Espiritualidad vicenciana: Amor

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Autor: J. F. Gazziello, C. M. · Año publicación original: 1995 · Fuente: Diccionario de Espiritualidad Vicenciana, Editorial CEME, 1995.
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Hace ya algunos años que Luisa de Marillac se ha puesto bajo la dirección espiritual del señor Vicente: ella está centrada en sus propios pro­blemas y en una forma de piedad multiplicadora de ejercicios, aunque ya comienza a salir de su ansiedad entregándose al servicio de las «Cari­dades». Es entonces, hacia 1630, cuando el se­ñor Vicente le da, en un breve billete de dirección, el verdadero sentido de la religión de Jesucristo: «Dios es amor y quiere que se vaya por amor»1. Este «credo», que muestra el verdadero rostro de Dios, lo ha sacado el señor Vicente de san Juan: «Amémonos mutuamente… puesto que Dios es amor»2

I. «Dios es Amor… «

El Dios en el que cree el señor Vicente, al que ha consagrado su vida, el que él predica en las misiones y comparte con sus discípulos, es el «Dios vivo y verdadero», el Dios de la Alianza, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de los Profetas, el Dios de Jesucristo. Para él, Dios no se define nunca ontológicamente. Es un mis­terio de amor-fidelidad que se manifiesta por su Palabra creadora y salvadora3. Es un Dios que se re­vela en su vida íntima, como Trinidad de Perso­nas, y por su presencia en la historia de su Pue­blo. El Dios que el señor Vicente anuncia a los pobres y a los pecadores, el que da sentido a su vida, es el que se manifiesta por su acción en el mundo en favor de los pobres, como Sal­vación y Liberación, un Dios que quiere hacernos entrar en su intimidad y participar en su herencia.

El señor Vicente no aísla nunca el discurso sobre Dios, de la práctica de la caridad y de su espiritualidad de la acción: «Todos saben que en el amor a Dios y al prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas… Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la cari­dad con el prójimo por amor a Dios… esto es tan grande que el entendimiento humano no lo pue­de comprender; es menester que nos eleven las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este amor… Nosotros, si tenemos amor, hemos de demos­trarlo llevando al pueblo a que ame a Dios y al pró­jimo»4.

Para el señor Vicente, Dios es la base de to­da la vida, la fuente de donde viene «todo don per­fecto»5 y la finalidad a la que todo se dirige6. Dios no es puro objeto de con­templación, ni invitación al repliegue sobre sí mismo, sino envío y apertura a todos los hombres. La espiritualidad no es nunca un simple asunto de conocimiento, es ante todo un asunto de amor y de vida: «Hay que estudiar de modo que el amor corresponda al conocimiento»7.

Adhiriéndose a la Trinidad, Dios único en tres Personas, el señor Vicente nos hace descubrir su fe y su experiencia, nos muestra nuestro lu­gar en el plan divino: es en Jesucristo, enviado del Padre, vivificado por el Espíritu, en quien nos hacemos Cuerpo místico de Cristo, Hijos del Padre e iluminados por el Espíritu que nos hace decir «Abba, Padre». En el señor Vicente, no encontramos una doctrina elaborada sobre la Trinidad; sólo una catequesis dada en 1653 a los pobres del Hospicio del Santo Nombre de Je­sús8; pero a través de conferencias y charlas a sus discípulos, revela las grandes líneas de su fe y la experiencia que él deriva de ella para la misión y la vida comunitaria. Dios ama de tal modo a los hombres que quiere vivir con nosotros en una relación profunda. Esta re­lación nace del hecho mismo de nuestra exis­tencia, y con más fuerza aún, del hecho de que Dios está íntimamente presente en cada hom­bre por la comunicación de su vida. El señor Vi­cente desarrolla esta doctrina dirigiendo nuestra mirada hacia la realidad: eternamente el Padre está engendrando al Hijo y los dos «inspiran» al Espíritu Santo. Este trabajo incesante del Dios vivo y verdadero se vive en nosotros, en cada uno de los hombres: «El alma que ama a nues­tro Señor es la morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, donde el Padre engendra perpe­tuamente a su hijo y donde el Espíritu Santo es producido incesantemente por el Padre y el Hi­jo»9.

1. La inhabitación de la Trinidad, cima del amor

Aquí está, para el señor Vicente, la cima del amor, el fundamento de toda vida cristiana, de toda espiritualidad. Con s. Pablo10, él nos invita a dejar que se desarrolle en nosotros esta inhabitación de la Trinidad recibi­da en el Bautismo y que hace de nosotros el Templo de Dios vivo, el lugar del amor. Amar a Dios es entonces dejarnos impregnar por el Pa­dre, el Hijo encarnado y el Espíritu santificador, en todas nuestras actitudes y nuestras acciones. Para llegar a ello, hay que consentir en la venida del Espíritu del amor a nosotros: «Sí, el Espíritu Santo, en cuanto a su persona, se derrama so­bre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al ha­bitar en ella, le da las mismas inclinaciones y dis­posiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y és­tas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los do­nes de este divino Espíritu»11. A la cari­dad de Dios derramada en nuestros corazones, no le basta la respuesta de la fe, es necesaria la respuesta del amor. Hay que creer en Dios por y en nuestra acción: «Donde está la caridad, allí está Dios. El claustro de Dios, dice un gran per­sonaje, es la caridad, pues allí es donde Dios se complace, donde se aloja, donde encuentra su palacio de delicias, su morada y su placer. Sed caritativas, sed benignas, tened espíritu de tole­rancia, y Dios habitará con vosotras, seréis su claustro, lo tendréis entre vosotras, lo tendréis en vuestros corazones»12.

