Vida del Señor Vicente de Paúl: Capítulo 1

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jaime Corera, C.M. · Año publicación original: 1988.
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(1580)

En abril de 1580, el día 4, o tal vez el 5, señalado en el calendario cristiano por el recuerdo de san Vicente Ferrer, Dios hizo nacer en una casa campesina francesa a un inicio a quien se bautizo con el nombre de Vicente. De su madre, Beltrana, hubiera recibido un segundo apellido, Mouras, si tal hubiera sido la costumbre del tiempo y del lugar. Pero desde que creció el niño y aprendió a escribir, jamás se le ocurrió añadir a su nombre mas que el apellido de su padre, de Paul, aunque el lo escribía simplemente Depaul, tal vez, como quieren algunos de sus admi­radores, para evitar la impresión de que tras la preposición se escondía algún rastro de nobleza. No era noble en manera alguna el padre, Juan, y hasta puede que lo que suena como apellido fuera simplemente una especie de apodo o locativo. Si cerca de la casa paterna pasa un arroyuelo conocido como Paul, entonces Juan de Paul es sin duda el hombre que vive junto a ese arroyuelo. Arroyuelo o tal vez una pequeña laguna o marisma, que en latín se dice palus, palabra que en diversos lugares ha dado, también en castellano, paúl y paúles. Se supone, pero no se sabe con certeza, que los contemporáneos pronunciaban su apellido Pol, como se hace en el francés moderno. Pero consta que 35 años después de su nacimiento unos respetables canónigos, a los que no hay que suponer ignorantes, escribían su apellido así: Paoul, porque sin duda lo pronunciaban paúl. Tal vez fuera esa realmente la pronunciación del apellido paterno de Vicente en su dialecto nativo gascón.

Pantanosa y llena de marismas era en aquel tiempo la tierra en que nació Vicente. El pequeño caserío de Pouy (hoy se llama Berceau de Saint Vincent de Paul), junto a la ciudad de Dax, esta en el borde sur de las Landas, inmensa llanura, repoblada de pinos a partir del siglo XVIII, que se extiende hacia el norte hasta Burdeos. Las fiebres probablemente palúdicas que le persiguieron sin piedad en su edad adulta pudieron haber sido inoculadas muy pronto en su organismo infantil. Aunque eso le pudo suceder también a los 37 años de edad en Chatillon, donde el paludismo había sido endémico hasta su total erradicación unos años después de la breve estancia de Vicente en el lugar. No hace ninguna falta suponer que se trajo la molesta enfermedad del norte de África. Europa estaba también llena en esa época de posibles focos de infección.

Familia de campesinos, modestos ciertamente, pero por lo que parece no colonos en las tierras de algún noble propietario sino propietarios independientes, como era el caso normal en el vecino país vasco, el francés y el español, no así en el resto de la Francia feudal. Tal vez sea este hecho bien asimilado en su infancia lo que explica la extraña pertinacia del Vicente adulto, convertido ya en figura pública en la Iglesia y en la sociedad, en negarse a dar cuentas de su gestión económica a autoridades ajenas a su propia casa. De todos modos la tierra arenosa de Las Landas no daba para vivir de rentas, sino de un duro trabajo para arrancarle año tras año un pobre cereal, el mijo, que era la base de la comida diaria, y los pobres pastos para vacas, ovejas y cerdos. Se bebía agua, o tal vez sidra, que pocos años antes había sido introducida desde la no muy lejana Guipúzcoa. En cuanto al lustroso maíz, que hoy ocupa en Las Landas los espacios libres entre los pinares, Vicente no lo conoció de niño en su tierra, pues fue introducido arios después también desde el vecino país vasco-español.

Pobres aunque independientes, los Paul y los diseminados habitantes de la región estaban sometidos a depredaciones periódicas por parte de fanáticas y muy anticatólicas bandas de hugonotes que descendían a la llanura como águilas rapaces desde el vecino Bearn en las estribaciones de los Pirineos. La familia Paul Mouras sufrió años después, siendo ya Vicente anciano y famoso, una depredación similar en los disturbios de la Fronda que les empujó al borde de la miseria, de lo que no se recuperaron jamás. El discreto pasar de los Paul tenía sin duda bases muy frágiles.

