Las fundaciones de San Vicente (Parte primera)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: José María Román, C.M. · Year of first publication: 1984 · Source: Vincentiana.
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Las fundaciones llevadas a cabo por Vicente de Paúl constitu­yen un interesante tema de estudio por dos razones fundamentales: de una parte, nos descubren un aspecto generalmente poco atendi­do de la psicología del propio Vicente: su calidad de administrador y organizador, inseparable en él de la preocupación apostólica, y, de otra, nos permiten seguir en sus primeros tramos el curso históri­co de la Congregación de la Misión.

Conviene, antes de entrar en materia, delimitar sin equívocos el tema que nos va a ocupar. Cuando hablo de fundaciones, no me refiero al sentido místico-religioso del término (San Vicente como fundador de la C.M. o de la Hijas de la Caridad o de las Damas del Hótel-Dieu), sino a su sentido concreto: las fundaciones de es­tablecimientos o casas de la Congregación de la Misión. Por eso voy a prescindir aquí de la fundación de la C. M. en 1625 en el Colegio de Boris Enfants e incluso de la de San Lázaro en 1632 que, en reali­dad, más que fundación de una casa, puede considerarse con segun­da fundación de la Congregación misma.

1. LA DOCUMENTACION

Veamos, ante todo, la documentación con que contamos para ini­ciar nuestro estudio. Si no tan abundante como quisiéramos, es, desde luego, suficiente para conocer tanto el «modus operandi» de Vicen­te como las vicisitudes por las que atravesó cada uno de sus estable­cimientos.

1.1. La correspondencia vicenciana.

Tenemos, ante todo, la correspondencia de Vicente. Imposible darles aquí la lista completa de las referencias a las distintas funda­ciones diseminadas a lo largo de los ocho tomos de cartas. Basta de­cir, por ahora, que en el tomo XIV de Coste, bajo el nombre de ca­da una de las casas o de los personajes que intervinieron en su fun­dación, se encuentra la relación prácticamente exhaustiva, de las alu­siones de Vicente y sus corresponsales a uno u otro de los estableci­mientos. Con ello sólo bastaría quizás para poder trazar una histo­ria completa del desarrollo fundacional de la C. M. Y digo «quizás», porque, evidentemente, en la correspondencia vicenciana conserva­da, hay lagunas que, a veces, dejan inconcluso un episodio comen­zado o no permiten identificar a algunos de los personajes, lugares o sucesos aludidos. A lo largo del trabajo tendremos ocasión de espi­gar una generosa selección de estas citas.

1.2. Los primeros biógrafos.

Tenemos, además, las noticias transmitidas por los primeros biógrafos.

Abelly trazó ya la lista completa de las fundaciones de la C. M. en vida de San Vicente, con una breve reseña de las principales ca­racterísticas de cada una de ellas, sin perjuicio de relatar, en otros pasajes, las principales actividades y los hechos sobresalientes ocurri­dos en las casas más importantes.

1.3. La documentación oficial.

De lo que, en cambio, estamos escasos es en documentación ofi­cial fácilmente accesible, quiero decir publicada. Y no por falta de material. En los archivos franceses nacionales o departamentales se conservan prácticamente todos los contratos firmados por San Vi­cente para sus fundaciones. Coste los consultó, pero no juzgó nece­sario o no le fue posible publicarlos en el tomo XIII de su obra, no sé si por miedo a lo excesivo del volumen o por dificultades admi­nistrativas. Personalmente pienso que sería de suma utilidad para los estudiosos tener a mano una edición de esos documentos que evi­tara el engorro — y el dispendio — de acudir directamente a los ori­ginales conservados en los archivos, y que no sería empresa superior a nuestras fuerzas. En realidad, según Coste, todo lo importante se encuentra en los legajos de los archivos nacionales de Francia MM 354 (contratos de Aiguillon, Richelieu, Troyes, Annecy) y S 6700 (Agen), 6706 (LuÇon), 6707 (Crécy, Marsella, Le Mans, Montpellier), 6708 (Montmirail, Narbona), 6710 (Saintes), 6711 (Saint Méen), 6712 (Tréguier) y unos pocos más en dos o tres archivos de­partamentales o ministeriales.

