Etienne Blatiron, C.M. (1614-1657). Primera parte

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl1 Comment

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1898 · Source: Notices II.

I -Su entrada en la Congregación en 1638. –Sus primeros trabajos en Francia y en Roma. -Su llegada a Génova en 1645 como primer superior de la Misión fundada por el cardenal Durazzo.-Sus trabajos excesivos que san Vicente trata de moderar con avisos. -Establecimiento de un seminario interno bajo la dirección del Sr. Martín. -Retiro predicado en el seminario diocesano.-Enfermedad del Sr. Blatiron en 1649. -Oposición del senado a la entrada de los misioneros en una nueva casa que había mandado construir el cardenal Durazzo. –Petición de los principales habitantes de Génova que obtiene la autorización del senado. –Detalles edificantes sobre las misiones dadas en 1649 y 1650. -El Sr. Blatiron asiste a la asamblea de 1651.


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El Sr. Étienne Blatiron nació y  fue bautizado en Saint-Julien de Capel, en la diócesis de Clermont, el 6 de enero de 1614. Fue ese mismo día de la Epifanía cuando, más tarde en 1638, escogió, para hacer su entrada en la pequeña Compañía donde le había precedido por unos cuantos meses el Sr. René Alméras, su compañero de seminario. Fue ordenado sacerdote en 1639. Asignado inmediatamente a la obra de las misiones con el Sr. Brunet, fue reclamado poco después al mismo tiempo que éste por Mons. Pavillon quien, habiéndolos visto a la obra, quiso tenerlos en su diócesis de Aletz. En el pensamiento de nuestro santo fundador, los dos misioneros al salir de Aletz, eran destinados a ir enseguida a fortalecer la misión de Roma. Existiendo dificultades materiales al aumento de personal, el Sr. Blatiron fue primero invitado a dirigirse a Saintes, luego a Richelieu donde en 1643 recibió la orden de dirigirse a Lyon y allí esperar al Sr. d’Horgny que iba a hacer su primera visita a Roma. El Sr. Bourdet, entonces residente en Marsella debía unirse a ellos. No obstante, de notas conservadas en Roma resulta que la llegada del Sr. Blatiron no tuvo lugar hasta 1644, y una carta de san Vicente al Sr. d’Horgny, del 2 de noviembre de 1644 (t. p. 485) nos dice que el Sr. Blatiron estaba designado como consultor del superior de Roma, y fue de allí de donde tuvo que salir para Génova al año siguiente, 1645, en calidad del primer superior de la misión fundada por el cardenal Durazzo.

Traía consigo, de Roma, al Sr. Martin. Otros dos compañeros y un hermano coadjutor le fueron enviados de Francia. Eran pues cinco en la toma de posesión. Se les asignó una casa provisional, en espera de la residencia definitiva que el cardenal se comprometió a construirles, en una de sus propiedades, junto al mar. La primera apenas estaba adaptada a las obras de la Compañía; y sin embargo el nuevo superior, con el celo que lo animaba, quiso organizar sin retraso todas sus obras, pero principalmente las misiones, a las que él y sus cohermanos se entregaron con el mayor ardor. Debieron trabajar con cierto exceso, ya que san Vicente, al enterarse, escribía al Sr. Blatiron el 23 de marzo de 1646: «Oh Señor, que el buen Dios está presente en vuestra pequeña Compañía y en vuestros empleos, de otro modo ¿cómo podríais aguantar unos trabajos así?  Yo no puedo agradecer a Dios lo suficiente por la fuerza que os da y al Sr. Martin entre trabajos tan grandes, y no puedo librarme del temor que siento que sea demasiado fuerte para los dos. En nombre de Dios, Señor, tratad de organizaros de tal manera que se moderen vuestros trabajos, de la manera que os he escrito. No os parece que habrá que aliviaros con algún otro que os enviaremos. Me podéis creer, Señor que mi corazón se agita al deciros esto, a causa de la perfecta confianza  que tengo en vos, y por muchos motivos. Y bueno, de continuo me invaden temores de que os halléis mal. En nombre de Dios, Señor, cuidaos lo más que podáis. Un abrazo y al Sr. Martin, prosternado a vuestros pies y a los de esos señores  que trabajan con vos, a quienes saludo, y a las oraciones de ellos me encomiendo, etc.…»