2. El amor de Dios se manifiesta por la Misión

El amor de Dios hacia los hombres se mani­fiesta por la Misión: el Padre nos da su Hijo, lo envía para evangelizar a los pobres y salvar al mundo. El Padre y el Hijo nos envían al Espíritu «que prosigue su obra en el mundo y cumple to­da santificación». Sí, en la obra de la Creación, las tres Personas actúan juntas, en la Redención, ca­da una tiene un papel distinto. El señor Vicente parece innovar respecto a los místicos de su tiem­po a propósito del amor de Dios que se manifiesta en la misión del Hijo y la del Espíritu. Él contem­pla la misión del Hijo ante todo en el designio eterno de Salvación que pasa por el amor de Cris­to a los hombres y por la obediencia al plan de Dios. «Cuando el Padre eterno quiso enviar a su Hijo al mundo, le propuso todas las cosas que te­nía que hacer y padecer. Ya conocéis la vida de Nuestro Señor, cómo estuvo llena de sufrimien­tos. Su Padre le dijo: «Permitiré que seas des­preciado y rechazado por todos, que Herodes te haga huir desde tus primeros años, que seas te­nido por un idiota, que recibas maldiciones por tus obras milagrosas; en una palabra, permitiré que todas las criaturas se pongan contra ti»»13. ¿No es ése el gran amor de Dios por los hombres: enviarles su Único Hijo, sabiendo que los hom­bres, viéndolo venir a ellos, querrán matarlo pa­ra tener la herencia?14 Y, a pesar de todo, para hacernos compartir su herencia es para lo que Dios nos envía a Jesús, para hacer­nos entrar en su vida.

3. El amor de Dios por los hombres se mani­fiesta en la Encarnación

El amor de Dios por los hombres se mani­fiesta en la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María. Este amor extraordinario del Dios-Amor por el hombre, el señor Vicente lo medita a propósito de la Eucaristía. Nos quedan de él dos sermones sobre la Comunión (hacia 1613): «El Padre eterno nos ha demostrado el cuidado con que hemos de disponemos a recibir a mues­tro Creador en nuestras almas, ya que él mismo, al enviarlo a este mundo, quiso prepararle un pa­lacio lleno de todas las perfecciones en el vien­tre virginal de su bienaventurada Madre. El espí­ritu Santo quiso también señalar este mismo res­peto que se le debe al cuerpo de nuestro Señor cuando, al rechazar los medios de la naturaleza para la formación de este cuerpo, quiso ser él mismo su hacedor tomando lo más puro de la san­gre de la Virgen»15.

Dios-Amor se hace misionero en Jesucristo venido a la tierra para manifestar el amor de Dios, su ternura, su misericordia hacia todos los hom­bres allí donde ellos están: todo el Evangelio pro­clama esto16. La misión del Hijo único de Dios, he ahí el centro de la espiritualidad vicenciana: en el Ver­bo encarnado, el señor Vicente descubre el amor de Dios venido a habitar entre nosotros para evangelizar a los pobres. Este amor lo lee, sobre to­do en el evangelio de san Lucas17: «anunciar la buena nueva a los pobres, proclamar a los cau­tivos la liberación, a los ciegos el retorno a la visión, despedir a los oprimidos en libertad, pro­clamar un año de acogida por el Señor». A Cris­to lo define el servicio corporal de los pobres y su servicio espiritual. En la escuela del Señor, el amor se hace «afectivo y efectivo». El señor Vicente contempla la misión del Señor Jesús como una prueba de amor y como el modelo que el cristiano debe reproducir, porque «nuestra voca­ción es una continuación de la suya, o al menos, puede relacionarse con ella en sus circunstan­cias… evangelizar a los pobres es un oficio tan al­to que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios, y a nosotros se nos dedica a ello como ins­trumentos por los que el Hijo de Dios sigue ha­ciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra» (I, 387).

Amar, para el cristiano, es aceptar que su ser­vicio, su misión no sea «obra de un hombre, si­no obra de Dios. Es la continuación de la obra de Jesucristo… es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él… que hablemos corno él y con su espíritu, lo mismo que él esta­ba en su Padre… Por consiguiente, padre, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesu­cristo»18.

4. Revestirse de Jesucristo

«Revestirse de Jesucristo», he ahí cómo el cristiano acepta el amor de Dios y responde a él: la manera en que el Hijo de Dios vive su misión, su papel de Siervo, es el modelo propuesto a los miembros del Cuerpo de Cristo, a la Iglesia. Amar es para el cristiano, en la escuela de Jesu­cristo, ir allá donde el Padre envía, allá donde los hombres llaman pidiendo ayuda, ir haciendo «no mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha enviado». Amar es reproducir en nuestra vida lo que Cristo nos pide proseguir en su lugar. «por­que, el que viese la vida de Jesucristo veda sin comparación algo semejante en la vida de una Hi­ja de la Caridad»19. Amar, para el señor Vi­cente, es permanecer perfectamente unidos al Dios vivo y verdadero por la oración y el servi­cio, dejando al Hijo y al Espíritu enviado por Je­sús realizar en nosotros un estilo de vida que de­ja transparentar a Dios y manifiesta su amor a los pequeños. Para ello, el señor Vicente busca la unión a su Dios, haciendo siempre, como Je­sús, lo que agrada al Padre. Haciendo la voluntad de Dios es como nosotros testimoniamos nues­tro amor. «Oh, Salvador… tú eres el rey de la glo­ria, pero vienes a este mundo con la única finali­dad de cumplir la voluntad del que te ha enviado. Ya sabéis, hermanos míos, cómo animaba este afecto sagrado en el corazón de nuestro Señor… Tu gusto, Salvador del mundo, tu ambrosía y tu néctar es cumplir la voluntad de tu Padre. Nosotros somos tus hijos, que nos ponemos en tus bra­zos para seguir tu ejemplo; concédenos esta gra­cia»20.

