(27.08.60)
Nuestro venerado padre, después de la invocación del Espíritu Santo, dijo:
Mis queridas hermanas, el motivo de esta reunión es la elección de las oficialas. Como sabéis, teníamos la costumbre de señalar unos puntos, para que cada una pensase delante de Dios lo que tenía que hacer sobre un tema determinado. Me hubiera gustado mucho oíros decir las razones que tenemos para hacer bien esta elección; en segundo lugar, cuáles son las cualidades requeridas en una oficiala; en tercer lugar, cómo hay que proceder en esta elección.
Pero mientras veníais, ha venido a verme una persona distinguida, que me ha entretenido, y ahora está ya urgiendo el tiempo. Os ruego que me perdonéis; íbamos a tardar demasiado y tendremos que dejarlo. No os haré ninguna pregunta.
En cuanto al primer punto, hijas mías, diré una razón para que la juzguéis vosotras mismas: es que todo el bien de vuestra Compañía, como el de todas las demás, depende de las oficialas todo depende de ellas. Podéis juzgarlo vosotras mismas. Todo el bien de la Compañía, tanto de hombres como de mujeres dependen de sus superiores y superioras. Por el contrario, las cosas caen en el mayor desorden cuando los superiores abandonan su oficio, quieren gobernar de otra manera distinta de como deben hacerlo y seguir sus propios criterios. ¡Ay, hijas mías!, si hay una Compañía que tiene necesidad de buenas oficialas, es la Compañía de la Caridad, debido a la diversidad de espíritus y porque es necesario que sirvan para aconsejar a los superiores y les den su voto. Es preciso tener una cabeza organizada. Hasta ahora, gracias a Dios, las hermanas que han sido llamadas al Consejo han obrado por el Espíritu de Dios. Pues, desde que se ha acudido a ellas, ha ido todo bien, gracias a Dios. Si no hubiera sido así, si esas hermanas no hubieran obrado por el espíritu de Dios, ¿qué habría pasado? Después que el Señor quiso llevarse a esta gran sierva de Dios, no ha cambiado nada, hijas mías, como podéis ver. Se las ha llamado y todas han demostrado que tenían gracia de Dios; y también obraron bien todas las que les precedieron. Y en algunas ocasiones, cuando parecía que estaba todo perdido, han sabido dar buenos consejos que han salvado la situación. Cuando surgía la ocasión de opinar sobre ciertas dificultades, ellas han dado su parecer sin mirar para nada a las criaturas. Pues, aunque a veces la señorita no era de su misma opinión, no por eso dejaban de decir lo que pensaban delante de Dios. Y todo ha resultado bien, gracias a Dios. No es que yo quiera decir que no tienen imperfecciones; no, ni mucho menos, no hay nadie que no las tenga v también ellas tendrán que dar cuenta a Dios.
En cuanto a los medios para conocer a las hermanas indicadas para ser oficialas, la primera señal es que sea una hermana nacida de buena familia, de personas de bien, una mujer prudente en su juventud, que haya sido ejemplar en su parroquia, reconocida como tal, y luego que haya sido edificante en la Compañía y haya vivido como verdadera hija de la Caridad, en la observancia de las reglas, una buena hermana que haya dado ejemplo en todo. No sirven las que no sean verdaderas hijas de la Caridad, que siguen unas máximas totalmente contrarias al espíritu de la Compañía, que se empeñan en seguir sus sentimientos y opiniones; hijas mías esas hermanas no sirven.
Pero, padre, me diréis, si viéramos a algunas que hubieran vivido en contra de la observancia de las reglas, ¿las podríamos elegir como oficialas? ¡Oh, no! Si no se encontrase a otras, podrían pasar; tendrían que ser unas que hayan faltado raramente, no muchas veces. Es imposible no caer en alguna falta, no hay nadie que no falte en alguna ocasión.
Pero, en fin, ¿cuáles serán los medios para llegar a esta elección? Hijas mías, hemos tenido muchas reuniones y se ha examinado a aquellas que parecen tener las cualidades requeridas. En algunas de ellas parece ser que habría algo que desear, pero poco. Se han estudiado todos los problemas que pudieran surgir por fuera. Dios tendrá que bendecir lo que hagamos. Si no encontramos a algunas hermanas perfectas, él bendecirá nuestra buena intención. Finalmente, hay que tener en cuenta las cosas que se refieren a las hermanas, a propósito de las cualidades requeridas en aquellas sobre las que hay que poner los ojos para proponerlas.
En primer lugar, es menester que sean hermanas de sentido común; pues tenéis que saber que no hay que fijarse solamente en hermanas que hagan bien su oficio, sino en hermanas capaces de dar su opinión sobre las cosas que hay que hacer. Resumiré las cualidades que se requieren para ser oficialas y superiora. Helas aquí.
