El primer biógrafo de san Vicente fue Luis Abelly, cuyo libro se publicó en 1664, cuatro años después de la muerte de Vicente. En este libro, Abelly dice que Agustín Potier, obispo de Beauvais, viajaba en carroza un día de 1628 y Vicente iba con él. El obispo dijo a Vicente que había pensado que sería una buena idea que los que intentaban ser ordenados tuvieran que venir a la casa del obispo durante algunos días antes de recibir las órdenes, para que alguien pudiera «decirles lo que deberían saber y las virtudes que deberían practicar» (ABELLY, Vie… 1, 118). Abelly relaciona esta escena con el origen de los retiros a los Ordenandos.
La referencia más antigua que se conserva sobre los ejercicios para la preordenación, en la correspondencia de Vicente de Paúl, está en una carta suya fechada el 15 de septiembre de 1628. Fue escrita desde Beauvais a su cohermano Francisco du Coudray al Colegio de Bons-Enfants, de París. Vicente se hallaba en Beauvais poniendo en práctica la idea del obispo. Escribía: «Ayer comenzó el examen de los ordenandos, que continuará hoy, viernes, y mañana, para empezar el domingo próximo los ejercicios, cuyo primer pensamiento inspiró Dios a mons. de Beauvais. El plan era que dichos ordenandos vivieran y se alojaran juntos en el colegio, adonde iría a vivir con ellos el señor Duchesne el joven, para hacerles observar el reglamento que se les ha prescrito para el empleo de la jornada. Y mons. de Beauvais hará la apertura del ejercicio el domingo por la mañana; y el señor Messier, el señor Duchesne y yo hemos de hablar alternativamente por turno, según la materia que se ha juzgado conveniente; y el señor Duchesne el joven y otro bachiller, párroco de aqui, tienen que enseñar las ceremonias requeridas a cada orden. ¡Quiera Nuestro Señor conceder su santa bendición a esta buena obra, que parece ser útil a su Iglesia! Le ruego que la encomiende a Nuestro Señor» (I, 129s).
La siguiente referencia en la correspondencia de Vicente está en una carta, aparentemente de septiembre de 1630, en la que dice a Luisa de Marillac que no hay cama vacía para su hijo en el Colegio de Bons-Enfants, pues todas están ocupadas por los que están en el retiro antes de recibir las órdenes (I, 153). Esto demuestra que Vicente había continuado en París lo que había comenzado en Beauvais dos años antes.
El 21 de febrero de 1631, el arzobispo de París dictó la norma de que todo el que deseara recibir las órdenes en la diócesis de París, tenía que hacer el retiro de la pre-ordenación con los sacerdotes de la Misión durante diez días antes de la recepción de las órdenes (I, 233 n. 1). La primera aplicación de esta norma fue en la cuaresma de 1631 (I, 518 n. 3). Una referencia a un retiro en Bons-Enfants en una carta a Luisa de Marillac, parece referirse a éste de la cuaresma de 1631 (I, 168).
Pedro Coste, el editor de los escritos de san Vicente, dice que los sacerdotes de la Misión dieron seis retiros de pre-ordenación cada año entre 1631 y 1643, primero en Bons-Enfants y más tarde en San Lázaro (I, 234 n. 3).
Luis Abelly, en su biografía de Vicente, cita una carta que dice había sido escrita por Vicente unos dos años después de que el arzobispo de París decretara la norma sobre los retiros de la ore-ordenación, lo que fecha la carta en 1633 (ABELLY, II, 215). Como hace frecuentemente, Abelly omite el nombre del destinatario de esta carta que es la fuente más antigua en la que Vicente da algún detalle de lo que se hacía exactamente durante el retiro: «El sr. Arzobispo, según la antigua práctica de la Iglesia, en la que los obispos hacían instruir en sus propias casas durante varios días a los que deseaban ser promovidos a las órdenes, ha ordenado que de ahora en adelante los de su diócesis que tengan este deseo se retiren diez días antes de cada orden, a casa de los sacerdotes de la Misión, para hacer allí un retiro espiritual, ejercitarse en la meditación, tan necesaria a los eclesiásticos, hacer una confesión general de toda su vida pasada, hacer un repaso de la teología moral y especialmente de la que se refiere al uso de los sacramentos, aprender bien las ceremonias de todas las funciones de las órdenes e instruirse finalmente en todas las demás cosas necesarias a los eclesiásticos. Durante este tiempo se alojan y alimentan allí, de lo cual resulta tan gran fruto, por la gracia de Dios, que se ha visto que todos los que han hecho estos ejercicios llevan luego una vida verdaderamente eclesiástica, e incluso la mayoría de ellos se dedican de una manera especialísima a las obras de piedad, lo cual empieza a ser manifiesto ante el público» (I, 233s).
