San Vicente de Paúl. Su vida, su tiempo; sus obras, su influencia. Libro 5, capítulo 2

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Abate Maynard, Canónigo de Poitiers · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1880.
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Capítulo II: San Vicente de Paúl y Saint-Cyran.

I. Comienzos de sus relaciones.

¿Dónde, cuándo y cómo se formaron estas relaciones? No se sabe bien. En el Oratorio, hacia 1625, y por intermedio de Bérulle, han dicho los jesuitas1; es posible y no importa gran cosa, se sabe la diligencia de Vicente en acoger a los buenos sacerdotes y en buscar a los que creía capaces de servir a la Iglesia. Pues bueno, al principio, Saint-Cyran había conseguido crearse una gran reputación de virtud y de ciencia. Muy pronto, sin embargo, y desde el tiempo de su mayor unión, Vicente, con su recto sentido y su práctica, encontró extraña la inactividad aparente de Saint-Cyran, su soledad fingida, y la manifestó su extrañeza al verlo así inútil. «No me parece, respondió el sectario, que servir a Dios en secreto, y adorar su verdad y su bondad en el silencio, sea una vida inútil.»2 Pronto saldrá de este silencio.

Por otro lado, se recuerdan los asedios múltiples que hacía Saint-Cyran alrededor de las comunidades religiosas, en particular de las comunidades sacerdotales. La Compañía de Vicente crecía de día en día y comenzaba a extenderse por todo el reino. ¡Qué provecho si se pudiera introducir en su seno, y hacer de los Misioneros otros tantos apóstoles que llevaran el Evangelio herético a las ciudades y a los campos, entre los pueblos y entre los sacerdotes! Saint-Cyran resolvió conseguirlo a todo precio, incluso al precio de su conciencia. Al decir de los jansenistas, habría prestado a Vicente y a su familia, a su Compañía y a sus amigos, incontables servicios. Es él quien habría apartado a Emmanuel de Gondi del consejo que le daban de cambiar la fundación de los Bons-Enfants y, por gratitud, le habrían ofrecido alojarse en el colegio, o incluso mandar construir para él una vivienda a su gusto. Como la bula de aprobación sufría dificultades en Roma, es también él quien, a ruegos de Vicente, habría traducido los reglamentos al latín, y habría dirigido cartas a algunos cardenales. Aunque el tratado entre el prior de San Lázaro y Vicente no le pareciera muy apostólico por parte del prior, él habría ayudado en él; y, en el proceso con los religiosos de Saint-Victor, habría forzado las repugnancias del primer presidente Le Jay y del abogado general Bignon, en un principio mal dispuestos a favor de los Misioneros. –Se sabe que los Bignon, casi todos educados en Port-Royal, fueron siempre favorables a la secta, y llenos de deferencia hacia sus jefes. –Gracias a la intervención de Saint Cyran, Bignon habría concluido contra el abogado de Saint-Victor, y arrastrado así al Parlamento. En su gozo agradecido, Vicente habría ido, al salir del palacio, a ver a Saint Cyran en su residencia del claustro Notre Dame y, poniéndose de rodillas delante de él, le habría hecho, al estilo de homenaje feudal un pequeño presente para demostrarle los derechos que tendría en adelante sobre San Lázaro3. Si se ha de creer a Saint-Cyran en sus respuestas al interrogatorio que sufrió más tarde en Vicennes, le costaba sin embargo mezclarse en una fundación cuya moda él condenaba, «deseando, dice él, que los asuntos espirituales…sean tratados espiritualmente y sin hacer concordatos que den lugar a procesos que aparten las bendiciones de Dios.» Interrogado cómo había podido entrar no obstante en un asunto así, contra el juicio de su conciencia, respondió que lo había hecho dispensatorio, como dice San Bernardo en caso semejante; y además dependiendo la conciencia del conocimiento, había querido creer que el señor Vicente tenía buenas intenciones apoyadas en buenas razones; y por fin había querido con ello testimoniar que no era tan riguroso ni tampoco tan acomodaticio como dicho señor Vicente había creído a veces.» ¡Está con el cielo de los acuerdos!

Estaba bien en el concordato, o más bien en el acta de unión de San Lázaro, otra de las cláusulas que repugnaban a Saint-Cyran: era la cláusula relativa a los ordenandos, que Vicente se comprometía a recibir. Pues bien, a Sant-Cyran no le gustaban los ejercicios de los ordenandos, que encontraba poco conformes a las costumbres de la primitiva Iglesia. Él tenía, ya lo sabemos, otros medios y otro método para preparar a las órdenes. No obstante, el fue más lejos, «sabiendo bien que el Sr. de París no consentía más que en esta condición.» Únicamente encontró extraño que Vicente añadiera esta obra a su primer proyecto. Quiso consintió en creer también, sin embargo, que había podido tener buenas razones para hacerlo, las cuales él, señor Saint-Cyran, respetaba, aunque las ignorara.»

Se ve a qué sacrificios estaba dispuesto Saint-Cyran a llegar para ganarse a Vicente. Le animaban a ello la deferencia y el afecto siempre crecientes que le testimoniaba el santo sacerdote, y también por los progreso que él creía hacer en su espíritu. Siempre proclive a preferir las ideas de los demás a las suyas, y sobre todo de aquellos que le parecían hablar en interés de la Iglesia, deslumbrado además por un vasto despliegue de ciencia, Vicente prestó oídos al reformador hábil y rigorista, que sólo le hablaba de la necesidad de llevar al clero y al cristianismo a la pureza de los primeros tiempos. Una vez que creyó haberle conquistado y haberse hecho dueño de esta alma sencilla y confiada, abandonó la zapa y desenmascaró poco a poco todas sus baterías. Día a día actuó con más apertura, midiendo sus ataques según los progresos que pensaba haber hecho. Sin embargo, la fe tan fácilmente despierta de Vicente ya se mantenía en guardia y, cuando Saint Cyran llegó a mayores, fue rechazado con menoscabo4.

II. Conversaciones. –El sectario.

Un día él llevó la conversación a un artículo del símbolo calvinista. «Eso creéis, Señor, interrumpió Vicente. –Sin duda, replicó Saint Cyran, Calvino no ha abrazado una causa tan mala; sólo que la ha defendido mal: Bene sensit, male locutus est.» Y él prosiguió su tesis. «Señor, vais demasiado de prisa, dijo todavía Vicente tratando de detenerle. Esta doctrina ha sido condenada. Qué, ¿acaso queréis que crea antes a un doctor particular como vos, expuesto a equivocarse, que a toda la Iglesia, que es la columna de la verdad? Ella me enseña una cosa, y vos sostenéis una que le es contraria. Oh, Señor, ¿cómo os atrevéis a preferir vuestro juicio a las mejores cabezas del mundo, y a tantos santos prelados reunidos en el concilio de Trento, que han decidido este punto? –¡El concilio de Trento! respondió Saint Cyran con desdén y cólera, no me habléis de este concilio del Papa y de los escolásticos, donde no había más que intrigas y cábalas.»

Concilio de escolásticos! Después de esto, Saint Cyran lo había dicho todo, tan profundo desprecio profesaba hacia la escolástica. Él ha escrito: «Un gran hombre de la orden de santo Domingo señala que Dios no ha santificado más que a dos doctores escolásticos en las dos órdenes de religión que había fundado para el bien de su Iglesia.»5 Así, para los escolásticos, ¡menos salvación en el cielo que en la tierra! Prohibición a Dios, de parte de Saint-Cyran y consocios, coronar sus virtudes, como a los cristianos seguir su doctrina!

Se imagina bien la impresión del humilde Vicente ante tanto orgullo; y, a esta distancia de dos siglos, se ve todavía el espanto de este hombre, tan respetuosamente sometido a las decisiones de la Iglesia, frente a una rebelión tan audazmente exhibida. Sin duda, su fe estaba iluminada, -él nos dará más de una prueba, -pero, ante todo, era, como toda fe verdadera, pura y sencilla, fundada en la palabra de Dios y de las decisiones de la Iglesia, y no en el propio espíritu ni en una especie de examen protestante. Decía: «Cuando más se dirigen los ojos hacia el sol y menos se le ve, igualmente cuando más se esfuerza uno en razonar sobre las verdades de nuestra religión, y menos se las conoce por la fe. Basta que la Iglesia nos las proponga, nosotros no podríamos dejar de creerlas de nos someternos a ellas. La Iglesia, en efecto, es el reino de Dios, el cual inspira a los que él ha propuesto para gobernarla las buenas conductas que tienen. Su santo Espíritu preside en los concilios y de él proceden las luces que se derraman por toda la tierra, que han alumbrado a los santos, ofuscado a los malos, resuelto las dudas, manifestado las verdades, descubierto los errores y mostrado las vías, por las que la Iglesia en general y cada fiel en particular puede caminar con seguridad..» Una fe semejante debía sentirse incómoda al contacto con el dogmatismo presuntuoso de Saint-Cyran. Por eso Vicente resolvió usar de más circunspección en su trato con él y, sin romperlo del todo, hacerlo cada vez más raro y reservado. Antes de romper del todo, quería tratar por su parte de ganarse al sectario.

Un día que había ido a visitarle, se le encontró en una habitación sumergido en una lectura. Para no interrumpirle, se mantuvo algunos instantes inmóvil y en silencio. Pronto Saint-Cyran, levantando la cabeza y volviéndose hacia él: «¿Veis, Señor Vicente, le dijo, lo que leo? Es la Santa Escritura. Dios me da una inteligencia perfecta y cantidad de hermosas luces para su explicación. Asimismo me atrevería a decir que la Santa Escritura es más luminosa en mi mente de lo que lo es en sí misma.» Aquel día, no era San Agustín quien reemplazaba al Papa y a la Iglesia, sino él, el señor abate de Saint-Cyran. Por lo demás, no fue la única confesión soberbia la que haya hecho se su iluminismo. Después de uno de sus sermones, dijo a Lancelot: «Buen, ¿habéis comprendido? –Sí, respondió el ingenuo joven, y me he sentido muy edificado. –Ya tenéis suficiente para toda vuestra vida. Ahora, id, si queréis a mitad de un desierto; sabéis suficientes verdades, si las practicáis bien para conduciros y para salvaros!»6 Esta vez un solo sermón de Saint-Cyran reemplazaba al Evangelio y a la Iglesia.

