Capítulo II
Entrada de Vicente en casa de los Gondi en el momento de nacer el cardenal de Retz. – Galería de retratos: el mariscal de Retz; el cardenal Pierre de Gondi; Enrique de Gondi, primer cardenal de Retz.
Felipe-Manuel de Gondi, general de las galeras, y su mujer Francisca-Margarita de Silly, muy ansiosos de dar a sus hijos (uno de los cuales estaba destinado a suceder a su tío en calidad de arzobispo de París) una educación muy cristiana, habían encargado pedir al sr de Bérulle, por un amigo común, escogerles entre sus sacerdotes del Oratorio a un instructor instruido y piadoso. Como el sr Vicente había cumplido ya anteriormente esta función en varias familias de gentilhombres y como, por otra parte, no se había ligado al Oratorio, el sr de Bérulle había puesto naturalmente los ojos en él. No abandonó sino con un amargo sentimiento, ya lo hemos dicho, su querida parroquia de Clichy, por una misión que parecía condenar su caridad a una acción tan restringida; pero como se había hecho ante todo un deber obedecer sin resistencia a la voz del sabio director que había escogido, partió sin rechistar a someterse a esta nuevo yugo.
Era hacia finales del año 1613. La Señora de Gondi, encinta de su tercer hijo, se había dirigido hacía algunos meses con su familia a su castillo de Montmirail, en la Brie de Champaña, para dar a luz allí. Allí fuel sr Vicente a verla, y donde asistió seguramente al nacimiento de este tercer hijo que recibió los nombres de Jean-François-Paul, y quien más tarde debía hacer tanto ruido en el mundo, con el nombre de cardenal de Retz.
La mayor parte de los biógrafos hicieron nacer al ilustre autor de las Memoires en el mes de octubre de 1614, pero es un error que desaparece por su acta de bautismo, de la que tenemos a la vista una copia auténtica, que nos ha sido comunicada por el sr alcalde de Montmirail. Pues, esto es lo que se menciona en este documento, cuyo interés se mide por el nombre del principal personaje que en él se cita: «El vigésimo día de septiembre de mil seiscientos trece fue bautizado François-Paul, hijo del muy alto y muy poderoso señor su señoría Felipe-Manuel de Gondi, lugarteniente del Rey en los mares del Levante y del Poniente, general de las galeras de Francia, conde de Joigny, señor y barón de esta ciudad de Montmirail, etc., y de la muy distinguida dama, señora Françoise-Marguerite de Silly, su mujer1«.
Voltaire, mediante algún amigo de Champaña, había mandado examinar el registro bautismal de Montmirail, ya que es el único, en el último siglo que da al nacimiento del cardenal de Retz la fecha de 1613, sin adjuntar la del mes2.
Limitémonos a resaltar que el futuro cardenal no fue ciertamente bautizado el mismo día de su nacimiento, sino tan sólo unos días después3:
¿Quién era esta familia en la que acababa de entrar Vicente de Paúl?
Era originaria de Florencia, donde varios de sus representantes, hacía más de tres siglos, habían ocupado cargos importantes. Si bien la rama transplantada a Francia hubiera vivido allí durante cerca de dos siglos, la mayor parte de sus ramificaciones conservaron una savia y un carácter muy italianos que estallan en ciertos momentos y que la distinguen de todas las familias francesas. Se sabe que las primeras familias del principado de Florencia podían entregarse al comercio, sin desmerecer en su nobleza. A comienzos del siglo dieciséis, Antonio de Gondi había emigrado a Lyon para regentar allí una banca. Casó con Marie-Catherine de Pierre-Vive, hija de Nicolas de Pierre-Vive, señor de Lézigny, de una familia originaria de Piamonte, y jefe de comedor ordinario del Rey. Catherine de Médicis, al pasar por Lyon para ir a casarse con el duque d’Anjou, entonces Delfín, que llegó más tarde a la corona con el nombre de Enrique II, incorporó a su servicio a Marie-Catherine y mandó entrar a Antonio en la casa del Delfín, en calidad de jefe de comedor, cargo ambicionado entonces por las primeras familias del reino. Más tarde Marie-Catherine se convirtió en aya de los Infantes de Francia y se adentró más y más en los favores de su señora. Tuvo una numerosa familia y sus hijos alcanzaron las más altas funciones y las mayores dignidades en la Iglesia y el Estado.