Primero, en cuanto a la edad, tiene que ser la superiora de treinta años y que haya pasado diez en la comunidad, pues se necesitan cabezas tan fuertes que las más jóvenes no podrían resistir. En cuanto a las oficialas, necesitan al menos veintiocho años de edad y ocho en la comunidad; porque mirad, hijas mías, entre las razones que os obligan a escoger buenas oficialas, es que las oficialas tienen que ser llamadas al consejo, en el que se decide todo. Mirad, hijas mías, todo lo que se hace pasa por allí: nos reunimos y se pide el parecer de las hermanas. Cuando vivía la señorita Le Gras, se hacía así; estaba el padre Portail, la señorita, las hermanas y yo; nos reuníamos y se proponía lo que había que hacer; se pedía el parecer de las hermanas v cada una de ellas daba su opinión, y luego nosotros la nuestra; y nuestras hermanas no tenían para nada en cuenta la opinión de los demás y a veces eran contrarias a la opinión de la señorita y de los otros; lo único que se miraba era la voluntad de Dios. Pues bien, hijas mías, os digo todo esto para que veáis la grandeza de vuestra condición y alabéis a Dios. Suponiendo entonces, hijas mías, que las hermanas están destinadas al gobierno de la Compañía junto con el superior general de la Misión, juzgad cuán necesario es que esas hermanas sean virtuosas, tengan sentido común, v lo que es principal en su oficio sean muy humildes; pues lo que no se hace con humildad no sirve de nada; una hermana que no hace las cosas por espíritu de humildad no es hija de la Caridad más que de nombre.
Pero, padre, me diréis, cuando vivía la señorita Le Gras, ¿daba también su parecer de esta manera? Sí, hijas mías, así es como se hacía; pero es menester que sepáis que nunca se decían las faltas en detalle. Se decía en general: «Esa hermana tiene tal defecto, que es preciso remediar», pero nunca en detalle.
Esto por lo que se refiere a las oficialas. Es menester que tenga veintiocho años de edad y ocho de comunidad; porque, hijas mías, no es cuestión de poner en este cargo a unas hermanas recién llegadas que no conocen todavía las reglas.
Las demás, para tener derecho a dar su voto, tienen que llevar seis años en la comunidad. Otras veces bastaba con cuatro años, pero la experiencia nos ha demostrado que no es suficiente.
Así pues, hijas mías, las que llevan más de ocho años pueden ser elegidas oficialas. Es que las cualidades de esa edad son las más seguras. Veintiocho años de edad y ocho de Compañía. La verdad es, hijas mías, que hay motivos para esperar que las oraciones de la difunta señorita Le Gras nos ayudarán a obtener de Dios la gracia de escoger buenas oficialas. Con la ayuda de Dios y la del superior general, tenéis motivos para esperar que todo irá bien, con tal que la Compañía se mantenga en la humildad y en el deseo de corregirse.
Si me decís: «Padre, ¿quién podrá sostener a la Compañía de la Caridad?, os diré, hijas mías, que es la humildad. ¿Y qué más? La humildad. Nada más que eso, junto con un desprendimiento total de todas las cosas de la tierra. De modo que no tenéis que mirar más que a Dios, que es el que os ha llamado a ella. Sí, Dios la conservará mientras os mantengáis en la humildad.
«Pero, padre, me diréis, vaya el grano. ¿En quién piensa usted como superiora y de dónde sacar a una hermana que pueda ser elegida?». Mis queridas hermanas, en cuanto a la superiora, he aquí lo que ocurrió durante una enfermedad de la señorita Le Gras, no ya en la última, pues como sabéis no tuve la dicha de verla, sino en la anterior. Le pregunté: «Señorita, ¿no ha puesto usted los ojos en alguna de sus hijas para que ocupe su lugar?». Ella pensaba unas veces en una, otras en otra, hasta que al final me dijo: «Padre, lo mismo que usted me escogió a mí por la divina Providencia, me parece que, tratándose de la primera vez, no es conveniente que sea por pluralidad de votos, sino que la nombre usted directamente por única vez. En cuanto a mí, creo que sor Margarita Chétif estaría muy indicada para ello. Es una hermana que ha demostrado mucha prudencia en todo y a la que todo le ha salido bien. Donde está, que es en Arras, ha hecho mucho bien y se ha mostrado muy animosa con los soldados». Porque, hijas mías, se necesita una buena cabeza, de modo que quedamos en eso. Yo en esto me atengo a su parecer. Por consiguiente, será superiora sor Margarita Chétif. Hay otras que también podrían serlo perfectamente; pero me parece conveniente seguir su consejo; lo hago solamente por esta vez.
