Conclusión
El Señor Portal, su alzacuello galicano, su escritura excelente, sus carnés de apuntes llenos de citas de Vicente de Paúl, Juana de Chantal, Francisco de Asís, Bossuet, Fenelón, Bourdaloue; un estilo, un modo, en los que Pierre-Henri Simon reconoció
Lo que el amable erudito de Henri Bremond ilustraba por aquellos años con el nombre de humanismo devoto, una mezcla de gravedad y de cortesía, de ciencia y de piedad, de razón y de fe […]. La caridad se hacía tacto […]. Este religioso […] habría estado en su sitio entre Francisco de Sales y Bérulle.
Él admiraba al Oratorio, que se lo devolvió con creces, porque dos de los superiores generales de esta sociedad de sacerdotes seculares asumieron una parte de la herencia, Courcoux en Javel, Brillet con los normalistas.
Se alimentaba también de los Padres de la Iglesia, y de los místicos, tal y como los recibió y aclimató la Escuela francesa, Ruysbroek el Admirable, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz. No ocultaba su admiración por Lacordaire, Lamennais («Todo el movimiento católico de este tiempo viene de él»), Newman y también Gratry, que restauró el Oratorio y «dedicó su vida a la verdad a la que servía por la filosofía, por la ciencia y, se puede decir también, por el amor a la libertad».
Devoto, sin duda, humanista también: no tenía a menos citar a Marot, Montaigne, Régnier, Malherbe, Boileau, Racine, Regnard, Lamartine, Victor Hugo; a pocos de entre los Latinos, si exceptuamos a Cicerón, por el De amicitia.
¿Un hombre de anteayer y de pasado mañana? Entre sus contemporáneos, amigos, pero ningún maestro confesado, ni siquiera Laberthonnière, asociado sin embargo a la obra y defendido en plena tempestad. Un antijesuitismo a base de bromas pactadas y de desconfianza verdadera, pero que desconcierta ante Teilhard de Chardin. Irritación ante los relumbrantes prelados que vienen a predicar las «virtudes activas» del catolicismo americano. Una impermeabilidad perfecta a la renovación tomista (hasta 1926 no recibieron los tala a Gilson y Maritain). Más que indiferencia por el movimiento litúrgico (el pecado más común que confesaba al Sr. Pouget, su director de conciencia: no guardar las rúbricas al decir la misa…).
Ninguna referencia a la renovación de la espiritualidad que anima al clero francés pasada la crisis modernista, bajo el impulso de dom Chautard y de dom Marmion536. Nada sobre el cura de Ars, sobre Teresa de Lisieux, sobre Charles de Foucauld y su director, el abate Huvelin, figuras dominantes, cuyo ejemplo, testimonio y obras modelan la vida interior de tantos seminaristas y sacerdotes franceses537.
Un olvido constante de las múltiples devociones que enriquecían o estorbaban, según se quiera, el catolicismo de aquella época. Un cristocentrismo riguroso; una piedad poco teológica, cosa que no es normal en un profesor de teología (ya que, después de todo, esa fue su ocupación hasta 1895); una piedad de actualización y de relación personal, a través de la historia, con Cristo, Cristo redentor y único mediador.
Un uso frecuente de las palabras «sacrificio», «dolor» y «sufrimiento», lo que está totalmente dentro del estilo del tiempo; lo que lo es menos es que el buen sufrimiento no es el que uno se inflige a sí mismo (el sayal, el cilicio y la disciplina no son accesorios portalianos, que se sepa), sino el que se padece al servicio de la Iglesia y que viene primeramente de la Iglesia misma. Vivir bajo la alta vigilancia de Merry del Val y de la, algo menos alta, de los pequeños espías ladrones de cuadernos y violadores de confesionarios, ¿no es suficiente para la dura ley del crecimiento espiritual: si el grano no muere en tierra…?
Un sacerdote singular, que no quiere que el grupo tala se inscriba en una federación de estudiantes católicos, que tiene a la comunidad de Javel debajo del celemín, y no tiene personalmente ningún contacto con las instituciones unionistas puestas en marcha por Benedicto XV y Pío XI. Pero singular como es no está aislado: es imposible hablar de Portal sin evocar los círculos, los grupos, las redes, a todos aquellos que Pierre Pascal llama los portalianos.
Sin ellos, Portal habría caído en el olvido. Él despertó, orientó, animó; no fue ni fundador ni conservador. Lo que él creó no ha vivido más que el tiempo que él lo inspiró. En los años 1930, ya no está presente más que en la memoria y el corazón de los que le quisieron. Todo cuanto lanzó ha desaparecido rápidamente: la Revue anglo-romaine en 1896, el seminario mayor de Nice-Cimiez en 1903, la Revue catholique des Églises en 1908, el seminario San Vicente de Paúl en 1912, la casa de estudios de la calle Grenelle en 1926, todo como las conversaciones de Malinas. A la muerte de Mme Gallice en 1932, la comunidad de Javel se disuelve y sus miembros se integran en aparatos eclesiásticos preexistentes. No queda nada incluido el grupo tala, esta anti-institución, que no haya sido amenazado de desaparición.
Me acuerdo [escribe Marcel Légaut] de los ejercicios que el padre [Teilhard de Chardin] predicó después de la muerte de Portal en octubre de 1926. El grupo tala se veía privado de su cabeza –y también de algo de su corazón. Numerosas influencias y solicitudes le atraían a un lado y a otro, La dislocación le amenazaba. Se presentían las primeras manifestaciones de desacuerdos y de escisiones. Para estos ejercicios del grupo, en una de sus horas más críticas, el Padre había escogido por asunto el tema de uno de sus principales escritos, El Medio divino. Aquello fue un cambio total de la situación. El grupo salió del seminario menor de Gentilly, donde había tenido estos ejercicios, vivificado y unificado.
