Las fundaciones llevadas a cabo por Vicente de Paúl constituyen un interesante tema de estudio por dos razones fundamentales: de una parte, nos descubren un aspecto generalmente poco atendido de la psicología del propio Vicente: su calidad de administrador y organizador, inseparable en él de la preocupación apostólica, y, de otra, nos permiten seguir en sus primeros tramos el curso histórico de la Congregación de la Misión.
Conviene, antes de entrar en materia, delimitar sin equívocos el tema que nos va a ocupar. Cuando hablo de fundaciones, no me refiero al sentido místico-religioso del término (San Vicente como fundador de la C.M. o de la Hijas de la Caridad o de las Damas del Hótel-Dieu), sino a su sentido concreto: las fundaciones de establecimientos o casas de la Congregación de la Misión. Por eso voy a prescindir aquí de la fundación de la C. M. en 1625 en el Colegio de Boris Enfants e incluso de la de San Lázaro en 1632 que, en realidad, más que fundación de una casa, puede considerarse con segunda fundación de la Congregación misma.
1. LA DOCUMENTACION
Veamos, ante todo, la documentación con que contamos para iniciar nuestro estudio. Si no tan abundante como quisiéramos, es, desde luego, suficiente para conocer tanto el «modus operandi» de Vicente como las vicisitudes por las que atravesó cada uno de sus establecimientos.
1.1. La correspondencia vicenciana.
Tenemos, ante todo, la correspondencia de Vicente. Imposible darles aquí la lista completa de las referencias a las distintas fundaciones diseminadas a lo largo de los ocho tomos de cartas. Basta decir, por ahora, que en el tomo XIV de Coste, bajo el nombre de cada una de las casas o de los personajes que intervinieron en su fundación, se encuentra la relación prácticamente exhaustiva, de las alusiones de Vicente y sus corresponsales a uno u otro de los establecimientos. Con ello sólo bastaría quizás para poder trazar una historia completa del desarrollo fundacional de la C. M. Y digo «quizás», porque, evidentemente, en la correspondencia vicenciana conservada, hay lagunas que, a veces, dejan inconcluso un episodio comenzado o no permiten identificar a algunos de los personajes, lugares o sucesos aludidos. A lo largo del trabajo tendremos ocasión de espigar una generosa selección de estas citas.
1.2. Los primeros biógrafos.
Tenemos, además, las noticias transmitidas por los primeros biógrafos.
Abelly trazó ya la lista completa de las fundaciones de la C. M. en vida de San Vicente, con una breve reseña de las principales características de cada una de ellas, sin perjuicio de relatar, en otros pasajes, las principales actividades y los hechos sobresalientes ocurridos en las casas más importantes.
1.3. La documentación oficial.
De lo que, en cambio, estamos escasos es en documentación oficial fácilmente accesible, quiero decir publicada. Y no por falta de material. En los archivos franceses nacionales o departamentales se conservan prácticamente todos los contratos firmados por San Vicente para sus fundaciones. Coste los consultó, pero no juzgó necesario o no le fue posible publicarlos en el tomo XIII de su obra, no sé si por miedo a lo excesivo del volumen o por dificultades administrativas. Personalmente pienso que sería de suma utilidad para los estudiosos tener a mano una edición de esos documentos que evitara el engorro — y el dispendio — de acudir directamente a los originales conservados en los archivos, y que no sería empresa superior a nuestras fuerzas. En realidad, según Coste, todo lo importante se encuentra en los legajos de los archivos nacionales de Francia MM 354 (contratos de Aiguillon, Richelieu, Troyes, Annecy) y S 6700 (Agen), 6706 (LuÇon), 6707 (Crécy, Marsella, Le Mans, Montpellier), 6708 (Montmirail, Narbona), 6710 (Saintes), 6711 (Saint Méen), 6712 (Tréguier) y unos pocos más en dos o tres archivos departamentales o ministeriales.
Publicados, como ya dije, hay sólo unos pocos, aparte de los relativos a Bons Enfants y San Lázaro; son — y no completos — los de Marsella, Sedan, Crécy, Saint Méen, Montpellier.
