Rectificaciones a la interpretación historiográfica hispánica de San Vicente de Paúl

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Francisco Carballo, C.M. · Year of first publication: 1972 · Source: I Semana de estudios Vicencianos, Salamanca, del 4 al 8 de abril de 1972.
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Introducción

En la renovación comunitaria y personal de los misioneros paúles importa un tanto la iluminación que aporta la figura del Fundador, san Vicente de Paúl. Creo que para dar a plenitud con esa figura deberíamos conocer seria­mente su biografía y mediante ella su persona. Conocer sus escritos y los co­mentarios que de ellos y de la doctrina vicenciana se han escrito y conocer la historia de la Congregación de la Misión. Mi aportación en esta Semana de estudios se dirige a dos de estos menesteres:

  • las biografías del Fundador;
  • los pasos históricos más importantes de la Congregación.

Quede para otra ocasión la tarea de examinar los escritos y comentarios.

1. Biografías y ensayos más importantes

ABELLY, L., La vie du venerable serviteur de Dieu Vincent de Paul. Paris, F. Lam­bert, 1664 (tres libros en un vol.). L. I: XVIII + 260 pp.; L. II: 480 pp.; L. III: 374 pp.

COLLET, P., La vie de Saint Vincent de Paul. Nancy. Leseure (Dos vols.), 1748 (Dos ts.). T. I: (6) + XVIII + 588 pp; T. II: X + 616 pp.

MAYNARD, U., Saint Vincent de Paul, sa vie, son temps, son influence. (Cuatro vols.), Paris, 1860. Vol. I: XXIV + 456 pp.; Vol. II: 476 pp.; Vol. III: 496 pp.; Vol. IV: 488 pp.

COSTE, P., Le grand Saint du grand Siécle. Paris, DDB. 1932 (Tres vols.). Vol. I: 542 pp.; Vol. II: 744 pp.; Vol. III: 640 pp.

REDIER, A., Le vraie vie de Saint Vincent de Paul. Paris, Grasset, 1927, 352 pp.

RENAUDIN, P., Saint Vincent de Paul. Marseille, Publiroc, 1927, 280 pp.

GIRAUD, V., Saint Vincent de Paul. Paris, Flammarion, 1932, 206 pp.

DODIN, A., Saint Vincent de Paul et la Charité. Paris, Seuil, 1960. 191 pp.

Al frente de toda mi aportación quiero dejar patente la importancia de las cuatro grandes biografías, Abelly, Collet, Maynard y Coste. Toda la his­toriografía hispánica depende de la francesa y, en última instancia, de esas cuatro obras.

La obra de Abelly apenas es leída en España. No hubo ejemplares a dis­posición, ni de los formandos; el ejemplar de la primera edición que tenemos en esta casa, es de hace unos ocho años y se lo debemos a la solicitud del P. Dodin. Pero las biografías más leídas por los misioneros españoles en los siglos xviii y xix dependen de Abelly.

Todo cuanto yo pueda afirmar del valor de ese autor es irrelevante. Creo que ustedes no conocen su obra. Por otra parte acaba de dedicarle atención en su tesis doctoral el P. A. Dodin con un tratamiento exhaustivo. Sirva, no obstante, de información que Abelly es un historiador constantemente citado, seguido y copiado, por todos los sucesivos biógrafos de san Vicente. Y que durante ochenta años facilitó el único texto impreso para los misioneros, sobre san Vicente. Sus 17 ediciones hacen que esta obra haya tenido influen­cia decisiva en la posteridad vicenciana. Si Amelote, biógrafo del P. Condrén, es el mejor del siglo (según Bremond), le sigue de cerca Abelly en su biografía de san Vicente de Paúl. Sus limitaciones son grandes, v. gr. por su excesivo servicio a la historia «oficial», por sus introducciones emocionales pero in­sulsas, por su estirón hacia los modelos de la Contrarreforma, en fin, por su «untuosidad».

Pedro Collet, C.M., es el segundo de los biógrafos de san Vicente de pri­mera categoría. Tenemos en lengua castellana dos ediciones del compendio de Collet, una del siglo XVIII y otra del siglo xix. Además, los editores de Fray Juan, a partir de la segunda edición, se atreven a retocar el texto con aprecia­ciones y datos de Collet. La obra francesa de Collet se reedita 74 veces, du­rante 112 años, y sirve de base a muchas obras menores (DopiN, A., St. Vin­cent… p. 179). Si Abelly se hace pesado por las introducciones a cada capí­tulo, Collet usa un método cronológico que le obliga a repeticiones; su es­tilo es incoloro, aséptico. Leída la obra amplia, en su original francés, asom­bra por sus muchos datos y porque su ritmo destaca hondamente lo que Vi­cente hizo y significó. Nunca cesaré de afirmar que el capítulo sobre las Misiones del t. II es impresionante. Collet es, además, importante por su contri­bución a la espiritualidad de la Congregación y por sus obras de Moral.

Ulises Maynard se dedicó con entusiasmo a la composición de la biogra­fía de san Vicente para el segundo centenario de su muerte, 1860. La obra defrauda. Quiere darnos el contexto de tiempo y espacio; pero ni había po­sibilidades de buenos estudios en su época, ni el método que se impuso May­nard es acertado. Apenas nacido Vicente le vemos realizando alguna de sus obras principales. Los españoles hemos tenido a manos solamente una parte de la biografía de Maynard: el tratado de las virtudes. Es un texto que agobia al lector con una sobrecarga de citas y de conceptos.

