En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, la santa y adorable Trinidad.
En el día de hoy, 13 de octubre de 1642.
El que suscribe, Vicente de Paúl, muy indigno superior general de la congregación de la Misión, en presencia de los padres Antonio Portail, Francisco du Coudray, Juan Bécu, Antonio Lucas, Juan Dehorgny, Lamberto aux Couteaux, Leonardo Boucher, Pedro du Chesne, Renato Alméras y Juan Bourdet, todos ellos sacerdotes de nuestra congregación, reunidos en la habitación en que solemos reunirnos, les he indicado a dichos padres cómo quiso Dios instituir esta pequeña y pobre Compañía hace unos dieciséis años y cómo su divina bondad nos ha hecho la gracia de que se vayan introduciendo en ella poco a poco las prácticas que se observan; que no nos queda más que introducir en ella la práctica de las reuniones o asambleas generales, tal como las suelen celebrar las santas comunidades de la iglesia de Dios, a imitación de sus concilios y de sus sínodos; que yo había pensado que nuestro Señor pide lo mismo de nosotros, aunque nuestra Compañía sea tan pequeña en número de personas y de casas; que con este fin convoqué a dichos padres Dehorgny, superior de nuestro colegio de Bons-Enfants, Juan Bécu superior de nuestra casa de Toul, Lamberto aux Couteaux, superior de nuestra casa de Richelieu, Juan Bourdet, superior de nuestra casa de Troyes, Pedro du Chesne, superior de nuestra casa de Crécy, en la diócesis de Meaux; que no se pudo convocar a los superiores de las casas de Nuestra Señora de la Rosa en la diócesis de Agen, de Luçon, de Annecy en la diócesis de Ginebra, ni al de nuestra casa de Saintes, bien por la distancia o porque hace poco que están fundadas, o porque algunos de sus superiores acababan de ser enviados a dichas casas y no era conveniente que las dejaran tan pronto, por lo que hemos nombrado y asignado en su lugar a los padres Portail, du Coudray, Lucas, Boucher y Alméras; les indicamos a todos ellos las razones por las que debemos tener asambleas generales de vez en cuando, basando dichas razones: 1º en la finalidad por la que se celebran, que es la elección del general, algún asunto de gran importancia e interés perpetuo, o que se refiera a la conservación de la congregación; 2º en la práctica de la iglesia, con los concilios y sínodos que empezaron los apóstoles, y como hacen las comunidades.
Les dijimos en qué consisten estas asambleas y que en las asambleas generales había que considerar seis cosas: 1º el fin por el que deben convocarse; 2º quiénes deben asistir a ellas y tener voz deliberativa en el presente; 3º quiénes habrán de hacerlo en el futuro; 4º el lugar; 5º el tiempo y 6º la manera.
En cuanto al fin, les dije que era para proceder a la elección del general o para tratar de los asuntos de gran importancia y perpetuos, etc; 2º que en el primer caso tiene que convocarla el vicario general que haya sido designado antes de la muerte del superior general difunto para que dirija a la Compañía hasta la elección del nuevo general, mientras que en el segundo caso tiene que convocarla solamente el general, 3º que actualmente sólo los superiores particulares son los que tienen entrada en dicha asamblea; y si Dios quiere que la Compañía se divida luego en provincias, entonces serán sólo los provinciales los que entren en dicha asamblea general junto con dos delegados de cada provincia; 4º que el tiempo para celebrar la asamblea general para la elección del superior general será a los tres meses del fallecimiento del anterior; 5º que el lugar será el que juzgue más cómodo el vicario general; y sobre la manera de elegir al general, se hará un escrito aparte; y 6º, para la asamblea en que se trate de los diversos asuntos, se hará de esta manera:
Que en el día señalado se reunirán los superiores y se dirá la misa del Espíritu Santo por esta intención; antes de comenzar la primera sesión se rezará el Veni Sancte Spiritus o el Veni Creator Spiritus; luego, el superior general o, si está enfermo, aquel a quien haya nombrado su vicario general para este caso, empezará exponiendo el motivo por el que ha convocado a la Compañía; 2º las razones que ha tenido para ello; 3º los medios que habrá que emplear para conocer la voluntad de Dios sobre el tema propuesto; exhortará a la Compañía a poner en práctica estos medios; luego hará colocar las cosas propuestas, que habrá mandado poner por escrito, en el lugar de reuniones, donde todos puedan leerlas; y en la segunda sesión empezará a recibir los votos y le dará a cada uno la ocasión de razonar sobre el tema propuesto, continuando las sesiones hasta que todos hayan expuesto su parecer. 4º Si todos son de la misma opinión, mandará escribir la resolución en el libro destinado para ello y lo hará leer en la asamblea; pero si las opiniones son diversas, en ese caso la asamblea elegirá a cuatro personas que resuelvan el asunto por mayoría de votos con el superior general; y la Compañía estará obligada a aceptar lo que ellos decidan, tal como lo habrá prometido antes de la elección que haya hecho de esas cuatro personas.