El 8 de enero el arzobispo de París aprobó la unión del priorato de San Lázaro con la Congregación de la Misión. En el documento hay una referencia a los trabajos hechos por la Congregación, incluyendo los retiros de la pre-ordenación. En 1631 el arzobispo había reglamentado que tales ejercicios debían durar diez días; en un documento de 1633 se dice que debían durar una quincena. La Congregación está obligada a recibir a cualquiera enviado por el arzobispo para esta finalidad, alojado y alimentarlo y darle el retiro. Las prácticas del retiro son: confesión general, examen de concienca diario, reflexión sobre el cambio en el estado de vida y sobre lo que se requiere para cada orden, y lo que es aconsejable para los clérigos, y cómo deben ejecutarse propiamente las ceremonias de la Iglesia (X, 298). En diciembre de 1632 hizo falta revisar el documento de la unión, pero la parte referente a estos retiros no fue alterada (X, 329s).
En una petición enviada por Vicente al Papa Urbano VIII en la segunda mitad de 1634, se repiten sin cambio los temas referentes a estos ejercicios, del documento aprobatorio del arzobispo (I, 301).
En septiembre u octubre del año siguiente, 1635, Vicente escribía a Clemente de Bonzi, obispo de Beziers, contestando a tres cuestiones que le habían propuesto en nombre del obispo: «…estamos por entero bajo la obediencia de nuestros señores los prelados… para enseñar toda la oración mental, la teología práctica y necesaria, las ceremonias de la Iglesia a los que tienen que recibir las órdenes, diez o doce días antes de la ordenación (I, 341). Y dice también que, después de ser ordenados, vuelven a San Lázaro «para renovar la devoción que Nuestro Señor les dio al recibir las órdenes».
La siguiente mención de estos retiros se hace en una carta fechada el 13 de diciembre de 1638, y se refiere a cierta oposición que encontraron. Va dirigida a uno de sus sacerdotes, Antonio Lucas, en Joigny: «Tenemos unos 70 ejercitantes, de los que hay cinco o seis que son bachilleres y de los más sabios, aunque en la Sor-bona corren rumores en contra del orden establecido y contra la obligación de las personas de esa condición de asistir a los ejercicios» (I, 518). Cuatro sacerdotes de la Misión, algunos estudiantes de Teología y dos sacerdotes diocesanos estaban comprometidos en dar el retiro, que era en Bons-Enfants (ib.)
Después de 1638 se recibieron ordenandos de fuera de la diócesis de París (I, 234 n. 3). Pronto en 1639 Vicente dice a uno de sus sacerdotes que el obispo de Beauvais, «que conoce la importancia de los retiros de la pre-ordenación», pide a los obispos vecinos que envíen sus ordenandos a los retiros de París (I, 532). En el retiro se juntaban entre 70 y 100 al mismo tiempo. No se les pedía que contribuyeran a los gastos del retiro. Las Señoras de la Caridad, incluso la Reina Madre, subvencionaban los retiros; se daban seis cada año (I, 234 n. 3).
En agosto de 1639, escribía san Vicente a Juana Francisca de Chantal: «(tenemos la obligación)… de recibir en nuestras casas a los que tienen que recibir las órdenes, diez días antes de la ordenación, para alimentarlos y mantenerlos y enseñarles durante ese tiempo la teología práctica, las ceremonias de la Iglesia y hacer y practicar la oración mental según el método de nuestro bienaventurado padre monseñor de Ginebra» (I, 550).