Publicados, como ya dije, hay sólo unos pocos, aparte de los relativos a Bons Enfants y San Lázaro; son — y no completos — los de Marsella, Sedan, Crécy, Saint Méen, Mont­pellier.

1.4. Catálogos y Noticias.

Suplen en parte esa ausencia de documentación publicada los catálogos de fundaciones publicados en diversos momentos y que in­dican un contacto directo con las fuentes. A este género pertenece, entre otros, la

«lista de la casas de la C.M. fundadas en tiempo de San Vi­cente» aparecida en «Circulaires des Supérieurs Généraux… » , t. I, p. 2.

La memoria «Maisons fondées pendant la vie de Saint Vin­cent et nom des Supérieurs de chaque maison» publicada en «Noti­ces sur les Prétres, Clercs et Freres défunts de la Congrégation de la Mission», t. I, p. 510-535, con interesantes datos tomados de los contratos de fundación y los catálogos de personal.

La «Liste des établissements des missionnaires fondés de 1625 á 1660 et noms des Supérieurs», publicada por Coste según un manuscrito del archivo de San Lázaro (pero con correcciones del editor a la vista de sus propias investigaciones en la correspondencia vicenciana), en el tomo VIII de S.V.P., p. 516-520.

1.5. Estudios monográficos.

Otro capítulo importante de la documentación lo constituyen los estudios monográficos sobre fundaciones particulares, bien expre­samente dedicados al tema, bien lo traten en el contexto más amplio de la historia de una diócesis, una región o un personaje. Sin propó­sito exhaustivo me parece interesante citar los siguientes, casi todos manejados por Coste.

  • AUDIAT, Louis: Saint Vincent de Paul et sa Congrégation á Saintes et á Rochefort (1642-1746). Études et documents. Paris. A. Picard. 1885.
  • BOUSQUET, ‘E.: Le grand Séminaire de Montpellier, en la Revue historique du diocése de Montpellier, 1909.
  • BOSSEBOEUF, L.A.: Histoire de Richelieu et ses environs. Tours. L. Péricat. 1890.
  • BOYLE, Patrick; Saint Vincent de Paul and the Vincentians in Ireland, Scotland and England. London. R. & T. Washbourne, 1909.
  • CHARPENTIER, F.: Saint Vincent de Paul en Bas Poitou, en la Revue du Bas Poitou, 1911.
  • CHASTENET, P. L.: L vie de Mons. Alain de Solminihac. St. Brieuc, Prudhomme. 1817.
  • CONTASSOT, F.: Saint Vincent de Paul et le Périgord, en Annales, 1949, p. 161-203.
  • DAUX, C.: Le grand Séminaire de Montauban et les prétres de la Mission avant la Révolution. Paris. D. Dumoulin. 1883.
  • FILLON, B.: Une fondation de Saint Vincent de Paul á Lu­Çon. Fontenay-le-Comte. Robucho. 1848.
  • FOISSAC, A.: Le premier Séminaire de Cahors (1638-1791) et les prétres de la Mission. Cahors. F. Plantade. 1911.
  • PREVOST, A.: Saint Vincent de Paul et ses institutions en Champagne méridionale. Bar-sur-Seine. L. Goussard, 1928.
  • PURCELL, M.: The story of the Vincentians. Dublin. 1973.
  • STELLA, S.: La Congregazione della Missione in Italia. Pa­ris, Pillet et Dumoulin, 1884-1889.
  • SIMARD, H.: Saint Vincent de Paul et ses oeuvres á Marseille. Lyon. E. Vitte, 1894.

1.6. Estudios de conjunto.

Por último, debo referirme a estudios de conjunto sobre las fun­daciones vicencianas. Cualquier biografía de San Vicente suele con­tener un capítulo o sección dedicados al tema. Pero hoy por hoy si­gue siendo insuperado y, por lo tanto, insustituible, el realizado por P. Coste en el tomo II de su MONSIEUR VINCENT, Le grand saint du grand siécle, capítulos XXIII a XXVII.

