II. En el siglo XVII
Resumen histórico
Las amenazas que acechaban a Polonia en aquella mitad del siglo XVII van a saltar a plena luz con la crisis política que se desencadenó por entonces y que los polacos suelen llamar «el diluvio». En el origen de la misma está la cuestión de los cosacos. Éstos, bajo la soberanía del rey de Polonia, formaban en el sur de Ucrania y en la región del Dniepr inferior, como una especie de repúblicas de campesinos libres gobernados por jefes elegidos. Estaban, además, armados para defenderse de los turcos. Fuertemente adictos a la religión ortodoxa y a su libertad, no estaban dispuestos a soportar las tentativas de los señores feudales polacos, apoyados por el rey, para transformarlos en vasallos de los grandes territorios y hacerles abrazar el catolicismo. Finalmente, uno de sus jefes arrastró tras sí a los cosacos de la región del Dniepr e hizo estallar la sublevación de Ucrania.
Vencedores de los señores y después del ejército al mando del rey, los cosacos avanzaron hasta Lwow. Juan Casimiro pidió ayuda al Papa y al emperador, y en 1651, los cosacos quedaron derrotados. Pero tres años más tarde, sustrayéndose a la dominación del rey de Polonia, se sometían a la soberanía del zar de Rusia y ponían a su disposición Ucrania.
Entre tanto, se había desencadenado la guerra entre Polonia y Rusia, y el ejército del zar conquistaba Smolensk y Vilna. Por su parte, el rey de Suecia, Carlos Gustavo, invadía Polonia, tomando Varsovia y Cracovia, y consiguiendo que una parte del pueblo se adhiriera a él. Juan Casimiro se refugió en Silesia. Polonia parecía perdida (1655).
Fue entonces cuando se produjo un verdadero despertar del patriotismo polaco. Carlos Gustavo fue arrojado de Varsovia. Y en 1660, la guerra secular entre Polonia y Suecia terminó con la paz de Oliwa, el 13 de mayo de 1660, tratado que confirmó a Suecia en la posesión de Livonia.
La guerra contra Rusia se prolongó, marcada por la reconquista de la Rusia blanca y de Ucrania. Pero estos Estados tuvieron finalmente que ser cedidos al Estado moscovita, al firmar el tratado de Androussovo (1667).
1. Situación de la Compañía
a) En las peripecias de la guerra…
Hacía ya un año que los cosacos, después de transcurridos otros tres de aparente tranquilidad, intentaban de nuevo sacudir el yugo del rey de Polonia, ayudados por los zares. En sus cartas al P. Ozenne, San Vicente hace con frecuencia alusión a este asunto:
- el 9 de octubre de 1654, San Vicente se muestra afligido por la noticia que le ha dado este misionero acerca del avance de las armas de los moscovitas en Polonia;
- el 27 de noviembre siguiente: «¡Dios mío! ¡Cuánto me aflige esa invasión de los cosacos!»;
- el 4 de diciembre: «…me apena mucho lo que usted me dice de que los moscovitas siguen avanzando. Espero, sin embargo, que Dios tomará en consideración los grandes bienes que el rey y la reina conceden a su Iglesia… «.
Hablando de San Lázaro el 13 de junio de 1655, dice: «Encomiendo a las oraciones de la Compañía el reino de Polonia, que está pasando duros momentos de angustia a causa del gran número de enemigos que lo atacan. Es de la gloria de Dios que recemos por él, ya que son los enemigos de la Iglesia los que lo atacan. Pido a los sacerdotes que, si pueden, celebren hoy por esta intención, y a los hermanos que comulguen. Además de esta razón que acabo de indicar, estamos obligados a ello porque hemos sido llamados a aquel reino para trabajar allí y establecernos».
El 27 de agosto de 1655, escribe al Padre Ozenne, a Varsovia: «No me dice usted nada (en sus dos últimas cartas) de esa triste noticia que se corre por aquí, de que los suecos han hecho varias irrupciones en Polonia, de lo que he sentido mucha aflicción»– En sus cartas de 3 y 24 de septiembre y 15 de octubre, San Vicente ruega y hace rogar por el reino de Polonia y Sus Majestades.
En su relación epistolar con el P. Coglée, Superior de Sedan, encontramos 20 de noviembre de 1655: «Recibiremos aquí mañana o uno de estos días a cuatro de nuestros sacerdotes de Polonia, que se han visto obligados a salir de el después de que los enemigos de nuestra santa religión invadieron aquel reino. El Padre Ozenne se ha quedado en Silesia (en Glogau), junto con la reina». Algunos días después. Vicente anuncia a Juan Martín la llegada de los cuatro sacerdotes. Otros dos se han quedado en Varsovia: «…a pesar de que los suecos han hecho los amos de todo… «.
A principios del año siguiente, el 28 de enero de 1656, dirigiéndose también a Juan Martin Martín, Vicente dice: «…el Padre Ozenne sigue en Silesia, con la reina de Polonia, rol Padre Desdames, resiste en Varsovia junto con el Padre Duperroy. Todos están paz y parece que Dios quiere que empiecen a tomar otro cariz los asuntos de aquel Reino, ya que los tártaros y los cosacos se han unido al rey en contra de los suecos».
