Sor Margarita Chetif (1621-1694) (I)

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Author: Sor Elisabeth Charpy · Year of first publication: 1985 · Source: Ecos de la Compañía, 1985.
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biografias_hijas_caridadEl señor Vicente y la señorita Le Gras se reunieron con mucha frecuencia durante su vida para hablar de las Hijas de la Caridad. Y un punto en el que reflexionaron muchas veces fue el del porvenir de la Compañía.

Con ocasión de las graves enfermedades de Luisa de Marillac, Vicente de Paúl se preguntaba: «¿Quién podrá sustituirla? Convendrá elegir a alguna de las Hermanas? ¿Tendrá capacidad alguna de ellas para «gobernar» la Compañía? ¿Será preferible recurrir a alguna de las Señoras de la Caridad, más habituada a dirigir, más apta para entrar en relación con Administradores, los Obispos…?»

Estos interrogantes parecen hallar solución en 1645, cuando el Arzobispo de París aprueba por primera vez la Compañía. El reglamento redactado entonces dice expresamente:

«Dicha cofradía estará compuesta de viudas y solteras, quienes elegirán a cuatro de ellas, por mayoría de votos, cada tres años, para ser sus «oficiales», la primera de las cuales será la Superiora…» (Coste XII. 561, Sí X, pág, 690).

Pero sabido es que esta primera aprobación se perdió. Por ella, las Hijas den la Caridad quedaron bajo la autoridad de los Obispos Cuando en 1654 se preparó de nuevo la solicitud de reconocimiento de la compañía, Vicente dudaba todavía, seguía reflexionando, consultando…

El 20 de noviembre de 1654 comunica al señor Ozenne, Sacerdote de la Misión, residente en Polonia, su prolongado estudio sobre el tema y la decisión tomada al fin:

«… En cuanto a la dificultad que se pone de que ninguna de ellas es capaz de dirigir a las demás, les diré que ya hace mucho tiempo que estoy pen­sando en este asunto y que me he preguntado muchas veces cuál sería la mejor forma de dirigirlas: o poner a una de la misma Compañía, o (enco­mendarlo) a la Compañía de las Damas de la Caridad, o bien a alguna per­sona concreta de dichas Damas. Pero se presentan dificultades en cualquie­ra de estas soluciones: en la primera, que sea una Hija de la Caridad, por su simplicidad; respecto a las Señoras, en general, debido a la diversidad de espíritus que allí se advierte; y respecto a una de ellas, porque no podrá continuar el espíritu que Nuestro Señor ha puesto en dicha Compañía, por no haberlo recibido ella misma.

De forma que, una vez pensadas y consideradas todas las cosas, hemos creído conveniente colmar el foso con la misma tierra, es decir, elegir por mayoría de votos a la que la Compañía juzgue como la más indicada de en­tre ellas mismas para este efecto, a fin de que, con la ayuda y dirección del Superior General de la Compañía, se pueda esperar que Dios bendiga la cosa y que se constituya El mismo en director. Esto parece que es absoluta­mente necesario debido a la extensión de su Compañía en tantos lugares de este reino.

Son estas razones, y otras muchas que le indico breve y confusamente, las que han hecho que, después de muchas oraciones, de pedir consejo a va­rias personas y de haber celebrado varias reuniones con tal motivo, se ha llegado a la conclusión de que sería mejor elegir a una Hija de la Caridad para dirigir a las demás, de la forma que le he dicho, que no confiar su di­rección a otras personas ajenas a su comunidad…» (Coste V. 228, Síg. V, págs. 205-206).

Cuando se hizo la erección oficial de la Compañía, el 8 de agosto de 1655, el se­ñor Vicente nombró a Luisa de Marillac Superiora General de por vida. Ella hubiera preferido dejar el cargo en manos de otra, pero Vicente hizo uso de su poder de Supe­rior General, que acababa de serle reconocido por el Arzobispo de París (Coste XIII. 574, Síg. X, pág. 71 5).

En 1659, Luisa de Marillac vuelve a caer enferma de gravedad. Vicente de Paul está preocupado. En una de las visitas que le hace, dirige a la señorita esta pregunta:

«Señorita, ¿no ha puesto usted los ojos en alguna de sus hijas para que le suceda en su puesto?»

La Señorita se recogió durante unos momentos. No es que la muerte le causara espanto, al contrario, se sentía feliz de ir al encuentro de su Señor, de verle cara a cara. Pero por su mente van desfilando varias de sus hijas: unas antiguas, otras más jóvenes. Reflexiona, ora. Finalmente, abriendo los ojos, mira al señor Vicente y le dice:

«Señor, así como por (designio de) la divina Providencia me escogió usted a mí, me parece que, la primera vez, será conveniente no se haga por mayoría de votos, sino que la nombre usted, sólo por una vez.»

Después de otros instantes de silencio y recogimiento, Luisa de Marillac indica sencillamente aquella hacia quien se inclina su elección.

