas las demás co­sas necesarias a los eclesiásticos. Durante este tiempo se alojan y alimentan allí, de lo cual resulta tan gran fruto, por la gracia de Dios, que se ha visto que todos los que han hecho estos ejerci­cios llevan luego una vida verdaderamente ecle­siástica, e incluso la mayoría de ellos se dedican de una manera especialísima a las obras de pie­dad, lo cual empieza a ser manifiesto ante el pú­blico» (I, 233s).

El 8 de enero el arzobispo de París aprobó la unión del priorato de San Lázaro con la Congre­gación de la Misión. En el documento hay una re­ferencia a los trabajos hechos por la Congregación, incluyendo los retiros de la pre-ordenación. En 1631 el arzobispo había reglamentado que tales ejercicios debían durar diez días; en un docu­mento de 1633 se dice que debían durar una quin­cena. La Congregación está obligada a recibir a cualquiera enviado por el arzobispo para esta fi­nalidad, alojado y alimentarlo y darle el retiro. Las prácticas del retiro son: confesión general, exa­men de concienca diario, reflexión sobre el cam­bio en el estado de vida y sobre lo que se re­quiere para cada orden, y lo que es aconsejable para los clérigos, y cómo deben ejecutarse pro­piamente las ceremonias de la Iglesia (X, 298). En diciembre de 1632 hizo falta revisar el documento de la unión, pero la parte referente a estos reti­ros no fue alterada (X, 329s).

En una petición enviada por Vicente al Papa Urbano VIII en la segunda mitad de 1634, se re­piten sin cambio los temas referentes a estos ejercicios, del documento aprobatorio del arzo­bispo (I, 301).

En septiembre u octubre del año siguiente, 1635, Vicente escribía a Clemente de Bonzi, obis­po de Beziers, contestando a tres cuestiones que le habían propuesto en nombre del obispo: «…es­tamos por entero bajo la obediencia de nuestros señores los prelados… para enseñar toda la ora­ción mental, la teología práctica y necesaria, las ceremonias de la Iglesia a los que tienen que recibir las órdenes, diez o doce días antes de la ordenación (I, 341). Y dice también que, después de ser ordenados, vuelven a San Lázaro «para renovar la devoción que Nuestro Señor les dio al recibir las órdenes».

La siguiente mención de estos retiros se hace en una carta fechada el 13 de diciembre de 1638, y se refiere a cierta oposición que en­contraron. Va dirigida a uno de sus sacerdotes, Antonio Lucas, en Joigny: «Tenemos unos 70 ejercitantes, de los que hay cinco o seis que son bachilleres y de los más sabios, aunque en la Sor-bona corren rumores en contra del orden esta­blecido y contra la obligación de las personas de esa condición de asistir a los ejercicios» (I, 518). Cuatro sacerdotes de la Misión, algunos estudiantes de Teología y dos sacerdotes diocesanos estaban comprometidos en dar el retiro, que era en Bons-Enfants (ib.)

Después de 1638 se recibieron ordenandos de fuera de la diócesis de París (I, 234 n. 3). Pronto en 1639 Vicente dice a uno de sus sacerdotes que el obispo de Beauvais, «que conoce la importan­cia de los retiros de la pre-ordenación», pide a los obispos vecinos que envíen sus ordenandos a los retiros de París (I, 532). En el retiro se junta­ban entre 70 y 100 al mismo tiempo. No se les pedía que contribuyeran a los gastos del retiro. Las Señoras de la Caridad, incluso la Reina Madre, sub­vencionaban los retiros; se daban seis cada año (I, 234 n. 3).

En agosto de 1639, escribía san Vicente a Juana Francisca de Chantal: «(tenemos la obli­gación)… de recibir en nuestras casas a los que tienen que recibir las órdenes, diez días antes de la ordenación, para alimentarlos y mantenerlos y enseñarles durante ese tiempo la teología prác­tica, las ceremonias de la Iglesia y hacer y practicar la oración mental según el método de nuestro bienaventurado padre monseñor de Gi­nebra» (I, 550).