Les dije además que para proceder en este acto con la bendición de Dios, había que rezarle mucho y proceder con mucha humildad; que nadie debía proponer ningún asunto para deliberar; que era preciso que fuera el superior general el que propusiera todos los asuntos y además que no tenían que hablar fuera de la asamblea con nadie, ni siquiera con los demás participantes, sobre las cosas que se tratasen en la asamblea ni de ningún otro asunto que se refiriese al gobierno de la Compañía, con ningún pretexto de ninguna clase.
Entonces, habiéndole preguntado a cada uno de los asistentes su opinión sobre lo que les acababa de proponer, respondieron todos, uno tras otro, que veían bien la propuesta que les había hecho y que se atendrían a ella.
Aquel mismo día, a las cuatro de la tarde, una vez reunida la Compañía, les dije que lo primero que teníamos que tratar era sobre las reglas de la Compañía, y les dije que en aquella charla les diría tres cosas: 1º Los motivos que tenemos para entregarnos a Dios a fin de considerar, examinar y decidir sobre las reglas que necesitaba la Compañía para lograr sus fines; el primero de los cuales está sacado de las mismas reglas, donde se dice que han sido dictadas para unir espíritus diferentes y de hombres de diversas naciones; el segundo es la duración de las reglas, que habría de ser para siglos enteros. 2º Les presenté el proyecto de las reglas y se lo fui señalando. 3º Les dije algunos medios para obtener de Dios la gracia de conocer su voluntad sobre las reglas proyectadas, que eran: primero, considerarlas con la vista puesta en Dios y en la finalidad de la Compañía, para que se viera si aquello era un medio para lograrlo; segundo, deshacerse de todo afecto, inclinación o aversión particular. Y les distribuí el proyecto, para que cada uno lo leyera, observase lo que había que corregir, añadir, disminuir e incluso quitar por completo; y que después de aquello se examinarían esas observaciones; todos los de la Compañía estuvieron conformes en hacerlo así.
El día siguiente, 14 de aquel mismo mes, se reunió la Compañía desde las 7 de la mañana hasta las 9, trabajando en la misma habitación en la lectura de las reglas. Y así volvió a hacerlo luego, desde las 5 a las 6 de la tarde de aquel mismo día.
El día siguiente, 15 del mismo mes, continuó la Compañía la lectura y las observaciones sobre las reglas, a la misma hora que el día anterior, por la mañana y por la tarde.
El día siguiente, 16 del mismo mes, continuó la Compañía la lectura y las observaciones sobre las reglas, desde las 7 hasta las 10 de la mañana.
Por la tarde, de 4 a 6, se continuó con la misma tarea.
El siguiente, 17 del mismo mes, se reunió la Compañía a los 8 de la mañana; viendo que el gran número de observaciones que se habían hecho sobre las reglas no podrían examinarse en poco tiempo y que esto haría mucho daño a las casas particulares de las que estaban ausentes los superiores, se propuso si no sería más conveniente dejarlo todo en manos de dos o tres personas de la Compañía, que lo examinarían todo con el superior general; todos respondieron que les parecía bien esta propuesta y la Compañía nombró a los padres Portail, Dehorgny, du Coudray y Lamberto, mientras estén en San Lázaro, y en caso de que salgan que sustituyese el padre Alméras al que saliera.
2. La Compañía se dedicó a considerar y examinar más detalladamente las reglas del superior general, sobre las cuales se plantearon varias cuestiones que quedaron sin resolver.
Aquel mismo día por la tarde, de 4 a 6, después de haberse propuesto varias cuestiones a propósito del tema de las reglas del superior general, le pareció bien a la Compañía seguir con los términos de la regla, especialmente en lo que se refiere a la autoridad que dicho superior general tendrá sobre la Compañía, pero añadiendo que no podría pedir préstamos de cierta cuantía más que para el bien de la Congregación y después de haber pedido el parecer de sus asistentes.
Al día siguiente, 18 de dicho mes, desde las ocho hasta las diez de la mañana se discutieron y decidieron dos cuestiones.
