Historia general de la C.M., hasta el año 1720 (09.Vida del sr. Vicente, fundaciones en Brieuc, en Nápoles, en Narbona)

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Author: Claude Joseph Lacour, C.M. · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1731.

Fue escrita por el Sr. Claude Joseph Lacour quien murió siendo Superior de la casa de la Congregación de la Misión de Sens el 29 de junio de 1731 en el priorato de San Georges de Marolles, donde fue enterrado. El manuscrito de l’Histoire générale de la Congrégation de la Mission de Claude-Joseph LACOUR cm, (Notice, Annales CM. t. 62, p. 137), se conserva en los Archivos de la Congregación de París. Ha sido publicado por el Señor Alfred MILON en los Annales de la CM., tomos 62 a 67. El texto ha sido recuperado y numerado por John RYBOLT cm. y un equipo, 1999- 2001. Algunos pasajes delicados habían sido omitidos en la edición de los Anales. Se han vuelto a introducir en conformidad con el original.


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San Vicente de Paúl

San Vicente de Paúl

IX. Vida del sr. Vicente, fundaciones en Brieuc, en Nápoles, en Narbona.

Los malos tiempos no impedían los cuidados que se daba el sr. Almerás por mandar imprimir la Vida el sr. Vicente, y dar esta satisfacción a toda la CM. Los misioneros trabajaban en esta obra remitiendo todas las memorias que podían servir. Se rogó al sr. Obispo de Rodez, íntimo amigo del sr. Vicente y de toda la CM, que adoptara ese libro y pusiera su nombre para conformarse a la práctica que había dejado el sr. Vicente a todos sus hijos de no publicar libros. Este prelado lo hizo por agradar al sr. Almerás quien se lo rogó, y no contribuyó casi de otra forma, como él mismo lo confesó en una respuesta que se vio obligado a dar a los jansenistas, quienes, habiendo visto los párrafos molestos que en ella se producían contra ellos, se habían desencadenado contra este piadoso obispo, y él sacó hasta un certificado con firma del sr. Almerás, haciendo constar que se le habían entregado todas las piezas mencionadas en esta obra. Fue principalmente el sr. Fournier quien trabajó en ella; aparte de que él tenía bien el espíritu de este digno fundador, cualidad que era siempre muy propia para escribir la vida de un santo personaje, estaba además dotado de una elocuencia natural para expresar bien sus conceptos y se advierte en el cuerpo de esta vida un aire de sencillez que es el carácter particular de Vicente y de su CM, y añadía a ello un modo de expresarse en francés que no era malo para su tiempo.

La impresión de esta obra se terminó en 1664, y el sr. Almerás envió un ejemplar a todas las casas, acompañándolo de una excelente carta con fecha del 16 de septiembre de 1664, donde apunta entre otras cosas que el sr. Vicente parecía como resucitado, de manera que toda la CM iba a oírle hablar, ver y obrar como si hubiera estado en vida aún; a la vez que cada misionero podía por las palabras y las obras de este santo fundador referidas en su Vida reconocer el primer espíritu de su instituto, del que Dios le había llenado tan abundantemente para comunicárselo a los suyos. Dice también que se podía tener aquello como la mayor gracia que Dios hubiera dado a la Misión después de darle al propio fundador, el sr. Vicente. Este libro enseñará el origen y el progreso de la CM y de sus funciones; todo el mundo se sentirá edificado al ver tan buenas obras de diferentes clases, tan útiles al prójimo y a la Iglesia, hechas por el padre y los primeros hijos. Existen en efecto pocas obras más de santos donde se vean tantos hechos edificantes. ¡Oh¡ cuántas instrucciones se recibirán, prosigue, y cuántos ejemplos de virtudes cristianas y eclesiásticas, y en particular aquellas que les van bien a los Misioneros, excelente medio de perfeccionarse en la vida espiritual y de su vocación. Al ver el espíritu y las máximas, y una cantidad de hermosos sentimientos y de actos de virtudes, no se podrá ya casi dudar de los que habrá que hacer y de la manera de comportarse en todos los oficios y las diferentes ocasiones. Los superiores en ella aprenden como los inferiores todavía mejor sus deberes, leyendo los sentimientos de nuestro venerable padre y lo que dijo e hizo en semejantes ocasiones.

