San Vicente de Paúl. Su vida, su tiempo; sus obras, su influencia. Libro 6, capítulo 3 (c)

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CREDITS
Author: Abate Maynard, Canónigo de Poitiers · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1880.
Estimated Reading Time:

Capítulo III: Misiones de Europa (cont.)

Artículo Tercero: Misión de Polonia, de Alemania, etc.

I. Comienzos de la Misión de Polonia.

En 1645, una embajada polaca, compuesta de más de ochocientos gentilhombres, hacía su entrada en París. venía en nombre de Wladislas Wasa, viudo de una archiduquesa de Austria y fracasado en sus esperanzas de operar por un matrimonio con su prima Christina de Suecia, la fusión de las dos ramas de su casa, a pedir la mano de una Francesa, Luisa María de Gonzaga y de Nevers, llamada comúnmente la princesa María, en la que ya había pensado en otro tiempo. Luisa María había salido de esta brillante casa de Gonzaga, desde hacía tiempo soberana en Mantua, y un ramo de la cual, por una alianza con Isabela de Clèves, había heredado de los ducados de Nevers y de Rethel. Carlos II de Gonzaga, ya investido de todos estos títulos, acababa de entrar, por la extinción de la rama mayor de su casa y el apoyo de Francia, en la posesión de Mantua y del Montferrat. De su matrimonio con Catalina de Lorena había tenido dos hijas: una que fue aquella célebre Palaciega cuya oración fúnebre hará Bossuet; la otra, la mayor, , nuestra princesa María, llamada ahora al trono de Polonia, después de perder la alianza del Gaston de Orléans y de ser arrebatada a Cinq-Mars por la mano terrible de Richelieu. Tenía entonces 34 años, y Wladislas 50. Ana de Austria la dotó con 60.000 libras. El matrimonio fue celebrado primero en París, en presencia de Luis XIV niño, en la capilla del Palais-Royal, y el año siguiente en Cracovia, donde tuvieron lugar las ceremonias de la coronación. Los dos esposos no se amaron nunca. La nueva reina, dejando el nombre que había pronunciado Cinq-Mars para no llamarse ya más que Luisa, se consoló de Francia, haciéndose una corte francesa. Un enjambre de jóvenes Francesas, entre las que se hacía notar la hermosa María Casimira de Arquien, la futura esposa de Jean Sobieski, entonces paje en Francia, formaba el cortejo de sus damas de honor. Jesuitas franceses acudieron a su cortejo; y allí, como en todas partes, difundieron el estudio de las matemáticas, de la física, de la astronomía, haciendo de estas ciencias como la introducción, el prefacio humano del Evangelio. Ingenieros, oficiales, y hasta brillantes aventureros franceses se apiñaron en esta corte, en la que todas las avenidas de la fortuna y de la gloria les parecían abiertas; por último las artes francesas, las modas francesas, se introdujeron también y cambiaron su aspecto, aunque no las costumbres.

El tratado de Westfalia acababa de pacificar el resto de Europa, cuando comenzaron las tormentas que debían romper la desdichada Polonia. El primer golpe le vino de los feroces cosacos de Ucrania, que tiranizados por los señores, se sublevaron a la voz de su atamán Bogdan Chmielnicki. Fue para Wladislas, que presentaba los mayores desastres, el golpe de muerte. Enseguida Rusos, Kosakos, Tartaros, aprovechándose del interregno y de la anarquía, entran en Polonia a sangre y fuego. El cardenal Jean-Casimir se había apresurado, a la muerte de su hermano, a deponer la púrpura romana, y se presentaba como sucesor a la corona y a la mano de la viuda de Wladislas. Por su parte, Luisa, tan romántica se complacía en lo que había de romántico también en el excardenal; y, por otro lado, al verle débil y menos hábil que ella misma, esperaba reinar bajo su nombre.

Jean-Casimir fue elegido rey el 20 de noviembre de 1648. Seis meses después se desposaba, con dispensa de roma, con su cuñada. Para colmo de prosperidad, Luisa, si bien frisando los cuarenta, fue madre por primera vez: ella creía ver la perpetuidad de su reino.

Ya Vicente estaba en tratos y negociaciones con ella, y el 19 de agosto de 1650, escribió a su confesor, el abate Fleury, para felicitarla por su alumbramiento: «Esperamos, decía él, y pedimos a Dios incesantemente que bendiga y santifique al rey y a la reina, y les dé hijos que formen el tronco real que dé reyes a Polonia mientras dure el mundo.»

Ay, el niño se murió y se fue a reinar al cielo; en Jean-Casimir debía apagarse la casa de los Jagellons y de los Wasa; en él debía comenzar el desmembramiento de Polonia, tan rápidamente consumado después de la muerte del valiente Sobieski.

Sin embargo se habían entablado negociaciones entre Jean-Casimir y Bogdan: quedaron rotas a causa de las masacres; vuelven a establecerse y con estorbos de nuevo por el orgullo de los señores, ya no quedaba lugar más que para una guerra de exterminio. Esta vez el Kosako levantaba el estandarte del cisma al mismo tempo que el estandarte de la libertad, lo que no había sido más que una especie de Jacquerie (revuelta campesina) iba a convertirse además en una guerra de religión.

Para enfrentarse a un ejército de más de trescientos mil bárbaros, Casimir acudió a las viejas bandas alemanas que se habían quedado sin empleo tras la paz de Westphalia. Una embajada magnífica vino a ponerle en la mano, en nombre de Inocencio X, un casco y una espada, puesto que, una vez más, se trataba de una guerra santa tanto como de una guerra nacional. El ejército real se preparó a ella con los ejercicios del jubileo; luego se puso en marcha contra el enemigo. Su victoria fue completa, y la lucha que pareció un momento acabada, fue por lo menos suspendida..

En estas circunstancias (1651) fue cuando se pusieron en camino para Polonia cuatro Misioneros enviados por Vicente de Paúl: Lambet-aux-Couteaux1 y Desdames, sacerdotes; Guillot, subdiácono, y Casimir Zalazowski, clérigo, un Polaco que iba a llevar a su país la gracia que había venido a buscar en San Lázaro. Los cuatro Misioneros iban acompañados del Hermano Pausny, quien les debía servir. Eran portadores de esta carta de Vicente para la reina, con fecha del 6 de setiembre de 1651:

«Señora, ahí están por fin nuestros Misioneros, que se van a prosternar a los pies de Vuestra Majestad sagrada y a ofreceros sus muy humildes servicios. No son más que tres o cuatro, Señora, si bien el plan era enviaros ocho o nueve. Hemos pensado que éstos serán suficientes para un comienzo, a la espera que Vuestra Majestad nos conceda el honor de mandarnos que le enviemos otros más. No se saben la lengua del país, pero como hablan latín pueden desde ahora ocuparse en educar a los jóvenes eclesiásticos, tanto en la piedad y uso de las virtudes como en todo lo demás que están obligados a saber y a hacer. Vuestra Majestad, Señora, Podrá pasarse con tener una docena para empezar y, al cabo de un año, serán obreros hechos que los nuestros podrán llevar a Misiones para instruir a los pueblos del campo, la mayor parte de los cuales ignoran las cosas necesarias a su salvación, y que por eso están en peligro de perdición, según dicen algunos santos. Si vuestra Majestad aprueba este plan, Señora, y el señor obispo concede la ejecución en su diócesis, actuando como lo hacen los de Francia, que obligan a los clérigos, antes de entrar en las órdenes sagradas, a pasar algún tiempo antes en sus seminarios, no puede ser, Señora, que el vuestro no reúna lo mismo que aquellos, sin otros gastos que el alojamiento, el mobiliario y el mantenimiento de los Misioneros, porque los seminarios les pagarán la pensión. –No hace mucho, Señora, que tenemos seminarios en este reino, y no por eso los progreso dejan de ser considerables. Uno de los señores obispos tuvo a bien escribirme últimamente que no podían consolarse lo suficiente viendo a su clero reformado por medio de su seminario fundado hace tan sólo ocho o diez años y dirigido por cuatro sacerdotes de nuestra Compañía. Nos cuentan aquí maravillas de la santidad de vida de Monseñor el arzobispo de Wilna. Quizás sea muy acertado, Señora, tener esta santa obra en su diócesis, a no ser que sea del agrado de Vuestra Majestad darle nacimiento en Varsovia para verle cultivar y reconocer mejor su importancia y sus frutos. –Si Dios quiere bendecir las santas intenciones de Vuestra Majestad para la total felicidad de su gran reino, el cual puede gloriarse de tener a una de las mejores reinas del mundo, añadirá a la bendiciones que su presencia le ha traído una infinidad de otros bienes, por el adelanto en la virtud del estado eclesiástico, la instrucción de sus pobres súbditos, y además, Señora, por la fundación de una nueva y santa religión, como es la de las religiosas de Santa María, que ofrecerá un medio a otras jóvenes de consagrarse al buen Dios, y que servirá de remedio al desorden de las jóvenes perdidas, y por último por la asistencia a los pobres enfermos con las Hijas de la Caridad que Vuestra Majestad pide y que están preparadas para ir. ¿Qué bienes se pueden imaginar que no estén comprendidos en todos éstos? ¿Qué otro estado habrá en el reino que no experimente vuestra incomparable piedad?»

La partida de las religiosas de Santa María, o de la Visitación, se retrasó por la oposición de los padres, que hicieron prohibir jurídicamente a la superiora, por la autoridad del oficial y del arzobispo de París enviar a sus hijas a este extremo de Europa. Pero esta oposición había sido inspirada por el propio arzobispo, descontento por que la reina no se hubiera dirigido directamente a él en esta circunstancia, descontente también con las religiosas por diversas razones, éstas entre otras, que lo habían tratado sin hablar con él. De hecho, ni se les había ocurrido, pues hasta entonces él no había tenido parte en ninguna de sus fundaciones, y nunca había hecho reclamaciones.

Lo sabemos por un post-scriptum de la carta ya citada a la reina de Polonia, y por otra carta de Vicente a Lambert, con fecha del 21 de junio de 1652. Vicente aconsejaba a la reina Luisa hacer callar a la oposición por la intervención de la reina de Francia y sobre todo escribiendo ella misma al arzobispo; lo que él repite en su carta a Lambert: «Tengo mis dudas de que se retracte, si la reina no le escribe en francés una carta cordial que le satisfaga; y, aún cuando lo haga, seguiré dudando de que se entregue. No conviene con todo dejar de emplear este medio, si cumple a Vuestra Majestad hacerle este honor. Después de todo ello, temo asimismo la oposición de los parientes de las jóvenes, cuando se trate de llevarlo a cabo y decidirlo.»

La reina de Polonia escribió efectivamente al arzobispo de París, quien levantó el veto. Las religiosas se pusieron pues en camino; y, llegadas a Abbeville, tuvieron enormes dificultades, debidas tal vez a las familias. Llegaron sin embargo a Polonia a finales de junio de 16542.

En cuanto a las Hijas de la Caridad, ellas llegaron a Polonia el mes de setiembre de 1652. La reina estuvo encantada; y, por su parte, ellas no descuidaron los menores detalles de serle agradables. Como a esta princesa le gustaban mucho los perros, le criaban uno en su casa de París. Lo que leemos en el post-scriptum de una carta a Ozenne del 9 de abril de 1655: «La Señorita Le Gras ha traído a nuestro locutorio este perrito que enviamos a la reina. Le gusta tanto una de las hermanas de la Caridad, que ni siquiera mira a las demás, sea quien sea; y cuando ella sale, no hace otra cosa que dar quejidos sin parar. Este animalito me ha producido más de una confusión, viendo su único afecto por quien le da de comer, viéndome tan poco apegado a mi soberano bienhechor y tan poco desprendido de todas las demás cosas. Podréis asegurar a Su Majestad que las Hijas tendrán sumo cuidado de él.