Dura era la vida en la región de Pouy cuando nació Vicente, el tercero de seis hermanos. De manera que el niño tuvo que añadirse muy pronto al grupo familiar de trabajo para el cuidado de los animales. En los arios tempranos de su vida, decisivos para la formación de la personalidad, Vicente fue pastor. Eso quería decir en aquellas tierras pobres y pantanosas una tensa actividad de vigilancia subido a un par de zancos para no perder un solo animal entre los matorrales de hierba dura o en algún charco traidor, y con frecuencia el pasarse las noches solo y al raso en un caminar nómada en busca de mejores pastos hasta cincuenta quilómetros lejos de su casa familiar. Así hasta los 14 o 15 años, en que dejo de vivir en el campo para irse a estudiar a Dax.

Nada más se sabe con seguridad de la infancia de este futuro santo, excepto que de niño no era ciertamente santo. O bien si fue santo de niño dejó de serlo de joven. De modo que no hay que dar excesiva importancia, aunque fueran ciertos, a algunos curiosos datos que se le atribuyen como muestras precoces de santidad. Que si al volver del molino con el saco lleno sobre el burro daba harina a los pobres que se encontraba en el camino; que si hizo una capilla improvisada a la Virgen en el hueco de una encina que aún se muestra junto a la casa en que nació. (No nació en la casa que hoy se muestra al peregrino, aunque la original era parecida a la actual y estaba colocada casi exactamente en el mismo sitio). No hace falta suponer santidad en un niño de familia piadosa católica, y la de Vicente lo era, porque de un puñado de harina a un pobre o rece con devoción a la Virgen.

(1594-1596)

Dax era por entonces una ciudad pequeña, famosa desde los tiempos de los ro­manos, como aún lo es hoy, por sus aguas termales. No fue sin embargo el joven Vicente a Dax para tomar sus aguas, aunque siempre se mostró en su vida adulta muy aficionado a ellas como remedio para diversas enfermedades propias y ajenas, sino para estudiar. Ciudad pequeña, pero ciudad al fin y al cabo, Dax es para Vicente el comienzo de una larga vida urbana. Se sentirá mas tarde llamado por Dios a trabajar en el mundo rural, pero residirá siempre en ciudad. Sin duda Dax le enseñó en edad muy temprana que en las ciudades se encuentran cosas impor­tantes que no se encuentran en el campo. Por ejemplo, variedad de oportunidades para estudiar.

No se sabe si cuando llego a Dax a los 14 o 15 años había ya tenido algo de escuela en casa, o en la casa del cura de su aldea. Ni tampoco si se había enseñado a si mismo a leer y a escribir, como lo hizo años después otra pastora, Margarita Naseau, una de las mujeres que mas admiro este hombre, excelente conocedor y admirador de muchas mujeres. Algo de escuela tuvo que llevar el joven Vicente a Dax, pues solo dos o tres años después inici6 estudios de filosofía. Como quiera que sea, no fue a Dax a estudiar sin más, sino expresamente a preparar los estudios previos necesarios para iniciar después una carrera eclesiástica. La vocación al sacerdocio le venía, aparte de Dios, de su propio padre, animado este por el ejemplo de un su pariente eclesiástico que había conseguido un decente pasar que le permitía incluso ayudar a su familia, sin que ello le costara excesivo trabajo, y ciertamente ningún penoso trabajo físico. Las rentas eclesiásticas, aun cuando fueran modestas, eran más fáciles y seguras que las rentas de la tierra arenosa.

El que de entre seis hijos, cuatro de ellos varones, el padre sólo pensara en él para una vida de estudios parece sugerir que el niño Vicente descollaba entre la tribu de los Paul por su capacidad y su mente despierta. No se equivocó su padre, ni tampoco un señor de Cometa, abogado en Dax, conocido en la aldea de Pouy por asuntos de leyes y conocedor el a su vez de sus gentes, quien parece fue sugirió al padre la idea de los estudios. No se conformó con eso el señor de Comet, sino que después de los primeros meses de estancia como residente interno en el con­vento de los franciscanos, se trajo a Vicente a su propia casa. Así se ahorraría los gastos de pensión, y aunque aun muy joven, pero sin duda considerado ya capaz, podría ser el preceptor de los propios hijos mas jóvenes del señor. Función que el joven Vicente debió de desempeñar a satisfacci6n de toda la familia, pues fue toda su vida muy apreciado por los diversos miembros de ella, aprecio al que el mismo correspondi6 hasta su muerte.