Fijémonos un instante en que fue el verdadero jefe de la raza y, con el cardenal de Retz, su nieto, el tipo más acusado, el más original de la familia.
Era el mayor, Alberto de Gondi, marqués de Belle-Îsle. Fue par y mariscal de Francia. De espíritu fino, suave y suelto, de un disimulo profundo, sin la menor noción moral y sin el menor escrúpulo de conciencia que pudiera molestarle; ante todo italiano de raza, de espíritu y corazón, con tan sólo una cualidad francesa, un valor a toda prueba, se había convertido en el favorito de Carlos IX, quien le nombró sucesivamente primer gentilhombre de su cámara, después gran chambelán. Se le encuentra en la batalla de Saint-Denis, a la cabeza de sus cien hombres de armas y, en 1569, en la de Moncontour, donde se comportó con toda bravura. Desde 1566, había sido embajador en Inglaterra, y al año siguiente había obtenido el bastón de mariscal. Fue él quien escogió a Carlos IX para desposarse en su nombre con Elisabeth de Austria, hija del emperador Maximiliano II. Un italiano de su temple y de su carácter no podía seguir neutral en medio de las guerras de religión. Imbuido por las doctrinas de Maquiavelo, que habían franqueado de nuevo los Alpes con Catherine de Médicis fue, con otro italiano, un Gonzaga, duque de Nevers, y el canciller de Birague, uno de los tres consejeros de la San Bartolomé. Fue incluso el único que pensó en no perdonar a nadie ni siquiera a los príncipes de la sangre, al rey de Navarra y a Condé. Carlos IX; la Reina madre y Birague no andaban lejos de estos mismos sentimientos, pero el sr de Tavannes combatió con tal fuerza este horrible proyecto, que no salió a flote.
A la muerte de Carlos IX, aparte de las rentas de sus cargos, Alberto de Gondi poseía «cien mil libras de rentas por lo menos y tenía, en dinero y muebles, el valor de mil quinientas a mil ochocientas libras». Bajo Enrique III, gozó del mismo favor. Este príncipe le eligió para representar en su coronación a la persona del condestable, le hizo general de las galeras, caballero de sus órdenes, en 1579, duque y par, gobernador de Provenza, de la ciudad y del castillo de Nantes, de Metz y del país de Mesina, su lugarteniente en el marquesado de Saluces, y por fin generalísimo de sus ejércitos. Se encontró en cinco batallas, en varios sitios memorables, y dio en todas partes señales del valor más intrépido. Como verdadero político italiano, político a lo Maquiavelo, después de aconsejar la San Bartolomé, comprometió con toda sagacidad a Enrique III a unirse con el rey de Navarra contra las empresas de los de la liga. Por eso no es sorprendente que, tras el asesinato de Enrique III, se haya vinculado sin dudarlo a la fortuna del Bearnés, todavía hugonote, que ya había previsto hacía tiempo. Enrique, siempre sin rencor, le escogió para representar en su coronación al conde Toulouse y, en el momento de su entrada en París, le dio el mando de las tropas apostadas en la calle y en la puerta de Saint-Martin. Así es cómo el rey de Fancia se colocaba bajo la salvaguarda del hombre que había aconsejado el asesinato del rey de Navarra. Tal fue el antepasado del cardenal de Retz quien, entre todos los miembros de su familia, le escogió sobre todo por modelo y con el cual ofrece tantos rasgos de semejanza.