Un misionero, sigue diciendo, sólo necesitará tres libros: la Sagrada Escritura, las reglas y la Vida del sr. Vicente. El primero es la regla común de los cristianos; el segundo es propio de los Misioneros; el tercero es una explicación más amplia y una paráfrasis admirable los otros dos. Si no se aprovecha uno de estos libros, los de dentro y los de fuera pronto se darán cuenta de nuestras deficiencias, puesto que, habiendo leído los sentimientos, las palabras y las obras de nuestro padre, y conocido así el verdadero espíritu de la CM les será fácil de hallar la diferencia entre los hijos bastardos y los legítimos; se tendrán así, en adelante tantos admonitores secretos como haya gente que ha leído esta Vida. ¡Oh¡ qué ventaja la de encontrarse ahora en esta feliz necesidad de hacer el bien o de ser reprendidos por Dios y los hombres, mas espero que suceda lo contrario y que nuestros corazones, inflamados del deseo de imitar a nuestro padre en la práctica de las virtudes de las que nos ha dejado tan hermosos ejemplos, diga cada uno: Ahí están los verdaderos hijos del sr. Vicente, llenos de su espíritu y conduciéndose según sus máximas. La CM, por este medio, avanzará en la perfección que Dios pide de ella, lo que deseo de todo corazón, aunque yo sea el mayor impedimento por mis malos ejemplos y que haya merecido hace tiempo ser expulsado, todas mis deficiencias son bastante visibles por sí mismas; pero en adelante, lo serán todavía más en una gran luz y una desproporción tan grande entre los trabajos y las virtudes del padre, y la vida inútil, miserable, y escandalosa del hijo que no merece otro nombre que el de bastardo y de hijo pródigo. He referido aquí una buena parte de la carta donde se ve bien que el corazón ha concurrido tanto como el espíritu para dictarla; el sr. Almerás ha mezclado los sentimientos de su humildad ordinaria con motivos muy urgentes y muy bien expresados para exhortar a los Misioneros a la imitación de las virtudes de su muy digno fundador.

El sr. Jolly

Después de la asamblea general de 1661, había retenido a su lado al sr. Jolly, su tercer asistente, y le tuvo siempre como a su sucesor en el futuro. Más para darle más conocimiento del estado de la Co, le envió a visitar las casas del Maine, de Bretaña y del Poitou. Luego, creyéndolo todavía necesario en Roma para el bien general de la Co, que da la libertad al superior general de privarse de alguno de sus asistentes, le mandó salir para encaminarse a Italia. Cayó enfermo en Montargis. Sin embargo, después de descansar unos días, se volvió a poner en camino. Se encontró sin condiciones para seguir y descansó peligrosamente en Lyon. No se tenía por entonces casa en esta gran ciudad, sino tan sólo un buen amigo en la persona del señor Laforcade, rico burgués y más tarde magistrado de Lyon. El sr. Jolly se quedó en su casa donde le atendieron bien, aunque sintió como es natural verse en peligro de morir en casa extraña y fuera de la CM. Dios le devolvió la salud, y después de tres meses en Lyon, emprendió el camino de Roma adonde llegó como un año después de salir de allí para la asamblea. Allí estuvo hasta el año 1665, época mala por razón de las graves desavenencias que sobrevinieron entre el papa Alejandro VII y el rey cristianísimo con motivo del duque de Créqui, embajador de Su Majestad, insultado en Roma por la Guardia Corsa del papa. Sin embargo el sr. Jolly se portó con tal acierto que rindió señalados servicios a la CM y obtuvo de la Santa Sede un Breve que limitaba la dependencia de los misioneros con respecto de los obispos con las únicas excepciones que se refieren al prójimo; otro para hacer dos años de seminario interno antes de emitir los votos, la bula de Urbano 8 no pedía más que uno; además otras bulas en favor de otras casas particulares, como bula de unión del priorato de San Pourçain a la casa de San Lázaro, de la renta monacal y oficios claustrales de la Abadía de San Méen a la casa de este lugar, encomiendas de Piémont al seminario d’Annecy, de un priorato para el de Cahors, etc. Los procuradores de las diversas Órdenes de las que dependían estos beneficios formaron diversas oposiciones, pero el sr. Jolly, por su prudencia y buen comportamiento, las superó todas.

