El Sr. Jolly hace su retiro en Roma. –El Sr. Martin enviado a Génova. -Carta de san Vicente. –Asunto de Saint-Méen. –Carta de san Vicente. –Celo de san Vicente por las misiones extranjeras. –Carta con este motivo.
Al final de este año, 1645, el Sr. d’Horgny recibió en la casa a un joven ejercitante francés que venía a estudiar su vocación: este joven se entregó a estos ejercicios con tanto fervor y docilidad que obtuvo de Dios la gracia que le pedía hacía tanto tiempo, de iluminar su espíritu y de fortalecer su corazón. Reconoció en su retiro que Dios le quería en la Congregación de la Misión. Como no había entonces seminario interno en Roma, se resolvió que se presentara en París a san Vicente para ser admitido en el de San Lázaro.
Este joven se llamaba Edme Jolly y debía ser un día el cuarto Superior general de la Congregación.
Hemos dicho hace poco que el Sr. Martin, una vez ordenado sacerdote, había sido enviado a Génova. No obstante, antes de dejarle partir, el Sr d’Horgny, que conocía sus méritos, había tratado un asunto con san Vicente, gestión que no había salido a flote; ya que, al comienzo del año 1546, san Vicente escribía al Sr. d’Horgny:
«He visto por vuestra última cómo finalmente habéis enviado al Sr. Martin a Gérnova. Me atrevería a deciros, Señor, en esta ocasión, que importa más de lo yo os pueda explicar que os entreguéis a Dios para ser exacto a todas las órdenes del general, sean las que sean, aunque choquen a vuestro sentido, y sea cual fuere el pretexto que tuvierais de mejor o de los inconvenientes que pudieran presentarse; ya que ninguno podría ser mayor que el de la desobediencia.
«Un capitán me decía uno de estos últimos días que aún cuando viera que su general mandara mal, y que pedería con seguridad la vida en la ejecución del mandato, y que pudiera hacer cambiar de parecer al general diciendo una palabra, que perdería el honor si lo hiciera, y que preferiría morir antes que hacerlo. Ved, Señor, qué confusión la nuestra en el cielo al ver esta perfección en la obediencia de la guerra, y ver la nuestra tan imperfecta en comparación.
«Os aseguro, Señor, que dos o tres superiores que se portaran así serían capaces de perder a la Compañía; y que si yo no conociera bien vuestro corazón, me vería obligado a hacer otra cosa. La seguridad que tengo de que sois mejor de lo que yo lo seré nunca y que preferís al Instituto antes que a mí hará que no os hable más, ni siquiera volveré a pensar en ello, etc. …»
La casa de Saint-Méen había sido para san Vicente una dificultad muy grave. Por respeto al obispo quedaba en esta casa, y a pesar de su horror por los procesos, debía ver a los suyos mezclados en un proceso interminable. Él comunicó su pensamiento al Sr. d’Horgny, a la vez que le pedía su parecer para obtener un decreto de unión que debía poner fin a la querella
«8 de noviembre de 1646.
«La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros.
«No he recibido carta de vos esta semana éste es el tema de la presente: El parlamento de Rennes se ha mostrado confuso por los decretos del consejo que dejan sin valor a los suyos, y exigen aplazamiento personal al procurador general y al comisario que ha ejecutado los decretos del parlamento contra nosotros, y ha dado por fin un decreto, en el que se dicen entre otras cosas que Mons. el obispo de Saint-Malo no podría establecernos en Saint-Méen sino por bulas del Papa, asentadas en los Estados de la provincia y verificadas en el parlamento de Rennes.
«El Señor Codoing que está actualmente en Saint-Méen en medio de la familia que existe allí, por un decreto del consejo ejecutado por un ujier del consejo de Estado, con la presencia de Mons. El obispo de Auguste, coadjutor de Mons. Saint-Malo, hermano del Sr. mariscal de Villeroy, gobernador del Rey, a ello se refiere este asunto. Se trata para estar en paz, de conseguir en Roma bulas de unión de la casa religiosa de Saint-Méen al seminario establecido por Mons. de Saint-Malo, cuya dirección perpetua se entrega a la Congregación de los sacerdotes de la Misión; esta es la historia, y luego las razones:
«Monseñor de Saint-Malo, viendo el miserable estado en que se encuentra la mayor parte de los eclesiásticos de su diócesis, obtuvo permiso del rey, conforme a las ordenanzas de nuestros reyes y del concilio de Trento, de unir la mansión de los religiosos al seminario de los eclesiásticos que había instituido en Saint-Méen, donde había doce eclesiásticos, y dado la dirección a los sacerdotes de la Misión. Las letras patentes del Rey han sido dirigidas y verificadas en el gran consejo y la unión hecha por monseñor de Saint-Malo. El parlamento, provocado por los religiosos reformados de San Benito se ha sentido burlado por lo que el señor de Saint-Malo había hecho dirigir las letras patentes al gran consejo. Los religioso han puesto en marcha todas las violencias que os he descrito, y por último, viendo que el consejo del Rey les era fuertemente contrario, han creído conveniente ponerse de algún modo a cubierto ; lo que han hallado es conveniente para darnos lugar a acomodarnos con los Padres, o de establecernos según el primer sentido. Y es lo que el señor primer presidente ha dicho al Mons. el obispo de Rennes que me lo ha escrito.