1.4. Catálogos y Noticias.
Suplen en parte esa ausencia de documentación publicada los catálogos de fundaciones publicados en diversos momentos y que indican un contacto directo con las fuentes. A este género pertenece, entre otros, la
«lista de la casas de la C.M. fundadas en tiempo de San Vicente» aparecida en «Circulaires des Supérieurs Généraux… » , t. I, p. 2.
La memoria «Maisons fondées pendant la vie de Saint Vincent et nom des Supérieurs de chaque maison» publicada en «Notices sur les Prétres, Clercs et Freres défunts de la Congrégation de la Mission», t. I, p. 510-535, con interesantes datos tomados de los contratos de fundación y los catálogos de personal.
La «Liste des établissements des missionnaires fondés de 1625 á 1660 et noms des Supérieurs», publicada por Coste según un manuscrito del archivo de San Lázaro (pero con correcciones del editor a la vista de sus propias investigaciones en la correspondencia vicenciana), en el tomo VIII de S.V.P., p. 516-520.
1.5. Estudios monográficos.
Otro capítulo importante de la documentación lo constituyen los estudios monográficos sobre fundaciones particulares, bien expresamente dedicados al tema, bien lo traten en el contexto más amplio de la historia de una diócesis, una región o un personaje. Sin propósito exhaustivo me parece interesante citar los siguientes, casi todos manejados por Coste.
- AUDIAT, Louis: Saint Vincent de Paul et sa Congrégation á Saintes et á Rochefort (1642-1746). Études et documents. Paris. A. Picard. 1885.
- BOUSQUET, ‘E.: Le grand Séminaire de Montpellier, en la Revue historique du diocése de Montpellier, 1909.
- BOSSEBOEUF, L.A.: Histoire de Richelieu et ses environs. Tours. L. Péricat. 1890.
- BOYLE, Patrick; Saint Vincent de Paul and the Vincentians in Ireland, Scotland and England. London. R. & T. Washbourne, 1909.
- CHARPENTIER, F.: Saint Vincent de Paul en Bas Poitou, en la Revue du Bas Poitou, 1911.
- CHASTENET, P. L.: L vie de Mons. Alain de Solminihac. St. Brieuc, Prudhomme. 1817.
- CONTASSOT, F.: Saint Vincent de Paul et le Périgord, en Annales, 1949, p. 161-203.
- DAUX, C.: Le grand Séminaire de Montauban et les prétres de la Mission avant la Révolution. Paris. D. Dumoulin. 1883.
- FILLON, B.: Une fondation de Saint Vincent de Paul á LuÇon. Fontenay-le-Comte. Robucho. 1848.
- FOISSAC, A.: Le premier Séminaire de Cahors (1638-1791) et les prétres de la Mission. Cahors. F. Plantade. 1911.
- PREVOST, A.: Saint Vincent de Paul et ses institutions en Champagne méridionale. Bar-sur-Seine. L. Goussard, 1928.
- PURCELL, M.: The story of the Vincentians. Dublin. 1973.
- STELLA, S.: La Congregazione della Missione in Italia. Paris, Pillet et Dumoulin, 1884-1889.
- SIMARD, H.: Saint Vincent de Paul et ses oeuvres á Marseille. Lyon. E. Vitte, 1894.
1.6. Estudios de conjunto.
Por último, debo referirme a estudios de conjunto sobre las fundaciones vicencianas. Cualquier biografía de San Vicente suele contener un capítulo o sección dedicados al tema. Pero hoy por hoy sigue siendo insuperado y, por lo tanto, insustituible, el realizado por P. Coste en el tomo II de su MONSIEUR VINCENT, Le grand saint du grand siécle, capítulos XXIII a XXVII.
En esas páginas condensó Coste sus pacientes y, para la época, exhaustivas investigaciones sobre el tema que nos ocupa, compulsando los contratos originales y contrastándolos con los datos suministrados por la correspondencia vicenciana. Aunque yo lo utilizaré ampliamente, debo hace constar que mi enfoque del asunto es completamente diferente ya que, más que interesarme por la historia pormenorizada de cada fundación, pretendo trazar el cuadro de conjunto de la actividad fundacional vicenciana, sus principios, métodos, exigencias o resultados. Es decir, hablar más de Vicente de Paúl fundador que de las fundaciones vicencianas en sí mismas consideradas.