De esta forma salvó un jesuita la única fundación portaliana perdurable.
Hasta el final, con el dispensario de Arcueil, la vida de Portal fue una serie de comienzos, la búsqueda de una nueva frontera.
Sembrar me parece mejor que cosechar, descubrir tierras, más envidiable que gobernarlas […]. Es preciso recordar que somos viajeros y tener una mentalidad de viajeros.
Nada de francotiradores. Portal no dejó nunca de desear la integración, el reconocimiento de su obra por el sistema y, para sí mismo, un estatuto oficioso. No se complace en las márgenes, no es hombre de capilla sino de Iglesia, y no concibe virtud superior a la obediencia y a la fidelidad. Dos ejemplos lo persiguen y acuden a menudo a su pluma y en la conversación: el de Lamennais quien, asegura él, si se hubiera sometido en 1832, habría visto triunfar a sus ideas; el de John Henry Newman, converso presa de la desconfianza de sus nuevos correligionarios y del desdén de su nueva Iglesia, duramente proscrito en sus proyectos, entregado durante veinte años al exilio interior, al silencia, a la inutilidad aparente, y que se somete y que no dice nada, y se asegura de este modo la influencia y la fecundidad de su obra.
Si Portal evoca a los amigos de Portal que decían: «Estábamos cincuenta años adelantados», no es para compadecerlos y fustigar la ceguera de las autoridades, sino para concluir: «La Iglesia es un gobierno, no se gobierna con cincuenta años de adelanto».
Si Portal quiso ser un hombre de Iglesia, del tiempo de la Iglesia, no por eso deja de ser tenido y señalado como marginal. Estar en el margen es considerarse o ser considerado lejos del centro donde se definen las orientaciones y se toman las decisiones: es ser poco representativo, secundario, o bien sospechoso, reprobado.
Si se piensa no ya en la Iglesia sino en la sociedad civil, Portal es totalmente representativo de un movimiento que transforma progresivamente el paisaje cultural: la internacionalización de los problemas. No se enreda en la política de políticos, y la cuestión del régimen en esta porción de la dirección europea del continente asiático, que se llama Francia, no le interesa apenas. Existen en su correspondencia ausencias extrañísimas, y en vano se buscarían en ellas el nombre del capitán Dreyfus. Un hombre Sirius, tal vez, una especie de Micromegas eclesiástico. Toma contacto en el momento de la separación, llagando a sugerir, en la Revue catholique des Églises, lo que se parece bastante a consignas electorales. Luego se va, y tan lejos, que al final de su vida, el cartel de las izquierdas no le inmuta, a él, un congregacionista. Se necesita creer que Javel es un poco China.
Pero más allá de las peripecias, Portal es de los que repiten con insistencia y pasión que hay que interesarse por los asuntos del extranjero, que ya no es posible confundir Bucarest y Budapest, hacer hablar español a los Brasileños, tomar la Duma por una estrella danzarina y a los liberales británicos por émulos de Albert de Mun, relegar a Europa a una serie de cotillas periodísticas, en una palabra, pensar los problemas dentro de un marco nacional. Y en esto, Portal tiene conciencia de integrarse en un gran movimiento contemporáneo.
Finalmente el progreso material mismo sirve para suprimir las barreras favoreciendo, por la facilidad de viajar, la compenetración de los diferentes pueblos que pronto no podrán ya ignorarse, y extendiendo las ideas con una rapidez extrema. Todo tiende en la hora actual a la unificación de las razas.
El seminario San Vicente de Paúl se abre a las visitas y a las ideas llegadas de Gran Bretaña, Rusia, Polonia, Italia, Alemania, España, Estados Unidos, de la cuenca mediterránea, etc., entre la primera(1899) y la segunda (1907) conferencia de la paz de La Haya, en las que participa Nicolas Nicolaievitch Nepluyef. Portal llega al sacerdocio en el momento en que se organiza la Unión postal universal (1878); transforma su oficina del Cherche-Midi en sala de redacción de la Revue des Églises entre la firma de la primera convención sanitaria internacional (1903) y la de la convención radiotelegráfica internacional (1906); se asocia a las conversaciones de Malinas esperando que un acercamiento religioso refuerce la acción de la Sociedad de las Naciones y, el año de su muerte, piensa en fomentar una especie de «Locarno eclesiástico» con los católicos alemanes y los anglicanos.
Siguiendo a Lord Halifax, aristócrata cosmopolita que surca cada año Europa u una parte del Imperio, establece un lazo inmediato entre el unionismo cristiano y la intensificación de las relaciones internacionales. El abate Hemmer sitúa bien la actividad portaliana cuando afirma que se ha basado en este «fenómeno social» que es «la ola de internacionalismo que recorre el mundo». Se comprende que el lazarista haya prestado más atención a Aristide Briand que al general de Castelnau.
Si no se tiene en consideración ya al «siglo», sino a la Iglesia católica de la que quiere ser hijo sumiso, ¿se puede tener a Portal por un marginal?. Tres elementos no permiten dar una respuesta global.
El estado de los archivos tiende a hacer olvidar que junto al lazarista de excepción existe un Portal banal, normal, que lleva a cabo (incluso en 198) empleos sin sorpresa. Oír a los penitentes que vienen a confesarse en la capilla de la calle Sèvres, dirigir espiritualmente varias comunidades de las Hijas de la Caridad, asistir a éstas en sus actividades caritativas y sociales (como el patronato de Reuilly o los sindicatos femeninos de la calle de l’Abbaye: todo ello entra en las atribuciones ordinarias de un sacerdote de la Congregación de la Misión y es señal del arraigo de Portal en la sociedad eclesiástica..