La primera, saber si en los casos mencionados por las reglas del superior general podría la Compañía deponer y despedir al general, tal como señala la regla. La respuesta que dio la Compañía fue, sin contradicción alguna, que eso sería lo mejor para el bien de la Compañía y para el del mismo superior general.
La segunda, saber si sería conveniente desde ahora hacer cierta división de nuestras casas en provincias. La resolución fue afirmativa, con la salvedad de que, teniendo en cuenta la escasez de personal en que ahora se ve la Compañía, el superior general nombraría para atender a las provincias a un visitador, por tres años poco más o menos, según lo juzgue oportuno, y que podrá tomar un superior de una casa particular o alguna otra persona, y también que como están lejos nuestras casas de Roma y de Annecy, podrán comunicar sus votos por carta, de la forma que se les indique.
El día siguiente, 19 de dicho mes, en la apertura de la asamblea, el padre Portail pidió perdón a la Compañía porque creía haber faltado al respeto y a la sumisión que requiere la asamblea al interrumpir a uno mientras hablaba.
A continuación, primero se acabaron de leer y concluyeron las reglas del superior general. Segundo, se expuso el capítulo de la elección de dicho superior general. Sobre ello se resolvió:
1º Que el superior general, apenas elegido, hiciera los ejercicios espirituales, al final de los cuales, después de haber celebrado la santa misa en presencia de Dios, escribiría en dos papeles aparte: en uno, el nombre de la persona a la que creía capaz de servir a la Compañía como vicario general después de su muerte hasta elegir un nuevo superior general; y en el otro, los nombres de los dos que proponía a la Compañía, como indica el capítulo de la elección; cerraría estas dos notas y metería cada una de ellas en un cofre con dos cerraduras diferentes, quedándose él con una llave y el primer asistente con otra. En el caso de que el nombrado para vicario general estuviera muerto o impedido por enfermedad o algún otro motivo, y no pudiera trabajar incesantemente tal como requiere su cargo, el asistente de la Compañía de más edad sería nombrado y reconocido como vicario general y tomaría el gobierno de toda la Compañía. Todo esto se decidió que se pusiera entre las reglas del superior general.
2º Que el vicario general, inmediatamente después de la muerte del difunto general, procuraría que se celebrase cuanto antes la congregación general, teniendo en cuenta la amplitud de la Compañía, pero sin que pudiera retrasarla por más de cinco meses, sea cual fuere la extensión de la Compañía.
El día siguiente, 20 del mismo mes, al principio de la asamblea se confirmaron las resoluciones tomadas en la sesión anterior y se determinó que el vicario general, además de la exhortación que según el capítulo de la elección tiene que hacer al comienzo de la congregación general, reunida para proceder a la elección del superior general, haría otra exhortación el día anterior a la elección del mismo, corta y patéticamente, para hacer ver la importancia de esta acción, en la cual trataría de recordar los medios para conservar o destruir la obra que Dios ha puesto en manos de la Compañía. En ello se cuidará mucho de demostrar cualquier clase de inclinación por alguno de la Compañía.
2. Se resolvió también que los particulares de la Compañía se obligarían con votos simples a no ambicionar ningún cargo en la Compañía ni beneficio alguno fuera de ella; a saber, en este último caso, que harían voto no sólo de no consentir en que los elijan, sino también de no aceptarlo, a no ser que les obligue a ello aquel que puede obligarles bajo pena de pecado; que estos votos no se harían al cabo de los dos años en el seminario, sino unos años más tarde, cuando lo juzgare conveniente el superior general de la Compañía.
El día siguiente, 22 del mismo mes, por la mañana, se propuso y leyó a la Compañía el capítulo de las congregaciones trienales, tanto las de las provincias, compuestas de sus superiores, como las que tienen que hacerse en la residencia del superior general, compuestas de procuradores de cada provincia; y se decidió unánimemente que se seguiría el orden que indica dicho capítulo.
Luego la Compañía resolvió dos cosas: la primera, que en adelante se haría una segunda probación; que esta probación se haría en San Lázaro, o en otra parte, donde el superior general lo indicase; que no se haría hasta 6 ó 7 años después del seminario, por espacio de un año, aunque el superior general tendría siempre la facultad de retrasarla algún año más o abreviar el año de esta probación, como lo juzgue conveniente para el bien de los individuos y las necesidades de la Compañía.
La segunda es que le pareció bien a la Compañía dividir ya las casas de las provincias y las ha dividido actualmente de esta forma: París y Crécy en una, Toul y Champagne en otra, Richelieu, Luçon, Saintes y Nuestra Señora de la Rosa en otra, y finalmente Annecy y Roma en otra.