Entonces, aunque no hagamos más que ha­blar del amor de Dios, incluso aunque hagamos solamente acción social, pero llenos del Espíri­tu de Jesucristo, seremos, para nuestros her­manos, presencia y amor de Dios que no pueden visibilizarse hoy más que por nuestro amor com­prometido en el servicio concreto a los hombres y a la sociedad: «Estáis destinadas a representar la bondad de Dios delante de esos pobres en­fermos»21. He ahí lo que el señor Vicen­te propone a sus Hijas de la Caridad. Para que el amor de Dios penetre y transforme nuestras vidas, para que este amor sea testimonio de nues­tra acción, tenemos que mirar a Jesucristo, con­templarlo en la oración para vivir de él: «Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor! Jesús mío, dinos, por favor, qué es lo que te ha sacado del cielo para venir a su­frir la maldición de la tierra y todas las persecuciones y tormentos que has recibido. ¡Oh, Sal­vador! ¡Fuente de amor humillado hasta noso­tros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha ama­do en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominio­sa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre pa­ra venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilida­des. Y ¿para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el pró­jimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruza­dos? ¿Dejaríamos morir a todos ésos a los que podríamos asistir? No, la caridad no puede per­manecer ociosa, sino que nos mueve a la salva­ción y al consuelo de los demás»22.

5. El Cristo amante y servidor

Del Cristoamante y servidor, adorador del Pa­dre y servidor de los hombres, el señor Vicente no habla según la teología del tiempo, sino más bien a partir de su experiencia vital, de sus en­cuentros. A Cristo, él lo ha encontrado y sentido próximo en su experiencia del sufrimiento, de la miseria corporal y espiritual. El que el señor Vi­cente encuentra es un Cristo que ha asumido la condición humana para hacerla partícipe de su naturaleza divina: «¿No vemos también cómo el Padre eterno, al enviar a su Hijo a la tierra para que fuera la luz del mundo, no quiso sin embar­go que apareciera más que como un niño pequeño, como uno de esos pobrecillos que vie­nen a pedir limosna a esta puerta? ¡Padre eter­no, tú enviaste a tu Hijo a iluminar y enseñar a todo el mundo, pero ahora lo vemos aparecer de esa manera! Pero esperad un poco y veréis los designios de Dios; cómo ha decidido que el mun­do no se pierda, por eso, en su compasión, ese MISMO Hijo dará su vida por ellos»23.

El señor Vicente nos enseña a meditar el amor de Dios por los hombres en la contemplación de Jesús abandonado, menospreciado, marginado. Para el señor Vicente, este Cristo humillado se en­cuentra en los refugiados expulsados por las gue­rras, en los galeotes clavados a los bancos, en la gente hambrienta, en los niños abandonados, en los hombres encerrados en su egoísmo o su odio. Él nos invita a releer nuestra vida a la luz de la Pa­sión de Cristo: «Lo coronan de espinas, lo cargan con la cruz, lo extienden sobre ella, le clavan a la fuerza las manos y los pies, lo levantan y hacen caer a la cruz con violencia en el hoyo que habían preparado; en una palabra, lo tratan con la mayor crueldad que pueden, sin poner en todo esto na­da de dulzura… Y ¿qué es lo que dijo en la cruz? Cinco palabras, de las que ni una sola demuestra la menor impaciencia. Es verdad que dijo: «Eh El!, Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abando­nado?'»; pero esto no es una queja, sino una ex­presión de la naturaleza que sufre, que padece hasta el extremo sin consuelo alguno, mientras que la parte superior de su alma lo acepta todo mansamente; sino, con el poder que tenía de des­truir a todos aquellos canallas y de hacerlos pe­recer para librarse de sus manos, lo habría hecho; pero no lo hizo. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué ejemplo para nosotros que nos ocupamos en imitarte! ¡Qué lección para los que no quieren sufrir nada!» 24.

6. Jesús, amigo y esposo

Donándose a su Padre y a los hombres es co­mo Jesús se hace el amigo, el esposo, en una efu­sión total del amor que él es: «Pues bien, hijas mías, así es Jesucristo con las almas que se han entregado a él. Es un esposo mejor que todos los esposos de la tierra, y de una manera completa­mente distinta, por ser celestial y divina. Es un amigo mejor que todos los amigos del mundo, porque ha dado su sangre y su vida por la salva­ción de cada alma»25. A este amor de ami­go y de esposo es al que el señor Vicente invita a sus discípulos. Los exhorta a vivir este amor poniendo sus corazones en armonía con los su­frimientos de los pobres: «De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la de­muestran por fuera. Es propio del fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y com­placer a la persona amada» (XI,556). El amor «ha­ce que no se pueda ver sufrir a nadie sin sufrir con él, ni ver llorar a nadie sin llorar con él. Se trata de un acto de amor que hace entrar a los corazones unos en otros para que sientan lo mis­mo, lejos de aquellos que no sienten ninguna pe­na por el dolor de los afligidos ni por el sufri­miento de los pobres. ¡Qué cariñoso era el Hijo de Dios!» (XI, 560). El amor que Cristo tiene a los hombres es el amor del Hilo que viene a la tierra para aplacar la ofensa causada a Dios por el pe­cado. Jesús. Hijo único del Padre, se presenta co­mo el Amor, y todo, en su vida, está dictado por su necesidad de amar: «Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus su­frimientos amor, sus oraciones amor, y todas sus operaciones exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor. Su amor le dio un gran desprecio del mundo, desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, des­precio de los placeres y desprecio de los hono­res»26.