Otro día, Vicente, habiendo celebrado la misa en Notre Dame, pensó en hacer una nueva visita a Saint Cyran, que se alojaba aún cerca de allí, en el Claustro. Le encontró encerrado en su gabinete. Habiendo salido al punto el sectario con el rostro ardiendo «Apuesto, Señor, le dijo sonriendo el caritativo sacerdote, que acabáis de escribir algo de lo que Dios os ha dado en vuestra oración de esta mañana. –Es verdad, dijo el abate todo transformado; os confieso que Dios me ha dado, y me da grandes luces. Me ha hecho conocer que ya no hay Iglesia. –Nada de Iglesia, Señor! –No, no hay Iglesia ya. Dios me ha dado a conocer que no hace más de quinientos o seiscientos años que no hay Iglesia ya. Antes de eso, la Iglesia era como un gran río que tenía sus aguas claras; pero ahora lo que nos parece la Iglesia no es más que cieno. El lecho de este hermoso río es todavía el mismo, pero no son ya las mismas aguas. –Pero bueno! Señor, queréis más bien creer en vuestros sentimientos particulares que en la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, quien dijo que edificaría su Iglesia sobre la piedra y que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella? La Iglesia es su esposa y no la abandonará jamás. –Es cierto que Jesucristo edificó su Iglesia sobre la piedra; pero hay tiempo de edificar y tiempo de destruir. Ella era su esposa; pero ahora es una adúltera y un prostituta, por eso la ha repudiado, y quiere que sea sustituida por otra, que le sea fiel. –Creedme, Señor, se contentó con responder el santo contristado, desconfíe de su propio espíritu que os proporciona sentimientos muy distantes del respeto que se debe a la Iglesia. –Pero vos mismo, Señor, que habláis tan bien, replicó amargamente Saint-Cyran, ¿sabéis bien qué es la Iglesia? –La Iglesia, Señor, como nos enseña el catecismo que ella da a sus hijos, es la congregación de los fieles bajo la dirección de nuestro santo padre el Papa y de los pastores legítimos. –¡Bah, bah, eso es chino para vos! . –Pero es el lenguaje de la Iglesia misma. –Vos sois un ignorante: muy lejos de merecer estar a la cabeza de vuestra congregación, mereceríais ser expulsado, y me sorprende que os aguanten en ella. –Ay, Señor, a mí me sorprende más que a vos, porque soy más ignorante de lo que pensáis y, si me hicieran justicia, no dejarían de despedirme de San Lázaro.»7

Saint-Cyran no podía adoptar la definición de la Iglesia dada por Vicente, él que, para prescindir de Papa y de obispos, la ha definido así; «Qué es la Iglesia! es la compañía de los que sirven a Dios a la luz y en la profesión de la verdadera fe, y en la unión de la caridad.»8

Por lo demás, alto alemán(chino), ignorante, esan la última palabra de Saint-Cyran y de todos sus secuaces orgullosos a sus adversarios, y con ella les cerraban la boca y toda discusión. Pues notemos que los últimos detalles del hermoso encuentro referido hace un instante, nos han sido entregados no sólo por los historiadores de Vicente de Paúl, sino también por el hagiógrafo de Saint Cyran, por el bueno de Lancelot, quien lleva la admiración de su maestro hasta el colmo y la superstición; por Lancelot que llama a Saint-Cyran «el primer hombre de los últimos tiempos, más sabio que San Jerónimo,»que le coloca en el rango de los apóstoles, cuando dice: «Juzgará al mundo con Jesucristo el último día.»9 Es pues Lancelot quien refiere la última respuesta de Saint-Cyran a Vicente de Paúl; no, dijo él, que no reverenciara en efecto a la Iglesia compuesta de los pastores de lo cuales el Papa es el primero, y de los fieles que están sometidos a los pastores; -acabamos de ver algo; -pero, añade él, estaba afligido porque este gran director no conocía mejor el espíritu y la majestad de la esposa de Jesucristo, él que dirigía a muchos eclesiásticos, y que habría debido estar en situación de instruirlos sólidamente, después de alimentarse él mismo, no sólo de lo que San Agustín según San Pablo llama la leche de la infancia cristiana, sino de estos alimentos fuerte y dignos de los perfectos que se hallan en los santos Padres y en los cánones de los antiguos concilio.» Es eso, continúa Lancelot,. lo que Saint-Cyaran quería hacer entender a Vicente de Paúl, que, para juzgar bien del espíritu de la Iglesia y hasta de su verdadera doctrina sobre los puntos que están hoy oscurecidos y contestados, no basta ver lo que se practica comúnmente, o cuáles son las opiniones más recibidas en las escuelas modernas, sino que hay que, tanto como se pueda, remontarse a las fuentes más puras de la tradición más universal. Y Lancelot concluye: «Creo que fue con ocasión de esta persona cuando el Sr. de Saint-Cyran hizo sobre los grados de la humildad que nos comunicó, casi al momento, al Sr. le Maître y a mí. Hablaba en él de un peligro que hay en tener más reputación de la que se tiene en realidad, lo que hace alguna vez que una persona se halle comprometida en empleos que estén muy por encima de sus fuerzas.»10

De modo que Vicente estaba despreciado en buena compañía, en compañía de Bourdoise, del P. Bernatd, del P. de Condren, de D. Jouand, abad de Prières, a quien , a juicio de Saint-Cyran, le faltaban de veinte a veinticinco años para aprender qué es la penitencia,» que un niño necesita conocer para hacer la primera comunión; en compañía también de D. Grégoire Tarrisse, superior general de la congregación de Saint-Maur, de quien Saint-Cyran decía a Lancelot con admiración, al darle cuenta de un cierta conversación sobre la oración: «Eso es algo extraño; sin embargo debe ser uno de los más esclarecido entre ellos, puesto que le han elegido para ser su general. Me sorprende cómo el verdadero espíritu de oración puede ser hoy tan desconocido incluso entre los más espirituales, pero ya reconoceréis lo que sucede después.»11

Fue Vicente sin embargo quien tuvo el privilegio, si no el monopolio, de las injurias de Saint-Cyran y del partido. El 15 de marzo de 1655, la madre Angélica escribirá: «El Sr. Vicente desacredita a Port-Royal más dulcemente a la verdad que los jesuitas; pero, con un celo sin ciencia, desea tanto su ruina como los demás con una malicia descarada.» Dom Gerbernon, en su Historia del jansenismo, sólo habla del celo testarudo de Vicente, no le trata más que de devoto ignorante que, con un gran aire de piedad y de maneras devotas, sedujo a la Reina y a los obispos12. Y a mediados del siglo XVIII, el Avocat du Diable, tratando de llevar más allá estas groserías, dirá de él que, con su espíritu ciego, con su corazón endurecido, su criminal testarudez, él «quería atraer al error al abad de Saint-Cyran del que éste quería apartarle;» y que luego se hizo con el Papa Inocencio X «el instrumento de la política diabólica de los jesuitas.»13

No haremos a la memoria de San Vicente de Paúl, a su siglo que él admiró, a la Iglesia que le ha canonizado en parte por su celo ilustrado contra el error, la injuria de refutar estas innobles acusaciones. ¿Podemos imaginarnos a San Francisco de Sales, a los obispos y a los eclesiásticos no sólo a los más piadosos, sino a los más sabios del siglo, levantándose con indignación contra el ultraje hecho al hombre a quien ellos habían otorgado su admiración y su confianza? ¿Escuchamos al menos la gran voz de Bossuet, haciendo un eco contradictorio a estos insultos o mejor estallando como un trueno, que los cubre y los ahoga, para no dejar ya resonar más que la aplicación a Vicente de las hermosas palabras de San Pedro: Si quis loquitur, tanquam sermones Dei?

De estas injurias, que registramos de paso como otros tantos elogios, se desprende por lo menos que Vicente actuó contra el jansenismo, si no con ciencia, al menos con un celo sincero y una convicción profunda; y también con una inclinación personal que no necesitaba de las ayudas de los jesuitas. Ya veremos en otro lado que la ciencia era igual al celo.

III. Relaciones interrumpidas. –Visitas de los cuatro puntos. –Famosa carta de Saint Cyran.

Pero al celo y a la ciencia unió hasta el final la caridad. Tras la última conversación ya referida, Vicente se había alejado del sectario presuntuoso y había roto casi por completo con él. sin embargo, habiendo oído hablar al P. de Condren, a un gran número de eclesiásticos eminentes y a varios sacerdotes suyos, de una nueva herejía cuya cabeza era SaintCyran, quiso intentarlo todo para retenerle él mismo al borde del peligro, y cerrar así el abismo a los que iban tal vez a precipitarse con él. En esta disposición, se enteró de que Saint Cyran estaba a punto de emprender un viaje a su abadía. Aprovechó esta ocasión y, con pretexto de hacerle una visita de adiós, se trasladó a su casa. Saint-Cyran se había alojado entonces enfrente de los Cartujos, cerca del Luxemburgo, para estar más cerca de su querido Port-Royal. Después de disponerle a recibir favorablemente sus consejos, Vicente le habló de la obligación que tenía de someterse a los juicios de la Iglesia y de respetar las decisiones del concilio de Trento. Luego, volviendo a las proposiciones anteriormente sostenidas, le mostró que eran contrarias a la doctrina de la Iglesia católica. «Estáis perdido, le dijo al terminar, si continuáis en este laberinto de errores. Además, os perderéis vos solo o, por lo menos, ni mi Compañía ni yo os vamos a seguir en esto.»

Encendido por su celo y por su caridad, el santo se fue animando poco a poco y, hacia el final de la charla, habló con tanta fuerza y solidez, que Saint-Cyran se quedó cortado y no encontró palabras para replicar.

Así es el relato de Abelly. Los jansenistas, está bien claro, han contado, según Saint-Cyran mismo, la conferencia de otro modo. Confiesan que premeditadamente u ocasionalmente, Vicente reprochó a Saint-Cyran en esta visita, que tuvo lugar hacia el mes de agosto de 1637 los cuatro puntos de doctrina sobre los cuales se había dejado sorprender él mismo por lo que Saint Cyran llama la triple cábala del abate de Prières, del obispo de Langres y de los padres jesuitas y del Oratorio. Solamente que ellos añaden que si el sabio abate le respondió poca cosa, fue no por incapacidad, como han querido hacer creer los jesuitas, sino por atención a un viejo amigo, que no creía bastante dispuesto en ese momento a escucharlos14. Saint-Cyran ha dicho además, en su interrogatorio, «que Vicente le había hecho estos reproches más para cubrirse del reproche que él mismo le había hecho por abandonarle en la persecución, que para acusarle de ningún error; que después de oír una primera respuesta, el mismo Vicente, quien no ponía en ello ninguna mala voluntad, se detuvo en seco, y habiendo visto a su interlocutor algo emocionado, le ofreció para calmarle y arreglarse con él, un caballo como regalo para su viaje.»