Fue también de una extrema utilidad a toda la CM durante su permanencia en Roma. Obtuvo un Breve para poder ordenar sin título patrimonial a los clérigos de Irlanda y otros países herejes que quisieran entrar en la CM y otros favores necesarios para la dilatación de esta misma CM, en aquel tiempo en que se tenía tanta necesidad de súbditos. Durante su primera estancia en Roma en 1656 el sr. Jolly había comenzado en el colegio de la Propaganda conferencias espirituales en favor de los escolares por las que el sr. Vicente le felicitó con una carta muy agradecida. Las continuó a su regreso, y todavía fundó otras para los sacerdotes y otros eclesiásticos, sobre el modelo de las que se celebran en San Lázaro.

Este sabio superior estaba pues en Roma cuando el general envió a todas las casas la Vida del sr. Vicente nuevamente impresa; él la recibió como los demás superiores, pero habiendo visto las relaciones difusas de las principales funciones de la CM con algunas repeticiones en el corpus de la obra que no eran del gusto de los Italianos, retuvo en la casa este libro sin comunicárselo a los de fuera, y dio a entender al sr. Almerás que sería necesario reducir esta Vida a un volumen menor. Se tomó la resolución y tres años después de la primera edición, se hizo imprimir una más corta, y la que los conocedores juzgaron ser una obra exacta y bien hecha según el tiempo. El sr. Almerás volvió a enviar un ejemplar con una carta circular mucho más breve que la primera, fechada el 11 de noviembre de 1667. Se contentó con resaltar en ella que era la misma historia que se había visto en la primera edición y que, aunque más abreviada, encerraba sin embargo lo que había de más importante, y además de eso otras cosas dignas de notar de las que se habían encontrado memorias seguras. No dudo, dijo hablando a los superiores particulares, de que usted y su familia van a sacar de ella muchos frutos como de un manjar espiritual tan propio de los Misioneros, por el que su digno fundador mantendrá siempre en sus hijos el espíritu y la vida de Nuestro Señor que Dios le había comunicado con plenitud. La primera edición no deja de ser del agrado de los Misioneros que sin ella ignorarían muchas cosas que sucedieron en los primeros años de la CM.

El sr. Almerás hizo todavía algunas nuevas fundaciones. Mons. obispo de San Brieuc pidió Misioneros para la dirección de su seminario; el contrato se firmó para cuatro sacerdotes y dos hermanos que se enviaron a partir de 1666, y se alojaron en la ciudad que es de alta Bretaña, donde se habla también francés. La capilla que se construyó luego sirve de sala a los oficios de la provincia cuando se celebran en San Brieuc; el edificio de residencia a los principales señores, el huerto con lugares donde se construyeron tiendas lo que proporciona alguna renta a los misioneros en aquellos tiempos.

Se enviaron a Nápoles pero ya en 1669 y fue la cuarta casa en Italia, a instancias de Mons. el Cardenal Caraccioli arzobispo de Grandeville que se convirtió en el fundador con un buen sacerdote gentilhombre napolitano, llamado Jean Baptiste Balsamo, quien para comenzar esta fundación dio una granja que tenía en el campo y vivió después en la casa de los misioneros hasta su muerte en 1668, habiendo edificado en salud y enfermedad a toda la comunidad por la facilidad en dejarse servir, por su paciencia en el sufrimiento y su resignación a la voluntad de Dios, él quiso tener la seguridad antes de su muerte de que se le recibiría en la CM, lo que se le prometió de buena gana a causa de las obligaciones que se debían a su caridad y así se hizo según sus deseos, cosa que comunicó el sr. Jolly a la CM después del fallecimiento de este insigne bienhechor, hizo un testamento donde declaró la casa de los misioneros de Nápoles sus herederos o su heredera y su sucesión ascendió con los gastos hechos a unos 2000 francos de rentas de los que esta comunidad disfruta aún, hace muchas cosas buenas por la misiones y por los eclesiásticos de las que los superiores generales hablaron de vez en cuando en sus diferentes cartas.