En una carta de después de la cuaresma de 1640, a Luis Lebreton, sacerdote de la Misión, que le representaba en Roma, le dice: «El estado eclesiástico secular recibe actualmente muchas bendiciones de Dios. Se dice que nuestra pobre compañia ha contribuido no poco a ello con los ordenandos y con las reuniones de eclesiásticos de París» (II, 28). Añade que muchas personas de rango se están haciendo sacerdotes. Dice también que algunos de ellos deseaban permanecer más tiempo que el del retiro, pero que no se les permitió porque las reglas de la Compañía lo prohibían. Y en la misma carta dice también que la Congregación puede necesitar una capilla en Roma, si, como parece probable, se le pedirá comenzar los retiros de pre-ordenación allí. Finalmente, la carta da el dato de que «están ocupados con todos los del reino que reciben órdenes en esta ciudad». Todos los ordenandos de fuera de París, si intentaban ser ordenados en la diócesis, tenían que hacer este retiro.
En julio de ese mismo año 1640, Vicente escribía a Bernardo Codoing, superior de Annecy, en la diócesis de Ginebra. Este había ofrecido sufragar los gastos del primer retiro de pre-ordenación en la diócesis, pero el obispo quería que pagasen algo los que hacían el retiro. Vicente dice a Codoing que acepte el parecer del obispo. Menciona algunas de las cosas que incluye en los gastos de los retiros en París: el número de hermanos coadjutores implicados, la leña (probablemente para calentarse), el lavado de la ropa de cama, y «pequeños gastos». Codoing tendrá que comprar también muebles, un detalle costoso (II, 65s).
En el verano del año siguiente 1641, Vicente escribía a Luisa de Marillac a su vuelta de la comunidad de Richelieu. Allí, el superior Lamberto aux Couteaux se había ayudado de una Hija de la Caridad para los servicios caseros a cuarenta o cincuenta ordenandos; Vicente le había dicho que la dejara libre para su trabajo propio con los enfermos (II, 154). En junio -en una nota que cita AbellyLamberto informa a Vicente muy entusiásticamente de cómo van los retiros en Richelieu, constatando que son sólo cuarenta y tres los que están haciendo el retiro (II, 222; ABELLY, I I, 234).
Para julio de 1642, Bernardo Codoing ya había sido trasladado de Annecy a Roma para reemplazar a Luis Lebreton, que había muerto. Una vez más, en una carta, Vicente trata de los gastos de los retiros. Le envía el dinero de la duquesa de Aiguillon. A los ordenandos no se les pide que paguen ni un centavo. Codoing tiene que alquilar un edificio para los retiros y Vicente le muestra cómo se puede emplear mejor el dinero de la Duquesa para cubrir esta renta y los otros gastos, teniendo en cuenta que el valor del cambio para el dinero francés puede alterarse en el futuro (II, 228).
Al mes siguiente, una carta avisa a Codoing que conceda más tiempo a estos retiros, dando él y sus cohermanos las conferencias, mejor que trayendo sacerdotes que no son miembros de la Congregación. Vicente dice que ha aprendido las ventajas de esto por experiencia (II, 239).
En noviembre, Vicente sugiere que Codoing podría haber reducido su dedicación a las misiones y, por ese medio, habría garantizado un número suficiente de cohermanos para los retiros de pre-ordenación (II, 263). Codoing acepta la sugerencia y los retiros recuperan la prioridad (II, 269). Vicente describe las dificultades para recoger los fondos dedicados a los retiros de Roma, y la situación financiera de la Congregación, que no es buena. Contactará con la Duquesa de Aiguillon para ver si ella quisiera financiar los retiros de Roma; él espera enviar dos hombres más para unirse a Codoing en el trabajo (II, 270). En enero de 1643 parece que Codoing intentaba de nuevo dedicar más hombres y tiempo a las misiones que a los retiros. Vicente arguye que la gente en París ve los beneficios obvios que se derivan de tales retiros; las financiación de los retiros de Roma, sin embargo, no está todavía lograda (I1, 295s). El 20 de febrero Vicente dice a Codoing que la Duquesa de Aiguillon quiere ayudar algo y dejar algo en su testamento para esta obra (II, 304s). Para el final de mayo, sin embargo, parece haber habido alguna tardanza en transferir dinero de París a Roma, donde Codoing no encuentra sitio para tener el retiro de témporas de Pentecostés y está pensando cancelarlo (II, 330). En una carta del 18 de junio Vicente le dice que la Duquesa se molestaría mucho si se cancelara el retiro; para entonces, ella ya había firmado el contrato (II, 339). Para 1643, el retiro de Cuaresma se había cancelado en París, aunque no se da la razón (I, 234 n. 3).
