Vida de san Vicente de Paúl: Libro Segundo, Capítulo 3, Sección 2

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis Abelly, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Abelly · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1664.
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Luis Abelly

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Progresos de la Compañía y frutos conseguidos

Esta Compañía, que había tenido tan buenos comienzos gracias a la sabia dirección del Sr. Vicente, se ha mantenido siempre con nuevas bendiciones que Dios ha derramado por las manos de su fiel siervo. Entre sus primeros frutos podemos contar su multiplicación y crecimiento, que se ha realizado en brevísimo tiempo, de manera que más de doscientos cincuenta eclesiásticos fueron recibidos en vida del Sr. Vicente. Entre ellos se cuentan algunos de mucha categoría, o por su nacimiento, o por su doctrina, y hay más de cuarenta que son doctores por la facultad de París. Pues, aunque el plan del Sr. Vicente y de todos los que la componían no fuera presentarse al exterior, sino más bien el de honrar la vida oculta de nuestro Señor permaneciendo desconocidos, mientras pudieran, trabajando con humildad en las actividades menos apreciadas pero más útiles y provechosas para la salvación de las almas, particularmente de los pobres yendo a catequizar y confesar en los hospitales, en las cárceles, o en las aldeas; sin embargo, Dios no ha querido que esta pequeña ciudad, que había edificado con la mano de su siervo, sobre el monte de la caridad, permaneciera oculta durante mucho tiempo. El es quien la ha puesto en evidencia en varias ocasiones, como lo vamos a ver, con las bendiciones que ha querido derramar sobre sus actividades, y además de eso, la Providencia quiso extraer de ella hasta veintidós prelados tanto arzobispos como obispos, para trabajar utilísimanente, como así lo han hecho y lo siguen haciendo aún en sus diócesis. A ellos podríamos añadir un gran número de vicarios generales, oficiales, arcedianos, párrocos, canónigos, directores de seminarios, superiores, visitadores, confesores de religiosas, que han salido de esta Compañía, y que extienden por todas partes el buen olor de Jesucristo con el ejemplo de sus virtudes.

Hay que señalar que ha sido principalmente del director de esa Compañía, a saber, del Sr. Vicente, de quien se ha extendido esa bendición sobre todos los miembros que la componen, quienes, por la dependencia y la conexión que han tenido por ese medio con el Padre de los misioneros, han participado en cierto modo de las influencias saludables que comunicaba a todo el cuerpo de su Congregación; ya desde el comienzo, había introducido en ella la santa práctica de tener conferencias para conversar sobre las virtudes y sobre las obligaciones de la vida eclesiástica. Así viendo por experiencia el gran bien que obtenía de las conferencias espirituales con el progreso interior de los miembros de su Congregación, pensó que el uso de esas conferencias no sería menos ventajoso para los sacerdotes externos. Y con ese fin las fundó de la forma que hemos dicho en la sección anterior. Hablando sobre esta cuestión cierto día a su Comunidad de San Lázaro dijo:

«Si hay en el mundo algunas personas que están obligadas a servirse y aprovecharse de las conferencias, me parece que son los sacerdotes de la Congregación de la Misión, porque es a ellos a los que Dios se ha dirigido para introducir en el mundo, entre los eclesiásticos, esta forma de conversar sobre las virtudes particulares. Cuando vine a París, nunca había visto semejantes conferencias; al menos, sobre las virtudes propias de su estado especial, y para vivir debidamente en su condición. Es verdad que había academias en las que se trataba de algunos puntos doctrinales, y en algunos lugares, de casos de conciencia. Hace unos cincuenta años que el Sr. Cardenal de Sourdis introdujo en la diócesis de Burdeos esta forma de tratar algunos puntos de teología moral, reuniendo a los párrocos y demás sacerdotes para ofrecerles el medio de instruirse mejor. Tuvo mucho éxito, pero nunca se había visto hasta nosotros que se hablara de las virtudes propias de su estado entre los eclesiásticos del clero; al menos, no lo he visto ni he oído hablar de ello. Es cierto que muchos buenos religiosos observan esta práctica, y que así lo hicieron los antiguos monjes; pero, sea lo que sea, es a esta pobre Compañía a la que Dios ha querido dirigirse en este siglo para establecerla fuera, no sólo como un antídoto adecuado para los buenos sacerdotes, que están expuestos, por el servicio de las almas, al aire corrompido del mundo, sino también para ayudarles a perfeccionarse en su profesión. Así, pues, ha sido a la Congregación de la Misión a la que Dios ha inspirado excitarse y aficionarse, tal como lo hacemos, en la práctica de las virtudes por medio de las conferencias. En ellas se trata de los motivos para adquirir esas virtudes, de su naturaleza, de sus actos particulares, de los medios para practicarlas y, finalmente, de las obligaciones de nuestro estado, tanto para con Dios como para con el prójimo. Esta es la finalidad de las conferencias. ¿Qué sería de nosotros, si fuéramos los primeros en descuidarlas? ¡Qué cuenta tendríamos que dar a Dios, si llegásemos a despreciar unos medios tan útiles y tan eficaces, que aquellos antiguos Padres y Anacoretas abrazaban con tanta avidez, tal como nos refiere Casiano en el libro que sobre ello compuso! He de confesar que, por propia experiencia, no hay nada tan impresionante, nada que conmueva tanto, ninguna cosa de las que digo, leo o veo, que penetre tanto en mi alma como estas conferencias».