Después de Abelly y Collet, la tercera biografía en valor es la del padre Pedro Coste C.M. Si Abelly es testigo, Collet es conocedor de más datos; pero el P. Coste es un biógrafo con dominio de los medios críticos y que de­dicó a san Vicente una larga vida de investigación. Coste no usa ni conoce las técnicas de la historia científica, de algún modo abarcables en una bio­grafía, por lo demás es perfecto en la entrega al lector de un mundo de acon­tecimientos datados, de hechos y escritos depurados que hacen de su obra un inmenso arsenal. Gracias a Coste se han podido realizar ensayos en cadena sobre el Fundador de la Misión. Además, Coste publicó 14 volúmenes de es­critos de san Vicente de Paúl, edición muy superior en cantidad y autenticidad a las ediciones del siglo xix.

Junto a estas cuatro grandes biografías básicas he colocado cuatro en­sayos modernos. Una elección personal como incitación a vuestras lecturas, que siempre es más fácil iniciar mediante estas obras breves.

El de A. Redier es el mejor, a mi entender. Intenta penetrar en el hombre Vicente. Sabe contrastar sus dichos y su vida interior. Se le ha acusado in­justamente de hipercrítico. Creo que es un ensayo que introduce sagazmente al lector en el conocimiento del santo y le anima a leer sus escritos.

P. Renaudin ha dedicado atención en más de un ensayo a san Vicente; con sencillez y penetración nos ofrece una síntesis buena de la actuación del santo.

V. Giraud es más literario, en su contribución a la imagen espiritual de san Vicente de Paúl; su ensayo es amable y delicado.

A. Dodin, C.M., con su esfuerzo de pensamiento y de vocabulario, reúne en San Vicente y la Caridad una apurada y depurada síntesis de la vida, sig­nificación y obra vicenciana. Dodin es conciso, penetrante e intraducible. Un ensayo perfecto.

2. Selección de biografías hispánicas, siglos XVIII, XIX Y XX

Siglo XVIII

1701 FR. JUAN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, Vida del venerable siervo de Dios Vicente de Paíd. Nápoles, De bonis, 546 pp.

1738 BARBOSA, J., (Traducción al portugués de la obra de Fr. Juan del Santísimo Sacramento), Lisboa.

1786 COLLET, P., Compendio de la vida y virtudes de san Vicente de Paúl (Traducción de Manuel Camin), Palma de Mallorca.

Siglo XIX

1801 ANSART, A., El espíritu de san Vicente de Paúl (traducción al caste­llano de J. Murillo), Madrid.

1839 ANSART, A., 2ª edición. Madrid.

1844 2ª edición de la obra de Fr. Juan del Santísimo Sacramento. Méjico. 1844 SANZ, R., Compendio de la historia de san Vicente de Paúl y de las Hijas de la Caridad. Madrid, 212 pp.

1849 2ª edición del compendio de Collet, Madrid.

1850 2ª edición de Barbosa, Río de Janeiro.

1857 ORSINI, M., Historia de san Vicente de Paúl (traducción del italiano al castellano), 286 pp.

1884 3ª edición de Fr. Juan del Santísimo Sacramento, Madrid.

1887 LOTH, A., San Vicente de Paúl y su misión social. Barcelona, 606 pp. + 4 apéndices (traducción del francés).

1888 3ª edición de Ansart. Barcelona.

1888 HERNÁNDEZ FAJARNÉS, A., San Vicente de Paúl, sus estudios en Zara­goza. 350 pp.

Siglo XX

1906 4ª edición de Fr. Juan del Santísimo Sacramento. Madrid.

1907 BOUGAUD, Historia de san Vicente de Paúl (traducción al castellano de Ponciano Nieto). 2 Vols., Madrid. I: CXI + 304 pp.; II: 432 pp.

1907 VILANOVA, F., Vida admirable del siervo de Dios, san Vicente de Paúl, Barcelona, 142 pp.

1908 MAYNARD, U., Virtudes y doctrina espiritual de san Vicente de Paúl (traducción de M. Horcajada), Madrid, 463 pp.

1911 NIETO, P., Vida de san Vicente de Paúl (traducida y reducida a com­pendio de la obra de Bougaud). Madrid. Biblioteca «san Vicente de Paúl».

1913 2ª edición, Madrid, VIII + 390 pp.

1915 MOTT, E., San Vicente de Paúl y el sacerdocio (traducción al caste­llano por Ramón Gaude), Madrid, 447 pp.

1923 PUIG, J., Vida de sant Vicens de Paul, Barcelona.

1927 D’AGNEL, A., San Vicente de Paúl, director de conciencia (traducción castellana), Madrid, 428 pp.

1935 EMANUEL CIPRIANO, Las fundaciones de caridad de san Vicente de Paúl (traducción del inglés al castellano por Benito Romero), Madrid, 421 pp.

1942 3.a edición de Nieto, P.