2. LOS PRINCIPIOS DOCTRINALES
En ninguna parte ha dejado San Vicente un cuerpo de doctrina estructurado sobre el tema de las fundaciones. Claro que lo mismo ocurre en otras materias. San Vicente no era hombre de síntesis teóricas, sino de profundas convicciones radicales, de actitudes vitales asumidas de una vez para siempre, que le dictan en cada momento la línea que debe seguir para ser fiel a sí mismo. Por eso, a medida que se presenten las necesidades, irá enunciando los principios que deben seguirse. Somos nosotros los que debemos, al hilo de esas declaraciones, reconstruir el esquema básico de sus ideas.
Esto supuesto, la doctrina vicenciana sobre fundaciones puede resumirse en unos pocos principios tan sencillos como firmes.
2.1. Dejar la iniciativa a Dios.
Ante todo, Vicente declara una y otra vez su voluntad, que es la de la Congragción, de no buscar nunca por sí mismo las fundaciones, sino esperar un signo indicador de la voluntad de Dios, de modo que pueda decirse que es Dios quien le ha llamado. Claro que ésto no es sino la aplicación concreta a las fundaciones de una doctrina vicenciana mucho más amplia y universal, la de no adelantarse a la Providencia. Vale la pena reproducir el texto clave, aunque no único, que describe esta actitud.
«Nos hemos entregado a Dios — escribía en enero de 1651 a Carlos de Montchal, arzobispo de Toulouse — hace ya algunos años para no pedir nunca una fundación, ya que hemos experimentado la providencia especial de Dios sobre nosotros, al ser ella misma la qua nos establece, sin intervención alguna de nuestra parte, en todos los lugares en que hemos fundado, de forma que podemos decir que no tenemos nada que no nos haya ofrecido y dado Dios Nuestro Señor».
La misma idea y casi con las mismas palabras había expuesto cuatro arios antes y también a propósito de una posible fundación en Toulouse, a la Madre Catalina de Beaumount. No son los únicos textos. Fácilmente podría espigarse una gavilla de ellos en los que el mismo pensamiento se repite con diferentes pero concordantes matices y tonos.
Pero tan importante como la teoría me parece en este caso el hecho de que San Vicente declare que ésa ha sido la práctica en todas las fundaciones de la Compañía. A pesar de afirmación tan tajante, a mí me quedan ciertas pequen—as dudas referentes a algunos casos concretos, como el establecimiento de Roma, cuya larga y penosa gestación tiene todas las trazas de haber sido un designio personal de Vicente, perseguido con tenacidad y paciencia admirables y, sobre todo, el de las misiones extranjeras, empresa en la que no parece caber duda de que la iniciativa fue del propio Vicente, según un texto bastante conocido.
«No habiéndose concedido a ninguna congregación ni a los sacerdotes seculares las tres Arabias — Feliz, Pétrea y Desierta — para su cultivo y evangelización cristiana, Vicente de Paúl, superior de la Congregación de la Misión, ofrece mandar a los suyos a dichas Arabias cuando plazca a sus Eminencias encomendarles dicha misión sub nomine proprio» (9).
Cabe pensar que la singularidad de estos dos casos permitía hacer excepción a la norma universal. La fundación en Roma, cabeza de la cristiandad, era necesaria para la consolidación eclesial de la pequeña Compañía. Las misiones extranjeras constituían un atractivo irresistible para el celo de Vicente, sin la más mínima perspectiva de ganancias materiales que pudiera emparrar la pureza de las intenciones.
2.2 . Aceptar sólo fundaciones estables.
Si no buscaba las fundaciones, Vicente, cuando éstas se le ofrecían, tenía por norma invariable aceptar solamente aquellas que diesen garantías de estabilidad.
«Va contra el buen orden y nuestra costumbre comprometernos en un lugar para algún tiempo solamente y no para siempre».