Pero les resultaba bien difícil a los misioneros cuidarse cuando, a pesar de su débil salud, el cardenal era el primero en darles el ejemplo de un celo sin medida. Celoso de comunicar a todo su rebaño del tesoro que poseía, partía con estos bravos obreros para las misiones del campo, se instalaba con ellos, compartía sus trabajos y se acomodaba tan bien al reglamento que un día en que comían juntos, habiéndole querido hacer un regalo un señor del vecindario, su Eminencia lo rechazó en nombre del principio en uso en la Compañía de no aceptar nada de parte de los laicos en el ejercicio de nuestras misiones… Mientras alababa el motivo que tenía el eminente fundador para gastarse, de acuerdo con los misioneros, para el mayor bien de sus diocesanos, la prudencia de san Vicente le hacía temer el peligro de este trabajo sin descanso, y no cesaba de insistir en este asunto en los consejos que daba al Sr. Blatiron. Le escribía el 26 de octubre de 1646:

«No he tenido cartas vuestras, esta semana, no puedo interrumpir las mías con vos, y disfruto tanto con la lectura de las vuestras y con enterarme de lo que pasa con vuestros empleos, que os ruego, Señor, que me escobáis por todos los ordinarios (correos). Esta alegría no es para mí solo, la comparto con toda la Compañía, cuando hay algo de particular, y aprovecho para encomendaros a las oraciones de todos. Veo la razón de Mons. cardenal arzobispo para no concederos descanso en vuestros trabajos, al considerarla en su celo o en la disposición y calor presente de los pueblos; pero se ha de mirar más lejos, y conservar a los obreros para hacer durar el trabajo. Haced pues  también, por favor, algunos esfuerzos para tener esa moderación.  Que si mi Señor persevera, al menos conteneos para trabajar más despacio en los púlpitos y en las funciones. Habladles más familiarmente y más bajo, dejándoles que se os acerquen; ya que al fin la virtud no se encuentra en los extremos, sino en la discreción, la que os recomiendo, todo lo que puedo, a vos y al Sr. Martin».

La insistencia del venerado Padre y también la llegada, en septiembre de ese año, del refuerzo que trajo a los misioneros de Génova la suma del Sr. Richard a su familia, permitió al Sr. Blatiron disminuir un poco la cantidad del trabajo. Dichoso al saberlo, San Vicente le escribía el 26 de noviembre: «He recibido vuestras dos cartas a la vez; una y otra han contribuido mucho a mi consuelo al ver la continuidad de vuestra salud y de vuestra buena dirección, de lo que doy gracias a Dios y le pido  que os conserve y os bendiga ahí. Para más consuelo de mi espíritu veo que Mons. el cardenal os da la libertad de descansar que sería necesario después de cada misión. Aprovechadlo pues, os pido, y manteneos como una persona muy querida a la Compañía, y en particular a mi corazón, que guarda ternuras de afecto por vos que no son nada ordinarias».

Ya el  Sr. Martin se ocupaba activamente, bajo la dirección del Sr. Blatiron, de un seminario interno, que respondía a sus cuidados. El 28 de diciembre, san Vicente habla de ello a este último en estos términos: «Ciertamente he recibido una gran satisfacción al conocer el buen orden del seminario y el bien que se hace. Es una gracia especial de Dios, por la que pido a su divina bondad que se glorifique a ella misma, y que acepte el agradecimiento que le rindo por la buena dirección del buen Sr. Martin, quien necesita el apoyo y la fuerza del Espíritu Santo en los empleos que tiene».