«En cuanto a mí, me parece que sor Margarita Chétif sería muy adecuada. Es una Hermana que se ha mostrado siempre prudente y ha acertado en todas partes. Donde ahora se encuentra en Arras, lo ha hecho muy bien y ha sido muy animosa entre los soldados».

Es el mismo San Vicente quien había de referir a las Hermanas esta conversación con Luisa de Marillac, en su última conferencia del 27 de agosto de 1660.

¿Quién es esta Hermana que Santa Luisa propone a San Vicente como Superiora General?

 

Juventud de Margarita Chétif

Margarita nació en los arrabales de París. Fue bautizada en la iglesia de San Sulpi­cio el 8 de septiembre de 1621, día en que la Iglesia celebra la Natividad de la Santí­sima Virgen. La iglesia de San Sulpicio era en aquel entonces la parroquia de la aldea de San Germán, cuya población iba en constante aumento. En 1646, la Reina Ana de Austria colocó la primera piedra de un nuevo templo, destinado a sustituir al antiguo, que resultaba ya demasiado pequeño.

Margarita pasó su juventud en aquella aldea a las puertas de París. Allí veía pasar a unas jóvenes a las que se conocía por «muchachas» (después, la palabra tomaría el sentido de «Hijas») de la Caridad, las cuales se dedicaban a servir a los numerosos enfermos que había en aquel barrio. También solía ver a las huerfanitas recogidas por la señorita de Lestang, en aquel mismo arrabal de San Germán.

A Margarita le gustaría mucho poder ser útil al prójimo. También querría consagrar su vida a Dios. Es probable que confiara estos deseos suyos al Párroco de San Sulpi­cio, el señor Juan Jacobo Olier, fundador de los Sacerdotes Sulpicianos, y, sin duda, él le aconsejó que se fuera a vivir a la Misericordia. Allí, mientras se ocupaba de las huerfanitas, intensificó su oración, pudo asistir asiduamente a Misa…; todo aquello le gustaba, pero no dejó de percibir que no era lo que Dios quería para ella.

 

Intrigada por la vida de las Hijas de la Caridad, se informó y fue a ver a la señorita Le Gras, quien la admitió a hacer «un ensayo» con las Hermanas, en la Casa Madre. Para facilitarle el discernimiento de su vocación y el poder responder a ella con toda lucidez, Luisa de Marillac le propuso hacer un retiro de algunos días.

 

Primeros años en la Compañía de las Hijas de la Caridad

Una vez segura de la llamada de Dios, y con veintiocho años de edad, Margarita Chétif entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad el 1 de mayo de 1649. Juliana Loret, encargada de la formación de las Hermanas nuevas, le enseña las «sólidas vir­tudes» de las Hijas de la Caridad, y le inicia en el cuidado de los enfermos.

Transcurrido el tiempo de su formación, Margarita es enviada a Chars, en las cer­canías de París. Grande es su alegría cuando, en 1651, ve llegar a esta casa, como Hermana Sirviente, a Juliana Loret; alegría, sin embargo, que iba a durar poco.

Un miércoles de mediados de mayo de 1651, Luisa de Marillac pide a Juliana Lo­ret que le envíe rápidamente a Margarita.

«Le ruego que, sin demora, salga el viernes Sor Margarita para venir a ver­nos. Tenemos tan pocas Hermanas y tantos enfermos que la necesitamos.»

No era para atender a los enfermos de París para lo que necesitaban a Margarita, sino para los de Serqueux, pequeña ciudad de la región de Normandía, a unos 60 kiló­metros al nordeste de Ruán. El 2 de junio ya está Margarita manos a la obra en su nueva parroquia.

Tanto Luisa de Marillac como Vicente de Paul pedían a las primeras Hermanas una obediencia pronta y total. En unos diez días, Margarita había regresado de Chars a París y vuelto a marchar a Sequeux para prestar allí servicio.

«La incertidumbre del tiempo que va usted a pasar ahí (en Serqueux) me im­pide enviarle su ropa», le escribe Luisa de Marillac el 2 de junio.

Y de la misma manera que había marchado a Serqueux, Margarita regresa a París cuando vuelven a llamarla.

En la conferencia acerca de sus virtudes, Maturina Guerin hace notar:

«Sus Hermanas Sirvientes no tuvieron queja de ella, porque les era muy su­misa, respetuosa y cordial en todo.»

No obstante, las Hermanas dicen que Margarita tenía «un carácter muy vivo» y una gran sensibilidad. En su trato con Jesús, sobre todo en la Eucaristía, es donde Margarita encontró a lo largo de su vida la gran cordialidad, humildad y mansedumbre que la caracterizaron.

 

Los Votos

El año 1655 es un año importante en la vida de Margarita Chétif. En efecto, el do­mingo de Quasimodo, 4 de abril de 1655, víspera de la fiesta de la Anunciación, Luisa de Marillac escribe a Vicente de Paul para encomendar a sus oraciones a las Herma­nas que han de renovar los Votos. Señala de manera especial que Margarita Chétif y Magdalena Raportebled desean hacer la ofrenda de si mismas «por toda su vida». El señor Portail ha dado su conformidad y, por su parte, ella las ha animado a hacerlo. ¿Era una preparación para la futura misión de estas Hermanas? Porque, dentro de unos meses, iban a partir para Polonia.