Así le escribía a Fermín Get el 13 de junio de 1659 a propósito de la proyectada fundación de Montpellier, cuyo obispo no acababa de conceder a los misioneros las garantías necesarias. Por eso añadía:
«Si Dios nos quiere en Montpellier, él mismo buscará la forma de afianzarnos allí; y si no nos quiere, tampoco hemos de desearlo nosotros» .
Se escribe y habla a veces con ligereza e imprecisión sobre el carácter itinerante del apostolado deseado por Vicente. En el pensamiento vicenciano, el misionero es itinerante en el sentido de que no está al servicio de la iglesia de un solo lugar, sino que debe ir de pueblo en pueblo y de parroquia en parroquia evangelizando a los pobres; pero la base misionera debe ser fija y establecida a perpetuidad. Sobre ésto San vicente es terminante. De todos modos, -obsérvese la diferencia de matiz entre el primero y el segundo de estos principios. De aquél se dice que es «una máxima»; de éste, que lo contrario «va contra el buen orden y nuestra costumbre». Se establece, pues, una jerarquía de valores.
2.3. Las fundaciones pequeñas, una necesidad.
Alguna vez he hablado de la oposición a San Vicente, que, en cierta medida, existió dentro de la Compañia. No todas las decisiones del fundador se aceptaban con la misma complacencia por todos los misioneros. Uno de los más críticos fue en diversas ocasiones Juan Dehorgny. Tenía títulos para ello: era de los más antiguos, había ocupado importantes cargos de gobierno y tenía una formación y preparación superiores a la mayoría de sus compañeros. Debemos precisamente a una crítica suya el que Vicente tuviera ocasión de exponer otro principio rector de su manera de proceder en el asunto de las fundaciones.
Reconozco, lo mismo que Vd., — le escribió Vicente el 20 de septiembre de 1652 — que no conviene hacer tantas pequeñas fundaciones y me propongo en adelante tener cuidado con ésto, mediante la gracia de Dios, pero también resulta muy difícil hacer grandes fundaciones al comienzo de una Compañía como la nuestra. No nos ocurre como a los mendicantes; a ellos les basta con plantar la piqueta para quedar fundados. Pero a nosotros, que no recibimos nada del pobre pueblo, nos hace falta tener rentas; y esas rentas, que deben ser suficientes, no vienen de golpe ni siempre en las ciudades, para establecernos allí. Si no hubiéramos aceptado Nuestra Señora de Lorm, que está en el campo, quizás no se nos hubiera presentado nunca la ocasión para fundar en la diócesis de Montauban; y puede ser que con el tiempo Dios se sirva de este medio para llamarnos a la ciudad. Así pues, al principio se hace lo que se puede, y poco a poco la Providencia va disponiendo las cosas mejor».
Nos movemos aquí, como habrán observado, no ya en la región de los principios, sino en la de la táctica. Vicente reconoce que no son buenas las fundaciones pequen—as, pero las acepta como un medio necesario para llegar a lo mejor. Hé ahí en acción el pragmatismo vicenciano.
Por otro lado, ese texto nos adelanta ya otra de las ideas rectoras de la conducta vicenciana en cosas de fundación: la necesidad de recursos económicos, que vamos a examinar en seguida.
2.4. El respaldo económico.
De Vicente de Paúl se ha dicho a veces que fue un genial hombre de negocios. Yo no sé si eso es verdad. Nunca se propuso como fin la creación y menos aún la acumulación de riqueza, sino, exclusivamente, asegurar a sus obras los medios económicos necesarios para funcionar eficazmente. Sí, fue, de eso no cabe la menor duda, un hombre práctico y realista al servicio de un alto ideal apostólico, en lo que se parece mucho a otra gran fundadora, la española Teresa de Jesús. Nada más ilustrativo a este respecto que una carta suya del 12 de julio de 1658 al P. Jolly:
«No hago el más mínimo caso de todos esos proyectos de fundación que no vienen de parte de aquellos que tienen poder para ello, sino de otras personas que no tienen más que buenos deseos, pero sin querer gastar nada en ello. Hará usted bien en decirle que no basta con que se proporcione un alojamiento a los misioneros, sino que hay que darles los medios para que puedan vivir y trabajar, ya que no les está permitido hacer colectas ni conviene hacerlas».