1944 MARTINEZ KLEISER, L., De Monsieur Vincent a S. Vicente de Paúl. Madrid, 104 pp.

1944 LIEBRAND W., Vicente de Paúl, el santo de la medicina (traducción castellana). Madrid, 396 pp.

1950 CALVET, J., San Vicentz de Paúl (traducción castellana de A. Lacabe). Buenos Aires, DDB 262.

1950 HERRERA, J. – PARDO, V., San Vicente de Paúl. Madrid, BAC., 907 pp.

1955 2ª edición de Herrera. Pardo.

1956 RAMÍREZ, J., La espiritualidad de san Vicente de Paúl. Madrid, FAX, 342 pp.

1960 LAVEDAN, H., San Vicente de Paúl (traducción de J. Fernández). Buenos Aires.

1960 ROPS, D., San Vicente de Paúl (traducción de M. Valls). Barcelona. HERDER.

1960 COGNET, L., San Vicente de Paúl. DDB.

1960 MAUDIT, J., San Vicente de Paúl. Barcelona.

1960 HERRERA, J., Teología de la acción y mística de la caridad según san Vicente de Paúl. Antología de textos. Prólogo de V. Franco. 1.438 pp.

1964 GIORDANI, I., San Vicente de Paúl, siervo de los pobres (traducción al castellano). Bilbao, Ediciones Paulinas.

1968 DODIN, A., San Vicente de Paúl, forjador de apóstoles de la caridad (selección y traducción de Ibáñez, J. M.). 159 pp.

1971 SABATIER, R., San Vicente de Paúl (traducción castellana). Madrid, IEE.

3. Crítica de las tres biografías de san Vicente más leídas en el siglo XX

La bibliografía hispánica de san Vicente de Paúl es limitada y mediocre. Las biografías de los siglos XVIII y XIX están casi todas ellas anotadas en la lista que os presento. Las más divulgadas son las de Fray Juan del Santísimo Sacramento, la de Collet en compendio traducido por Camin y la obrita de Ansart.

En el siglo xx aumentó el número y el intento de acercarse con más serie­dad al Fundador. A partir de 1950 se traducen varios ensayos biográficos sobre san Vicente; estas biografías breves se inspiran en la obra del P. Coste. Todas las reseñadas son francesas excepto la de Giordani. Y la lectura de éstas pueden servir de instrumento de estudio de la vida de san Vicente y de preparación para leer con fruto los escritos que se pretende editar en caste­llano en fecha próxima. Concretamente, Calvet, Maudit y Cognet merecen ser conocidos, mientras que Daniel Rops ha sabido centrar a san Vicente en el corazón del siglo xvit francés, haciéndole el eje de la Reforma, en su obra de muchos tomos sobre la historia de la Iglesia. El volumen publicado en 1960 separadamente sobre san Vicente, es parte de esa gran obra periodística de Rops.

También en el siglo xx la Congregación de la Misión inicia un fuerte cre­cimiento. Curiosamente cada momento de esplendor de la Misión está mar­cado por la abundancia de biografías de san Vivente de Paúl. En lengua castellana las tres biografías más leídas y más importantes de san Vicente son: la de Fray Juan, el compendio hecho por el P. Nieto de la obra de Bougaud y la biografía del P. José Herrera C. M.

Fray Juan del Santísimo Sacramento, provincial agustino, tradujo la bio­grafía de san Vicente de Paúl escrita en italiano por Acami. A su vez éste traduce a Abelly. La traducción de Fray Juan es fiel, apenas varía alguna línea. Pero Fray Juan calla bien que sea un traductor. En las ediciones 2ª y 4ª la obra de Fray Juan es anotada brevemente y corregida por diferentes autores; no obstante su obra incial permanece sustancialmente inalterable. Fray Juan usa un armonioso castellano; ni se preocupó por contrastar con Abelly la obra de Acami, así nos da en italiano casi todos los nombres fran­ceses. Si su lenguaje es flúido, su texto recoge el resumen italiano preocupado por transmitir «piadosamente» parte de Abelly dejando de lado gran parte del valor histórico de éste. Así en Fray Juan no aparece ni el espacio ni el tiem­po; el protagonista resulta distante, intemporal; los diversos hechos e institucio­nes no brotan ni del hombre ni del tiempo. A .Redier nos advierte: «Car on peut trembler, en racontant l’histoire d’un tel saint, de ne pas assez montrer quel grand homme il etait; on, si ron s’attarde a son génie, de ne pas faire leur part magnifique a ses vertutes» (p. 51). Efectivamente, Fray Juan nos quiere dar el santo, el hombre Vicente no aparece.

En Madrid se crea en 1907 la «Biblioteca de san Vicente de Paúl» para editar escritos y estudios que resalten el centenario de la fundación de la Mi­sión. A la recién editada biografía de Fray Juan, se va a unir la edición de los dos volúmenes de Bougaud y el compendio del P. Nieto. Este compendio es reeditado tres veces; la última después de la guerra de los tres años (1936­39). Creo que el compendio del P. Nieto ha sido lo más leído sobre san Vi­cente durante la primera mitad del siglo xx. ¿Qué características tienen las obras de Bougaud y el P. Nieto?

La obra de Mons. Bougaud fue criticada con dureza por Maynard. Cierta­mente peca de sentimental, de apoyos en modelos liberales; desconoce el tiempo —siglo xvn— y utiliza la persona y actuaciones vicencianas como respuestas a la mentalidad de los sacerdotes de la segunda mitad del siglo XIX y de la teología del Vaticano I. Bougaud es un apologista demasiado empa­rentado con la línea de Montalembert y de Dupanloup.