De manera que el niño, hecho ya adolescente, ha dejado su aldea natal. No va a volver a ella, fuera tal vez del tiempo de vacaciones, hasta los 43 años, y eso por última vez, por pocos días y después de muchas dudas. Parecería que ha salido para siempre del estrecho mundo rural. Estrecho y feo. Su padre, que viene a Dax para algún negocio u ocasional visita al hijo, desentona agriamente con la elegancia de las gentes de balneario que acuden a Dax. Y además, cojea. El nombre popular del propio caserío familiar, Ranquines, parece que ha sido inspirado a los vecinos par el defecto físico de su dueño. El adolescente no solo se avergüenza de pasear por la ciudad con su padre sino que incluso se niega a verle en la sala de visitas. En la ancianidad se acusó repetidas veces en público de este pecado juvenil. Pero para llegar a eso la vida tuvo que espabilarle con la frustración de muchas vanas ilusiones. A los 17 años, cuando Vicente deja Dax y se marcha a otra ciudad más grande, es un adolescente que quiere dejar atrás su pobre mundo rural, que suena con nuevos mundos desconocidos más anchos, y que se avergüenza de su padre.

(1597)

Su padre, hombre de bien, debió de hacer como que no se daba cuenta. O bien olvidó, o hizo que olvidaba, la insolencia del hijo adolescente. Hasta llego a desprenderse de un par de bueyes, posiblemente el único par de animales de trabajo de la granja familiar, para que su hijo tuviera con que desplazarse hasta Toulouse y comenzar sus estudios eclesiásticos, estudios que culmin6 en 1604 con el título de bachiller en teología. Se sabe que hizo algunos estudios en Zaragoza, aunque no consta ni cuántos ni por cuanto tiempo. Probablemente fueron pocos, y muy posiblemente los hizo en alguna interrupción de su estancia en Toulouse entre su llegada, parece que en 1597, y su salida definitiva de la misma ciudad en 1604 o 1605. Pudo también comenzar sus estudios en Zaragoza y continuarlos luego en Toulouse hasta conseguir el titulo de bachiller. La única otra posibilidad es que estuviera en España parte o todo el tiempo que el dijo en carta al señor Comet que había estado en África. Nunca dijo ni escribió, aunque en un par de ocasiones lo llego a insinuar, que había estado en España. Sin embargo esto último es mas seguro que lo otro. Es mucho mas seguro que nuestro hombre conociera en su juventud de primera mano algo, aunque fuera poco, de España, que de ninguna tierra mahometana, como no fuera a través de escritos de aventura y picaresca. No tiene todo esto importancia alguna para el conocimiento de nuestro hombre. Todo lo que se quiera decir sobre la influencia en su carácter de su estancia en la península, y aun mas sobre la fantasía de su nacimiento en España, es, todo ello, fantasía.

El dinero de la venta del par de bueyes se le acabo pronto sin duda. Nuestro joven, acostumbrado desde niño a ganarse el pan de cada día, en su estilo sacrificado y emprendedor que le acompañó de la cuna a la tumba, encontró un remedio a la escasez de medios abriendo por su cuenta y riesgo una especie de residencia para escolares mas jóvenes de los que percibiría una pensión de la que el mismo pudiera vivir modestamente. La experiencia en la casa del señor de Comet le sirvió sin duda para ello de entrenamiento e inspiración. Esta pensión comenzó funcionando en Buzet, aunque luego se trasladó a Toulouse. Este es el dato seguro. Pero tras su aparente transparencia se esconden algunas complicaciones que sus biógrafos se suelen saltar bonitamente a la torera. Para empezar, Buzet y Toulouse se encuentran a unos treinta quilómetros una de otra, distancia razonable hoy para un viaje de ida y vuelta a la universidad, pero claramente imposible para los lentísimos y caros medios de transporte en aquel tiempo. Y aunque no sabemos cuanto tiempo estuvo con su breve tropa de escolares en Buzet antes de trasladarse a Toulouse, no se puede suponer que ese tiempo fuera corto, pues se nos asegura (el mismo lo hizo en una carta a su madre hoy perdida) que su pensión acabó teniendo un excelente renombre hasta el punto que le mandaban escolares desde la misma Toulouse. Un excelente renombre no se puede conseguir, por ejemplo, en unas breves vacaciones de verano.

Este pequeño dato, junto con el otro de sus viajes y estancia en Zaragoza, nos da la imagen de un joven clérigo que recibe la tonsura y las Órdenes menores a los 16 años, antes de despedirse de Dax, y que a los 17 comienza los siete años de filosofía y teología, estudios que persigue al principio de una manera errática y un poco a salto de mata. Sin mencionar el hecho de que el simultanear su pensionado y sus estudios es ciertamente un testimonio fehaciente de su constancia e iniciativa, firmeza de carácter y vida austera, pero no sugiere en modo alguno una dedicación absorbente a los estudios. De modo que el diploma que recibió de la universidad de Toulouse en 1604, diploma que acreditaba el haber completado los siete años de estudios requeridos, acreditaba ciertamente que los había terminado, pero nada decía de cómo los había hecho. Cuando el Vicente adulto lamentaba el que en los tiempos anteriores cualquier joven con estudios escolares, un poco de latín y algo de filosofía y teología se iba a una parroquia y administraba allí los sacramentos como le parecía bien, parecía referirse a la historia de su propia formación sacer­dotal. Solo que esta aún fue peor, pues se ordenó sacerdote a los 20 años y fue nombrado párroco antes de siquiera comenzar los estudios de teología.

Aún hay más. Pues antes de ordenarse de sacerdote tuvo naturalmente que pasar por las ordenaciones de subdiaconado y diaconado, cosa que hizo en Tarbes en setiembre y diciembre de 1598, a los 18 años. O sea, que este pobre estudiante se permitió el lujo de dos viajes de más de 500 kilómetros, ida y vuelta de Toulouse a Dax, en un periodo de cuatro meses. Hasta hay quien sugiere que pudo hacer en el mismo año un tercer viaje, éste en febrero, desde Zaragoza para estar presente en la muerte de su padre. Vicente fue siempre, desde la niñez, viajero, móvil y hasta más que un poco andarín, pero eso solo se puede ser, excepto en el caso del nómada profesional, si se tienen medios para moverse. Así que sus ordenaciones de diácono y subdiácono en Tarbes plantean dos interrogantes que no intentaremos responder. ¿Es seguro, como suponen todos los biógrafos, que Vicente dejó su tierra natal para ir a Toulouse en 1597, a sus 17 años? ¿No iría más bien a los 19, en 1599, una vez ordenado diacono?

(1600)

Como quiera que sea, a los 20 años, en setiembre de 1600, se ordenó de sacerdote, como decíamos arriba. No se ordenó en Toulouse, lo que hubiera sido normal dada su escasa capacidad económica, ni en Dax, para celebrarlo con su familia, sino en Perigueux, que está de Toulouse hacia el norte más o menos a la misma distancia que Dax hacia el oeste. Un larguísimo viaje aparentemente inútil, y ciertamente costoso. Pero nadie acusó jamás, ni pudo acusar al Vicente joven o al adulto de meterse en empresas inútiles, aunque con frecuencia se metió, de joven y de adulto, en empresas arriesgadas. Cuando, pues, se sugiere como explicación del misterioso viaje la idea de que en Perigueux se podía encontrar un obispo anciano y de los antiguos, sin escrúpulos para ordenar a un mozalbete de 20 años, cosa que no era posible ya en aquel tiempo ni en Dax ni en Toulouse, donde corrían ya ciertos aires de reforma, parece que se da con la explicación exacta.

Pero el dato nos sugiere también algo obvio en el momento sicológico de nuestro héroe: sabe que hace trampa, pero la urgencia de ser sacerdote para conseguir cuanto antes un medio seguro de vida le hace pasar por encima de todo escrúpulo. Hay que perdonarle, porque no sabe lo que hace. Algo mas tarde se arrepintió y se acusó en público de este pecado, confesando que «si hubiera sabido lo que era el sacerdocio cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra». Hay que dar gracias a Dios, ¿a quien si no?, de que la dudosa moralidad y las prisas del joven Vicente fueran un medio, tortuoso en si mismo, para que, aunque las Landas perdieran un labrador que sin duda hubiera llegado a ser competentísimo y emprendedor, el mundo se haya ganado un sacerdote de su talla. Pero es claro que no tenia nada de santo a los 20 años. De manera que todas las devociones angelicales que dicen que puso en la celebración de su primera misa suenan a delicioso cuento de hadas. Vicente no quiso ordenarse pronto para decir pronto y con devoción su primera misa, sino para ser párroco de inmediato y poder cobrar las mas o menos 300 libras anuales que el cargo llevaba consigo en la Francia de su tiempo. Quiso ser párroco a los 20 años; lo fue nombrado de un pueblo, Tilh, cercano a su aldea natal, y estuvo a punto de serlo efectivamente. Pero le falló el plan, y sufrió con ello la primera frustración de su juventud. Aún habían de venir otras, todas necesarias para domar y encauzar por otras vías la energía potente y un poco primitiva de aquel mozo inquieto y ambicioso.

De manera que nuestro joven aspirante a párroco tuvo que volverse a Toulouse con las manos vacías para iniciar en el otoño de 1600 sus cuatro años de estudios teológicos. Pero aún hubo otro viaje, esta vez a Roma, aún más largo que los anteriores, y aún más caro; pero éste seguro y no dudoso. Cómo pudo pagarse el viaje es un misterio, así como lo es el motivo que tuvo para hacerlo. Se podría pensar en un ataque violento de piedad que le empujó irresistiblemente a llegarse hasta Roma en peregrinaje de Año Santo. Pero aún la piedad más sincera tiene que limitarse a manifestaciones compatibles con los recursos económicos. Mas probable parece la sugerencia hecha repetidas veces de que Vicente se acercó a Roma, sin duda endeudándose previamente para ello, con el fin de ver las posibilidades de recibir de las máximas autoridades romanas la parroquia de Tilh ya concedida a él por la autoridad local de la diócesis de Dax, concesión disputada por un sacerdote competidor que acabó por prevalecer sobre los posibles derechos de nuestro joven sacerdote. Una tercera posible razón para el viaje, el conseguir la absolución de las censuras en que podría haber incurrido por su ordenación irregular, es efectivamente posible, pero no hace falta suponerla a no ser que se una a la anterior. Una tal absolución se podía conseguir, y se conseguía normalmente, simplemente por correspondencia, costosa también en aquel tiempo, pero por supuesto mucho menos que cualquier modo de viajar en persona la misma distancia.

Vicente menciono este viaje a Roma varias veces en su vida posterior, siempre como un recuerdo agradable y una experiencia de devoción fuertemente emocional que le enterneció hasta las lagrimas, y eso «a pesar de que estaba cargado de pecados». Esta frase escrita treinta arios después del viaje es una evidente traición de su subconsciente. La estancia en Roma sigue asociada en su memoria, treinta anos después de sucedida, a algo que el Vicente adulto considera una carga de pecados. Esto parecería apuntar a que efectivamente el viaje estuvo relacionado en alguna manera con algo que tuvo que ver con la irregularidad de su ordenación. Que sepamos, no tenia más pecado a los veinte años que la ordenación sacerdotal fraudulenta, un hecho que para el joven Vicente era simplemente una expeditiva manera de acceder a un medio de vida seguro, mientras que al Vicente adulto parecía con razón una detestable carga de maldad.

(1604)

Los cuatro años de estudios teológicos en Toulouse parecen haber sido más normales y tranquilos que los tres previos. Al final de ellos Vicente consiguió su diploma de bachiller. No lo usa nunca, aunque le daba derecho a ser una especie de profesor auxiliar para explicar algunos temas teológicos. Si tuvo la intención de continuar estudios y dedicar su vida a la investigación o a la enseñanza de la teología no se sabrá jamás, pues su vida de estudiante queda interrumpida repen­tinamente por los curiosos incidentes que relataremos enseguida. Tampoco parecería por su modo de ser y su trayectoria posterior que hubiera tenido nunca el proyecto de una vida intelectual. Capacidad para ello no le faltaba; hasta le sobraba. Pero más le sobraba aún una capacidad de acción que acabo imponiéndose sobre la otra. Por lo demás, lo que Vicente estudie en Toulouse no era tampoco la teología escolástica viva y creativa de 300 años antes, sino más bien la escolástica decadente que, al margen y a pesar de los esfuerzos renovadores de Juan de Santo Tomas y de los teólogos de Salamanca, acabó prevaleciendo en casi todos los seminarios y facultades teológicas del mundo como método obligatorio de formación teológica sacerdotal.

No quedan testimonios del saber teológico que adquirió en Toulouse, excepto uno, escrito por el mismo unos tres años después de conseguido el titulo. Son alrededor de tres años en los que no sabemos donde estuvo ni que hizo el bachiller. Cier­tamente no estuvo enseriando teología en parte alguna y ciertamente no en Toulouse. Tal vez estuvo en Zaragoza, como insinuábamos arriba, cosa que decimos como mera posibilidad y sin ninguna convicción. En cualquier caso el texto que vamos a citar parecer sugerir que este joven bachiller ha estudiado los problemas de la gracia y del libre albedrio, ha optado por la solución molinista de la ciencia media, y luego, tres arios sin ver un libro le han hecho olvidar los detalles técnicos y sutiles del teólogo jesuita, para expresar de una manera banal y torpe, el que fue siempre escritor con pleno dominio de su pluma, una opinión teológica banal. La expresa en una carta, cuya redacción general no es nada torpe sino todo lo contrario, en la que quiere explicar que unos piratas le llevaron esclavo a Túnez, donde ciertamente le hubiera sido difícil encontrar libros para tener al día sus estudios de teóloga y su título de bachiller. La dice al señor de Comet para explicarle como su hermano, también bienhechor del joven Vicente, que había muerto por «mal de piedra», se hubiera curado y no hubiera muerto de haber recibido a tiempo un remedio contra el mal que Vicente se habla dado prisa en aprender en África, sabiendo que su bienhechor padecía de él, y esperando Vicente ser liberado, o liberarse a sí mismo, como dice que hizo en la misma carta, y así poder aplicarle a tiempo el remedio. Pero Vicente llegó tarde. Cuando quedó libre ya había muerto el hermano, porque «según se dice, los días del hombre están contados ante Dios. Eso es verdad; pero no porque Dios hubiese contado sus días en tal número, sino que el número ha sido contado delante de Dios porque ha sucedido así; o, para decirlo mas claramente: el no murió cuando murió porque Dios lo hubiera previsto así o hubiese decidido que el número de sus días fuera tal, sino que Dios lo previó así y el número de sus días fue conocido ser el que era porque murió cuando murió». El Vicente adulto no fue teólogo profesional ni pretendió serlo nunca, aunque pudo haberlo sido. Pero cuando tuvo que orientarse en el siempre com­plicado mundo de la teología, enturbiado además en su tiempo por el jansenismo, vio más claro que buena parte de los teólogos profesionales de su tiempo. Pero no fue la teología que estudio en Toulouse la que le ayudó a ello, sino la que después nunca dejó de estudiar por su propia cuenta.

(1605-1607)

El lector que lea la carta escrita al señor de Comet por Vicente desde Aviñón el 24 de julio de 1607 explicándole por que no le ha escrito durante mucho tiempo, puede creerle sin más complicaciones. Se enterará de que, dos años antes o algo mas, Vicente había ido de Toulouse a Burdeos para un asunto que él mismo no se atreve a mencionar por considerarlo ahora, dos altos largos después, temerario. Biógrafos posteriores han insinuado, con muchos visos de verosimilitud, que se trataba de conseguir una sede episcopal. No estaría nada mal para sus ambiciosos veinticuatro altos. A su vuelta a Toulouse se encuentra con que una buena anciana, probablemente admiradora del joven sacerdote, le ha dejado en testamento unos modestos bienes que le vienen muy bien para pagar deudas y los grandes gastos que el asunto temerario le obligaría a hacer. Aunque la cantidad no era despreciable, tampoco era gran cosa lo heredado, de 900 a 1.000 libras, algo así como tres años de salario de un párroco, que además tenía que percibir de un bribón, deudor de la anciana, que se había escapado a Marsella. El joven Vicente tiene que salir en su persecución, vendiendo al acabársele el dinero un caballo que había alquilado, atrapa a su hombre en Marsella, lo hace prender y percibe de él lo adeudado.