II. Oposición.

Llegados a Polonia, los Misioneros habitaron primero en Sokasko, cerca de Grozno. En 1653, el cuidado de Santa Cruz de Varsovia quedó unida a la Misión por renuncia del titular, cosa que aprobó el ordinario en 16553. Pero su establecimiento se vio impedido al principio y bastante tiempo después. Para comprenderlo, es necesario exponer algunos detalles.

Con su carácter novelesco y aventurero, María de Gonzaga no había dejado de caer en las opiniones nuevas del jansenismo. Había tenido la idea de ponerse bajo la dirección de Saint-Cyran; pero cuatro días después, él murió, y ella asistió con gran pompa a sus funerales4. Sin embargo, ella formaba parte también de la Compañía de las Damas de la Caridad formada por Vicente de Paúl. Desde entonces, ella se repartía entre San Lázaro y Port-Royal, pero, con un atractivo especia hacia éste. La madre Angélica, siguiendo la costumbre del partido de acaparar a los grandes, se apoderó de ella. Le permitió, igual que a la marquesa de Sable, hacerse preparar, en el monasterio del barrio de Saint-Jacques, un pequeño apartamento, adonde venía todos los jueves y pasaba a veces varios días seguidos. De ella, de la marquesa de Sable y de la princesa de Guémené, con frecuencia en prolongada conferencia en Port-Royal, decía Angélica: «Tengo que ir a separar a nuestras damas.» En una palabra, la princesa parecía impresionada. Recibía los consejos de Singlin al mismo tiempo que los de Angélica. Cuando fue llamada al trono de Polonia, fue en Port-Royal donde pidió un confesor, y le dieron a Fleury, doctor de Sorbona, uno de los aprobadores del libro de la Frecuente Comunión y totalmente entregado a la secta. De Polonia continuó relacionándose con Angélica. Le escribía con frecuencia y le mandaba escribir ella misma todos los ordinarios. Se tienen más de doscientas cartas impresas de Angélica a la reina de Polonia. Por su parte, María, aparte de las cartas, enviaba a Port-Royal presentes y limosnas considerables, tanto en trigos como en dinero. En 1655, después de la condena de las cinco proposiciones, llegó hasta escribir a Alejandro VII a favor de las religiosas y de las solitarias. Consoló a Port-Royal en la persecución: «Dios mío, escribía en 1661, por qué no puedo tener a esta santa Madre (Angélica) y a todas astas pobres afligidas a mi lado en mi habitación para abrazarlas!» Y les ofrecía retiro en sus Estados5. Más de una vez, ella misma o a instancias de Fleury, quiso conversar con los Misioneros sobre las nuevas opiniones, quizás para ganárselos; y nos acordamos que Vicente les prescribió sobre este punto el más absoluto silencio.

Podemos comprender ahora la acogida que les debió ser hecha por los jesuitas cuando llegaron a Polonia. Los jesuitas estaban allí desde hacía un siglo. Habían cerrado este país al protestantismo. Desde el advenimiento de Casimiro al trono, habían llegado en mayor número, con la esperanza de aprovecharse, en interés de la fe, de las disposiciones favorables de este ex príncipe de la Iglesia romana. En seguida se convertirán en un Pedro el Ermitaño de una cruzada a favor de la católica Polonia, cuando sea invadida por el cisma y la herejía. Pues bien, he aquí que de pronto ven llegar a su cosecha a unos sacerdotes desconocidos, evidentemente mandados por un sacerdote de fe sospechosa. Ya que es Fleury, no se podría dudar quien, más que el recuerdo del santo fundador de las Damas de la Caridad, había contribuido a su llamada a Polonia. Sí, Fleury quería oponerlas a los jesuitas, dueños de la situación. En esta época san Vicente de Paúl no habían entrado aún públicamente en el gran papel que ha sido contado precedentemente. Fleury podía dudar de que sus hijos fuesen tan opuestos a las ideas nuevas, y abrigar la esperanza de que ellos contrabalancearían, en el sentido de la herejía, la influencia de los jesuitas. Por su parte, los jesuitas no conocían a los recién llegados más que como protegidos de Fleury y, sabiéndolos destinados a acercarse más que todos los demás a la reina de Polonia, temblaban por la verdadera fe.

Y aquí, tenemos más que conjeturas probables, podemos invocar testimonios positivos y oficiales. El arzobispo de Adrianópolis, nuncio del papa en Polonia, tenía órdenes de Su Santidad de publicar la bula contra Jansenio y de impedir que la nueva doctrina entrara en el reino. Pues bien, el 5 de julio de 1650, informaba al cardenal Pancirole que el jesuita Pierre-Guillaume Rose, predicador de la reina, predicaba contra un libro de la Frecuente Comunión, enviado de París, declarándole lleno de errores y pernicioso a los fieles; que el Sr. Fleury, doctor de Sorbona y confesor de la reina, defendía, por el contrario, el libro, y le procuraba defensores, entre otros, André Szoldzy Szoldrysky, obispo de Posnania (Posen), y el obispo de Samosky, resuelto a aprobarlo. «Yo he escrito al último, prosiguiendo el nuncio, que no lo haga y suspenda su aprobación hasta que Su Santidad sea informado y se tenga respuesta de la santa Congregación del Índice. He pensado que sería bueno pedir audiencia al rey y a la reina sobre este asunto, quines ambos fueron del parecer que se impusiera silencio a ambas partes, a la espera del juicio de la Santa Sede, a quien corresponde decretar soberanamente sobre estas materias. Llamé hace dos días al confesor y al predicador de la reina para exhortarlos a callarse y hablar de estas cosas con mayor moderación, y traté de reconciliarlos. Ellos me prometieron hacerlo.» Por otra parte, el nuncio actúa sobre la mente de la reina y, según escribía el 17 de setiembre de 1650, consiguió apartarla un poco del partido y de sus máximas. Convenció sobre todo al rey quien, cansado de las disputas sobre estas cuestiones de las que resonaba su corte, se dirigió a Roma, el 12 de setiembre de 1650, para tener una decisión en el asunto del libro de Arnauld. Inocencio X le respondió, el 9 de noviembre siguiente, que había pronunciado ya, después de Urbano VIII, sobre la doctrina de Jansenio que él quería todavía tomarse su tiempo para examinar la de Arnauld y que, no obstante, había ordenado a su nuncio en Polonia que hiciera uso de su autoridad para imponer silencio a las partes6.

Ese era el estado de cosas en Polonia cuando los Misioneros fueron llamados. Tenían allí como introductores a Fleury como a la reina y, sin ninguna duda, con Fleury, a este obispo de Posen, uno de los prelados fautores de las doctrinas y de las prácticas jansenistas. Semejantes patronos los debía hacer sospechosos al celo perspicaz y vigilante de los jesuitas.

Éstos pusieron pues oposición a su fundación, pidiendo información al nuncio sobre quiénes eran y de donde venían. Engañados por Fleury, indispuestos por él contra los jesuitas a quienes se los pintaba con los colores más odiosos, los Misioneros se asustaron y se quejaron en vivos términos a su Padre. Vicente se extrañó, en tan perfecto acuerdo vivía con los jesuitas en Francia. No obstante se apresuró en enviar a sus sacerdotes todos los títulos, todos los documentos testimoniales que podían esclarecer todo sobre su verdadero carácter. Al mismo tiempo escribió a sus superior Lambert, el 21 de junio de 1652, esta carta, en la que brilla su virtud como su sabiduría: «En cuanto al punto segundo de vuestra carta, que habla de las dificultades, que se aducen para permitir vuestro establecimiento. Yo adoro en ello la conducta de Dios, sin cuyas órdenes nada se hace, y haremos mejor en ver de su agrado todos los sinsabores que nos ocurran, que imputárselos a nadie. Y aunque fuera verdad que aquellos de los que os han hablado pudieran envidiarnos y causarnos el peor de los males, yo todo lo posible por estimarlos, amarlos y servirles, sea aquí o sea en otra parte. Sin embargo ésta es una copia auténtica de nuestra bula, legalizada por el Sr. oficial de París y por Monseñor el nuncio de quien espero una carta para el Sr. nuncio de Polonia, con recomendación y testimonio a favor de la Compañía, a fin de que el mismo nuncio de Polonia consiente en presentarlos al obispo de Posnania(Poznam), a falta de la carta testimonial que os ha mandado pedir de parte del arzobispo de París, a quien no me he atrevido a pedírsela. Espero de la bondad de Dios y de la fuerza de la verdad que será suficiente y que pronto quedaréis establecidos.»

Fueron establecidos, efectivamente; pero las desconfianzas, los temores secretos separaron por mucho tiempo todavía a los Misioneros y a los jesuitas, a quienes Fleury tenía todo el interés en dividir. Por eso, dos años después, el 23 de mayo de 1654, Vicente escribía a Ozenne, que había reemplazado a Lambert, esta nueva carta en la que le da por único plan de conducta la práctica de la humildad y de la caridad, su única política propia, la verdadera política cristiana.

«En cuanto a los asaltos que teméis por parte de alguna comunidad, espero de la bondad de Dios que no sucedan, y os pido que deis todos los pasos para impedirlos, previniendo a estos buenos padres con vuestros respetos, servicios y deferencias, como nosotros lo intentamos aquí, lo que no nos cuesta mucho, y he tomado la resolución, aunque me arrojaran barro a la cara, de no manifestar ningún resentimiento para no romper con ellos, ni distanciarme de la estima y del honor que les debo, y ello en presencia de Dios; que si por casualidad dicen o hacen algo molesto contra vuestra pequeña barca, aunque fuera adrede para hundirla, sufridlo por el amor de Dios, que sabrá libraros del naufragio y traer la calma tras la tempestad. No os quejéis, ni digáis tan sólo una palabra, y no dejéis por ello de acariciarlos en los encuentros, como si no hubiera pasado nada. No hay porqué extrañarse nunca por estos accidentes, sino disponerse a recibirlos bien. Ya que, como pasaron cosas entre los apóstoles, y también entre los ángeles, sin que por ello hayan ofendido a Dios, obrando cada uno según sus luces, así Dios permite a veces que sus siervos se contradigan, y una compañía persiga a otra. Y haya más mal de lo que se piensa en ello, aunque todos tengan buena intención, pero hay siempre un gran bien para los que se humillan y no ofrecen resistencia.»

Ozenne, instruido a fondo por Fleury, respondió con el mismo lenguaje que antes; y Vicente, cada vez más extrañado, no pudo sino repetir con más insistencia sus consejos anteriores, en una carta del 27 de noviembre de 1654:

«¿Es posible, Señor, que estos buenos padres nos traten así según decís? Me cuesta creerlo. Pero aunque así fuera, os ruego, y a la Compañía con vos, dos cosas: la primera, no hablar de ello, ni quejarse a nadie; esto sería peor aún, y hay que vincere in bono malum (-vencer al mal con el bien), que es como decir que no dejaréis de visitarlos como antes, y hablar respetuosa y favorablemente de ellos en toda ocasión, como también servirles, si Dios quiere ofreceros la ocasión; estas prácticas son según Dios y la verdadera sabiduría y lo contrario a ello causa mil malos efectos. Pienso que haréis bien en celebrando una conferencia sobre ello.»

Entre sacerdotes tan llenos igualmente de fe ortodoxa y de celo apostólico, el desacuerdo no podía durar por largo tiempo. A invitación de Vicente, los jesuitas de París escribieron a sus cohermanos de Polonia y, el 22 de enero de 1655, el santo sacerdote podía al fin exclamar: «Bendito sea Dios que la Compañía vive con respeto con estos reverendísimos Padres, y ruega a Nuestro Señor que nos dé la gracia de hacer lo mismo con todos los demás! » Y en adelante todas sus cartas contenían siempre una palabra de respeto y de ofrecimiento de servicio para los jesuitas de Polonia; en lo sucesivo jesuitas y Misioneros trabajaron de acuerdo en las obras comunes.