De qué lado está la verdad, ya lo veremos en seguida con toda claridad, Como quiera que sea, Saint Cyran partió para el Poitou y, uno o dos meses después, dirigía a Vicente una carta en el estilo más bárbaro y más oscuro, donde no brillan más que su despecho y su orgullo. En esta carta, insiste sobre los cuatro puntos de doctrina reprochados por Vicente de Paúl, sin designarlos más, y sostiene la pureza de su creencia, se lamenta amargamente por la persecución de la que se dice ser la inocente víctima, y más amargamente al ver entre sus perseguidores a quien ha prestado y querido prestar tantos servicios, aunque desaprobara y desaprueba todavía, muchas de las prácticas de su Instituto15.

Con fecha en París del 20 de noviembre de 1637, ha sido, según parece, escrita en Dissais en la casa de campo del obispo de Poitiers, y por una confusión lleva la fecha de París. Era toda del puño y letra de Saint-Cyaran y llenaba cuatro páginas y media. Saint-Cyran en un principio la había abreviado un minuto, luego la redactó en su forma actual, y como apremiaban el tiempo y el mensajero, ha dicho en su interrogatorio, se la envió a la madre Anne de Lage, superiora de la Visitación de Poitiers, para que se enterara, sacara una copia para uso del autor, y a continuación la pusiera en su dirección.

Vicente no dio respuesta a esta carta, continúan narrando los jansenistas. Pero apenas estuvo Saint-Cyran de regreso en París, vino a agradecerle su caridad, reconociendo que sus dificultades venían por culpa suya, y que, si hubiera tenido más luces, no habría sentido ningún recelo. En una palabra, quedó tan satisfecho, que se quedó a comer ese día en casa de Saint-Cyran, y siguió demostrándole en toda ocasión su afecto y su estima. Este relato apenas concuerda con las declaraciones de Saint-Cyran en su interrogatorio. Saint-Cyran dice expresamente que Vicente le dio las gracias por la carta como por la mayor señal de amistad, que él le agradeció también por no habérsela enseñado a nadie; -sin embargo Saint Cyran había hecho más que dársela a la madres Anne de Lage, -pero que no se habló en su conversación de los cuatro puntos reprochados.

De la comparación de estas dos versiones se deduce al menos que Vicente tuvo que tomar todas estas precauciones, de donde quiera que viniesen, ya que nada se discutió en la visita del adiós y nada se sometió a discusión en la del regreso.

IV. Saint Cyran en Vincennes. –Proceso e interrogatorio.

Inmediatamente después de esta última visita, el 14 de mayo de 1638, Saint-Cyran fue arrestado por orden del Rey, o más bien de Richelieu, y conducido al castillo de Vincennes. Se ha discutido largo y tendido sobre los motivos reales de este encarcelamiento. Richelieu habría admirado profundamente primero a Saint-Cyran, diciendo de él un día en el Louvre, delante de todos los señores de la corte, poniéndole la mano en el hombro: «Señores, aquí tienen al hombre más sabio de Europa;» después de lo cual le habría ofrecido varios obispados y se habría mostrado irritado por sus rechazos. Otros han hablado del divorcio proyectado del duque de Orléans y condenado por Saint-Cyran; del libro De la Virginidad, traducido de San Agustín por el oratoriano Seguenot, obra llena de peligrosos errores, en la que Saint-Cyran era acusado, en el informe del P. de Condren y por la confesión de Seguenot, de haber suministrado las notas sin saberlo siquiera el traductor, etc. ¿Con qué fin buscar tan lejos lo que se halla tan cerca, en el conocimiento de Richelieu y de Saint-Cyran? Se conoce a Richelieu y su absolutismo que no podía resistir que nada se elevara sobre la autoridad en la Iglesia ni en el Estado; se conoce a Saint-Cyran y su humor más despótico todavía y muco más impío: eran dos poderes rivales, de los cuales uno debí ceder ante el otro. Si quedara alguna duda, desaparecería ante estas palabras de Richelieu:» Él es Vasco, decía el cardenal del sectario, y tiene las entrañas calientes y ardorosas por temperamento; esta ardor excesivo le envía vapores a la cabeza de los que se forman imaginaciones melancólicas, que él confunde con reflexiones especulativas o con inspiraciones del Espíritu Santo.» Luego, cuando le hubo mandado a prisión, justificó de este modo su conducta. «Si hubieran encarcelado a Lutero y a Calvino cuando comenzaron a dogmatizar, habrían ahorrado a los Estados muchos engorros.» Por último, instado por el Sr. Príncipe a devolver la libertad al prisionero: «¿Es que no sabéis, respondió, que es más peligroso que seis ejércitos?»

Mientras Saint-Cyran estuvo entre rejas en Vincennes, se quiso requisar todos sus papeles para buscar pruebas contra él. Se ha dicho que con excepción de dos cartas, nada concluyente se halló, y que nada sin embargo había escapado a la policía de Richelieu. Existiría naturalmente todavía a pesar de todo la correspondencia con Jansenio de la que ya hemos dado algunas muestras. Pero es falso que los arqueros del cardenal se lo llevaran todo, aunque se hicieran, se dice, con el valor de treinta o cuarenta volúmenes in-folio para el canciller, que se admiraba de que un hombre pudiera escribir tanto. Además, Saint Cyran confiesa en su interrogatorio que había quemado muchos papeles y sobre todo cartas para no involucrar a nadie, dijo él, en su querella. Y también, el ingenuo y fiel Lancelot nos habla de los temores que el preso de Vincennes tenía por sus papeles. Tuvieron que decirle para calmarle su sobrino Barcos primero y luego d’Andilly, que los más comprometedores estaban a buen recaudo. Por último, añade Lancelot, los arqueros mismos se cansaron de la tarea: «Se cansaban de tanto recoger papeles o, por mejor decirlo, Dios mismo los cegaba, y se dejaron cosas de importancia16.

Sea como fuere, recogieron suficientes para hacer sospechosas las doctrinad de Saint Cyran y para justificar los relatos de los historiadores de Vicente de Paúl. El proceso de Saint-Cyran ha sido contado de diversas maneras por los jansenistas y por los jesuitas. Dieciséis testigos fueron interrogados, de los cuales casi todas las deposiciones fueron aplastantes. Limitémonos al interrogatorio, tal y como se refiere, no ya en los Progresos del jansenismo, del P. Pinthereau, sino en el Compendio jansenista de Utrecht.

Saint-Cyran fue interrogado en primer lugar por Laubardemont, a quien se negó a responder como juez laico, después por el doctor Lescot, confesor de Richelieu y más tarde obispo de Chartres, muy ignorante, según voz común de los jansenistas; piadoso y sabio personaje según la historia. El interrogatorio de Saint-Cyran por Lescot, que ocupó diez sesiones, del 14 al 31 de mayo de 1639, se desarrolla en gran parte entre dos cartas: la carta de Saint-Cyran a Vicente de Paúl, y una carta de Anne de Lage a Saint-Cyran.

Saint Cyran confiesa en primer lugar que desde el establecimiento de Vicente de Paúl en San Lázaro no se veían ya más que de paso, por la distancia, bien porque Vicente viniera todavía a cenar alguna vez a su casa; y que incluso no había gran comunicación ni familiaridad entre ellos desde hacía tres o cuatro años, por consiguiente, desde 1635 o 1636, tiempo en que tuvieron lugar las conversaciones analizadas. La verdad es que Vicente había roto con él por completo, y que no le vio más en los años que precedieron a la prisión, que una o dos veces para probar en él los últimos esfuerzos de su caridad. Eso fue lo que declaró de Montmorin, arzobispo de Vienne, en el proceso de canonización, y que lo sabía de varias personas dignas de fe, y por el abate Claude-Charles de Chandenier, quien lo sabía de la propia boca de Vicente.

Incluso antes, ¿habían sido las relaciones tan íntimas como lo han pretendido más tarde los jansenistas? No, por cierto, si hemos de hacer caso otra vez a Saint-Cyran, que reconoció que Vicente «no se había gobernado de ninguna manera por sus consejos, y que parecía que desde su establecimiento en San Lázaro, no había huido de pedirle no tanta falta de benevolencia, como quizás por miedo a que respondiéndole no diera consejos demasiado fuertes y desproporcionados con la intención de que dicho señor Vicente tenía de fundar y de dirigir suavemente as su Compañía; lo que le había hecho parecer más, después que unos malos ruidos se habían difundido contra este respondiendo, sin que a pesar de ello dicho señor Vicente hubiera querido romper con él, contentándose con verle de tarde en tarde.» Eso está más que claro para quien sabe ver.

Por otra parte, si Vicente hubiera seguido viviendo en buena armonía hasta su prisión con él e incluso más allá como se ha pretendido, ¿de dónde viene entonces que en su interrogatorio hable de él con tanta reserva y hasta con desdén? Interrogado sobre Vicente «si le tenía por hombre de bien, etc.,» respondió titubeando que le tenía por hombre prudente, pero que podía equivocarse «por falta de luz y de inteligencia en las cosas de la doctrina y de la ciencia, y no por falta de buena voluntad; » y por último dejó escapar la palabra que le costaba: «Que le tenía por hombre de bien.» Una cosa más, ¿por qué estas dudas? ¿Por qué esta reserva, estos desprecios? Cuáles son esas quejas que dice en otra parte que tiene que hacer contra Vicente? ¿Por qué Lescot, si creía a Vicente favorable al acusado, dirige obstinadamente sobre él todas estas preguntas? ¿No veía pues en él a un testigo de descargo que a Saint-Cyran un amigo cuyo testimonio pudiera invocar. Evidentemente sabían uno y otro que Vicente interrogado por Richelieu o por Lescot mismo, había respondido en el sentido de la acusación, y ellos querían uno fortalecer, el otro debilitar el valor de las deposiciones de un hombre tan universalmente estimado por su inteligencia y por su virtud.