Se le ha visto naturalmente en varias ocasiones en las lindes de su Iglesia, pero nunca de una manera definitiva y rara vez (seis meses de exilio en Seine-et-Oise, en Limay) por la totalidad de sus actividades. Marginalidad por eclipses, marginalidad parcial. El «seminario de la Unión de las Iglesias» de la calle Grenelle, entre 1909 y 1914, ofrece un buen ejemplo de grupo secundario y reprobado: no corresponde ni a las preocupaciones mayores ni a las orientaciones dominantes del institución eclesiástica de finales del pontificado de Pío X. Pero mantiene contactos que permitirán a Portal participar en el rebrote unionista de los años 1917-1926, y funciona en el momento en que el lazarista organiza la comunidad de Javel y el grupo de los normalistas: evangelizar a los pobres y confirmar a los estudiantes católicos en su fe no se ha considerado nunca por el magisterio como actividades condenables o secundarias.
Portal colaboró en cuatro movimientos de importancia central, movimientos al menos que los responsables, de forma continua o discontinua, designaron a sus adeptos como de importancia central: la renovación de los estudios en los seminarios; el despertar católico en las escuelas superiores y en la juventud intelectual; el ímpetu misionero en las zonas descristianizadas de las grandes ciudades; el unionismo finalmente, que tres papas presentaron como el eje de su pontificado. A pesar de las tribulaciones, Portal pudo siempre ocuparse por lo menos de uno de estos movimientos, incluso cuando estaba tachado o reprobado en los otros.
De donde surge una curiosa mezcla de azufre y de incienso, y otro modo de falsear el retrato: no fijarse más que en espiado, el reprobado, el exiliado del interior, y poner entre paréntesis al distinguido bendecido una y otra vez por León XIII, convertido en canónigo por el obispo de Niza, citado como ejemplo por el cardenal Dubois, cortejado por Mons Baudrillart544; el confidente de Mercier, el comensal de los nuncios apostólicos con destino en París y en Bruselas, el buen padre de las huérfanas que el arzobispo de Chambéry se honra en recibir en su diócesis, el Charles de Foucauld de Javel que revela in extremis a obispos auxiliares edificados la heroicidad de las virtudes de Mme Gallice, el difunto a quien un representante oficial del Vaticano acompaña a su última morada.
Añadamos que en el interior de una misma actividad cohabitan el azufre y el incienso, el margen y el centro, lo anormal y la norma. El grupo tala es el Sr. Párroco de Saint-Jacques-du-Haut-Pas que viene a dar el catecismo, es también Teilhard de Chardin que presenta la moral de Gide. Javel es Mme Gallice que distribuye bonos de pan en la mejor tradición de las conferencias de San Vicente de Paúl; es también esta comunidad de testigos que se niegan a dar el catecismo y denuncian «al partido de los ricos». La formación del clero son unos jóvenes que hacen su repetición de oración, después de oír a Édouard Le Roy hablar dela simbólica de los dogmas. La unión de las Iglesias, es Mercier, y es Nepluyef.
La diversidad portaliana se complica con discontinuidad por rupturas de repetición: la enfermedad, Madera, la condena de la Revue anglo-romaine, el adiós a Niza, el fracaso de la última cita con León XIII, el asunto de 1908, la guerra… Pero existen diferentes maneras de leer la vida de Portal que desprenden de lo diverso y de lo discontinuo algunas líneas directrices, temas centrales, alrededor de los cuales es posible organizar la complejidad de lo vivido y darle sentido.
Una primera lectura consiste en privilegiar la acción unionista, justificándose este trato de favor con diferentes puntos de vista, y en primer lugar con el de Portal que escribe en 1907: «Yo me intereso en muchas cosas, veo a mucha gente, y con todo, en el fondo, apenas pienso en otra cosa que en la Iglesia, en las divisiones que la asolan y en los medios de acercar entre sí a todos los fieles de Cristo».
El segundo punto de vista es el del historiador que constata que Portal ha reinvertido –o reempleado- lo adquirido del contacto interconfesional en su acción con los seminaristas, los intelectuales, los de Ulm, la gente de Javel, así como en sus tomas de posición sobre la separación, las relaciones Iglesia-Estado, Iglesia-sociedad global, Iglesia-tierras de misión.
A Javel, por ejemplo, ha transportado el rechazo unionista de la conversión individual, la finalidad unionista de llevar a todo un grupo a evolucionar progresivamente, el método, el método unionista que consiste en primer lugar en abrirse al otro, acogerlo, escucharle, reconocer su valor propio, ponerse en su lugar y compartir sus inseguridades. Transposición de la que da testimonio por otra parte el empleo de un vocabulario intercambiable y de expresiones similares (hermanos separados/pobres separados).
El tercer punto de vista es retrospectivo. Es el del testigo que dispone de varios decenios de retroceso, que constata que el unionismo portaliano, sus grupos y sus redes son otros tantos lugares en los que se ha elaborado una fórmula de paso del unionismo romano hacia el ecumenismo católico tal y como se afirma entre los años 1930 y el segundo concilio Vaticano.
Los ecumenistas de los años 1930 se sintieron deudores a Portal, entraron en contacto con su mito, y también con portalianos muy reales que sirvieron de enlace, y gracias a quienes el «portalismo» fluido y no estructurado acabó por difundirse en la institución. El ejemplo del abate Fleury, del abate Couturier, del padre Congar son prueba de cómo estos enlaces funcionaron.