Albero de Gondi se había casado con Claude-Catherine de Clermont, dama de Dampierre, hija de Claude de Clermont y viuda de Jean d’Annebauld, barón de Retz. Fue ella quien aportó a la familia de los Gondi esta tierra de Retz que, en favor de Alberto, su segundo marido, fue erigida en ducado. Era una mujer del más alto mérito, que fue la admiración de su siglo por su gracia seductora, por su fineza, su penetración, y que por fin, por la originalidad de su espíritu era digna de ser la abuela del cardenal de Retz4. Raros misterios del atavismo! Si había personas en el mundo a las cuales se pareciese menos en lo moral el cardenal de Retz, era con toda seguridad a su padre y a su madre, mientras que el carácter y los vicios de su abuelo Alberto de Gondi y el espíritu de su abuela Catherine de Clermont revivían en él enteros, pero con todos los refinamientos de una sociedad más pulida.
Mientras que el jefe de la familia había elevado a tal altura su fortuna en el Estado, uno de sus menores se había colocado tan arriba como él en la Iglesia.
Pierre de Gondi5, después de hacer sus estudios en las universidades de París y de Toulouse, abrazó el estado eclesiástico y debió al favor de Catherine de Médicis, de quien llegó a ser capellán, un ascenso rápido. En 1565, fue nombrado obispo de Langres, con el título de duque y par; y, después de ocupar esta sede durante siete años, ascendió a la sede de París en 1570. Carlos IX le eligió como confesor, como capellán de la reina Elisabeth de Austria, y le creó jefe de su consejo. Su conducta en estas dos diócesis fue ejemplar. En la de París, recortó la venalidad introducida en los cargos dependientes de su obispado y de sus abadías, con el fin de no conferir los beneficios más que a gente de verdadero mérito y de una capacidad comprobada. Obligó en particular a sus párrocos a una rigurosa residencia y restableció la disciplina en todas partes, que se había relajado de manera especial en el entorno de las guerras de religión. Después de la muerte de Carlos IX, la reina Elisabeth, su viuda, le confirió la administración de los dominios que se le asignaron como dote, en el Bourbonnais y el Forez. Se entregó, al igual que en su diócesis, a suprimir en ellos la venalidad de los oficios, y a no elegir en ellos más que a la gente capaz y de una probidad reconocida. «Bonito ejemplo, dice de Thou, que apenas será imitado6«.
Bajo Enrique III, continuó disfrutando del mismo favor. Cuando la institución de la orden del Santísimo Sacramento, este príncipe le nombró su comendador (1578). Aquel mismo año, asistió a los estados de Blois y tomó parte muy activa en los reglamentos generales que se establecieron en interés de la Iglesia de Francia. Enrique III, con el fin de poder pagar la soldada de los reitres, le confió la misión delicada de negociar con la curia de Roma la autorización de alienar por cincuenta mil escudos de oro de renta de bienes eclesiásticos. Logró más de lo que esperaba, ya que el prelado se trajo el permiso de venderlos por cien mil, cosa que al clero, dice Estoile, «le supo muy mal7 «. Gondi encargado ya de la dirección de todos los asuntos eclesiásticos fue enviado varias veces de embajador ante Gregorio XIII y de Sixto-Quinto quien, por propia iniciativa, le ofreció el capelo de cardenal; pero el prelado lo rechazó, alegando que era deber suyo no tener esta dignidad sino de la mano del Rey su señor8. La dedicación de Gondi a Enrique III era, en efecto, a toda prueba. Fenómeno bien raro en un Italiano, nunca se le pudo complicar en los complots de la Liga. En recompensa por su fidelidad, el Rey le nombró cardenal, y Sixto-Quinto se apresuró a ratificar esta elección en 15879.