III. Trabajos de los Misioneros. –Lambert-aux-Couteaux.

Ya están instalados nuestros Misioneros en Polonia; pero, antes de su establecimiento incontestado y definitivo,, se habían destacado por una entrega agradable a la vez a los soberanos, a los grandes y al pueblo.

Nada más llegar ellos, había vuelto la guerra, más general y más amenazadora. Un señor polaco, refugiada en Estocolmo, irritó el resentimiento que alimentaba Cristina por la obstinación de los Wasa de Polonia en conservar su título de reyes de Suecia, y la hija de Gustavo Adolfo prestó oído a las proposiciones de Bogdan. Por su cuenta, Bogdan se unió a Rokacy, woiewode de Transilvania, volvió sus ojos hacia los Moscovitas, con quienes tenía comunidad de extracción, de lengua y de creencia. Por todas partes pues estaba amenazada Polonia. El cielo mismo parecía declararse contra ella, por un cometa espantoso, por un eclipse de sol contra el que Vicente debió tranquilizar a los suyos, por un incendio que asoló Warsowia, y por una peste terrible. La peste y el hambres su compañera fueron los primeros enemigos contra los que se dirigió Lambert. Con el parecer de la corte voló a Warsowia y desplegó tal desarrollo que la reina se creyó obligada a escribir a Vicente, el mes de setiembre de1652, la carta siguiente:

«Señor Vicente, me siento obligada por tantas señales de vuestro afecto, y por la alegría que me demostráis al recibir de la salud del rey mi Señor y la mía lo que os agradezco.

«El buen Sr. Lambert, al ver el miedo que los polacos tienen a la peste, ha querido ir a Warsowia para poner un orden mejor que el que había, para el alivio de los pobres. di la orden que fuera alojado en el castillo y en la propia cámara del rey. Recibo noticias de él todos los días, y todos los días le recomiendo que no se exponga al peligro. Tiene a su disposición todo lo necesario para venir a verme tan pronto como se establezca el orden, y le exhorto a venir cuanto antes. Sin esta enfermedad, que ha trastornado todos nuestros planes, habríamos concluido su establecimiento en Varsovia. Hace dos días que han llegado vuestras Hijas de Caridad, cosa que me satisface mucho; ellas me parecen muy buenas jóvenes, etc…»

El servicio de los apestados en la gran ciudad de Varsovia, tal fue pues el primer ejercicio

Al que la Providencia sometió a los Misioneros; ejercicio mucho más terrible de lo que se supondría por la lectura de esta carta de la reina, sin duda mal informada, o temiendo asustar a su venerable Padre. Pero, por sus hijos o por otras, Vicente conoció toda la extensión del peligro y, por este tiempo, escribió al superior de su casa de Sedan: «Los Misioneros de Polonia trabajan con gran bendición: No tengo tiempo de escribir los detalles; le diré tan sólo que habiéndose recrudecido la peste en Varsovia, que es la ciudad donde tiene su residencia ordinaria el rey, todos los habitantes que han podido huir han abandonado la ciudad, en la que, no más que en los demás lugares afectados por la enfermedad, no hay apenas orden alguno, sino al contrario una confusión extraña; ya que nadie entierra a los muertos. Los dejan en las calles donde se los comen los perros. Nada más que alguien es atacado de esta enfermedad en una casa, el resto le echan a la calle, donde se morirá, ya que nadie le lleva nada de comer. Los pobres artesanos, los pobres sirvientes y sirvientas, las pobres viudas y huérfanos son abandonados por completo; no encuentran en qué trabajar ni a quién pedir pan, porque todos los ricos han huido. Es a esta desolación a donde ha sido enviado el Sr. Lambert en esta gran ciudad para remediar todas estas miserias. En efecto, ha provisto, por la gracia de Dios, haciendo enterrar a los muertos y llevar a los enfermos abandonados a lugares propios para ser atendidos y asistidos en el cuerpo y el alma; eso mismo ha hecho con los pobres atacados de enfermedades no contagiosas. Y por último, habiendo hecho preparar tres o cuatro casas diferentes y separadas unas de las otras, como tantos hospicios y hospitales, ha mandado retirarse y alojarse a todos los demás pobres que no estaban enfermos, a los hombres a un lado, a las mujeres i niños al otro, donde son atendidos con las limosnas y beneficios de la reina.»

Apenas había restablecido Lambert el orden en Varsovia, cuando la reina, que seguía a Casimir en Lituania, donde el zar Alexis había reunido un inmenso ejército, quiso que la acompañara. A pesar de los cuidados con que le rodeó la reina, sucumbió pronto debido a sus nuevas fatigas de Varsovia y a sus nuevas fatigas: murió el 31 de enero de 1653. el abate Fleury, la reina misma, escribieron a Vicente cartas llenas de elogios y de dolor. En cuanto a Vicente, al enterarse de la muerte de un amigo tan querido, de un Misionero tan precioso, se sintió tanto más abatido cuanto conocía al mismo tiempo la muerte del superior de Annecy. Ya algo repuesto para respirar por parte del cielo, escribió sobre uno y sobre el otro a todas sus casas esta impresionante carta de información; lleva fecha del 23 de marzo de 1653:

«La gracia de Nuestro Señor, dice, esté siempre con vosotros, y su santo consuelo con todos nosotros, para soportar con amor las incomparables pérdidas que la Compañía acaba de tener en dos de sus mejores súbditos, uno de los cuales es el Sr. Guérin, superior de la Misión de Annecy, de quien el Señor obispo de Ginebra me habla muy favorablemente con lágrimas en los ojos y el dolor inexpresable en el corazón, así me lo dice; en efecto, Dios ha bendecido siempre la conducta y los trabajos de este siervo suyo para contento dentro y fuera de la familia. Ha fallecido el sexto (día) de este mes, tras nueve días de enfermedad. Ya os he hablado, me parece, del fallecimiento del Sr. Gurlet, como de un buen Misionero, ocurrido algunos días antes en la misma casa.

«El otro de quien tengo que hablaros ahora es el bueno del Sr. Lambert, quien se ha ido a Dios el 31 de enero, tras solamente tres días de enfermedad, pero de una enfermedad tan dolorosa, que él mismo decía que no podría aguantarla por mucho tiempo sin morir; lo que ocurrió después de recibir los santos sacramentos de manos del Sr. Desdames. El confesor de la reina de Polonia me informa que es llorado universalmente y que, según el pensar de los hombres, es difícil encontrar a un eclesiástico más cumplido y más apto para la obra de Dios y añade que podía ser nombrado Dilectus Deo et hominibus, cuyus memoria in benecictione est (-amado de Dios y de los hombres; su recuerdo está lleno de bendiciones);él buscaba únicamente a Dios; y nunca nadie ha gozado de una estima tan general; pues, por todas partes por donde ha pasado ha dejado el buen olor de sus virtudes. Estos son los sentimientos de este buen doctor; y la reina que me ha escrito una gran carta de su propia mano después de expresarme su satisfacción por sus trabajos, y su pesar por no tenerlo más, termina con estas palabras: ‘Por último, dice, si no me enviáis a un segundo Sr. Lambert, no sé ya que hacer. ‘ Lo que denota la perfecta confianza que le tenía. Además él la llevó a dar cerca de 100.000 libras en limosnas muy por encima de lo que ella hubiera hecho desde que tuvo el honor de acercarse a él, por lo que me dice los nuestros, que han distribuido una buena parte de esa cantidad, tanto en los pobres apestados de Cracovia y de Varsovia como en otros enfermos y pobres abandonados.

«No pongo en duda, Señor, que la privación de este santo hombre, que aflige a toda la Compañía, y más aún la de los tres juntos, os impresione sensiblemente. Nada extraño! La conducta de Dios es adorable, y debemos adorar sus efectos. Es lo que queremos hacer en el inmenso dolor en que estos accidentes nos han sumido, con la confianza que estos queridos difuntos nos sean más útiles en el cielo de lo que lo hubieran sido en la tierra. Nosotros venimos después para ocupar sus puestos, en particular el del Sr. Lambert, a causa de las necesidades extremas de ese reino, cuyas disposiciones son muy buenas, y donde los obreros que quedan no son bastante fuertes. Orad y haced que oren, por favor, por los vivos y por los muertos.»

IV. Ozenne, Desdames y Duperray.

Para reemplazar a Lambert, Vicente puso los ojos en Ozenne, uno de los más antiguos y mejores sacerdotes de su Compañía. Ozenne se puso en camino con algunos Misioneros más en un barco de Hamburgo, pero el navío fue capturado por los Ingleses. Aunque el parlamento lo hubiera declarado de mala captura, Ozenne y sus compañeros fueron retenido por mucho tiempo en Dover. La disposición del parlamento debía pasar al consejo del almirantazgo, donde los partidos adversos tenían todavía que debatir sus derechos recíprocos; motivo de muchos retrasos. Por su parte Vicente encargaba a Ozenne que suspendiera la partida hasta después de la estación mala. Pero, una vez libre, el Misionero reanudó su viaje, y llegó a Polonia hacia mediados de enero de 1654, ceerca de un años después de la muerte de Lambert7.

Durante todo este tiempo, la Misión de Polonia se había quedado sin superior; la llegada de Ozenne era pues urgente, tanto más porque Guillot y el clérigo polaco amenazaban con abandonar su puesto y la Compañía. En vano, con el fin de retenerlos, Vicente escribió a Ozenne, el 3 de abril de 1654:

«En cuanto a mí, yo admiro qué fiel es un soldado a su capitán, de forma que no se atrevería a retroceder cuando hay que combatir, ni abandonarlo sin su consentimiento, bajo pena de ser castigado como un desertor de ejército. Un hombre de honor no abandonaría a su amigo en apuros, sobre todo si estuvieran en un país extranjero. ¿Por qué? Por miedo a cometer una cobardía o falta de civismo. Admiro, digo, ver más firmeza en esa gente por respetos humanos que la que demuestran cristianos y sacerdotes por la caridad, ni por los buenos planes que se han formado.»

A pesar de esta enérgica llamada a su valor, Guillot y Zelazowski regresaron a Francia. Bien es cierto que ambos volvieron a Polonia; pero Zelazowski acabó por ser definitivamente apartado de la Compañía; y Guillot, él se hallaba ya en Hamburgo para ir a ocupar su puesto, cuando los católicos de esta ciudad le comprometieron a preferir Suecia. La conversión reciente de Cristina daba entonces la esperanza del regreso de este reina a la fe romana. Por eso la Propaganda pidió a Vicente que enviara a siete u ocho sacerdotes a Suecia y a Dinamarca, donde había promesas de que no se los molestaría mientras no celebraran ningún ejercicio de su religión y se contentaran con servir a los católicos ocultos entre los herejes. Vicente escribió pues a Guillot, que se sentía llevado a esta obra y animado por el embajador de Francia en Suecia, y seguir su generosa inspiración. Al mismo tiempo invitó a Ozenne a favorecer con toda su fuerza la santa empresa. Para ello se necesitaba la conformidad y el concurso de la reina de Polonia, y ésta se negó a contribuir. Por otro lado, el embajador cansado por tantas demoras, descontento por las dificultades, que se le ponían en Polonia, se volvió hacia Francia de donde le enviaron a tres sacerdotes extranjeros a la Misión. En lugar de tomar la ruta de Estocolmo, Guillot se dirigió a Cracovia8.