En tiempo de los Fundadores, y con su consentimiento, hubo varias Hermanas que hicieron votos perpetuos: las cuatro primeras que se entregaron a Dios, juntamente con la señorita, el 25 de marzo de 1 642; después hubo otras: Bárbara Bailly, Juliana Loret, etc. En la conferencia del 22 de octubre de 1650, el señor Vicente alude a los votos de las Hijas de la Caridad:

«Si el Obispo os pregunta: «¿Hacen ustedes votos de Religión?», decidle: «No, Señor. Nosotras nos damos a Dios para vivir en pobreza, castidad y obediencia, unas para siempre, otras por un año…» (Coste IX. 543, Conf. Esp. núm. 907).

De todas formas, el señor Vicente estaba preocupado —casi obsesivamente—, con el temor de que la Compañía llegase un día a evolucionar en el sentido de congre­gación religiosa, con clausura y, por tanto, supresión del servicio a los enfermos en sus domicilios. Y, para preservarla de ese peligro, aparta de ella cuanto pudiera tener apariencia de orden religiosa, y se atiene con firmeza a los votos «simples», de acuer­do con la terminología del siglo XVII.

Las Hermanas, por su parte, siguen pidiendo ratificar su consagración a Dios por medio de los Votos que, para ellas, son como la expresión de una profunda exigencia de llegar, por amor, hasta los últimos límites de la entrega total. En cuanto a Luisa de Marillac, ella ve en el voto una mayor libertad para que el alma pueda entrar en una comunicación más familiar con Dios.

Así pues, Vicente, Luisa, el señor Portail, el señor Lamberto, reflexionarán deteni­damente en esta cuestión de los votos anuales o perpetuos. El 13 de agosto de 1646, Luisa escribe al señor Portail:

«… Le diré a usted, señor, que la última vez que hablé con el señor Vicente acerca de los votos, le vi con el pensamiento de resolver si las principiantes los harían por cierto tiempo o para siempre, y yo creo que habrá tomado una resolución para la fiesta de mediados de agosto…»

El 17 de marzo de 1651, Luisa de Marillac responde a una carta recibida de Fran­cisca Carcireux y Carlota Royer, en la que pedían pronunciar votos perpetuos. Se tra­taba de dos Hermanas que llevaban ya cierto número de años en la Compañía:

«… En cuanto a su deseo (los votos perpetuos) es muy de alabar, porque no basta con empezar bien, hay que perseverar, como creo, en su propósito. No obstante, en esto hay que someterse a las disposiciones de nuestros Su­periores, quienes por razones de peso ordenan se haga esta ofrenda sólo por un año y renovarla todos los años. ¿No piensan ustedes, queridas Her­manas, que será esto muy agradable a Nuestro Señor, puesto que, reco­brando al cabo del año su libertad, pueden sacrificársela de nuevo…?»

Hacía muchos meses que la Reina de Polonia, María de Gonzaga, francesa de ori­gen, venía suplicando al señor Vicente que enviara otras tres Hermanas para ayudar a las primeras, llegadas a Varsovia en 1652. En diciembre de 1654,Luisa de Marillac habla de esta petición de la Reina a Cecilia Angiboust, a la vez que le da noticias de Margarita Moreau, a la sazón en Varsovia, que había estado antes varios años en Angers:

«Nuestras Hermanas de Polonia la saludan; la Reina quiere que le mande­mos otras tres esta primavera; las había pedido ya desde el año pasado, y no sé lo que podremos hacer.»

Entre tanto, la señora des Essarts, encargada en Francia de los asuntos de la Rei­na de Polonia, no dejaba de insistir ante el señor Vicente. En abril de 1655 todo pare­cía dispuesto para la partida. Las Hermanas designadas habían de marchar con un Sacerdote de la Misión y dos Hermanos.

Pero se había declarado la guerra en el Reino de Polonia. El 23 de junio, Luisa de Marillac escribía a Bárbara Angiboust:

«El viaje de nuestras Hermanas a Polonia se retrasa a causa de las guerras.»

En cambio, en 1656, a Bárbara Bailly se le permitirá pronunciar los votos perpe­tuos. Tenía entonces once años de vocación.

De momento no hay todavía ninguna norma concreta en la Compañía con relación a los votos anuales o perpetuos. Las respuestas que dan los Fundadores en cada caso se adaptan a las circunstancias, a las situaciones y, sin duda, a la conducta de las Hermanas.

Sólo después de la muerte de los Fundadores se irá estableciendo poco a poco la costumbre de los votos anuales. Cuando en 1701 aparezca el «Catecismo de los Vo­tos», redactado por el Padre Henin, Director General, quedará puntualizado en dicho texto que los votos de las Hijas de la Caridad son simples y se hacen sólo por un año. En 1718, los Estatutos recopilados por el Superior General, Padre Bonnet, confirman la práctica de los votos anuales para todas las Hermanas. Sor Margarita Chétif no co­noció la entrada en vigor de dichos Estatutos, puesto que se redactaron veinticuatro años después de su muerte.