Aparte de la indisposición de Roma a las uniones, encontraréis oposición por parte de estos Padres, y alegarán que los concilios y los reyes de Francia, al ordenar que los obispos unirán beneficios a sus seminarios, no entienden que son beneficios que dependen de las órdenes, pero solamente de los que dependen de ellos.
«A lo cual se puede responder: 1º Que esta abadía depende de los obispos de Saint-Malo, y no de ninguna congregación ni de otros superiores sean quienes sean; 2º Que verisímilmente los obispos han dado a la abadía de Saint-Méen los diezmos que han tenido, en consideración de lo que hacían entonces los seminarios y hacían lo que hoy se trata de hacer. Pero esta última razón no será admisible, no la alegaréis, sino tan sólo que los religiosos de la abadía que se hallaban muy relajados habiendo consentido en ello y contentos con la posición que se les había facilitado, ninguno más puede tener interés.
«Os dirán que solamente el Papa y los obispos pueden suprimir una regularidad por alguna unión a un cuerpo.
«A lo cual se responde que es cierto, comúnmente hablando, pero que los concilios dan los poderes a los obispos que tendrían beneficios ordinarios y no limitando la extensión de los beneficios, es verosímil que el obispo ha podido hacer esta unión, en vista de que, como ya he dicho, esta abadía depende de su jurisdicción y se supone depender de él; y en cuanto a decir que es el bien de san Benito y que el general de los reformados tiene un derecho a reclamar para su comunidad, se responde que la bula de erección de su congregación declara que se establecerán en las abadías a las que los religiosos, el abad y el obispo del lugar los llamen. Pues bien, es seguro que los religiosos de la casa no quisieron ser reformados. El Abad, ni el obispo, que es Mons. de Saint-Malo, el cual es abad y superior de la casa no quiere consentirlo; se deduce que dicho general ni los religiosos reformados tienen derecho a oponerse a las bulas que pedís, ni a hacer lo que han hecho.
«Añadid a esto que una casa de religiosos no es un beneficio, que la curia de Roma no tiene interés en esta unión, porque, no siendo beneficio, el Papa no da nunca bulas para dichas casas.
«Estas son, Señor, más o menos las razones para esta unión; hay dos caminos para realizar este asunto, o bien hacer que Roma decida, si la unión hecho por Mons. de Saint-Malo es buena o no, y supuesto que no lo sea, que tenga a bien Su Santidad aprobarla y enmendar los defectos; o bien dar una bula que no haga mención de la que ya existe.
«Os suplico, Señor, que consultéis sobre este asunto y me enviéis lo antes posible lo que pensáis y, si se necesita, mandaremos escribir desde aquí a Su Santidad. . Los Srs. de Saint-Malo están muy resueltos a emplearse todo lo posible en este asunto, y para deciros la verdad, pienso que Nuestro Señor sería muy glorificado por ello, y que la Iglesia recibiría no pequeño servicio, a causa de los seminarios que se podrán establecer por este medio y no por otro.
La Asamblea del clero ha movido la cuestión de la importancia de los seminarios eclesiásticos, y tratado de los medios de hacerlos prosperar, y no los ha encontrado más provechosos que el de la unión de algunas abadías, en las que los religiosos se hallan relajados y no están dispuestos a llamar a los reformados, y donde los reformados no quieren establecerse, a causa de la pobreza de las mansiones de las que no quieren oír hablar.