El P. Nieto es un buen conocedor de san Vicente de Paúl; lo prueba su introducción bibliográfica a los dos tomos de la obra completa de Bougaud. En la segunda edición del compendio recoge el mismo Nieto algunas críticas severas que se le hicieron; una de ellas se refiere a las introducciones a cada capítulo, que son vagas y superfluas.

Tomemos un ejemplo, el capítulo dedicado a los seminarios. De las seis páginas, cuatro largas son una exposición doctrinal del quehacer de los se­minaristas; el resto, describen algunos datos de la obra vicenciana. Un lector sacaría de ese capítulo la idea de los seminarios tal como éstos se institucio­nalizan a partir de Pío IX hasta 1960. Nieto resume así páginas de Bougaud: «a la formación de semejantes sacerdotes es a la que se enderezan todos los ejercicios del seminario, tan sabia y estrechamente combinados. Los unos, como la oración, la santa Misa, la frecuencia de los sacramentos, la lectura espiritual, el rosario y el examen particular preparan al sacerdote santo ; los otros, como el estudio de la sagrada Escritura, del dogma, de la moral, de la liturgia y del derecho canónico hacen al sacerdote sabio. El joven seminarista pasa de unos a otros sin cansancio, con alegría y, por poco cuidado que en ellos se ponga, por poco interés que tome en semejantes prácticas, sale del seminario con la instrucción necesaria y con la suficiente virtud para apacen­tar sin peligro a las almas que se le confían» (pp. 98 y ss.; ed. 1942. Compen­dio).

Sabemos que esta descripción no refleja ni de lejos el seminario vicenciano del siglo XVII.

Es también característico del compendio el sabor parcial en los temas que rozan la polémica jansenista. La confusión que tenían en el siglo xIx y prin­cipios del xx acerca del jansenismo la generalidad de los sacerdotes es no­toria.

La Congregación de la Misión experimenta después de la guerra civil del 36 un resurgimiento a nivel hispánico. Se reeditan los libros que servían de lectura diaria a los misioneros: Máximas de san Vicente, libro de medita­ción (compendio), etc…. Pero había una gran insatisfacción. No satisfacían las biografías del xix y no había seguridad en la traducción de la obra del P. Pedro Coste. Los misioneros más preocupados leían a éste en francés; algún equipo estuvo trabajando en traducirle. La edición de los escritos de san Vicente de Paúl por P. Coste apenas se conocía en Espña. Cuatro tomos, los que corresponden a las conferencias a misioneros e Hijas de la Caridad, habían sido traducidos y editados en París. Esta empresa debida a la solici­tud del P. Carmelo Ballester era ignorada. Ni siquiera en este Teologado había ejemplares de tal traducción; sólo en 1965 los pedimos a París. En esta situación, el P. José Herrera se entregó a la tarea de dar en castellano una biografía de san Vicente de Paúl. Obtuvo ser editada en la BAC. La primera edición es de 1950; la segunda de 1955; la presencia en esta misma semana del P. Herrera posibilita extender la crítica negativa; él puede alegar con toda confianza sus puntos de vista. La biografía y escri­tos de san Vicente de Paúl del P. José Herrera C. M. tiene tres partes. La primera muestra la colaboración prestada a esta obra por el P. Veremundo Pardo, C. M. Este Padre había publicado en los Anales de la Congregación de la Misión varios artículos sobre san Vicente y estudios bibliográficos. La tercera parte contó con la aportación del P. Aurelio Ircio, profesor du­rante muchos años en los centros de formación superior de la Misión, incan­sable archivero provincial y benemérito maestro de ciencias y letras. La se­gunda parte es más totalmente del P. Herrera.

Esta biografía depende de Coste como instancia crítica. No obstante el P. Herrera disiente con frecuencia del maestro francés y prefiere inspirarse espiritualmente en Abelly.

En la primera parte una cronología ajustada resume los acontecimientos más importantes. Se sigue a Coste en general. Hay erratas por falta de com­probación. Así en la p. 29, años 1645 se afirma que san Vicente recogió en los Bons-Enfanrs a 40 sacerdotes vagabundos. La nota a pie de página remite a S.V.P. III, 3. Y el texto vicenciano informa que en los Bons-Enfans hay 60 seminaristas entre sacerdotes y clérigos mayores y en el Petit Saint Lazare unos 40 menores.

En la página 30, año 1648, se dice que las cartas al P. Dehorgny, junto con su estudio-conferencia sobre la gracia, son la mejor refutación positiva, doctrinal y práctica del jansenismo. Esta afirmación es una «boutade»; los co­nocimientos de san Vicente de Paúl sobre el libro de Jansenio son escasos; su interpretación del libro de Arnauld sobre la frecuente comunión es pesi­mista y parcial.

En la página 45 se nos dice: «en Tamarite los ricos habían resuelto el pro­blema de los pobres». Más tarde se nos querrá presentar a san Vicente resol­viendo este problema en Macon. Cualquiera que conozca la historia triste y desajustada del XVII español sonreirá con tristeza ante esta afirmación irreal.