Como se ve, es el mismo pensamiento que seis arios antes había expuesto a Dehorgny. El carácter voluntariamente gratuito de los ministerios desempeñados por los misioneros — no se pide, ni conviene pedir retribución alguna por las misiones — les obliga a que, para su subsistencia y el desarrollo de su trabajo, cuenten con una base económica en forma de capital fundacional, en claro contraste con los mendicantes, a quienes, por vivir de limosna, no necesitan capital para establecerse.
De hecho, como tendremos ocasión de ver, en todas las fundaciones hechas por Vicente, el contrato estipula taxativamente las condiciones económicas y proporciona a ellas el número de miembros de la nueva comunidad y sus obligaciones ministeriales. Sólo debe hacerse caso de los fundadores capaces de poner en ejecución sus buenas intenciones con un sólido respaldo económico. Una vez más, tropezamos con el realismo vicenciano.
En cuanto a las formas que puede revestir ese respaldo económico, Vicente prefiere la colocación en fincas: «y es preciso que, para perpetuar la cosa, la renta sea en fincas, pues, de otro modo, dentro de cincuenta años, la fundación se vería reducida a la mitad. El precio de las cosas se dobla cada cincuenta mi– os, por lo menos» .
iFeliz San Vicente, que no llegó a conocer la galopante inflación de nuestros días, en que el precio de las cosas se dobla no cada cincuenta, sino cada ocho o diez arios a lo sumo! Pero, dejando aparte lo anecdótico, el texto nos revela la mentalidad económica de San Vicente, claramente influida, a la vez, por sus orígenes campesinos — la tierra es lo seguro – y por la corriente fisiocrática de la época.
2.5. Condicionamientos de las fundaciones.
Unas reflexiones finales de este apartado sobre los condicionamientos que esa manera de pensar y actuar imponía a las fundaciones de la C. M.
El primero de todos era que no resultara fácil hacer nuevas fundaciones: los bienhechores con capacidad económica suficiente para sustentar a una comunidad eran escasos.
Otra consecuencia era que fuera necesario conformarse con establecerse en pequeñas localidades, a la espera de que, mejorando las circunstancias, resultara posible la instalación en las ciudades. Acaso este pensamiento puede chocar a quienes tengan una visión romántica de las misiones del campo. Misionar el campo no equivale a vivir en él. La idea vicenciana es establecerse en las ciudades y, desde ellas, irradiar la misión a los campos circunvecinos. Eso exige que los misioneros, no destinados por su vocación a predicar en las ciudades, deban ser cartujos en casa.
Por último, el sentido de justicia de Vicente le llevará a exigir que los misioneros cumplan estrictamente las obligaciones de los contratos, aún a costa de renunciar a importantes empresas apostólicas. Esa es la razón que, en diciembre de 1637, daba al P. Bernardo Codoing para obligarle a dejar las misiones que con gran fruto estaba predicando en Romans y trasladarse a Richelieu, en el Poitou:
«Lo que me ha inclinado en favor de Richelieu ha sido la obligación que tenemos allí, ya que la fundación es perpetua. Hecho ésto, padre, le suplico muy humildemente que parta, apenas reibida la presente, si no está en misión; y si está, que marche, en nombre de Nuestro S’en or, inmediatamente después de haberla acabado, sin divulgar ésto hasta su partida. No podemos faltar a la obligación que tenemos de estar en Richelieu el 20 o el 25 de enero».
3. EL RITMO CRONOLOGICO DE LAS FUNDACIONES
Durante diez arios, de 1625 a 1635, la Congregación de la Misión no tuvo otros establecimientos que los dos iniciales de Paris, Bons Enfants y San Lázaro. El escaso número de misioneros no permitía soñar con una mayor expansión. En efecto, hasta 1636, el total de los seguidores de Vicente no sobrepasó el medio centenar, de los cuales unos treinta eran sacerdotes, diez clérigos aún no ordenados y unos diez Hermanos.