Entre tanto el nuevo cardenal hacía frente a los ligueros con valentía, dueños de París. Cuando los doctores de Sorbona hubieron excomulgado a Enrique III fugitivo, a quien calificaban de tirano, amenazaron a Pedro de Gondi con excomulgarle también si no imitaba su ejemplo; pero el prelado, lejos de hacer caso de sus amenazas10 (enero de 1589), dio asilo a Enrique III en su casa de Saint-Cloud, cuando este príncipe, reconciliado con el rey de Navarra, vino a poner sitio a París. De «la casa de Gondi veía con toda comodidad su ciudad de París, que decía él era el corazón de la Liga, y que, para hacerla morir, había que dar el golpe directo al corazón11«. En el momento en que meditaba tomarse una venganza ejemplar de los ligueros, siguiendo su «mandato, el hermano Jacques es llevado a la cámara del Rey, en la casa de Gondi, donde estaba hospedado dicho señor que acababa de levantarse y se vestía, habiéndose endosado un jubón de gamuza, esperado a que sobre éste se pusiera el cuerpo de coraza12, etc.·».De esta manera le sorprendió el monje, que le plantó el cuchillo en el bajo vientre (1 de agosto de 1589). El cardenal de Richelieu, que detestaba a los Gondi, por ser opuestos a su entrada en el ministerio y por no haber cesado de conspirar contra él, pretende que Pedro de Gondi, desde que el Rey fue herido mortalmente, lo abandonó inmediatamente «y se retiró a su casa de Noisy, sin asistirle ni prestarle los últimos auxilios13«. Dicho esto, adelantado únicamente por Richelieu, parece muy poco probable cuando uno recuerda la firmeza que mostró Pedro de Gondi con respecto a la Liga, a la que se negó siempre a prestar juramento contra su príncipe legítimo.
En 1590, para apaciguar los rumores que levantaba la rareza del numerario, y para dar de comer a las nubes de mendigos no dudó en entregar a la fundición la platería de las iglesias. Amenazado por los ligueros y no creyéndose ya seguro en París, se retiró al castillo de su hermano el mariscal, en Noisy. Los Dieciséis pusieron pronto el secuestro en las rentas del obispado; pero, a pesar de estas violencias, no pudieron hacerle prestar este nuevo juramento de la unión que excluía del trono a todos los príncipes de la familia real. Gondi dio cuenta de su negativa en una carta que fue atacada con furor por los panfletarios de la Liga. Fue en la casa de su hermano, en la que había buscado asilo, donde tuvo lugar la conferencia llamada de Noisy14, donde el cardenal Cajetan defendió a ultranza la causa del Papa, quien renovaba las pretensiones de Gregorio VII y de Bonifacio VIII, es decir la supremacía absoluta de la Santa Sede sobre las coronas, incluso en materia temporal, mientras que, por su parte, el mariscal de Biron sostenía con firmeza los derechos incontestables del rey de Navarra a la corona de Francia. El cardenal de Gondi, como verdadero italiano, que no compartía las convicciones ni de los unos ni de los otros, se prestó como moderador entre el Papa y el Rey, que quedaron muy descontentos de los mezzi termini que proponía.
En 1592, cuando Enrique, para acabar de una vez, manifestó el plan de reconciliarse con la Iglesia, fueron dos Italianos a quienes escogió para formalizar proposiciones a Clemente VIII sobre su proyecto de abjuración: el cardenal de Gondi y el marqués de Pisani. Pero el Papa, que no quería tratar ni siquiera discutir, les dictó prohibición de entrar en las tierras de la Iglesia. Gondi se encontraba entonces (22 de octubre de 1592) en Florencia, ante el duque de Toscana, que se había apresurado a ofrecerle la hospitalidad de su palacio. Y fue allí donde el cardenal Franceschini vino a notificarle la prohibición del Papa de seguir adelante15. Clemente VIII, muy ofendido porque el cardenal de Gondi, como verdadero discípulo de Maquiavelo, había creído poder conciliar por una transacción pretensiones tan opuestas y de un carácter tan diferente, hizo que le llegara por intermedio de su enviado una severa reprimenda. Franceschini le reprochó, en los términos más acerbos, no sólo no haberse comportado como buen cardenal en las guerras civiles y religiosas de Francia, sino ni siquiera como buen cristiano; por haber favorecido al partido del Navarro, hereje, recaído y excomulgado; por haber buscado temperamentos en materia de religión, que no los permitía; por no haber sentido vergüenza de conferenciar con el hereje, contra el expreso mandato de san Juan y de san Pablo; por haber usado de una artimaña diabólica, para atravesar Italia, sosteniendo que había sido llamado por el Papa y también que había obtenido de él la seguridad de la absolución para el rey de Navarra, una vez que éste hubiera oído la misa. Franceschini añadió que Gondi había emprendido este viaje contra las prohibiciones expresas del Papa, sabiendo muy bien que no quería de ninguna manera prestar oído a las proposiciones del rey de Navarra. Concluyó declarándole que Clemente VIII estaba resuelto a usar de los medios más rigurosos para excluir a este príncipe de la corona de Francia y, no contento con hacerle esta declaración de viva voz, se la dejó por escrito.