 

Envío a la misión de Polonia

El año 1655 es también para Margarita Chétif motivo para manifestar, de manera         Es lástima que la Hermana Sirviente no tenga un poco más de presencia; de Francia y vaya a la lejana Polonia como Hermana Sirviente. Con toda sencillez, Mar­garita dice sí a lo que se le propone.

Hacía muchos meses que la Reina de Polinia, María de Gonzaga, francesa de origen, venía suplicando al señor Vicente que enviara otras tres Hermanas para ayudar a las primeras, llegadas a Varsovia en 1652. En diciembre de 1654, Luisa de Marillac habla d esta petición de la Reina a Cecilia Angiboust, a la vez que le da noticias de Margarita Moreau, a la sazón en Varsovia, que había estado antes varios años en Angers:

«Nuestras Hermanas de Polonia la saludan; la Reina quiere que le mandemos otras tres esta primavera; las había pedido ya desde el año pasado y no sé lo que podremos hacer».

Entre tanto, la señora des Essarts, encargada en Francia de los asuntos de la Reina de Polonia, no dejaba de insistir ante el señor Vicente. En abril de 1655 todo parecía dispuesto para la partida. Las Hermanas desinadas habían de marchar con un Sacerdote de la Misión y dos Hermanos.

Pero se había declarado la guerra en el Reino de Polonia. El 23 de junio, Luisa de Marillac escribía a Bárbara Angiboust:

«El viaje de nuestras Hermanas a Polonia se retrasa a causa de las guerras».

No obstante, la situación política parece arreglarse, y la partida queda fijada para el mes de agosto de 1655. El 9 de dicho mes, el señor Vicente pide el pasaporte para el señor Berthe, Sacerdote de la Misión, para los señores Juan Lasnier y Aubin (Albi­no) Gontier, Hermanos de la Misión, y para Sor Margarita Chétif, Sor Magdalena Ra­portebled y Sor Juana Lemeret, Hijas de la Caridad.

El 19 de agosto, en vísperas de la marcha de los Misioneros hacia Ruán, donde debían embarcarse, Luisa de Marillac escribe al señor Ozenne, Sacerdote de la Mi­sión, Superior en Varsovia. Le anuncia la llegada de las tres Hermanas y le presenta a la nueva Hermana Sirviente.

«Ha pedido usted (Hermanas) tan perfectas que va usted a creer que éstas (que van) lo son cabalmente. En nombre de Dios, señor, no se deje usted persuadir por esa idea, pero acepte la seguridad que yo le doy de que son sujetos bastante buenos, que no tienen nada que sea contrario a las disposi­ciones que se requieren para ser una buena Hija de la Caridad.

Es lástima que la Hermana Sirviente no tenga un poco más de presencia; de ser así, creo que no le faltaría apenas nada (para ser muy completa). Lo único que temo es que no está acostumbrada al ambiente de la corte, ni mucho tampoco a los cumplidos mundanos. Obra buenamente, aunque no le fa/tan ni la inteligencia ni el buen criterio; tiene toda la prudencia necesa­ria y sabe hacer uso de ella; en una palabra, parece actuar en todo dentro de una gran sencillez. Ya ve usted, señor (por lo que le digo), que es capaz de recibir un consejo y esto me hace suplicarle que le dé usted cuantos le pa­rezcan necesarios, antes de que tenga el honor de presentarse a la Reina…»

Esta carta muestra la estima que tenía Luisa de Marillac por Margarita Chétif. Su sencillez le permite obrar al mismo tiempo con prudencia y con humildad. Por otra parte, su buen juicio hace que tenga criterios rectos, y que sepa aceptar los consejos que se le dan.

Mucho siente Luisa de Marillac separarse de esta Hermana, pero su sufrimiento se ve compensado por el pensamiento de los buenos servicios que indudablemente va a prestar Margarita Chétif en Polonia. El mismo día 19 de agosto escribe la señorita a las tres Hermanas de Varsovia:

«Por fin ha llegado el momento escogido por la Divina Providencia para la marcha de nuestras queridas Hermanas, a las que vemos alejarse con dolor, por tener que separarnos de ellas, y (al mismo tiempo) con alegría, por la seguridad que tenemos de que van a cumplir la voluntad de Dios y unirse a ustedes para el cumplimiento de sus santos designios en el Reino de Po­lonia.»