En febrero de 1644, Vicente escribía a Juan Dehorgny, que había sustituido a Codoing en Roma: «Se dice por aquí que la compañía no hace nada en Roma. Indíqueme qué es lo que hacen con los ordenandos y los ejercitantes, y cuántos son los que hay ordinariamente» (II, 375). En noviembre le dice que está preocupado porque no hay retiros en Roma, en contra de la intención de la Duquesa; admite que no es culpa de la comunidad, pero dice a Dehorgny que se mantenga trabajando en el problema (II, 418).
A partir de 1645 disminuyen los fondos dedicados a estos retiros y la Congregación tuvo que soportar casi enteramente el costo de los mismos, pero Vicente nunca aceptó reducir el número de admitidos a los retiros, por lo convencido que estaba de sus beneficios (I, 234 n. 3).
Hablando a la comunidad de San Lázaro a finales de 1647 ó comienzos de 1648, subrayaba la importancia de la humildad en los dedicados a dar los retiros a los ordenandos: «Mientras nos mantengamos en el espíritu de humildad, tendremos motivos para esperar que Dios nos seguirá dando la dirección de los ordenandos; pero, si alguna vez se nos ocurre actuar con ellos como de maestro a discípulos, sin respeto ni humildad, adiós ese cargo; se lo darán a otros, y sucederá que en lugar de dirigir a otros ni siquiera podremos dirigirnos a nosotros mismos. Sé muy bien que algunos tienen sus razones para actuar con más autoridad; pero, para la Misión, yo no creo ni veo que sea ese el epíritu con que tiene que obrar, ni que pueda producir así mucho fruto» (XI, 72).
Dos veces en 1650 hace Vicente una breve referencia a este trabajo en cartas al Papa Inocencio X (septiembre) y al Cardenal Pamphili (noviembre). La comunidad prepara hombres para una digna recepción de las órdenes por los retiros de diez días antes del tiempo establecido (IV, 67. 102).
La financiación de los retiros en Roma se menciona otra vez en una carta a Edmundo Jolly, superior en Roma, en diciembre de 1655. Vicente preferiría que los retiros fueran dados gratuitamente, si es posible; pero Jolly puede aceptar como limosna cualquier cosa ofrecida espontáneamente (V, 460).
El 17 de mayo de 1658 Vicente, hablando a su comunidad de San Lázaro, decía que estos retiros eran la «la cosa más preciosa que la iglesia pudo confiar» a la comunidad (X1, 327). El 8 de junio siguiente, también a la comunidad de San Lázaro, le dice que los licenciados en Teología y otros de la Sorbona, han venido a los retiros de pre-ordenación a aprender «virtud: humildad, sen cillez y caridad», porque teología saben más que los sacerdotes de la Misión, así que han venido para eso (XI, 24). Por el mismo tiempo y al mismo auditorio, según Abelly, decía que los que están dedicados a dar estos retiros deberían pedir a Dios la gracia de saber qué decir, porque «Dios es la fuente inagotable de sabiduría, luz y amor» (XI, 332s)• Quizás algo del buen resultado de los retiros se debe a las oraciones y dedicación de algunos hermandos coadjutores de la casa que nunca se encontraron con los ordenandos (ABELLY, II, 229s).
