La casa central de la C.M. en España (IV)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Desconocido · Año publicación original: 1901 · Fuente: Anales españoles 1901.
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De este débil y pobre bosquejo que se acaba de trazar ¿no podemos inferir que la bondadosa Providencia sigue aun protegiendo, bajo la fecunda sombra de sus alas maternales, a la familia de San Vicente que Sent Just y Pagés trajo a España? ¿que si permitió que por algún tiempo desapareciera y que en otro en gran parte se dispersara, su mano poderosa luego, reuniendo antiguos y nuevos elementos, le ha dado nueva existencia de mayor desarrollo, de vida más fecunda y vigorosa?

La primera Casa en el dilatado espacio de ciento veinticinco años, debido a su prolongada dependencia de dos  Provincias remotas y extranjeras, y después a su aislamiento de Castilla y provincias hermanas, debido además al prodigioso número de Comunidades, que en aquella ápoca daban vida y verdadera prosperidad a nuestra Patria y a sus vastos dominios, no extendió sus ramas más allá de ocho Casas, y éstas, si exceptuamos una, ceñidas por la corona de Aragón.

La del Barquillo, en su efímera existencia de nueve años, sólo añadió la unidad, desgajándose de la primera para constituirse en Casa Central a la sombra de la Corte; oscilando el número de sus seminaristas entre 8 y 12, y así, proporcionalmente el de los Estudiantes; la de Leganitos, primera de nuestra Restauración, en el accidentado período de diez y siete años escasos, ya desplegó su vida en siete Casas dentro de la Península y ocho en nuestras colonias de Levante y Poniente, elevándose a unos treinta y cinco respectivamente los alumnos del Seminario y del Estudiando. Mas la Comunidad comprendida en nuestras dos Casas de «Los Cipreses» y de «La Misión» de la calle de García de Paredes, en el espacio de veinticinco años, a la vez que como cabeza central de la Península, surte de personal a 18 Casas, provee también de Misioneros a otras tres y casi cuatro Provincias. ¿Cuándo hasta nuestros días, en el largo transcurso de casi dos centurias, se había visto nuestra Casa de formación con un Seminario tan numeroso y un Estudiantado tan florido? Reglamentos, ejercicios de piedad, estudios, textos, salas, gabinetes, museos, bibliotecas, local proporcionado, situación desahogada, todo favorece a su formación fundamental: ¿no hay motivos para alabar a Dios, serle uno agradecido y aplicarse con mayor empeño en hacer su santa obra?

Verdad es que nuestra cuna se honraba con el gráfico y primordial nombre de «La Misión», como expresando el origen y aplicación primaria de aquella Casa; y con mucha razón la voz común la llamaba «la Casa santa y santificant», por el espíritu que sus habituales moradores respiraban, soledad, silencio, recogimiento, oración, pobreza, humildad y observancia, y por las conferencias al Clero y ejercicios espirituales que con gran espíritu daban a numerosas tandas de ejercitantes, así eclesiásticos como seglares, de las clases acomodadas y de las clases pobres, de la ciudad y del campo. El Sr. Sent Just y Pagés, al cuidar de su obra en lo material, la edificó y levantó también con sus grandes virtudes el Sr. Ferrer continuaba, engrandecía esa obra y esclarecía su nombre con su gobierno, con su santidad y piadosos escritos; el Hermano Coadjutor Betta la acreditaba con sus heroicos ejemplos de menosprecio de las grandezas del mundo, desasimiento de los bienes terrenos y con su obediencia ciega, humildad y abnegación continua; y si por sus frutos se conoce el árbol, esta Casa nos dio, entre otros, los grandes Misioneros, a los Padres de nuestra tradición y Restauración, el Sr. Codina, el Sr. Sanz y el Sr. Borja; esta «Casa santa y santificant» legó su espíritu de «cartujo y apóstol» a su hija y heredera la » Casa del Barquillo».

Esta segunda Casa central, animada de tan rico espíritu, comenzaba a desarrollar sus obras y se disponía a dar de mostraciones de fecundidad, cuando vino a levantarla de cuajo la tormenta revolucionaria. a esta Comunidad debemos el haber admitido y amamantado a sus pechos al bueno del Sr. Masnou y al santo del Sr. Maller, que tanto han edificado a las dos familias después de nuestra Restauración, haciéndose acreedores al dictado de «nuestros Padres», señaladamente el segundo.