Por fin el sr. Almerás concluye la fundación de la casa de Narbona ya concertada en tiempo del sr. Vicente, el Señor François Fouquet quien estimaba mucho la virtud de este padre de los misioneros siendo todavía obispo de Agde, lo que se hizo en 1654; después una vez transferido al arzobispado de Narbona le pidió nuevos en 1659, pero muerto el sr. Vicente poco después, y ocurrida la desgracia de la familia de los Fouquet más tarde, todo echó por tierra esta fundación que no se concluyó y no comenzó sino el último año del generalato del sr. Almerás, en 1671. Mons. el cardenal de Bonzy, siendo arzobispo de Narbona, mandó construir el seminario, que es grande y magnífico. Tiene además un equipo de misioneros.

El sr. Almerás informó a la CM de esta nueva fundación en una carta fechada el 17 de julio de 1671, en estos términos: Ha sido del agrado de Dios concedernos una fundación en Narbona, hecha por Mons. el arzobispo para la dirección de su seminario y las misiones del campo. Su Ilustrísima durante 12 años había proyectado establecernos allí y pedido operarios al sr. Vicente que trabajaron por algún tiempo en las misiones de su diócesis y en los ejercicios de los párrocos; pero su alejamiento poco después le hizo suspender la ejecución de su piadoso plan y nos obligó a retirar a nuestros sacerdotes que no tenían aún ninguna fundación asegurada. Al cabo de poco tiempo habiéndonos pedido varias veces aceptar un fondo considerable que había destinado al mantenimiento de ocho sacerdotes para el ejercicio de nuestras funciones en su diócesis, nosotros le suplicamos en primer lugar que nos excusara, por no encontrarnos en disposición de encargarnos de una fundación así. Su Ilustrísima, sin tener en consideración nuestras excusas, hizo nuevas instancias y nosotros nos sentimos obligados a hacer esfuerzos para aceptar su fundación y corresponder al afecto particular que nos testimonia, y más todavía para seguir el orden de la divina Providencia, el cual se nos significa mediante muchas señales de una legítima vocación.

Entretanto, al no poder de momento encontrar este gran número de operarios que tuviesen todas las cualidades necesarias para ejecutar los planes de este prelado, creímos acertado, según el consejo de nuestros asistentes y de los visitadores de la Co, emplear a este efecto, entre otros obreros, a los cuatro sacerdotes y los tres hermanos que componían nuestra casa de Agde en la misma provincia, en vistas de que esta fundación había sido hasta el momento imperfecta debido a ciertos obstáculos que se habían encontrado, y no teníamos allí casi ningún ejercicio propio de nuestro Instituto, sin poder esperarlo en el futuro, sea por causa de una parroquia o de un hospital que ocupaban a una parte de nuestros operarios, sea a causa de otros impedimentos particulares que habían resuelto ya al sr. Vicente a dejar estas fundaciones y mandar a los súbditos retirarse como lo habrían hecho desde entonces si Mons. de Agde y sus vicarios mayores no se hubieran opuesto a ello, la oposición era quizás bastante ligera, el sr. Almerás continúa, ahora se hizo por la gracia de Dios, con la conformidad de este obispo quien tuvo a bien tener esta deferencia con Mons. de Narbona, su hermano, por esta consideración de haber sido él quien nos había llamado en otro tiempo a Agde, siendo obispo de allí, según se lo había contado a algunos de sus amigos; de manera que parece ser que la Providencia de Dios nos haya hecho presentarse esta ocasión tan favorable de transferir a los nuestros de un lugar donde no tenían la libertad de dedicarse a nuestras ocupaciones, a otro más importante, donde ellos tengan medio de ejercitarlo en las principales funciones de nuestro Instituto con la ventaja de un mayor número de obreros. Se habían enviado ya siete padres y tres hermanos.

El general añade que ha dado cuenta de esta fundación con mayor amplitud de la que usa con las demás, porque se habría podido llegar a creer en las casas que la fundación de Agde estaba ya hecha desde hacía algún tiempo y que podría haber sorpresas de esta retirada, cuya verdadera causa era, como se decía en esta carta, la escasez de obreros y el defecto de los ejercicios propios del Instituto, antes que un pretendido enfriamiento de Mons. el Obispo de Agde, con respecto a los Misioneros, el cual, después de su retirada, dio la dirección de su seminario a los padres del Oratorio, ya establecidos en Pézenas, hacia quienes sentía afecto, es la única fundación que se haya dejado desde la fundación de la CM y quizás no sería un paso tan fácil hoy retirar a los misioneros de un lugar donde ya se encontraban.

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