Vida de san Vicente de Paúl: Libro Tercero, Capítulo 11, Sección 1

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis Abelly, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Abelly · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1664.
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Ejemplos notables de la caridad del Sr. Vicente

Para empezar a hacer ver al detalle lo que acabamos de decir en general sobre la caridad del Sr. Vicente, relataremos en esta primera Sección algunos ejemplos de esa virtud, que hemos escogido entre un grandísimo número de otros, de los que está llena la vida del gran Siervo de Dios.

Durante las últimas revoluciones de este Reino, los habitantes de la ciudad de Montmirail se encontraban desolados por el temor al maltrato de los soldados. Y al no saber qué hacer para salvar sus bienes, y para poner a salvo a las personas de las rapiñas y vejaciones de aquéllos, el Sr. Vicente escribió a los Sacerdotes de su Congregación, que residían en aquellos lugares, para que hicieran lo que pudieran para ayudar y aliviar a aquella pobre gente. Pero los Sacerdotes le escribieron que había mucho peligro para ellos mismos, y que, si hacían aquello, corrían el riesgo de perderse. El Sr. Vicente les contestó de esta manera:

«Que había que asistir al prójimo afligido; y que así como Dios les había dado las comodidades que tenían, su Divina Majestad tenía derecho a quitárselas, cuando Le pareciera; pero que socorrieran sin ningún temor a aquel pobre pueblo en todo lo que pudieran».

Así lo hicieron, ayudando a los pobres habitantes a salvar sus bienes de la mano de la gente de guerra, y retirando a su propia casa la mayor parte de los muebles de aquéllos, abandonándose así a la Providencia de Dios por todo lo que les pudiera suceder.

Los Sacerdotes de la Congregación de la Misión, que dirigen un Seminario en tierras de la jurisdicción del Parlamento de Toulouse, estaban metidos en un pleito de cierta entidad relacionado con los asuntos de dicho seminario. El Sr. Príncipe de Conti tuvo la bondad de intervenir para hacerlo terminar; y fue de la opinión de que dichos Sacerdotes lo sometieran a arbitraje en la ciudad de Toulouse. Pues bien, sucedió que un Prelado, interesado en favor del Seminario y que apoyaba a los Sacerdotes de la Misión, no aprobó el arbitraje, y les ordenó que lo rompieran, cosa que los Sacerdotes hicieron saber inmediatamente al Sr. Vicente, y le enviaron la carta que dicho Prelado les había escrito en esa ocasión. Sobre eso uno de los Sacerdotes le había dicho al Sr. Vicente, que debería mostrársele la carta al Sr. Príncipe de Conti, que por entonces estaba en París, para hacerle saber que no eran los Sacerdotes de la Misión los que querían romper aquel arreglo. El Sr. Vicente le respondió:   «No, señor; eso recaería sobre ese buen Prelado; no se debe hacer, porque sería dar motivos al Sr. Príncipe para quejarse de él. Es mejor que nos echemos sobre nosotros ese reproche, y que toda la pena y confusión caiga sobre nosotros, antes que hacer ninguna cosa que pueda perjudicar a nuestro prójimo».

Mas como el mayor efecto de la caridad es exponer la vida por las personas a las que se quiere, como Nuestro Señor nos lo declara en el Evangelio, el Sr. Vicente ha demostrado claramente que poseía esta virtud en el grado más alto de su perfección, al exponer en diversas circunstancias voluntariamente su vida para ayudar y salvar al prójimo.

Algún tiempo después de que los Sacerdotes de la Misión fueran introducidos en San Lázaro, Dios permitió que la enfermedad contagiosa infectara dicha casa, y que el Sr. Subprior quedara afectado. En cuanto lo supo, el Sr. Vicente fue inmediatamente a visitarlo para consolarlo, animarlo y ofrecerle todo lo que dependiera de su servicio; y se le acercó tanto, que percibió el olor de su aliento, y muy a gusto hubiera estado allí, si se lo hubieran permitido. Y en ese mismo tiempo un pobre muchacho quedó también contagiado de la misma enfermedad en la casa de San Lázaro, y como algunos eran de opinión de que habría que llevarlo a SaintLouis, el Sr. Vicente no quiso permitirlo, antes bien, lo hizo retener y medicamentar en San Lázaro, y recomendó expresamente a uno de los Hermanos que cuidara de él especialmente.