Para septiembre de 1658, Vicente había tenido que cambiar su opinión acerca de la financiación de los retiros de Roma. Mientras en París los retiros se podían dar gratuitamente, no era posible hacerlo así en Roma. Los ingresos de la casa en Roma son suficientes sólo para el mantenimiento de la comunidad, por lo tanto Jolly tiene que pedir a cada ordenando que pague su coste actual. Así se hace en varias diócesis de Francia. Salvo, por supuesto, que el Papa quiera correr con el gasto (VI1, 221). El mismo mes, dice a un superior cuyo nombre no se nos ha conservado, que no debe estar ausente de la casa cuando el retiro de la pre-ordenación se está desarrollando. Trabajar en la preparación de la misión en esta circunstancia es abarcar demasiado a un tiempo (VII, 240s).
En octubre de 1658, en una carta al obispo de Clermont, da algunos detalles sobre los retiros en San Lázaro. El abad Luis de Chandenier ha transferido a San Lázaro las rentas de un beneficio para ayudar a los gastos de los retiros para los ordenandos, que se tienen cinco veces al año, con una asistencia de ochenta a cien participantes cada vez, atendidos gratuitamente durante once días (VI1, 257s).
Los retiros en Roma empezaron eventualmente en adviento de 1659. Vicente decía a Jolly que esto era trabajo del Espíritu Santo y que la comunidad y cada miembro en particular debía estar animado por este Espíritu para que tuvieran éxito. Pero también reconoce que «después de Dios», esto ha venido por los esfuerzos de Jolly y por «la gracia que hay en él» (VIII, 167). Este mismo mes dice al superior de Turín que el Papa ha ordenado que en adelante todos los retiros de pre-ordenación en Roma serán dados por los sacerdotes de la Misión (VIII, 191).
En febrero de 1660 Jolly responde a la petición de Vicente sobre cómo se realizan los retiros de pre-ordenación. Y le dice que hacen lo mismo que en París «día a día y hora a hora, según las memorias que hemos recibido de San Lázaro». Los ordenandos demostraron su contento, como también gente de fuera. El retiro de cuaresma, durante el cual se escribe la carta, se ha organizado de la misma manera (VIII, 232). Al mismo Jolly y este mismo mes, le escribe Vicente advirtiéndole del sentimiento anti francés en Roma y le avisa que obre prudentemente y no proponga hacer nada extraordinario. El problema se resolverá por sí mismo cuando la comunidad sea constituida por italianos, lo cual desea que suceda (IIIII, 233s).
En una fecha no recordada de 1660, Jolly cuenta a Vicente que los Cardenales y otros dignatarios de la Iglesia asistían frecuentemente a escuchar las conferencias de los retiros; entre los ordenandos había gente distinguida, el Papa no hará excepción alguna a la norma NIII, 293).
Vicente, obviamente, aprendió de la experiencia de Roma. En abril de 1660 escribe al superior de Richelieu que, si el obispo de Poitiers quiere los retiros de la pre-ordenación, tendrá que correr él con los gastos (VIII, 274).
Juan Gicquel, sacerdote de la Misión, conservó un diario de los últimos meses de vida de Vicente. El 5 de junio de 1660 recuerda lo que Vicente dijo acerca de la oposición a los retiros en Roma. La oposición venía, entre otros, de los jesuitas. La razón para ello era que los sacerdotes de la Misión eran extranjeros. También había alguna oposición de la gente distinguida, que apelaban al Papa para ser dispensados de hacer el retiro, pero el Papa se mantuvo firme (X, 218s).
Abelly da sendos sumarios o extractos de dos conferencias que Vicente dio a su comunidad sobre el tema de los retiros a los ordenandos, aunque no indica cuándo fueron dados. En la primera, Vicente dice que es «un gran trabajo», que «Dios lo puso en nuestras manos», qquién puede entender la eminencia de este trabajo?». La Congregación, por tanto, debe hacer lo más posible para «hacer que este plan apostólico tenga éxito». Habla sobre la borrachera y otros desórdenes y que sus sacerdotes serán capaces de ayudar a los futuros sacerdotes a evitar caer en ellos (XI, 704s; ABELLY, II, 226ss). En el segundo extracto, Vicente comienza rezando por la obtención del espíritu de Dios para los que dan los retiros. Algunos de los ordenandos serán doctores, licenciados o bachilleres y estarán mejor preparados en filosofía y teología que los sacerdotes que les den el retiro; así que no vienen a aprender estas disciplinas, sino por las virtudes de humildad y modestia que contemplan vividas. Reza también para que los ordenandos «reciban los efectos del espíritu de Dios». En las charlas sobre teología moral, los sacerdotes tienen que ser prácticos, no teóricos, «bajando siempre al detalle», y asegurarse de que los oyentes entienden totalmente lo que oyen. Los oradores deben evitar la vanidad, que intenta causar impresión sobre sus oyentes, esto será contradecir completamentamente la finalidad del retiro (X1, 706s; ABELLY, I I, 228s).
