La misericordia del Sr. Vicente por los pobres forzados de las galeras surgió del conocimiento de dicha miseria por propia experiencia, según afirmó él. Y la caridad que animaba a su corazón no le permitía olvidarlos, a pesar de que vivía sumergido entre importantes ocupaciones que se lo impedían. Una y otra vez dirigía su pensamiento al alojamiento que les había procurado junto a la iglesia de san Roque. Allí los visitaba con el afecto, al no poder hacerlo de modo efectivo por falta de tiempo. Pero considerando que esta caritativa iniciativa no podría subsistir largo tiempo sin alguna renta segura y sin una casa propia, porque la habitada por los galeotes era de alquiler, resolvió trabajar, con ayuda de la Providencia, para poner remedio conveniente a dichas necesidades
Para ese fin solicitó e hizo solicitar al difunto Rey Luis XIII, de gloriosa memoria, y a los Sres. Regidores municipales de la ciudad de París, que aprobasen y consintiesen que la antigua torre, situada entre la Puerta de Saint-Bernard y el río, fuera destinada para albergue de los pobres encadenados. Accedieron a su petición el año 1632, e inmediatamente fueron conducidos a ella. Durante algunos años sólo pudieron subsistir gracias a las limosnas de las personas caritativas. El Sr. Vicente por su parte, no queriendo ser importuno, solamente atendía a la asistencia espiritual, mandándoles sacerdotes de su Congregación, que vivían en el Colegio de Bons-Enfants, para decirles la Santa Misa, y para instruirlos, confesarlos y consolarlos; y en ocasiones invitaba a personas de virtud y de condición, para que fueran a visitarlos y a procurarles algún favor
La Señorita Le Gras no fue de las últimas en prestarles toda clase de servicios caritativos, y en ayudarlos con sus propias limosnas. Y como por entonces ya era superiora de la Cofradía de la Caridad de la parroquia de San Nicolás du Chardonnet, al Sr. Vicente se le ocurrió si no sería conveniente que ella propusiera a las señoras de aquella Cofradía, que distribuyeran a los pobres galeotes, alojados en la misma parroquia, parte de las limosnas de la Caridad. He aquí en qué términos el Sr. Vicente le propuso aquella buena obra por medio de una breve carta:
«La caridad con los pobres forzados es de un mérito incomparable ante Dios. Ha hecho usted bien en asistirles; y hará bien, si continúa asistiéndolos en la forma que pueda, hasta que nos veamos, cosa que será dentro de dos o tres días. Piense un poco si la Caridad de san Nicolás se podría encargar de eso, al menos durante algún tiempo. Les ayudarían ustedes con el dinero que les sobra. Pero ¿qué? Eso es difícil, y eso es lo que me hace sugerirle esta idea a la buena de Dios»
Fue durante varios años el proveedor de aquellos pobres desgraciados. Su casa era la que contribuía a las necesidades corporales, así como a las espirituales de aquellos desgraciados. Hasta que la Divina Providencia quiso inspirar a una persona rica, que murió hacia el año 1639, dejar en testamento seis mil libras de renta, para que las aplicara la Sra. N., hija y heredera suya, siguiendo el consejo de algún eclesiástico, para alivio de los criminales condenados a galeras. El Sr. Vicente, no sin molestias, después de haber hecho muchas solicitudes, y sufrido varias negativas de parte del marido de la señora, obtuvo por fin de él y de ella, por mediación del difunto Sr. Molé, por entonces Procurador General, que asignaran fondos suficientes para asegurar la renta, y así lo hicieron. Esta señora conoció por el Sr. Vicente el estado deplorable a que estaban reducidos los forzados, antes de que nadie cuidara de ellos, y cuán importante era perpetuar la ayuda. Tomó ella con mucho interés este asunto, y consintió, después de haber hablado varias veces con él, que el Procurador General tuviera la administración temporal a perpetuidad. Más tarde quiso que hubiera Hijas de la Caridad destinadas al servicio de los pobres forzados, en especial de los enfermos, e hizo asegurar su sostenimiento con la misma renta de seis mil libras. Como se pretendía que los Señores Eclesiásticos de san Nicolás du Chardonnet fueran los encargados de administrar los sacramentos a aquella pobre gente, y de enterrar los muertos, porque vivían en aquella parroquia, el Sr. Vicente aseguró que la carga resultaba muy grande; y algunas señoras, puestas de acuerdo con el Sr. Vicente, lograron que les concedieran trescientas libras de renta a condición de decirles la Santa Misa, de darles charlas y catequesis, y prestarles otros servicios espirituales. Los de San Nicolás siempre han cumplido, y cumplen aún hoy, muy dignamente y con una gran caridad ese cometido. Pero eso no ha impedido que el Sr. Vicente haya hecho dar misiones de vez en cuando a los pobres encadenados, particularmente, cuando se acumulaban en gran número, y cuando estaban para ser llevados a las galeras, y así consolarlos y disponerlos a hacer buen uso de sus tribulaciones
