San Vicente de Paúl y los Gondi: Capítulo 09

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Régis de Chantelauze · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1882.
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Capítulo IX

Altercado del general de las galeras con el gobernador de Toulon. – Singular predicción de la hermana Margarita del Santísimo Sacramento, confirmada por el cardenal de Retz. – Muerte e la señora de Gondi. – Vicente de Paúl. – Dolor del general de las galeras. – Su entrada en el Oratorio.

Poco tiempo después de fundar la obra de las Misiones, Manuel de Gondi, fue a Toulon donde le llamaban sus funciones de general de las galeras. A penas llegado, tuvo, con el gobernador de la ciudad, señor de Saint-Cannat, hijo del marqués de Soliers, de la familia de Forbin d’Oppède, un fastidioso altercado, que por muy poco no llegó a consecuencias muy graves. El Mercure français enmudece ante este asunto, que fue sin duda callado por orden de la corte; pero nosotros hemos descubierto un relato de ello con todo detalle en las Memorias inéditas del P. Batterel, del Oratorio, que él mismo lo había copiado de los manuscritos de un consejero en el Parlamento de Aix, el célebre Claude de Peiresc, Mecenas y amigo de la mayor parte de los sabios y literatos de su tiempo. El general, a su regreso de un paseo por mar1 que había dado a bordo de la galera real, escoltado de la Guisarde, se sorprendió mucho al no ser saludado, como de costumbre, por el cañón de la ciudad, y muy pronto supo que el gobernador, para impedir que este honor le fuera tributado, había puesto bajo llave las pólvoras y las municiones. En esto, el señor de Saint-Connat, fua a visitar al general de las galeras; pero, por miedo a alguna represalia, se hizo acompañar por tres o cuatro guardias, revestidos de casacas y armados de carabinas que le escoltaron hasta la puerta de la habitación del sr de Gondi. El general se quejó amargamente de este proceder al comendador de Forbin, padre del gobernador, pretendiendo que su hijo no sólo no tenía derecho de presentarse en su casa con una escolta en armas, pero todavía menos de pasar de estas maneras por delante del estandarte de la galera real. «Ellos respondieron a esta actitud, el padre con bastante frialdad, y el hijo de una manera bastante seca, diciendo que podría abstenerse si quería de ir más a su casa, ya que no quería proporcionarle los guardias, pero que de no mostrarse con ellos delante de la galera real, eso no lo haría. Y en efecto, hizo como que iba de paseo, y dijo luego, en una compañía de damas, delante del sr general, que acababa de dar una vuelta por el puerto y que allí hacía mucho calor. A lo cual, el sr de Gondi replicó bastante alto que si volvía a pasar al día siguiente, haría todavía más calor para él»2.

Como segunda respuesta a esta bravata, el general mandó apresar por la gente de sus galeras a un casaca que paseaba por la ciudad, le hizo despojarse de su casaca y dio orden de arrojarla al mar. El gobernador cruelmente herido por esta afrenta, «llamó a los cónsules y les ordenó que armaran los cuarteles para impedir, decía, que la autoridad del Rey fuera violada en su presencia y, por su parte, el sr de Gondi, sabiendo lo que se tramaba, dio orden a sus galeras que volvieran las proas contra la ciudad»con el fin de hacer fuego a la primera señal. Los cónsules aterrorizados por el cariz que iba tomando el asunto, acudieron en seguida al sr de Gondi, asegurándole que se habían negado a obedecer las órdenes del gobernador, a quien, según decían, habían declarado «que, si se trataba del servicio del Rey, no se detendrían a pensarlo, pero que, para vengar una querella particular entre dos personas que les eran igualmente respetables, ellos no querían acudir a las armas y poner a toda la ciudad en llamas. El sr de Gondi mandó al punto devolver las proas a su posición ordinaria».3