En una carta de después de la cuaresma de 1640, a Luis Lebreton, sacerdote de la Misión, que le representaba en Roma, le dice: «El estado ecle­siástico secular recibe actualmente muchas bendiciones de Dios. Se dice que nuestra pobre compañia ha contribuido no poco a ello con los ordenandos y con las reuniones de eclesiásticos de París» (II, 28). Añade que muchas personas de rango se están haciendo sacerdotes. Dice tam­bién que algunos de ellos deseaban permanecer más tiempo que el del retiro, pero que no se les permitió porque las reglas de la Compañía lo prohi­bían. Y en la misma carta dice también que la Congregación puede necesitar una capilla en Roma, si, como parece probable, se le pedirá co­menzar los retiros de pre-ordenación allí. Final­mente, la carta da el dato de que «están ocupa­dos con todos los del reino que reciben órdenes en esta ciudad». Todos los ordenandos de fuera de París, si intentaban ser ordenados en la dió­cesis, tenían que hacer este retiro.

En julio de ese mismo año 1640, Vicente es­cribía a Bernardo Codoing, superior de Annecy, en la diócesis de Ginebra. Este había ofrecido su­fragar los gastos del primer retiro de pre-ordena­ción en la diócesis, pero el obispo quería que pagasen algo los que hacían el retiro. Vicente di­ce a Codoing que acepte el parecer del obispo. Menciona algunas de las cosas que incluye en los gastos de los retiros en París: el número de hermanos coadjutores implicados, la leña (pro­bablemente para calentarse), el lavado de la ropa de cama, y «pequeños gastos». Codoing tendrá que comprar también muebles, un deta­lle costoso (II, 65s).

En el verano del año siguiente 1641, Vicente escribía a Luisa de Marillac a su vuelta de la co­munidad de Richelieu. Allí, el superior Lamberto aux Couteaux se había ayudado de una Hija de la Ca­ridad para los servicios caseros a cuarenta o cincuenta ordenandos; Vicente le había dicho que la dejara libre para su trabajo propio con los enfer­mos (II, 154). En junio -en una nota que cita Abelly­Lamberto informa a Vicente muy entusiásticamente de cómo van los retiros en Richelieu, constatando que son sólo cuarenta y tres los que están ha­ciendo el retiro (II, 222; ABELLY, I I, 234).

Para julio de 1642, Bernardo Codoing ya ha­bía sido trasladado de Annecy a Roma para re­emplazar a Luis Lebreton, que había muerto. Una vez más, en una carta, Vicente trata de los gas­tos de los retiros. Le envía el dinero de la du­quesa de Aiguillon. A los ordenandos no se les pide que paguen ni un centavo. Codoing tiene que alquilar un edificio para los retiros y Vicente le muestra cómo se puede emplear mejor el di­nero de la Duquesa para cubrir esta renta y los otros gastos, teniendo en cuenta que el valor del cambio para el dinero francés puede alterarse en el futuro (II, 228).

Al mes siguiente, una carta avisa a Codoing que conceda más tiempo a estos retiros, dando él y sus cohermanos las conferencias, mejor que trayendo sacerdotes que no son miembros de la Congregación. Vicente dice que ha aprendido las ventajas de esto por experiencia (II, 239).

En noviembre, Vicente sugiere que Codoing podría haber reducido su dedicación a las misio­nes y, por ese medio, habría garantizado un nú­mero suficiente de cohermanos para los retiros de pre-ordenación (II, 263). Codoing acepta la su­gerencia y los retiros recuperan la prioridad (II, 269). Vicente describe las dificultades para re­coger los fondos dedicados a los retiros de Ro­ma, y la situación financiera de la Congregación, que no es buena. Contactará con la Duquesa de Aiguillon para ver si ella quisiera financiar los re­tiros de Roma; él espera enviar dos hombres más para unirse a Codoing en el trabajo (II, 270). En enero de 1643 parece que Codoing intenta­ba de nuevo dedicar más hombres y tiempo a las misiones que a los retiros. Vicente arguye que la gente en París ve los beneficios obvios que se derivan de tales retiros; las financiación de los re­tiros de Roma, sin embargo, no está todavía lo­grada (I1, 295s). El 20 de febrero Vicente dice a Codoing que la Duquesa de Aiguillon quiere ayu­dar algo y dejar algo en su testamento para es­ta obra (II, 304s). Para el final de mayo, sin em­bargo, parece haber habido alguna tardanza en transferir dinero de París a Roma, donde Codoing no encuentra sitio para tener el retiro de témporas de Pentecostés y está pensando cancelarlo (II, 330). En una carta del 18 de junio Vicente le dice que la Duquesa se molestaría mucho si se cancelara el retiro; para entonces, ella ya había firmado el contrato (II, 339). Para 1643, el retiro de Cuaresma se había cancelado en París, aun­que no se da la razón (I, 234 n. 3).