Capellán de la parroquia universitaria de Franco-Condado después de la Segunda guerra mundial y animador de jornadas interconfesionales, Marcel Fleury hace derivar su compromiso unionista de dos encuentros, los del abate Jean Flory y del grupo tala de la calle de Ulm. Hacia 1925-1926, Jean Flory, capellán del liceo de Besançon, hablaba con emoción de las conversaciones de Malinas, daba a leer obras sobre el anglicanismo, expresaba su confianza en un próximo acercamiento. En 1932, en la calle de Ulm, Marcel Fleury (es por entonces secretario general de la juventud estudiantil cristiana) descubre el boletín Intertala, la asociación Fernand Portal (colonizada por los ulmianos), el grupo Légaut (siendo el propio Légaut tesorero de la asociación Portal), el portalismo reanudado y ampliado por Antoine Martel, es decir vuelto a centrar en la oración por la unidad y abierto a todas las confesiones cristianas, incluido el protestantismo francés.
El fundador del ecumenismo espiritual en el interior de la Iglesia católica, el abate Paul Couturier, despertado de «una especie de sueño de satisfacción» por el laico Victor Carlhian, como Portal lo había sido por Lord Halifax547, recibió la tradición portaliana a través de muchos enlaces y, en primer lugar, el grupo de trabajo en común fundado por Jacques Chevalier en Grenoble en 1920. Con la participación de Jean Guitton, este grupo reanuda los métodos de trabajo del Cherche-Midi y se interesa por las Iglesias separadas. A través de él Carlhian descubre a Portal y le hace conocer a Couturier. A partir de 1924, interviene la Crónica social de Francia, que se propone un «barrido sistemático del campo interconfesional» (diez crónicas unionistas entre 1924 y 1929) bajo la dirección de Mons Beaupin, antiguo estudiante del Cherche-Midi, conocido en la calle Grenelle y en el círculo de las cuestiones extranjeras de la calle Ulm548. Su influencia es sustituida por la de los ulmianos de la parroquia universitaria de Lyon, como Robert Flacelière que fue por algún tiempo, bajo Portal, «secretario» del grupo tala. En 1932, al fin Couturier se encuentra, en Amay, con el enlace benedictino que el exilio de dom Lambert no ha roto.
Parece pues que fue con conocimiento de causa como el padre Couturier, cuando relanza con perspectiva ecuménica el octavario de oraciones por la unidad, reivindica expresamente la herencia portaliana –en privado al menos, ya que en público, se parapeta detrás de la figura tranquilizadora del cardenal Mercier. No es solamente a las conversaciones de Malinas idealizadas hasta el mito a las que quiere vincularse, sino al portalismo de base que niega el unionismo de institución. Por esta razón escribe en 1939 a un formador de los grupos de Légaut (otro enlace muy activo):
Mi parecer, si aun llega a tiempo, es que no se necesita ninguna organización unionista, por mínima que sea. Todo debe ser como la llama, la amistad. El abate Portal halló la fórmula cuando preconizó las «células de la amistad». Es una directiva. Relaciones personales. Contactos de alma. Una atmósfera de oración, de gran oración.
El fundador del ecumenismo teológico en el catolicismo francés, el padre Congar, O.P. , admira también a Portal; se declara abiertamente a favor de su herencia y le reivindica por completo. Describe incluso como uno de los «signos» de su vocación ecuménica su «atractivo», su «curiosidad a la vez respetuosa, dócil e interrogativa» a favor de la «personalidad espiritual» del lazarista. Como el abate Jean Flory, siguió por la prensa y las revistas la marcha de las conversaciones de Malinas, que le parecieron «como una especie de ideal550». Más tarde, las descubre de alguna manera por dentro, gracias al testimonio del abate Hemmer y del Dr Kidd. En 1937, dedicó Chrétiens desunis, principes d’ un oecuménisme catholique, al cardenal Mercier y a «todos los de Malinas».
Después del mito fundador, el padre Congar se encontró con la herencia portaliana en Amay, pero también por mediación del abate Gratieux. En 1932, se fue a escuchar las conferencias sobre Khomiakof que el fiel entre los fieles podía al fin dar en el Instituto católico de París551. No porque el ostracismo de que era víctima desde 1909 se le hubiese perdonado. De vuelta de Alemania en 1930, vivía de las capellanías en casas de ancianos y asilados locos.
El abate [escribe el padre Congar en sus memorias] me acogió con esa simpatía activa y sin defensa de la que me beneficié más todavía en lo sucesivo552. Porque nos vimos ya en su casa, en Châlons-sur-Marne, ya en casa de una maravilloso amigo común, en Vitry-le-François […]. Tuve la satisfacción, con Étienne Paillard, de ayudarle a concluir trabajos comenzados en 1906 a petición del padre Portal, y a publicarlos553. De esta forma el testimonio del abate Gratieux, por largo tiempo tocado de un semi-ostracismo unido a las estrecheces e injusticias de la reacción anti-modernista, no desapareció con él.
Con Jean Guitton, Gratieux colabora en los Cahiers pour le protestantisme, lanzados por el padre Congar con el objeto de proporcionar documentos e informaciones exactas sobre las Iglesias separadas, y que contribuyeron así a difundir la herencia portaliana en la nueva generación ecuménica. Siempre con Guitton, Gratieux fue de los que participaron en el encuentro ecuménico del Saulchoir de Pascua de 1938.