Mientras tanto la peste seguía haciendo estragos en Varsovia, y los más espantosos presagios amenazaban Polonia. Casimir se puso no obstante en campaña a la cabeza de un numeroso ejército. Obtuvo al principio algunos éxitos de los cuales ninguno fue decisivo. Bogdan acababa de inclinar a Alexis a lanzar a sus ochenta mil combatientes sobre Polonia declarándose su vasallo. Ante este peligro creciente, los de la dieta no pensaron más que en imputar al trono las desgracias públicas. Sin embargo Lituania estaba bañada en la sangre de los señores degollados por los campesinos. Un combate honroso para las armas polacas no había cambiado en nada en los horrores de la situación. Alexia marchaba siempre en vanguardia, «Oh Señor, escribía entonces Vicente a Ozenne (9 de octubre de 1654), qué dolor siento ante la noticia que me dais del avance de los ejércitos de los Moscovitas por Polonia, y cuánto le pido a Dios que tenga a bien mirar la santidad de las almas del rey y de la reina y tantas buenas obras que realizan en su reino y en el exterior, y las que proyectan hacer de aquí en adelante. Yo lo espero de su divina bondad, y así mandaré que lo hagan de continuo, y pediré yo mismo, aunque muy indigno pecador.»9

Pero las inquietudes y las súplicas de Vicente se redoblaron pronto, cuando un tercer peligro se abalanzó sobre Polonia. Cristina de Suecia, última representante de la rama cadete y protestante de los Wasa, acababa de abdicar a favor de su primo Carlos Gustavo, conde de los Deux-Ponts, de la casa Palatina, hijo de una hermana del gran Gustavo Adolfo. Era la decadencia de los Wasa. Juan Casimiro, el primero, hace poco único vástago de esta raza, protestó. Ya rey, reclamaba el trono de Suecia, él que pronto iba a verse forzado a abdicar incluso el reino de Polonia. Carlos Gustavo se encabritó por ello. Joven todavía, ilustrado ya a la cabeza de los ejércitos de suecos y de la liga protestante en las campañas de la guerra de Treinta años, este príncipe sólo buscaba un pretexto para volver a los campos de batalla. Después de titubear entre Dinamarca, Moscovia y Polonia, se decidió, ante las protestas de Casimiro, a llevar las armas contre éste. Singulares vicisitudes de las cosas! Al mismo tiempo el gran visir Kiuperli Ogli, inquieto por las conquistas del zar se acercaba a Polonia y ordenaba al nuevo Kan de Crimea marchar en su auxilio. Y, en efecto, Jean Sobieski, de regreso de Francia para defender a su patria recibió el mando de un cuerpo numeroso de esos Tártaros que él debía combatir algunos años después, cuando ellos tuvieran al frente al gran visir Kiuperli en persona.

No obstante Carlos Gustavo avanzaba amenazador, inexorable, rechazando toda negociación, toda súplica, con el orgullo intratable de un jefe de rama cadete y femenina. Estaba al frente de un ejército de sesenta mil Suecos, y tenía por lugartenientes a los héroes de la guerra de Treinta años, o a sus hijos o sus émulos: era el protestantismo que marchaba contra la católica Polonia, al mismo tiempo que era atacada por el Moscovita en nombre del cisma griego, y tristemente partidos en su seno respondían a la llamada del cisma y de la herejía.

Guerra religiosa, se lo ve todavía, tanto como guerra de libertad, de conquista o de raza; lo que, con el reconocimiento del favor, el amor inquieto de la paternidad, explica las cartas escritas por Vicente en esta época a propósito de las desgracias de Polonia y de sus soberanos.

A la noticia de la invasión de los Suecos, en la incertidumbre de los acontecimientos, mandó escribir al residente de Francia en Suecia para reclamar proyección a favor de las religiosas de Santa María, de las Hijas de la Caridad y de los Misioneros de Varsovia. el mismo día, escribió a Roma para retener a Berthe, y a algunas Hijas de la Caridad que se dirigían a Polonia. Pero Berthe había salido ya. Las acompañó por lo menos, «con toda la carga de sus dolores y de sus deseos,» a Cracovia, adonde la Misión tuvo que retirarse. Y ahora todo eran votos ardientes, esperanzas fundadas en la piedad del rey y de la reina y en el amor de Dios a su Iglesia; eran también oraciones y mortificaciones en San Lázaro a favor de este malhadado país. En la repetición de oración del 24 de agosto de 1655, a propósito del gran rey san Luis, pidió con más insistencia las oraciones de los suyos por los soberanos de Polonia. «Ayer, dijo, recibí noticias que me han afligido sobre manera. Y que os deben helar el corazón de dolor al mismo tiempo que os hablo de ello. Siento el corazón helado, oh Salvador, frío, me siento transido de dolor, no sé si os lo podré contar.» Y habló de la doble invasión de los Suecos y de los Mosovitas: «Esos gruesos nubarrones que rugían , sembraban el espanto por doquier, han caído encima10. Para colmo de desgracias dos palatinos se habían pasado al enemigo; así: «División por dentro, y guerra por fuera…Roguemos a Dios por la conservación del rey, un príncipe tan bueno, tan amante de la verdadera religión. Mortifiquémonos por ello, mortifiquémonos para entrar en el espíritu de penitencia. Estamos obligados a ello particularmente; hay tanta bondad, tanta, tanta bondad para la pequeña Compañía. Oh, ayudémosle con nuestras oraciones, Y la reina, ¿hay una princesa mejor en el resto del mundo, que tenga más celo por la piedad? Ah, ustedes lo saben, Señores, pero no saben nada en comparación, no sólo de las limosnas que reparte en nuestro lugar, a las Hijas de Santa Maria, tantas para las misiones en los países extranjeros, hasta en Persia!… Qué celo por el aumento de fe!…Les suplico que recen mucho estamos obligados por agradecimiento, como por sentimiento de religión. Son nuestros bienhechores. La ingratitud es tan detestada de Dios. Seamos agradecidos. Oh Salvador, oh Señores! Se lo ruego, durante el día, cuando se acuerden, hagan una breve elevación a Dios, para pedirle auxilio en bien de ese reino… Oremos. Se han visto reinos mucho más bajos que se han levantado con la ayuda que dios les ha dado. Francia misma se ha visto en mayores extremos.»11

Una vez más, en todas las conferencias de Vicente, en todas sus cartas, cartas de cada semana, se siente el contragolpe de todos los males de Polonia, se oye el eco de todos los acontecimientos, éxitos y reveses, que tienen lugar, pero eco inteligente y sensible, animado sobre todo por la fe. La inquietud por la Polonia católica, amenazada por la Suecia protestante, lo dominaba todo en su corazón, incluso su ternura, sin embargo tan viva, para con sus Misioneros. Éstos por su parte, le escribían con mucha frecuencia. La sola firma de sus cartas le llenaba de alegría, y el contenido, cuando anunciaban alguna buena noticia, le colmaba de gozo; este júbilo lo hacía extensivo a toda la Compañía por el canal de las conferencias o de su correspondencia con sus casas12.

Carlos Gustavo seguía avanzando: sólo quería tratar en Varsovia. El 30 de agosto de 1655 entraba en esta capital. Seis semanas después, era dueño de Cracovia, mientras que los Moscovitas invadían Lituania y reinaban en Vilna. Casimiro huía con la reina a Silesia, no sintiéndose con seguridad más que en las tierras del Imperio, y el ejército, abandonado por su rey y batido por los Cosacos, para salvar el nombre y los restos de Polonia, proclamaba rey a Carlos Gustavo. En ese momento, Suecia formaba un imperio vasto y formidable, y el protestantismo, -que reinaba ya en Inglaterra, en Dinamarca, en Holanda, y que la política de Mazarino favorecía lo mismo que Richelieu, -dueño también de Polonia, este bulevar del catolicismo, se encontraba a punto de dominar el mundo.

Fue entonces cuando Vicente decía en San Lázaro: «¿No parece, Señores, que Dios quiere trasladar a su Iglesia a otros países? Sí, si no cambiamos, es de temer que Dios nos la quite del todo, visto que estos poderosos enemigos de la Iglesia entran con mano fuerte. Este temible rey de Suecia que, en menos de cuatro meses, ha invadido una buena parte de este gran reino, nosotros debemos temer que lo haya suscitado Dios para castigarnos por nuestros desórdenes. Son los mismos enemigos de los que se sirvió Dios en otro tiempo para el mismo efecto: puesto que se trata de Godos, Visigodos y Vándalos salidos de aquellos cuarteles de los que Dios se sirvió hace más de mil doscientos años para afligir a su Iglesia. estos comienzos, los más extraños que se hayan visto nunca, nos deben hacer mantenernos en guardia. Un reino de una extensión tan vasta casi invadida por menos de nada, en el espacio de cuatro meses. Oh Señor, ¿quién sabe si este temible conquistador se va a quedar ahí, quién lo sabe? Por último, ab aquilone pandetur omne malum: desde allí han venido los males que nuestros antepasados sufrieron, y es de ese lado de donde los debemos temer.»

A los temores, a los dolores del apóstol se añadían los dolores y los temores del padre. Ozenne, superior de la Misión, había seguido la corte en su huida; Desdames y Duperray se habían quedado en Varsovia, en medio de la peste y de los `peligros de la invasión. Ellos fueron allí sitiados por los Suecos, quienes, en su segunda entrada en esta capital, los maltrataron, dieron su casa al saqueo, los despojaron de todo, no dejándoles absolutamente nada más que la libertad de retirarse. Se quedaron a pesar de todo, porque los Suecos abandonaron pronto la plaza para marchar contra los Moscovitas que se habían levantado contra ellos. Por lo demás, tuvieron que sufrir todavía dos o tres asedios,, y allía perderán hasta sus hábitos13.

Al enterarse que estos dos Misioneros estaban presos de dos plagas terribles de la guerra y de la peste, Vicente se expansionó en estos términos en una de las conferencias ordinarias del viernes:

«Encomiendo a las oraciones de la Asamblea a nuestros dos cohermanos, los Srs. Desdames y Duperray que trabajan en Varsovia. Uno de esos dos (el Sr. Duperray) padece un molesto mal de estómago, es el resto de una peste mal cuidada; acabo de saber que le han puesto fuego en el extremo de una costilla que estaba cariada, y su paciencia es tal que no se queja en ningún momento. Lo sufre tdo con una gran paz y tranquilidad de espíritu. Cualquier otro se atormentaría al verse enfermo a trescientas o cuatrocientas leguas de su país; se diría: «Por qué me han enviado tan lejos, no me van a sacar de aquí? Qué, ¿es que me quieren abandonar? Los demás están en Francia bien cómodos y me dejan morir en un país extranjero.» Esto es lo que diría un hombre de carne, que estuviera apegado a sus sentimientos naturales y que no entrara en los sufrimientos de Nuestro Señor, haciendo de ello su felicidad. Oh, qué hermosa lección nos da este servidor suyo de amar todos los estados en los que tenga a bien su divina Providencia colocarnos! En cuanto al otro, ved cómo trabaja desde hace tanto tiempo con una paz de espíritu y una seguridad maravillosa, sin cansarse por la duración de los trabajos sin desanimarse por la incomodidades, ni tener miedo a los peligros. Los dos son indiferentes a la muerte y a la vida, y humildemente resignados a lo que Dios disponga. No dan señales de impaciencia ni de murmuración; al contrario parecen dispuestos a sufrir más todavía. ¿Hemos llegado nosotros a tanto, Señores y hermanos míos? ¿Estamos listos para sobrellevar las penas que Dios nos envíe y ahogar los sentimientos de la naturaleza para no vivir ya más que la vida de Jesucristo? ¿Estamos dispuestos a ir a Polonia, a Berbería, a las Indias; a sacrificarle nuestras satisfacciones y nuestras vidas? Si así es, bendigamos a Dios; pero si, por el contrario, los hay que tienen miedo de dejar sus comodidades, que sean tan tiernos como para quejarse de la menor cosa que les falte y tan delicados como para querer cambiar de casa porque el aire allí no es bueno, que la alimentación es pobre, y no disponen de suficiente libertad para ir y venir; en una palabra, Señores, si algunos de nosotros son todavía esclavos de la naturaleza, entregados a los placeres de sus sentidos, como lo está este miserable que os habla, quien a la edad de setenta años es todavía muy profano, y que se consideran indignos de la condición apostólica a la que Dios los ha llamado y sienten confusión al ver a sus hermanos que la ejercen tan dignamente, y están tan alejados de su espíritu y de su valor.