En esas páginas condensó Coste sus pacientes y, para la época, exhaustivas investigaciones sobre el tema que nos ocupa, compul­sando los contratos originales y contrastándolos con los datos sumi­nistrados por la correspondencia vicenciana. Aunque yo lo utilizaré ampliamente, debo hace constar que mi enfoque del asunto es comple­tamente diferente ya que, más que interesarme por la historia por­menorizada de cada fundación, pretendo trazar el cuadro de con­junto de la actividad fundacional vicenciana, sus principios, méto­dos, exigencias o resultados. Es decir, hablar más de Vicente de Paúl fundador que de las fundaciones vicencianas en sí mismas conside­radas.

2. LOS PRINCIPIOS DOCTRINALES

En ninguna parte ha dejado San Vicente un cuerpo de doctrina estructurado sobre el tema de las fundaciones. Claro que lo mismo ocurre en otras materias. San Vicente no era hombre de síntesis te­óricas, sino de profundas convicciones radicales, de actitudes vitales asumidas de una vez para siempre, que le dictan en cada momento la línea que debe seguir para ser fiel a sí mismo. Por eso, a medida que se presenten las necesidades, irá enunciando los principios que deben seguirse. Somos nosotros los que debemos, al hilo de esas decla­raciones, reconstruir el esquema básico de sus ideas.

Esto supuesto, la doctrina vicenciana sobre fundaciones puede resumirse en unos pocos principios tan sencillos como firmes.

2.1. Dejar la iniciativa a Dios.

Ante todo, Vicente declara una y otra vez su voluntad, que es la de la Congragción, de no buscar nunca por sí mismo las funda­ciones, sino esperar un signo indicador de la voluntad de Dios, de modo que pueda decirse que es Dios quien le ha llamado. Claro que ésto no es sino la aplicación concreta a las fundaciones de una doctrina vicenciana mucho más amplia y universal, la de no adelantarse a la Providencia. Vale la pena reproducir el texto clave, aunque no único, que describe esta actitud.

«Nos hemos entregado a Dios — escribía en enero de 1651 a Carlos de Montchal, arzobispo de Toulouse — hace ya algunos años pa­ra no pedir nunca una fundación, ya que hemos experimentado la provi­dencia especial de Dios sobre nosotros, al ser ella misma la qua nos es­tablece, sin intervención alguna de nuestra parte, en todos los lugares en que hemos fundado, de forma que podemos decir que no tenemos nada que no nos haya ofrecido y dado Dios Nuestro Señor».

La misma idea y casi con las mismas palabras había expuesto cuatro arios antes y también a propósito de una posible fundación en Toulouse, a la Madre Catalina de Beaumount. No son los úni­cos textos. Fácilmente podría espigarse una gavilla de ellos en los que el mismo pensamiento se repite con diferentes pero concordan­tes matices y tonos.

Pero tan importante como la teoría me parece en este caso el hecho de que San Vicente declare que ésa ha sido la práctica en to­das las fundaciones de la Compañía. A pesar de afirmación tan ta­jante, a mí me quedan ciertas pequenas dudas referentes a algunos casos concretos, como el establecimiento de Roma, cuya larga y pe­nosa gestación tiene todas las trazas de haber sido un designio per­sonal de Vicente, perseguido con tenacidad y paciencia admirables y, sobre todo, el de las misiones extranjeras, empresa en la que no parece caber duda de que la iniciativa fue del propio Vicente, según un texto bastante conocido.

«No habiéndose concedido a ninguna congregación ni a los sacerdotes seculares las tres Arabias — Feliz, Pétrea y Desierta — para su cultivo y evangelización cristiana, Vicente de Paúl, superior de la Congregación de la Misión, ofrece mandar a los suyos a dichas Arabias cuando plazca a sus Eminencias encomendarles dicha misión sub nomine proprio» (9).

Cabe pensar que la singularidad de estos dos casos permitía ha­cer excepción a la norma universal. La fundación en Roma, cabeza de la cristiandad, era necesaria para la consolidación eclesial de la pequeña Compañía.  Las misiones extranjeras constituían un atrac­tivo irresistible para el celo de Vicente, sin la más mínima perspecti­va de ganancias materiales que pudiera emparrar la pureza de las intenciones.

2.2 . Aceptar sólo fundaciones estables.

Si no buscaba las fundaciones, Vicente, cuando éstas se le ofre­cían, tenía por norma invariable aceptar solamente aquellas que diesen garantías de estabilidad.

