Cinco rostros de santa Luisa

Francisco Javier Fernández ChentoLuisa de MarillacLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Robert P. Maloney, C.M. · Año publicación original: 2002.
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Me sentiría muy embarazado si alguien llegara a descubrir lo que digo en confianza a mi director espiritual, sobre todo cuan­do le hablo de mis temores, mis ansiedades, mis debilidades. De hecho me parecería injusto que alguien llegara a conocer mis pen­samientos secretos.

Pero es esto precisa­mente lo que le ha sucedido a Luisa de Marillac. En gran parte la conocemos por su corresponden­cia con su director espiritual, Vicente de Paúl. Y esto nos pro­porciona un acceso muy importante a sus luchas interiores. Pero sospecho que también nos da una imagen distorsionada de Luisa. Cuando nos basamos demasiado en sus cartas a Vicente, llegamos con facilidad a pensar que era una mujer llena de ansiedades, y hasta podríamos describirla como una mujer de poca fe, como de hecho lo hizo Vicente en un momento de frustración en junio de 1642.1 Pero no era esa en modo alguno la manera como la veían las primeras Hijas de la Caridad. Al contrario, nos han dejado testimonio de que la «persona completa», Luisa de Marillac, era mucho más serena de lo que podríamos concluir de sus conver­saciones privadas con su director espiritual, y de que era mucho más firme en los asuntos diarios que lo que podían sugerir las dudas expresadas a Vicente. De hecho Luisa fue una mujer de variadas y notables facetas. En una conferencia que dio a las her­manas después de la muerte de Luisa, san Vicente revela la gran admiración que sentía hacia ella:

¡Qué hermoso cuadro, Dios mío, qué humildad, qué fe, qué pru­dencia, qué juicio tan recto, y qué preocupación tan constante por conformar sus acciones con las de Nuestro Señor! ¡Oh, hermanas mías!, ahora vosotras tenéis que conformar vuestras acciones con las suyas e imitarle en todo.2

En este capítulo voy a presentar cinco rostros de Luisa de Marillac.

I. Formadora

De este rostro de santa Luisa me impresionan dos aspectos.

En primer lugar, aunque el papel de Vicente de Paúl fue tan importante en la formación de las primeras hijas de la caridad, fue Luisa de Marillac quien las fue formando a lo largo de los días. Ella acompañaba a las hermanas en los detalles de la vida diaria desde que ingresaban en la comunidad hasta que eran enviadas a misión. Afirma Calvet en su elocuente biografía de santa Luisa: «Educar, formar, mantener el dinamismo de las pri­meras hermanas, ésa fue su función princi­pal, y el asegurar para hoy y para mañana la estabilidad de su Compañía.»3 Muchas de las primeras her­manas que le llegaban a Luisa estaban por lo general poco forma­das, y no sabían ni leer ni escribir. Venían de un sencillo mundo campesino a París, donde tenían que rela­cionarse con Damas de la Caridad bien cultivadas. El educarlas fue para Luisa sin duda todo un desafio.

Durante más de 25 años Luisa fue la roca sobre la que se edificó la formación de las hermanas. Las directivas que daba a las hermanas que vivían con ella, las reglas que fue sugiriendo a Vicente, y las instrucciones que escribió para las hermanas envia­das a misión son claras, detalladas, y con frecuencia muy expresi­vas. Cito a continuación unas pocas frases tomadas de una larga instrucción que escribió para las hermanas destinadas a Montreuil en 1647:

Nuestras hermanas Anne Hardemont y Marie Lullen van a Montreuil para descubrir qué es lo que la Divina Providencia quiere que hagan allí.

Lo primero y principal es que siempre tengan presente a Dios y su gloria. Luego deben pensar en el bienestar de las perso­nas con las que se relacionen para poder servirlas mejor según su capacidad y sus cualidades.

En tercer lugar, recordarán que ninguna acción entre ellas o hacia los externos debe causar daño a la Compañía de las Hijas de la Caridad, pues en el interés de la Compañía debemos buscar la honra de Dios.