Al pasar un día por el arrabal de SaintMartin, vio a seis o siete soldados que perseguían, espada en mano, a un pobre artesano para matarlo. Ya lo habían herido, y, según todas las apariencias, aquel pobre hombre no podía escapar de la muerte. Todos huían, al ver la furia de aquella gente, por miedo a que deseando librar al inocente, no se metieran ellos mismos en el peligro. Pero el Sr. Vicente, sin temor alguno a perder la vida por salvar la de su prójimo e impulsado por el Espíritu de caridad se fue derecho hacia los soldados, se metió entre las espadas haciendo un escudo con su cuerpo para parar los golpes que querían dar sobre el pobre artesano, lo cual le sirvió al perseguido de medio para salvarse, pues los soldados, asombrados por semejante caridad, se detuvieron, y ya serenados por la reconvención del Sr. Vicente, desistieron de su malvada intención.

He aquí otro ejemplo de esa misma virtud, tanto más de notar cuanto que es más rara. Ha llegado a oídos de varias personas, no sólo de su Congregación, sino también de fuera; y el Superior de los Sacerdotes de la Misión residentes en Marsella, ha manifestado haberlo sabido de varias personas en aquella ciudad del modo siguiente: El Sr. Vicente, mucho antes de fundar su Congregación, hizo un acto de caridad muy parecido al que se refiere de San Paulino: se vendió a sí mismo para rescatar de la esclavitud al hijo de una pobre viuda, porque un día halló en las galeras a un forzado que había sido obligado, por esa desgracia, a abandonar a su mujer y a sus hijos en una gran pobreza, y quedó tan movido a compasión por el desgraciado estado a que habían quedado reducidos, que decidió buscar y usar de todos los medios posibles para consolarlos y aliviarlos. Y como no veía ninguno, fue impulsado interiormente por un movimiento extraordinario de caridad a ponerse él mismo en el lugar de aquel pobre hombre para proporcionarle medios, sacándolo de la cautividad, para que fuera a asistir a su afligida familia. Actuó entonces con la habilidad que le sugirió su caridad, con el fin de que lo vieran bien aquéllos de quienes dependía aquel asunto, y habiéndose puesto voluntariamente en aquel estado de cautividad, quedó encadenado con la misma cadena de aquel pobre hombre, cuya libertad había procurado. Pero, al cabo de algún tiempo una vez reconocida la virtud singular del caritativo libertador en aquella ruda prueba, le dejaron libre. Muchos han pensado años más tarde, no sin apariencia de verdad, que la hinchazón de sus pies le había venido del peso y de la incomodidad de la cadena que suelen atar a los pies de los forzados. Y un Sacerdote de su Congregación, aprovechándose de ese hecho, un día se atrevió a preguntarle si lo que se decía de él era verdad, que se había puesto en otro tiempo en el sitio de un forzado. El cambió, sonriendo, de conversación, sin dar respuesta alguna a la pregunta.

Aunque esta acción de caridad sea muy admirable, con todo, podemos decir, por testimonios más seguros, que el Sr. Vicente ha hecho algo más provechoso para la gloria de Dios, empleando su tiempo, sus cuidados, sus bienes y su vida, como él ha hecho, para el servicio de todos los forzados, que no el de haber conseguido la libertad de uno solo; porque conociendo por su propia experiencia las miserias y necesidades de ellos, les ha proporcionado socorros corporales y espirituales, en salud y en enfermedad, para el presente y para el futuro, más grandes y más extensos incomparablemente, que lo que hubiera podido hacer si hubiera estado siempre encadenado con ellos.

Pero no habrá dificultad en creer que haya estado dispuesto a comprometer su libertad externa, y a reducirse a la esclavitud, como San Paulino, para librar a su prójimo, si se considera que ha ido más lejos, y que, a imitación del gran Apóstol San Pablo, él ha querido ser en cierto modo anatema por sus hermanos. Veamos un ejemplo muy notable sucedido en tiempos en que el Sr. Vicente era Capellánlimosnero de la Reina Margarita. Vamos a sacar el relato, en parte, de una Conferencia, que dio a su Comunidad, y, en parte, de lo que se ha sabido después de su muerte por el testimonio de personas dignas de crédito.