A la vuelta le esperaban los piratas acechando en el mar. Por mar quiso hacer parte del viaje de vuelta, sin duda por ahorrar gastos. Esta era la primera vez que nuestro campesino ponía los pies en un elemento más móvil y mas blando que las marismas de su tierra nativa. Otras dos veces más aparece el mar en su carta. En la última se nos presenta él mismo en una pobre lancha con una pobre vela, recorriendo, sin decirnos cómo, ni en cuánto tiempo, ni con qué penurias, ni con qué peligros de naufragio, de hambre, de sed, o de ser capturado, los más de mil quilómetros que separan en línea recta las costas de Túnez del punto de la costa sur de Francia en el que nos dice que desembarcó recuperando su libertad. La otra fue al comienzo mismo de su cautividad. Su primer comprador fue un pescador que se desprendió pronto del joven esclavo para venderlo a un alquimista, porque, por testimonio del mismo Vicente en la carta, «no hay nada tan contrario a mí como el mar». Del alquimista pasó a poder de un francés que había renegado de su fe cristiana y se dedicaba en el desierto a la poligamia y a la agricultura. Al menos dos de las tres mujeres del renegado llegaron a mirar con buenos ojos a nuestro héroe. Una, cristiana ortodoxa, «me tenia mucho cariño»; la otra, «turca», o sea, musulmana, casi se convierte de golpe, y ciertamente se quedo embelesada hasta el éxtasis al oír cantar al joven cantos atractivos como el Salve Regina. La turca reprocho a su marido que hubiera abandonado una religión que tenia melodías tan bellas y cantores tan capaces. Esto conmovió al renegado, y se decidió a escapar con Vicente en la lancha que mencionamos arriba. Nada mas desembarcar en Francia, el 28 de junio de 1607, se dirigieron a Aviñón, ciudad papal, donde el representante del papa, monseñor Montorio, recibió «con lagrimas en los ojos» al renegado en la Iglesia.

(1608)

A ambos se llevó el monseñor a Roma, terminado su tiempo en Aviñón pocos meses después. El renegado ingresó en una casa de los hermanos de San Juan de Dios. A Vicente el monseñor lo retuvo en su propia casa como una especie de bufón palaciego, para que le enseñara algunos de los trucos que había aprendido en casa del alquimista, algunos secretos de alquimia, los fundamentos del espejo de Arquímedes, un resorte artificial para hacer hablar a una cabeza de muerto… y otras mil bellas cosas geométricas». Mientras tanto estudiaba y esperaba que el monseñor cumpliera su palabra de proveerle de algún «decoroso beneficio» en Francia para poder asegurarse «un retiro honroso». Nada resulto, sin embargo, de tan lindas promesas, y nuestro hombre salió para Francia sin que sepamos por que a finales de 1608, y se encontró en Paris a comienzos de 1609, solo, sin oficio ni beneficio, y con deudas.

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De Marsella a Aviñón, pasando por dos años largos de cautividad: eso es lo que dice el joven Vicente al señor de Comet, para explicarle su larga ausencia y su largo silencio epistolar. Quien acepte sin más el testimonio del mismo Vicente tiene en esa carta la descripción detallada de los dos años más oscuros de la biografía de nuestro héroe. Hay quienes piensan que la carta encubre en realidad otras andanzas que el joven Vicente no podía revelar al señor de Comet, fueran estas andanzas compatibles o no con lo que el mismo Vicente se atreve a afirmar en una segunda carta a Comet, «siempre se me ha reconocido como hombre de bien».

Quien esto escribe no cree mucho en la historia de la cautividad. No va a intentar aquí dar en favor de su escepticismo los argumentos muchas veces dados por los que tampoco creen y refutados por los que si creen. Ya se sabe que de unos mismos datos hist6ricos historiadores muy competentes muy a menudo extraen conclusiones divergentes y hasta opuestas. Piense pues cada cual como quiera. Aquí se piensa que Vicente de Paul jamás estuvo en África como esclavo. Y no se quiere especular sobre dónde pudo estar ni qué pudo hacer durante el tiempo que él dice que estuvo en África. Tal vez se dedicó en algún lugar de Europa a algo así como la alquimia, o la medicina naturista, o la prestidigitación mecánica. No lo queremos asegurar, ni nos interesa. Y, a decir verdad, tampoco nos importaría que se probara con toda seguridad que estuvo efectivamente en África. No cambiaria nada en la interpretación de la vida posterior del señor Vicente. Pues lo mas curioso de este caso, y lo que realmente hace dudoso, por no decir improbable, que estuviera jamás en África es que una tal estancia tan larga y tan penosa en una época clave de su vida no dejo en los largos años de su vida posterior ni el mas leve rastro, ni la mas ligera huella.

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