El curriculum vitae de Vicente es narrado por Herrera a todo tambor; resuenan los ecos estilísticos del 36 imperial-derechista. La infancia de Vicente es «piadosa» como en Abelly; los franciscanos de Dax lo educan en su colegio de enseñanza superior, donde se cursaban los estudios humanísticos y filosó­ficos (p. 47). En rigor los franciscanos tenían un internado en el que parece vivió algún tiempo Vicente, recibiendo la enseñanza en un colegio próximo.

En la página 49 Herrera se extraña de que Coste le haga ordenarse de tonsura a los 15 años; por eso prefiere la cronología de Abelly. ¿Es que ig­nora que en la misma España trentina los concilios provinciales solamente urgían que no se diese la tonsura antes de los 12 años?

Los estudios de Vicente en Toulouse, Zaragoza, etc., prestan ocasión a que Herrera elogie la cultura teológica española de aquella época. Cierto que san Vicente muestra benevolencia hacia las universidades españolas; pero la si­tuación de éstas en el final del xvi y principios del xvii es ya calamitosa; se vive en Europa todavía del esplendor español que camina a un ocaso ful­minante

Acerca de las llamadas cartas de la cautividad no se aprovechan sus va­lores para mostrar la persona de Vicente en esas fechas, cualquiera que sea el juicio sobre la calidad histórica, tema en el que los más agudos críticos vacilan. Por el contrario la nota 69 de la página 77 es de lo más antihistórica que puede una pluma atreverse a formular como hipótesis.

En la página 182 se nos ofrece un intento de retrato de san Vicente. No hay asomo de acercamiento antropológico; pero hay tal «reducción» de momentos y tal acumulación de datos sobre las penitencias del protagonista que resulta un personaje con deje masoquista. Nada más lejano de la realidad. Hay en san Vicente un pesimismo sobre el hombre, común a toda la época europea. Hay una vitalidad sana que le ayuda a superar tales extremismos.

En las páginas 185 a 238, se nos ofrece un largo relato de la misión que San Vicente realiza al pueblo. Como exordio un tratamiento ideológico. Es captable aquí y en varios capítulos de esta biografía la proyección que Herrera hace de su mentalidad: sus «modelos» ideológicos, fruto del pensa­miento reaccionario español (véase Javier Herrero, Los orígenes del pensa­miento reaccionario español) ejercen sobre la figura de san Vicente una constante superposición. Este es el más grave peligro de una obra en la que no son las hipótesis sino los modelos, los que guían la investigación y la manipulan.

Concretamente el tratamiento que da Herrera a la principal de las acti­vidades de san Vicente queda sofocada por los datos sin ordenamiento ni discernimiento. La comparación con el tratamiento que le da Collet eviden­cia la endeblez de Herrera. El triple matiz vicenciano de la evangelización: catequesis, koinonía (comunión por la caridad) y reconciliación quedan sa­crificadas a las externas funciones de la misión contrarreformista.

En el relato de Herrera se exagera también la extensión de las misiones de la Congregación durante la vida de san Vicente. Hace que los misioneros recorran la mayor parte de las diócesis de Francia (p. 191). En realidad sólo una parte pequeña en una línea que va del nordeste al suroeste, pasando por París son el escenario de estos misioneros. Y eran en Francia 123 las diócesis.

Mejor logrados los capítulos que tratan de las obras de Caridad: asocia­ciones (cofradías), señoras e Hijas de la Caridad.

En la página 400 el autor quiere trazarnos el cuadro religioso clerical de Francia en el siglo xvn. No es exclusivo de este autor el amontonamiento de sombras. Cuando se citan cartas del mismo Vicente o de obispos que se di­rigen a éste, lo mínimo que debe hacer un historiador es distinguir el género de la época, excesivo y ponderativo; la reforma llevaba en Francia muchos años; el clero atravesaba momentos difíciles; pero desde principios del xvii los grupos reformados eran muchos y la colaboración de Vicente es intere­sante, pero ni definitiva, ni milagrosa. Le Bras advierte: si damos un corte profundo en cualquiera de las épocas llamadas de decadencia y comparamos los datos con las llamadas de florecimiento, veremos que las diferencias son escasas.

Quizá donde el P. Herrera muestre más sus modelos históricos y los pro­yecte sea en las páginas 309, con una síntesis sobre Francia en el xvii y en las 513-519. Todo ello resulta doloroso para un lector actual al mostrar como exitoso formas de Iglesia-Estado tan imperfectas.

El P. Herrera tenía ilusión en probar que Vicente de Paúl es el gran adalid frente al jansenismo. Es esta ya una desafortunada herencia de la biografía de Abelly. Estudiado hoy ese largo, doloroso y complejo proceso del janse­nismo vemos que a san Vicente apenas le tocó verlo nacer. Su primera pre­sencia entre Saint Cyran y Port Royal fue amistosa. Después, y debido a su cargo en el Consejo de Conciencia, Vicente tiene que exigir sumisión a Roma y se ve envuelto en las mallas diplomáticas que Mazarino utiliza. Este se sirve del affaire jansenista para lograr ventajas en Roma. Vicente se ve desde 1653 libre del Consejo de Conciencia y de la dura tarea de actuar en un proceso obscurecido por la pasión y por los intereses políticos. Hacer de Vicente el gran antijansenista es desconocer el sentido del jansenismo histórico (Véanse las tres últimas publicaciones documentales de Jansen, Orcibal y Ceysens).