Esta amonestación del Papa no se pasó sin réplica. Gondi le dirigió una carta de las más vivas para tratar de disculparse.16
Después de la abjuración de Enrique IV, Pedro de Gondi formó parte de la embajada solemne enviada por este príncipe a Cemente VIII (1594). El altivo pontífice se negó a recibir al duque de Nevers, que formaba parte de ella, y no concedió audiencia al cardenal de Gondi más que con la sola condición de que no le diría ni palabra del diferendo existente entre Francia y la Santa Sede.
Mientras que el Papa acusaba a este prelado de no defender más que con tibieza los intereses de la religión católica, éste, escoltado por su clero, se dirigía a Enrique IV para quejarse a él con todo el valor de que su hermana, la princesa Margarita, organizaba prédicas en París, y sobre todo en el Louvre, «cosa que, añadía él, parecía bastante extraña en el momento en que el Rey acababa de pronunciar su abjuración».
A estos audaces reproches, el Bearnés, que no comprendía que se mezclaran en lo que sucedía en su casa, respondió con tono muy caballeroso «que encontraba aún más extraño que fueran tan atrevidos para emplear este lenguaje y hasta de la Señora su hermana». Pero como era político antes que nada, se suavizó y declaró que no había otorgado este cargo a la princesa y que ya hablaría con ella17.
Poco tiempo después llegó a París la bula del jubileo18 y enseguida corrió el rumor de que era la absolución del Rey. El error era tanto más grave cuanto que la bula, al dar plena y entera remisión a todos los que ganaran el jubileo, excluía a cuantos hubieran sido excomulgados por los predecesores de Su Santidad, lo que se aplicaba directamente al Rey. Como era el propio cardenal de Gondi quien había dado a la bula casi públicamente este sentido de absolución, y que incluso él había asegurado al Rey, el espiritual Gascón, quien no perdía nunca la ocasión de lanzar su palabrita, dijo agradablemente que la causa de este quidproquo era «que el Señor de Paris había encontrado en esta bula alguna palabra latina atravesada en la que no había podido dar un mordisco19«.
Por lo demás, el prelado no perdía ocasión de afirmar la sinceridad de la abjuración del Rey, para asentar su autoridad y asegurar la inviolabilidad de su persona. Cuando el atentado de Jean Châtel, reunió en su hotel a todos los párrocos y a los teólogos de París, logró de ellos una declaración solemne para denigrar este crimen, y les ordenó hacer oraciones públicas para la conservación y la prosperidad del Rey. A esta declaración del clero de París, la Sorbona añadió la suya. Fue el último golpe asestado a la Liga.
Como Pedro de Gondi se mostraba tan ahorrador en su casa como liberal era para los pobres, se le creyó destinado a restablecer el orden en las finanzas, fue llamado a presidir el consejo de raison; «como si, dice Sully, se condujera por las mismas reglas que un particular20«. Al cabo de unos días, se encontró en un apuro tan grande, que se sintió con mucha suerte de hacer aceptar su dimisión. Se compensó de este fracaso presidiendo como jefe la diputación del clero, que fue enviada, aquel mismo año, a los Estados de Rouen, donde presentó cuadernos, redactados por él, para la reforma de la disciplina eclesiástica.