En febrero de 1644, Vicente escribía a Juan Dehorgny, que había sustituido a Codoing en Ro­ma: «Se dice por aquí que la compañía no hace nada en Roma. Indíqueme qué es lo que hacen con los ordenandos y los ejercitantes, y cuántos son los que hay ordinariamente» (II, 375). En no­viembre le dice que está preocupado porque no hay retiros en Roma, en contra de la intención de la Duquesa; admite que no es culpa de la comu­nidad, pero dice a Dehorgny que se mantenga tra­bajando en el problema (II, 418).

A partir de 1645 disminuyen los fondos dedi­cados a estos retiros y la Congregación tuvo que soportar casi enteramente el costo de los mismos, pero Vicente nunca aceptó reducir el número de admitidos a los retiros, por lo convencido que es­taba de sus beneficios (I, 234 n. 3).

Hablando a la comunidad de San Lázaro a fi­nales de 1647 ó comienzos de 1648, subrayaba la importancia de la humildad en los dedicados a dar los retiros a los ordenandos: «Mientras nos mantengamos en el espíritu de humildad, ten­dremos motivos para esperar que Dios nos se­guirá dando la dirección de los ordenandos; pero, si alguna vez se nos ocurre actuar con ellos como de maestro a discípulos, sin respeto ni humildad, adiós ese cargo; se lo darán a otros, y sucederá que en lugar de dirigir a otros ni siquiera podremos dirigirnos a nosotros mismos. Sé muy bien que algunos tienen sus razones para actuar con más autoridad; pero, para la Misión, yo no creo ni veo que sea ese el epíritu con que tiene que obrar, ni que pueda producir así mucho fruto» (XI, 72).

Dos veces en 1650 hace Vicente una breve referencia a este trabajo en cartas al Papa Ino­cencio X (septiembre) y al Cardenal Pamphili (no­viembre). La comunidad prepara hombres para una digna recepción de las órdenes por los reti­ros de diez días antes del tiempo establecido (IV, 67. 102).

La financiación de los retiros en Roma se men­ciona otra vez en una carta a Edmundo Jolly, su­perior en Roma, en diciembre de 1655. Vicente preferiría que los retiros fueran dados gratuita­mente, si es posible; pero Jolly puede aceptar como limosna cualquier cosa ofrecida espontá­neamente (V, 460).

El 17 de mayo de 1658 Vicente, hablando a su comunidad de San Lázaro, decía que estos re­tiros eran la «la cosa más preciosa que la iglesia pudo confiar» a la comunidad (X1, 327). El 8 de ju­nio siguiente, también a la comunidad de San Lá­zaro, le dice que los licenciados en Teología y otros de la Sorbona, han venido a los retiros de pre-ordenación a aprender «virtud: humildad, sen­ cillez y caridad», porque teología saben más que los sacerdotes de la Misión, así que han venido para eso (XI, 24). Por el mismo tiempo y al mis­mo auditorio, según Abelly, decía que los que es­tán dedicados a dar estos retiros deberían pedir a Dios la gracia de saber qué decir, porque «Dios es la fuente inagotable de sabiduría, luz y amor» (XI, 332s)• Quizás algo del buen resultado de los retiros se debe a las oraciones y dedicación de algunos hermandos coadjutores de la casa que nunca se encontraron con los ordenandos (ABELLY, II, 229s).