Poco después, es decir el 4 de enero de 1647, San Vicente enviaba a Génova el reglamento  del seminario de los Bons-Enfants, según el cual había que conducirse. El descanso del Sr. Blatiron y de los suyos no fie de larga duración, Cortados según el modelo del santo fundador, quien  al regresar a París al terminar sus trabajos, temía ver las puertas de la ciudad caer sobre él, y se reprochaba amargamente dejar hundidas en la iniquidad a multitudes de almas, ellos también, impacientes por retomar el camino de los pueblos, se pusieron a la obra con tal continuidad, el superior sobre todo, que nuestro bienaventurado Padre le dirigió una vez más paternales reproches, el 24 de mayo de 1647:»No sé si os deba urgir que os toméis algún descanso, pues ya sabéis que el mayor contento que me podáis dar en este mundo consiste en vuestra conservación. Tened mucho cuidado entonces por el amor de Nuestro Señor y dejadme que os invite a la moderación en el trabajo, mientras que otros os empujan a los excesos. Hablad claramente de nuestra parte, decid que es demasiado».

Sin embargo en medio de sus trabajos apostólicos, el Sr. Blatiron encontraba a veces dificultades que le gustaba exponer a san Vicente, reclamando con sus consejos el auxilio de sus oraciones. Así pues, en una carta del 22 de junio del mismo año 1647, nuestro bienaventurado Padre le promete una misa en Notre Dame de París para la reconciliación casi desesperada de la que le había hablado, comprometiéndole al mismo tiempo a encomendarse, para el éxito, al buen querer divino.

Junto con las oraciones el buen Padre no le escatimaba los consejos y los avisos. El 27 de septiembre del mismo año, escribiendo también al Sr. Blatiron, le encomienda sobre todo la práctica de la humildad y de la caridad paternal como dos grandes medios de atraer sobre su casa las bendiciones del cielo. Luego venían los ánimos. Sabiendo que la unión reinaba en la familia de Génova, le escribe el 13 de diciembre para felicitarle y fortalecerle en el deseo de mantenerla a toda costa.

Estos consejos no quedaban sin resultado y pronto las virtudes del superior de Génova y de sus cohermanos difundieron tan buen olor que la pequeña Compañía llegó a conquistar pronto en aquel país la estima y la confianza del clero y del pueblo. San Vicente enterado no cabía en sí de gozo, y en una carta del 14 de febrero de 1648, se lo declara al Sr. Blatiron con toda su satisfacción. Alaba en particular su paciencia en las dificultades, su caridad y su celo por la salvación de las almas. Hasta llega a decirle que propone a veces su ejempla para la imitación  de la casa de San Lázaro. «Por donde veis, Señor, escribe él, que la miel de vuestra colmena fluye hasta esta casa y sirve de alimento a sus hijos».

La piadosa influencia ejercida por nuestros queridos cohermanos de Génova sobre los eclesiásticos, que se habían puesto espontáneamente bajo su dirección, establecía tal diferencia entre éstos y los alumnos del seminario diocesano que el celoso cardenal quiso al menos procurar a estos últimos las ventajas de un retiro predicado por los hijos de san Vicente. Nuestro bienaventurado Padre le felicita por ello en una breve carta de septiembre de 1648. Antes le había alabado por negarse a predicar un retiro a un cierto número de jóvenes devotas que vivían en comunidad.

En el mes de julio de 1649, el Sr. Blatiron acabó por sucumbir a un exceso de fatiga producido por sus continuos trabajos, y su vida pareció por un instante en peligro. Fue lo que ocasionó la carta de san Vicente (9 de julio) «No hay remedio; ya estáis enfermo, y enfermo fuera de Génova, alejado de toda asistencia, en un lugar en que las enfermedades son graves y peligrosas por la intemperie del aire, como vos mismo me habéis escrito. Bendito sea Dios me ocultáis sin embargo vuestro mal, y si el Sr. Martin no me lo hubiera hecho saber sólo que quedaría el miedo por el peligro que corríais, pero Dios no me ha querido ver sin sufrimientos; mientras os tiene afligido, y la santa unión de nuestros corazones no lo permitía. Lo que yo he hecho después de esta noticia ha sido presentar a Dios vuestros dolores y los míos, pedirle para vos y para mí la conformidad con sus designios. Y por último vuestra salud, si es para su mayor gloria, o bien un perfecto uso de su visita. Os he encomendado también a las oraciones de la Compañía, lo más tiernamente que he podido, y creo que cada uno ha cumplido con su deber ante Nuestro Señor que sabe lo que todos os estiman y cómo nos consolará si es de su agrado conservaros».