7. Jesús nos invita a vivir de su amor

Jesús, que conoce la importancia del amor, afectivo y efectivo, nos invita a vivir de este amor, en seguimiento suyo, conformando nuestra vida a la voluntad del Padre que quiere nuestra pleni­tud, nuestra felicidad. No se trata de afirmar de una vez por todas o en abstracto que aceptamos la voluntad de Dios, sino, entrando en la escuela de Jesucristo, de consentir en lo que agrada al Pa­dre en la verdad de la vida, en los acontecimien­tos del mundo y en las llamadas de los pobres. A lo que estamos llamados es a «ser totalmente dados a Dios para el servicio de los pobres» «Es­to puede parecer deseable, ya que es bueno ver­se reducido a ese estado por la caridad que se le tiene a Dios; morir de esta forma es morir de la manera más hermosa, es morir de amor, es ser mártir, mártir de amor… Tú eres, Dios mío, el que me has herido con tu amor; tú eres el que me has afligido y traspasado el corazón con tus dardos ar­dientes; tú eres el que me has puesto este fue­go sagrado en las entrañas que me hace morir de amor»27.

Para el señor Vicente, Jesús es «la regla de la Misión»28, porque es el único modelo del ser-con-Dios y del ser-para-los-hombres. Pues él recomienda a los que quieren entrar en su es­cuela la contemplación de Cristo con una particular atención a su persona y a su actitud para con los humildes y los oprimidos, la práctica de la Eucaristía, una vida llena de las virtudes de Cristo: «que hemos de imitar en Jesucristo para reves­timos de su espíritu, que no podrá mostrarse me­jor en cada uno de nosotros que por medio de la práctica de las virtudes que más brillaron en nues­tro Señor, cuando vivió sobre la tierra, esto es, las que están comprendidas en sus máximas, en su pobreza, castidad y obediencia, en su caridad con los enfermos, etc.»29.

Todo esto se manifiesta en el amor cordial. Los Misioneros están llamados a estar anima­dos y poseídos por el amor a fin de poder anun­ciar el amor con el lenguaje mismo de Dios. En una larga exhortación a un Hermano moribundo (1645), el señor Vicente deja brotar un himno al amor: «¡Dios de mi corazón!, tu infinita bondad no me permite compartir con nadie mis afectos con mengua de tu amor, ¡posee tú solo mi co­razón y mi libertad! Tú me quieres infinitamen­te más que yo mismo; tú deseas infinitamente más mi bien y puedes hacérmelo mejor que yo mismo, que nada tengo y nada espero más que deti»30.

 

II. «…Y quiere que se vaya a Él por amor«

Dios es amor, Dios nos ama, Dios nos llama al amor. Para el señor Vicente es ésta una ver­dad de fe, una verdad que hay que traducir en el diario vivir para que Dios sea conocido y los hombres salvados. Por eso, él va a pedir a sus dis­cípulos que traduzcan su amor, un amor bebido en el corazón de Dios, en dos realidades que tes­tifican a Cristo y la voluntad de imitarlo: la vida co­munitaria y el servicio a los pobres. Para el se­ñor Vicente, estas dos realidades son el funda­mento y la traducción del amor que Dios pone en nuestros corazones31.

1. La vida comunitaria. Sus dos referencias: Tri­nidad, Misión

El 30 de julio de 1651, el señor Vicente escribe a sor Ana Hardemont, hermana sirviente de Hennebont: «Le pido que cuide mucho de sus hermanas, como hermana sirviente que es; y a ellas, que la cuiden mucho a usted, como hijas de Nues­tro Señor, al que deben mirar en usted y a usted en él. En fin, vivan todas unidas, sin tener más que un solo corazón y una sola alma, a fin de que por esta unión de espíritu sean una verdadera imagen de la unidad de Dios, ya que su número representa a las tres personas de la Santísima Trinidad. Le pido para ello al Espíritu Santo, que es la unión del Padre y del Hijo, que sea igualmente la de ustedes, que les dé una profunda paz en medio de las contradicciones y de las dificul­tades, que necesariamente tendrán que existir alrededor de los pobres; pero acuérdense también de que ahí es donde está su cruz, con la que-Nuestro Señor las llama a él y a su descanso. Todo el mundo aprecia mucho el trabajo que reali­zan y las personas de bien no ven en la tierra nin­guno tan digno de veneración y tan santo, cuan­do se hace con devoción»32.

Este texto expresa muy bien los diversos ele­mentos que constituyen el vivir-juntos en la co­munidad vicenciana:

  • una unión de espíritu a imagen de la Trinidad: unidad en el respeto a la diversidad de las personas;
  • un don del Espíritu Santo que establece la comunión entre los miembros de la comunidad y la dinamiza;
  • un esfuerzo por vivir en paz en las dificul­tades: la comunidad cristiana no está hecha de una vez para siempre, se construye día a día:
  • la comunidad está confiada a cada uno de sus miembros: cada uno está llamado a cuidar de los demás;
  • es una comunidad al servicio de los pobres: está ligada a la Cruz y anuncia a Jesús crucifica­do cuya «caridad nos urge»;
  • la comunidad se vive en la fe, como y pa­ra el servicio de los pobres.

Por todo esto, la comunidad es reconocida por la Iglesia y el mundo como agente de Evan­gelización.

Toda la experiencia espiritual del señor Vi­cente está marcada por una idea-fuerza: «el po­bre pueblo se condena y muere de hambre», ha­cen falta, pues, obreros apostólicos, «apóstoles de la caridad» para vivir en la Iglesia el servicio a los pobres, en la escuela y a imitación de Jesu­cristo: «La Providencia os ha reunido aquí a vo­sotras doce y, al parecer, con el designio de que honréis su vida humana en la tierra. ¡Oh! ¡Qué ven­taja estar en una comunidad puesto que cada miembro participa del bien que hace todo el cuer­po! Por este medio, podréis tener una gracia más abundante. Nuestro señor lo ha prometido cuan­do dijo: «Cuando estéis dos reunidos en mi nom­bre, yo estaré en medio de vosotros». Con ma­yor razón, cuando estéis varios con el mismo designio de servir a Dios»33. La comunidad, a ejemplo de la Trinidad y como signo del amor, ha sido siempre para el señor Vicente una reali­dad de fe. Ya en 1617, cuando desembarca en Châtillon, joven cura en una parroquia en la que la religión está en ruinas, para dar un impulso mi­sionero a su parroquia, va a llevar a los «seis vie­jos sacerdotes» que vivían allí en un gran liberti­naje, a vivir en comunidad. Para él, hay aquí un medio de perfección; pero sobre todo, un me­dio apostólico vinculado a la vida de Jesús con sus discípulos, vinculado con la primera comunidad cristiana. Con toda naturalidad, al crear la prime­ra «Caridad» (1617), el reglamento dirá: «las se­ñoras se han asociado caritativamente para asis­tir a los enfermos»34.