Por otra parte, la nueva Congregación era poco conocida y sólo a medida que sus trabajos en la diócesis de París y otras diócesis vecinas fueron adquiriendo notoriedad, surgió en obispos, eclesiásticos y seglares piadosos el deseo de proporcionar a sus diocesanos, feligreses o vasallos el beneficio de la actividad pastoral de los misioneros.
En 1635 se hace la primera fundación en provincias, la de Toul de Lorena. A partir de ese momento va a crecer ininterrumpidamente a un ritmo bastante satisfactorio. Veamos ante todo las fechas. Son las siguientes:
1635 Toul 1643 Marsella 1654 Turin
1637 Aiguillon, Cahors Agde (1671)
La Rose Sedan 1658 Meaux
1638 Richelieu 1644 Saintes (h. 1661)
Lucon Montmirail 1659 Montpellier
Troyes 1645 Le Mans (h. 1660)
1639 Alet Saint Charles Narbona
(hasta 1641) (Paris)
Annecy Génova
1641 Crécy Túnez
1642 Roma 1646 Argel
1648 Madagascar
Tréguier
Agen
1650 Périgueux
1651 Polonia 1652 Montauban
(N.D. de
Lorm)
La distribución en tres columnas obedece al deseo de presentar las fundaciones encuadradas dentro de las que yo considero épocas distintas de la biografía de Vicente de Paúl. En efecto, entre 1634 y 1653 se desarrolla la etapa más fecunda de la vida de Vicente, la edad de gestión, que se subdivide en dos períodos: 1633-1642, que es una etapa de ascensión, «la irresistibile ascensión del señor Vicente», podría titularse, y 1642-1653, que es la época de plenitud, de culminación de su carrera humana y sacerdotal. A partir de 1653, Vicente entra en el ocaso de la ancianidad, si bien se trata da un ocaso luminoso, en el que su acción sobre la Iglesia de Francia se realiza sobre todo a través de las instituciones puestas en marcha por él y de un ascendiente moral universalmente admitido. No es ésta ocasión de justificar la elección de esas divisorias vitales, que he realizado en otro contexto.
Volvamos a las fundaciones.
Un recuento de su número nos hace ver que son en total 31 casas, de las que 24 se hacen en Francia. El ritmo, pues, de las casas francesas, es de una al ario entre 1635 y 1659, lo que constituye un indicio de la fuerza expansiva de la joven Congregación y de que sus actividades correspondían a las necesidades de la Iglesia de Francia.
Otro dato de interés viene dado por el hecho de que es entre 1642 y 1653 — la época de plenitud de la biografía de Vicente — cuando se produce la máxima expansión y, sobre todo, cuando se lleva a cabo la implantación de la C. M. fuera de Francia: en Italia, Polonia, Norte de África, Madagascar e Islas Británicas (no enumeradas por no haber sido nunca «fundaciones» en el sentido usual del término).
Finalmente quiero observar también que en los últimos arios de la vida de Vicente, el ritmo se hace más lento y menos seguro. Varias de las casas entonces fundadas tuvieron una existencia efímera (Adge, Meaux, Montpellier). Sólo las de Turín y Narbona lograron consolidarse. Otros proyectos empezados a acariciarse durante esta última época — Metz, Amiens, Noyon — se quedarían sin realizar hasta después de la muerte de Vicente.
4. LA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA
Pasemos ahora a examinar otro dato: la distribución geográfica de las fundaciones. El mapa adjunto nos permitirá apreciarla de un solo golpe de vista sin más ayuda que unas rápidas observaciones.
La primera es que las casas vicencianas de la C. M. dibujan sobre el mapa de Francia una red periférica que sigue con relativa aproximación los límites marítimos y terrestres de la nación, el famoso hexágono de los libros de Geografía. Quedó, en cambio, sin penetrar por la Misión el interior del país. Desde luego, ésto no puede atribuirse a un designio deliberado. Nos impide creerlo así el hecho de que las fundaciones de la Misión no obedecieron a un plan trazado de antemano, sino que fueron fruto de ofertas espontáneas de diversos bienhechores o, como diría el Santo, de la divina Providencia. De todos modos, ¿por qué no ver un designio superior en ese trazado que envuelve como una red protectora el corazón de la tierra francesa?