Al día siguiente de la partida de las misioneras se presenta una ocasión de enviar­les una carta antes de que se embarquen en Ruán. Luisa de Marillac conoce a fondo a Margarita Chétif y adivina sus sentimientos íntimos: aunque acepta plenamente la vo­luntad de Dios, siente profundamente el dolor de la separación y una cierta ansiedad ante lo desconocido. Las líneas que la señorita Luisa le escribe ponen al descubierto su propia experiencia espiritual:

Mi muy querida Hermana:

Le deseo con todo mi corazón el gozo y el consuelo interior de un alma sumisa de grado a la santísima voluntad de Dios, como creo que lo está us­ted en el ápice superior de su espíritu. Admiro la obra de la Divina Providen­cia en usted, querida Hermana, la que me hace creer que su Amor quiere que usted le ame única y enteramente desinteresada, para no tener ya otra satisfacción ni otro interés que los de Dios y del prójimo.

iAh!, ¡qué excelente camino!, duro, no obstante, a la naturaleza, pero sua­ve y fácil para las almas iluminadas por las verdades eternas y (que han comprendido) la felicidad de contentar a Dios y de hacerle reinar entera­mente sobre su voluntad, Es, así me lo parece, querida Hermana, el camino por el que Dios quiere que vaya usted a El, por difícil que le parezca. Entre, pues, en ese camino con toda la extensión de su afecto…»

Unos días más tarde se entera el señor Vicente de que el Rey de Suecia acaba de declarar la guerra a Polonia, y avanza hacia Varsovia al frente de un numeroso ejérci­to. Conquista la ciudad el 30 de agosto. Ante la proximidad de las tropas suecas, que asolan todo a su paso, el Rey y la Reina de Polonia se refugian en Silesia, y se llevan consigo a las Hijas de la Caridad.

Temiendo las represalias de los suecos contra los franceses residentes en Polonia, Vicente de Paul escribe con toda rapidez al señor Berthe, todavía en Ruán, y le ordena que retrase el viaje. A fines de agosto, los seis expedicionarios vuelven a tomar el ca­mino de París. Sería preciso esperar a 1660 para que otros pudieran ir a Polonia.

Luisa de Marillac ve el dedo de Dios en todos estos acontecimientos:

«… nuestras tres Hermanas, que estaban ya en Ruán dispuestas a embar­carse, han emprendido el camino de regreso, lo que es para nosotras una señal de la protección de la divina Providencia sobre la Compañía, por la que le estamos sumamente agradecidas, y la que debe excitarnos a serle más fieles que nunca…» (a Bárbara Angiboust, en septiembre de 1 655).

Dios es el que conduce a la pequeña Compañía. ¿Habría llegado a ser Margarita Chétif Superiora General de haberse encontrado en Polonia? Los caminos de Dios no son los caminos de los hombres.

En agosto de 1655, Margarita Chétif marcha a Ruán con otras dos Compañeras para embarcar allí rumbo a Varsovia. Pero los ejércitos suecos acaban de invadir el reino de Polonia, y el Señor Vicente juzga más prudente retrasar el envío de los misioneros en espera de un momento más favorable.

Margarita vuelve, pues, a París. Los Fundadores piensan varias veces en ella para resolver otras tantas situaciones difíciles. En el Consejo del 27 de febrero de 1656, la Señorita recuerda que hay que escoger una Hermana para ir a Nantes, comunidad que está viviendo numerosas tensiones:

«¿En quién ha pensado usted, Señorita?»

«Padre, me han venido al pensamiento Sor Magdalena Raportebled, Sor Estefania Dupuis y Sor Margarita Chétif, pero a ésta nos costará mucho sacarla de donde está. No sé si nuestras Hermanas han pensado en otras…»

La elección del Consejo recayó en Magdalena Raportebled, después de haber estado dudando mucho si mandar a Margarita Chétif. Las Hermanas Consejeras hi­cieron la observación de que:

«Como Margarita era tan buena Hermana, de carácter tan agradable, era de temer que, luego, no fuera posible sacarla de allí, una vez que aquellos buenos Señores (los Administradores) la hubieran conocido; y por otra parte podría ocurrir también que las Hermanas estuvieran divididas, unas por la Hermana Sirviente y otras prefiriéndola a ella.»

En el Consejo del 25 de abril de 1656, volvió a tratarse de Margarita, esta vez para Angers:

«La Señorita propuso a Nuestro Muy Honorable Padre enviar a dos Herma­nas a Angers, una de ellas para Hermana Sirviente. Y se pensó que Sor Chétif tenía las condiciones suficientes para ello. Pero se hallaba en una Parroquia en la que había personas un tanto difíciles que requerían una Hermana como ella. Por todas estas consideraciones y dado también el poco tiempo que allí llevaba, se desistió de retirarla de donde estaba y aplazar para otra vez el envío de una Hermana que llevara la dirección (en A ngers).»

Todas estas reflexiones dan una idea de la estima en que los Fundadores y las Hermanas Consejeras tenían a Margarita Chétif, que por entonces no contaba más que 7 años de vocación. Pero sus 35 de edad le daban ese buen juicio y esa pruden­cia que la caracterizan.

 

Envío a Arras para una nueva fundación

La ciudad de Arrás, en el Norte de Francia, siempre fue objeto de codicia por su situación estratégica. Sucesivamente francesa, austríaca, española, fue reconquista­da por el Rey de Francia Luis XIII en 1640; pero en 1654, los españoles, apoyados por las tropas del Gran Condé, le pusieron nuevamente cerco. Fueron rechazados vigorosamente por Turenne.