Esta enfermedad del Sr. Blatiron no tuvo consecuencias funestas, y los cuidados afectuosos de los que fue objeto le permitieron volverse pronto a sus queridas ocupaciones.

Sin embargo los servicios prestados al país, según parece, no habían hecho olvidar lo suficiente el título de sacerdotes extranjeros que creaba a los misioneros dificultades bastante serias en el mundo oficial. Se dejaron ver con ocasión de la entrada en posesión del nuevo inmueble debido a las liberalidades del cardenal Durazzo. Este edificio estaba terminado en el año 1647. Pero gracias a oposiciones cuya fuente no se desea conocer, fue preciso esperar dos años entero la aprobación del Senado, que otros se esforzaban por alargarla indefinidamente. Viendo lo cual, un cierto número de personajes distinguidos de Génova firmaron una petición que queremos reproducir como una prueba de las simpatías que rodearon la cuna de la Congregación.

«Nosotros…, deseosos del bien universal de nuestra serenísima República y más particularmente de la salvación de las almas de todos, y sobre todo de las de los pobres habitantes de los campos y de las montañas, que se encuentran privadas de los numerosos socorros que tienen las de las ciudades; habiendo visto el gran fruto operado por medio de los sacerdotes de esta Congregación que se llama de la Misión, y habiendo considerado el mayor bien que todavía se puede esperar en el porvenir, mediante la dicha Congregación, no sólo para bien de las almas, sino también para el bien universal de todo el Estado, ya que por este medio los pueblos serán más obediente y sumisos a los superiores y más tranquilos entre sí, sobre todo si se instruye y educa a personas de la región de los  ya muchos se presentan y no esperan más que el establecimiento de la Congregación en esta ciudad bajo el beneplácito y la aprobación del serenísimo senado. Nos hemos decidido a unir nuestros votos y súplicas a los de dicho señor Étienne Blatiron y de sus compañeros para suplicar a Vuestra Serenidad que quiera ver con agrado y permita que los susodichos misioneros tomen lugar y morada en la ciudad y dentro de los muros a fin de que puedan ejercer todas sus funciones y practicar sus ejercicios para el bien de los sacerdotes y clérigos y también de los pobres de los campos, según su Instituto».

Esta petición llevaba muchas firmas al frente de las cuales figuran las de los Srs. Baliano, Reggio, Jean-Chrysostôme Menza, Jean-Jérôme Sanseverino, Barthélemy Chiappe, Laurent Battaro, François Raggio, Philippe Scassaro, Augustin Montabbios.

Ella produjo su efecto y, ante estos nombres tan recomendables, el senado de la República no tuvo ya el valor de negarse. Todos los reparos se vinieron abajo. La augusta asamblea dio su autorización, y los misioneros pudieron al fin instalarse en su nueva casa (1649). Eran ocho como nos lo cuenta una petición firmada por ellos, en 1650, para obtener del senado el descargo de las gabelas, en lo concerniente al consumo de todos los días. Eran los Srs. Étienne Blatiron, Jean Martin, Gabriel Damien, François Richard, Patrice Valesio, Jean Ennéry, Michel Gérard, Étienne Baccigalupo.

En el curso de estos dos años 1649 y 1650, las correspondencias de la familia señalan tres cartas de san Vicente al Sr. Blatiron, una de felicitación por su entrada en la nueva residencia; otra desaprobando el permiso dado a un misionero para hacer su retiro en una casa de religiosos, deseaba que los misioneros hicieran su retiro juntos; una tercera por último, para corregir a un sacerdote de su casa que, sin decírselo a nadie, se había graduado de doctor en Génova.

Se encuentra en la primera edición de la Vida de san Vicente algunos detalles muy interesantes sobre la misión dada por los cohermanos de la casa de Génova.

En otra misión tenida en enero de 1650, si bien los habitantes del lugar eran extremadamente pobres, aconsejados de establecer en su parroquia la cofradía de la Caridad para los pobres enfermos, aquellas buenas gentes hicieron tal esfuerzo para contribuir a una obra que estimaban  tan buena y tan santa que en la primera ronda se recogieron quinientas libras de plata y, además, setecientas libras en fondos u obligaciones.