«Va contra el buen orden y nuestra costumbre comprometernos en un lu­gar para algún tiempo solamente y no para siempre».

Así le escribía a Fermín Get el 13 de junio de 1659 a propósito de la proyectada fundación de Montpellier, cuyo obispo no acababa de conceder a los misioneros las garantías necesarias. Por eso añadía:

«Si Dios nos quiere en Montpellier, él mismo buscará la forma de afian­zarnos allí; y si no nos quiere, tampoco hemos de desearlo nosotros» .

Se escribe y habla a veces con ligereza e imprecisión sobre el carácter itinerante del apostolado deseado por Vicente. En el pensa­miento vicenciano, el misionero es itinerante en el sentido de que no está al servicio de la iglesia de un solo lugar, sino que debe ir de pueblo en pueblo y de parroquia en parroquia evangelizando a los pobres; pero la base misionera debe ser fija y establecida a per­petuidad. Sobre ésto San vicente es terminante. De todos modos, -obsérvese la diferencia de matiz entre el primero y el segundo de es­tos principios. De aquél se dice que es «una máxima»; de éste, que lo contrario «va contra el buen orden y nuestra costumbre». Se es­tablece, pues, una jerarquía de valores.

2.3. Las fundaciones pequeñas, una necesidad.

Alguna vez he hablado de la oposición a San Vicente, que, en cierta medida, existió dentro de la Compañia. No todas las decisiones del fundador se aceptaban con la misma complacencia por todos los misioneros. Uno de los más críticos fue en diversas ocasiones Juan Dehorgny. Tenía títulos para ello: era de los más antiguos, había ocupado importantes cargos de gobierno y tenía una formación y pre­paración superiores a la mayoría de sus compañeros. Debemos pre­cisamente a una crítica suya el que Vicente tuviera ocasión de expo­ner otro principio rector de su manera de proceder en el asunto de las fundaciones.

Reconozco, lo mismo que Vd., — le escribió Vicente el 20 de sep­tiembre de 1652 — que no conviene hacer tantas pequeñas fundaciones y me propongo en adelante tener cuidado con ésto, mediante la gracia de Dios, pero también resulta muy difícil hacer grandes fundaciones al comienzo de una Compañía como la nuestra. No nos ocurre como a los mendicantes; a ellos les basta con plantar la piqueta para quedar funda­dos. Pero a nosotros, que no recibimos nada del pobre pueblo, nos hace falta tener rentas; y esas rentas, que deben ser suficientes, no vienen de golpe ni siempre en las ciudades, para establecernos allí. Si no hubiéra­mos aceptado Nuestra Señora de Lorm, que está en el campo, quizás no se nos hubiera presentado nunca la ocasión para fundar en la diócesis de Montauban; y puede ser que con el tiempo Dios se sirva de este medio para llamarnos a la ciudad. Así pues, al principio se hace lo que se puede, y poco a poco la Providencia va disponiendo las cosas mejor».

Nos movemos aquí, como habrán observado, no ya en la re­gión de los principios, sino en la de la táctica. Vicente reconoce que no son buenas las fundaciones pequenas, pero las acepta como un medio necesario para llegar a lo mejor. Hé ahí en acción el pragma­tismo vicenciano.

Por otro lado, ese texto nos adelanta ya otra de las ideas recto­ras de la conducta vicenciana en cosas de fundación: la necesidad de recursos económicos, que vamos a examinar en seguida.

2.4. El respaldo económico.

De Vicente de Paúl se ha dicho a veces que fue un genial hombre de negocios. Yo no sé si eso es verdad. Nunca se propuso como fin la creación y menos aún la acumulación de riqueza, sino, exclusiva­mente, asegurar a sus obras los medios económicos necesarios para funcionar eficazmente. Sí, fue, de eso no cabe la menor duda, un hombre práctico y realista al servicio de un alto ideal apostólico, en lo que se parece mucho a otra gran fundadora, la española Teresa de Jesús. Nada más ilustrativo a este respecto que una carta suya del 12 de julio de 1658 al P. Jolly:

«No hago el más mínimo caso de todos esos proyectos de fundación que no vienen de parte de aquellos que tienen poder para ello, sino de otras personas que no tienen más que buenos deseos, pero sin querer gastar nada en ello. Hará usted bien en decirle que no basta con que se propor­cione un alojamiento a los misioneros, sino que hay que darles los me­dios para que puedan vivir y trabajar, ya que no les está permitido hacer colectas ni conviene hacerlas».