Cuando el lector ha superado las dificultades de esta apretada biografía y llega al final, está cansado, y difícilmente echa una mirada a la selección de escritos de san Vicente. Selección correcta.

¿Qué estoy intentando con la presentación bibliográfica y esta larga crítica? Ante todo recordaros las biografías a mano en lenguas hispánicas y sus deficiencias.

Una conclusión se impone: dada la imperfección de las biografías en len­guas hispánicas de san Vicente de Paúl, y dados los cambios en las técnicas históricas así como en los procedimientos literarios, urge una nueva biogra­fía de san Vicente para los hispanoparlantes. La más densa y más reciente de las tres valoradas, no satisface; carece de seriedad científica y no es apta para el lector actual que rehúsa ser manipulado por la aplicación de modelos ideológicos a las figuras históricas.

Por otra parte, un conocimiento sólido de san Vicente de Paúl exige leer sus escritos. Estos van a ser editados en castellano. Sin una introducción his­tórica amplia, la lectura de esos escritos no aprovechará e incluso será pre­texto de interpretaciones apriorísticas y vanas.

Mi palabra quisiera llevar el aliento que se necesita para que la Congre­gación de la Misión, en este momento de cambio y refundición de su ser, dé facilidades y favorezca la solución de esta necesidad. En Francia también urge una biografía nueva de san Vicente a nivel de las grandes de siglos pasados. Tal vez una reedición anotada de alguna de las «clásicas» sea allí válida. En España o una traducción adaptada de lo que se haga en Francia o una solu­ción de equipo con una redacción para españoles.

Junto con esta sugerencia, quiero aportar algo para hacer sensible el pro­yecto. Paso a presentaros cómo concebiría yo las líneas básicas de análisis y de método para abordar una biografía de san Vicente hoy.

4. Líneas de rectificación y de acercamiento a una biografía acctual de san Vicente de Paúl

a) Una biografía que se apoye en la historia científica

La biografía es un género literario irreductible a la historia científica. Pero en ella debe caber, como fondo, el aporte de la historia científica.

Entendemos por historia científica la que nos reconstruye el pasado en sus procesos. El historiador, incitado por el presente, interroga al pasado y es capaz de meterse en el flujo histórico anotando los elementos creadores de aquél. Los documentos tienen distinto sentido para un historiador cien­tífico que para un historiador simplemente crítico. El científico recibe del crítico una aportación necesaria; pero trata de obtener algo más; interroga el significado de cada huella temporal.

Para la biografía de san Vicente contamos con tratamientos piadosos, narrativos en abundancia, y también críticos (P. Coste). Nos falta una bio­grafía que brote de la historia científica.

Para eso necesita el biógrafo adquirir más capacidad de auténtica histo­ria. Quiero decir: en la formación del hombre actual los criterios verdaderamente históricos cuentan. Ya ha pasado la época en que la historia se usaba como ética Magiistra vitae, o como anecdotario apologético. La búsqueda de la autodeterminación en libertad, la necesidad de liberarnos de la com­pulsión informativa, etc., nos aconsejan usar los criterios históricos de dis­cernimiento. Así la historia nos da un instrumento de interpretación del pa­sado y aguza nuestra vista ante lo presente. La historia científica es con la sociología y la antropología un instrumento de liberación personal. Si sabe­mos usar esos criterios, podremos entender lo que «Vicente quería decir y así llegar a cómo él entendía las cosas». Si conseguimos poseer un entender habitual semejante al de san Vicente, habremos dado un paso importante para entenderle. Entonces bastará simplemente leerle. Pero cuidemos de no fiarnos pronto de nosotros mismos. «Sólo después de un trabajo lento, repe­tido, con un continuo retorno a los datos, captando ahora aquí, ahora allá, siguiendo falsas pistas y sacando partido de muchos errores, a través de ininterrumpidos ajustes y cambios de las propias iniciales suposiciones, pers­pectivas y conceptos, se puede esperar entender qué quería decir y qué ha­cía Vicente de Paúl» (véase Lonergan sobre santo Tomás de Aquino).

Historiar científicamente exige, a veces, usar hipótesis; y también el atre­verse a rechazarlas, si resultan inaceptables; lo que no se puede hacer válida­mente es utilizar «modelos» ideológicos que pliegan todo el pasado a pre­juicios del biógrafo.

Es anticientífico y llega a lo irracional pretender hablar de Vicente de Paúl sin un conocimiento serio de la sociedad francesa del siglo xvn, de la Iglesia de la Reforma, del mundo cultural de la Europa clásica. Un verdadero histo­riador coloca a san Vicente en el proceso del xvi y xvu y trata de valorar al personaje. Si no superamos la «historia lineal, puntual» (de hechos, aconte­cimientos aislados) en favor de lo «continuo», no podremos comprender que sobre los personajes están los procesos, reformistas o revolucionarios, que vienen a renovar la conciencia cristiana y que se expresan en unas valo­raciones culturales siempre nuevas.