Mucho hubo de sufrir la ciudad de Arras por esta última batalla: numerosos soldados heridos, numerosos campesinos con sus cosechas destrozadas. No hay trabajo y la miseria se instala por doquier.

Esta gran pobreza conmueve a un grupo de señoras piadosas movidas por la caridad cristiana; y piensan que sólo el Señor Vicente, con sus Hijas, podría socorrer al pueblo envuelto en tantas calamidades. Pero dichas señoras no cuentan con sufi­ciente dinero para sostener una «Caridad», para que dos Hijas del Señor Vicente puedan establecerse allí, proveer a su subsistencia y facilitarles recursos con que atender a los enfermos y a los pobres.

Deciden, pues, dirigirse a las damas de la Caridad de París, pidiéndoles tomen a su cargo la «Caridad» de Arras en el aspecto económico. Una señorita, «una buena joven devota», va delegada a París para defender la causa de los pobres del Norte. Esta señorita se dirige a la caritativa Señorita de Lamoignon, quien la recibe y escu­cha. Durante una Asamblea de las Damas de la Caridad, les describe la negra mi­seria que desola su país, y su relato conmueve a las Señoras, quienes prometen ayuda en dinero y el envío de dos Hijas de la Caridad.

Luisa de Marillac, después de algunas vacilaciones, que somete al Señor Vicen­te, escogerá para la nueva misión a Margarita Chétif y a Radegunda Lenfantin.

El 30 de agosto de 1656, en una conferencia, el Señor Vicente presenta a las dos Hermpnas su futura misión:.

«Vais, hijas mías, entre un pueblo que sirve bien a Dios y es muy caritativo. Sí, es una gente muy buena. Es un gran consuelo… iQué dicha ir a echar esos cimientos, ir a establecer la Caridad en una ciudad tan importante y entre un pueblo tan bueno!

Una misión que parecería tan fácil, va a presentar pronto enormes dificultades. Aun antes de llegar a Arrás, empiezan los problemas. Es Radegunda quien, andando el tiempo, relata los comienzos de aquel viaje:

«Fuimos enviadas a Arras Sor Chétif y Yo, con una joven devota que había venido expresamente de dicha ciudad para llevarse a dos Hijas de la Cari­dad que habían de servir allí a los pobres. Dicha joven cayó enferma, ya en París, pero no por eso dejó de ponerse en camino, con fiebre, esperando que mejoraría tan pronto como saliera de la atmósfera de París. Pero suce­dió todo lo contrario, porque la fiebre fue en aumento, lo que nos obligó a detenernos en Amiens, y allí murió al cabo de quince días.»

Radegunda explica la abnegación de Margarita Chétif hacia aquella pobre señorita:

«No sabría yo decir los cuidados y fatigas que se tomó Sor Chétif con ella, tanto cuando íbamos de camino, como durante su enfermedad, encargán­dose de buena gana de prestarle todos los servicios, aun los más bajos y costosos».

Aquella «buena joven» era la que debía presentar a las Hermanas en Arrás y probablemente alojarlas en su casa y enseñarles la ciudad. Aunque desconcertadas  por aquella muerte y viéndose solas, las dos Hermanas prosiguen su camino, porque «Dios las ha escogido para Arrás».

Llegadas a la ciudad, las dos Hermanas se encuentran con que no saben a donde dirigirse, no conocen a nadie, han gastado todo el dinero que llevaban… Sor Radegunda prosigue su relato:

«Después del entierro de aquella buena joven, nos fuimos a Arras, don­de, una vez llegadas, no sabíamos a dónde dirigirnos, ya que no teníamos a nadie para recogernos; una buena señora nos dio alojamiento por caridad durante quince días; luego, durante varias semanas, fuimos de casa en casa a comer y a dormir.»

Posteriormente, las Hermanas quedarían alojadas en casa de la Señora Le Fond, y luego se encargaría de ellas la Señorita des Lions, hasta que se compró una casa dos años más tarde, en 1658.

Sin detenerse en sus dificultades personales, Margarita y Radegunda se ponen inmediatamente al servicio de los pobres. Descubren gran cantidad de pobres aban­donados por todo el mundo, infectados y llenos de parásitos. Sin ahorrar esfuerzo alguno, visitan a los enfermos, curan sus llagas, lavan y remiendan sus ropas que muchas veces no son sino harapos.

Si es cierto que ese trabajo es un beneficio para todos aquellos pobres, sin em­bargo, no todo el mundo lo ve bien. Se critica a las dos Hermanas, se mofan de ellas. ¿Qué han venido a hacer a esta ciudad, vestidas tan raras, viviendo de manera tan original? ¿Son religiosas o no lo son?