El padre Congar se encontró también con la tradición portaliana, tal y como la conservaban los tala. En 1934, bajo la dirección del padre Brillet, sucesor de Portal, de Beaussart y de Hemmer a la cabeza del grupo de la calle Ulm, vienen católicos a unirse en los «ejercicios franco-rusos» que reunían anualmente a jóvenes protestantes y a jóvenes ortodoxos. El año siguiente, el padre Congar prolongó los ejercicios con reuniones en París, a partir de las cuales organizó un círculo ecuménico católico que puso bajo el patrocinio de Fernand Portal. El círculo expresó su deseo «de continuar la tradición del padre Portal y de los católicos que, desde 1895 hasta su muerte, se juntaron con él». Su boletín, Au service de l’unité,
recurre frecuentemente a la filiación portaliana, y los documentos que publica son recibidos por compañeros de todas las generaciones: Goyau, Hemmer, Gratieux, Guitton, Légaut, Mesnard.
El padre Congar hubiera deseado que se fusionara su «grupo Portal» con la Asociación Fernand Portal, siempre presidida por el abate Hemmer, y que se había trasladado en 1932 de la calle Geoffroy-Saint-Hilaire al 39 de la calle Galilée. Como el portalismo se acomoda mal a las instituciones, la Asociación apenas estaba ya activa, pero poseía una biblioteca interconfesional, heredada del abate Morel y de Portal, enriquecida después por adquisiciones y donaciones. Con la decepción del padre Congar, la fusión fracasó, pero, después de la guerra, fue la Asociación la que vino a solicitarla. En 1946, ya no tenía ni presidente (Hemmer murió en 1942) ni tesorero (Marcel Légaut había dejado la enseñanza y se había ido a vivir a Haute-Provence).
Mons Beaussart, miembro de la Asociación y de su oficina desde 1927, y convertido después de la muerte de Mons Chaptal en vicario general encargado de los extranjeros de la diócesis de París trató de reanimar el asunto. En enero de 1946, reunió en su casa a algunos amigos que procedieron a la renovación: Beaussart fue presidente, el normalista J. Perret vicepresidente y el padre Congar secretario. La Asociación y su biblioteca ( por poco tiempo replegada en las galerías de la Iglesia de la Trinidad, parroquia del abate Hemmer) se instaló en el 61 de la calle Madame, en el centro intelectual de los católicos franceses. Cuatro años después, se fundió en el centro ecuménico dominico Istina, que recogió la biblioteca. Allí se encuentra todavía.
De esta manera, los pioneros de ecumenismo católico se sienten deudores a Portal. ¿No pretenden con ello otra cosa que fabricarse una genealogía, que identificarse con un modelo, que en afincarse en una prehistoria un tanto de fábula? Si se compara el ecumenismo portaliano, tal como aparece en la época del Cherche-Midi y de la calle Grenelle, con el ecumenismo católico descrito por Étienne Fouilloux, resulta posible obtener una serie de puntos comunes, que no tienen nada de mítico.
El portalismo como el ecumenismo de los años treinta persisten en ruptura con el unionismo romano.
Como el círculo del Cherche-Midi, el comité de redacción de la Revue catholique des Églises, el «seminario» de la calle Grenelle o el círculo de las cuestiones extranjeras de la calla de Ulm, los grupos que gravitan en torno a Couturier y a Congar no deben nada a Roma ni a los obispos. Son autónomos, trabajan en la base, reclutan de buen grado entre los enseñantes laicos (no se puede hablar de ecumenismo católico sin contactar con la parroquia universitaria), mantienen con la autoridad relaciones a veces problemáticas y viven en una tensión constante entre la integración (no existe ecumenismo sin representatividad) y la protesta (el movimiento ecuménico fue condenado en 1928 por la encíclica Mortalium animos).
En Portal como en los ecumenistas, el compromiso es primeramente respuesta a una llamada, a lo que Portal calificó en 1914 de «palabra interior», de exigencias «íntimas y personales», de «llamadas directas del Espíritu de Dios»559. Fundada así la acción se quiere ver lejos de los cálculos políticos que Portal fustigó en su conferencia de Lovaina, en 1925.
De una parte y de otra, el punto de partida es una reevaluación de las confesiones no romanas, el reconocimiento de su valor propio, del valor del otro hasta en su diferencia. Este reconocimiento es la razón del rechazo de la conversión individual como de la sumisión corporativa y mantiene el gusto de la información y del contacto vivo, ese culto de la búsqueda y del documento, que se puede seguir de la Revue catholique des Églises a los Cahiers pour le protestantisme, esa práctica asidua de los viajes y de los encuentros, que permite constituir las «células de amistad» propuestas por Portal sobre el modelo de lo que él mismo vivía desde Madera.
L’amitié au service de l’union: el título de la biografía de Portal publicada por Gratieux en 1950 está totalmente en consonancia con el movimiento ecuménico, tal como se encarnó, por ejemplo, en el grupo de los Dombes. De donde un doble aspecto, a la vez realista y utópico; realista porque no se trata de proponer «planes de reunión», sino de proceder a una larga marcha de aproximación, a una transformación progresiva de las mentes y de los sistemas culturales, a una modificación de la mirada al otro. Utópico en la medida en que las «células de amistad» pueden presentarse como realizaciones parciales y anticipadoras de la Iglesia reconciliadora pueden presentarse como realizaciones parciales y anticipadoras de la Iglesia reconciliada.