Parecía que no se podía hacer nada más para el alivio de los pobres forzados, y un corazón menos abrasado de caridad que el del Sr. Vicente se hubiera contentado con haberles procurado aquel retiro espiritual, con todas las ayudas corporales y espirituales que allí recibían. Pero el amor que les tenía no le permitía abandonarlos, ni separarse de ellos. Los acompañó con su caritativa abnegación hasta Marsella, y allí los encontró en un estado todavía más miserable que el que sufrían en París antes de ser aliviados por el Sr. Vicente. Porque los que caían enfermos, estaban siempre atados a la cadena de las galeras. Allí eran roídos por la miseria, extenuados por los dolores, y poco menos que consumidos por la podredumbre y la infección. El compasivo corazón del Sr. Vicente quedó sensiblemente conmovido al ver a unos hombres hechos a imagen de Dios en una miseria tan extrema, y a unos cristianos reducidos a morir como animales. Aquello le hizo acudir al Sr. Cardenal de Richelieu, por entonces General de Galeras, y a la Señora Duquesa de Aiguillon, sobrina suya. Después de exponerle el estado de los desagraciados forzados, y la extrema necesidad de un Hospital para recogerlos y atenderlos, cuando cayeran enfermos, su piedad logró que se construyera uno en Marsella. Han contribuido también mucho a este hospital con sus desvelos y su solicitud el difunto Sr. Gault, obispo de Marsella, su memoria es bendita, y el difunto Sr. Caballero de Simiane de la Coste, gentil-hombre provenzal muy caritativo. Pero como no era suficiente con tener una casa sin renta, al Sr. Vicente, después de la muerte de Luis XIII, lo llamó la Reina Regente para que diera su parecer en los asuntos eclesiásticos y en otras obras piadosas, y movió a Su Majestad a actuar de forma que el Rey, su hijo, felizmente reinante, fuera el fundador del Hospital: así lo hizo por Letras Patentes del año 1645. Por ellas Su Majestad asignó al Hospital doce mil libras de renta anual, que habían de tomarse de las gabelas de Provenza. Y ordenó que los Sacerdotes de la Misión, ya establecidos en Marsella, como lo diremos más adelante, se encargaran de la dirección espiritual del Hospital a perpetuidad, según las facultades que les había otorgado el Sr. Obispo, y que detentaran perpetuamente la dirección temporal del hospital conjuntamente con cuatro de los principales y más celosos burgueses de la ciudad. Finalmente, para que las galeras estuvieran en lo sucesivo dotadas de buenos capellanes, Su Majestad dispuso por las mismas Letras arriba mencionadas, que el superior de la casa de la Misión de Marsella pudiera nombrarlos, y también destituirlos, cuando hubiera necesidad, y hasta a obligarlos a vivir en comunidad en su casa, cuando las galeras tuvieran la base en el puerto de Marsella. Así podrían, con los actos que practicaran, desempeñar bien las funciones de capellanes. A tal fin, Su Majestad unió a perpetuidad el cargo de Capellán Real a la Congregación de la Misión, para que los misioneros que estuvieran empleados en procurar la salvación de los forzados tuvieran todo el poder necesario para trabajar con más fruto y bendición
El Sr. Caballero de la Coste sentía tal celo por aquella fundación, que fue expresamente a París con el fin de solicitar la expedición de las Letras; y las obtuvo gracias a la recomendación del Sr. Vicente. He aquí con qué términos le escribió en 1645:
«Le escribo para informarle sobre la marcha del Hospital, a cuya fundación ha contribuido usted tanto. En mi última ya le había indicado cómo,después de muchas resistencias, con la ayuda de Nuestro Señor, nos han concedido los enfermos de las galeras. En verdad, no sabría expresarle la alegría que reciben los pobres forzados, cuando se ven trasladados de ese infierno al Hospital: lo llaman cielo. Sólo con ingresar vemos que se curan de la mitad de sus males, porque les limpian la miseria con que llegan cubiertos, les lavan los pies y los ponen en una cama algo más blanda que la madera sobre la que suelen estar echados. Quedan muy emocionados por verse acostados, servidos y tratados con algo más de caridad que en las galeras, adonde hemos devuelto a gran número de convalecientes, que, de otra forma, estarían muertos. Señor, verdaderamente podemos decir que Dios ha bendecido esta obra, lo cual se echa de ver no sólo por la conversión de los malos cristianos, sino también de los turcos que solicitan el bautismo»
Con el tiempo, a la mayor parte de las galeras las han trasladado de Marsella a Toulon, y también se ha trasladado la atención de los enfermos, alquilándose para tal fin una casa donde recogerlos. Ordinariamente hay allí un sacerdote de la Misión, que los asiste espiritualmente, y que vela para que se les dote de todo lo necesario para el alivio de los cuerpos en sus enfermedades.