Se fundó también otra cofradía o compañía, para los hombres, que se llamó de la Doctrina cristiana, cuya misión fue enseñar el Pater y el Ave, y los principios de la fe a los que no se los sabían, recorrer la parroquia buscando a los niños para hacerles asistir al catecismo.

Uno de los antiguos sacerdotes de la Congregación, haciendo el viaje de París a Italia y encontrándose en una Misión que hacían los de Génova en Castiglione, en el mes de diciembre en 1650, escribió sobre ello al Sr. Vicente en estos términos:

«He visto todos los ejercicios de la Misión que se celebra en esta parroquia, y simultáneamente en otras ocho nueve vecinas. Los pueblos asisten  asiduamente a los sermones y a los catecismos, y ocupan continuamente a los confesores. Tengo que decir que no ceden en nada a los de otras regiones, sino que más bien las sobrepasan en algo. Dos concubinarios públicos, llevados de un movimiento de penitencia, han hecho pública una enmienda honrosa en la iglesia, en medio del sermón, en presencia de una inmensa asamblea de gente. Varios usureros se han obligado por escrito ante notario a restituir todo lo que han exigido injustamente a los pobres a quienes habían prestado su dinero. La cofradía de la Caridad se ha fundado en esta parroquia y en todas las mencionadas. El superior de la misión da todos los lunes una conferencia a diez o doce párrocos de los alrededores; he asistido a una de estas conferencias, todo sucedió muy bien, se puede esperar mucho provecho para ellos y para sus pueblos».

En el curso del año de 1650, el Sr. Blatiron fue enviado a Roma para hacer la visita de la casa. Comenzó el 4 de mayo y se terminó el 28 del mismo mes. Era la cuarta desde la fundación de la casa.

Llegamos al año de 1651. El 6 de enero, como lo hemos dicho al principio de esta noticia, era memorable para el superior de Génova. Nacido y bautizado ese día, fue también en esta solemnidad cuando ocupó lugar en la familia de san Vicente. El santo fundador quiso probarle que lo guardaba en el corazón al escribirle, en la fecha del 6 de enero de 1651: «Siento un doble y triple consuelo sabiendo que os escribo el mismo día en que nacisteis al mundo, a la gracia y a la pequeña Compañía. Señor Dios, qué memorable nos debe ser este santo día, a vos y a nosotros! No lo digo sólo por el misterio que celebramos, el Rey de los reyes siendo reconocido como tal en su infancia y en su pobreza; aino por los títulos gloriosos que habéis recibido, apropósito de él y de su servidor doméstico, de lo que he dado gracias a Dios y se las daré toda mi vida, tanto por vuestra felicidad particular como por el interés de nuestra pequeña Congregación que, al recibiros, ha recibido de vos un regalo inestimable, en honor de los que su Hijo ha recibido de los Magos. Que podáis publicar las grandezas de este pequeño Niño a quien ellos adoran, y atraer a su conocimiento y a su amor a las almas que están alejadas de él, a fin de que la vuestra sea un día del número de las que juzguen a las doce tribus de Israel para reinar con ellas en la gloria del soberano».

En el transcurso de 1651 tuvo lugar en París una importante asamblea en la que tomó parte el Sr. Blatirón. Se abrió el 1º de julio y se concluyó el 11 de agosto. El primer volumen de las Circulares de los Superiores generales contiene un resumen de esta asamblea.

Un precioso documento, descubierto hace poco en Turín en los archivos de nuestra casa, nos ha dado a conocer el informe exacto de estas reuniones y  el detalle de las discusiones con las aprobaciones de cada uno de los miembros de la asamblea. El Sr Blatiron se encuentra citado por el secretario, que da a entender la alta estima que inspiraba a los miembros de la reunión.

One Comment on “Etienne Blatiron, C.M. (1614-1657). Primera parte”

  1. el padre etienne cm. de infausta memoria en Canarias amargó su vida episcopal al venerable, algunos dicen que SANTO BUENAVENTURA CODINA C.M Su tumba aún hoy es muy visitada por el pueblo, creo que etienne fue un cancer para la c.m el sr Olabuenaga deberia documentar todo lo relaciona con el padre codina, el padre claret el papa de turno y la reina isabel de españa

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