Abelly ofrece un esquema bastante detallado de lo que sucedía en estos retiros. Los ordenan-dos llegaban diez días antes del sábado en el cual debían ser ordenados. Se les registraba tomándoles el nombre, grados y otros datos. Para recibirlos había miembros de la comunidad de San Lázaro que llevaban sus maletas, les señalaban su habitación, les explicaban el horario, les recomendaban silencio y recogimiento y les ayudaban de cualquier modo que necesitasen para sacar beneficio del retiro y prepararse para la ordenación. Un sacerdote era el principal encargado de la organización.
Había dos charlas cada día, sobre teología moral por la mañana, y a la tarde «sobre las virtudes, cualidades y funciones» necesarias para los sacerdotes. Las diez charlas sobre teología moral eran: 1.- Censuras en general.- 2.-Censuras en particular.- 3 y 4.- El sacramento de la Penitencia.- 5.-Pecado.- 6.- Primero, segundo y tercer mandamientos.- 7.- Los otros mandamientos.- 8.- Sacramentos en general, confirmación y eucaristía como sacramento.- 9.- Eucaristía como sacrificio, extermaunción y matrimonio.- 10.- El credo de los apóstoles. Las diez charlas de la tarde eran: 1.- La oración mental.- 2.- Vocación.- 3.- Espíritu sacerdotal.- 4.- órdenes en general.- 5.- Tonsura.- 6.-órdenes menores.- 7.- Subdiaconado.- 8.- Diaconado.- 9.- Sacerdocio.- 10.- Vida sacerdotal.
Todos los días, después de cada charla, se dividían en pequeños grupos de diez a quince participantes, distribuidos según su capacidad, para discutir, bajo la guía de uno de la comunidad de San Lázaro, lo que habían escuchado en la charla. Esto mismo hacían después de la media hora de oración mental de cada día. Practicaban diariamente sobre las ceremonias propias de cada una de las órdenes que iban a recibir. El oficio divino se rezaba en común. Se les axhortaba a hacer confesión general. Tenían siete horas y media de sueño cada noche, dos horas de recreación al día, una después de cada comida; y lectura espiritual, incluyendo la Escritura, durante las comidas (ABELLY, 1, 218-222).
En los archivos de la Congregación de la Misión, París, hay un esquema manuscrito, sin fecha, de una charla a los ordenandos, que Coste incluye en la edición de las Obras de san Vicente (X, 181s). Contiene los puntos siguientes: Los ordenandos deberían descubrir si tienen vocación por medio de la oración y la consulta, aceptar la vocación con pureza de intención y observar los requisitos canónicos, tener un deseo de beneficiarse del retiro, orando por ello todos los días, tomando notas de lo que se dice, observando fielmente el horario, haciendo confesión general. Cualquiera que fuera el encargado, deberían pedir permiso para ayudar sirviendo a la mesa o barriendo. En el momento de la recepción de las órdenes deberían ofrecerse a Dios «sin ninguna reserva o excepción». Después de la ordenación deberían dar gracias a Dios por ella y por el retiro, hacer una resolución de poner en práctica lo que habían oído, celebrar u oír misa todos los días, confesarse dos veces por semana con el mismo confesor, tener y guardar un orden del día, preparar la homilía o la instrucción de cada domingo, tener director espiritual, aceptar el trabajo asignado por el obispo, asistir a las conferencias para los sacerdotes.