Con tales conductos de nuestra tradición como los Codinas, los Sanz, los Borjas, los Masnou y los Maller, nuestros Padres y pedagogos, y troncos de nuestra Restauración, ¿cómo no había de circular por los miembros de la Comunidad de Osuna la antigua y vivificante savia del espíritu primitivo? ¿Cómo no habían de transmitirse los usos santas prácticas de nuestros antiguos Misioneros? No lloremos decir con esto que todo hubiese sido ya restando y llevado a su mayor perfección en aquella Comunidad renaciente.

Gran favor de la Providencia fue  el verse ésta transportada, dada la Septembrina de triste recuerdo, a la Cuna, y sólo a la Cuna de nuestro Santo Padre, donde conservó su existencia y personalidad, adquiriendo nuevos elementos tic vida, de unión más estrecha y más íntima con la Cepa primitiva y tres veces secular de San Vicente. Al venir a esconderse y a sepultarse, después de buscar asiento en varias Provincias y Casas, a la sombra de unos cipreses, con preferencia a otros lugares, imitar quiso al grano de mostaza: quod nisi seminatum et occultatum in terra fuerit, crescere, fructumque facere non potest.

¡Oh Madre nuestra! Escóndete y sigue siempre ocultándote a los ojos de los hombres; Dios te hará grande a su Dita; dilatará tus entrañas, cresces in orille millia. Tú irás empre en aumento como planta de arraigo, y cada día arrojarás más abundantes y sabrosos frutos para la Iglesia y para el Cielo: mittet radicem deorsum, et faciet fructum sursum.

¡Oh Madrecita de nuestra España, hija legítima y fiel de a gran Madre! consérvanos afectos, adictos y estrechamente unidos al Cuerpo místico de San Vicente, en cuya cuna de nuestro Padre renovaste cual águila tu juventud durante tu destierro, in terra aliena.

Dios seguirá bendiciéndote, si formas a tus hijos «cartujos en casa y apóstoles en la campaña», según el ideal de San Vicente, nuestro amado Padre; hombres interiores primero, espirituales, de entera abnegación, de oración y dad; que al ir después a tratar con los hombres, eructen ahogos de la abundancia de la suavidad de Dios, ilustra, sus inteligencias, ganando sus corazones, no menos con ejemplos de sacrificio, humildad y pobreza, que con la predicación del Evangelio.

Ya que de nuevo te honras y engalanas con el simpático, y antiguo nombre de «La Misión», hazte acreedora también del doble y elocuente dictado de «Casa santa y santificante»

¡Que el espíritu de San Vicente, de Almerás, Jolly, Ferrari, Fígari, Sent Just, Ferrer, Borja y Maller, nuestro venerables Padres, informe a todos tus hijos, para que se magnifique la alegría, al paso que se multiplica la gente ro proporciones tan admirables y halagüeñas!

Que la ciencia, en todos tiempos tan necesaria, mayor mente en los nuestros y en especial a los Misioneros, lejos de hinchar a tus hijos de orgullo, presunción y arrogancia, los haga más humildes y desconfiados de sí mismos, y, levantándolos y uniéndolos íntimamente con la suprema inteligencia, suma verdad, Dios, que es infinita caridad y Padre de las luces, queden ilustrados y edificados, ilustren y edifiquen como San Vicente, y a manera de antorchas ardientes y luminosas ardan en caridad é iluminen con el saber y el ejemplo.

Hablo bajito, con cariño y respeto: si conservas el espíritu primitivo, Dios te conservará, en santos te hará fecunda y en santas empresas; si eres «santa y santificarte», el Dios de santidad te tomará por instrumento de sus amorosos designios; si la prosperidad no te envanece ni destruye en ti el espíritu de mortificación y de pobreza, Dios te dará fortaleza, virilidad, duración y perpetuidad envidiable; si de lleno te entregas en hacer el negocio de Dios, Él hará perfectamente el tuyo; si guardas fielmente las Reglas que el Señor te ha dado, Él te guardará con ellas; si cultivas con preferencia la obra de las Misiones, Ejercicios y Seminarios, Dios te reconocerá por suya; si haces a tus hijos «cartujos y apóstoles», Dios te multiplicará sin cuento; seguirás creciendo, levantándote, y a manera de árbol frondoso extenderás tus ramas; las aves de los pueblos, de los Seminarios, de los Cabildos y parroquias vendrán a posarse sobre tus remas y anidarán en ellas, si sigues la humildad, si imitas la marcha, la forma y condición del granito de mostaza.

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