El 30 de septiembre, San Vicente les dirige palabras de aliento:

«Doy gracias a Dios por haberlas hecho llegar felizmente y le pido que les dé fuerzas para sobrellevar esas dificultades en que se encuentra. Ocurren de ordinario a las personas que comienzan una buena obra, sobre todo cuando el espíritu maligno prevé que de ella va a resultar mucho servicio y gloria de Dios; porque entonces se esfuerza por impedirla suscitando dis­gusto y complicaciones a esas personas; pero como Dios quiere que la em­presa se lleve a cabo, va haciendo que poco a poco todos esos impedimen­tos se vengan abajo.» (Coste, VI.100; Sig. Vl,97.)

Por otra parte, el trabajo es duro y la sensibilidad de Margarita se ve a menudo sometida a prueba. Radegunda lo recuerda:

«Sor Chetif tenía una gran sensibilidad y era propensa a la náusea ante la suciedad que a veces encuentra en los enfermos. No obstante, no se escudaba en manera alguna, hacía como que no lo veía. Yo la he visto varias veces vomitar mientras curaba a una joven que tenía una pierna en tal estado de podredumbre que salían los gusanos de ella. Pero esto no la impedía nunca prestar servicio».

A la larga, tan enorme trabajo tuvo repercusión en la salud de las Hermanas. Una gran lasitud se apodera de Margarita. Todo se le hace costoso. Aun la oración ha perdido para ella el atractivo. Entonces, le asalta la duda: ¿No se habrá equivocado de camino? ¿La quiere Dios realmente Hija de la Caridad? ¿Tiene verdadera voca­ción de sierva de los pobres?… La tentación persiste, punzante, dolorosa.

Margarita comunica sus inquietudes, interrogantes, sufrimientos a los Fundado­res, el señor Vicente y la Señorita. No duda en escribirles con frecuencia, como ellos mismos se lo han recomendado.

El 18 de febrero de 1657, San Vicente, con una carta suya, va a ayudar, a Mar­garita a mirar con serenidad y lucidez la tentación que la asalta, a volver a considerar su vida bajo la mirada de Dios:

«Hermana:

La Gracia de Nuestro Señor esté siempre con usted.

He recibido su carta del 29 de enero y la he leído con alegría, aunque me preocupa su indisposición corporal, de la que me ha hablado el Señor Delville, y más todavía la de su espíritu respecto a su vocación y a sus re­glamentos. A propósito de esto he de decirle, Hermana, que no es más que una tentación del espíritu maligno que, al ver los bienes que usted hace, se esfuerza en apartarla de ellos. Lo que él quiere es, quitándola de sus tareas, quitarla de las manos de Nuestro Señor para poder triunfar sobre usted con un rapto tan deplorable. Para juzgar si es Dios el que la ha llama­do a la condición en que se encuentra, no tiene usted que fijarse en sus disposiciones actuales, sino en las que tenía cuando entró. Entonces sintió usted en varias ocaciones el movimiento divino, le rezó a Dios para conocer su voluntad, pidió consejo a sus directores, hizo no solamente un retiro, sino un ensayo o prueba en casa de la Señorita Le Gras, y, después de esto, decidiéndose usted voluntariamente a este género de vida, con la mira puesta en Dios y deseando responder a su llamada, El mostró que su deci­sión le había agradado bendiciendo luego abundantemente su persona y sus trabajos, haciendo que edificara usted a todos los de dentro y los de fuera. ¿Qué motivos tiene usted ahora para dudar de si se halla en el esta­do que El desea? Es evidente, por todo lo que le he dicho, que su vocación es de Dios, ya que ha llegado a ella por esos caminos que son los más se­guros y por los que El acostumbra a sacar a las almas del mundo para ser­virse de ellas en el mismo mundo. Por consiguiente, esas dificultades con las que usted tropieza ahora no tienen que hacerla dudar de esta verdad que tan bien conoció usted desde el principio; ni tiene por qué extrañarse de que le venga esa tentación, ya que el evangelio de hoy nos asegura que hasta Nuestro Señor fue tentado; ni ha de afligirse por ese hastío que sien­te en sus ejercicios, ya que, al ser penosos y repugnantes, la naturaleza se cansa de ellos…

Le pido a Nuestro Señor a quien sirve usted tan útilmente, que sea El mismo su fuerza para sostener con vigor y mérito esa debilidad exterior e interior en que usted se encuentra, para que obtenga la recompensa pro­metida a los que perseveran, una recompensa tan grande que, en compara­ción de ella, todos los trabajos de esta vida les han parecido a los santos meros pasatiempos…

Por su parte, también Luisa de Marillac aconseja a Margarita que no se detenga en sus sufrimientos, que vuelva su mirada hacia Dios aun cuando le parezca que está lejano, que le dé pruebas de su fidelidad, que descubra la suavidad del amor de Dios, aun a través de las dificultades y angustias.

«Cuando nos vemos sometidas a la prueba de las mortificaciones y tenta­ciones, estamos abatidas y caemos en un estado que nos parece deplora­ble. Y, en efecto, lo estaríamos si no permaneciéramos unidas a Dios por la parte superior de nuestro espíritu y le dijéramos desde el fondo del cora­zón: «iHágase (Dios mío), según os plazca, soy toda vuestra!», hacien­do todas nuestras acciones, pese a la tentación, pura y simple por amor de Dios.» (Carta núm. 546, 15-10-1657.)