Por último, en marzo de 1656, las noticias son mejores y San Vicente escribe la reina: «…Todo esto, señora, nos da motivos para esperar que Nuestro Señor restablecerá a su esposa (la Iglesia) en su primitivo esplendor y a Sus Majestades su Estado…». El mismo tono esperanzado se encuentra en las cartas del 17 marzo y del 12 de mayo de 1656.
Por su parte, Santa Luisa, en la medida de lo posible, tenía comunicación n las Hermanas de Polonia. El 19 de agosto de 1655, persuadida de que el segundo envío de personal iba a ser posible, les había escrito: «…que nuestras Hermanas puedan entrar en esa unión cordial, de tal suerte que no se distinga cuáles son las tres primeras y cuáles las tres últimas. …no hablen ustedes nunca en polaco, sin hacer entender a las Hermanas lo que están diciendo; esto les ayudará a aprender más pronto la lengua e impedirá otros inconvenientes que podrían ocurrir si obrasen de otro modo…».
En su correspondencia con Bárbara Angiboust, en septiembre de 1655, encomienda a sus oraciones el «Estado de Polonia, la conservación de las personas del rey y de la reina (pues), tenemos muy malas noticias de cómo va la guerra. Suplico Nuestro Señor les otorgue la ayuda de que Sus Majestades necesitan. Puede usted pensar en qué situación se encuentran nuestras Hermanas y todos los católicos, puesto que sus perseguidores son todos herejes de varias confesiones. ¡Quiera Dios que no sea tan grande el mal como se dice! Esto ha hecho que nuestras tres Hermanas que estaban ya en Ruán dispuestas a embarcarse, han emprendido el camino de regreso, lo que es para nosotras una señal de la protección de la divina Providencia sobre la Compañía, por la que le estamos sumamente agradecidas… «.
El 4 de diciembre de 1655 confiaba a la misma Hermana: «…nuestras Hermanas de Polonia están seguras al lado de la Reina, lo mismo que las Religiosas de Santa María y el señor Ozenne, de lo que hemos de dar muchas gracias a Dios. Pero aquel pobre reino está muy afligido; tenemos que proseguir nuestras oraciones para alcanzarle algún alivio, especialmente por lo que se refiere a la religión católica que corre mucho riesgo de verse desterrada de él».
Como hemos visto en las cartas anteriores, en 1655, los moscovitas y los cosacos avanzaban hacia Varsovia. La corte huyó —y las Hermanas la siguieron— primero a Cracovia y después a la región de Silesia16. A principios de 1656 empezó a apuntar una esperanza de que la guerra terminase favoreciendo a los polacos. «Nos han dicho que Dios sigue bendiciendo las armas del rey de Polonia, en contra de los enemigos de la Iglesia y de su Estado, y que éste ha puesto sitio a Varsovia», leemos en una carta de San Vicente a Juan Martín, el 7 de julio de 1656. Más adelante, vemos cómo se alegra y da gracias a Dios por el regreso de la reina a Polonia, expresa su deseo de recibir noticias sobre la rendición de Varsovia y agradece a Dios que los paquetes expedidos en el momento de la partida frustrada, de agosto de 1655, y que se habían quedado en Hamburgo, hayan llegado por fin a Varsovia.
No había de durar mucho esta alegría de Vicente, porque Varsovia volvió a caer en manos de los suecos, que amontonaron ruinas sobre ruinas y no respetaron ni siquiera las iglesias. La de la Santa Cruz, de la misión francesa, tampoco fue perdonada. El Padre Duperroy, sacerdote de la misión, recibió tal cantidad de golpes que lo dejaron por muerto. Pero, entre tanto, en París, no se sabía exactamente lo que ocurría y San Vicente reclamaba noticias: «…no sabemos qué decir ni qué pensar ante tantos rumores como corren sobre la mala situación de los asuntos de Polonia…».
El 20 de octubre de 1656, en una carta a Juan Martín, Vicente le comunica: «…los de Polonia han recibido malos tratos, porque los suecos, al volver a tomar Varsovia, la sometieron al pillaje y no dejaron absolutamente nada a los señores Desdames y Duperroy, salvo la libertad para que se marcharan. Me he enterado, sin embargo, de que se han quedado allí, ya que el propio enemigo ha abando21nado la plaza para marchar contra los moscovitas que han atacado a Suecia…».
Dirigiéndose a las Hijas de la Caridad, el 8 de septiembre de 1657, San Vicente exclama: «Os voy a decir una cosa que seguramente os llenará de alegría. Es una carta que me ha escrito uno de los nuestros desde el sitio de Varsovia, en la que me dice: «La reina ha llamado a las Hijas de la Caridad y a mí para atender a los soldados heridos. ¡Hermanas mías, qué consuelo he recibido con estas las! ¡Que unas muchachas tengan el coraje de ir hasta las filas de combate! ¡Unas de la Caridad de París, de frente a San Lázaro, ir a visitar a los pobres heridos, solamente en Francia, sino hasta en la misma Polonia! Hermanas mías, ¿hay algo pueda compararse con esto? ¿Habéis oído decir alguna vez que se haya hecho semejante? ¿Habéis oído decir alguna vez, de cualquier parte del mundo, que s mujeres hayan llegado hasta el frente de combate con esta finalidad?».
b) Después de la guerra.