Para septiembre de 1658, Vicente había teni­do que cambiar su opinión acerca de la financia­ción de los retiros de Roma. Mientras en París los retiros se podían dar gratuitamente, no era posi­ble hacerlo así en Roma. Los ingresos de la casa en Roma son suficientes sólo para el manteni­miento de la comunidad, por lo tanto Jolly tiene que pedir a cada ordenando que pague su coste actual. Así se hace en varias diócesis de Francia. Salvo, por supuesto, que el Papa quiera correr con el gasto (VI1, 221). El mismo mes, dice a un superior cuyo nombre no se nos ha conservado, que no debe estar ausente de la casa cuando el retiro de la pre-ordenación se está desarrollando. Trabajar en la preparación de la misión en esta cir­cunstancia es abarcar demasiado a un tiempo (VII, 240s).

En octubre de 1658, en una carta al obispo de Clermont, da algunos detalles sobre los retiros en San Lázaro. El abad Luis de Chandenier ha trans­ferido a San Lázaro las rentas de un beneficio pa­ra ayudar a los gastos de los retiros para los or­denandos, que se tienen cinco veces al año, con una asistencia de ochenta a cien participantes cada vez, atendidos gratuitamente durante once días (VI1, 257s).

Los retiros en Roma empezaron eventual­mente en adviento de 1659. Vicente decía a Jolly que esto era trabajo del Espíritu Santo y que la comunidad y cada miembro en particular debía es­tar animado por este Espíritu para que tuvieran éxi­to. Pero también reconoce que «después de Dios», esto ha venido por los esfuerzos de Jolly y por «la gracia que hay en él» (VIII, 167). Este mis­mo mes dice al superior de Turín que el Papa ha ordenado que en adelante todos los retiros de pre-ordenación en Roma serán dados por los sa­cerdotes de la Misión (VIII, 191).

En febrero de 1660 Jolly responde a la peti­ción de Vicente sobre cómo se realizan los reti­ros de pre-ordenación. Y le dice que hacen lo mis­mo que en París «día a día y hora a hora, según las memorias que hemos recibido de San Láza­ro». Los ordenandos demostraron su contento, como también gente de fuera. El retiro de cua­resma, durante el cual se escribe la carta, se ha organizado de la misma manera (VIII, 232). Al mis­mo Jolly y este mismo mes, le escribe Vicente advirtiéndole del sentimiento anti francés en Ro­ma y le avisa que obre prudentemente y no pro­ponga hacer nada extraordinario. El problema se resolverá por sí mismo cuando la comunidad sea constituida por italianos, lo cual desea que suce­da (IIIII, 233s).

En una fecha no recordada de 1660, Jolly cuenta a Vicente que los Cardenales y otros dig­natarios de la Iglesia asistían frecuentemente a es­cuchar las conferencias de los retiros; entre los ordenandos había gente distinguida, el Papa no hará excepción alguna a la norma NIII, 293).

Vicente, obviamente, aprendió de la expe­riencia de Roma. En abril de 1660 escribe al su­perior de Richelieu que, si el obispo de Poitiers quiere los retiros de la pre-ordenación, tendrá que correr él con los gastos (VIII, 274).

Juan Gicquel, sacerdote de la Misión, con­servó un diario de los últimos meses de vida de Vicente. El 5 de junio de 1660 recuerda lo que Vi­cente dijo acerca de la oposición a los retiros en Roma. La oposición venía, entre otros, de los je­suitas. La razón para ello era que los sacerdotes de la Misión eran extranjeros. También había al­guna oposición de la gente distinguida, que ape­laban al Papa para ser dispensados de hacer el re­tiro, pero el Papa se mantuvo firme (X, 218s).

Abelly da sendos sumarios o extractos de dos conferencias que Vicente dio a su comunidad so­bre el tema de los retiros a los ordenandos, aun­que no indica cuándo fueron dados. En la prime­ra, Vicente dice que es «un gran trabajo», que «Dios lo puso en nuestras manos», qquién pue­de entender la eminencia de este trabajo?». La Congregación, por tanto, debe hacer lo más po­sible para «hacer que este plan apostólico tenga éxito». Habla sobre la borrachera y otros desór­denes y que sus sacerdotes serán capaces de ayu­dar a los futuros sacerdotes a evitar caer en ellos (XI, 704s; ABELLY, II, 226ss). En el segundo extrac­to, Vicente comienza rezando por la obtención del espíritu de Dios para los que dan los retiros. Algunos de los ordenandos serán doctores, li­cenciados o bachilleres y estarán mejor prepara­dos en filosofía y teología que los sacerdotes que les den el retiro; así que no vienen a aprender es­tas disciplinas, sino por las virtudes de humildad y modestia que contemplan vividas. Reza también para que los ordenandos «reciban los efectos del espíritu de Dios». En las charlas sobre teología mo­ral, los sacerdotes tienen que ser prácticos, no te­óricos, «bajando siempre al detalle», y asegurar­se de que los oyentes entienden totalmente lo que oyen. Los oradores deben evitar la vanidad, que intenta causar impresión sobre sus oyentes, es­to será contradecir completamentamente la fina­lidad del retiro (X1, 706s; ABELLY, I I, 228s).