Como se ve, es el mismo pensamiento que seis arios antes había ex­puesto a Dehorgny. El carácter voluntariamente gratuito de los mi­nisterios desempeñados por los misioneros — no se pide, ni conviene pedir retribución alguna por las misiones — les obliga a que, para su subsistencia y el desarrollo de su trabajo, cuenten con una base económica en forma de capital fundacional, en claro contraste con los mendicantes, a quienes, por vivir de limosna, no necesitan capi­tal para establecerse.

De hecho, como tendremos ocasión de ver, en todas las funda­ciones hechas por Vicente, el contrato estipula taxativamente las con­diciones económicas y proporciona a ellas el número de miembros de la nueva comunidad y sus obligaciones ministeriales. Sólo debe hacerse caso de los fundadores capaces de poner en ejecución sus buenas intenciones con un sólido respaldo económico. Una vez más, tropezamos con el realismo vicenciano.

En cuanto a las formas que puede revestir ese respaldo econó­mico, Vicente prefiere la colocación en fincas: «y es preciso que, para perpetuar la cosa, la renta sea en fincas, pues, de otro modo, dentro de cincuenta años, la fundación se vería reducida a la mitad. El precio de las cosas se dobla cada cincuenta mi os, por lo menos» .

iFeliz San Vicente, que no llegó a conocer la galopante infla­ción de nuestros días, en que el precio de las cosas se dobla no cada cincuenta, sino cada ocho o diez arios a lo sumo! Pero, dejando aparte lo anecdótico, el texto nos revela la mentalidad económica de San Vicente, claramente influida, a la vez, por sus orígenes campesinos — la tierra es lo seguro – y por la corriente fisiocrática de la época.

2.5. Condicionamientos de las fundaciones.

Unas reflexiones finales de este apartado sobre los condiciona­mientos que esa manera de pensar y actuar imponía a las fundaciones de la C. M.

El primero de todos era que no resultara fácil hacer nuevas fun­daciones: los bienhechores con capacidad económica suficiente para sustentar a una comunidad eran escasos.

Otra consecuencia era que fuera necesario conformarse con es­tablecerse en pequeñas localidades, a la espera de que, mejorando las circunstancias, resultara posible la instalación en las ciudades. Acaso este pensamiento puede chocar a quienes tengan una visión romántica de las misiones del campo. Misionar el campo no equiva­le a vivir en él. La idea vicenciana es establecerse en las ciudades y, desde ellas, irradiar la misión a los campos circunvecinos. Eso exige que los misioneros, no destinados por su vocación a predicar en las ciudades, deban ser cartujos en casa.

Por último, el sentido de justicia de Vicente le llevará a exigir que los misioneros cumplan estrictamente las obligaciones de los contratos, aún a costa de renunciar a importantes empresas apostó­licas. Esa es la razón que, en diciembre de 1637, daba al P. Bernar­do Codoing para obligarle a dejar las misiones que con gran fruto estaba predicando en Romans y trasladarse a Richelieu, en el Poitou:

«Lo que me ha inclinado en favor de Richelieu ha sido la obligación que tenemos allí, ya que la fundación es perpetua. Hecho ésto, padre, le suplico muy humildemente que parta, apenas reibida la presente, si no está en misión; y si está, que marche, en nombre de Nuestro S’en or, inmediatamente después de haberla acabado, sin divulgar ésto hasta su partida. No podemos faltar a la obligación que tenemos de estar en Riche­lieu el 20 o el 25 de enero».

3. EL RITMO CRONOLOGICO DE LAS FUNDACIONES

Durante diez arios, de 1625 a 1635, la Congregación de la Mi­sión no tuvo otros establecimientos que los dos iniciales de Paris, Bons Enfants y San Lázaro. El escaso número de misioneros no permitía soñar con una mayor expansión. En efecto, hasta 1636, el total de los seguidores de Vicente no sobrepasó el medio centenar, de los cuales unos treinta eran sacerdotes, diez clérigos aún no ordenados y unos diez Hermanos.