Este prelado que tenía, comprendidas las rentas de su obispado, más de doscientas mil libras de renta, era tan avaro para sí mismo como pródigo hacia las órdenes religiosas y los pobres. Durante el sitio de París, se gastó todos sus ingresos para proporcionar pan a una población entregada a los horrores del hambre; y como ello no era suficiente, a ejemplo de los Agustín y de los Anbrosio, autorizó la venta de los vasos de oro y plata de su iglesia21.
Abrumado de enfermedades y sin poder satisfacer a la administración de su diócesis, se le permitió, en 1598, renunciar a ella en su sobrino, Enrique de Gondi, quien fue nombrado su coadjutor, y quien le sucedió después de su muerte, ocurrida el 17 de febrero de 161622, es decir tres años después de la entrada de Vicente de Paúl en la casa de Manuel de Gondi, sobrino de Pedro de Gondi, y hermano de su sucesor.
Enrique IV, que tenía en gran estima al viejo prelado, quiso que asistiera en Lyon, en 1600, a su matrimonio con María de Médicis y, seis años después, le envió a Fontainebleau para que bautizara al Delfín, que fue su sucesor con el nombre de Luis XIII.
A partir de Pedro, la sede episcopal de París se convirtió, por decirlo así, en hereditaria para las familia de los Gondi, y fue ocupada sucesivamente por dos de sus sobrinos, hijos de su hermano el mariscal de Retz, y por su resobrino, Jean-François-Paul de Gondi, tan célebre con el nombre de cardenal de Retz.
Y por haber fundado Vicente de Paúl todas sus casas, gracias a su protección todopoderosa, en tiempo de la administración de estos tres últimos prelados, esbocemos los principales rasgos de su historia y de su fisonomía.
Enrique de Gondi, hijo de Alberto, mariscal de Retz, nacido en 1572, el año de la San Bartolomé, no tenía más que veinticuatro años cuando su tío obtuvo de Enrique IV que fuera designado como su sucesor en la sede de París y que pudiera encargarse de la administración de la diócesis (2 de noviembre de 1596). Cumplió esta función durante los dieciocho últimos años de la vida de su tío y le sucedió en 1616. Durante esta primera parte de su carrera episcopal, se entregó únicamente a mantener una rigurosa disciplina en su diócesis, y a gastar sus grandes rentas en limosnas y en fundaciones de establecimientos religiosos. Entre las principales comunidades religiosas que creó o desarrolló, durante este periodo y más tarde durante su episcopado, se pueden citar las Carmelitas del «barrio de Saint-Jacques, bajo la dirección de Pedro de Bérulle; las Ursulinas y las Cistercienses, en el mismo barrio; Los Jacobinos, los Agustinos reformados del hospital de los Hermanos de la Caridad, en el barrio de Saint-Germain; las Capuchinas cerca de la puerta de Saint-Honoré; el hospital de San Luis, la Visitación de Santa María, en la calle Saint-Antoine; los Mínimos de la plaza Real, los religiosos de nuestra Señora de la Misericordia, las religiosas de la Anunciación, llamadas las Hijas Azules, el colegio de los Hibernois y sobre todo la congregación de los sacerdotes del Oratorio, propuesta por el P. de Bérulle y ricamente dotada por el prelado, por su hermana la marquesa de Maignelais y por su hermano Felipe Manuel de Gondi quien, más tarde, habiendo renunciado a sus funciones de general de galeras, entró en las órdenes y en esta célebre congregación. Es fácil de comprender con qué solicitud un prelado con semejante espíritu debía acoger y favorecer la creación de las primeras obras de Vicente de Paúl.