Abelly ofrece un esquema bastante detallado de lo que sucedía en estos retiros. Los ordenan-dos llegaban diez días antes del sábado en el cual debían ser ordenados. Se les registraba tomán­doles el nombre, grados y otros datos. Para reci­birlos había miembros de la comunidad de San Lá­zaro que llevaban sus maletas, les señalaban su habitación, les explicaban el horario, les reco­mendaban silencio y recogimiento y les ayudaban de cualquier modo que necesitasen para sacar beneficio del retiro y prepararse para la ordena­ción. Un sacerdote era el principal encargado de la organización.

Había dos charlas cada día, sobre teología mo­ral por la mañana, y a la tarde «sobre las virtudes, cualidades y funciones» necesarias para los sa­cerdotes. Las diez charlas sobre teología moral eran: 1.- Censuras en general.- 2.-Censuras en particular.- 3 y 4.- El sacramento de la Penitencia.- 5.-Pecado.- 6.- Primero, segundo y tercer man­damientos.- 7.- Los otros mandamientos.- 8.- Sa­cramentos en general, confirmación y eucaristía como sacramento.- 9.- Eucaristía como sacrificio, extermaunción y matrimonio.- 10.- El credo de los apóstoles. Las diez charlas de la tarde eran: 1.- La oración mental.- 2.- Vocación.- 3.- Espíritu sacerdotal.- 4.- órdenes en general.- 5.- Tonsura.- 6.-órdenes menores.- 7.- Subdiaconado.- 8.- Dia­conado.- 9.- Sacerdocio.- 10.- Vida sacerdotal.

Todos los días, después de cada charla, se di­vidían en pequeños grupos de diez a quince par­ticipantes, distribuidos según su capacidad, para discutir, bajo la guía de uno de la comunidad de San Lázaro, lo que habían escuchado en la char­la. Esto mismo hacían después de la media hora de oración mental de cada día. Practicaban dia­riamente sobre las ceremonias propias de cada una de las órdenes que iban a recibir. El oficio di­vino se rezaba en común. Se les axhortaba a ha­cer confesión general. Tenían siete horas y me­dia de sueño cada noche, dos horas de recreación al día, una después de cada comida; y lectura espiritual, incluyendo la Escritura, durante las comidas (ABELLY, 1, 218-222).

En los archivos de la Congregación de la Mi­sión, París, hay un esquema manuscrito, sin fe­cha, de una charla a los ordenandos, que Coste incluye en la edición de las Obras de san Vicen­te (X, 181s). Contiene los puntos siguientes: Los ordenandos deberían descubrir si tienen vocación por medio de la oración y la consulta, aceptar la vocación con pureza de intención y observar los requisitos canónicos, tener un deseo de benefi­ciarse del retiro, orando por ello todos los días, tomando notas de lo que se dice, observando fielmente el horario, haciendo confesión general. Cualquiera que fuera el encargado, deberían pedir permiso para ayudar sirviendo a la mesa o barriendo. En el momento de la recepción de las órdenes deberían ofrecerse a Dios «sin ninguna reserva o excepción». Después de la ordenación deberían dar gracias a Dios por ella y por el reti­ro, hacer una resolución de poner en práctica lo que habían oído, celebrar u oír misa todos los días, confesarse dos veces por semana con el mis­mo confesor, tener y guardar un orden del día, pre­parar la homilía o la instrucción de cada domin­go, tener director espiritual, aceptar el trabajo asignado por el obispo, asistir a las conferencias para los sacerdotes.

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