«Esta es la memoria del nombre, sobrenombre y de la diócesis de este gentilhombre polaco que la Reina de Polonia nos ha dejado aquí y que se halla en el seminario de San Carlos o pequeño San Lázaro. Os ruego, Señor, que le procuréis una dimisoria AD OMNES ORDINES; tiene algunas disposiciones para entrar en la Compañía, y yo, Señor, de estar toda m vida en el amor de Nuestro Señor, etc…»
Una de las grandes preocupaciones de san Vicente, como se ve por la carta al Sr. d’Horgny, era el avance de las herejías y al mismo tiempo su celo por la propagación de la fe en los países infieles. Escuchemos:
«Os confieso que siento un gran afecto y devoción, así me parece, por la propagación de la iglesia en los países infieles, por el miedo que siento a que Dios la aniquile poco a poco en estas partes y que no quede nada o poco de aquí a cien años, a causa de nuestras costumbres depravadas y de estas opiniones nuevas que crecen más y más, y a causa del estado de las cosas. Ella ha perdido de hace cien años a esta parte, por nuevas herejías, la mayor parte del Imperio, y de los reinos de Suecia, de Dinamarca, de Noruega, de Escocia, y de Inglaterra, de Irlanda, de Boemia y de Hungría. De manera que queda Italia, Francia, España y Polonia, de las que esta última y Francia están muy mezcladas con herejías de otros países. Pues, estas pérdidas de la Iglesia desde hace diez años nos dan motivo de temer, por las miserias presentes, que en otros cien años perdamos del todo a la Iglesia en Europa, y a propósito de temer, estimo felices a los que puedan colaborar en la difusión de la Iglesia en otras partes, etc. …»
San Vicente envía luego al Sr. d’Horgny, en dos cartas demasiado importantes para no ser citadas, las pruebas evidentes de su celo por las misiones extranjeras.
«1º de marzo de 1647.
«Dios os concederá otros obreros cuando llegue el tiempo. La necesidad no os ha apremiado mucho hasta ahora, porque no habéis tenido ordenaciones y que tenéis pasablemente para las misiones, aunque no a pedir de boca. Hacemos aquí y en otras partes como podemos. ¿Sería acaso conveniente que tuviéramos hombres en abundancia, la cual los hace inútiles una parte del tiempo, mientras que a Dios le hacen falta en otros lugares donde nos llama? ¿San Ignacio no hizo cien fundaciones antes de su muerte, de dos o tres personas cada una? Esto no era sin muchos inconvenientes, ya que enviaba a novicios, y a veces se veía obligado a nombrarlos superiores; pero no era también sin fruto ni sin providencia.
«Si nos hemos comprometido con algunos, no ha sido, gracias a Dios, por ningún deseo de extendernos, su divina bondad lo sabe, sino tan sólo por corresponder a sus designios. No ha sido tampoco por elección nuestra, ni por nuestra solicitación, sino por la sola disposición de lo alto, lo que nuestra indiferencia nos ha dado lugar a experimentar y a reconocer. ¿Quién nos asegurará que Dios no nos llama ahora a Persia? no hay que adivinarlo por que nuestras casas no están llenas; pues las que más lo está, no producen las que más fruto. ¿No tenemos ocasión de creer más bien lo contrario? Incluso que Dios no abandona a Europa a merced de las herejías que combaten a la Iglesia desde hace un siglo, y que han hecho tan grandes estragos, que la han reducido a un puntito; y para colmo de desgracias, lo que queda parece disponerse a una división, por las opiniones nuevas que pululan a diario. ¿Qué sabemos, digo yo, si Dios no quiere transferir la misma Iglesia a los infieles, que conservan tal vez más inocencia en sus costumbres que la mayor parte de los cristianos que no acogen nada con menos entusiasmo que los santos misterios de nuestra religión? En cuanto a mí, yo sé que este sentimiento me da vueltas en la cabeza hace mucho tiempo. Pero aun cuando Dios no tuviera este designio, ¿no debemos contribuir a la extensión de la Iglesia. Sí, sin duda, así las cosas, ¿en quién reside el poder de enviar ad gentes? Es pues preciso que sea en el Papa o en los concilios, o en los obispos. Pero éstos no tienen jurisdicción más que en sus diócesis; concilios, no los hay en estos tiempos. Es pues necesario que sea en la persona del primero. Si pues tiene el derecho de enviarnos, nosotros tenemos también obligación de ir; de otra manera su poder sería inútil. Vos sabéis, Señor, cuánto hace que la sagrada Congregación ha puesto los ojos en nosotros; cuántas veces nos ha hecho solicitar; qué poco nos hemos apresurado para no mezclar nada humano en le resolución de esta santa empresa; mas como nos vemos de nuevo apremiados por cartas y por Mons. el Nuncio, no dudo de que llegue a llevarse a cabo. Había dispuesto para Babylone al Sr. Ferret, pero al quererle Mons. de París tenerle para Saint-Nicolas-du-Chardonnet, se me ha quejado de que yo quería quitárselo. Os he escrito, no sabiendo a quién dirigirme fuera de la Compañía. Había pensado en el Sr. Gilles, cosa que no ha parecido conveniente. He sondeado a otros entre estos Señores de nuestra conferencia; pero no los he encontrado ni bastante resueltos ni bastante aptos; me queda solamente ver al Sr. Brandon, si éste me falla, me veré obligado a volver a la Compañía para escoger a uno. Rogad a Dios por ello, por favor; cuando la elección quede determinada dentro o fuera, os lo comunicaré; entretanto, esperaré la memoria que el Sr. de Monthéron os ha prometido a propósito de este viaje.
«Soy, etc. …»
«2 de mayo de 1647.