En recompensa de tantos servicios prestados a la religión, Enrique de Gondi fue elegido por unanimidad provisor de Sorbona, y nombrado al cardenalato por Luis XIII, bajo el pontificado de Paulo V, quien ratificó solícitamente esta elección en la promoción de 1618. Tomó el nombre de cardenal de Retz. El año siguiente, fue hecho comendador de la orden del Espíritu Santo y nombrado por el Rey jefe del consejo y primer ministro de Estado. «El señor de Luynes, dice el cardenal de Richelieu, le constituyó en jefe del consejo para autorizar las cosas que quería, sabiendo muy bien que la condición de su espíritu (dulce y débil) no estaba para oponerse a nada de lo que deseaba23«. Richelieu, no lo olvidemos, era enemigo mortal de los Gondi, a quienes acusaba, no sin razón, de sostener la causa de María de Médicis, de la que eran algo parientes, y de conspirar contra él; también digamos que no hay juicio que se dirija contra ellos que no esté tachado de parcialidad. Detestaba de modo especial a este primer cardenal de Retz, jefe del consejo, a quien acusaba de entenderse con Luynes y el Rey para impedir en secreto su promoción al cardenalato, fingiendo apoyarla ostensiblemente24. Contaba Richelieu también que sabía por el príncipe de Condé que, después de los movimientos de Angers, se discutió, en un consejo presidido por el condestable de Luynes, si convenía o no deshacerse del duque del Maine, y que el cardenal de Retz, así como Schomberg, dio el parecer de que fuese apuñalado en la antecámara del Rey25. Cómo creer en la verdad de esta acusación, cuando uno relee estas líneas que escribía Richelieu después de la muerte del prelado, y en las que esbozaba su retrato:
«Fue llorado porque tenía un alma dulce, pero era débil, de ningunas letras y de poca resolución26«. Y no obstante, cuando uno se acuerda de que Alberto de Gondi fue uno de los tres hombres que aconsejaron la San Bartolomé y el asesinato de los príncipes de la sangre, nos preguntamos si su hijo, bajo una aparente dulzura, no llevaba escondido un fondo de carácter italiano, y no era capaz, también él de dar un consejo del mismo género.
Sea como fuere, lo que es seguro es que se unió a los cardenales del Perrón y de la Rochefoucauld para aconsejar a Luis XIII que retirara a los protestantes las plazas de seguridad que se les habían dado. Este hecho queda confirmado por Algay de Martignac: «El cardenal de Retz, dice, se propuso reprimir la insolencia de estos pretendidos republicanos, y habló un día sobre ello al Papa con tal fuerza en pleno consejo que fue seguido por todos y determinó a Su Majestad a declararles la guerra27«:
Béziers, Montpellier y otras ciudades del Midi caídas en las manos de Rey, los hugonotes se sometieron. El cardenal de Retz había seguido al Rey en esta campaña como jefe del consejo y primer ministro de Estado. Fue víctima, en el campo ante Béziers, de una fiebre de ejército, que se lo llevó en pocos días (13 de agosto de 1621). Richelieu, libre de un hombre a quien consideraba como su enemigo, según lo atestigua su correspondencia, escribía, pocos días después de esta muerte, a la marquesa de Maignelais, hermana del difunto: «Señora, estas líneas no son más que para haceros saber que, en la pérdida general que toda Francia ha sentido en la persona del sr vuestro hermano, yo me he sentido presa de un sensible disgusto como cualquier otro, por la profesión particular de la amistad que me unía a él. Si la parte que tienen vuestros amigos en esta aflicción disminuyera la vuestra, la mía sola os traería mucho consuelo, etc. …»
Los Gondi, en particular, sabían a qué atenerse sobre los verdaderos sentimientos de Richelieu con respecto a ellos, y debieron tomar en su valor esta carta de condolencia. Lleno de desconfianza, de celos y de recelos contra estos Italianos de origen, durante todo su ministerio, no cesó de tenerlos apartados de los asuntos, de revocar a unos de sus cargos, de exiliar a los otros; y a estas persecuciones contra su familia, que hasta entonces había llegado a la cabeza de los negocios, dos de los Gondi, Pedro, duque de Retz, y su hermano, el joven abate Jean-François-Paul de Gondi, respondieron participando en la conspiración del conde de Soissons, y el segundo afilando el puñal para golpear al terrible cardenal al pie de los altares.