Por otra parte, la nueva Congregación era poco conocida y sólo a medida que sus trabajos en la diócesis de París y otras diócesis ve­cinas fueron adquiriendo notoriedad, surgió en obispos, eclesiásticos y seglares piadosos el deseo de proporcionar a sus diocesanos, feligre­ses o vasallos el beneficio de la actividad pastoral de los misioneros.

En 1635 se hace la primera fundación en provincias, la de Toul de Lorena. A partir de ese momento va a crecer ininterrumpidamente a un ritmo bastante satisfactorio. Veamos ante todo las fechas. Son las siguientes:

1635    Toul                 1643    Marsella                     1654    Turin

1637    Aiguillon,                    Cahors                                    Agde (1671)

La Rose                       Sedan                          1658    Meaux

1638    Richelieu         1644    Saintes                                               (h. 1661)

Lucon                          Montmirail                 1659    Montpellier

Troyes             1645    Le Mans                                  (h. 1660)

1639    Alet                             Saint Charles                                      Narbona

(hasta 1641)               (Paris)

Annecy                        Génova

1641    Crécy                           Túnez

1642    Roma              1646    Argel

1648   Madagascar

Tréguier

Agen

1650   Périgueux

1651   Polonia                                   1652    Montauban

(N.D. de

Lorm)

 

La distribución en tres columnas obedece al deseo de presentar las fundaciones encuadradas dentro de las que yo considero épocas distintas de la biografía de Vicente de Paúl. En efecto, entre 1634 y 1653 se desarrolla la etapa más fecunda de la vida de Vicente, la edad de gestión, que se subdivide en dos períodos: 1633-1642, que es una etapa de ascensión, «la irresistibile ascensión del señor Vi­cente», podría titularse, y 1642-1653, que es la época de plenitud, de culminación de su carrera humana y sacerdotal. A partir de 1653, Vicente entra en el ocaso de la ancianidad, si bien se trata da un ocaso luminoso, en el que su acción sobre la Iglesia de Francia se realiza sobre todo a través de las instituciones puestas en marcha por él y de un ascendiente moral universalmente admitido. No es ésta ocasión de justificar la elección de esas divisorias vitales, que he re­alizado en otro contexto.

Volvamos a las fundaciones.

Un recuento de su número nos hace ver que son en total 31 ca­sas, de las que 24 se hacen en Francia. El ritmo, pues, de las casas francesas, es de una al ario entre 1635 y 1659, lo que constituye un indicio de la fuerza expansiva de la joven Congregación y de que sus actividades correspondían a las necesidades de la Iglesia de Fran­cia.

Otro dato de interés viene dado por el hecho de que es entre 1642 y 1653 — la época de plenitud de la biografía de Vicente — cuando se produce la máxima expansión y, sobre todo, cuando se lleva a cabo la implantación de la C. M. fuera de Francia: en Italia, Polonia, Norte de África, Madagascar e Islas Británicas (no enume­radas por no haber sido nunca «fundaciones» en el sentido usual del término).

Finalmente quiero observar también que en los últimos arios de la vida de Vicente, el ritmo se hace más lento y menos seguro. Va­rias de las casas entonces fundadas tuvieron una existencia efímera (Adge, Meaux, Montpellier). Sólo las de Turín y Narbona lograron consolidarse. Otros proyectos empezados a acariciarse durante esta última época — Metz, Amiens, Noyon — se quedarían sin realizar hasta después de la muerte de Vicente.

4. LA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA

Pasemos ahora a examinar otro dato: la distribución geográfica de las fundaciones. El mapa adjunto nos permitirá apreciarla de un solo golpe de vista sin más ayuda que unas rápidas observaciones.

La primera es que las casas vicencianas de la C. M. dibujan sobre el mapa de Francia una red periférica que sigue con relativa aproximación los límites marítimos y terrestres de la nación, el fa­moso hexágono de los libros de Geografía. Quedó, en cambio, sin penetrar por la Misión el interior del país. Desde luego, ésto no puede atribuirse a un designio deliberado. Nos impide creerlo así el hecho de que las fundaciones de la Misión no obedecieron a un plan traza­do de antemano, sino que fueron fruto de ofertas espontáneas de di­versos bienhechores o, como diría el Santo, de la divina Providen­cia. De todos modos, ¿por qué no ver un designio superior en ese trazado que envuelve como una red protectora el corazón de la tierra francesa?