En realidad — y ésta es la segunda observación que quería hacer — la distribución geográfica de las fundaciones obedece principalmente a la localización de los intereses pastorales o económicos de los más importantes amigos del señor Vicente: los Gondi (París y Montmirail), la Duquesa de Aiguillon (Aiguillon y Marsella), el Cardenal Richelieu (Richelieu y LuÇon), Alano de Solminihac (Cahors), Santa Chantal (Annecy), los Fouquet (Agde y Marbona), los Séguier (Crécy y Meaux), Nicolás Pavillon (Alet), Brúlart de, Sillery (Troyes), María Luisa Gonzaga (Polonia)…
Por último, tampoco es casual la mayor densidad de fundaciones, en la parte norte del país. Era lógica consecuencia, por un lado, del hecho de que fuese París el foco inicial de irradiación y de que en el norte desplegara Vicente la mayor parte de su esfuerzo personal; y, de otro, del origen geográfico de la mayoría de las vocaciones misioneras. Como he mostrado en otro lugar, éstas procedían principalmente del cuadrado septentrional de Francia: Champan—a, Artois, Picardía, Isla de Francia. Por sí solas, cuatro diócesis norteñas, Amiens, Paris, Rouen y Arras dieron un contingente de más de 140 misioneros del total de 614 admitidos en la C. M. en vida del fundador. En cambio, los naturales de las regiones situadas al suroeste de la línea Loira-Ródano no llegaron a 30 en todo ese período.
5. LAS INICIATIVAS FUNDACIONALES.
Algo acabamos de decir sobre este tema de las iniciativas fundacionales. Veámoslo más despacio.
Como sabemos, Vicente hacía profesión — máxima y práctica, — de «no pedir nunca una fundación». La iniciativa, pues, no eral nunca suya. ¿De quién procedía entonces? Es lo que vamos a ver en este apartado.
5.1. Obispos.
Entre esos bienhechores — fundadores para la mentalidad de la época, pues se consideraba fundador a todo el que dotaba económicamente una fundación — destacan en primer lugar los obispos.
La fundación de Toul fue iniciativa del administrador apostólico y luego obispo de la diócesis, Carlos Cristián de Gournay; Alet, de Nicolás Pavillon, el amigo y compañero de los trabajos iniciales de Vicente, con quien rompería más adelante por efecto de la controversia jansenista. ¿Influyó ésta también en la breve existencia de la fundación? Cahors se debió a Alano de Solminihac, el batallador obispo reformista; Saintes, a Santiago Raúl de la Guibourgére; Le Mans, a Emerico de la Ferté; Saint Méen, al obispo de Saint Malo, Aquiles de Harlay; Tréguier fue efecto de los esfuerzos continuados de dos obispos sucesivos, Noél des Landes y Baltasar Grangier de Liverdi; ‘Agen, de los de Bartolomé d’Elbéne; Périgueux, de Filiberto de Brandon, aunque la inspiración le vino a éste de su amigo Alano de Solminihac, lo que quizás contribuyó a que la fundación no se consolidara; Montauban debió su origen a la decidida voluntad de Monseñor Anne de Murviel; Adge, a la de los dos hermanos Fouquet, Francisco y Luis, que se sucedieron en la sede; Meaux tuvo como promotor a Domingo Séguier, el hermano del Canciller, quien también intervino decisivamente en la salvación de Crécy; Montpellier fue obra de Francisco de Bosquet y Narbona, de Francisco Fouquet, trasladado allá desde Agde. Entre las fundaciones extranjeras, la de Génova fue iniciativa y realización personalísima del Cardenal Durazzo, arzobispo de la ciudad ligur.