Tras estos preliminares, entró Lescot en los cuatro puntos de los que se habla en la carta de Saint-Cyran, y le preguntó cuáles eran. Saint-Cyran respondió que creía acordarse de que uno de ellos era relativo a ciertos consejos dados a Vicente con respecto a su Compañía; un segundo era esta proposición: «Que la penitencia remitida al final de la vida y en la enfermedad no está asegurada;» y que en cuanto a las otras dos, se le habían olvidado. Vicente insistió sobre este olvido inverosímil, ya que después de todo, se trataba de puntos de doctrina bien precisos, muy meditados, llamados verdades católicas por Saint-Cyran y errores por Vicente de Paúl. ¿Es posible que un hombre como Vicente, prudente y discreto, habría ido a casa de Saint-Cyran a reprocharle una verdad tan incontestable como la escasa seguridad de una penitencia diferida hasta la muerte? Claro que los cuatro puntos no eran eso. ¿No se encontrarían más bien en los reproches del abad de Prières: Nada de Iglesia después de 600 años: -la iglesia presente no es más que una adultera; el concilio de Trento es un falso concilio; -la causa de Calvino era buena, etc.? Y no son estos mismos reproches los que Vicente habría ido a hacerle? «Parece que sí, respondió Saint Cyran, pero se trata de otra cosa! » Y además dice que Vicente le ha podido reprochar estas opiniones, «pero que eso no prueba otra cosa sino que este señor Vicente las ha tomado de los enemigos de dicho respondiente.» Todo se aclaraba poco a poco.

El interrogatorio se volvió más insistente a propósito de la carta de la madre Anne de Lage. Esta carta rondaba en gran parte sobre la absolución puramente declaratoria y por lo tanto inútil; sobre la insuficiencia de la atrición, incluso con el sacramento y sobre el retraso de la absolución hasta el cumplimiento de la penitencia17.

Para responder a las acusaciones que nacían de una carta tan clara, tan precisa, escrita por una mujer de virtud y de espíritu, tan evidente mente indoctrinada por su director y eco también de sus enseñanzas, Saint-Cyran se hizo un buen lío entre sutilezas y contradicciones miserables, después de lo cual repetía sin cesar que la religiosa, a quien a pesar de todo había considerado digna de sus más íntimas confidencias, había entendido mal las cosas. Y, para dar a eso algún color de verosimilitud, añadió «que le sucedía con frecuencia cuando hablaba a personas, y con las que no había ningún peligro de expresar sus pensamientos con palabras demasiado fuertes, de servirse de la figura que se llama catachrèse, es decir, abuso de palabras, que le era familiar, sin que por ello tuviera ningún plan de lesionar la verdad!» Esta terrible arma defensiva, una vez descubierta, no la dejó más, y a las acusaciones más fuertes de Lescot respondió ¡catachrèse! El bueno de Lancelot nos da en alguna parte el verdadero sentido de esta cathacrèse tan cómoda y por el uso ordinario que de ella hacía Saint-Cyran. Relatando una conversación de su maestro con Chavigny escribe que Saint-Cyran «no había querido responder a ciertas cosas de ciencia que el Sr. Lescot no le preguntaba más que por curiosidad, por la misma razón por la que Jesucristo no había querido hacer milagros ante Herodes;» después, el amante de cathacrèse añadía: «Nosotros nos vemos obligados a veces a engañar, por así decirlo, a los que hablamos, y nos comportamos igual que los médicos que disfrazan los remedios.»18 ¡Entendido!

Pero quedaba siempre la carta de la madre de Lage, que no era, sin duda alguna, de esas personas a las que uno se siente obligado a engañar; carta sin embargo tan conforme a las acusaciones del abate de Prières y de la triple cabala. Había que responder.. Aquí, el abate de Saint-Cyran, con un proceder inverso al de la cathacrèse, hizo medias confesiones que nosotros podremos, sin abusar de las palabras, cambiar contra él en declaraciones completas. Sobre el artículo de la absolución declaratoria, respondió que él no lo había dicho «más que históricamente y no afirmativamente como se dicen muchas cosas que no se quieren y no se oyen para ser recogidas.» Por lo demás, reconocía que esta opinión «le había llegado un poco al corazón como teniendo más relación con la práctica antigua

de la Iglesia; que bien entendida, y con la discreción necesaria, podía servir en alguna ocasión particular.» Así habló de la confesión hecha a un laico, de los pecados veniales, materia insuficiente de confesión, de la Iglesia más pura en oro tiempo que hoy: «Lo mismo que sucede que un río al fluir agarra alguna impureza, así la Iglesia en el transcurso del tiempo se mancha un poco, cuanto más se aleja de su fuente y se extiende por los siglos posteriores.» Son casi las expresiones ya citadas de una conversación con Vicente de Paúl y, aunque atenuadas, encierran todavía un error, pues verdaderas tal vez de las costumbres de los individuos, son falsas de la Iglesia, siempre igualmente pura en su doctrina, su jerarquía y su disciplina.

SC confesó también que no había diferido a menudo dar la absolución, y declaró no acordarse «de que algunas religiosas como la hermana Marie Angélique y otras se habían quedado a veces tres o cuatro meses sin recibir la absolución y sin comulgar.» Añadía, es verdad, que él n había obrado así más que a su petición, y que las había urgido a acercarse a los sacramentos. Nosotros lo queremos; pero ¿quién les inspiraba tales peticiones y tales prácticas? Lescot sacó buen partido de todo ello: «Hemos echado en cara a dicho señor de SC que tuviera que considerar la contradicción evidente de las respuestas que ha dado hasta el presente, y declararnos ingenua y abiertamente todos sus sentimientos, muchos de los cuales nos son ya muy conocidos y más claros que el día por sus mismas respuestas. «En efecto, ningún tribunal dudaría, después de semejantes declaraciones, en condenar aun hombre.

Además, la conducta de SC y del partido, la doctrina expresada en sus obras, demuestran que tendían a la abolición del uso de los sacramentos. Sentando como principio que la frecuentación de los sacramentos es más a menudo dañosa que útil, SC debía apartar de ellos a los fieles, sea por defensa expresa, sea exigiendo tales disposiciones que nunca se era digno de participar. Ocultando sus pensamientos con algunos correctivos, abolía la confesión para los pecados veniales, es decir para todas las personas piadosas que no tienen de ordinarios otras faltas que reprocharse ante Dios: «En cuanto a los pecados veniales, los que proceden de la debilidad, y en los que la voluntad tiene poca parte, se pueden perdonar por un mea culpa, etc. Los que nacen un poco más de la voluntad que de la debilidad, pero que no echan ninguna raíz en el alma porque son de paso, pueden borrase por el solo reconocimiento que se tiene de ellos, unido a alguna limosna o a alguna satisfacción, bien de alguna ligera abstinencia o de alguna oración, antes incluso de la confesión que se hace al sacerdote, que es muy útil cuando se hace como se debe, aunque no haya estado en uso en la Iglesia hasta muy tarde para borrar los pecados veniales.»19 Teniendo la contrición perfecta como absolutamente necesaria al sacramento, quería que se difiriera la absolución indefinidamente la absolución, por sincera que hubiese sido la confesión del penitente, fuese el que fuese el arrepentimiento de sus faltas, por dispuesto que estuviera a corregirse de ellas, hasta que, por una larga penitencia, diera muestras de que tenía esta contrición justificante por sí misma; de modo que la absolución que le era concedida entonces no le confería la gracia primera, pero no era más que la señal del perdón otorgado ya en el cielo, una mera declaración de su regreso a la justificación por sus actos personales. Así es por qué se lee en su interrogatorio que culpaba a las misiones de Vicente y de sus sacerdotes, y la facilidad con la que absolvían a los pecadores, contentándose, pretendía él, con una confesión sin exigir estas disposiciones interiores que él tenía como indispensables. –Se verá en el libro siguiente si Vicente y sus hijos no exigían, antes de absolver, una conversión sincera.

La misma doctrina sobre la comunión: «Para recibir el sacramento de la Eucaristía, hay que estar en estado de gracia, haber hecho penitencia por sus pecados, y no estar apegado a ninguna cosa ni por voluntad ni por negligencia, a ninguna cosa que pueda desagradar a Dios20. –Los que permanecen voluntariamente en las menores faltas e imperfecciones son indignos del sacramento de la Eucaristía21. –Esta alma nuevamente convertida se abstendrá por un tiempo de la Santa comunión…como de un alimento demasiado sólido y desproporcionado a su debilidad.»22 Y en otra parte, hablando de una persona sobre la que le habían consultado, se expresa así: «Yo había resuelto proponerle que se al tuviera separada de la Santa Eucaristía por algún tiempo…No hay mejor modo para curar un alma herida… Todos los cristianos que, desde los apóstoles han hecho penitencia por los menores pecados mortales…han seguido esta regla durante dos cientos años y han querido estar separados…de la Santa Eucaristía, reservándose la esperanza de volver a ella…después que se hayan purificado de sus pecados y de sus manchas por una plena y entera satisfacción23. –En caso de enfermedad, de incapacidad o de penitencia, la voluntad de comulgar no es menos agradable a Dios que el efecto; y en un penitente, según la doctrina constante de todos los Padres de la Iglesia, es más que el efecto durante el tiempo de su penitencia.»24 Traducción libre, pero exacta, de todos estos pasajes: «No comulguéis nunca, ya que sois y seréis siempre indignos.»

Y, en efecto, los penitentes y penitentas de SC recurrían lo menos posible a la confesión y a la comunión. La madre Agnès de Saint-Paul-Arnauld permitía a sus hermanas y a sus hijas pequeñas permanecer quince meses sin confesarse; no tenía para ella ningún sentimiento de contrición ni de humillación al verse privada de los sacramentos, y se habría pasado bien la vida así sin ningún problema.»25 La grande Angélique se pasó hasta cinco meses sin comulgar, y una vez incluso hasta el día de Pascua26.

Así era como SC llevaba a las prácticas de la primitiva Iglesia. Pues, primitiva Iglesia, hermosos días del cristianismo naciente, tal era el asunto constante de sus charlas a las religiosas de Port-Royal, de las que éstas se hacían eco dócil y ridículo. «Dicha Marie Angélique, escribía también el obispo de Langres, tomó tal gusto a los discursos del abate, y se imbuyó de tal forma del espíritu que no hablaba de otra cosa que de la primitiva iglesia, de los cánones, de las costumbres de los primeros cristiano, de los concilios, de los Padres, principalmente de San Agustín, que hablaba de ello hasta con las mujeres que venían a verla, las cuales se burlaban de ella como de una charla extraordinaria e inútil para ellas.