En cuanto a la manera de comportarse con los enfermos, no tendrán nunca la actitud de quien hace simplemente un traba­jo. Deberán mostrarles afecto, sirviéndoles de corazón, preguntán­doles sobre sus necesidades, hablándoles con amabilidad y con espíritu de compasión, procurando ayudarles en lo que necesiten sin molestarles y sin agitación. Por encima de todo deberán preo­cuparse mucho por su salvación, y nunca dejarán a ningún pobre ni a ningún enfermo sin haberle dicho alguna buena palabra. 4

Como su trabajo como formadora de las hijas de la caridad es tan prominente, es fácil olvidar un segundo aspecto del rostro de Luisa de Marillac como formadora: ella misma estuvo muy dedica­da a la formación de jóvenes pobres. Para eso fundó las «petites écoles» (pequeñas escuelas) y confió a las primeras Hijas de la Caridad la instrucción de los niños pobres como una de sus activi­dades más importantes. Escribía en mayo de 1641 a Monsieur des Roches, chantre de Notre Dame de París:

Luisa de Marillac… suplica humildemente a Monsieur des Roches, Chantre de Notre-Dame de París, para informarle de que el ver a tan gran número de pobres en el barrio de Saint Denis le ha movido a ella a desear encargarse de instruirlos. Si estas pobres niñas siguen sumergidas en ignorancia, es de temer que sufrirán por ello un gran perjuicio y llegarán a no poder cooperar con la gracia de Dios por su salvación. Si usted aceptara por la gloria de Dios conceder a la que se lo solicita el permiso requeri­do en esos casos, permitiendo de ese modo que los pobres tengan la libertad de enviar gratis a sus niños a escuelas en las que no encontrarían oposición por parte de los ricos, que no quieren que los que enseñan a sus propios hijos sean libres para recibir y cui­dar de niños pobres, esas almas, redimidas por la sangre del Hijo de Dios, se sentirán obligadas a rezar por usted, señor, en el tiem­po y en la eternidad.5

Luisa se ocupó ella misma con frecuencia de instruir a niños. Insistía en que la enseñanza que se les diera fuera sencilla y prác­tica, y sobre todo que se les enseñara a leer y a escribir.

II. Contemplativa

El tercer día de sus ejercicios espirituales de 1657, dice Luisa escribien­do acerca de su oración: «Mi oración ha sido más de contemplación que de razo­namiento, con una fuerte atracción hacia la humani­dad santa de Nuestro Señor, y con el deseo de honrarle e imitarle lo más posible en la persona de los pobres y de mi prójimo.»6

Señalo dos aspectos destacables de la vida con­templativa de santa Luisa.

El primero: fue una mujer sumergida profundamente en Cristo crucificado, que además transmitió este aspecto como herencia a la Compañía de las Hijas de la Caridad. Desde 1643 en adelante Luisa termina siempre sus cartas con una referencia al amor del Señor crucificado:

«Soy, en el amor de Jesús crucificado, su humilde sierva…»7

Habla con mucha elocuencia del amor del Señor crucifica­do mientras agonizaba:

Al pie de esta Cruz, santa, sagrada y adorable quiero sacrifi­car todo lo que me podría impedir el amar con toda la pureza que esperas de mí, sin aspirar nunca a ninguna otra alegría que la de estar sometida a tu voluntad y a las leyes de tu puro amor.8

El sello de la Compañía expresa de una manera gráfica ese primer aspecto del rostro contemplativo de Luisa: «El amor de Cristo crucificado nos apremia» (2 Cor 5,14). Es interesante el notar que mientras el sello de la Congregación de la Misión ofrece a Cristo Evangelizador de los Pobres, el sello de la Compañía de las Hijas de la Caridad nos ofrece el amor del Señor sacrificado y crucificado. Este símbolo expresa de manera muy elocuente la vocación de las Hijas de la Caridad.

Un segundo as­pecto del rostro contem­plativo de Luisa de Marillac es su modo de centrarse en el Espíritu. De hecho su espirituali­dad es en este aspecto mucho más explícita que la de san Vicente. Sus escritos destacan de manera llamativa la rela­ción con el Espíritu Santo. Su experiencia de Pentecostés en 1623 supuso un cambio de rumbo en su vida, y es un aspecto de la herencia espiritual que ha dejado a la Compañía:

En la fiesta de Pentecostés, oyendo la santa misa o cuando estaba orando en la iglesia, mi mente si vio al instante libre de toda duda.