Además de los primeros frutos, que han sido internos para la Compañía de los Eclesiásticos que se reúnen en San Lázaro, hay otros muy importantes, que ha producido al exterior. Y, en primer lugar, pueden contarse entre esos frutos los efectos saludables que los buenos ejemplos de los eclesiásticos de esa compañía han producido entre los demás. Porque los señores de la Conferencia, siendo como son en su mayor parte de bastante categoría por razón de su condición, o de su doctrina, o de los cargos y beneficios que tienen en la Iglesia, su vida ejemplar ha influido mucho en otros para moverlos a imitarlos, sea en la modestia de sus hábitos y de sus cabellos, sea en su alejamiento de las compañías y de los modos de obrar del mundo, sea en su dedicación a las obras de caridad y a otras actividades propias de su ministerio, hacia las que han atraído a gran número de otros sacerdotes y los han movido a hacer lo mismo. Todo eso ha sido motivo de edificación en muchos lugares.

En segundo lugar, el Sr. Vicente ha empleado con frecuencia a los más sabios y a los más piadosos de esa Compañía en dar charlas de Ordenación, para que sus exhortaciones, que iban juntas con los ejemplos de su vida, pudieran aprovechar doblemente al gran número de Ordenandos que se encuentran en París de todas las diócesis de Francia, viendo, por un lado, unos modelos perfectos de la forma que debían asimilar, y, de otro, aprendiendo de su boca lo que debían saber y hacer para parecérseles. El Sr. Vicente ha imitado en eso al gran Obrero de la naturaleza, que hace que los frutos de un árbol produzcan otros árboles parecidos, y que los hijos de un padre se conviertan en padres de otros hijos; porque la Compañía de los eclesiásticos, como era una producción de los primeros ejercicios de Ordenación, se ha convertido también en causa de buenos frutos para los que hacen los mismos Ejercicios.

En tercer lugar, los señores eclesiásticos de esa misma Compañía han sido enviados o llamados expresamente a otras diócesis para trabajar en ellas, ya en los Ejercicios de Ordenandos, ya en los Retiros espirituales, que algunos de los Sres. Obispos han mandado hacer a los párrocos, vicarios y a otros eclesiásticos de sus diócesis. Algunos, incluso, han tenido que ir al campo para sus asuntos, y se han servido de la ocasión de sus viajes para reunir a los eclesiásticos de los lugares en donde se hallaban e impulsarlos a tener entre ellos unas conferencias espirituales referentes a sus funciones y actividades, como también a entregarse a la oración mental y a la práctica de las virtudes más propias de su vocación. Y siendo uno de los fines de su Compañía consagrarse, en cuanto puedan, a promover el bien espiritual de los sacerdotes, a menudo, y de forma notable, han contribuido con sus desvelos y con sus limosnas a ayudar los sacerdotes pobres, que se hallan no solamente necesitados, sino también viviendo en el desorden, y así los han llevado a una verdadera conversión, y por ese medio han quitado de la iglesia el escándalo.

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