Otras dificultades iban a llegar también por parte del Sr. Delville, Sacerdote de la Misión. Ingresado en la Congregación en 1641, fue Superior en Crécy y Montmirail. Pero en 1651, pidió al Señor Vicente retirarse a Arras, su tierra natal, lo que le fue concedido. El Señor Delville tuvo muchas atenciones con las dos Hijas de la Caridad, pero éstas tenían que actuar con discernimiento. El Sr. Vicente, que conocía bien a Guillermo Delville, las había prevenido:

«Os encontraréis allí con un Sacerdote de la Misión. Recibid también sus órdenes, con tal de que no os mande nada en contra de vuestras ocupacio­nes. Y si os dijera que hicierais algo contra vuestras reglas y las cosas que acostumbráis hacer aquí, decidle: «Señor, eso no va con nuestras prácticas, le ruego que nos excuse.» En fin, no haréis nada contra vuestras santas costumbres.» (Coste X, 227, Conf. esp. n. 1574.)

Primero fueron detalles de la vida concreta los que causaron tensiones entre el Sr. Delville y las Hermanas. Poco tiempo después de su llegada, el Sacerdote las aconsejó que, siguiendo la costumbre del país, bebieran cerveza, la bebida corriente de la región. Las Hermanas se negaron y el Sr. Delville no dejó de insistir. Una carta del Sr. Vicente puso fin a aquella primera contienda.

«No hay que cambiar nada en la forma en que las Hijas de la Caridad se ali­mentan. La Señorita Le Gras dice que tienen la ventaja de saber hacer agua dulce, con la que se puede quitar el mal sabor a las demás aguas e impedir que hagan daño. Por eso, las de Arras pueden prescindir de beber cerveza, como usted propone, con el fin de guardar la uniformidad con todas las demás y quitar el pretexto que de ahí pudieran tomar otras, no contentas con la bebida ordinaria, para desear beber un poco de vino.» (Coste VI, 143; Sig. VI, 136.)

Otra vez, la discusión giró en torno a la cofia. En aquella región, las mujeres solían llevar un trozo de sarga a la cabeza. Las Hijas de la Caridad resultaban ridícu­las con su sencillo tocado, sin nada más. El Sr. Delville insistió en que las Hermanas se pusieran otra cosa encima. Margarita somete la cuestión a los Fundadores, que manifiestan su deseo de que conserven la sencillez de su vestido tal y como lo llevan las demás Hermanas.

En 1658, el Sr. Delville quiere que las dos Hermanas se encarguen de los soldados heridos y enfermos, hospitalizados en el Hospital General. Margarita no acepta, por­que ya hay unas religiosas que trabajan en el Hospital y se cuidan de ellos. Una vez más, el Señor Vicente sostendrá la postura de las Hermanas. Escribe al Señor Delvi­Ile el 1 de febrero de 1658:

«… las Hijas de la Caridad sólo están para atender a los enfermos abando­nados que no tienen a nadie que los asista. Para eso es para lo que han sido enviadas a Arras esas dos Hermanas.» (Coste VII, 65; Sig. VII, 61.)

Las dificultades con el Sr. Delville no terminaron hasta la muerte del mismo, en mayo de 1658.

También los problemas económicos iban a ser fuente de dificultades para las dos Hermanas de Arras. Las Damas de la Caridad de París, como lo habían prometi­do, enviaron una cantidad de dinero destinada a adquirir pan para los enfermos. Pero no pensaron en el sostenimiento de las Hermanas. Luisa de Marillac escribe a Mar­garita el 22 de septiembre de 1657:

«… También me decía (la Señorita de Lamoignon) que se cuidaría del soste­nimiento de ustedes, lo que me mueve a decirle, querida Hermana, que no sufran ninguna privación: pídanme lo que necesiten o pídanlo prestado hasta que lo reciban…» (Carta 545 bis.)

El 10 de enero de 1660 insistirá una vez más:

«… Le ruego, querida Hermana, que me diga cuándo necesita dinero, por­que no quiero que les falte lo necesario para alimentarse y vestirse, como si estuvieran en la Casa…» (Carta 651.)

Como lo hacían las demás Hermanas, Margarita y Radegunda tuvieron que tra­bajar con sus propias manos , en el tiempo que les dejaba libre el servicio a los Po­bres, para ganarse la vida: coser, hilar, elaborar dulces para quienes se los encarga­ban, era el trabajo habitual de las primeras Hermanas.

Todas estas dificultades con las que tuvieron que enfrentarse Margarita Chétif y Radegunda Lenfantin les enseñaron a discernir, guiadas por el Espíritu, el carisma de la Compañía y a luchar contra las tentaciones. Les permitieron también compren­der la importancia de una vida de Comunidad sólida y de una sólida vida de Fe en Je­sucristo.

Así iba Dios preparando a Margarita para asumir el cargo de Superiora General, en el que tendría como tarea primordial hacer que la Compañía viviera del espíritu que Nuestro Señor le había dado.

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