En realidad — y ésta es la segunda observación que quería ha­cer — la distribución geográfica de las fundaciones obedece princi­palmente a la localización de los intereses pastorales o económicos de los más importantes amigos del señor Vicente: los Gondi (París y Montmirail), la Duquesa de Aiguillon (Aiguillon y Marsella), el Cardenal Richelieu (Richelieu y LuÇon), Alano de Solminihac (Cahors), Santa Chantal (Annecy), los Fouquet (Agde y Marbona), los Séguier (Crécy y Meaux), Nicolás Pavillon (Alet), Brúlart de, Sillery (Troyes), María Luisa Gonzaga (Polonia)…

Por último, tampoco es casual la mayor densidad de fundaciones, en la parte norte del país. Era lógica consecuencia, por un lado, del hecho de que fuese París el foco inicial de irradiación y de que en el norte desplegara Vicente la mayor parte de su esfuerzo personal; y, de otro, del origen geográfico de la mayoría de las vocaciones mi­sioneras. Como he mostrado en otro lugar, éstas procedían princi­palmente del cuadrado septentrional de Francia: Champana, Artois, Picardía, Isla de Francia. Por sí solas, cuatro diócesis norteñas, Amiens, Paris, Rouen y Arras dieron un contingente de más de 140 misioneros del total de 614 admitidos en la C. M. en vida del funda­dor. En cambio, los naturales de las regiones situadas al suroeste de la línea Loira-Ródano no llegaron a 30 en todo ese período.

5. LAS INICIATIVAS FUNDACIONALES.

Algo acabamos de decir sobre este tema de las iniciativas fun­dacionales. Veámoslo más despacio.

Como sabemos, Vicente hacía profesión — máxima y práctica, — de «no pedir nunca una fundación». La iniciativa, pues, no eral nunca suya. ¿De quién procedía entonces? Es lo que vamos a ver en este apartado.

5.1. Obispos.

Entre esos bienhechores — fundadores para la mentalidad de la época, pues se consideraba fundador a todo el que dotaba econó­micamente una fundación — destacan en primer lugar los obispos.

La fundación de Toul fue iniciativa del administrador apostóli­co y luego obispo de la diócesis, Carlos Cristián de Gournay; Alet, de Nicolás Pavillon, el amigo y compañero de los trabajos iniciales de Vicente, con quien rompería más adelante por efecto de la contro­versia jansenista. ¿Influyó ésta también en la breve existencia de la fundación? Cahors se debió a Alano de Solminihac, el batallador obis­po reformista; Saintes, a Santiago Raúl de la Guibourgére; Le Mans,  a Emerico de la Ferté; Saint Méen, al obispo de Saint Malo, Aquiles de Harlay; Tréguier fue efecto de los esfuerzos continuados de dos obispos sucesivos, Noél des Landes y Baltasar Grangier de Liverdi; ‘Agen, de los de Bartolomé d’Elbéne; Périgueux, de Filiberto de Brandon, aunque la inspiración le vino a éste de su amigo Alano de Solminihac, lo que quizás contribuyó a que la fundación no se consolidara; Montauban debió su origen a la decidida voluntad de Monseñor Anne de Murviel; Adge, a la de los dos hermanos Fouquet, Francisco y Luis, que se sucedieron en la sede; Meaux tuvo como promotor a Domingo Séguier, el hermano del Canciller, quien tam­bién intervino decisivamente en la salvación de Crécy; Montpellier fue obra de Francisco de Bosquet y Narbona, de Francisco Fouquet, trasladado allá desde Agde. Entre las fundaciones extranjeras, la de Génova fue iniciativa y realización personalísima del Cardenal Du­razzo, arzobispo de la ciudad ligur.