¿Pero qué han pasado en ese país? ¿El hambre? Allí la han tenido. ¿La peste? Los dos la han pasado, y uno por segunda vez ¿La guerra? Se encuentran en medio de los ejércitos y han caído en las manos de los soldados enemigos. Por último Dios los ha probado con todas las calamidades. Y nosotros estaremos aquí como caseros sin corazón y sin celo. Veremos a los demás exponerse a los peligros para servir a Dios, y nosotros seremos tan tímidos como gallinas mojadas. Oh miseria, qué pequeñez Veinte mil soldados se van a la guerra para sufrir toda clase de males, donde uno perderá un brazo, el otro una pierna, y muchos la vida, por un poco de viento, y por unas esperanzas muy inseguras, y sin embargo no tienen ningún miedo y no dejan de ir corriendo como tras un tesoro. Pero, para ganar el cielo, Señores, no hay casi nadie que se mueva; y con frecuencia los que se han propuesto conquistarlo llevan una vida tan floja y tan sensual, que es indigna no sólo de un sacerdote y de un cristiano sino de un hombre razonable; y si hubiera entre nosotros algunos parecidos, no serían más que cadáveres de Misioneros. Pues bien, Dios mío, seáis bendito por siempre y glorificado por las gracias que otorgáis a quienes se abandonan a vos, seáis vos mismo vuestra alabanza por dar a esta pequeña compañía a estos dos hombres de gracias.

«Démonos a Dios. Señores, para ir por toda la tierra a llevar su santo Evangelio, y en cualquier parte a donde nos lleve, mantengamos nuestro puesto y nuestras prácticas, hasta que su voluntad nos retire. Que las dificultades no nos hagan cambiar; va en ello la gloria del Padre eterno y la eficacia de la palabra y la Pasión de su Hijo. La salvación de los pueblos y la nuestra propia es un bien tan grande que merece que se logre a cualquier precio; y nada tiene que ver que nos llegue la muerte antes mientras que sea con las armas en la mano: nosotros no seremos más felices, y la Compañía no será por ello más pobre, porque sanguis martyrum semen est Christianorum. Para un Misionero que haya dado su vida por caridad, la bondad de Dios hará surgir a muchos que hagan el bien que él ha dejado por hacer. Que cada uno pues se resuelva a combatir el mundo y sus máximas, a mortificar su carne y sus pasiones, a someterse a las órdenes de Dios, y a consumirse en los ejercicios de nuestro estado y en el cumplimiento de su voluntad, en la parte del mundo que a él le plazca. Formemos ahora todos juntos esta resolución, pero hagámosla en el Espíritu de Nuestro Señor, con una confianza perfecta de que nos ayudará en la necesidad. ¿No la queréis, mis hermanos del seminario? ¿No la queréis, mis hermanos estudiantes? No se lo pregunto a los sacerdotes, pues sin duda todos están dispuestos. Sí, Dios mío, nosotros todos queremos responder a los designios que tenéis sobre nosotros, es lo que nos `proponemos todos en general y cada uno en particular, mediante vuestra santa gracia: ya no tendremos tanto apego ni a la vida ni a la salud, ni a nuestros gustos y diversiones, ni a un lugar ni a otro, ni a ninguna cosa en el mundo que pueda impedir, oh buen Dios, que nos concedáis esta misericordia, que os pedimos todos unos por otros. No sé, Señores, cómo os he dicho esto, yo no lo había pensado; pero me he sentido tan impresionado por lo que se ha dicho y, por otra parte tan consolado por las gracias que ha concedido a nuestros sacerdotes de Polonia, que me he dejado llevar a infundiros así en vuestros corazones los sentimientos del mío.»14

Esto es verdadera elocuencia, la elocuencia apostólica, y capaz de suscitar apóstoles. Por eso todos le respondía, como el profeta: «Aquí estoy, enviadme». Pero ¿cómo atravesar los ejércitos enemigos? Había que esperar un cambio de fortuna.

Entretanto, la violencia y la deslealtad de Carlos Gustavo le han enajenado los espíritus. Además, la fe católica se ha despertado: ella va a salvar a Polonia. A la voz de Alejandro VII, el clero, los jesuitas a la cabeza, predica la guerra santa. Amenazado él mismo por las conquistas de Suecia, el Imperio amenaza a su vez. El Zar y Boglan suspenden sus golpes. Entonces Juan Casimiro, animado por la reina, por los Misioneros, por el clero que la rodea, deja la Silesia y marcha contra su enemigo. Carlos Gustavo evacua Varsovia y va a sitiar Dantzig, la única plaza que hubiera retado a su poder. Casimiro ha entrado en algunas de sus provincias y ha puesto su reino bajo la protección de la Virgen María. Y ahora entra en la capital.. Furioso, Carlos Gustavo ofrece a todos y en primer al elector de Brandeburgo, el reparto de Polonia; luego con el elector marcha contra Varsovia. Una batalla de tres días (28, 29, 30 de julio) le disputa la entrada. Juan Casimiro está en medio de sus tropas. La reina, separada de él y de y de su enemigo por el Vístula, manda apuntar contra los Suecos el cañón de su batería. A pesar de tantos esfuerzos y de tanto heroísmo, el 1º de agosto Varsovia vuelve a caer en poder del extranjero.

Entonces los lamentos y las oraciones, reclamadas siempre con insistencia por la reina redoblan en San Lázaro. El ruido confuso de la gran batalla de los tres días ha llegado hasta allí, Inseguro de la amplitud de la desgracia, pero demasiado seguro del peligro de Polonia y de sus soberanos, Vicente, en una conferencia del mes de setiembre de ese año de 1656, exclamó: «Oh Señores, oh hermanos míos, qué confusión debemos sentir por que nuestros pecados han hecho que Dios desoiga nuestras súplicas. Sintamos dolor por este grande y vasto reino que está siendo atacado con tanto furor, y que se va a perder, si la noticia es verdadera. Pero sintamos dolor por la Iglesia que se va a perder en aquel país, si el rey llega a sucumbir. Pues la religión no puede mantenerse más que por la conservación del rey, la Iglesia va a caer en manos de sus enemigos en ese reino. El Moscovita ocupa ya más de cien o ciento veinte leguas de extensión, y el resto está en peligro de ser invadido por los Suecos. Oh qué motivos me da esto de temer el acontecimiento de lo que quería decir el papa Clemente VIII, que era un santo hombre, estimado no sólo por los católicos, sino incluso por los herejes, un hombre de Dios y de la paz, a quien sus propios enemigos alababan. Y en cuanto a mí, yo he oído a Luteranos alabar y apreciar su virtud. Este santo papa pues, habiendo recibido a dos embajadores de parte de algunos príncipes de Oriente, donde la fe comenzaba extenderse, y queriendo dar a gracias a Dios por ello en su presencia, ofreció a si intención el santo sacrificio de la misa. Estando ya en el altar, y en su memento, le vieron llorar, gemir y sollozar, lo que les asombró mucho; de suerte que una vez terminada, se tomaron la libertad de preguntarle qué asunto le había hecho derramar lágrimas y gemidos, en una acción que no debía producirle más que consuelo y alegría y él les dijo sencillamente, que era verdad que había comenzado la misa con grade satisfacción y contento, viendo los progresos de la religión católica; pero que este contento se ha cambiado de pronto en tristeza y amargura a la vista de los abandonos y de las pérdidas que sucedían cada día en la Iglesia por parte de los herejes; de modo que había motivo de temer que Dios la quisiera trasladar a otra parte.»

Aquí el santo desarrolló su idea habitual y trazó el cuadro de las pérdidas consumadas o inminentes de la Iglesia en Europa. Luego continuó:

«Es muy verdad que el hijo de Dios ha prometido que estaría en su Iglesia hasta el fin de los siglos; pero él no ha prometido que esta Iglesia estaría en Francia, o en España, etc. Lo que sí ha dicho es que no la abandonaría a su Iglesia, y que permanecería hasta la consumación del mundo, en el lugar que sea, pero no determinadamente aquí o en otro lado; y que si hubiera un país al que se la debiera dejar parece que no debiera haber otro que debiera ser preferido a La Tierra Santa, donde nació él, dio comienzo a su Iglesia y operó tantas maravillas. Sin embargo, fue a esta tierra, por la que hizo tantas cosas y en la que se complació, de donde quitó a su Iglesia en primer lugar para entregársela a los Gentiles. En otro tiempo, a los hijos de esta misma tierra les quitó también su arca, permitiendo que les fuera arrebatada por sus enemigos los Filisteos, prefiriendo ser hecho, por así decirlo, prisionero con el arca, -sí, él mismo prisionero de sus enemigos, -a seguir entre amigos que no cesaban de ofenderle. Así es como Dios se ha comportado y se comporta con los que siendo deudores por tantas gracias, le provocan con toda clase de ofensas, como lo hacemos, miserables de nosotros. Y maldición, maldición a este pueblo a quien ha dicho Dios: «No quiero nada de vosotros, ni de vuestros sacrificios y ofrendas; vuestros sacrificios no me podrían agradar; ya no los quiero. Lo habéis manchado todo con vuestros pecados, os dejo. Id, ya no tendréis parte conmigo» Ah, Señores, qué desgracia! Pero, oh Salvador, qué gracia ser del número de aquellos de quienes Dios se sirve para continuar sus bendiciones y su Iglesia. Veámoslo, comparando con un señor infortunado, que se ve obligado por la necesidad, por la guerra, por la peste, por el incendio de sus casas o por la desgracia con un príncipe, a marcharse, a huir y que, en este desastre de toda su fortuna, ve a personas que vienen a ayudarle, que se ofrecen a servirle y a transportar todo lo que tiene. Qué contento y qué consuelo el de este gentilhombre en medio de su desgracia! Ah, Señores y hermanos míos, qué gozo tendrá Dios si, en medio del desastre de su Iglesia, de los trastornos a los que la ha sometido la herejía, de la desolación que la concupiscencia siembra por todas partes; si, en esta ruina, no encuentra a algunas personas que se ofrezcan a él para llevar a otra parte, si hay que hablar así, los restos de su Iglesia, y a otros para defender y guardar aquí lo poco que queda. Oh Salvador, qué gozo recibís, al ver a tales servidores y tanto fervor para resistir y defender los que os queda aquí, mientras que los demás van a conquistaros nuevas tierras. Oh Señores, qué motivo de alegría. veis que los conquistadores dejan una parte de sus grupos para guardar lo que poseen, y envían a los otros para adquirir nuevos lugares y extender su imperio. Eso es lo que nosotros debemos hacer: mantener aquí con todo el valor las posesiones de la Iglesia y los intereses de Jesucristo y, con ello, trabajar sin cesar para hacerle nuevas conquistas y darle a conocer por los pueblos más distantes.»