«Conocí —dijo el Sr. Vicente— a un célebre Doctor, que había defendido durante mucho tiempo la fe católica contra los herejes, en calidad de teólogo Lectoral, cargo que había tenido en una diócesis. La difunta Reina Margarita lo llamó a su lado por su ciencia y por su piedad, y por ello se vio obligado a dejar sus ocupaciones. Y como no predicaba ni catequizaba, se vio asaltado, en medio de la ociosidad en que vivía, por una fuerte tentación contra la fe. Esto nos enseña, de pasada, qué peligroso es vivir en la ociosidad, tanto de cuerpo como de espíritu. Porque, como una tierra, por muy buena que sea, si se la deja durante algún tiempo sin cultivar enseguida produce cardos y espinas, tampoco nuestra alma puede mantenerse largo tiempo en el descanso y en la ociosidad, sin que experimente algunas pasiones o tentaciones que la inclinan al mal. El Doctor, al verse en un estado tan lamentable, acudió a mi para decirme que estaba siendo atacado por tentaciones muy violentas contra la fe; que sentía horribles pensamientos de blasfemia contra Jesucristo, e incluso de desesperación, hasta el extremo de sentirse impulsado a tirarse por una ventana. Y llegó a tal extremo, que hubo que dispensarle de rezar el breviario y de celebrar la Santa Misa, y hasta de rezar ninguna oración, de modo que, cuando empezaba sencillamente a decir el Padre nuestrole parecía ver mil espectros que le turbaban enormemente. Y su imaginación estaba tan seca y su espíritu tan agotado a fuerza de hacer actos de rechazo de sus tentaciones, que no era capaz de realizar ninguno. Estando, pues, en tan deplorable estado, se le aconsejó esta práctica: que todas y cuantas veces volviera su mano o uno de sus dedos a la ciudad de Roma, o bien, hacia cualquier iglesia, con ese movimiento y con ese acto quería indicar que creía todo lo que la Iglesia Romana creía. ¿Qué es lo que ocurrió después de todo eso? Por fin Dios tuvo compasión del pobre Doctor, quien estando en cama enfermo, quedó libre en un instante de todas sus tentaciones: se le quitó de golpe la venda de oscuridad que cubría los ojos de su espíritu. Comenzó a ver todas las verdades de la fe, pero con tanta claridad, que le parecía sentirlas y palparlas con la mano. Y, finalmente, dándole a Dios amorosas gracias, porque había permitido que cayera en aquellas tentaciones, para librarle luego de ellas con tanta mejora, y darle sentimientos tan grandes y maravillosos de los misterios de nuestra Religión».