Meditando el Evangelio, el señor Vicente ha descubierto que servicio y comunidad son, uni­dos, fuente de vida y de trabajo; de caridad fra­terna y de apostolado. La vocación vicenciana no consiste en un deseo de vivir bien juntos, en un ambiente cordial, en el que cada uno encuentre su bienestar. El fin de la Compañía, como de la vocación personal, debe estar bien claro para lo­grar el objetivo perseguido: una comunidad orien­tada hacia su finalidad, el servicio del Señor en los pobres, es lo único que puede dar fuerza para el trabajo apostólico y para la comunión fraterna.

Para el señor Vicente, servicio y comunidad están unidos de tal manera que sin la vida co­munitaria no se puede realizar el servicio de Igle­sia, el servicio de los pobres. En una carta dirigi­da al padre Portad que está misionando en Cé­vennes con el padre Lucas, y cuyo vivir-juntos es difícil, el señor Vicente les escribe: «Espero un gran fruto de la bondad de Nuestro Señor si la unión, la cordialidad y la tolerancia reinan entre us­tedes dos… Sobre todo, que no se manifieste ninguna escisión entre los dos. Están ustedes ahí como en un teatro, en el que un acto de malhu­mor es capaz de echarlo todo a perder. Espero que obren convenientemente y que Dios se ser­virá de ese millón de actos de virtud que ustedes practicarán de esta forma, como de base y fun­damento para el bien que deben hacer en ese pais»35. Esta doctrina resalta muchísimo en los «envíos a misión» a las Hijas de la Caridad36. Después de haber recordado a las «misioneras» el lugar de la humildad para las siervas de los po­bres, en la escuela y a imitación de Cristo y, an­tes incluso, de decirles sus deberes para con los pobres y la iglesia local, el señor Vicente insis­te en la vida comunitaria como signo de la misión, del anuncio del amor de Dios para con su pueblo: «La tercera cosa, mis queridas hermanas, que os recomiendo sobre todo, es la tolerancia mutua; hermanas mías, sí, gran tolerancia… Obrando así conservaréis la unión entre vosotras»37. La comunidad vicenciana subraya dos referen­cias indispensables a este modo de vida:

DIOS-TRINIDAD

La fe y la experiencia del señor Vicente le lle­van a pensar y a decir que la posibilidad de la vi­da en comunión fraterna es una realidad de fe, es, «a imagen de la Trinidad», modelo perfecto del amor. «Mantengámonos en este espíritu, si queremos tener en nosotros la imagen de la ado­rable Trinidad, si queremos tener una santa relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¿Qué es lo que forma esa unidad y esa intimidad en Dios sino la igualdad y la distinción de las tres personas? ¿Y qué es lo que constituye su amor, más que esa semejanza? Si el amor no existiese entre ellos, ¿habría en ellos algo de amable?… He ahí el origen de nuestra perfección y nuestro mo­delo. Hagámonos uniformes; seamos todos co­mo si no fuéramos más que uno y tendremos la santa unión en medio de la pluralidad… pues la semejanza y la igualdad engendran el amor, y el amor tiende a la unidad»38. No podemos hacer real el anuncio del misterio de la Trinidad más que en cuanto reunidos en comunidad por medio de la cual proclamamos el amor de Dios por los hombres y lo expresamos por medio de nuestro vivir-juntos. Sólo una vida comunitaria au­téntica puede hacer visible nuestra fe: «Estad siempre unidos y Dios os bendecirá; pero que esta unión sea por la caridad de Jesucristo, ya que toda otra unión que no esté cimentada con la san­gre de este divino Salvador no puede subsistir. Por tanto, tenéis que estar unidos entre vosotros en Jesucristo, por Jesucristo y para Jesucristo»39.

Para el señor Vicente, sólo a la luz de la Pala­bra de Dios es posible aprender a vivir la comu­nión fraterna para hacerla mensaje para el mun­do. La vida comunitaria debe aparecer como la continuación del amor de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia’. «¡Bondad divina, une también así los corazones de esta pequeña Compañía… y pí­dele lo que quieras! La fatiga le será dulce y to­do trabajo resultará fácil, el fuerte aliviará al débil y el débil amará al fuerte y le obtendrá de Dios mayores fuerzas; y así, Señor, tu obra se hará a tu gusto y para la edificación de tu Iglesia, y tus obreros se multiplicarán, atraídos por el olor de tanta caridad»40.

LA MISIÓN

El señor Vicente ha querido la comunidad pa­ra el servicio y ha insistido sobre este fundamento en todos los documentos que se refieren a sus fundaciones. En lugar de hablar del vínculo de la vida religiosa, el señor Vicente prefiere hablar de «Hermanas asociadas» llamadas a vivir «la mu­tualidad»41. Por el servicio, entramos en la misión de Jesucristo enviado por el Padre para re­velar su amor a los hombres. Por eso, el servicio orienta la organización de la vida comunitaria, por­que es el trabajo apostólico lo que nos compro­mete. La misión de la comunidad hay que buscarla en la verdad de la vida, se traduce en un proyecto de vida apostólica comunitaria. Y este proyecto tiene en cuenta las realidades humanas y eclesiales del lugar en que la comunidad está establecida, de los modos de inserción de la co­munidad, de las posibilidades reales de cada uno de los miembros y de los pobres a los que hay que llegar. El proyecto se convierte así en el es­pejo permanente de la comunidad en su servicio apostólico y la revisión de vida permite verificar la fidelidad al amor de Dios en el servicio de los pobres.