Aquí Vicente recuerda la opinión de Saint-Cyran, que quería trabajar por destruir una Iglesia condenada, decía él, por Dios mismo. Pero, al contrario, la voluntad de Dios es que trabajemos por defenderla. «Que si hasta el presente, concluye el santo, nuestros esfuerzos parecen haber sido inútiles a causa de nuestros pecados, al menos por el efecto que de ello se deriva, no hay que desistir sino, humillarnos profundamente, continuar nuestros ayunos, nuestras comuniones y nuestras oraciones con todos los buenos servidores de Dios que ruegan incesantemente por el mismo motivo, y debemos esperar que por fin Dios, por su gran misericordia, se compadezca y nos escuche. Humillémonos pues todo lo que podamos a la vista de nuestros pecados; pero tengamos confianza, y gran confianza en Dios, que quiere que continuemos cada vez más pidiéndole por el pobre reino de Polonia tan desolado, y que reconozcamos que todo depende de él y de su gracia.»

V. Días mejores -La Misión de Polonia hasta nuestros días.

Así hablaba Vicente siempre a los suyos durante estos años fatales, y esto dos o tres veces a la semana, al final de la oración o de las conferencias, sin miedo alguno a repetirse, ya que la oración, el dolor, todos los fuertes sentimientos del alma sólo tienen un lenguaje. Así hablaba afuera, en todas las asambleas tratando de ganarse a todo el mundo para la causa de Polonia, procurarle defensores y recursos. Tenemos también de él una carta de palabras encubiertas, escrita el 7 de abril de 1657, al capellán de la señora de Longueville: «Sería, dice en ella, el hecho de un gran señor, verdaderamente cristiano, como lo es el pariente (el duque de Longueville) de esta señora afligida (la reina de Polonia), prestarles alguna ayuda en esta persecución. He sabido, hablando de préstamos, que 30.000 libras les vendrían muy bien para conseguirle oficiales, que es su más urgente necesidad. No veo cosa en el mundo más de la magnificencia y generosidad de este príncipe (el duque de Longueville), que un socorro tan útil y tan oportuno.»

Muy pronto vio Francia los peligros de su alianza con Suecia, y Mazarino intervino ante Alexis. Pero, abandonado de los Moscovitas, Carlos Gustavo se echó en manos del calvinista Jorge Rakocy, príncipe de Transilvania. Se acercó a Varsovia por delante de su nuevo aliado, y los dos entraron en esta capital, a la que trataron como ciudad tomada por asalto. Los dos Misioneros Desdames y Duperray tuvieron mucho que sufrir. «Me dicen de Polonia, escribía Vicente a Get, superior de Marsella, 31 de agosto de 1657, que el buen Sr. Desdames lo ha vuelto a perder todo en Varsovia, que ha sido de nuevo sitiada y saqueada por los Suecos, y luego abandonada, La firmeza de este buen Misionero es admirable por no querer dejar su puesto, ni por la guerra, ni por la peste, ni por la pobreza, ni por todo a la vez, aunque haya sido atacado en diversas ocasiones, y la reina le haya invitado a retirarse. Ella misma me ha informado por carta expresa de su puño y letra declarando que se siente grandemente edificada. Y lo está también mucho por la virtud del Sr. Duperray.»15

En esta fecha Desdames no estaba ya sin embargo en Varsovia, pues escribía a su superior Ozenne, el 6 de julio anterior: «Dios me ha hecho la gracia de escapar vivo y los hábitos que llevaba puestos, es decir la sotana y la casaca que me habéis enviado, todo lo demás robado en la ciudad por los Suecos…Pero Dios sea bendito que no ha sido más, y que estos tigres no me hayan sorprendido en Sainte-Croix a su llegada. Dios me inspiró, ya que ese mismo día me había retirado por la mañana a la ciudad de Connart. Llegaron pues hacia mediodía, en contra de los que me aconsejaban que no me diera prisa, que estaban seguros que no había nada que temer. Pero el corazón me decía otra cosa, como se demostró.»

Esta última guerra fue desastrosa para la Misión de Polonia. Les destruyó tres casas en Varsovia y cinco en otra tierra. «Estos daños son notables, escribió Vicente (7 de diciembre de 1657), pero no era justo que quedarais libres del dolor público, y Dios que lo ha permitido, tendrá la bondad, si así le place, de restablecer estas pérdidas a su tiempo.»La guerra había devuelto también a Francia a Guillot. Esveillar, Durand y Simón, es decir la mayor parte de los Misioneros de Polonia. La reino los reclamó en 1656 para establecerlos en Cracovia, que acababa de ser devuelta al rey, pero no pudieron regresar todos16.

Los tres que se habían quedado en Polonia, Ozenne, Desdames y Duperray, separados hacía tiempo, pudieron reunirse por fin. Austria, Holanda y Dinamarca se habían vuelto contra Suecia, y Carlos Gustavo, abandonado de sus aliados, atacado por la coalición, había escapado de alguna forma de Varsovia para correr a la defensa de sus Estados amenazados. En algunas semanas, Polonia se veía libre de los ejércitos extranjeros, y Vicente escribió a sus tres sacerdotes, el 22 de octubre de 1657: «Quiero creer que esta carta los encuentre reunidos en Varsovia después de una separación tan larga. Si estuviera seguro, sentiría una alegría incomparable, y ya esta esperanza me consuela mucho. Así es como actúa de ordinario: divide y después reúne, aleja y luego acerca, quita y acaba devolviendo, destruye y reconstruye, de manera que no deja nada permanente en esta vida, ni a nadie que se quede en un mismo estado.»

Los tres Misioneros se reunieron, en efecto, cuando el rey y la reina volvieron a Varsovia , pero fue por poco tiempo. Una donación acababa de permitir una fundación en Cracovia, a donde Vicente se proponía enviar a «alguna juventud para formarla», una vez que lo permitieran las circunstancias. Mientras tanto, Ozenne y Duperray fueron a tomar la dirección, mientras que Desdames se quedaba solo en Varsovia encargado de la parroquia de Sainte-Croix. Luego ocurrió la muerte de Ozenne el 14 de agosto de 1658, nuevo dolor para Vicente, que bendijo a Dios en medio de su pesar, como hacía poco le había bendecido en su alegría17, y pensó en reforzar la Misión de Polonia. Como la reina acababa de dar un beneficio para el sostenimiento de un seminario, mandó salir, con diez Hijas de la Caridad, a algunos jóvenes Misioneros para establecerse allí. No se cansaba, en los ímpetus de su gratitud y las piadosas exageraciones de su caridad, de exaltar los favores y las virtudes de la reina. Si tomamos sus elogios a la letra, esta princesa habría merecido los honores de la canonización. Sin negar las virtudes de Luisa María, sabemos lo que hay que rebajar y hasta qué punto debía ser propuesta como modelo a las Hijas de la Caridad. No obstante es lo que hacía Vicente, y estas buenas mujeres estaban llenas de emoción ante el cuadro que él trazaba de sus favores y virtudes. «Ocurrió lo mismo, añadía en una carta de agosto de 1659, a la reina misma cuando yo les dije que vuestra Majestad hilaba y tejía el hilo que se necesita para coser la ropa de los pobres. Eso no tiene parangón en la Iglesia de Dios. Sabemos muy bien que la historia nos hace ver a una princesa que hilaba el hilo que debía servir para cubrir su cuerpo, pero yo no recuerdo de ninguna que haya llevado la piedad hasta el punto que Vuestra Majestad lo ha hecho, empleando las labores de sus manos en el servicio de los pobres. Y es, Señora, lo que pienso que Nuestro Señor hace ver a los ándeles y a las almas bienaventuradas como el objeto de su admiración y lo que la Iglesia ve con alegría en este mismo espíritu. Alabado sea Dios, Señora, por las alegrías en las que hace participar Vuestra Majestad y que tenga a bien conservaros por mucho tiempo para edificar de esa manera a la Iglesia de Dios!»

Todo iba bien en esta época en Polonia para la causa católica y real. La reina y Mazarino se habían acercado cada vez más por su amor común a Francia. Los dos actuaron de común acuerdo, una sobre su esposo, el otro sobre Carlos Gustavo, y la paz de Oliva se cerró. Un mes después (23 de febrero de 1660) Carlos Gustavo ya no estaba. La Reina de Polonia le sobrevivió siete años. Un año después de la muerte de su mujer, Juan Casimiro abdicaba y volvía a su primera vocación en las abadías de Saint-Taurin, de Saint-Germain-des- Prés, de Saint-Martin, que Luis XIV le había dado; luego él iba a morir en su abadía de Nevers, como para colocar su tumba junto a la cuna de la reina Luisa.

En cuanto a Vicente, no había visto, antes de morir, más que tratados de paz y restauraciones; después de la paz de Oliva, la paz de los Pirineos, con la restauración de los soberanos de Polonia, la restauración de Carlos II de Inglaterra. Dejaba a sus Misioneros pacíficamente instalados en Polonia; allí resistirán a través de las guerras civiles y extranjeras, a los desmembramientos sucesivos de ese desdichado reino, y si pierden, con ello, un gran número de las fundaciones que habían formado en el transcurso de los años, conservarán sin interrupción las del gran condado de Varsovia, incluso las que se encuentren enclavadas en los países que les han correspondido a Prusia y Austria.

A la muerte de san Vicente, todavía no se habían establecido más que en Varsovia; y el seminario de Cracovia, para el cual el santo os destinaba, no se fundó hasta 1682. Pero ya, hacia 1677, habían abierto en Kulm, hoy en los Estados prusianos, otro seminario externo y una casa de Misión. El año 1687 dio nacimiento a los seminarios de Wilna y de Premistie, y a la Misión de Sambor, en Lituania y en Galicia. En 1691, se fundó en Lowicz una casa de retiro para los ancianos de la congregación.

Fundaciones más numerosas se abrieron durante el siglo XVIII18. Todas estas fundaciones contribuyeron tanto más al nombre de la congregación, por no ser aceptadas más que después de larga resistencia, y otras más numerosas todavía habían sido rechazadas por ella: todos los señores piadosos querían tener misioneros para evangelizar a sus súbditos y a sus vasallos.

Sucede el primer desmembramiento de Polonia, y once de estas casas pasan bajo el dominio extranjero: dos dependen en delante de Rusia, tres de Prusia y seis de Austria y de Hungría. El rey de Prusia y la emperatriz de Rusia habiendo prometido no estorbar en nada la libertad de la religión católica, los Misioneros esperaban no tener que soportar más que sus rudos trabajos, y luchar contra la peste y el hambre, consecuencias de la guerra. No sucedía lo mismo en Hungría, donde la corte de Viena proyectaba medidas incompatibles con las reglas de la congregación. A pesar de tantos obstáculos, de las pérdidas enormes que tuvieron que sufrir, los Misioneros siguieron primero en sus puestos. Pudieron incluso extenderse hasta Asia. En. 1788, el arzobispo de Mohilow los envió en auxilio de los católicos de Astracán, Misión que prosperó rápidamente y sirvió de gran ayuda a los Armenios y demás católicos. Las segunda y tercera particiones de Polonia, en1793 y 1795, les fueron más funestas que la primera. A las pérdidas ocasionadas por la guerra vinieron a añadirse contribuciones onerosas. En 1796, la emperatriz de Rusia prohibió toda comunicación con los superiores extranjeros, y el rey de Prusia se apoderó de los bienes eclesiásticos, que fueron reemplazados por simples pensiones. Era una amenaza de ruina y de destrucción para una hermosa provincia, compuesta entonces de 35 fundaciones. El año siguiente, 1797, se pone en práctica la amenaza, Se dicta prohibición por el gobierno cismático de José II a las casas dependientes de Austria de comunicar con su superior extranjero. Se funda un seminario general en Cracovia, y se prohíbe provisionalmente a los Lazaristas dar misiones: la inutilidad a la que se los condenaba era un camino hacia la supresión. En efecto, muchas casas desaparecieron; las que llegaron a subsistir o bien rompieron o dejaron relajarse los lazos que las unían al gobierno central. Algunos años más tarde, se reanudaron las relaciones entre Polonia y Francia, siempre difíciles. La revolución polaca de 1832 produjo inquietudes que no llegaron a realizarse: la Misión conservó en primer lugar la libertad de sus obras y tan sólo sufrió pérdidas materiales. Pero al año siguiente el gobierno ruso cerró muchas de sus casas y dejó una amenaza de muerte en suspenso sobre las demás. A partir de esto, la situación mejoró algo. Hoy, sin embargo, de tantas casas, no posee más en Polonia propiamente dicha, y fuera de Varsovia, que siete casas: la casa de retiro de Lowicz, los seminarios externos Plock, de Lublin y de Wloclavek la parroquia y Misión de Mlawa, la parroquia y el seminario externo de Tykocin, y el hospital de Kurozwenki. A lo que se ha de añadir. A loque se ha de añadir las fundaciones de Varsovia: una parroquia, un seminario interno y externo, un instituto de beneficencia y el Hospital del Niño Jesús. este hospital, vasto, iluminado, cómodo, el más hermoso y el más regular de Polonia, ha sido construido por el misionero Beaudoing y ha costado 200.000 libras. Fue inaugurado el 24 de junio de 1757. Los niños abandonados, a los que estaba destinado, fueron llevados allí en procesión, en medio de una, en medio de un concurso a la vez inmenso y magnífico, de príncipes, de grandes y de pueblo. En esta circunstancia hubo en Varsovia algo de la maravillosa caridad que París había admirado un siglo antes, a propósito de la misma obra, y el año siguiente, el celo del visitador Slivicwki renovó en ella todos los prodigios que tendremos que contar en la fundación del hospital general.