Una vez casi evacuada la perspectiva de un regreso puro y simple de los separados, portalismo y ecumenismo católico afirman que la unidad está al término de una reforma convergente delas Iglesias. No solamente los temas, sino los términos de «reforma» y de «convergencia», se hallan ya en la Revue catholique des Églises. Punto de partida de esta reforma: un examen de conciencia –fórmula eminentemente portaliana- por el que todos los cristianos, incluidos los romanos, deben reconocerse culpables del pecado de desunión. Sentido de la reforma: lo que Portal llamaba «una renovación de vida cristiana», la «supresión de los obstáculos al desarrollo de la acción divina560».También parece difícil oponer un portalismo diplomático, activista, extrovertido, a un ecumenismo de las profundidades, dela oración, de la conversión. Portal identifica la oración «para que la Iglesia se espiritualice cada vez más» con la oración «para la unidad del mundo cristiano». En las comunidades, desea menos «superficie», más interioridad; no cesa de insistir en la inutilidad de los medios humanos:
Lo esencial es pasar a segundo plano, no impedir actuar a las fuerzas divinas […]. Si pretendiéramos por medios humanos alcanzar el objetivo de la obra o el objetivo de nuestra vida, sería un sacrilegio […]. Nuestra visa está en nuestro contacto con Jesucristo […]. Los medios humanos son absolutamente como si, en un mecanismo, en lugar de aceite, se le echaran granos de arena […]. Nuestras acciones no son más que para dar a Dios la posibilidad de actuar […]. Nuestro recurso esta en la Cruz, no nos viene de nuestra habilidad ni de nuestra elocuencia.
Y este consejo, dado en Lovaina a los buenos obreros de la Unión, de emplear «sobre todo medios sobrenaturales: la oración, fuente de gracia», con la caridad y la humildad.
Se comprende de esta manera que el abate Couturier no se haya sentido muy distante de Portal y que haya podido sentirse deudor a su filiación. Ahí sin embargo se toca uno de los puntos importantes del conflicto portalismo/ecumenismo: nada en la obra del lazarista anuncia o prepara verdaderamente la semana universal de oración por la unidad de los cristianos, que toma impulso a partir de 1935 bajo la dirección del sacerdote lionés.
Para concebir una oración ecuménica, habría hecho falta en primer lugar integrara abiertamente al protestantismo en su plan unionista. Ahí está, sin duda, lo que distingue más claramente al portalismo y al ecumenismo católico. Es verdad que al comienzo del siglo el lazarista se despojó del anti-protestantismo sistemático que profesa todavía el cardenal Mercier en el momento de las conversaciones de Malinas. De E. Vermeil en el Cherche-Midi hasta Lucienne Vannier en Javel, pasando por Horace Monod, Henri Monnier, Charles Wagner, Bonet-Maury, Paul Sabatier, J. Monnier, se entrevista con reformados y trabaja con ellos. En 1908, en la Revue catholique des Églises, exterioriza el fundamento teológico de una actitud práctica: «Nada se opone pues a que tengamos incluso a los protestantes como miembros del Cuerpo místico de Cristo».
Más tarde, considera con simpatía la formación de un movimiento ecuménico que agrupe a protestantes, anglicanos, ortodoxos: no piensa en descubrir con ello un peligro para el catolicismo o una concurrencia desleal para el unionismo. Era demasiado sensible a la necesidad, para todas las Iglesias, de hacerse católicas, es decir de atravesar las fronteras y encaminarse hacia la universalidad.
Pero todo ello queda muy atrás con relación a las iniciativas y a lasa tomas de posición de un Laberthonnière, por ejemplo, que de este punto de vista prepara mas directamente la emergencia de un ecumenismo sin exclusiva ni paréntesis. El ejemplo de oratoriano muestra con suficiencia que la reserva del Portal no puede imputarse solamente a las censuras de la autoridad eclesiástica. Newmaniano, el lazarista está muy ligado a la noción de desarrollo, es decir de evolución continua. Asimismo no puede por menos de considerar la reforma luterana, que la historiografía del momento le presenta bajo el aspecto de una ruptura, como extraña a la naturaleza misma de la historia. «Ese fue el gran error del protestantismo; la reforma de la Iglesia era necesaria, Lutero quiso hacer una revolución violenta, no la adaptó a la organización de la Iglesia». Lo que le satisface del anglicanismo, es menos el parecido con el modelo romano (el liberal catholicism de su preferencia está en las antípodas del anglo-papalismo) que la afirmación de una continuidad, el sentido de la tradición, una visión muy orgánica de la Iglesia. Debido a este sentido, según Portal, existe el anglicanismo a pesar de la reforma del siglo XVI.
Correspondió a los portalianos de la tercera generación, y primordialmente a Antoine Martel, integrar sin discusión el conjunto del protestantismo en el proyecto unionista, y acceder por ahí a la idea de una oración ecuménica. Una vez superada esta etapa esencial, fue preciso además despojar a la herencia portaliana de lo que tenía de artesanal y de improvisado, dotarle en particular de la base teológica rigurosa que Portal nunca se preocupó de elaborar.
Hechas estas reservas, es evidente que Portal, sus grupos y sus redes constituyen una de las fuentes, y de las más importantes, del ecumenismo católico. Portal dejó intuiciones, guías de búsqueda, un mito motor, mas también una experiencia, un método, colaboradores, un público, todo lo que completa una herencia útil y una tradición viva. Ésta ha sido recogido con fervor, sin perderse nada: se comprende que una visión retrospectiva pueda privilegiar, dentro de diversidad de las actividades portalianas, la empresa unionista.
Una valoración así resulta sin duda inevitable; pero no carece de inconvenientes. ¿Se puede en verdad
construir un objeto histórico siguiendo un plan proporcionado por los usuarios inmediatos de la experiencia que se trata de reconstruir?