«No busco más que la voluntad del Dios, como podéis pensar, en el asunto de Persia; os he escrito todos los detalles; he hecho todo lo posible por tener a algún externo para el obispado de Babylone que se nos ha ofrecido, y nadie quiere oír hablar o no lo puede por disposición de su persona, o por su condición, o por la situación de sus asuntos. Esta obra me parece muy importante para la gloria de Dios, él nos llama allí por el Papa que es el único que tiene poder de enviar ad gentes, y al que hay conciencia de no obedecer. Me siento apremiado interiormente a hacerlo, con el pensamiento de que en vano este poder, que Dios ha dado a su Iglesia de enviar a anunciar su Evangelio por toda la tierra, residiría en la persona de su cabeza, si relativamente sus súbditos no estuvieran obligados a ir donde él envía a trabajar en la extensión del imperio de Jesucristo. Además, puede ser que me engañe, temo mucho que Dios permita el aniquilamiento de la Iglesia en Europa, a causa de nuestras costumbres corrompidas, de tan diversas y extrañas opiniones que vemos alzarse por todas partes, y del escaso progreso que hacen los que se emplean en tratar de poner remedio a todos esos males. Las opiniones nuevas causan tales estragos que parece que la mitad del mundo está implicada, y es de temer que si se elevara algún partido en el reino, llagara a conseguir la protección de éste.
«¿Qué no debemos temer a la vista de todo esto, Señor, y qué ni debemos hacer para salvar a la esposa de Jesucristo de este naufragio? Si no podemos en todo esto hacerlo que hizo Noé para conservar al género humano en el diluvio universal, contribuiremos al menos con los medios de los que Dios se podrá servir para la conservación de su Iglesia, echando como la pobre viuda un denario en el cepillo. Y cuando me engañara como lo quiero esperar de la sabiduría de Dios que parece querer perder para salvar mejor, haremos un sacrificio a Dios como Abrahán, quien en lugar de a Isaac sacrificó un carnero, en la santa ignorancia del fin por el que parecía querer lo primero para tener lo último.
«Estos motivos y otros más, me han hecho resolverme a esta santa empresa y a pasar por encima de la consideración de los pocos obreros que somos y de la necesidad que tenemos aquí de aquel que destinamos para ese lugar, y lo que me determina en esta dificultad es la vista del sacrificio que Abrahán se disponía a hacer de su hijo, aunque no tuviera más que aquél, y supiera que Dios le había destinado para ser la fuente de la bendición de su pueblo.
«Yo he incluso pasado por encima el peligro que hay que este ejemplo dé motivo a lagunas personas de la Compañía para ambicionar las prelaturas, habiendo estimado que el distanciamiento del lugar de que se trata , los riesgos que se corren por ir allí y residir, la humildad apostólicas según la cual se podrá comportar quien es destinado para ello, que será como la de los obispos de Irlanda, quitarán el motivo de ambicionar estos empleos y muchos más inconvenientes.
«Se dirá tal vez que si el obispo no se comporta en ese país in magnis (a lo grande) , la corte del príncipe, los cristianos y los religiosos le despreciarán, y además no tendrá, con la amplitud que Su Santidad espera tal vez de él, autoridad para negociar con la requerida propiedad, la unión con el rey de Francia y aquél príncipe contra el enemigo común de los cristianos.
«A lo cual respondo que espero que suplirá la falta de este estado pomposo y brillante por la virtud y que los obispos americanos que se hallan en esos lugares y que no parecen tampoco que su patriarca que como los simples sacerdotes de este lado, no sentirán tanta aversión hacia nuestro obispo como si le vieran pomposo, bien porque Nuestro Señor y los santos apóstoles han renunciad y hecho renunciar a todos los cristianos a la pompa, como porque, casi naturalmente, los cristianos no se preocupan por la diferencia que existe de este estado pomposo al de Jesucristo humillado, y se escandalizan.
«En cuanto a decir si será el Sr. Lambert a quien le cae este empleo, es verdad que he pensado en él; pero no me he resuelto a ello, y aunque le haya hablado del plan en general y pedio su parecer, y que con frecuencia se ofrece a ir al extremo de la tierra, si le envían, no le he dicho nunca que tenga ningún pensamiento sobre él, ni él sabe nada todavía.
«En cuanto a lo temporal, este obispado tiene novecientos escudos de renta, y para que el antiguo obispo que los disfruta, y que no reside le pase la mitad a su sucesor, se le darán por otro lado mil trescientos o mil cuatrocientos francos en beneficio o en pensión vitalicia para resarcirle de esta mitad.
«Ésta es la situación del asunto. Yo suspenderé no obstante la resolución hasta que haya visto lo que queréis escribir sobre el asunto, con el fin de apoyar vuestras razones, si son mejores que las mías, etc…».
Traducción del P. Máximo Agustín