XLVIII. Caducidad del sr. Jolly. Su muerte
La salud del sr. Jolly había llegado a ser crítica; no podía ya por razón de la incomodidad de sus piernas y más todavía debido a su avanzada edad y de su caducidad, salir a la ciudad para asistir a las conferencias de los eclesiásticos; el sr. de Saint-Paul, asistente de la casa, lo hacía por él. Ni siquiera presenciar los ejercicios de la comunidad, como lo había hecho regularmente. Se vio finalmente obligado a quedarse en la habitación y con frecuencia en cama, no permitiendo que su cabeza descansara, para gobernar así la CM. La ancianidad fue no obstante la ocasión de algunos relajamientos, que se deslizaron en San Lázaro entre los estudiantes. Él sentía que el sr. Jolly no estaba ya en estado de vigilarlos, y se vio obligado a poner a algunos de puertas afuera. Pero la levadura de esta disipación y de estas irregularidades subsistió todavía por largo tiempo. Se rezaba en todas las casas de la CM por la conservación de este digno superior general. Su enfermedad era ante todo una caducidad y un desfallecimiento por razón de la edad, más que una verdadera enfermedad; de modo que no había remedio. Y parece que duraba mucho tiempo.
Se enteró de que algunos misioneros que antes de entrar habían servido en las tropas de tierra y mar, habían dado ocasión de introducir en ciertas casas el uso del tabaco en polvo. No se hablaba por entonces de fumar. Escribió a un superior en estos términos: Se resolvió en la asamblea general no permitir el uso del tabaco en polvo, sino a aquellos a quienes el médico se lo juzgue necesario, en cuyo caso no se tomaría en público, sino en la habitación. Se debe observar este decreto y hacérselo entender a quienes lo violan, que deben temer ser castigados, con el mínimo castigo que se estila entre nosotros. Escriba también alguna vez a los regentes de los seminaristas en términos claros que no lo toleraran, con todo varios particulares siguieron después tomando tabaco. Y se introdujo la costumbre hasta entre los estudiantes de San Lázaro. Los cuales no dejaban de alegar la necesidad como pretexto, y añadían a esta falta otra más grave contra la pobreza. Se lo compraban a escondidas en la ciudad, hacia el final del generalato del sr. Watel, y se encargó al asistente de la casa de San Lázaro distribuir en ciertos días tabaco a los estudiantes, a quienes se creía necesario. Siendo ya superior general el sr. Bonnet, se suprimió con razón este uso.
Volviendo al sr. Jolly que escribió esto estaba hacia el final de su vida, no estaba en condiciones de ir a los ejercicios de la comunidad, se los hacía leer al mismo tiempo en su habitación, cuando se comenzaba la oración de la mañana, etc. Hacía que se leyera en la mesa. Dijo la misa mientras pudo en la capilla de la enfermería y luego la oyó, incluso la víspera de su muerte que ocurrió el 26 de marzo, al día siguiente de la Anunciación de la santísima Virgen, el año 1697. A las nueve de la mañana fue atacado de una fuerte fluxión, le dieron el santo Viático, luego la Extremaunción. El sr. de Saint-Paul, asistente de la casa le pidió su bendición para toda la CM. Se la dio quitándose el gorro de la cabeza. Luego lo mismo el sr. Durand, para la comunidad de las Hijas de la Caridad de quienes se encargaba él. En la agonía recitaba en voz baja el De profundis; durante ese tiempo miraba a un hermano que se encontraba allí como para invitarle a decirlo con él. Se murió recitando el Benedicite omnia opera, como a las cinco de la tarde y al día siguiente se le enterró solemnemente. Diversos prelados y otras personas de distinción de París, que le habían conocido, asistieron a sus funerales. Se ha escrito la vida de este excelente superior general que ciertamente hizo honor a la CM por su dirección, y se ve en su tumba una inscripción parecida a la que se puso sobre la tumba de su predecesor, lo que no se ha hecho después para los demás generales. Fue inhumado al otro lado de la tumba del sr. Vicente.
Desde sus ejercicios del año 1693, había elegido al sr. Faure para vicario, señalándole igualmente que al sr. Gouhier para sucederle, pero éste le precedió en la tumba. Fue una sorpresa en la CM la elección que había hecho del sr. Faure; ya que había empleado poco a este Misionero en los asuntos de la CM y no se veían tampoco en él talentos extraordinarios. Pero el sr. Jolly que estimaba ante todo la solidez del espíritu y el buen sentido, había notado sin duda en este buen Misionero que era originario de las montañas de Saboya, de una familia de gente de campo. Había sido muy estimado de su obispo, Mons. Jean d’Aranthon d’Alex, obispo de Ginebra, muerto en olor de santidad, el cual le había dado, a la edad de 30 años, una de las mejores parroquias de su diócesis y le había nombrado arcipreste del estrecho. La dejó con el beneplácito del prelado a quien costó mucho consentir en ello; y una vez hecho su testamento, como para irse a un país lejano, entró en el seminario interno de San Lázaro. El sr. Jolly le envió a hacer la fundación de Sarlat, en Périgord, de donde poco después le sacó para hacerle superior y párroco de Fontainebleau. Allí estaba cuando murió el sr. Jolly, y allí fueron a buscarlo.
Se puede pensar cuál fue su sorpresa, no esperándose un oficio así, menos aún que los otros, pues era un gran amante de la sencillez y de la humildad. El sr. Jolly, por poco ilustrado que fuera, no había previsto que habiendo nacido en el extranjero no se permitiría tal vez en el estado que se le escogiera para general. Avisó a su tiempo a las casas particulares de la muerte del sr. Jolly en una carta con fecha del 7 de marzo de 1697, en la que da a conocer la gran pérdida que había tenido la CM y el dolor que sentía por el empleo del que se le había encargado, pidiendo para que lo cumpliera bien la ayuda de las plegarias de todos los Misioneros, con la de los buenos consejos de los visitadores. Dirigió en paz la casa de San Lázaro y toda la Co, durante la vacante que no fue larga. En una segunda carta convocó la asamblea general para el primer día del mes de agosto próximo; trayendo el recuerdo de un artículo de las constituciones del que dice que se haga lectura en la Comunidad, sobre la ausencia de las intrigas que alguno podría hacer a propósito del generalato; y enviando también un breve apostólico que se había pedido y obtenido en Roma para impedir toda intriga de ambiciones.