2. El servicio

En la escuela del amor de Cristo es donde el señor Vicente define las virtudes del servicio. El mismo día 11 de noviembre de 1657, en una con­ferencia a las Hermanas y en una charla con los Misioneros, el Fundador, en plena madurez es­piritual (tiene entonces 77 años), da a sus discí­pulos la carta magna del servicio a los pobres, comparte con ellos su fe y su experiencia. «Jun­to a vuestro principal empleo, después del amor de Dios y del deseo de ha ceros agradables a su divina Majestad, tiene que ser servir a los pobres enfermos con mucha dulzura y cordialidad, com­padeciéndoos de su mal y escuchando sus pequeñas quejas, como tiene que hacerlo una buena madre; porque ellos os miran como a sus madres nutricias y como a personas enviadas por Dios para asistirles. Por eso, estáis destinadas a representar la bondad de Dios delante de esos po­bres enfermos. Pues bien, como esta bondad se comporta con los afligidos de una forma dulce y caritativa, también vosotras tenéis que tratar a los pobres enfermos como os enseña esa mis­ma bondad, esto es, con dulzura, con compasión y con amor: pues ellos son vuestros amos, y tam­bién los míos… Los pobres son nuestros amos y señores.

Así pues, esto es lo que os obliga a servir­les con respeto, como a vuestros amos, y con devoción, porque representan para vosotras a la persona de Nuestro Señor, que ha dicho «Lo que hagáis al más pequeño de los míos, lo con­sideraré como hecho a mí mismo…. Según eso, no sólo hay que tener mucho cuidado en alejar de sí la dureza y la impaciencia, sino además afanarse en servir con cordialidad y con gran dulzura, incluso a los más enfadosos y sin olvidarse de decirles alguna buena pelar Hay que decirles siempre alguna cosa por el es­tilo para llevarlos a Dios… Porque, mirad, mis queridas hermanas, es muy importante asistir a los pobres corporalmente; pero la verdad es que no ha sido nunca ése el plan de Nuestro Señor al hacer vuestra Compañía, cuidar solamente de los cuerpos»42.

A los Misioneros, el señor Vicente les repi­te la finalidad de la Compañía: «En efecto, pa­dres y hermanos míos, no basta con hacer las cosas que Dios nos ordena, sino que además es preciso hacerlas por amor a Dios: cumplir la voluntad de Dios, y cumplir esa misma volun­tad de Dios según su voluntad, es decir, lo mis­mo que nuestro Señor cumplió la voluntad de su Padre durante su estancia en la tierra… De forma que, cuando hacemos o sufrimos algu­na cosa, si no lo hacemos o sufrimos por amor de Dios, no nos sirve de nada… Por ejemplo, asistir a los pobres esclavos es una obra muy excelente… pero me parece que hay todavía al­go más en los que no solamente se marchan a Argel, a Túnez, para intentar rescatar a los po­bres cristianos, sino que además se quedan allí, y se quedan allí para rescatar a aquellas pobres gentes, para asistirlas espiritual y cor­poralmente, para socorrer sus necesidades y es­tar siempre a su lado para ayudarles en todo»43. ¿Podemos encontrar mejor síntesis de la enseñanza del señor Vicente sobre las cualidades del amor en el servicio? Por ella, nos aproximamos a un Vicente de Paúl espiri­tual y maestro, para hoy, de nuestro servicio a los pobres.

a. Las cualidades del servicio

Las cualidades del servicio a los pobres, se­gún el señor Vicente, derivan de su fe y de su ex­periencia. En primer lugar, ellas traducen su fe en Cristo-Encarnado, en el Dios-hecho-pobre. Estas cualidades son las mismas de servidor que el cris­tiano debe ofrecer a su Señor, consintiendo en su vida al amor de Dios que le habita: «en este siglo hay muchos que parecen virtuosos y que, en efecto, lo son, que, sin embargo, se inclinan a un camino dulce y muelle más bien que a una de­voción laboriosa y sólida… Hay muchos que, por tener un exterior bien compuesto y un interior lleno de grandes sentimientos hacia Dios, se pa­ran aqui y, cuando se llega a los hechos y se en­cuentran en la situación de tener que actuar, se quedan cortados…»44. El señor Vicente sitúa su acción personal, como la de sus discípulos, en la vida apostólica, siguiendo a Cris­to-Evangelizador: «Hay mucha diferencia entre la vida apostólica y la soledad de los cartujos…la primera es de suyo más excelente; si no, Juan Bautista y Jesucristo no la hubieran preferido a la otra, como lo hicieron, dejando el desierto pa­ra ir a predicar a los pueblos; además, la vida apostólica no excluye la contemplación, sino que la abraza y se sirve de ella para conocer mejor las verdades eternas que tiene que anunciar; por otra parte, es más útil para el prójimo, al que tenemos obligación de amar como a nosotros mismos, ayudándole de una manera distinta de como lo ha­cen los solitarios»45.

b. «La caridad de Cristo nos urge»

El amor de Cristo es lo que lleva lógicamen­te al señor Vicente al amor a los pobres. En la ma­nera de amar a los pobres y de servirlos es don­de se aprecia verdaderamente el amor a Dios46: «Tenéis que pensar con frecuencia que vuestro principal negocio y lo que Dios os pide par­ticularmente es que tengáis mucho cuidado en servir a los pobres, que son vuestros señores. Si; hermanas mías, son nuestros amos. Por eso te­néis que tratarlos con mansedumbre y cordialidad, pensando que por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios, que por eso Dios ha hecho vuestra Compañia. Tenéis que tener cuidado de que no les falte nada en lo que vosotras podáis, tanto para la salud de su cuerpo, como para la salvación de su alma. ¡Qué felices sois, hijas mías, por haberos destinado Dios a esto para toda vues­tra vida!»47.