En 1658 se espera en Varsovia al rey y a la reina. De hecho, no entrarán en la capital hasta el 8 de marzo de 1659. Las Hermanas, que durante aquellos dos años se habían ocupado de los heridos, reanudan sus obras con acrecentado ardor, a la vista de las miserias acumuladas en torno a ellas. En su comunidad, sigue dándose la dificultad de Sor Francisca, a quien el Padre Ozenne ha tenido que poner en un servicio completamente independiente del de sus dos compañeras, siguiendo para ello el parecer del propio San Vicente. Pero el 20 de junio de 1659, este último escribe al Padre Dosdames: «…convendrá que envíe a Sor Francisca a Francia cuando se presente la ocasión, obteniendo antes el permiso de la reina… «23. Este proyecto no llegó a realizarse.
En 1659, la reina compró una casa para las Hermanas y sus huérfanas. Era asunto decidido desde 1654, pero que quedó postergado por los disturbios de la guerra. San Vicente le dio las gracias por ello en carta del 26 de agosto de 1659: «ruego a Nuestro Señor que sea Él mismo la recompensa y el agradecimiento de Su Majestad… (por haber) comprado un gran palacio para educar allí a las tunas pobres por las Hijas de la Caridad». Dicha casa sería con el tiempo el Instituto de San Casimiro y más adelante, la Casa Provincial.
En 1659, San Vicente envió a todas las Hermanas el Reglamento de las Hijas de la Caridad y la aprobación del mismo dada por el Cardenal de Retz, en Roma. Su intención era enviarlo también a Polonia. De hecho, este envío no pudo hacerse hasta septiembre de 1660, con la llegada de un grupo de Sacerdotes de la Misión y de Hijas de la Caridad.
En febrero de 1660, San Vicente, que vibra con todos los acontecimientos de Polonia, se alegra ante la perspectiva de esperanza de paz con Suecia, pero teme el avance, en el país de los moscovitas. A la carta que dirige al señor Desdames, une otra de la señorita Le Gras, dirigida a Sor Francisca, y añade: «Ella (la señorita Le Gras) cayó enferma poco después hasta el punto de que no nos atrevemos a esperar que se recupere, lo que nos tiene muy afligidos. Y lo que colma nuestro dolor es que el señor Portail está también gravemente enfermo. Los dos han recibido el viático el mismo día…».
A comienzos del mes siguiente, el 5 de marzo, San Vicente escribe al señor Desdames para anunciarle el fallecimiento del señor Portail. El 19 del mismo mes, une a su correo otra carta para Sor Margarita Moreau: «…que llenará de aflicción a esas pobres Hijas de la Caridad. Dios ha querido disponer de la señorita Le Gras. Le ruego que las prepare para esta triste noticia y que las ayude a soportar la pena ocasionada por esta gran pérdida. Encomiendo a sus oraciones el alma de esta difunta».
2. Nuevo envío de Hermanas
Ante la petición cada vez más apremiante de un nuevo grupo de Hermanas, San Vicente escribe el 28 de mayo: «Procuraremos tener preparadas a las personas que esperan, para hacerlas partir lo más cerca posible del tiempo que se nos indique de parte de la reina…». Y el 23 de julio siguiente: «Veo que ha llegado la hora de enviarle la ayuda prometida… Lo que me preocupa son las Hijas de la Caridad…», «…porque… nos hemos visto obligados a disponer de las que la difunta (señorita Le Gras) había destinado para Polonia…». Se acusa la ausencia de la señorita para elegir a las Hermanas…
De hecho, el envío no se hará hasta septiembre de 1660, juntamente con el de los misioneros. El envío a misión de tres Hermanas, respondiendo a la petición de la reina de Polonia lo escribirá Tomás Berthe, al dictado de Vicente, el 16 de septiembre de 1660. Esto era once días antes de su fallecimiento. Las Hermanas eran:
Bárbara Bailly, nacida en junio de 1628, en Droyes (Haute Mame). Ingresó en la Compañía el 8 de octubre de 1645, pronunció sus primeros votos el 8 de diciembre de 1648. Después de haber estado destinada en Bicétre, desempeñó en la casa Madre los oficios de enfermera y secretaria de la señorita. En Polonia cayó enferma y regresó a París en 1668. Falleció en 1699 en el hospital de Alencon.
Catalina Baucher, natural de Epones (Yvelines). Destinada en Nantes y después en Brienne. Permaneció en Polonia hasta su muerte, ocurrida después de 1682.
Catalina Bouy, ingresó en la Compañía después de 1655. Las tres marcharon a Polonia el 17 de septiembre de 1660.