- El acta concluye así: El padrino Révérend Père en Dios, señor François de Gondi, decano de Notre-Dame de París y abate de Saint-Aubin d’Angers; la madrina, señora Marie de Balehan, dama de Rupereux y Tigecourt. Firmado:Jean-Fran¡ois de gondi, decano de París; Marie Balehan; Delaistre, prior».
- En su Siècle de Louis XIV.
- Hace algunos años, el sabio sr Auguste Longnon, de Montmirail, publicó, en los Bulletins de la Société de l’Histoire de France, una disertación muy curiosa sobre la date véritable de la naissance du cardinal de Retz.
- Histoire généalogique de la maison de Gondi, por Corbinelli. Mémoires de Tavannes; Journal de l’Estoile; Mémoires de Marguerite de Valois; Traité de la fortuna de la cour; Métaphysique de mensonges, pat M. Le maréchal de Retz; Hist. de de Thou; Mém. de Castelnau, etc.
- Nacido en Lyon, 1533.
- De Thou, lib. LX.
- Jounal de Henri III, t.l, p. 177 y 480.
- Journal de Henri III, t. L, nota 24.
- «El domingo 21 de debrero de 1588, el Rey, en la gran iglesia de parís, puso sobre la cabeza de Pedro de Gindi, obispo de París, el capelo rojo que el Papa le había enviado». (L’Estoile, Journal de Henri III, t. II. p. 91.).
- L’Estoile, Journal…, t. II, p. 467.
- Journal, t. II, p. 199.
- L’Estoile, Journal… t. III, p.458.
- Histoire de la mère et du fils, ouvrage faussemente attribué a Méceray, y cuyo verdadero autor, sin dudarlo, es el cardenal de Richelieu (t. II, p. 134 y 135 de la edición de Amsterdam, de 1731)Richelieu añade que Gondi mostró «bien la verdad del antiguo proverbio que no conviene querer a los extranjeros, para probarlos antes de quererlos».
- L’Estoile, Journal de Henri IV.
- L’Estoile, Journal de Henri IV.
- Histoire de France, de Mézeray. Estos detalles están plenamente comfirmados por Alfay de Martignac, en sus Éloges historiques des Évêques et archevêques de París (de la casa de Gondi); in-4º, París, 1698.
- L’Estoile, Journal de Henri IV.
- 11 de enero de 1595.
- L’Estoile, Joirnal…
- Mémoires de Sull.
- Éloges historiques des évesques et archevesques de Paris qui ont gouverné cette Église depuis environ un siècle, etc., por Algay de Martignac, París, 1698, 1 vol, in-4º.
- Murió a la edad de ochenta y cuatro años.
- Mémoires du cardinal de Richelieu, libro XIII. Ver también libro VII, lo que Richelieu dice de Manuel de Gondi y de su familia.
- Carta de Lius XIII al Papa, septiembre de 1619, en la Correspondance de Richelieu, y carta de richelieu al sr de Puisieux, secretario de Estado, 28 de septiembre de 1622. Ibid., t. L, p. 727.
- Entrevista del sr Príncipe y de Richelieu, referida por éste último; 6 de octubre de 1627. Cartas de Richelieu, t. II, p. 652: «El consejo de matar al sr del Maine, que Schomberg y el cardenal de Retz le aconsejaban contra la buena fe de la paz queriendo que fuera apuñalado en la antacámara del Rey».
- Mémoires de Richelieu, lib. XIII.
- Éloges historiques des évêsques et archevesques de Paris, rtc., p. 30.