Para el señor Vicente, el desheredado es an­te todo una persona que hay que socorrer, cuidar, amar. Su preocupación es la de hacer que los pobres se aprovechen de todos los cuidados re­servados, en su tiempo, sólo a los ricos. Muy pre­ocupado por asegurar a los enfermos las posibili­dades de curación, descubre en primer lugar la so­ledad del enfermo como el aspecto más penoso de la enfermedad; de ahí la insistencia sobre la re­lación personal con el pobre, a ejemplo de Jesús en el Evangelio48. «Se hablan fundado hospitales para la asistencia de los enfermos; algunos religiosos se habían con­sagrado a su servicio; pero hasta ahora no se ha­bla visto nunca que se cuidase a los enfermos en sus casas Si en una pobre familia cala alguno en­fermo, era preciso separar al marido de su mujer, a la mujer de sus hijos, al padre de su familia. Hasta el presente, Dios mío, no habías estableci­do ninguna orden para socorrerlos; y parecía co­mo si tu Providencia adorable, que a nadie falta, no se hubiese cuidado de ellos»49. La con­templación de Jesús, Señor y Maestro, que se ha hecho siervo para enriquecernos con su amor, va a llevar al señor Vicente a dar a sus discípulos un programa de visita a los pobres: «Después de ha­ber saludado a los enfermos de una forma mo­destamente jovial, informarse del estado de su enfermedad, compadecer sus penas y decirles que Dios os envía para ayudarles y aliviarles en to­do lo que podáis, hay que preguntar por el esta­do de sus almas»50.

El señor Vicente va a impulsar esta doctrina, fruto de su experiencia, entrando en los detalles del servicio a los enfermos prescribiendo en el Re­glamento de las Damas de la Caridad la manera de preparar el caldo y las modalidades del servi­cio hecho por amor: «La que esté de día, después de haber tomado de la tesorera todo lo necesario para poder darles a los pobres la comida de aquel día, preparará los alimentos, se los llevará a los enfermos, les saludará cuando llegue con alegría y caridad, acomodará la mesita sobre la ca­ma, pondrá encima un mantel, un vaso, la cu­chara y pan, hará lavar las manos al enfermo y rezará el «benedicae», echará el potaje en una escudilla y pondrá la carne en un plato, acomo­dándolo todo en dicha mesita; luego, invitará ca­ritativamente al enfermo a comer… todo ello con mucho cariño, como si se tratase de su propio hijo, o mejor dicho, de Dios…»51.

c) Ayudándolos, hacemos obra de justicia

Lo que el señor Vicente pide para los enfer­mos, esa gente frecuentemente excluida de la sociedad, lo va a exigir también para los prisioneros, los galeotes, los forzados, esa gente de nada, esos criminales condenados y puestos al mar­gen de la sociedad. A estos pobres, el señor Vi­cente los «ha visto con sus propios ojos» como capellán general de las Galeras reales; por eso, es por lo que muestra a sus discípulos la dicha de ser­virlos con amor y por amor, atrayendo su atención sobre la necesidad de tener con ellos relaciones llenas de dulzura, de bondad, porque es el único medio de hacerles el bien: «Los mismos conde­nados a galeras, con los que estuve algún tiem­po, no se ganan por otro medio; cuando en algu­na ocasión, les hablé secamente, todo se perdió; por el contrario, cuando alabé su resignación, cuan­do me compadecí de sus sufrimientos… cuando besé sus cadenas, cuando compartí sus dolores y mostré aflicción por sus desgracias, entonces fue cuando me escucharon, dieron gloria a Dios y se pusieron en estado de salvación»52.

Después de estas consideraciones sobre el amor que se debe a estos marginados por la so­ciedad, el señor Vicente indica en un proyecto de vida las exigencias de la justicia y del amor ha­cia los galeotes: «Hay que tener cuidado de que todos los galeotes tengan camisa, calzones, ca­sacas, abrigos, gorros y medias; observar tam­bién si hay doble tienda en dichas galeras, pre­guntar si se les da el pan en la cantidad que es preciso, si es bueno, si les dan habichuelas to­dos los días. Sin embargo, hay que informarse de este artículo y de los dos anteriores lejos de la presencia de los oficiales. Informarse de los in­válidos que haya en las galeras y procurar estar en las visitas de los comisarios para solicitar su benignidad»53.

«Socorriéndolos, hacemos obra de justicia y no de misericordia: son hermanos nuestros, esas personas a las que Dios nos manda que ayude­mos; pero hagámoslo por él y de la manera que él nos dice en el evangelio»54. Según él, el espíritu de justicia’, fruto del amor de Dios, se manifiesta en cuatro circunstancias:

  1. La Primera manifestación es la atención a los más desprotegidos. La atención es la base in­dispensable a toda evangelización, el primer pa­so del anuncio del amor de Dios por su pueblo. Toca a las personas, a las realidades socio-cultu­rales, a la presencia y la acción del Espíritu en el mundo. Esta atención a los otros se manifiesta por las visitas y la asistencia: «Se necesita mu­cha circunspección para no herir a nadie, y mu­cha caridad y humildad con el auditorio para dejarlo edificado»55.
  2. La segunda señal es el respeto a la per­sona humana, cuando los pobres son conside­rados frecuentemente como «don nadies». Para el señor Vicente, los pobres son Hijos de Dios, iconos de Jesucristo que, encarnándose, ha da­do su rostro y su ser a todo hombre, particular­mente a los más miserables, a los que están sin voz y no pueden hacerse oír. Por ellos, el señor Vicente defiende su causa, pide ayudas e incluso toma posición política (cf. La Fronda).
  3. La tercera constante del servicio es la voluntad de no ser partidista. El señor Vicente toma siempre partido por los pobres, y aunque lucha para hacer reconocer sus derechos y su dignidad, su acción no es jamás partidista. El no excluye de su caridad a ninguna categoría: dementes encerrados en San Lázaro, religiosas arruinadas por la guerra y expulsadas de sus monasterios, nobles arruinados y reducidos a la mendicidad…56.
  4. La cuarta nota, punto central de todas las cualidades del servicio vicenciano, es actuar. servir, asistir a los pobres con miras al Reino de Dios. Ése es el fruto más puro del amor, la fuen­te del celo’ apostólico. «»Buscad primero el reino de Dios y su justicia»… quiero decir que no basta con obrar de modo que Dios reine en nosotros, buscando así su reino y su justicia, si­no que además es preciso que deseemos y pro­curemos que el reino de Dios se extienda por doquier, que Dios reine en todas las almas, que no haya más que una verdadera religión en la tierra y que el mundo viva de una manera dis­tinta de cómo vive, por la fuerza de la virtud de Dios y por los medios establecidos en su Igle­sia; finalmente, que su justicia sea buscada e imitada por todos con una vida santa…»57.

d. Pasar del amor afectivo al efectivo

Este axioma del señor Vicente nos impulsa, como a él, a no quedarnos con los brazos cru­zados ante los acontecimientos, las necesida­des y las llamadas de nuestros hermanos. Hay que salir de la pequeña periferia, hay que acu­dir corriendo a las necesidades de los pobres co­mo se corre al fuego. Esta espiritualidad de la acción ofrece una gran credibilidad a la voca­ción cristiana y adquiere un permanente carácter de actualidad: «El amor afectivo es la ternura en el amor… un corazón que ama a nuestro Se­ñor no puede sufrir su ausencia y tiene que unir­se con él por ese amor afectivo, que produce a su vez el amor efectivo… Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consiste en el ejercicio de obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido con alegría, con en­tusiasmo, con constancia y amor»58.

Por eso, dirá a los Misioneros: «Démonos buenamente a Dios; trabajemos, trabajemos, va­yamos a asistir a la pobre gente del campo que nos está esperando»59 y también: «Ame­mos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pe­ro que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente»60

Conclusión

En la experiencia del señor Vicente hay una tonalidad para percibir al hombre, que determina su pensamiento y su acción. Esto se manifiesta en la idea, no sólo de no excluir de la Salvación a los pobres, sino mucho más en darles el primer lugar. Lo que ha puesto de relieve el señor Vicente en su época es que el eje Cristo-Iglesia-Pobres es­tá roto. Ya no se cree bastante en el amor de Dios por los hombres, un amor que quiere al hom­bre de pie y lleno de vida. Igualmente, su es­fuerzo de renovación cristiana será abrirnos al amor de Dios por los hombres a fin de enseñar al hombre a amar a Dios y a sus hermanos. «Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres… esta pequeña Compa­ñía de la Misión procura dedicarse con afecto a servir a los pobres, que son los preferidos de Dios. Vayamos, pues, y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de los pobres, y busquemos incluso a los más pobres y más abandonados»61.

BIBLIOGRAFÍA:

Au temps de st. Vincent de Paul et aujourd’hui (Fi­ches), Toulouse. NN 1, 2, 3, 8, 12, 14, 19, 20, 25, 31, 35. 43, 48, 50.

  1. I, 149
  2. 1 Jn 4, 7-8
  3. cf. Os 2, 16-25; 1 Jn 1, 9-14; 4, 8-10; Col 1, 15-20
  4. XI, 552s
  5. Sant 1, 17
  6. Rm 8, 19-30
  7. XI, 51
  8. X, 200-205
  9. XI, 737
  10. 1 Cor 3, 16-17; 6, 19
  11. XI, 411
  12. IX, 274s
  13. IX, 717
  14. cf. Mt 21, 37-39
  15. X, 39
  16. Buen Pastor, curación de los enfer­mos, resurrecciones, diálogos con los amigos y enemigos, preocupación por dar pan a los que tie­nen hambre y perdón a los que se reconocen pe­cadores
  17. Lc 4, 18
  18. XI, 236
  19. IX, 534
  20. XI, 449-456
  21. IX, 915
  22. XI, 555
  23. XI, 263
  24. (XI, 480s
  25. IX, 313
  26. XI ,412
  27. XI, 133s
  28. XI, 429
  29. XI, 414
  30. XI, 64
  31. Esta misma enseñanza la encontramos en el testamento espiritual de Luisa de Marillac: «Tengan gran cuidado del servicio de los pobres y, sobre todo de vivir juntas en una gran unión y cordialidad amándose las unas a las otras, para imitar la unión y la vida de Nuestro Señor» (SLM E. 302).
  32. IV, 228s
  33. IX, 21s
  34. X, 567
  35. I, 174
  36. con­servamos una docena, cuyo prototipo es la conferencia del 22 de octubre de 1650, IX, 496ss
  37. IX, 496s
  38. XL, 548s
  39. XI,71
  40. III, 234
  41. X, 773
  42. IX, 916s
  43. XI, 309s
  44. Abelly, 1, 82
  45. III, 320
  46. cf. Mt. 25, 31
  47. IX, 125
  48. Jn 5, 1-18; Mc 1, 40s; Lc 7, 1 1-16…
  49. IX, 235
  50. IX, 76; cf. Reglas CM, V1,1
  51. X, 578
  52. IV, 54s
  53. X, 377
  54. VII, 90s
  55. VI, 310
  56. cf. XI, 392s
  57. XI, 434s
  58. IX, 534, IX, 593
  59. XI, 316
  60. XI, 733
  61. XI, 273

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