VI. Misiones de Austria y de Prusia. –Misiones de España y de Portugal.

Para acabar la historia de la Misión de Polonia y completar el cuadro de sus fundaciones en los países eslavos y alemanes, nos queda por habla de las misiones de Austria y de Prusia. En 1760,a petición del cardenal Migazi, arzobispo de Viena, y de conformidad con la emperatriz María Teresa, dos Misioneros hábiles en las lenguas francesa y alemana vinieron de Polonia a Viena para dirigir allí el seminario episcopal. A la espera de que esta fundación alcanzara una situación fija, la emperatriz misma proveyó a su mantenimiento. Ellos cumplieron con tanto celo y desinterés, tanta sencillez y edificación que el cardenal arzobispo pidió otros para el seminario de la diócesis de Vatzen, en la alta Hungría, de la que acababa de ser nombrado, con vistas, decía él, no sólo a procurar el bien de su clero, sino también para demostrar la estima que sentía por la Misión y darla a conocer. Los Misioneros se instalaron en Vatzen en1762. El año siguiente, el cardenal arzobispo de Strigonie, primado de Hungría, consiguió cuatro para dirigir el seminario de Tyrnaw, y el cardenal Migazi, cada vez más inclinado por la congregación logró otros tres para Vartz: habría querido, decía él, confiarle todos los seminarios de Hungría y de Alemania. Añadiéndole las casas de Sambor y de Leopold de las que ya se ha hablado, ya tenemos pues después del primer desmembramiento de Polonia, cinco establecimientos de la Misión en los Estados austriacos. Cinco fueron destruidos en 1773 por la aplicación de un reglamento josefista que tenía por título: Puncta reformationis cleri, alguna de cuyas disposiciones: 1º Cada casa de comunidad eclesiástica secular o regular deberá estar compuesta de trece miembros al menos. 2º Todos los miembros de la casa deberán ser indígenas. 3º Cada casa tendrá en el país un vicario que será solamente aprobado por el superior general residente en Roma u otra parte; este vicario general tendrá el poder absoluto e ilimitado de gobernar, estatuir, cambiar y destruir, a gusto del primado. Así por medio de medidas parecidas se había preludiado, casi al mismo tiempo, la destrucción de los jesuitas, y como ellos, los Misioneros debieron responder: sint ut sunt, aut non sint .-(sigan así. o no sigan).

Estas seis casas dispersas, los Estados austriacos no poseyeron ya, antes de estos últimos años, una sola fundación de Misión, con la excepción de la de Cracovia que les tocó en suerte en el reparto de 1795, y que, tras habérseles sido quitada por los tratados de 1815, les ha sido devuelta tras las últimas revoluciones (1847). Se hablará en otro lugar cómo una comunidad de religiosas hospitalarias de Gratz obtuvo, en 1851, su incorporación a la compañía de las Hijas de la Caridad. El conde de Brandis, hermano de su superiora, quiso atraer a Gratz a los Misioneros para rehacer y completar en Styrie la obra de san Vicente de Paúl. Con la ayuda de una subscrición que él abrió, cuatro sacerdotes Austriacos vinieron a prepararse a París. Uno de ellos era el Sr. Jean Klaischer, muerto prematuramente superior de la Misión de Cilly en 1853, que había sido director de las religiosas de Gratz y había acompañado a su superiora a París, cuando se negoció su reunión en la casa-madre. en ella, había formado el deseo de ser recibido él mismo en el número de los hijos de San Vicente de Paúl y, tan pronto como se dictó el proyecto de fundación de la Misión en Austria, vino él el primero naturalmente a pedir el espíritu al seminario interno de París. Desde el año siguiente, 1852, la Misión de Gratz quedaba fundada. En 1853, y en la misma provincia, otra Misiónse establecía en Cilly. En 1654, los Misioneros se encargaban de la dirección espiritual de la prisión de Neudorf, cerca de Viena; en 1855, regresaban a la misma Viena; y por fin, en 1856, recuperaban el antiguo puesto de Lemberg o Leopold, en Galicie, desde donde dirigen el hospital.

En Prusia como en Austria, el paso de las fundaciones de la provincia desmembrada de Polonia bajo una dominación nueva quedó señalado por una dispersión. En 1796, la medida financiera tomada por el rey de Prusia, destruyó las cuatro casas de Kulm, de Dantzig, de Gnesne y de Posen. Los establecimientos de Neustadt, de Engerhein y de Dillinger, no tuvieron que esperar para morir la incorporación de esta parte del Palatinado a Prusia por los tratados de 1815; habían sido dispersados lo mismo que el seminario y los colegios de Heidelberg y de Manheim, ciudades que pertenecen hoy al gran ducado de Bade, por las guerras de la revolución y del Imperio. Fundadas tan sólo en 1781 por el príncipe elector del Palatinado y de Baviera, para llenar el vacío dejado por los jesuitas, no tuvieron pues más que una existencia bien breve. Sin embargo, gracias a la generosidad del príncipe elector, a la protección del prelado Maillot, consejero íntimo de Su Alteza, a la entrega de los Misioneros, presentaban las más hermosas esperanzas. El colegio de Manheim, en particular, prometía un futuro brillante. El P. Desbillons le había legado su rica biblioteca. Se acababa de enviar a un sacerdote francés formado en la ciencia astronómica bajo el famoso Lalande. Este sacerdote se quedó en Manheim después de la dispersión y continuó dirigiendo su observatorio. Tres sacerdotes franceses se quedaros en Heidelberg; pero los Misioneros alemanes se olvidaron pronto de su vocación y resultó imposible reconstruir nada.

Los Lazaristas no han podido luego volver a ninguna de las ciudades de las porciones del antiguo Palatinado y de la antigua Polonia incorporadas a Prusia, si no es a Posen cuyo hospital dirigen a partir de 1848. por el contrario se han establecido en la Prusia renana.

La persecución suscitada contra el ilustre arzobispo de Colonia, Mons. Clemente Augusto, había sido, como suele suceder casi siempre, la señal de un movimiento religioso entre el clero y el pueblo. Pero, para dirigirlo y activarlo más, para satisfacer la piedad de los católicos y responder a los deseo de tantos devotos que pedían el camino de regreso a la verdad, se sentía la necesidad de misiones, de retiros, en una palabra, de aquellos medios extraordinarios que mueven a las almas. Cinco sacerdotes jóvenes de la diócesis de Colonia se sintieron entonces movidos a vivir en comunidad para lograr reunir sus esfuerzos y combinarlos en bien de su patria. Habían buscado en vano, para incorporarse a ella, una congregación que respondiera a sus planes, y pensaban en formar una nueva, cuando les llegó sobre la Misión información que los determino a dirigirse a París. en el mes de mayo de 1850, con la autorización del Mons Geissel, cardenal arzobispo de Colonia, ellos entraban en el seminario interno y, al año siguiente, llenos del espíritu de san Vicente y provistos de sus instrucciones hereditarias, ellos se volvían a su país bajo la dirección del Sr. Hirl, sacerdote originario de Baviera, que desde hacía veinticinco años trabajaba en la provincia de Roma. En el mes de junio, inauguraron la congregación en Colonia y, a pesar de su pequeño número, dieron en el espacio de nueve años, setenta misiones, todas maravillosamente bendecidas de Dios. No habiendo visto este país nada semejante desde la Revolución, acudían a los piadosos ejercicios en tal número que las iglesias no podían contener la multitud y era preciso predicar al aire libre. Pronto la congregación creció en súbditos y en casas. El 25 de octubre de 1852, estaba encargada del convict de Neuss, especie de seminario menor; en 1853, el 12 de octubre, le fue confiada la casa de retiro para los eclesiásticos de Marienthal, en la diócesis de Colonia; en 1855, a petición del obispo de Osnabruck, se hacía cargo de la dirección del seminario menor de Meppen, en el Hanovre; en 1856, el 4 de octubre, se establecía para el mismo trabajo en Munstereiffel, regencia de Tréveris; por último, el 1º de 1858, juntó una Misión a la dirección de hospital de Posen ,. Estas misiones, tan multiplicadas, se constituyeron en provincia distinta, la provincia de Prusia, el 10 de diciembre de 1853. esta joven provincia, pronto madres a su vez, contribuyó a la formación de la provincia de Austria, ya que dos Misioneros de la casa de Colonia fueron enviados allí con ocasión del renacimiento de la congregación en los Estados austriacos.

Para concluir, tras los Misioneros, nuestro tour de Europa, no nos queda más que decir una palabra de las Misiones de España y de Portugal. En 1659, un gentilhombre español, de la diócesis de Plasencia, había seguido en Roma los ejercicios de los ordenandos. Al salir de la ordenación, impresionado hasta el fondo del alma, hizo a su obispo, que se hallaba en Roma en calidad de embajador extraordinario del rey de España, un relato tan emocionado de estos retiros, que el obispo expuso sin tardanza al superior de Monte-Citorio que quería hablar con él sobre el asunto. Lleno de celo, no temiendo hacer él mismo en su diócesis todas las funciones de un Misionero, este prelado quería trabajar también en formar a buenos eclesiásticos, y esta institución nueva le parecía muy propia para este fin. Por lo que preguntó al superior si, a su regreso en España, no le podrían dar algunos Misioneros para hacer allí los mismos ejercicios que en Roma.

A esta noticia, Vicente de Paúl tan alejado de extender su congregación por los medios humanos, temió que sus sacerdotes hubieran sugerido semejante pensamiento al obispo de Plasencia, y les escribió para prohibirles todo trámite en este punto. No era necesario, sin embargo, y después de su conferencia, los Misioneros no volvieron siquiera al palacio de la Embajada. Pero el obispo español no por ello dejó de pensar en su proyecto. En la próxima ordenación, quiso seguir todos los ejercicios, tomó un plan y unas memorias que envió a su diócesis con orden de acomodarse a ellos inmediatamente, a la espera de que él mismo, a su regreso a España, haría una más rigurosa aplicación.

