1653. Conferencia de Vicente de Paúl a las Hijas de la Caridad sobre la práctica de pedir permiso. Vicente dice que la ventaja de hacer algo con permiso es que se hace por obediencia, lo que es cumplir la voluntad de Dios y hace feliz. Vicente explica que no hay que pedir permiso para hacer lo que mandan las reglas y sí hay que pedirlo para hacer lo que no mandan.
1656. Consejo de la Compañía de las Hijas de la Caridad en San Lázaro al que asisten, además de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, el P. Antonio Portail y cuatro o cinco hermanas. Se plantean dos cuestiones: ¿qué hacer con una madre y su hija, que están a prueba para ingresar en la Compañía y no parecen apropiadas? y ¿se debe readmitir a María Joly?. Respecto a la primera cuestión, se trata de la hermana del Sr. Tholard, la Sra. Auclerc, y la hija de esta, que han sido recibidas a prueba siguiendo las órdenes del propio Vicente. Luisa de Marillac dice que es de temer que no podrán hacer las tareas propias de las Hijas de la Caridad porque la madre tiene una indisposición notable del olfato y la hija tiene una enfermedad de la vista que puede dejarla ciega. Añade que la madre, al no querer separarse de su hija, propone que, si solo ella es admitida, se le dé pensión a su hija. Vicente de Paúl dice que seguramente no hay vocación, pues cuando Dios llama a alguien a una Compañía le da las gracias necesarias de cuerpo y espíritu. Tampoco le parece conveniente que se le dé pensión a la hija. Luisa le dice a Vicente que si le parece oportuno recibirlas para contentar al Sr. Tholard, se hará. Vicente dice que no y que él se lo explicará al Sr. Tholard. La otra cuestión se refiere a la readmisión de María Joly, que tras estar catorce años en la casa de Sedán y regresar a París, había tenido dificultades para adaptarse a las prácticas de la comunidad y, reclamada por la Señora de Bouillon, con la que se sentía obligada, había dejado la Compañía para servir a los pobres, arrepintiéndose de ello desde el primer día de su salida por lo que pedía su readmisión. Vicente da como razones para comportarse como el padre del hijo pródigo: que se trata de una persona que se ha desorientado de su buen camino; que, penitente, está arrepentida; que hace mucho que es de la Compañía y ha servido mucho a los pobres; que varias hermanas pueden sentirse muy tristes si no se la recibe. Como razones en contra, Vicente menciona el temor de que, habiendo estado lejos de sus superiores, cause dificultades y no se someta a las observancias precisas y que se haya acostumbrado a seguir su propia voluntad. Todos se decantan en favor de readmitirla. Pero, como el motivo que parece pesar más es que si no se hace las hermanas dirán que no hay seguridad en la Compañía, Vicente, que también es favorable a la readmisión, se opone con energía a este motivo, diciendo que nunca hay que pararse en el qué dirán, pues a menudo es la causa de que el vicio sea autorizado y la virtud vilipendiada. Continúa diciendo que mientras la Iglesia se mantuvo en el primer rigor de no soportar a los que habían caído en falta, se conservó en un gran fervor, pero al relajarse y tolerar los pecados de los que se arrepentían, dejó su fervor y llegó al estado actual. Vicente, continuando su línea argumental, dice que los superiores deben actuar como los cirujanos que cortan un miembro gangrenado y que por cada hermana que echaba a perder a las demás que es expulsada, vendrán tres, cuatro o cinco nuevas a sustituirla. Vicente concluye que de ningún modo aceptará el qué dirán como motivo de la readmisión.
1662. Desde París, el superior general de la Congregación de la Misión, P. Renato Alméras, primer sucesor de Vicente de Paúl, envía una circular a la Congregación en la que expresa su alegría por la unanimidad con la que todas las casas son partidarias de poner de una forma especial a la Congregación bajo la protección de la Santísima Virgen, expone como debe ser la devoción a la misma de los hijos del señor Vicente y formula en los siguientes términos la conclusión práctica: «Renovar todos los años, el día de su gloriosa Asunción, una oblación común de nuestros corazones, llenos de reverencia, de veneración y de confianza en su bondad maternal, para ser considerados dignos de ser presentados por ella a su Hijo Nuestro Señor, como víctimas completamente consagradas al amor de Dios y del prójimo». Con la circular se adjunta el texto del acto de consagración que, desde entonces, se repetirá cada 15 de agosto en todas las casas de la Misión.
1914. En París, se inicia la XXVII Asamblea General de la Congregación de la Misión. Ese mismo día de 1861 y 1867 comenzaban la vigesimoprimera y la vigesimosegunda Asambleas Generales.
1918. En Ourmiah, Archad Homayoun, jefe musulmán, entra en la habitación del delegado apostólico de Persia, Mons. Santiago Emilio Sontag, que le había salvado y hospedado, y le dice que va a hacer que lo fusilen. Mons. Sontag estaba rezando, pues los kurdos, que son la vanguardia del ejército turco, han entrado en la ciudad y no se hace ilusiones sobre lo que va a suceder. Al salir, ve llorar junto a su puerta a mujeres arrodilladas; se detiene y le da su cruz pectoral a una de ellas. Ya en el patio de la iglesia, el delegado apostólico es abatido de dos disparos. A algunos metros de distancia, otro paúl, el P. Natanael Dinkha, es masacrado a sablazos. Dos más, los padres Miraziz y L’Hôtellier, y miles de cristianos también van a ser víctimas de la furia de los kurdos. Mons. Sontag nació el 7 de junio de 1869 en Dinsheim, en la diócesis de Estrasburgo y entró en el seminario interno de la Congregación de la Misión el 24 de septiembre de 1887. Su consagración episcopal tuvo lugar el 28 de agosto de 1910 en París, en la capilla de la Casa Madre. Antes de ello ya había trabajado en Persia como profesor y enseñando el catecismo y había sido director del colegio de Teherán.