Eso es lo que hemos escogido de una charla que el Sr. Vicente dio un día a los suyos sobre el tema de la fe. En él no dice nada del medio del que se sirvió para librar al Doctor de la violencia de sus tentaciones; pero se ha sabido después de su muerte, que aquello sucedió por las oraciones y por el ofrecimiento que hizo a Dios de sí mismo para librar a aquel pobre afligido. He aquí cómo pasó todo según el testimonio que una persona muy digna de fe ha dejado escrito, y que no tenía ningún conocimiento de la charla del Sr. Vicente que acabamos de presentar: «El Sr. Vicente, viéndose obligado a consolar al hombre que le había descubierto sus penas espirituales, le aconsejó que las rechazara, y que hiciera algunas obras buenas para obtener la gracia de quedar libre de ellas. Al poco tiempo de eso, sucedió que ese hombre cayó enfermo, y que en su enfermedad el espíritu maligno redobló sus esfuerzos para perderle. El Sr. Vicente, al verlo reducido a aquel estado deplorable, y temiendo con razón que muriera por la violencia de las tentaciones de incredulidad y de blasfemia, y que falleciera envenenado por el odio implacable que el demonio siente contra el Hijo de Dios, se puso en oración para rogar a la Divina Bondad que quisiera librar al enfermo de aquel peligro, y se ofreció a Dios en espíritu de penitencia para llevar sobre sí mismo, si no las mismas angustias, sí al menos los efectos de Su Justicia que tuviera a bien hacerle sufrir, imitando en ese punto la caridad de Jesucristo, que cargó con nuestras enfermedades para curarnos, y satisfizo por las penas que habíamos merecido. Dios quiso, por un secreto de su Providencia, tomar al pie de la letra la oferta del caritativo Sr. Vicente, y atendiendo a su oración, libró enteramente de la tentación al enfermo, le devolvió la calma a su espíritu, aclaró su fe oscurecida y turbada, y le concedió sentimientos de Religión y de agradecimiento a Nuestro Señor Jesucristo, tan llenos de ternura y de devoción, como nunca había tenido. Pero, al mismo tiempo, ¡oh conducta admirable de la Divina Sabiduría!, Dios permitió que esa misma tentación pasara al espíritu del Sr. Vicente; que, desde entonces, se halló vivamente atacado. Usó de oraciones y de mortificaciones para verse libre, y no tuvieron otro efecto que hacerle sufrir los humos del infierno con paciencia y resignación, sin perder, con todo, la esperanza de que, por fin, Dios tendría compasión de él. Sin embargo, como reconoció que Dios lo quería probar permitiendo al demonio que le atacara con tanta violencia, hizo dos cosas: la primera fue que escribió la profesión de fe en un papel que puso sobre el corazón, como un remedio específico para el mal que sentía; y, después de hacer un acto de rechazo general de todos los pensamientos contrarios a la fe, hizo un pacto con Nuestro Señor: que todas las veces que llevara la mano sobre el corazón y sobre el papel, como así lo hacía a menudo, entendía con aquella acción y con aquel movimiento de su mano, que renunciaba a la tentación, aunque con la boca no pronunciara ninguna palabra, y elevaba al mismo tiempo su corazón a Dios, y distraía suavemente su espíritu de su pena, confundiendo así al demonio, sin hablarle ni mirarle».

«El segundo remedio que empleó, fue hacer lo contrario de lo que la tentación le sugería, tratando de obrar por fe, y de rendir honor y servicio a Jesucristo. Esto lo hizo de modo particular en la visita y el consuelo a los enfermos pobres del Hospital de la Caridad del arrabal de SaintGermain, donde por entonces residía. Este ejercicio caritativo, uno de los más meritorios del Cristianismo, era también el más propio para manifestar a Nuestro Señor con qué fe creía en sus palabras y en sus ejemplos, y con qué amor le quería servir, ya que El dijo Que se le hacía a Su persona el servicio que se le hiciera al menor de los suyos. Dios hizo por ese medio la gracia al Sr. Vicente de lograr un provecho tan grande de aquella tentación, que no solamente no tuvo nunca necesidad de confesarse de ninguna falta que hubiera cometido contra dicha materia, sino que los mismos remedios que usó le sirvieron de fuentes de innumerables bienes que fluyeron de inmediato en su alma».

«Finalmente, pasaron tres o cuatro años en aquella dura prueba, y el Sr. Vicente siempre gimiendo ante Dios bajo la pesadumbre muy lastimosa de aquellas tentaciones. Sin embargo, tratando de fortalecerse cada vez más contra el demonio, y de confundirlo, decidió un día tomar una resolución firme e inviolable de honrar aún más a Jesucristo, y de imitarlo con mayor perfección que hasta entonces y fue: entregarse toda su vida por su amor al servicio de los pobres. En cuanto formó dicha resolución en su alma, por un efecto maravilloso de la gracia, todas las sugestiones del maligno espíritu se disiparon y se desvanecieron. Su corazón, que había vivido tanto tiempo bajo la opresión, se encontró sumido en una dulce libertad, y su alma quedó saturada de una luz tan abundante, que en varias ocasiones confesó que le parecía ver las verdades de la fe con una luz muy especial»

Este fue el final de aquella tentación y el fruto de esta resolución. De ella se puede decir que Dios sacó más adelante, por su gracia, todas las grandes obras que El ha obrado en su Siervo para la asistencia y para la salvación de infinidad de pobres, y para el mayor bien de su Iglesia».

Además de la persona que ha comunicado este testimonio, hay varias más de mérito y de virtud que todavía viven, que han asegurado la misma cosa, como oída al mismo Sr. Vicente, quien les había declarado en confianza lo que le había pasado en aquella circunstancia para sugerirles que usaran de los mismos remedios, a fin de obtener el alivio y la curación de penas espirituales parecidas que ellas estaban sufriendo.

 

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