Poco después de este incidente, el gobernador se fue a su tierra de Soliers, a dos leguas de Toulon, y pocos días después dijo a un gentilhombre, que repitió estas palabras al sr de Gondi, «que se extrañaba de que se comportaran así en la ciudad mientras que se debía saber que él estaba en el campo»4. El general, tomando estas palabras por un desafío, se dirigió secretamente hacia Soliers y encargó a un campesino del lugar que fuera a decirle de su parte al sr de Saint-Cannat «que había encontrado al sr de Gondi en la caza, y que si quería ser de la partida, él tendría su parte de placer en ello». Entre tanto, algunos oficiales de las galeras, amigos del general, inquietos por su ausencia, y sospechando que había ido a provocar al sr de Saint-Connat, se fueron con toda prisa a Soliers y, a fuerza de insistencia y de ruegos le obligaron a volverse a Toulon. Llegado cerca de la ciudad, el sr de Gondi rogó a sus oficiales que no lo acompañaran más allá y se presentó solo seguido de uno de sus amigos y de algunos lacayos. A su vista, los soldados del cuerpo de guardia «saltan a las armas» y, la pica en mano, le esperan sin saludarle. El sr de Gondi, sospechando un cmplot y creyendo que su vida estaba en peligro, echa mano a la espada y se lanza sobre el primer soldado que está a tiro. El soldado responde con su pica, pero un gran lacayo que se precipitó entre ellos recibió el golpe en la mano. El general, furioso, golpea a otros dos soldados con su espada. De pronto, se cierran las puertas y las medialunas, y se acabó quizás para él y su escolta, si los cónsules, advertidos al punto por el ruido de «esta emoción», no le hubiesen librado y puesto a salvo en las filas de la guardia burguesa. Ante la noticia de este encuentro, el sr de Saint-Cannat monta a caballo y, seguido de ciento veinte de sus vasallos y de sus servidores, armados a la buena de Dios, se dirige derecho a Toulon, «para aumentar el motín que ya era demasiado grande». «Pero, ante los ruegos de los cónsules, su tío, el sr obispo, le salió enseguida al encuentro, y habiéndole hallado por el camino, se lo llevó a su castillo de Soliers, hasta que, por medio de personas de peso, se llegó a ver que había algún modo de arreglo, por vía amistosa, de esta diferencia»5.

La narración manuscrita de este altercado del sr de Gondi con el gobernador de Toulon habiéndose escrito antes de acabarse6, se ignora cuál fue su resultado. Lo más probable es que Richelieu dio orden a los dos adversarios que enfundaran las espadas, bajo pena de muerte y, como se sabe, no se desobedecía impunemente al terrible cardenal.

Cuando el ruido de esta querella llegó a los oídos de la marquesa de Maignelais la santa mujer, temiendo que todo acabara en duelo, corrió a consultar a una Hermana carmelita priora del convento de la calle Chapon, en quien había depositado toda su confianza. Se trataba de la hermana Margarita del Santísimo Sacramento7. La Sra. de Maignelais le confió todas sus angustias. «La aflicción de la priora, dice el abate de Houssaye8, fue extraordinaria. Desde aquel día hasta aquel en que supo que la diferencia se había apaciguado, no tuvo ya reposo. Ayunos, maceraciones, plegarias, vigilias prolongadas, no se perdonó nada. Se ofrecía como una víctima a la justicia de Dios para obtener la gracia y la salvación del general de las galeras. Una de sus hermanas la sorprendió derramando un torrente de lágrimas y exclamando presa del dolor más profundo:

«Dios mío, tened piedad de esta pobre alma, no la perdáis; usad de vuestra misericordia. Perdonadle, Dios mío; ¡tocadle el corazón! Castigadme a mí, Dios mío, pues soy una miserable; golpeadme a mí y perdonadle!…» esta ardiente oración fue escuchada, y el sr de Gondi no se batió»9.

A este relato, el P. Batterel añade los curiosos detalles que siguen10: «El sr de Gondi salió felizmente de este molesto asunto, y los designios de la misericordia de Dios sobre él comenzaron a cumplirse del modo y con todas las circunstancias que él le había predicho» En efecto, «y su conversión, y su retirada al Oratorio, y su sacerdocio, con el tiempo y la causa de todo ello, le habían sido revelados por la Hermana Margarita, incluso en vida de su mujer»11, y apenas un año antes de su muerte. «Y no temo en absoluto, añade el P. Batterel, apoyándose en el cumplimiento de esta revelación, ser tenido por crédulo, al tener un garante tan poco sospechoso de credulidad como lo fue el cardenal de Retz en toda su vida. Bueno pues, en una memoria dad después de la muerte de su padre, para la Vie de Soeur Marguerite, cuenta la cosa en estos propios términos12:

«Creo, dice, que podría llenar un volumen, si quisiera exponer todo lo que he oído decir de la Hermana Margarita del Santísimo Sacramento, religiosa carmelita, a personas de una fe irreprochable. Me contentaré con referir en este lugar lo que yo encuentro en mi propia casa, y de una manera tan particular y tan convincente, que no puede haber, eso me parece, ningún lugar a dudar de ello. He oído decir varias veces a mi difunto padre, que algunos años de que entrara en la congregación del Oratorio, y por el tiempo que estaba todavía comprometido en las intrigas y en los placeres de la corte, mi difunta madre le insistió que fuera a ver a la Madre Margarita; que resistió mucho y que, habiéndose resuelto por fin y pura complacencia, encontró allí al difunto cardenal de Bérulle, que no era todavía más que superior del Oratorio, con quien no tenía familiaridad, y que la Madre Margarita le dijo abordándole estos propios términos: «Éste es, señor, el R. P. De Bérulle a quien no conocéis, pero lo conoceréis algún día. Será el instrumento más eficaz del que Dios se servirá para vuestra salvación. Os burláis de mí a la hora que es, pero conoceréis un día que os digo la verdad». He oído hacer este relato a mi difunto padre una infinidad de veces desde que estuvo en el Oratorio; pero me acuerdo de habérselo oído contar incluso en mi infancia, mucho antes de tener el pensamiento de entrar».

«Las circunstancias de la conversión del sr de Gondi, prosigue el P. Batterel, confirman la verdad d estas predicciones, y se saben del sr Octave de Bellegarde, arzobispo de Sens, que se había retirado a Saint-Magloire», en el apartamento mismo que había ocupado el P. de Gondi al dejar el mundo. De su propia boca las había escuchado. «Le había contado pues que habiendo estado varias veces a ver a la Hermana Margarita con su señora mujer y la marquesa de Maignelais, por puro compromiso para ellas, él continuó en lo sucesivo haciéndole algunas visitas por civilidad; que habiendo hablado esta santa joven de la necesidad de vivir cristianamente en medio del mundo, él había respondido como la gente que está comprometida en él en un rango elevado y grandes empleos, es decir de la dificultad de vivir como cristiano entre tantos obstáculos; que la buena Madre le urgió pero que con toda fortaleza a romper los lazos que conocía que eran tan peligrosos; que no pudiendo resolverse a ello, ella le dijo: «No os obstinéis más, Dios será el maestro; él actuará como soberano; él no os obligará, sino que os encantará dulcemente por los atractivos de su misericordia de manera que vuestra voluntad se someterá a sus inspiraciones; llamará a vuestra señora mujer de este mundo, en tal tiempo y, después de su muerte os hará entrar con los Padres del Oratorio; allí recibiréis las órdenes sagradas, seréis sacerdote; pensad en ello seriamente».

«Las disposiciones en que se encontraba entonces el sr de Gondi le hicieron oír todo aquello como visiones y mirar lo que le decían como algo fuera de toda paciencia. Se rió un poco y no volvió a pensar en ello; luego partió algunos meses después para Marsella donde le llamaba el desempeño de su cargo»13.

Esta triste predicción debía cumplirse demasiado pronto para el sr de Gondi y para sus hijos. Su piadosa y encantadora mujer, «la incomparable Françoise de Silly»14, después de una breve enfermedad ocasionada «por todas las penas y fatigas que su celo y caridad le habían hecho emprender»15, moría en París el 22 de junio de 1625, a la edad de 42 años, en el momento mismo en que la querella de su marido con el gobernador de Toulon estaba en todo su auge. La santa mujer, en su lecho de muerte, había visto cumplirse su deseo más querido: había sido asistida por quien ella había rogado que fuera en ese momento terrible su ángel consolador. Vicente había cumplido con su deber para con su bienhechora con toda la piedad, la unción, el tierno respeto y el profundo agradecimiento que le inspiraban su generoso corazón y y sus sentimientos cristianos. La gran señora, a aliada de los La Rocheguyon, de los Laval, de los Luxembourg, de los Montmorency, había elegido su sepultura en el monasterios de las humildes Carmelitas de la calle Chapon, a las que su cuñada, la marquesa de Maignelais, debía más tarde legar su corazón. Vicente quiso acompañarla hasta allí, presidir él mismo sus funerales y, después de derramar sobre su tumba las últimas lagrimas y las últimas oraciones, partió para Provenza, donde le quedaba por cumplir con un deber no menos doloroso. ¿Cómo anunciar esta cruel noticia al general de las galeras? Este intrépido marino que iba con tanta valentía al fuego y al abordaje, ¿cómo recibiría ahora este golpe tan terrible? No había conocido nunca más que un solo amor, más que a una sola mujer que poseyera a sus ojos todas las perfecciones. Amaba a la señora de Gondi con la más viva, con la más constante ternura. Vicente, el pobre campesino de la Landas, había recibido del cielo y de la naturaleza el don supremo de calmar y de curar las heridas del corazón. Disimuló primero la causa de su visita, preparó despacio al general para la triste noticia, y no se la comunicó más que después de miramientos infinitos.