Esta advertencia a cualquier biógrafo de san Vicente de Paúl parece in­necesaria por evidente. Sin embargo, en la órbita hispánica no es así. Se cree que basta anotar ciertos datos económicos, sociales y culturales al prin­cipio de la biografía para cumplir las exigencias científicas. Luego, se escribe con la mente llena de «modelos» prefabricados y con la real falta de equipa­miento científico. El fruto es una mixtificación. Ser biógrafo exige algo más que manejo de tópicos literarios y de gusto por una mística que se supone vivida por el protagonista.

Las biografías hispánicas de san Vicente de Paúl están gravemente aque­jadas de modelos y de fobias. Concretamente las más leídas, la del P. Herre­ra, desconoce el contexto en que vivía san Vicente y está movida por tal ar­caica y desconcertante fobia a lo francés que desvirtúa sus restantes méritos. Los biógrafos españoles tienen que abandonar viejos mitos antagonistas si quieren ver las cosas en su realidad.

b) Biografías que nos den el hombre Vicente

Redier, gran ensayista, advierte agudamente el peligro de correr tras del santo que fue Vicente y dejarse escapar el hombre.

Para superar ese peligro los futuros biógrafos deberán servirse de los es­tudios de psicología que van ensayándose sobre san Vicente. Pero, como algo primario, manejar los datos de la antropología cultural.

San Vicente nace, vive sus primeros años, se hace un hombre en la zona pirenaica. Es irrelevante que naciese en Pouy o en otro lado. Antes de la paz de los Pirineos (1659) la frontera franco-española era flúida. Y lo sigue siendo culturalmente muchos años. La unidad cultural de la zona pirenaica es no­toria y los historiadores lo saben. Curiosamente los biógrafos hispánicos de san Vicente, a lo sumo, se han preocupado por la insignificante cuestión de su posible nacimiento en Tamarite (Huesca). Y así han provocado una po­lémica estéril. Críticamente el nacimiento de Vicente de Paúl en Pouy es cierto. También críticamente la formación vicenciana es pirenaica —Dax, Toulouse, Zaragoza—. Cuando llega a París está hecho. Su progresiva evolución espi­ritual se ve afectada por los maestros parisienses, pero su base es ya honda. ¿Qué teología, qué espiritualidad, qué piedad, qué mentalidad copaba a los núcleos intelectuales de Toulouse? Ahí se hace Vicente el hombre seductor, audaz, inquieto, etc. Investigarlo es tarea importante.

El tratamiento familiar apenas ha sido esbozado. Una infancia de Vicente «fabulada» por los informes de San Martín no ha incitado apenas al estudio de la familia del Fundador. Su tío sacerdote, sus sobrinos que aspiran, el empobrecimiento progresivo de aquella zona francesa… De hecho el proble­ma familiar existe en Vicente y parece «traumático» (Redier). ¡Y qué influen­cia ha tenido en la superficial interpretación de las congregaciones que le tienen por Fundador!

El pesimismo antropológico de Vicente de Paúl es común a todo el siglo xvii. Es un fenómeno de la mentalidad europea y se proyecta casi universal­mente. Los grupos de Port-Royal lo mostrarán agudamente. Vicente tenía demasiadas afinidades con Saint-Cyran, Port-Royal y el grupo jansenista. Se alejó de ellos en menos cosas y fue del mismo talante en más. Saber ver cuánto hay en esos movimientos espirituales de postura antropológica y ecle­siológica es importante. Lo positivo es más que lo negativo; y la turbia política de Mazarino y de Luis XIV en la que el llamado «jansenismo» sirve de chivo expiatorio, no puede impedirnos hoy librar a Vicente de un puesto de líder antijansenista que no tuvo.

Cuando Vicente inculca a sus congregaciones un espíritu de humildad corporativa, no olvidemos de contrastar lo que se calla y a veces se le escapa de afán de crear, de influir. Redier anota la melancolía de cartas de Vicente al ponderar los éxitos ajenos. Había allí un hombre de gran impulso vital, de enorme fuerza.

Y al describir la vida ascética de Vicente, cuidemos de anotar bien tiempo y momentos. Activo pero no cruel; duro pero no insensible.

¿Cómo era, pues, Vicente? Más bien preguntémonos cómo era el joven Vicente; cómo vacila y se orienta definitivamente a sus 30 años; cómo es a los 40 años en su plenitud de párroco en Chatillon o de apóstol de las tierras de los Gondi. Cómo se titula para poder ponerse al frente de los Bons-Enfans. Y veámoslo anciano, desengañado del Consejo de Conciencia, melancólico de sus misioneros de Saint Lazare.

Un hombre complejo, siempre caminando; con sus dudas y sus sombras; a utocorrigiéndose. Como ha escrito Rof Carballo «a mí me importa más aquéllo que le es perfectamente oculto al individuo, que aquello que le es claro»; en Vicente hay muchas cosas que le son ocultas y que son brillantes y significativas.

Las biografías que poseemos desconocen al hombre que fue Vicente. Ir a esta caza es apasionante.

c) Vicente de Paúl, reformador del clero

Contexto importante en el que hallar a Vicente es el eclesiástico. En la flúida transformación de los «órdenes o estamentos medievales» que vive el XVII francés, Vicente no formula teoría alguna de revolución estructural, pero actúa revolucionariamente y es un testigo de ese corrimiento de la so­ciedad que pronto romperá su encasillamiento feudal.