No se trata, salvo ilusión positivista, de prescindir de una visión retrospectiva, al menos resulta posible y necesario no atenerse al punto de vista de los que lanzaron el movimiento ecuménico y organizado después el sistema ecuménico. Hay otros lugares desde los cuales preguntar al Señor Portal, como el laborismo de inspiración cristiana, la escuela laica, las relaciones internacionales, o las ciencias no teológicas de las religiones.
Cruzando los puntos de vista, multiplicando los puntos de ataque, diversificando las preguntas, emerge entonces otra estructura, en la que los hechos se organizan independientemente de su fecundidad ecuménica; el proyecto unionista ya no se encuentra evidentemente marginalizado; sino que en lugar de alojarse en una serie eventual que lleva directamente al Vaticano II y a la constitución Unitatis redintegratio, participa de un cuestionamiento radical –y de futuro incierto- del intransigentismo católico.
Esta movilización se inscribe en la perspectivas de una lucha final inminente entre las fuerzas del bien y las del mal, al frente las cuales el proyecto competidor que se propone ocupar todo el espacio social y cultural, el socialismo. Para Fernand Dalbus, es el momento del «unionismo en contra»: se trata de reunir las fuerzas cristianas en torno al papa contra los «enemigos de la religión y de la sociedad», «los jefes del socialismo» y los «impíos de toda clase», para ganar «la batalla, la gran batalla» que «se librará en el momento supremo»564. Es la lucha final, y la Iglesia es el género humano.
En el Cherche-Midi, en Javel , en la calle Grenelle, los portalianos desalojaron por completo el proyecto intransigente. Reconocen no sólo la autonomía de lo político y de lo científico, sino también de lo social. Dios no está más ligado a una forma de la propiedad que a una teoría de la sustancia». De esta frase-manifiesto de la Revue catholique des Églises565, Portal se hace eco veinte años después cuando escribe para la comunidad de Javel: La religión tiene por fin santificar todos los sistemas, pero no tiene por fin defender tal o tal sistema […]. La Iglesia es independiente de todo sistema político y social».
La Iglesia y el socialismo? «Será suficiente con una adaptación mutua para llegar al entendimiento567». Entente de la que Nepluyef, por ejemplo, es el agente eficaz.
Es de los socialistas que dejan de considerar la Religión como una enemiga y de los cristianos que ven en el socialismo otra cosa que elementos de desorden. A unos y a otros, la lección dada por el gran hombre de bien que fue N.N. Nepluyef no les será inútil.
Los portalianos no ven ya objeción en que los católicos colaboren con la CGT para montar una ciudad que ya no es de Dios ni del diablo, sino de los hombres.
¿No existe entre los sindicalistas rojos una preocupación por la persona humana y una actividad desinteresada capaces de introducir en nuestra civilización cierto resurgir que el catolicismo no querría despreciar569?
Los portalianos no han intercambiado su intransigencia por otra; no piensan en superponer los modelos ni a sentirse deudores a la vez a Pío X y a Jules Guesde. Nadie del Cherche-Midi o de la calle Grenelle pensó nunca adherirse al socialismo en nombre de Cristo y del Evangelio; además no se trata de adhesión, sino de diálogo; este paso del «combate supremo» al diálogo posible no es la señal de un entendimiento, sino al contrario de una separación ideológica, de un paso de la intransigencia a un más allá de la intransigencia, que nosotros calificamos, a falta de otra cosa, de liberal.
En el manifiesto de la Sociedad de estudios religiosos, en 1905, cristianos reconocen su situación de nuevos nómadas, en la periferia de una sociedad que la religión no controla ya, de un universo mental que la fe no informa ya. En adelante es cuestión de animar un mundo secularizado. Cristo está en él, ocultado pero presente.
El ideal cristiano […]. Liberar a las masas populares de sus miserias físicas y morales […]. Este ideal se halla, más o menos deformado, en sus aspiraciones hacia la justicia, la fraternidad, en el respeto por la sinceridad y por la equidad.
El problema no está en modernizar o en adaptar la fe, sino en actualizar una presencia, en dar testimonio por una fe que no es adhesión a una representación del mundo sino encuentro con Cristo. Y para ello los cristianos deben tomar el mundo como es, escucharle, acogerle, «vivir por simpatía sus ideas, sus aspiraciones, sus ilusiones», hacerse las preguntas que él se hace, sentir las dificultades con que se enfrenta, «sufrir con sus dudas», «llevar el peso de sus negaciones». Trámite valedero para la Universidad y para Javel, y para los traperos y para el «mundo intelectual» evocado por Laberthonnière.
En estas condiciones, no puede existir concurrencia entre el cristianismo y el socialismo, que militan en «dos terrenos esencialmente diferentes», como se lo escribe Gustave Veerkamp al abate Bardy evocando las relaciones del grupo tala y del grupo SFIO de la calle de Ulm. Lo que permite a los portalianos dirigir una mirada desapasionada y curiosa a un movimiento que pretende oponerse al desmembramiento de la ciudad humana, a la dispersión del tejido social, al nacionalismo, al individualismo, otros tantos obstáculos al acercamiento de los cristianos. Rostro secular del unionismo portaliano. También porque «las transformaciones de la sociedad imponen y ocasionan cambios en la Iglesia», que la reunión de las Iglesias […] es uno de los movimientos más poderosos, más seguros de dar resultado que existan. La concentración de las fuerzas dispersas, individuos o agrupaciones, para colaborar en una obra dada, ahí está la característica, entre todas, de la edad moderna: el sentido social se ha despertado en todas partes, en las Iglesias lo mismo que en las fábricas y en los laboratorios.