En cuanto a las oficialas, voy a proponeros a seis, dos para cada oficio. No ha sido ocurrencia mía, sino que las hermanas que han sido asistentes han dado su parecer, y las han puesto en parejas, para imitar a los apóstoles en la elección que hicieron de un apóstol en lugar de Judas. Por consiguiente, hijas mías, tenéis que ver delante de Dios a la que está más indicada para ello. Pero es menester que tengáis mucho cuidado en no dar vuestro apoyo a las que sean más conformes con vuestra inclinación. Al contrario, haced el propósito de no tener en cuenta más que a Dios.
Las tres oficialas tienen que ser las siguientes: la primera es la asistente; la segunda, la tesorera; y la tercera, la despensera. Pues bien, hemos mirado por todas partes y hemos pensado mucho en ello delante de Dios. No se trata de una designación que se deba a ocurrencia humana. Se trata de proceder de la misma forma que los apóstoles. No sois vosotras ni yo quienes las hemos escogido, sino Dios, con el parecer de nuestras antiguas oficialas, del padre Dehorgny y mío.
En Santa María se suele hacer lo siguiente. Se hace una lista de las hermanas que juzgan idóneas. El superior, la superiora, las hermanas, para elegir dan cada una su voto a alguna de las propuestas; si ellas están conformes, ya está todo; a todas les parece bien lo que se ha hecho. Nosotros lo haremos también así. Aquí está la lista de todas las que han sido juzgadas más idóneas.
En primer lugar, se cree que son idóneas para asistenta la hermana Juliana y la hermana Juana Cristina; para tesorera, la hermana Luisa Cristina y la hermana…; para despensera, la hermana Felipa y la hermana María Donjon. Cada una irá diciendo cuál es la que delante de Dios cree más adecuada.
A continuación, las hermanas que salían del cargo pidieron perdón por las faltas y por los malos ejemplos que pensaban haber dado a la Compañía durante el tiempo de su cargo. Nuestro venerado padre les dijo lo siguiente:
¡Dios las bendiga, hijas mías, y les pague la caridad que han mostrado con la Compañía! Lo habéis hecho muy bien, lo mismo que todas las hermanas que os han precedido. Pero hacéis bien en pedir perdón, pues es imposible no cometer algunas faltas. Hijas mías, alegraos y pedid a Dios que nos dé buenas oficialas.
Luego las hermanas fueron dando su voto y nuestro venerado padre dijo al final:
Hijas mías, la pluralidad de votos ha caído en la hermana Juana Cristina. Pero es preciso que sepáis que nos costará mucho y habrá muchas dificultades en sacarla de donde está, pues los señores de Sedán no la dejarán marchar, tanto más cuanto que desde hace poco les han dado una ocupación extraordinaria, que es el cuidado de las personas recién convertidas. Pues bien, ¿cómo podremos sacarla de allí? Aquellos señores no lo permitirán. ¿Qué vamos a hacer entonces? Hijas mías, cuando una persona que ha sido elegida no puede desempeñar su cargo, bien sea por enfermedad o por algún otro motivo, la suerte recae en aquella que fue propuesta junto con ella. Así pues, quedan elegidas sor Juliana para asistente, sor Luisa Cristina como tesorera y sor Felipa como despensera. Hemos de aceptarlas tal como resulta de la elección. En cuanto al cargo de superiora, la hermana Margarita Chétif. Ella todavía no sabe nada de esto. Pero le escribiremos.
Por consiguiente, la hermana Chétif como superiora, como asistenta la hermana Juliana Loret, como tesorera la hermana Luisa Cristina y como despensera la hermana Felipa Bailly. Todo está en orden. Bien, hijas mías, demos gracias a Dios.
Me olvidaba de deciros que hay que cambiar todos los años a las oficialas una tras otra, y a la superiora cada tres años.
Bien, hijas mías, demos gracias a Dios y agradezcámoles con todo nuestro corazón las gracias que han concedido a la Compañía. Hijas mías, os pido con todo interés que renovéis desde ahora el propósito que habéis hecho de entregaros a Dios de nuevo. Hijas mías, si sois fieles a Dios y al cumplimiento de vuestras reglas, ¡qué alegría daréis a la señorita Le Gras, al padre Portail y a todas nuestras buenas hermanas que están ahora en el cielo rezando por vosotras!
Sí, mis queridas hermanas, la señorita Le Gras reza por vosotras desde el cielo y no os será de menos utilidad allí que en este mundo; más aún, os seguirá ayudando todavía más, con tal que seáis fieles a Dios. Os suplico, hijas mías, con todo interés que sepáis guardar el secreto y que no digáis a nadie nada de lo que acabamos de hacer; pues, como ya os he dicho otras veces, los asuntos de Dios que salen por fuera ya no son asuntos de Dios.
Ruego a su bondad que derrame sobre vosotras sus gracias para que seáis fieles en hacer lo que él pide de vosotras. Así se lo suplico con todo mi corazón.
Benedictio Domini nostri…
Sancta Maria, succurre miseris…