Muy temprano, algunos obispos de España habían pedido Misioneros, como se ve por diversas cartas de san Vicente a Jolly, superior de la casa de Roma. Vamos a necesitar de algunos individuos convenientes para España,» le escribió un día, y el 29 de noviembre de 1658: «No parece que la voluntad de Dios sea que accedamos al deseo manifestado por su Em. El cardenal arzobispo de Toledo, quien desea que le enviemos a algunos sacerdotes de la congregación.» Por último, el 2 de abril de 1660, con ocasión del obispo de Plasencia: «en caso de que mostrara algún deseo de servirse de nuestros sacerdotes, no existe ninguna esperanza, ni tampoco quitarle el afecto que siente por nosotros.»

La Compañía no fue introducida en España hasta 1704, por un arcediano de Barcelona, que la había visto trabajar en Roma, y le procuró un establecimiento para Misiones y para retiros. En Barcelona fue fundado también un seminario interno, de donde salieron los fundadores de las demás casas de España. Hubo pronto cinco que dependieron de la provincia de Roma, luego de la de Lombardía, hasta que España formara una provincia particular. La Compañía no se dedicó en un principio en España ni a seminarios ni a parroquias, sino tan sólo a Misiones, ejercicios de los ordenandos y retiros espirituales. Durante la revolución, la Misión de España concedió a su madre y a su hermana de Francia una cristiana hospitalidad, que ésta le devolvió en 1835. –Revuelta por las guerras napoleónicas al principio de este siglo, recobró sus avances por la paz, y contó pronto con dos casas nuevas en Badajoz y en Valencia. En 1828, se fundó una octava casa en Madrid, para la dirección de las Hijas de la Caridad , hasta entonces dirigidas por sacerdotes extranjeros. La casa de Madrid fue desde entonces la residencia del visitador, quien antes residía en Barcelona; y con la dirección de las Hijas de la Caridad y las funciones ordinarias de la Compañía, coronó los trabajos con un segundo seminario interno. En 1835, la Misión de España se vio envuelta en la supresión general de las comunidades religiosas, y sus bienes fueron confiscados. Sus sacerdotes se dispersaron por las diferentes casas de la Compañía; la mayor parte vinieron a Francia; algunos se quedaron en Madrid para la dirección de las hijas de la Caridad, las cuales, ellas sí, se extendieron en medio de los desastres públicos. Los Misioneros se reorganizaron en España por el concordato de 1851. En 1853, un proyecto de escisión, favorecido por un gobierno revolucionario, suspendió sus progresos; pero, rechazado por Roma, como había sucedido ya en Italia hacia 1707, asfixiado por una visita del superior general, no pudo impedir que la congregación reemprendiera en España sus progresos interrumpidos. –De igual manera establecida en las islas Mallorca, Menorca, islas adyacentes, en 1736, la congregación había sido suprimida en 1836; pero su casa de Palma que, durante diecisiete años, había servido de asilo a todos los religiosos desterrados de España, le fue restituida en 1853. aparte de la casa de Palma, la Congregación posee hoy una fundación en Madrid, seminario interno y casa de Misiones y de retiros(1852), y un seminario en Badajoz (1859.

Fueron precisos más de veinte años para fundar un establecimiento en Portugal. En 1728, , a instancias del rey de Portugal y la orden del Soberano Pontífice, algunos Misioneros habían sido enviados de Roma a Lisboa. Pero como el rey no quería que se guardasen allí las formas ordinarias del Instituto, nada serio se había logrado. Por fin, en 1739, con ocasión de la fiesta de san Vicente de Paúl recientemente canonizado, Juan V consintió en la observación de todas las formas prescritas por las constituciones, el establecimiento de Lisboa, en adelante uno de los mejor dotados de la Compañía, pudo entregarse a todas las formas ordinarias de la Misión. En 1752, envió colonias a Miranda y al Guymarens; en 1760, a Madera; en 1780, a Goa; ese mismo año, 1780, se extendió también a Evora y a Sarnache, y tres años más tarde, fundaba dos colegios en las Indias portuguesas. De Lisboa partían también, hacia finales de siglo, varios Misioneros para China. Así, el terrible temblor de tierra de 1756, durante el cual los Misioneros señalaron su entrega, pudo suspender sus progresos, pero no los paró para siempre. Protegidos de los obispos y bendecidos por los pueblos, se encerraron en la reserva y en la prudencia durante la persecución intentada por Pombal a los jesuitas; ellos mismos –los Misioneros- tuvieron que sufrir medidas del ministro reformador; pero pronto pudieron reclutarse libremente y proseguir sus buenas obras. Pasaron así la Revolución. A principios de este siglo poseían todavía todas sus fundaciones. Pero su dependencia inmediata del superior general de la Misión, quedaba rota o suspendida durante años; luego se restableció. Las cosas duraron así hasta 1834. entonces una ley impía suprimió todas las comunidades religiosas, en Portugal y en sus colonias, y la provincia portuguesa se vio envuelta en la catástrofe. A partir de entonces, muchos intentos ha habido con el fin de rehacerla, al menos para las Misiones extranjeras. Más tarde contaremos el ensayo de 1857. Resumiendo, la Misión no ha decaído en Europa, desde la muerte de su santo fundador. Ha conservado o recuperado en Francia y fuera de Francia todos los lugares donde se había establecido. Ha incrementado incluso en su entorno su territorio llegando a conquistar nuevos puestos. Se ha extendido por Italia, donde ha recuperado casi todo el terreno invadido por la Revolución. Simple campo que vuela a las Islas Británicas, en tiempos de san Vicente de Paúl, hoy está allí en puesto fijo. Más extendida por Polonia todavía que en 1660, si ha perdido, por las desgracias de los tiempos, muchas de sus casas, ha recuperado en Austria un buen número igual a aquel del que la Revolución la había despojado, y se ha ganado una nueva provincia, la de Prusia. Por último, siempre a partir de 1660, se ha introducido y reintroducido en España, y ahí está renaciendo en Portugal. No ha perdido su primer espíritu, ni tampoco fecundidad, y hemos de creer que, en unos años, habrá reparado, quizás con superávit, todas las pérdidas que le han hecho padecer las Revoluciones.

  1. Lambert era entonces asistente del santo superior, es decir el primero de la compañía después de él,. no obstante Vicente se privó de él para esta Misión lejana y difícil, conociendo sus méritos y su virtud, que había puesto más de una vez a prueba. Una noche, por ejemplo, que le había retenido trabajando hasta bien avanzada la noche, le dijo, al despedirle, que descansar al día siguiente. Al día siguiente por la mañana, Lambert se había presentado el primero en la oración. Vicente lo ve y, delante de toda la comunidad, incluidos los hermanos y los jóvenes seminaristas, le ordena que se ponga de rodillas: «Señor, le dice, la obediencia vale más que el sacrificio. Una falta menor que la vuestra pudo costar la vida a Jonatás y sembrar la desbandada en el ejército de los hijos de Israel.»
  2. Carta del 5 de julio de 1652, de los 13 de febrero y 31 de julio de 1654.
  3. Arch. del Estado, S. 6717.
  4. Memorias de Lancelot.
  5. Hist. de l’Abbaye de Port-Royal (por Besoigne). Cologne, 1752, tom. I, pp. 205-207, 422 y 590.
  6. Extracto de los dieciocho tomos in-folio Mss, del P. Rapin, Biblioteca del Arsenal, teolog. Franc., 53, pp. 102-104. –Notemos de paso que estos Mss fueron copiados en roma por el P. Rapin sobre los documentos oficiales que le habían sido comunicados por orden del papa.
  7. Cartas de los 4 y 7 de setiembre de 1653.
  8. Cartas a Guillot del 30 de enero de 1654, y a Ozenne, de los 28 de agosto, 6 de noviembre, 18 de diciembre, y de los 1º de enero y 24 de febrero.
  9. Véanse también las cartas de los 27 de noviembre y 4 de diciembre, con ocasión de una invasión de los cosacos, -12 de marzo 1656: nuevos terrores. –En una palabra, todos los sucesos de Polonia en esta época tienen un eco en las cartas de san Vicente de Paúl.
  10. Cartas de los 17 de agosto y 24 de setiembre de 1655. –Fue en esta ocasión cuando escribió a uno de sus sacerdotes (27 de abril de 1655): «Me decís que el rey y la reina se van a Cracovia, y que es oportuno que algunos de los nuestros se encuentren allí para intentar algún establecimiento. Pues bien, os diré sobre eso, Señor, que la Compañía tiene por máxima inevitable no pedir nunca ningún establecimiento, y que hasta hoy, lo ha practicado así, por la gracia de Dios,…y si me lo cree, usará siempre de ella. Qué felicidad, Señor, estar en los lugares donde Dios quiere y qué desgracia establecernos donde Dios no nos llama!»
  11. Ver también la repet. de or. de la víspera del 23 de agosto.
  12. Carta a Ozenne del 9 de marzo de 1657.
  13. Cartas de los 20 de octubre y 1º de diciembre de 1656. –Confer, del 18 de oct. de 1656.
  14. En las mismas circunstancias dijo también: «Dichosos nuestros cohermanos de Polonia, que han sufrido tanto durante estas últimas guerras y durante la peste, y que sufren todavía para ejercer la misericordia corporal y espiritual, y para aliviar, asistir y consolar a los pobres. Felices Misioneros, a quienes ni el fuego, ni las armas, ni la peste han podido hacer salir de Varsovia, donde la miseria del prójimo los retenía; que han perseverado y perseveran aún valerosamente, en medio de tantos peligros y de tantos sufrimientos por la misericordia. Oh, qué suerte la suya al emplear tan bien este momento de su vida. Sí, un momento, ya que toda nuestra vida no es sino un momento que vuela y desaparece en un instante. Ay, cerca de ochenta años que yo he pasado no me parecen ahora más que un sueño, un momento, y no me queda ya otra cosa que el dolor de haberlo empleado tan mal. Pensemos qué desagrado sentiremos a la hora de la muerte si no nos servimos de este momento para practicar la misericordia con todos, de manera que no nos encontremos nunca con un pobre sin consolarle, si podemos, ni un hombre ignorante sin enseñarle lo que es necesario creer y hacer por su salvación. Oh Salvador, no permitáis que abusemos de nuestra vocación, y no apartéis de esta Compañía el espíritu de misericordia. Porque ¿en qué se convertirá si le priváis de él? Dádnosle pues, junto con el espíritu de mansedumbre y de humildad!» (Rep. de or. de los 2, 3 y 11 de noviembre de 1656.)
  15. Véanse también cartas a Jolly, en Roma, de los 11 de agosto y 9 de setiembre de 1657.
  16. Carta a Jolly, en Roma, del 5 de octubre de 1657.
  17. Cartas a Desdames y a Jolly de los 13 y veinte de setiembre de 1658.
  18. Los seminarios de Pluck y de Kajowic (1711), el seminario de Samogitie(1712), al que se unió la parroquia y la Misión de Dantzig (1713); la parroquia y la Misión de Mlawa (1715); el seminario de Lublin (1717); la Misión y el seminario de Gnesne(1718): el seminario y la Misión de Vladislavie(1719); la Misión de Sclematiscz (1740); el seminario de Kramostaw y la Misión de Horedenka (1743); la Misión de Birozow(1745); la Misión y el colegio de Smiloweze, en la Rusia Blanca, y la Misión de Zaslaw, en Wothynie(1745); el establecimiento de Leopold(1748). Grandes Misiones excepcionales que se dieron con éxito, en 1751, en las ciudades episcopales de Wilna y de Cracovia dieron lugar a varias fundaciones: Tykocin, parroquia de Misión (1752); el mismo año, Lyskow, Misión y colegio; la Misión de Orsa en la Rusia Blanca(1755); la Misión y el seminario de Kraslaw, la Misión de Weysiey, los seminarios de Posmanie y de Keyow(1756); la Misión y colegio de Lyskow(1760); los seminarios de Tyrnow y de Vartz en Hngría en (1763).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *