La formación en los orígenes (I)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Elisabeth Charpy, H.C. · Año publicación original: 1993 · Fuente: Ecos de la Compañía.
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hijas-caridadI – Discernimiento de las vocaciones

A lo largo de los años, las cartas de Luisa de Marillac dan a conocer las dificultades con que tropieza para responder a las numerosas llamadas de los pobres, porque el número de Hermanas no es suficiente. En octubre de 1641, escribe al Abad de Vaux, de Angers: «He expuesto al Señor Vicente el deseo que tienen los señores Adminis­tradores del Hospital de los Pobres de que haya Hermanas nuestras para servir a dichos pobres, y su respuesta ha sido le diga a usted que (con mucho gusto) si dispusiéramos de número suficiente de Hermanas, sería la cosa factible, pero no se puede esperar sea así en mucho tiempo» (Corr. y Esc. p. 69).

En junio de 1647, es al Señor Portail, a la sazón en Roma, a quien Luisa de Marillac expresa la necesidad de tener más Hermanas, porque las peticiones se multiplican: «… tenemos gran necesidad de Hermanas, porque nos piden muchas de todas partes. Ya ve usted, señor, si tenemos necesidad de mucha ayuda ante el buen Dios… » (C. y E p. 204).

En 1656, Luisa manifiesta a Francisca Carcireux la pena profunda que le causa no poder acudir más en socorro de los pobres: «…no vamos a tener nunca suficientes Hermanas para enviarlas a todos los lugares desde donde se las piden a nuestro Muy Honorable Padre… querida Hermana, nos vemos obligados a rechazar establecimien­tos, de lo que tenemos que humillarnos mucho… » (C. y E p. 511).

Ante esta necesidad creciente de Hermanas, Luisa pregunta a las que están en los pueblos: «…más que nunca necesitamos que nuestro buen Dios nos envíe a otras (Hermanas). A ver si logran ustedes dar envidia a alguna joven de ese pueblo…» (C. y E. p. 230).

En enero de 1660, Luisa de Marillac se dirige en los mismos términos a Margarita Chétif: «¿No encuentra usted, pues, muchachas que tengan ganas de darse, en la Compañía, al servicio de Nuestro Señor en la persona de los pobres ?» (C. y E p. 648).

A – Los tiempos del discernimiento

Si Luisa de Marillac -al igual que Vicente de Paúl- desean que lleguen nuevas jóvenes, lo mismo que él también y a pesar de las muchas necesidades, con frecuencia urgentes, prevé: que se dé lugar a un discernimiento para adquirir la seguridad de que las que aspiran a ser siervas de los pobres, tienen verdadera vocación. Así se lo expresa Vicente de Paúl a Guillermo Delville, Sacerdote de la Misión, residente en Arras: «…si las que se presentan de ahí para entrar en la Compañía de la Caridad, tienen verdadera vocación y las cualidades que se necesitan para ello, las recibirá la Señorita Le Gras…» (Síg. VI, p. 69).

Por su parte, Luisa de Marillac escribe al Abad de Vaux, director espiritual de las Hermanas del Hospital de Angers: «…(le suplico) se sirva probar bien la vocación de esa buena joven, por la seguridad que tiene (Vicente de Paúl) de que la elección y discernimiento que usted haga no podrán por menos de ser buenos…» (C. y E p. 497).

En el concepto de los Fundadores, toda vocación necesita un tiempo de informa­ción -un tiempo de prueba- y un tiempo para apreciarla.

1. Un tiempo de «información»

Tiene por objeto conseguir un buen conocimiento de la joven, de sus aptitudes, de las motivaciones de su petición. Es importante hacerse con algunos informes de su familia. La llamada del Señor siempre se deja oír dentro del desarrollo de una historia: «La joven de que usted me habla será bien recibida con agrado en casa de la Señorita Le Gras, cuando usted la envíe; pero entes, haga el favor de decirnos cuál es el motivo de querer retirarse, si los parientes consienten en ello, sí tiene padre y madre, si pueden prescindir de ella, si está sirviendo en alguna casa, qué edad tiene, sus disposiciones de cuerpo, sus cualidades de espíritu, etc. Es prestar un gran servicio a /as almas ayudarlas a desembarazarse del mundo para servir a Dios y para servirle de una manera tan santa y tan especial como lo hacen las Hijas de /a Caridad. Pero es necesario que el primer impulso para ello les venga de Dios y que esas almas sientan mucha atracción y buena disposición para ese estado. Entonces, se las puede animar y darles los consejos convenientes, para que acaben de decidirse y tenga efecto su resolución» (Síg. V, p. 589).

A Pedro de Beaumont, Sacerdote de la Misión, residente en Richelieu, Vicente añade esta explicación: «…si sus padres son tan pobres que tienen necesidad de su presencia y de su servicio para poder vivir, más vale que les atiendan a ellos hasta que mueran o puedan prescindir de ellas» (Síg. VII, p. 184).

2. Un tiempo de «prueba»

Es necesario porque permite ver la vida de la joven, comprobar la solidez, el valor de su petición, constatar su modo de relacionarse con los demás, su actitud en el trabajo, en una palabra, conocerla mejor. Bárbara Angiboust ha comunicado a Luisa de Marillac el deseo de dos jóvenes de Brienne: «Por lo que se refiere a esas dos buenas muchachas, pruébelas bien, tanto con relación al cuerpo como al espíritu, porque bien sabe usted que no nos convienen los remilgos ni del uno ni del otro. Díganos de qué familia son e infórmese de la conducta que han observado en su vida; después, ya le diremos que nos las envíe, si lo juzgamos a propósito» (C. y E p. 427).

Ana Hardemont, durante su breve estancia en Chálons-sur-Marne, encontró también a dos jóvenes que se sentían atraídas por el servicio a los pobres: «Por lo que se refiere a las dos jóvenes de que me habla, si está usted bien informada de su vida y costumbres, si les ha dicho ya todo lo que tendrán que hacer, los reglamentos de la casa, tanto en lo que concierne al cuerpo como al espíritu, y las juzga usted aptas, puede enviarlas…» (C. y E. p. 432).

El tiempo de la prueba es de duración variable: depende de la edad de la joven, de las circunstancias que han suscitado la petición, etc. Vicente de Paúl responde como sigue a uno de sus Sacerdotes de la Misión un tanto precipitado para alentar la buena voluntad de algunas jóvenes: «Me ha escrito usted acerca de tres buenas jóvenes que desean ser de la Caridad. Como han concebido ese deseo en medio del fervor de la misión que ha hecho usted en su parroquia, habrá que ver si una breve demora las enfría un tanto. Es conveniente probarlas…» (Síg. V, p. 600).

Luis Serre, de Saint Méen, se muestra más paciente. Sabe que varias muchachas de aquella región han hecho un intento en París y han tenido que regresar a su aldea bretona. Escribe, pues, a Luisa de Marillac: «Después de la última que le escribí, dos muchachas me han insistido mucho. Una de ellas, llamada Petra Cresté de Mauron, de 25 años, no tiene padre ni madre, pero la acompañará su primo, de 47 años quien la ha traído a Saint Méen, en espera de saber si la recibirá usted con las otras que se disponen a marchar hacia Pentecostés. Dispone de 100 libras y de ropa. La otra es de Saint Méen, se llama Guillermina de Lourme, tiene 30 años; hace unos tres años que persevera en su deseo, ya que yo he diferido el hablarle de ella hasta ahora, con el fin de probarla mejor…» (Archivos C. Madre, Aut. 1061).

Durante este tiempo de prueba, algunas de las jóvenes permanecen en su casa, en su parroquia, como éstas de Saint Méen, otras van a las escuelitas o a los hospitales. Luisa recuerda a las Hermanas la impresión, buena o mala, que su actitud con los enfermos y entre ellas, deja en las que las contemplan. Hace unas semanas que la Comunidad del Hospital de Nantes ha acogido a una joven que estudia su vocación: «Espero, querida Hermana, que si va con frecuencia a pasar el día entero a casa de ustedes, tendrá usted cuidado de que no le vaya alguna con cuentos; para ello, en sus Conferencias, ruegue a las Hermanas que reflexionen en la obligación que tienen de darle buen ejemplo. Pruébenla bien antes, para que nos veamos después obligadas a devolvérsela…» (C. y E. p. 389).

3. Un tiempo para apreciarla

Antes de llamar a las jóvenes a París, los Fundadores desean que los que las rodean puedan apreciar el fundamento de su petición. Los diversos «acompañantes» (según el término que ahora se emplea), ya se trate de un Sacerdote de la Misión, de una Hija de la Caridad, de un sacerdote diocesano, de un director espiritual o de una Señora de la Caridad, reciben de ellos la recomendación de discernir las cualidades, aptitudes, las tendencias de la personalidad de la aspirante. «Le pido perdón por no haber dado contestación a usted acerca de esas buenas jóvenes. No recuerdo ahora cuáles eran sus cualidades, pero como necesitamos que todas tengan las disposicio­nes requeridas para nuestros ministerios, me parecía no veía con claridad las tuvieran y hasta creí adivinar alguna duda por parte de su caridad» (C. y E p. 99 – Al Abad de Vaux).

Con frecuencia, se procurará que esta opinión del acompañante quede confirma­da por una entrevista con una Padre de la Misión de paso por la ciudad. En mayo-junio 1646, el Señor Portail pasa visita a la casa de Angers y se aprovechará esta ocasión para presentarle algunas postulantes. Luisa de Marillac se lo anuncia: «El Señor Ratier ha dicho al Señor Abad de Vaux que hay tres o cuatro jóvenes que piden venir; bien sabe usted la falta que nos hacen, pero también la necesidad de que tengan todas las disposiciones requeridas. Le ruego las reciba o las rechace» (C. y E. p. 151).

Cada vez que un Misionero pasa visita a una Casa de las Hijas de la Caridad (y las visitas se hacen regularmente cada dos años), ve a las jóvenes que desean entrar en la Compañía.

El 14 de julio de 1658, Vicente de Paúl insiste a Pedro de Beaumont para que vea a las postulantes y dé su parecer sobre ellas: «No es suficiente con que las Hermanas de la Caridad de esa ciudad juzguen a las dos postulantes idóneas para la Compañía, si usted mismo no coincide con ellas en ese parecer…» (Síg. VIII, 183).

B Los criterios para el discernimiento

Tener las disposiciones requeridas, ser aptas para la Compañía, son términos que se encuentran con frecuencia en las cartas de los Fundadores cuando hablan de las postulantes. Los criterios de discernimiento son conocidos para unos y para otros. No obstante, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac los recuerdan cuando les parece necesario, cuando Hijas de la Caridad o Sacerdotes de la Misión se dejan guiar por la urgente necesidad de tener nuevas siervas de los pobres o acaso por la alegría que les proporciona el hecho de poder enviar postulantes.

En el pensamiento de los Fundadores, el discernimiento versa sobre dos puntos esenciales: las aptitudes personales y las motivaciones:

  • que las jóvenes sean «sanas de cuerpo y espíritu».
  • que tengan el deseo de «servir a Dios».

1. Una salud robusta

El servicio a los pobres requiere que las Hermanas tengan buena salud, que puedan, sin dificultad, ir y venir por las calles, entrar en los tugurios, llevar el puchero lleno de sopa, hacerse cargo de los trabajos humildes que requieren los enfermos, los pobres: «Supongo, querida Hermana, que habrá advertido bien a esas dos jóvenes todo lo que tendrán que hacer y sufrir en la Compañía, la pureza de intención que se requiere para entrar en ella y perseverar, y se habrá dado cuenta de que no tienen ninguna enfermedad o defecto de cuerpo ni de nacimiento, además de que ni su padre o su madre las necesitan…» (C. y E. p. 459).

Las muchachas enfermas o con alguna invalidez no podrán ser admitidas. Vicente lo afirma así, con toda claridad, en el Consejo del 27 de julio de 1656: «…cuando Dios llama a alguien a una Compañía, le da las gracias necesarias tanto de cuerpo como de espíritu. Pues bien, resulta que no tiene las cualidades requeridas para ser Hija de la Caridad. Corre el peligro de volverse ciega y, por tanto, inútil para las funciones que tendría que desempeñar…» (Síg. X, p.843).

Después de la visita al Hospital de Angers, efectuada por el Misionero Señor Du Chesne, Cecilia Angiboust, la Hermana Sirviente, se dispone a enviar unas postulantes. Luisa de Marillac le escribe: ‹,Por lo que se refiere a las jóvenes que me dice se han presentado al Señor Du Chesne, si él las ha encontrado aptas, no tiene usted más que mandarlas. Pero fíjese, por favor, en que hay una con un defecto en un brazo, que tiene que ser un impedimento para que venga…» (C. y E. p. 408).

Las exigencias referentes a la salud tienen que ser grandes en aquel siglo XVII en el que las epidemias son frecuentes, los cuidados poco eficaces, la mortalidad elevada. Los Fundadores ven la necesidad de que las Hermanas sean robustas, fuertes. La vida en París, lejos de su aldea natal, constituye con frecuencia una prueba muy dura para la salud de aquellas jóvenes. «No basta con que tengan buena salud; habrá que saber si son robustas o medianamente fuertes, ya que en esta pequeña Compañía no hay sitio para personas débiles o delicadas…» (Síg. V p. 600).

Las futuras siervas de los pobres no deben tener miedo al trabajo. No son aceptables muchachas que se las ingenien para evitar lo que es difícil o provoca cansancio, ni que pasen el tiempo en habladurías. Vicente de Paúl, se muestra dispuesto a devolver a su casa a Gabriela Cabaret, hija del Señor del pueblo de Gionges. Escribe lo siguiente al Superior de Montmirail, con fecha 25 de enero de 1652: «La hija de la Señorita Gionges no da muestra alguna de vocación para la Caridad, ¿cómo quiere usted que se quede? No ha tomado aún el hábito desde el tiempo que lleva, y lo que es peor, no lo desea. Se levanta cuando le parece y no hace casi nada. Sin embargo, se la mantiene como a las demás. Sin duda esto es un alivio para sus padres, pero una carga para /a Compañía, que es pobre y no puede sostener a una muchacha que no trabaja y que no tiene ánimos de seguir, a no ser, quizá, mientras dura el mal tiempo. No es justo, como usted sabe, que una joven como ella se coma el pan de las otras pobres jóvenes que trabajan por Díos y por los pobres enfermos…» (Síg. IV p. 299)

Gabriela, que no tiene más que diecisiete años, va a dar un giro a su vida, después de esta severa advertencia del «Señor Vicente». Ella, que tenía criadas en su casa, va a comprender las exigencias de una vida de sierva de los pobres. Se quedó, pues, en la Compañía y, en 1667, llegará a ser nombrada Ecónoma.

2. Un «espíritu equilibrado»

El servicio a los pobres requiere también jóvenes con un espíritu «equilibrado», es decir, que sean rectas, leales, firmes en saber lo que quieren: «Si encuentra usted jóvenes sanas y robustas, dispuestas para la Caridad, de vida irreprochable, resueltas a humillarse, a trabajar en la virtud y a servir a los pobres por amor de Dios, podrá darles esperanzas de que serán recibidas…» (Síg. VI, p. 181).