Esta muerte rompía todos los lazos que ataban al sr de Gondi al mundo Vicente compartió su extrema aflicción, mezcló sus lágrimas con las suyas, le contó con todos sus detalles la santa muerte de su mujer, le suplicó que se inclinara dócilmente bajo la mano que le golpeaba, y el general acabó por aceptar este doloroso sacrificio. Vicente, por la orden de la señora de Gondi, le remitió el testamento que ella había hecho pocos días antes de su muerte. En testimonio de su gratitud, ella hacía a Vicente un legado, acompañado de estas líneas: «Suplico al sr Vicente, por el amor de Nuestro Señor Jesucristo y de su santa Madre, que no quiera nunca dejar la casa del señor general de las galeras ni, después de su muerte, a nuestros hijos. Suplico también al señor general que quiera retener en su casa al sr Vicente y ordenarle, después de él, a nuestros hijos, rogándoles que se acuerden y sigan sus santas instrucciones, conociendo bien , si así lo hacen, la utilidad que de ellas recibirá su alma y la bendición que les llegará a ellos y a toda la familia»16. Para obedecer a las últimas voluntades de su mujer, el sr de Gondi conjuró a Vicente que no le abandonara tampoco a sus dos hijos. Pero la profunda herida que había recibido en el corazón era de las que no se pueden curar ni cicatrizar más que en la soledad del claustro. Después de poner en orden sus asuntos, en el transcurso de ese mismo año, y proveer a la educación de sus hijos, de los que el más joven, el futuro cardenal de Retz, fue colocado en los jesuitas, en el colegio de Clermont, él dimitió de su cargo de general de las galeras, en favor del mayor y entró en el Oratorio. Por su parte, Vicente se retiró al colegio de los Bons-Enfants, libre en adelante para entregarse por entero a las buenas obras que meditaba hacía tiempo su genio caritativo. Al separarse, los dos amigos, que debían guardarse hasta el fin, uno al otro, un inmutable afecto, se prometieron mutuamente ayuda y asistencia en todas las necesidades y pruebas de la vida, y uno y otro se cumplieron la palabra. En efecto, de lejos o de cerca, los Gondi no cesaron de extender su poderosa protección sobre Vicente y, por su lado, Vicente no dejó nunca da darles, siempre que encontró ocasión, las pruebas más sentidas de su gratitud.

  1. El 16 de junio de 1625.
  2. Mémoires manuscrites del P. Batterel.
  3. Ibid.
  4. Mémoires manuscrites del P. Batterel, 24 de juin.
  5. Mémoires manuscrits del P. Batterel.
  6. Eso es lo que dice en sus Memorias el P. Batterel.
  7. La Vie de la vénérable Mère Marguerite-Marie, dite du Saint-Sacrement, escrita por M.T. D. C. (Tronçon de Chenevière). Ârís, Vuarin, 1689, in-8º, cp. XIV, p. 70.
  8. En su hermoso libro sobre el Cardinal de Bérulle et Richelieu.
  9. El abate Houssaye sacó este relato de la Vie de la Mère Marguerite, p. 174-175.
  10. Detalles sacados en parte de la misma obra que acabamos de citar.
  11. La Herma Margarita había entrado en el convento de la calle Chapon el 8 de abril de 1624.
  12. Vie de la Soeur Marguerite du Saint-Sacrement, cap. XIV, p. 169.
  13. Los mismos detalles se encuantran en la Vie de la Mère Marguerite, etc.
  14. Expresión de Corbinelli en su Histoire gènèalogique de la maison de Gondi.
  15. Abelly, la Vie du Vénérable Vincent de Paul, etc. Edición in-4º, p. 70.
  16. Abelly, lib. I, cap. XVIII, p. 72.

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