Se me aseguró… que llegaría un día en que estaría en situación de hacer los votos de pobreza, castidad y obediencia, y que sería parte de una pequeña comunidad en la que otras harían lo mismo. Entendí entonces que estaría en un lugar en el que podría ayudar a mi prójimo, pero no entendí cómo sería esto, pues había muchas idas y venidas.

También se me dijo que me mantuviera en paz en relación a mi director, y que Dios me daría uno, y pareció que me lo mos­traba.9

En los comienzos de su relación, san Vicente le escribió en dos ocasiones: «El Reino de Dios es paz en el Espíritu Santo. Él reinará en usted si su corazón está en paz.».10 Y más adelante: «El Espíritu del Señor será su guía y su regla.»11 Luisa aceptó todo eso con toda seriedad.

La visión espiritual de. Luisa se centra de tal manera en el Espíritu Santo que Calvet, aunque manifiesta explícitamente su poca simpatía por los términos teológicos grandilocuentes, escribe: «Para caracterizar la espiritualidad de Luisa de Marillac me arries­garía a usar la expresión `pneumocentrismo’. Es una mujer entre­gada del todo, al Espíritu. Es una mística del Espíritu. Sólo citaré para el lector estas palabras: ‘El Espíritu nos llena con el amor puro de Dios, el Espíritu nos hace dóciles a Dios y nos coloca en un esta­do en que se vive la vida divina.'»12

III. Organizadora

Sugiero al lector dos aspectos de este rostro de Luisa de Marillac: 1) mujer muy cuidadosa de los detalles, y 2) redactora de reglas.

Primero, mujer cuidadosa de los detalles. Vicente y Luisa mantuvieron una admirable relación de cooperación. Discrepaban a veces incluso en temas importantes, como por ejemplo cuando ella insistía en el papel que debían jugar los sucesores de Vicente en el gobierno de las Hijas de la Caridad, y Luisa con frecuen­cia atrajo a Vicente a su propio punto de vista. Era una mujer tenaz. Tenía un gran sentido de lo concreto, una gran capaci­dad para el detalle. Tuvo que dar con frecuencia instrucciones a las hermanas o servir de intermediaria en las discrepancias que se daban entre ellas. Y así les escribe sobre temas tan dife­rentes como la participación en la eucaristía, la preparación del potaje para los pobres, el tener al día los libros de cuentas, el tratar a los pobres con amabilidad, así como sobre temas de instrucción religiosa. Envía a san Vicente notas breves sobre cómo debe éste cuidar mejor de su salud, sugiere medicinas y muchos remedios prácticos para que recupere sus fuerzas en su edad avanzada. A veces sus instrucciones detalladas son muy conmovedoras pues manifiestan su amor profundo y práctico.

En segundo lugar, redactora de reglas. En la espiritua­lidad contemporánea las reglas ocupan un lugar mucho más modesto que el que ocupaban en tiempo de Vicente y Luisa. Pero es im-portante advertir que lo mismo Luisa que Vicente estaban to­talmente convenci­dos de que las reglas que redactaban (hoy las conoceríamos co­mo constituciones) eran fundamentales tanto para la funda­ción como para el futuro de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Yo tengo la misma convicción. Aunque Luisa y Vicente sabían muy bien que el Espíritu es más importante que la regla (aspecto que es el que des­taca hoy nuestra sensibilidad espiritual), ellos previeron que las constituciones (lo que ellos denominaban reglas) transmitirían a las generaciones futuras las verdades esenciales sobre las que deberí­an basar sus vidas. De una manera análoga a como las Escrituras comunican la revelación del Señor, o como un credo expresa la fe de la comunidad cristiana, las Reglas que compusieron ellos trans­miten el corazón mismo del carisma, el espíritu, la misión, la vida de comunidad, la espiritualidad de la Compañía.

Luisa, igual que Vicente, redactó reglas no sólo para las hermanas, sino también para otros grupos. Se pueden encontrar varias de ellas en el índice de los Escritos Espirituales. 13 Pero para nosotros es más importante su cooperación con Vicente en la redacción de la regla de las Hijas de la Caridad. La versión defini­tiva se publicó después de la muerte de los dos fundadores, pero lo fundamental en ellas fue creación de ambos, y sigue siendo una parte vital del patrimonio de la Compañía.