No es desde un punto de vista intransigente del que Portal hace campaña por la separación de la Iglesia y del Estado, aboga por las leyes laicas, reprueba la idea de un partido político confesional, guarda sus distancias en relación al movimiento católico social, y, después de la guerra, desea que el unionismo se ponga al servicio de la Sociedad de las Naciones, en la que no alcanza verdaderamente a ver una concurrencia de la Iglesia romana. Como no intransigente pone en guardia a los ulmianos contra lo que él llama un «barullo de seudocristianos, de rositas cuando se trata de los mandamientos de Dios y fanáticos cuando se habla de elecciones o de la escuela laica». Como no intransigente es ajeno a la idea de la exportación de una civilización cristiana, y piensa con el padre Lebbe que la misión de ultramar no debe llevar una cultura extranjera, sino una fe capaz de animar el aparato cultural local, sin amputarlo ni empequeñecerlo, una fe que deje «la luz blanca de Cristo» descomponerse «libremente en el prisma humano».
Para muchos de los que le conocieron, Portal fue menos el especialista en las cuestiones anglicanas que un sacerdote que las preparó a enfrentarse a lo que Jean Guitton llama el «momento de incertidumbre», el «instante de desnudez», cuando, «por el 1930, se planteó por primera vez la cuestión de saber si el tiempo «constantiniano» no se había pasado, si el cristianismo no iba a dejar de apoyarse en algo que no es él, el poder político, la preeminencia de tal o cual clase social». En esta perspectiva, que no es la de la posteridad ecuménica, el proyecto unionista es central: ha dominado el itinerario portaliano de la intransigencia a la negación de la intransigencia, y en primer lugar provocando las dos decepciones de 1896 (León XIII condena la Revue anglo-ramaine) y de 1901(León XIII se niega a recibir a Portal).
Más profundamente, la campaña angloromana enfrentó al lazarista con las contradicciones del unionismo leoniano. La intransigencia que es fundamento de éste es a la vez una nostalgia de unidad muy poderosa y un obstáculo suplementario en el camino del acercamiento. Fernand Dalbus no se facilitaba la tarea invitando a los sacerdotes anglocatólicos que dirigían la Church Socialist Guild a combatir a las «cabezas del socialismo», o desplegando la gran dramaturgia sagrada del «combate supremo» ante Ingleses a quienes el tema de la lucha final, fuera cristiana o marxista, dejaba perplejos. Sobre todo la campaña angloromana le habituó a acoger al separado, al otro, al diferente. El manifiesto de la Sociedad de estudios religiosos dio un paso decisivo al generalizar, al remplazar el caso anglicano por el mundo secularizado en su conjunto; pero el método que preconiza es ya el que Portal practicaba hacía diez años para darse a entender de los anglicanos.
¿En qué se convierte la crisis modernista en la problemática de un paso de la intransigencia al liberalismo? Portal finge no saber de qué se trata. La palabra aparece muy pocas veces en sus escritos, y con mayor frecuencia en tono de broma.
Nuestro Señor había tomado una docena de hombres para evangelizar [escribe a Mme Gallice]. Ahora vemos que toma una docena de mujeres. Se vuelve feminista. Es modernismo o yo no entiendo nada.
La carta es de junio de 1908, el mes de la condena y del exilio, pero el tono no es de alguien que se sienta verdaderamente implicado. La crisis gravitó con pesadez sobre su carrera y la de sus amigos, pero él mismo no llegó a plantearse de verdad las preguntas que suscitó.
El modernismo tal como él lo vio es primeramente la crítica bíblica, luego, a su tiempo, el rechazo de la transcendencia. Frente a la exégesis, Portal reacciona como un newmaniano que tiene el sentido de la tradición, del desarrollo, de la evolución sin ruptura. No es en los orígenes donde se mide lo que sigue, afirma la Revue catholique des Églises, lo que sigue es lo que explica los orígenes; y en materia de fe, es el obispo, sucesor de los Apóstoles, quien está sobre el exégeta. Portal no e en verdad el hombre de las crisis de la fe, o más exactamente de las aberturas científicas que cuestionan los datos o la formulación de la fe.
Tampoco es más tentado por un cristianismo sin transcendencia, una religión de la humanidad. Pero pone de buen grado el acento, con un optimismo alimentado de todas las amistades que han jalonado su vida, en la bondad de la naturaleza humana que no es necesario mutilar si se quiere progresar espiritualmente. «La vida religiosa es una vida de expansión y no de encogimiento jansenista […]. La vida divina es profundamente humana». Este confesor experimenta gran dificultad en creer en el mal, y sus instrucciones a la comunidad de Javel atenúan la oposición de la gracia y de la naturaleza. «Lo humano es la capacidad de lo divino, cuanto más se desarrolle lo humano más lugar quedará para lo divino».
Por ser optimista Portal es liberal, es la confianza en el hombre la que subyace a su voluntad de tomar el mundo como es, liberado de los símbolos religiosos y convertido a una religión de la tierra; tomar el mundo como es, sin pretender levantarlo o reconstruirlo en ciudad cristiana. Portal admite, a la par que para él la tarea del cristiano es animar a una sociedad secularizada, que cree que «el ideal humano es grande y hermoso en sí mismo», y que el cristianismo tiene por vocación no la de abolir sino la de ayudar a cumplir.
Este libro es el compendio de una tesis de doctorado de Estado. El detalle de las fuentes y referencias se halla en la edición original. Aquí no se trata sino de indicar los fondos de archivos y los testimonios a los que más debe este trabajo, lo mismo que los elementos de una bibliografía portaliana…