Veremos pronto las mismas teorías en un libro inspirado en SC, y escrito por el más célebre de sus discípulos. Pero ya la verdad de las conversaciones referidas por el primer historiador de San Vicente de Paúl queda plenamente demostrada. Además, como se ha insinuado varias veces, Vicente no es el único que haya oído y contado estos mismos discursos de SC. Sin hablar ya del abate de Prières ni del P. de Condren, se puede citar a Olier que los recuerda en sus cartas autógrafas. Y, en cuanto a la intención impía sobre el concilio de Trento, se halla referido indistintamente por jansenistas y ortodoxos. De Bellegarde, arzobispo de Sens, hizo una declaración de todo en su lecho de muerte27. Des Lions, poco sospechoso, asegura en sus periódicos (p. 270) que el oratoriano de Saint-Pé lo tenía de la propia boca del P. de Condren, que él mismo lo había recibido de la del abate de Foix , y que Amelote contaba este hecho como la razón por la que el P. de Condren había roto con SC. Él dice por último tener del P. Des Mares mismo que el P. de Condren, quince días antes de su muerte, le había exhortado a no juntarse a este abate, eo quod crederet coniclium Tridentinum non fuisse nisi coetum scholasticorum et politicorum. SC lo negó: ¿qué nos importa? Ya conocemos su teoría de la catachrèse y del engaño aplicada como remedio a ciertas almas. No hablaba de sus errores más que a solas con sus amigos, y se había acostumbrado a negar en público lo que había afirmado en sus conversaciones particulares28. El propio Des Lions atestigua esta extraña disposición de SC: «El Sr. de Foix –no olvidemos que es el futuro obispo de Pamiers- el Sr. de Foix me dijo que el abate de SC le aseguraba que no existía la gracia suficiente, añadiendo que si lo publicaba, negaría haberlo dicho.»29

V. Rol de Vicente en el proceso. –Deposición apócrifa.

¿Cuál fue el papel de Vicente en el proceso de SC? Si hemos de creer al abate de Barcos, sobrino de SC y tan sabio como él, decía modestamente el tío cuando se enteró de la detención del sectario, él vino a testimoniar su dolor a Barcos mismo. Le hizo todavía muchas visitas, en las que le repetía muchas veces: Date locum irae, exhortándole, exhortándole así a dejar pasar el tiempo de la violencia, y a esperar humildemente la asistencia de Dios.Cuando SC tuvo que ser interrogado, le hizo decir que no se contentara con responder de viva voz, y no dejar dictar sus repuestas por el comisario, sino dictarlas él mismo, por miedo a que le cambiaran los términos o se falseara el sentido contra él. Desde que SC tuvo permiso de ver a sus amigos en Vincennes, Vicente fue de los primeros en visitarle, lo que hizo también al ser puesto en libertad. Interrogado por Laubardemont por parte de Richelieu, dio testimonio de la inocencia de su amigo, previno las opiniones molestas que se hubieran podido derivar de algunas palabras suyas. Habiendo remitido, en efecto, a Laubardement el original de la carta incriminada, como se le pedía cuáles eran los cuatro puntos mencionados en ella, respondió primero que no se acordaba; luego, puesto en oración, dijo que uno de los puntos era que él había oído decir a SC que los hugonotes se habían defendido mal: un segundo, que había creído que el abate desaprobaba los votos porque éste no era del parecer que se los mandara hacer a su Compañía; el tercero, que no le había oído condenar la facilidad con la que se absolvía a los más grandes pecadores, de lo que había deducido que condenaba a la Iglesia y su dirección; en cuanto al cuarto, que insistía en no acodarse de nada; pero, sea el que fuese, que no era más grave que los precedentes, sobre los cuales el abate le había dado a continuación las explicaciones más satisfactorias. Fue interrogado por Richelieu mismo quien, incapaz de sacar nada de él, en perjuicio del piadoso abate, le demostró frialdad, se separó de él rascándose la cabeza, su gran gesto de disgusto y se vengó retrasando la construcción del establecimiento que había emprendido en Richelieu para los sacerdotes de la Misión30. Compareció también ante Lescot, pero sus respuestas fueron tan favorables a SC, que los jesuitas –de qué no son capaces los jesuitas y qué no han logrado!-que los jesuitas hicieron desaparecer su interrogatorio de los procesos verbales31.

Vicente de Paúl fue, en efecto, interrogado por Richelieu; y, haciendo violencia a su caridad por amor a la Iglesia, le reveló por primera vez las doctrinas y los proyectos del reformador; pero, como el P. de Codren., él se negó a responder al juez laico Laubardemont en materia eclesiástica. La prueba de ello está en esta carta de Cornuel, sacerdote de la Misión: «El Señor Vicente nos contó toda la historia de SC, las grandísimas relaciones que habían tenido juntos, las advertencias que le había hecho, los interrogatorios que sufrió por él por el mismo Señor cardenal de Richelieu, al rechazar a un juez laico a quien no había querido responder en estas materias.»

Lo sabemos también por el relato del P. Rapin, tan bien informado en este asunto. El P. Rapin cuenta en primer lugar que la duquesa de Aiguillón habiendo intervenido su tío a favor de SC encarcelado, Richelieu se propuso ver al P. de Condren y al Sr. Vicente, «a las dos mejores personas de bien del reino que se habían hecho los acusadores del abate de SC por principio de conciencia,» asegurándole «que se sentiría satisfecha tal vez por lo sabría de ellos»; cosa que tuvo lugar, en efecto; y el P. Rapin añade que el P de Condren y Vicente, «los dos principales acusadores de SC», se negaron a responder en las formas judiciales a Laubardemont, «cosa de la que el P. de Condren tuvo grandes escrúpulos al morir, temiendo que el éxito del proceso contra el acusado hubiera fallado por su silencio, a lo cual le había invitado el P. Vicente. Pero, continúa el P. Rapin, lo que ellos le habían dicho en secreto al cardenal de Richelieu había producido todo su efecto, y no tuvieron nada uno ni otro que reprocharse en este artículo; ya que fue principalmente por su testimonio por el que tomó la resolución de mandar detener al SC, no conociendo en el reino a dos más hombres de bien.»32

Vicente no compareció más delante Laubardemont que delante del doctor Lescot. Abelly, su primer historiador, y Collet después de él, lo niegan formalmente. En efecto, en los procesos verbales de Lescot, que contienen no obstante las deposiciones de quince o dieciséis testigos, no hay el menor rastro de su interrogatorio. Queda pues siempre el interrogatorio supuesto por Barcos ante Laubardemont. Pero esta deposición apenas estaría en armonía con las respuestas del interrogatorio de SC; estaría en desacuerdo más radical todavía con una pretendida deposición completa y auténtica ante Lescot, publicada por primera vez en 1730, por Colbert, obispo de Montpellier, uno de los cuatro obispos demandantes, en una discusión a favor de SC contra Belzunce, el santo obispo de Marsella33. Pieza extraña, salida no se sabe de dónde; sacada la luz por manos sospechosa; desconocida de todos, amigos y enemigos, durante cerca de un siglo; vista sólo por los jansenistas, conservada por ellos con un cuidado celoso y negada obstinadamente al examen de los ortodoxos34; pieza al fin cuya naturaleza y carácter es imposible definir. «confieso, decía un magistrado a Collet, que un documento como éste me es totalmente nuevo, y que hasta ahora no he visto nada parecido35.» ¿Es acaso un certificado? Entonces ¿por qué un juramento y dos fechas diferentes? ¿Es una deposición? ¿Cómo entonces está escrita por el demandante mismo y supone al juez ya presente, ya ausente? Ella no es ni una cosa ni la otra, se ha dicho recientemente, para conciliarlo todo; es una sencilla redacción de diversos interrogatorios hecha por Vicente para sí mismo, por miedo a un falso proceso verbal, y enviada tal vez a los jueces. Por la extrañeza de su forma y sus apariencias contradictorias.

VI. Veracidad de Abelly. Vicente depone contra SC a favor de su biógrafo.

Sea como fuere, esas no son las contradicciones más profundas que habría que hacer desaparecer, para que fuera creíble la autenticidad de esta pieza, sino las contradicciones entre esta pieza misma y lo que Vicente nos ha dicho ya de sus relaciones con SC. Para lograrlo, no hay otra elección que entre dos medios: o negar le veracidad del relato de Abelly, afirmar que Vicente, engañado primeramente por los enemigos de SC, volvió a su primera estima hacia el sectario por las explicaciones que recibió de él se, y le tuvo como uno de los más hombres de bien que hubiera visto jamás.

Pues bien, negar el relato de Abelly es cosas difícil. Barcos los ha intentado y se ha perdido en ello. Hemos citado varias veces su Défense Allí, el pretendido defensor de Vicente comienza por prodigarle el ultraje: «El Sr. Vicente, escribe, no sabía siquiera las cosas necesarias para la salvación cuando fue ordenado sacerdote.» Después insinúa que el santo no ha aportado a las órdenes una preparación, y que no entró en ellas más que por el sacrilegio. Además, trata de hacerle pasar por un vicioso y libertino, añadiendo la palabra énormes a lo que había dicho Abelly sobre la costumbre que tenía el humilde sacerdote de confesar públicamente los pecados más «dolorosos» de su vida. Como su tío, condena las obras del santo reformador del clero, por ejemplo, los ejercicios de los ordenandos, de los que dice: «Sólo es una invención nueva y despreciable; su origen es muy bajo y muy alejado del espíritu y de la conducta de la Iglesia ; no está fundado más que en un sueño, en una imaginación sobre el pensamiento de un hombre que sueña en una carroza36 Este sobrino de Aurelius, este campeón del episcopado, no trata mejor a los obispos. Trata su recurso a Roma, en el asunto de las cinco proposiciones de la acción más irregular y más insostenible del mundo. No han actuado más que por cábala, intriga, conspiración. «Han rebajado al episcopado y le han hecho despreciable, etc.»37

Ése es el hombre que acusaba a Abelly de haber inventado sus relatos y de haberlos compuesto sobre memorias mentirosas prestadas por los jesuitas. Pues los jesuitas deben haberlo hecho todo, no sólo las cartas de Vicente que se expondrán a continuación, y que Barcos encontraba que no eran de su estilo, sino sin duda también las bulas de los papas, los mandamientos episcopales, las declaraciones del Rey, las órdenes del consejo y de los parlamentos. Pero, respondió muy bien Abelly38, ¿cómo decir que en presencia de los hijos de Vicente se hayan supuesto tantas cosas de esta importancia? ¿Qué los jesuitas hayan proporcionado el compendio de sus discursos en las asambleas secretas de los suyos, que hayan fabricado sus cartas y sus respuestas, y todo ello sin quejas ni reclamaciones de ninguna parte; por el contrario con aplausos de los Lazaristas, que enviaron el libro a todas sus casas y regalaron a sus amigos?39 Además, Alméras, primer sucesor de Vicente, hombre de condición, de inteligencia y de una probidad, que escapa a toda sospecha, entregó este certificado al antiguo obispo de Rodez:

«Nosotros, etc., certificamos que las principales y más importantes memorias sobre las que el Señor Monseñor Abelly…ha compuesto, a petición nuestra la Vida del difunto S. V. de Paúl…, le han sido suministrados por aquellos de nuestra congregación a quienes nosotros habíamos encargado de recoger; que dicho señor obispo nos ha comunicado todos los cuadernos manuscritos de su obra, que luego ha sido impresa por nuestra diligencia el año de 1664; que las palabras del Sr. Vicente que en ella se publican están conformes con dichas memorias y que tenemos los originales de las cartas que van insertadas en ese mismo libro. En fe de lo cual, etc.»

No serviría de nada decir que Alméras no habla de todas las memorias, sino de las principales y más importantes. Entregado con ocasión del libro anónimo de Barcos, este certificado designa necesariamente las memorias relativas al jansenismo. Además, en él se habla de palabras y de cartas de Vicente, certificadas conformes a dichas memorias. ¿Cuáles? Evidentemente las que se citan en al c. xii del libro II de Abelly, tan atacado por Barcos. Abelly tenía razón de decir d su censor anónimo; «Que vaya a San Lázaro…le enseñarán los originales de estas cartas del señor Vicente, y le dirán que no las ha hecho sino movido por el celo que sentía por la gloria de Dios, no a impulso de los jesuitas (40). »

Sólo nos queda pues decir que Vicente reflexionó más tarde sobre las prevenciones sinceramente expresadas en los relatos de Abelly y que acabó por reconocer la pureza de las doctrinas de SC40. Pero aquí abundan los testimonios para probar que se confirmó cada vez más, al contrario, en su primer juicio sobre el orgulloso sectario, Se recuerdan la carta.de Cornuel y las deposiciones antes mencionadas del proceso de canonización. Que se escuche al propio Vicente en una carta de 1651 que no quería recurrir al Papa, so pretexto que los novadores no se someterían a su decisión: «Eso puede ser verdad, dijo, de algunos que han sido de la cábala de difunto Sr. de SC, quien no sólo no estaba dispuesto a someterse a las decisiones del Papa, sino que ni siquiera creía en los concilios, Lo sé, Monseñor, por haberlo practicado mucho.»

Hay mejores cosas todavía en dos largas cartas dirigidas a Roma, en 1648, al abate d’Horgny, que se inclinaba hacia las nuevas opiniones, cartas que nosotros invocaremos a menudo, tan decisivas son: ya que es un padre que escribe confidencialmente a un hijo en peligro, y le abre ingenuamente su memoria y su corazón, toda su alma. Estas cartas, cuyos autógrafos se guardaban todavía en San Lázaro desde el tiempo de Collet, a mediados del siglo pasado, y no se han extraviado hasta la Revolución, fueron publicadas en 1726 por el Journal de Trévoux durante el proceso de beatificación del Vicente de Paúl41.

Pues, en varios lugares, Vicente vuelve al asunto a cuenta de SC. «Se os puede excusar, escribe a d’Horgny, porque no conocéis el fondo de las máximas del autor de todas estas doctrinas, que era reducir la Iglesia a sus primeras costumbres, diciendo que la Iglesia ha dejado de existir desde aquellos tiempos. Dos de los corifeos de estas opiniones han dicho a la Madre de Sainte-Marie de París, a la que se les había hecho esperar que podrían atraer a sus opiniones, que hace quinientos años que no hay Iglesia; ella me lo ha dicho y escrito. SC se lo había dicho a él mismo, y le había manifestado el proyecto de aniquilar el estado presente de la Iglesia y devolverla a su primer estado. Me dijo un día, continúa Vicente, que el plan de dios era arruinar a la Iglesia presente, y que los que trabajaban en sostenerla lo hacían contra su designio, y al decirle que eran de ordinario esos los pretextos que alegaban los herejes, como Calvino, me replicó que Calvino no había obrado mal en todo lo que había emprendido, sino que se había defendido mal.»42 Y recorriendo las otras opiniones erróneas de SC:: «Apenas hay alguno, añade el santo, que haya sido mejor informado por el autor que yo.» Por ejemplo, la absolución diferida hasta el cumplimiento de la penitencia: «¿Acaso no he visto, dice, mandar practicar esto al Sr. SC? » o también, la ruina de los sacramentos, y sobre todo de la Eucaristía: es, dice también, «lo que ha pretendido el difunto Sr. SC para desacreditar a los jesuitas. El Sr. de Chavigny decía estos días pasados a un íntimo amigo, que este buen señor le había dicho que él y Jansenius habían emprendido su plan para desacreditar a esa Santa orden respecto de la doctrina y de la administración de los sacramentos; » y para que no se le acusara de hablar sobre vanos rumores, añadía: «Y yo le he oído mantener cantidad de discursos casi a diario, sobre esto.»

Aquí tenemos no sólo el fondo, sino el detalle de todas las conversaciones referidas por Abelly, de todas las acusaciones del abate de Prières y de las triple cábala, consignadas en el proceso. Allí no falta nada, ni siquiera la prueba de la duplicidad de SC, pues Vicente dice también: «He oído al difunto Sr. de SC que si hubiera dicho verdades en una habitación a personas que eran capaces de ellas, que pasando a otra donde se encontrarían otras que no lo eran, que les diría lo contrario; que Nuestro Señor obraba de esa manera y recomendaba que se hiciera lo mismo.»

¿Quiere decir esto que Vicente no haya cambiado respecto de SC? No, por cierto; él ha cambiado mucho; ha pasado con él de la confianza al terror, de la estima de la ciencia y de las costumbres al desprecio, no de la persona, sino de la doctrina y de la rebelión. Una vez llegado a ese punto, se ha mantenido constantemente en su convicción, su conciencia y su conducta secreta y privada, y no ha variado más que en su conducta exterior y pública, y si no denunció antes al sectario es porque ante todo por esa caridad que no piensa el mal, dice San Pablo, y luego por obedecer al precepto evangélico que nos recomienda tomar a nuestro hermano culpable entre nosotros y él sólo antes de denunciarlo a la Iglesia. Además, él no vio en un principio en las palabras de SC más que extravagancias de un particular y no el manifiesto de un jefe de secta. El proyecto y la existencia de una secta eran un secreto todavía ignorado de todos y particularmente de Vicente. Mas cuando se produjo el rumor en torna al Augustinus, cuando apareció el libro de la Frecuente comunión, y la revuelo y la división se introdujeron en la Iglesia y en el Estado, en las escuelas y en las comunidades religiosas, a partir de entonces vio todo el alcance de las confidencias de SC, y de los esfuerzos que éste había hecho para seducirle, a él y a su Compañía. Su fe se sobresaltó, ya que, dice él más tarde: «En todo momento, y hasta en mi tierna edad, siempre he tenido un miedo secreto en el alma, y nada he temido tanto como verme por desgracia hundido en el torrente de alguna herejía que me llevara con los curiosos por novedades y me hiciera naufragar en la fe.» En seguida resolvió intentarlo todo para preservar su ver y las de los suyos, y también para llevar al Soberano Pontífice y a los obispos a oponer al error el dique de su autoridad y de sus censuras.»43

Pero, antes de empezar esta parte de su historia, hay que retomar algunos hechos.

VII. Últimas relaciones. –Muerte de Saint-Cyran.

De la torre de Vincennes, SC continuaba dirigiendo el partido. Escribía una multitud de cartas dirigidas casi todas a personas de condición, sea que fueran en efecto sus corresponsales, sea que quisiera tan sólo darse con ello importancia44. Preparaba a sus numerosos visitantes al advenimiento de un libro que él ponía inmediatamente «después de San Pablo y San Agustín», y que él llamaba «el libro de devoción de los últimos tiempos.»45 Este libro apareció en 1640: era el famoso Augustinus. Libro póstumo, huérfano en su nacimiento, pero que iba a encontrar muchas madres, muchos padres adoptivos, y también una cuna y una fortuna largo tiempo preparadas. En su testamento, Jansenio lo había sometido al juicio de Roma. Así lo había hecho ya en el prefacio y el epílogo del libro él mismo. Pero parece haberse privado del beneficio de esta declaración por su correspondencia con SC, tan llena de enseñanzas cismáticas. Como sean las cosas, habiendo acabado el trabajo y, creía él, la misión de su vida, Jansenio falleció pronto (1638), confiando a su capellán la continuación de su publicación.

Apenas había llegado su libro a Francia, cuando SC, que le conocía, a pesar de todo, tan bien, le quiso leer en su prisión. Echó de menos, cuenta Lancelot, que no estuviese del todo de cuerdo con é y el autor antes de ser llevado a las prensas, según lo habían convenido. Pues su gran unción habría podido dulcificar muchas expresiones para ponerlas fuera del alcance de sus enemigos. Sin embargo, se constituyó en seguida en su paladín intrépido. Enterado de que Richelieu pensaba en hacer que se marchitara por la Sorbona: «Si lo hace, exclamó, nosotros le haremos ver otra cosa» Y otra vez, dijo a Caumartin, obispo de Amiens:»Es un libro que durará tanto como la Iglesia; aunque el Rey y el Papa se unieran para arruinarlo, está hecho de tal manera que no lo conseguirían.»46 Por eso, cuando el teólogo Habert comenzó a predicar contra él: Tempus loquendi! g ritó a Arnauld que acababa de abandonarse a sus dirección. Se había recuperado, por lo visto, de un momento de debilidad, durante el cual había firmado, para recobrar su libertad, la declaración de la suficiencia de la atrición con el sacramento, opinión que, ay, él había llamado probable, aunque él la creyera mala. «Sin vos, escribió a d’Andilly, que le había llevado con su política, sin vos, que me habéis humillado tal vez en demasía, por no decir rebajado, no me habría servido de ello de esa manera…,y por poco me arrepiento de ello. Pero os declaro que soy de Dios hasta la muerte.»47

Salió de prisión el mes de febrero de 1643, dos meses después de la muerte de Richelieu, que él debió esperar, Un poco más tarde le traían la bula de urbano VIII, que proscribía el Augustinus como publicado sin la autorización de la Santa Sede, y que contenía proposiciones ya condenadas en Baïus. Después de leerla, el sectario, costándole mucho, dice Lancelot48, digerir este procedimiento de la curia de Roma, que él sabía muy bien distinguir de la Iglesia romana, no pudo contener su celo por la verdad y dijo, con una especie de movimiento interior que parecía no venir más que de Dios: «Se pasan de la raya, convendrá mostrarles sus deberes. Por donde se puede juzgar, añade Lancelot, de lo que habría hecho, si hubiera visto lo que pasó después,.»Arnauld hizo por él: escribió contra la bula, a la que trató de subrepticia, y publicó tres apologías de Jansenio. Esto fue un gozo para SC, quien iba a dejar después de sí a un tal discípulo y a un defensor de la verdad tan robusto. Tuvo también el consuelo de ver aparecer, en el mes de agosto de 1643, el libro de la Frecuente comunión, que había inspirado y suscitado desde su torre de Vincennes; luego falleció el 11 de octubre siguiente. ¿Cómo murió? Había recomendado, cuenta Lancelot, que no dejaran de darle los sacramentos una vez que se hallara enfermo, no sea que sus enemigos le acusaran de haber «muerto hugonote.»49 Véase el hermoso motivo! Pero esta recomendación, habría sido preciso hacérsela a Dios al mismo tiempo, porque sus amigos no podían nada contra la muerte súbita. También es muy dudoso que haya recibido el viático. De Pons, párroco de Saint-Jacques du Haut-Pas, no tuvo tiempo, diga lo que quiera Lancelot50, de administrarle la extremaunción; y para que no pareciera haber muerto sin sacramentos, sus amigos publicaron que el párroco precedente, Honorat de Mulsey, con quien de Pons acababa de tratar de este beneficio, le había traído el santo viático. Pero el abate de Pons tenía la cosa como muy incierta, ya que escribía a uno de sus amigos: «Mi colega Mulsey declaró que el difunto había recibido sus otros sacramentos, lo que se exigió de él para salvar el honor de este abate; y fue a fuerza de dinero como se obtuvo este testimonio.»51 Hasta el final, hasta la muerte, SC, como lo había dicho, debía ser de Dios, es decir de la doctrina asacramental .

Ahora, ¿es cierto, como lo han pretendido Barcos y los jansenistas, que Vicente de Paúl haya venido uno de los primeros a dar al difunto en su residencia los últimos deberes dándole agua bendita, que haya asistido a su funerales, que haya visitado más tarde a Barcos mismo, y le haya expresado el deseo de continuarle la amistad que había tenido con su tío, que le haya dado una prueba obteniéndole en el consejo de conciencia la sucesión de la abadía de SC, y que le haya llevado en persona la noticia de su nombramiento52?

La asistencia a los funerales había sido insinuada por Barcos en su Défense (c. III)), cuando dijo de Vicente que siguió la caridad de varias personasque hicieron al difunto el honor de asistir a sus funerales; y como Abelly había oído estas palabras en su sentido natural, -lo que hizo Colbert también 1730, en su tercera carta al obispo de Marsella,-él negó en su Réplica (pp. 43, 44), haberlo dicho, añadiendo: «No hay que suponer la asistencia del Sr. Vicente…la de los Srs. arzobispos…le hizo al menos tanto honor…como la presencia del Sr. Vicente le hubiera podido aportar.»

Así pues, Vicente no asistió a los funerales de SC. Él lo hubiera hecho , aunque no se podría concluir nada más que la asistencia de San Ambrosio a los funerales de una joven muerta en el arrianismo. Para que pudiera asistir legítimamente bastaba que el abate hubiera muerto en la comunión exterior de la Iglesia. En consecuencia, es posible que haya ido a dar el agua bendita al cadáver –lo que iría con su caridad,- que haya visitado a Barcos, aunque no fuera más que para sacarle de los sentimientos de su tío, y hasta, en un plano semejante, que no se haya opuesto, que no se haya prestado, si se quiere, a su nombramiento a la abadía vacante de SC. En este último punto, tengamos en cuenta que acababa de entrar entonces en el consejo de conciencia, donde no debía tener aún gran crédito, y que Lancelot, tan bien informado, no dijo nada ni de su participación en este asunto, ni de la noticia que habría llevado el primero del nombramiento. Lo atribuye todo a la intervención de Chavigny, a quien la Reina habría respondido cuando éste fue a darle las gracias: ¿Y qué habría dicho el Sr. d’Andilly si yo le hubiera dado esta abadía a algún otro?» Y, efectivamente, siempre según Lancelot, fue d’Andilly quien anunció que la cosa estaba hecha, enviando la patente con esta inscripción: Al Sr. de Barcos, abate de Saint-Cyran.»53

  1. Defensa del difunto Sr. Vicente, etc., contra las falsas conversaciones del libro de su vida, (por Martin de Barcos), 1668, in-4 y in-12, c. II.
  2. Lancelot, Mémoires, tom. II, p. 94.
  3. Défense, etc., c. III.
  4. En el proceso de canonización, Le Fort, sacerdote de la Misión, declaró que Saint-Cyran había prometido a Vicente hacer de la Congregación de la Misión la más famosa de la Iglesia, si él se adhería a sus sentimientos; y al rechazarlo el santo, le trató de ignorante. –Le Fort se lo había oído a los más antiguos de la Compañía. (Véase Summ.., n. 29, p. 47.)
  5. Cartas, tom. I, p. 149; carta 19.
  6. Mémoires, tom., I, p.47.
  7. Summ., nº 20, p. 42.
  8. Théol. familière, lección VIe.
  9. Mémoires, tom. I, p. 47, 159: tom. II, p. 508.
  10. Mémoires, tom..I, p. 153.
  11. Mémoires, tom., II, p. 43.
  12. Hist. gén. du jansénisme, 3 vol, in-12, 1703, tom., I, p. 388, 391, 422.
  13. L’Àvocat du Diable etc. à Saint-Pourçain, chez Tansin, pas saint, (qué espíritu !), 1743 ; 2 vol, in-12, tom. III, pp. 189 y 195.
  14. Défense, etc., c. IV.
  15. Véase esta carta en los documentos justificativos, nº 1.
  16. Mémoires, tom. I, pp. 66-71.
  17. Véase esta carta en los documentos justificativos, nº 2.
  18. Mémoires, t. I, p. 135.
  19. Lettes. chrét. et spirit., edit de 1648, 2 vol. in-8 ; lettre 32, tom. I, p.229. Ver también la carta 97, ibid., 655.
  20. Théolog, fam., lec. 15.
  21. Explicat. des cérém. de la messe; le lavement del mains.
  22. Le coeur nouveau.
  23. Lettres chrét., tom. I, carta 42, p. 277, 278.
  24. Lettr. chrét., carta 26, p. 197.
  25. Carta a SC, que formaba parte de las piezas del proceso
  26. Recueil d’Utrecht, p. 75; declaración del obispo de Langres al obispo de Saint Malo, en el compendio de Liège, p. 492.
  27. Summ. additition., c. IV, p. 84.
  28. Responsio ad novas animadv., p. 31.
  29. Jouraux, p. 74, citados por el Sr. Faillon; Vie de M. Olier tom. I, pp., 248-259.
  30. Eso es tan cierto que la casa fue acabada en 1638, en el momento mismo del encarcelamiento de SC. Véase Abelly, libro I, pp. 219-221.
  31. Défense, etc., cc. V, VI y VII.
  32. Histoire du Jansénisme, por el P. Rapin, publicada por el Sr. abate Domenech, pp. 379 y 387 (París, 1861)
  33. Véase esta deposición en los documentos justificativos , nº 3,. Esta pieza ha sido reproducida en varios libros jansenistas. Se la encuentra sobre todo al final del segundo volumen de las Mémoires de Lancelot, p. 493.
  34. Ver esta deposición en las piezas justificativas, nº 3.Este documento ha sido reproducido en varios libros jansenistas. Se lo encuentra sobre todo al final del segundo volumen de las Mémoires de Lancelot, p. 493.
  35. Collet pidió inútilmente verlo. –Lettres critiques, del prior de Saint Edme (Collet mismo), primera carta, p. 15.
  36. Potier, obispo de Beauvais. Ver aquí arriba, p, 31.
  37. Défense, etc., cc. XV, XVII y XVIII.
  38. La verdadera defensa de los sentimientos del venerable siervo de Dios, Vicente de Paúl,etc ., in-4 e in-8, París 1688.
  39. Había una respuesta más perentoria todavía, pero que no podía oponerse entonces: y es que Abelly no ha hecho más que prestar su nombre a la Vida de San Vicente de Paúl, obra de los Lazaristas mismos. Pues bueno, a pesar de la profunda estima de Vicente por la Compañía de Jesús, no existió nunca entre ella y San Lázaro la unión íntima que supondría tanto concierto y hasta tanta deferencia.
  40. Se ha llegado a pretender que Abelly mismo se había retractado al menos con su silencio, vencido, sin duda, o convencido por la Défense de Barcos. Para entenderlo, hay que saber que hizo dos ediciones de su obra, la primera in-4, en tres libros, y conteniendo mil cien páginas, que fue impresa en 1664; la segunda in-8, en dos libros, conteniendo tan sólo setecientas veintitrés páginas, impresa en 1667. Ahora bien, Abelly, haciendo esta segunda edición para abreviar la obra, como lo declara en su advertencia, recortó todo el segundo libro de la primera, donde se halla el famoso cap. xii: Lo que el Sr. Vicente ha hecho para extirpar los nuevos errores del jansenismo, y la mayor parte de los discursos del III. Por eso, gritos de júbilo y de victoria del jansenismo, que quiso ver en esas supresiones una confesión de la calumnia; quejas desconsideradas de los amigos mismos, que vieron en eso una debilidad. Así el P. Daniel en el séptimo Entretien d’Eudoxe et de Cléanthe,las atribuye al poder del «partido, que acaba con todo lo que emprende;» y del P. d’Avrigny, en sus Mémoires chronologiques, (bajo el año 1625, tom. I y p. 385), hablando de los esfuerzos de Vicente contra el error, añade: «Estas obras son una parte de su gloria y sería de desear que los que están más interesados en apoyarla, no se hubieran avergonzado por él, recortando en las últimas ediciones de su Vida las pruebas incontestables de su adhesión a las decisiones de la Iglesia y de su odio a toda clase de novedades.» -¡Mucho ruido para nada! La segunda edición de Abelly ha precedido no seguido a la Défense de Barcos ya que es de 1667 y la Défense de 1668 tan sólo.. Además, para convencerse de ello, basta leer sólo la primera frase de la respuesta de Abelly, la vraie Défense, etc. : Apenas se había acabado la segunda edición de la Vida de San Vicente, cuando apareció un libelo bastante simple con el título de Défense,etc., » Esta segunda edición no es pues sin una retractación tácita, ni una especie de entrega de armas ante la refutación y el ataque de Barcos. ¿Cómo pues ha podido decir tanta gente, sin prestar la menor atención a las fechas mismas, que les responden de una manera tan perentoria? Como sucede de ordinario: se dice sin reflexión y examen suficiente: y los demás lo repiten servilmente al pie de la letra: tal vez la equivocación haya llegado también porque Barcos en su Réplique (artic. último, p. 87 de la edición in-4), parece hablar de los recortes de la edición segunda de Abelly como operados desde su Défense»…Ya que siendo acusado de haber impuesto estas cosas al Sr. Vicente y al difunto Sr. abate de SC, y declarando además quererlas defender como verdaderas, se veía obligado a no cambiar nada en absoluto durante esta contestación y de dejarlas como él las había producido la primera vez, y él no podía sustraer ninguna sin condenarse a sí mismo, dando motivo de creer que él había cambiado de parecer. » A pesar de todo, la segunda edición, una vez más, había aparecido antes de la Défense. Que si se pretende que Abelly había adivinado el próximo ataque de Barcos o que quería de antemano ponerse en guardia frente a él o desaparecer ante este rudo justero, será también hablar a ciegas y sin examen, pues la segunda edición dice, aunque abreviado, lo mismo que la primera. El capítulo XLIV del primer libro muestra con qué firmeza se opone Vicente a los nuevos errores del jansenismo , y que lo que le obligó más a tomar precauciones frente a la secta,»fue el conocimiento muy familiar que tenía de una de sus primeros autores, cuyo espíritu y conducta le daban lugar a tenerle por muy sospechoso.» Añade que habiendo sido el error fulminado por los anatemas de la Iglesia, Vicente creyó verse obligado, no sólo a someterse al juicio de la Santa Sede apostólica, sino también a hacer profesión abierta, y a declararse totalmente opuesto, tanto a los errores condenados, como a todos los planes perniciosos de los que querían obstinarse en sostenerlos.» Y habla luego de los viajes inútiles de Vicente a Port-Royal, de las depuraciones hechas en San Lázaro, de los innovadores apartados de los manuscritos o de las dignidades eclesiásticas. Y, volviendo a la carga en el c. I de su segundo libro. Abelly habla de las resistencias de Vicente a las frecuentes solicitaciones de los sectarios, y trae unas palabras a uno de sus sacerdotes: «Sabed, Señor , que este nuevo error es uno de los más peligrosos que hayan turbado nunca a la Iglesia.» Hay más, en la p. 320 de su primer libro, Abelly remite al lector para mayor información al c. XII del segundo libro de la primera edición. ¡Singular retractación ésa! También es sorprendente que tanta gente honrada se haya dejado engañar, por prevención, sin duda, y defecto de examen, y que, a principios del siglo XVIII, Bonnet, superior general de la Misión, haya tenido que escribir también una Aclaración (8 páginas in-4, archivos de la Misión), para desengañar a algunos prelados alarmados por el habla pública.
  41. La primera, que es en realidad la segunda, en marzo, art. 19 y la segunda, que es la primera, en abril, art. 37.
  42. En una conferencia de 1656, celebrada a propósito de las desgracias de Polonia, Vicente habló también en estos términos de SC: «Un autor de herejías me contaba en cierta ocasión: Dios se ha cansado por fin de los pecados de todas estas regiones, está encolerizados y quiere absolutamente quitarnos la fe, de la que nos hemos hecho indignos, y ¿no sería una temeridad, añadía, oponerse a los designios de Dios, y querer defender a la Iglesia, a la que ha resuelto perder? En cuanto a mí, seguía diciendo, yo quiero trabajar en este designio de destruir. Ay, Señores, quizás decía él la verdad declarando que Dios quería por nuestros pecados quitarnos la Iglesia. pero este autor de herejías mentía al decir que era una temeridad oponerse a Dios en esto y entregarse a conservar su Iglesia y defenderla, ya que Dios lo quiere y se ha de hacer; no hay temeridad en ayunar, en afligirse, en rogar para que se calme su cólera, y en combatir hasta el final para sostener y defender a la Iglesia en todos los lugares donde se encuentra.»
  43. La conducta de Vicente de Paúl con respecto a SC ha sido uno de los puntos más debatidos en el proceso de su canonización y uno de los más victoriosamente concluidos a su favor. Una vez que conoció la testarudez del sectario, se ha demostrado, rompió con él, sin ningún respeto humano, y descubrió y denunció a todos el veneno de su doctrina. Tal es el sentido de una carta del obispo de Montpellier, del 13 de marzo de 1665 (Restricción de pruebas, etc., p. 6), y de la disposición de diez testigos que lo sabían del Vicente mismo (Summarium, pp. 47-49). Disuadió a Raconis , obispo de Lavaur de recibir para a coadjutor a Joly, canónigo de París, que había alojado a SC durante cuatro años (Rest., p. 6. –Véase la carta de Raconis, Summ., addit., p. 87). Pallu, obispo de Heliopolis y vicario apostólico en el Tunchin, depuso también: «Habiendo ido a San Lázaro el año 1660 a visitar al Sr. Vicente, me habló mucho de los malos sentimientos del difunto Sr. SC. Un día, me dijo, que declaraba ciertas proposiciones heréticas, yo le manifesté que entraba en los sentimientos de Calvino: «Calvino, me respondió él, ha atacado muy bien a la Iglesia, pero se ha defendido mal. » Este abate, continuó el Sr. Vicente, no tenía ni estima ni respeto por el concilio de Trento; eso no había sido, según él, más que una asamblea de religiosos. Me añadió que lo que le producía el mayor horror, es que este abate le dijera un día, en su meditación, dios le había hecho conocer que no le agradaba ya su Iglesia tal como era, y que los emprendieran defenderla irían formalmente contra la voluntad divina. Por último, dijo el Sr. Vicente, os digo en serio que jamás visteis hombre más soberbio, ni tan agarrado a su propio sentido (Restre., p. l0.)» Finalmente Des Mares ha escrito en su obra apologética contra Barcos, p. 215: El Sr. Vicente me ha contado que respondió a SC, ante la proposición: ya no hay Iglesia desde hace 600 años: «Ay, Señor, ¿creéis antes a vuestros sueños que en la palabra de Cristo Nuestro Señor, que ha asegurado que las puertas del infierno no prevalecerán nunca contra su Iglesia? y se necesitaría que las puertas del infierno hubieran prevalecido si la Iglesia no subsistiera desde hace 600 años», y que entonces SC le trató de ignorante. Pero el Sr. Vicente le respondió: «Quedaos con vuestra ciencia, que yo me quedaré con mi ignorancia.» SC se fue poco después a Poitiers, donde habiendo ido un día a visitar a la Madre superiora de las carmelitas, él le dijo de repente con un gran transporte de alegría: «Oh, Madre mía, siento todo el gozo del mundo; acabo de descargar plenamente mi corazón. Acabo de escribir extensamente al Sr. Vicente sobre un discurso que hemos tenido juntos.» El Sr. Vicente me ha dicho a continuación que esta buena religiosa le escribió al mismo tiempo, y puso entre otras cosas en su carta: «No sé lo que el Sr, abate de SC os ha escrito, pero está muy jubiloso por haber descargado su corazón .» Y el siervo de Dios añadió que acababa de recibir la carta de SC. » Pero SC, añade Des Mares, ha mantenido con frecuencia la misma conversación, lo que se probado con justicia y el Sr. Vicente se lo ha contado a tantas personas más, que todos los libros que el falso doctor (Barcoa) pudiera escribir para arruinar esta verdad no podrían nunca arrebatársela de las mentes de los hombres.» Citemos todavía dos testimonios invocados en el proceso de canonización. Uno es una carta autógrafa de aquel Nicolás de Monchy que conocemos por la misión de Metz. «He oído decir al Sr. Vicente de feliz memoria, escribe, ya en público en las repeticiones de oración que tenía costumbre de celebrar dos veces a la semana a los de su congregación, ya en particular, hablando del distanciamiento que los de su congregación debían mantener de las opiniones del tiempo, que se había visto obligado a romper con un abate muy sabio, uno de sus mejores amigos, y que la razón que le había inducido a separarse de él era que dicho abate tenía sentimientos del todo particulares y opuestos a la doctrina de la Iglesia; que declaraba que el concilio de Trento era un concilio de políticos, y que el Espíritru Santo no le había asistido; que Calvino no se había defendido bien; que la Escritura santa era más luminosa en su espíritu que en ella misma; que la Iglesia necesitaba de un gran apoyo, y que Dios le había dado luces para restablecerla y devolverle su primer lustre y su primer esplendor. El Sr. Vicente aprovechaba la ocasión para animar a todos sus hijos a detestar estos perniciosos errores y esta nueva doctrina opuesta al Evangelio, de tender cada vez más a la práctica de la humildad y a abrazar inviolablemente la doctrina común de la Iglesia (Restr., p. 12).» El otro testimonio, igualmente autógrafo, es una carta del 14 de abril de 1705 del abate de La Pinsonnière que había hecho un retiro en San Lázaro, y se había visto a menudo con Vicente: «Una de las virtudes, dice, en las que me ha parecido sobresalir, es su gran fe, y los Srs. Boudon, Fermanel y otros de nuestros amigos, que luego fundaron el seminario de las Misiones extranjeras, no podían repetir lo suficiente cuanto le habían oído decir sobre el abate de SC, que le había hablado tan mal de la Iglesia que en adelante el siervo de Dios no quiso tratarle más, y le rechazó como a un excomulgado, simtiendo un extrermo horror a todas las novedades y especialmente al jansenismo que nacía entonces (Restr., p. 12.) » -¡Como concuerdan todos estos testimonio entre sí! No es de ellos de los que se pueda decir: Non erant convenientia verba. –Añadamos, para terminar, las palabras de Fénelon en su carta a Clemente XI: «Jansenianum errorem, blandis Abbatis San-Cyrani colloquiis instar caneri serpentem, sensit simul et exhorruit.»(Sintió y aborreció al mismo tiempo el error de Jansenio en los coloquios blandos del abate SC como cantos de serpiente) . Es la misma palabra de la que se sirve el Breviario romano en una de las lecciones del oficio de San Vicente de Paúl.
  44. Véase la clave verdadera o falsa en el Compendio de Utrecht, p. 150.
  45. Mémoires de Lancelot, t. I, p. 165.
  46. Mémoires de Lancelot, tom. I, p. 107.
  47. Ib., p. 170., 171.
  48. Ib., Tom, II, p. 121.
  49. Mémoires, tom., I, p. 248
  50. Ib., p. 231.
  51. Ver esta carta en la Histotia del Jansenismo,, por el P. Rapin,, a quien sin duda iba dirigida, p. 505 (París, 1861).
  52. Défense, etc., c. VIII.
  53. Mémoires, t. I, p. 266 y 267.

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