IV. Una Mujer Completa

Luisa tuvo una vida muy variada. Fue esposa, madre, pin­tora, viuda, educadora, sierva de los pobres, fundadora, formadora, mujer con votos, y amiga cariñosa. Era una persona muy bien edu­cada, estudió francés y latín, escribía con una gran claridad (y a veces con gran capacidad expresiva), y poseía un sentido sutil de la teología de su tiempo.

Procedía de una familia aristocrática por el lado de su padre. Sus tíos participaron en la vida política en los niveles más altos. Uno de ellos fue ejecutado en 1632, y el otro murió en prisión el mismo año por su oposición a la política del cardenal Richelieu. Luisa, sin embargo, tuvo la discreción y la flexibilidad necesarias para trabajar en colaboración estrecha con la duquesa de Aiguillon, la sobrina de Richelieu, y con la esposa del mariscal de Schomberg, que había puesto en prisión a Luis, tío de Luisa.

Su esposo Antonio la amó mucho, pero murió cuando solo llevaban casados doce años. Su hijo Miguel, aunque fue para ella una fuente de alegría, fue también la causa de muchas preocupacio­nes en el conjunto de su vida.

Era una mujer de cul­tura notable. Sabemos que además de haber leído la Biblia (algo muy poco común entre las mujeres de su tiem­po), leyó también La Imitación de Cristo, los libros de san Francisco de Sales (La introduc­ción a la vida devota y El tratado del amor de Dios), así como libros escritos por Berulle, Gerson, Lorenzo de Scupoli, y La guía de pecadores de fray Luis de Granada. Probablemente también leyó La Regla de Perfección, de Benito de Canfield, La Filosofia Santa, de Du Vair, y otros muchos libros espirituales populares en su tiempo.

Ella misma escribió un catecismo, para ayudar a las herma­nas en la enseñanza a niñas pobres. El texto de ese catecismo ha llegado hasta nosotros.14

En un documento muy notable (que podría haber sido escri­to en el siglo XXI) escribe Luisa: «Es del todo evidente en este siglo que la Divina Providencia ha querido servirse de mujeres para mostrar que ha sido su sola bondad la que ha querido ayudar a la gente afligida y proporcionarles ayudas poderosas para su salva­ción.»15

Estos son dos de los cuadros que pintó:

Este primero presenta una mujer joven, que representa a la propia Luisa, sentada junto a un río, en un paisaje encantador. Obsérvense las torres en el edificio que se ve al otro lado del río, los árboles y las flores. La joven acaba de escribir en un pergamino el nombre de Jesús (que al espectador se le presenta invertido). Luisa ha rodeado esta escena con las palabras: «C’est le nom de Celui que j’aime» (Es el nombre de aquel a quien amo).Este cuadro se encuentra en el despacho del Superior General en la Rue du Bac.

La segunda acuarela muestra al Buen Pastor rodeado por sus ovejas. Una de ellas se ha subido a sus rodillas y calma su sed en el costado de Jesús. Hay otras dos que parecen estar haciendo lo mismo a los pies de Jesús. Una cuarta parece estar intentando besar a Jesús.

Obsérvese el fondo lleno de detalles: las torres, una casa, la valla, el río, un muro, los árboles, las plantas…

V. Sirvienta de los Pobres: Humilde, Amable, Confiando siempre en la Providencia

Siempre me ha gustado mucho un pequeño pasaje en la vida de Luisa escrita por Calvet. Dice que para Luisa «en la Iglesia, el pobre es el primero. Es el príncipe, el dueño, pues es una espe­cie de encarnación de Cristo pobre. Debemos por eso servirle con respeto, sea cual sea su carácter, o sus defectos. Debemos amarle. La persona enferma es un miembro sufriente de Cristo, al que debemos tratar con toda reverencia. Tal vez se comporte como un niño que a veces, por desgracia, por razón de su estado físico, y con más frecuencia por su estado sicológico, se encuentra débil y exce­sivamente sensible, y se siente herido por el más mínimo gesto brusco, pero que también se calma con una pequeña sonrisa.»16

Una vez muerto su marido, el servicio de Cristo en los pobres se convirtió en el centro de la vida de Luisa. Los enfermos pobres eran el objeto principal de la Compañía que funda­ron ella y Vicente. Las pequeñas escuelas se dedicaron a niños po­bres. Los niños aban­donados, los condena­dos a galeras, las per­sonas pobres de edad avanzada fueron el centro del interés de las misiones a las que envió a las primeras hermanas, y en las que a veces trabajó ella misma. La contribución de Luisa a la Iglesia fue tan original y sus proyectos estuvieron tan bien organizados que el papa Juan XXIII la proclamó patrona de todos los que trabajan en obras sociales.