Este mismo día, a las ocho de la tarde, la Compañía aprobó el capítulo de las congregaciones trienales. Decidió que, teniendo en cuenta la pequeñez de las provincias, por ahora el superior general podría enviar al visitador que creyera oportuno y disponer de los sujetos de cada provincia para mantenerlos o enviarlos a cualquier casa y provincia que crea que Dios les llama, ahora y para siempre. También aprobó que había que dejar al superior general que admitiese en nuestra casa a algunos externos, con tal que lo haga en raras ocasiones, por razones de mucha importancia.
Al final, el padre Vicente de Paúl, superior general de la congregación, después de haber indicado a la Compañía la poca capacidad que él creía tener para el gobierno de la misma, le suplicó con humildad y puesto de rodillas, con gran insistencia, que procediese a la elección de otro superior general. Le respondió a ello la Compañía que no podía elegir otro superior mientras viviera aquel que había elegido Dios por su bondad; a lo cual accedió el susodicho después de nuevas instancias, protestando que era el primer acto de obediencia que creía hacer a la Compañía, rogándole que le ayudase con sus oraciones. Así prometió hacerlo la Compañía, renovando además las promesas de obediencia que le había hecho.
También resolvió la Compañía que el superior general hiciera los ejercicios espirituales todos los años y que entonces, o cuando lo creyera conveniente, después de la confesión general y de la misa que celebrará a continuación, elegirá delante de Dios a dos personas de la Compañía que considerase las más indicadas para sucederle en el cargo, después que Dios hubiera dispuesto de él. Escribirá sus nombres en un papel cerrado, que guardará en un cofre con dos llaves diferentes, de las que él guardará una y el primer asistente la otra; dicho cofre será recogido después de su muerte por el más antiguo de la casa que no sea asistente, con la llave que tenía dicho superior general, y solamente se abrirá en presencia de los capitulares reunidos para la elección de dicho superior general, tras la elección del secretario y asistente elegidos en dicha asamblea; abrirá entonces el cofre y el papel el nuevo secretario en presencia de toda la Compañía, y leerá en voz alta los nombres que haya escritos en dicho papel, entregándolo, para que lo lean y reconozcan, a cada uno de los reunidos en dicha asamblea. Luego los capitulares verán a cuál de los dos elegir, a no ser que juzguen a otro más capaz, a quien podrán escoger excluyendo a los que había propuesto el superior; todo esto se hará por mayoría de votos, que serán recogidos por el vicario general, tal como se indica en el capítulo de la elección.
El día siguiente, 23 del mismo mes, reunida la Compañía, el superior general tuvo una pequeña y breve exhortación, en la que hizo ver: 1 la importancia de hacer una buena elección de dos asistentes, ya que serán los dos ángeles de la guarda del superior general y aquellos en los que descansa la Compañía para todo lo que se refiere al superior y a la misma Compañía; 2 las cualidades requeridas para este cargo, que son celo, discreción, prudencia, que sean personas de letras y que brillen en ellos todos los dones divinos.
Y 3º propuso que se nombrara un secretario y algunos asistentes para hacer esta elección. La Compañía resolvió entonces que, por ser la primera vez, se procediera sencillamente escribiendo cada uno en una nota el nombre de la persona votada, y que leyera esas notas el superior general con los dos que estuvieran a su lado; así se hizo en presencia de todos; y fueron elegidos el padre Portail como primer asistente y monitor del superior general, y el padre Dehorgny como segundo asistente; ambos prometieron a continuación bajo juramento avisar a la Compañía del mal comportamiento del general, en el caso de que se vieran obligados a ello.
Se resolvió además que, en el caso de que el dicho superior general se viera obligado por la necesidad de los asuntos de la Compañía naciente a enviar a uno de dichos asistentes, o a los dos, para algún asunto de importancia, o para ser superior en algún lugar apartado, en ese caso se pusiera a otros en su lugar y se le comunicase a las provincias, para que si los visitadores aceptan la elección que se ha hecho de estos, siga teniéndolos como asistentes; si no, recibirá a los que hayan tenido mayoría de votos por escrito, dejando a los otros.
En San Lázaro de París, el día 23 de octubre del año 1642.
VICENTE DEPAUL, PORTAIL, Du COUDRAY, LAMBERTO Aux COUTEAUX, A. LUCAS, JUAN BECU, JUAN DEHORGNY, BOUCHER, ALMERAS, BOURDET, Du CHESNE