En total, son quince las fundaciones que deben su origen pri­mario al obispo diocesano. Evidentemente, las razones que le mueven a ello — más adelante lo comprobaremos desde otro punto de vista — son de orden pastoral, lo que nos habla del alto aprecio que la naciente Congregación había sabido granjearse entre los res­ponsables de los destinos de la Iglesia francesa. Un estudio más por­menorizado nos llevaría a la conclusión de que, en general, esos obis­pos fundadores figuraban entre los que habían tomado más a pecho la tarea de restauración del catolicismo francés y veían en la Congre­gación vicenciana un instrumento adecuado para propiciarla.

5.2. Seglares

Junto a los obispos, aunque en proporción considerablemente menor, figuran como inspiradores de las fundaciones vicencianas seglares pudientes, que pusieron a disposición del santo una parte de sus bienes y su influencia con el propósito de procurar a los habi­tantes de sus tierras el beneficio espiritual de las misiones. Entre ellos hay que colocar, después de los Gondi, a la Duquesa de Aiguillon, a cuya magnificencia se deben las fundaciones de Aiguillon mismo, luego trasladada al santuario de Nuestra Señora de la Rose, y de Marsella. Ella fue también la dotadora de las fundaciones de Roma, Argel y Túnez, aunque, como ya vimos, en estos cuatro últimos ca­sos hay que preguntarse si la iniciativa fue verdaderamente de la Du­quesa o si no fueron más bien ideas e intenciones del propio Vicen­te, que recabó en su favor la ayuda de la ilustre Dama, si bien él, de acuerdo a su natural modestia, le atribuyera a ella la idea, como hizo para la fundación inicial de la Congregación con la señora Gondi.

Precisamente a otro Gondi, Pedro, hijo mayor del matrimonio fun­dador de la C. M., se debió el establecimiento de Montmirail en las tierras patrimoniales de la familia. Por último, Crécy tuvo su origen en el impulso de otro seglar importante, Pedro de Lorthon, secreta­rio real, quien consiguió para su intento el apoyo del Rey y del obis­po diocesano. Gracias a este último no le fue posible echarse atrás de sus propósitos iniciales, como pretendió en algún tiempo. Tam­bién la fundación de Turín hay que atribuirla, en definitiva, a un seglar, Felipe Manuel de Sirmiano, primer ministro de Saboya­Piamonte, si bien la idea original fue de un eclesiástico piamontés, que, por su poca representatividad a los ojos de Vicente, se encontró con la negativa que éste oponía a los proyectos que no venían avala­dos por lo que él consideraba la voz de Dios.

5.3. Equipos de fundadores.

Otras fundaciones fueron fruto de la feliz conjunción de dos o tres personajes que aunaron sus esfuerzos para ofrecer a Vicente un nuevo puesto de trabajo. Es el caso de Troyes, donde concurrieron la carmelita Madre de la Trinidad como inspiradora, el comenda­dor Noél Brúlart de Sillery como socio capitalista, si se ne permite la expresión, y el obispo, Renato de Breslay, como patrocinador for­mal. Los mismos papeles jugaron en Annecy Santa Chantal, otra vez Brúlart de Sillery y el prelado diocesano Justo Guérin.

5. 4. Fundaciones reales.

Más alta inspiración tuvieron otras dos fundaciones, las de Se­dan y Varsovia, que debieron su origen a la voluntad de dos sobera­nas amigas de Vicente de Paúl, Ana de Austria, Reina de Francia, y M a Luisa de Gonzaga, Reina de Polonia.

5.5. ¿Iniciativas vicencianas?

Por último, está el caso de las misiones extranjeras — Islas Bri­tánicas y Madagascar — que fueron ofertas hechas por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide y aceptadas por Vicente. Ya vi­mos, sin embargo, cómo, al menos para la última, es preciso admi­tir la posibilidad de que fuera el celo misionero de Vicente el que se adelantase a sugerir la idea a los eminentísimos miembros del alto dicasterio romano.

En conjunto, pues, los hechos dan razón a Vicente en su afir­mación de no haber sido él quien buscara el acrecentamiento de la Compañía, sino que éste se debió a los designios de la Providencia, actuante a través de los responsables directos del bienestar espiritual de las almas a las que la Misión iba a prestar sus servicios. ¿Cuáles eran éstos? La pregunta nos lleva al siguiente apartado de nuestra exposición.

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