En total, son quince las fundaciones que deben su origen primario al obispo diocesano. Evidentemente, las razones que le mueven a ello — más adelante lo comprobaremos desde otro punto de vista — son de orden pastoral, lo que nos habla del alto aprecio que la naciente Congregación había sabido granjearse entre los responsables de los destinos de la Iglesia francesa. Un estudio más pormenorizado nos llevaría a la conclusión de que, en general, esos obispos fundadores figuraban entre los que habían tomado más a pecho la tarea de restauración del catolicismo francés y veían en la Congregación vicenciana un instrumento adecuado para propiciarla.
5.2. Seglares
Junto a los obispos, aunque en proporción considerablemente menor, figuran como inspiradores de las fundaciones vicencianas seglares pudientes, que pusieron a disposición del santo una parte de sus bienes y su influencia con el propósito de procurar a los habitantes de sus tierras el beneficio espiritual de las misiones. Entre ellos hay que colocar, después de los Gondi, a la Duquesa de Aiguillon, a cuya magnificencia se deben las fundaciones de Aiguillon mismo, luego trasladada al santuario de Nuestra Señora de la Rose, y de Marsella. Ella fue también la dotadora de las fundaciones de Roma, Argel y Túnez, aunque, como ya vimos, en estos cuatro últimos casos hay que preguntarse si la iniciativa fue verdaderamente de la Duquesa o si no fueron más bien ideas e intenciones del propio Vicente, que recabó en su favor la ayuda de la ilustre Dama, si bien él, de acuerdo a su natural modestia, le atribuyera a ella la idea, como hizo para la fundación inicial de la Congregación con la señora Gondi.
Precisamente a otro Gondi, Pedro, hijo mayor del matrimonio fundador de la C. M., se debió el establecimiento de Montmirail en las tierras patrimoniales de la familia. Por último, Crécy tuvo su origen en el impulso de otro seglar importante, Pedro de Lorthon, secretario real, quien consiguió para su intento el apoyo del Rey y del obispo diocesano. Gracias a este último no le fue posible echarse atrás de sus propósitos iniciales, como pretendió en algún tiempo. También la fundación de Turín hay que atribuirla, en definitiva, a un seglar, Felipe Manuel de Sirmiano, primer ministro de SaboyaPiamonte, si bien la idea original fue de un eclesiástico piamontés, que, por su poca representatividad a los ojos de Vicente, se encontró con la negativa que éste oponía a los proyectos que no venían avalados por lo que él consideraba la voz de Dios.
5.3. Equipos de fundadores.
Otras fundaciones fueron fruto de la feliz conjunción de dos o tres personajes que aunaron sus esfuerzos para ofrecer a Vicente un nuevo puesto de trabajo. Es el caso de Troyes, donde concurrieron la carmelita Madre de la Trinidad como inspiradora, el comendador Noél Brúlart de Sillery como socio capitalista, si se ne permite la expresión, y el obispo, Renato de Breslay, como patrocinador formal. Los mismos papeles jugaron en Annecy Santa Chantal, otra vez Brúlart de Sillery y el prelado diocesano Justo Guérin.
5. 4. Fundaciones reales.
Más alta inspiración tuvieron otras dos fundaciones, las de Sedan y Varsovia, que debieron su origen a la voluntad de dos soberanas amigas de Vicente de Paúl, Ana de Austria, Reina de Francia, y M a Luisa de Gonzaga, Reina de Polonia.
5.5. ¿Iniciativas vicencianas?
Por último, está el caso de las misiones extranjeras — Islas Británicas y Madagascar — que fueron ofertas hechas por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide y aceptadas por Vicente. Ya vimos, sin embargo, cómo, al menos para la última, es preciso admitir la posibilidad de que fuera el celo misionero de Vicente el que se adelantase a sugerir la idea a los eminentísimos miembros del alto dicasterio romano.
En conjunto, pues, los hechos dan razón a Vicente en su afirmación de no haber sido él quien buscara el acrecentamiento de la Compañía, sino que éste se debió a los designios de la Providencia, actuante a través de los responsables directos del bienestar espiritual de las almas a las que la Misión iba a prestar sus servicios. ¿Cuáles eran éstos? La pregunta nos lleva al siguiente apartado de nuestra exposición.