En las conferencias después de la muerte de Luisa Vicente y las hermanas reunidas hablaron con gran calor de sus virtudes: «Tenía un gran amor a los pobres, y sentía mucho placer en servir­les», dijo una de las hermanas.17 Otra añadió: «Padre, sentía tanta caridad hacia mí que a veces, cuando me veía preocupada, me trató con la mayor dulzura.»18 Otra añadió: «Padre, yo observé una gran humildad en la difunta señorita.»19

Varias hermanas mencionaron la humildad de Luisa, con qué facilidad reconocía sus faltas, su profundo sentido de depen­dencia de Dios. La humildad aparece muy claramente en los escri­tos de Luisa. En una carta sin fecha, escrita probablemente a una Dama de la Caridad que iba a comenzar unos ejercicios espiritua­les, Luisa le recomienda: «Tenga siempre, mi querida señora, una gran estima de la humildad y de la cordialidad amable. Cuando contemple la bondad de Dios en sus meditacio­nes, hable a Dios con gran sencillez y con una familiaridad inocente. No se preocupe de si experimenta o no algún consuelo. Dios sólo quiere nuestros corazo­nes.»20

Volvía una y otra vez al tema de la Providencia:

«Prometiendo abando­narme enteramente a los designios de la Divina Providencia y al cumplimiento de su voluntad en mí, me ofrezco como sacrificio y me entrego a Dios y al cumplimiento de su voluntad, a la que escojo como mi consuelo más alto.»21

Las hermanas advirtieron en Luisa otras muchas virtudes, especialmente su devoción a hacer la voluntad de Dios en todo, su espíritu de oración, su modestia, su prudencia en tomar decisiones, y su amor a la Virgen María. Hay en verdad otros muchos rostros en Luisa de Marillac, pero estos cinco serán suficientes por el momento.

Se me permitirá que deje las últimas palabras de este capí­tulo a san Vicente y a Santa Luisa. Vicente dijo a las hijas de la caridad un poco después de la muerte de Luisa, y un poco antes de la suya propia:

¿No debemos dirigir nuestra mirada hacia ella, ella que fue vuestra madre porque ella os ha engendrado? No os habéis hecho, hermanas, a vosotras mismas; es ella la que os ha hecho y os ha engendrado en Nuestro Señor.22

En cuanto a Luisa, esto es lo que dijo en su lecho de muer­te como último testamento espiritual a las hermanas que le rodea­ban:

Mis queridas hermanas, sigo pidiendo las bendiciones de Dios sobre vosotras, y le pido que os conceda la gracia de perse­verar en vuestra votación para que le sirváis como Él quiere ser servido.

Cuidad mucho el servicio de los pobres. Y ante todo, vivid juntas con una unión y una cordialidad grandes, amándoos unas a otras para imitar la unión y la vida de Nuestro Señor.

Rogad con insistencia a la Virgen Santísima que sea ella vuestra única Madre.23

  1. II, 219.
  2. IX, 1235-1236.
  3. Jean Calvet, Luisa de Marillac. Retrato (CEME, Salamancal, 1977) p.79.
  4. Santa Luisa de Marillac. Correspondencia y escritos, CEME, Salamanca, 1985, p,758 y ss.
  5. Ibid., p.59.
  6. Ibid., 810.
  7. Cf. ibid., 97 y ss., passim.
  8. Ibid., 821.
  9. Ibid., 667.
  10. I, 175.
  11. I, 181.
  12. Calvet, op. cit., p.138.
  13. Cfr., por ej., en Correspondencia y escritos, 671, 723, 740, 753, etc
  14. La Compañía de las Hijas de la Caridad en sus orígenes. Documentos (CEME, Salamanca, 2003), pp. 822 y ss.
  15. Correspondencia y escritos, p.776.
  16. Calvet, op. cit., 75.
  17. IX 1228.
  18. IX, 1226.
  19. IX, 1227.
  20. Correspondencia y escritos, p. 653.
  21. Ibid., p. 668.
  22. IX, 1232.
  23. Correspondencia y escritos, p.836.

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