Ya hemos advertido la desatinada manera de tratar la situación del clero en la época de Vicente. Los autores juzgan por el patrón Trento a aquellos eclesiásticos; y valoran documentos de literatura exuberante como datos de estadística. Vicente conocía bien el mundo en que vivía.

En la zona pirenaica había fuertes movimientos de Reforma en los años de la juventud del Fundador; en París se acumulaban las fuerzas reformistas que vivían de la teología española y de la creatividad italiana. El carmelo es­pañol y el oratorio italiano inundan de luz a la fresca reforma francesa.

El caminar de la reforma en los largos años de Vicente es difícil; las in­terferencias políticas, los cruces de opinión, las variantes creacionales, toda una riqueza inmensa que se descubre a cada paso, encuentran en él acogida. Tienen que optar muchas veces por bienes iguales, entre Berulle y Duval, entre Bourdoise y Olier. No se puede escribir una página sobre el rol vicenciano en la reforma eclesiástica francesa sin un delicado contacto con la sonora arpa de un quehacer múltiple.

Entre otras variables a resaltar, he aquí dos. La teología eclesial de Vicente es compleja; mas en ningún caso es la del Vaticano II. Hay en él, sin duda, vislumbres admirables. No exageremos, sin embargo. Y es curioso. Vicente no comparte con Berulle o con Juan Eudes una colaboración nebulosa o de­vota. Su eclesiología es más firme. Ni siquiera es Francisco de Sales un maes­tro al que siga. Vicente muestra una robusta teología y la vive.

Pero tan cierto como esto es que también él vive de ciertos «mitos» cul­turales. Sigue ponderando la teología que se enseña en las universidades españolas. Y, ¡ay!, era hacia 1625 ya puro aparato dialéctico. Vicente la evo­ca y también a sus métodos con demasiada nostalgia. Se muestra respetuoso hacia el gobierno de Luis XIII, Richelieu, etc. Se atreve a suplicar a Maza­rino que se retire. En lo demás, sus palabras son sobrias y su comportamiento paciente. Dentro del desconcierto político, Vicente parece escéptico. Y en la mezcla político-religiosa de la monarquía francesa es antigalicano, pero ni del club de los «devotos», ni frondista; es, melancólicamente, un desengañado. Me parece que la rectificación de los biógrafos hispánicos es urgente: Vi­cente ni es antijansenista clave, ni procontrarreformista. Más bien de un ecumenismo suave y en una búsqueda eclesial difícil.

d) Profeta y Fundador

Los estudiosos de Vicente de Paúl, al estimar sus creaciones, se fijan pre­ferentemente en cómo saltó las barreras que enclaustraban a las religiosas. Es este un camino para introducirse en la realidad de la obra vicenciana. Pero es insuficiente.

Vicente no acepta la ideología contrarreformista. Salta las barreras ju­rídicas del enclaustramiento de la religiosa, supera la mentalidad antifemi­nista de aquella sociedad. La Hija de la Caridad no es sólo una creación que se inspira en la Reforma pretrentina y da a la Iglesia la moderna religiosa sin clausura, es también una revolución social en la forma en que rompe con el fenómeno de que sólo las mujeres de la nobleza y la burguesía accedían a la vida religiosa. La Hija de la Caridad es la «aldeana» que viene a la ciudad y busca un quehacer, como el lazarista (el paúl) es el sacerdote avecindado en la ciudad que se agrupa para actuar.

En Vicente hay una visión del hombre tolerante, aprecia al turco, al cal­vinista. No gusta ni de la polémica ni menos de las preferencias. En una Europa intransigente, Vicente es ecuménico.

Hay en él una oposición al uso de la violencia. No acepta que se encierre a la fuerza a los mendigos de París, ni que se les haga marchar. «París es la esponja de Francia».

Los métodos contrarreformistas con su ambigüedad se imponen en Europa. Vicente no confía en ellos. Y a su vejez, teme que la Iglesia desaparezca de Europa y se trasplante a otro continente.

Por otro lado, Vicente, es un institutor que interviene en casi todas las organizaciones de su tiempo. Se le ve lo mismo en la poderosa obra del San­tísimo Sacramento que en la fundación del seminario de Misiones extranjeras. Y Vicente es hombre del «derecho». Anda a gusto entre las leyes y las acepta.

A medida que su edad avanza, Vicente busca la firmeza de la ley para sus instituciones. Los biógrafos se han fijado en esto preferentemente; no han advertido la teología que subyace, ni la fuerza denunciadora que actúa en el vivir vicenciano. También aquí no sólo importa ver y oír lo que él dice; in­teresa ver debajo y captar lo que no dice, pero que resuena en su corazón de creador y en su poderosa personalidad de hombre de una Iglesia que es luz y signo de salvación.

Ahí tenéis el abanico de cuatro hojas que permite seguir tras el hombre Vicente de Paúl. Su santidad era tan radicalmente humana que se la desvir­túa si el hombre desaparece en la literatura devota de los biógrafos. Y la significación de san Vicente de Paúl es tal que importa conocerle, acercarnos a su corazón cuyo latido era poderoso y que emocionaba a cuantos estaban cerca de sus animosos impulsos. Deseamos a los necesarios biógrafos el acierto y que nos den una obra de verdadera refracción, una prisma que instrumente nuestra aptitud de saber.

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