Los Fundadores no desean recibir en la Compañía a jóvenes de espíritu melancó­lico, inclinado a la tristeza, jóvenes replegadas en ellas mismas, poco abiertas a los demás, de temperamento amargado, descontentadizo. Pero no eliminan las persona­lidades fuertes que, según ellos piensan, son capaces de hacer maravillas: «He visto a esa buena muchacha, Magdalena. Creo que habrá que trabajar un poco con ella, porque sus pasiones son un tanto fuertes. Pero ¡qué! cuando tienen la fuerza de superarse, luego (esta personas) hacen maravillas. Recíbala, pues, por favor… En cuanto a esa otra joven de Argenteuil que es melancólica, creo que hace usted bien en poner dificultades en recibirla, porque el de la melancolía es un extraño espíritu…» (Síg. 1, p. 282).

Los Fundadores dudan mucho ante jóvenes que presentan, según ellos dicen, «ligereza de espíritu». De esas son las que han intentado entrar en un convento y luego han salido de él, las que han cambiado con frecuencia de lugar de trabajo, las que no han sabido ahorrar un poco de dinero y parecen propensas a gastar sin medida: «En cuanto a esa buena joven que me anunció usted ayer, le ruego se quede con ella, si le parece de buen espíritu. Esa entrada y salida en religión son señal de cierta ligereza; en eso tendrá Usted que poner atención. Y si conviene recibirla con la condición de examinar su vocación durante algún tiempo todavía, trate de ello con la Señora Goussault, si hace el favor…» (Síg. 1, p. 343-44).

El 14 de junio de 1656, Luisa de Marillac comenta los informes enviados por el Abad de Vaux acerca de una muchacha de Angers que desea entrar en la Compañía: «.., las que recibimos aquí nos hacen experimentar la importancia que tiene el conocer a todas las jóvenes desde su primera juventud. Una cosa que me hace temer haya un poco de ligereza en ésta, es que no ha sido capaz de ahorrar de su sueldo o de cualquier otro modesto patrimonio la cantidad suficiente para pagarse un hábito. De ello se puede conjeturar o que es una derrochadora o que ha parado poco en las casa donde ha estado sirviendo; en este caso, sobre todo, distaría mucho de tener las disposiciones necesarias para perseverar en la vida de Hija de la Caridad… » (C. y E. p. 494).

El espíritu «equilibrado» representa también, para los Fundadores un espíritu capaz de iniciativas, apto para comprender y asimilar la enseñanza recibida. Las Hermanas de Chars han enviado a la Casa Madre a Carlota Moreau. Muy pronto Santa Luisa se ha dado cuenta de que resultará difícil que esta muchacha llegue a ser Hija de la Caridad. Es de buen carácter, piadosa, pero un poquito simple. Luisa habla de ello a Juliana Loret, que es la Hermana Sirviente que la ha enviado: «…probaremos todavía un poco con Sor Carlota, que es poca cosa para el trabajo, pero bastante piadosa y de buen carácter…» (C. y E. p. 393).

Con ocasión de su visita a los Sacerdotes de la Misión de Saint Méen, en Bretaña, el Señor Lamberto se entrevista con varias muchachas de los alrededores. Y a pesar de la opinión favorable de los Misioneros de aquel lugar, él se muestra bastante opuesto a la admisión de las mismas. Ha podido darse cuenta de su poca apertura de espíritu, habiéndole parecido que su inteligencia era bastante limitada. Para hablar de ellas, utiliza la palabra «estúpidas», que en el siglo XVII definía a una persona llena de estupo, atontada, al borde de la subnormalidad: «… por lo que se refiere a Saint Méen, he visto a varías muchachas que no acaban de gustarme pues me ha parecido bastante «estúpidas». No obstante, como aquellos Padres me han dicho que tenían orden del Señor Vicente de retenerlas, no he insistido mucho, y es posible que se las envíen, si usted no dice lo contrario…» (Archivos Casa Madre Hijas de la Caridad, Autógrafo n. 1024).

Algunas de aquellas muchachas fueron enviadas a París, a pesar del parecer contrario del Sr. Lamberto. Luisa de Marillac tuvo que devolverlas a su casa. (cf. C. y E. p. 286).

3. Un deseo de «servir a Dios»

Las motivaciones que impulsan a todas las muchachas que desean llegar a ser siervas de los pobres, se estudian cuidadosamente. El deseo expresado de pertenecer a la Compañía de las Hijas de la Caridad puede servir para ocultar motivaciones mucho menos nobles: por ejemplo, el deseo de ir a ver la capital (París ha sido siempre una atracción), el deseo de salir del campo, donde la vida es más dura, el deseo de prepararse un porvenir… etc. La única motivación válida -y a veces resulta difícil de expresar- es la de entregarse para servir a Dios y a los Pobres. En agosto de 1648, Luisa de Marillac envía una carta a Cecilia Angiboust en la que le resume lo esencial de la vocación: le diré solamente que respecto a las jóvenes recibidas por el Señor Lamberto, si a usted le parecen aptas y después de marchar él no ha visto usted en ellas nada contrario a nuestra vocación, puede enviarlas. Pero no necesitamos ni holgazanas ni charlatanas, ni las que toman pretexto de ser Hijas de la Caridad para venir a París, pero sin voluntad alguna de servir a Dios y trabajar en su perfección; esto es lo que hace que las tengamos que despachar o que ellas se marchen por su cuenta…» (C. y E. p. 252-53).

Algunos años después, Bárbara Angiboust que ha presentado unas jóvenes naturales de Bernay, recibe las mismas recomendaciones: «Me ha dicho nuestro muy Honorable Padre que ponga cuidado en las jóvenes que se presentan para que llegue a conocer si su deseo es de venir puramente para servir a Dios, y no para ver París; si su intención es de vivir y morir (en la Compañía); si están dispuestas a volverse en el caso de que no sean aptas…» (C. y E. p. 458).

Finalmente, Bárbara no enviará más que a una sola joven: María Papillón. A pesar de haber derramado abundantes lágrimas los primeros días de su estancia en la Casa Madre, María perseveró. En 1658, formará parte del grupo que marchó a fundar una casa en Metz.

Lo que se hace destacar en primer lugar en las motivaciones no es tanto el servicio a los Pobres en sí, sino el deseo de servir a Dios. Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han contemplado detenidamente en sus oraciones la vida de Jesucristo. Han com­prendido que el Hijo de Dios había querido identificarse con los Pobres. En la Conferencia de 19 de julio de 1640, Vicente insiste: a… la finalidad de esta conferencia será la de daros a conocer el plan de Dios en la fundación de las Hijas de la Caridad… sabed que es muy grande, ya que se trata de amar, servir y honrar la vida de su Hijo en la tierra…»

«…La Providencia ha permitido que la primera frase de vuestra reglas sea de esta manera: «La Compañía de las Hijas de la Caridad se ha fundado para amar a Dios, servirle y honrar a nuestro Señor, su dueño, y a la Santísima Virgen». Y ¿cómo le honraréis vosotras?. Vuestra regla lo indica haciéndoos conocer a continuación, el designio de Dios en vuestra fundación: «Para servir a los pobres enfermos corporalmente, administrándoles todo lo que les es necesario, y espiritualmente, procurando que vivan y mueran en buen estado». Fijaos, hijas mías, haced todo el bien que queráis; si no lo hacéis bien, no os aprovechará de nada. San Pablo nos lo ha enseñado. Dad vuestros bienes a los pobres; si no tenéis caridad, no hacéis nada. No, aunque deis vuestras vidas. ¡Oh, mis queridas Hermanas!. Hay que imitar al Hijo de Dios, que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios su Padre. De esta forma, vuestro propósito al venir a la Caridad, tiene que ser puramente por el amor y el beneplácito de Dios; mientras estéis en ella, todas vuestras acciones tienen que tender a este mismo amor.» (Conf. esp. nn. 44 y 47).

Ser Hija de la Caridad es responder a una llamada concreta de Dios, es compro­meterse en seguimiento del Hijo de Dios, hombre entre los hombres, tomando siempre el partido de los pobres, de los más pobres. La inquietud humanitaria ha de estar inscrita en una dimensión de Fe, porque todo hombre está llamado a vivir plenamente su condición humana: está creado a imagen y semejanza de Dios

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