La sociedad rural en la vocación de San Vicente de Paúl (Segunda parte)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: José María Ibáñez Burgos, C.M. · Year of first publication: 1976 · Source: V Semana de Estudios Vicencianos, Salamanca..
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Lo rural en la vocación de Vicente de Paúl

Contemporáneo de Luis XIII y de Richelieu, de Ana de Aus­tria y de Mazarino, Vicente de Paúl vivió intensamente las ten­siones de su época. Dependió del mundo que le rodeó y que llevó su marca. Aprovechando lo que se ha venido a llamar, no sin razón, la gracia de los tiempos, este hombre de Dios y este amigo de los hombres, realizó sus «obras admirables». Vi­cente vio rápidamente y más profundamente que sus contempo­ráneos. Es su arte y su gracia. Las desdichas de los hombres y las exigencias de Dios pulsaron el ritmo de su corazón y movi­lizaron la intensidad prodigiosa de su existencia. Alertado por unos malos negocios, adquirió el sentido de las realidades eco­nómicas y desarrolló su «poderosa intuición» de los buenos negocios. Mezclado en los asuntos públicos, inspiró a los po­líticos y negoció con Mazarino. «Más humano que Richelieu, menos astuto que Mazarino», el buen Padre Vicente es la son­risa de la bondad sencilla y familiar, alianza inolvidable de agra­decimiento y de generosidad. Sin embargo, y es necesario seña­larlo para evitar los equívocos, todas las simpatías que le fueron otorgadas, no fueron suficientes para impedir la oposición de los descontentos y la cólera de los impacientes.

Si es necesario escuchar a Dios y obedecerle diligentemente, también se requiere saber que Dios habla de diversas maneras. «Si Dios nos diera directamente unos maestros, sería necesario obedecerlos con complacencia. La necesidad y los acontecimien­tos los son infaliblemente», declara admirablemente Pascal,1 mientras que Vicente de Paúl confiesa: «Tengo devoción especial en seguir paso a paso la adorable Providencia de Dios».2 Es decir, la voluntad de Dios. Vicente es el buscador infatigable de la voluntad de Dios a través de la realidad compleja, dura y exi­gente y no, como se dice, el «contramaestre» lúcido y disciplinado de la invariable Providencia. Lo que él vive y quiere realizar cada día más en su existencia es unirse a la voluntad de Dios.3 Como todo hombre que ha llegado a sentir una experiencia mís­tica, rehusa lo extraordinario para entrar en la vida ordinaria. Por eso declara: «La perfección no consiste en el éxtasis, sino en cumplir perfectamente la voluntad de Dios».4 Es decir, en un brazo vigoroso que trata de poner en el mundo un poco más de amor y de justicia. Hay, pues, que amar al prójimo como Dios quiere que le amemos: «a expensas de nuestros brazos, con el sudor de nuestra frente».5 Por eso conjura vigorosamente sin hisopos y sin convulsiones los «demonios familiares» del hombre, al desenmascarar sin componendas todas las ilusiones de la «pe­queña naturaleza», producidas por el amor propio y por las naturalezas deseosas de «instalarse» en la quietud de una con­templación aislante.6 Todo esto no es más que «humo»,7 de­clara Vicente de Paúl, si no se encuentra en ello la preocupación de buscar y de realizar la voluntad de Dios y el amor al prójimo.

¿Dónde Vicente de Paúl leyó la voluntad de Dios ? ¿En qué se apoyó para llevar a cabo lo que otros no pudieron concebir, desconfiaron de emprender o no llegaron a realizar?

Lo interesante para el hombre no es encontrarse en una si­tuación, sino la manera de abordarla. Vicente de Paúl abordó la situación que le tocó vivir a través de su experiencia y de su fe. A través del contenido de esta experiencia y de esta fe tendre­mos alguna posibilidad de descubrir la influencia de la sociedad campesina en la vida y en la vocación de Vicente de Paúl.

Esta es mi fe y mi experiencia

Vicente de Paúl utiliza en circunstancias muy concretas y comprometidas una fórmula clara y excesivamente rica: «esta es mi fe y mi experiencia». No es una frase más. Ella nos ilumina, incluso si permanece en el secreto de su alma, después de haber movilizado toda su energía vital y orientado su espíritu. A través del contenido de esta fe y de esta experiencia tendremos alguna posibilidad de descubrir los movimientos secretos de su existen­cia. Solamente a este precio se podrán esclarecer las caracterís­ticas y la unidad profunda de su existencia, discernir el ángulo de visión que daba sentido e interés a su espectáculo. Trabajo minucioso que requiere mucha atención y un poco de amor.

Esta experiencia y esta fe implican en él una manera original de abordar, a través de la realidad concreta y compleja que le tocó vivir, a Dios, a Cristo, al Evangelio, a los pobres, y verifi­can en él una doctrina.

En efecto, cuando alguien aborda a Vicente de Paúl sin ideas preconcebidas, sin intención de encuadrarle en marcos prefabri­cados, se encuentra ante un hombre que evoluciona constante­mente a partir de la intuición original de la persona y mensaje de Jesucristo. Más aún, él se esfuerza por utilizar y prolongar esta intuición a través de su experiencia primordial. Esta se con­vierte para él en una fuerza generadora de pensamiento, en po­tencia ordenadora de acción, en dinámica de expresión a través de la diversidad de lenguaje. Por eso apela constantemente a su experiencia.8 No hay, pues, por qué extrañarse de que no acuda en auxilio de quienes, invitados por la Iglesia, le invocan en sus letanías: «Sancte Vincenti, senex a puero, ora pro nobis», sea incomprensible para quienes se instalan en el conservatismo vano o para quienes se embalan en el ilusionismo estéril, desconcier­te a los «estudiosos» y desasosiegue a los canonistas.

Su experiencia

A los quince años, Vicente de Paúl, hijo de campesinos, abandona su país natal de las Landas.9 No obstante esta de­serción, y hacerse parisino a los 27 años, permanecerá profun­damente marcado por su tierra natal. Cuando recuerda sus oríge­nes, calificados por él mismo de «humillantes»,10 no se puede ol­vidar que estas declaraciones revelan sobre todo la intención tenaz de buscar, de expresar lo que es delante de Dios, su voca­ción, su misión: el continuador de la misión de Cristo.

El conoce la miseria de los campesinos por experiencia per­sonal, sus orígenes, sus misiones, por la información de los Mi­sioneros, por el movimiento de la vida, al que está continuamente abierto. Sabe que muchos campesinos mueren de hambre y que «en muchos lugares raramente se come pan».11 No olvida que los cultivadores del campo y los viñadores aguantan el sufrimiento, soportan las miserias de la guerra, no siempre cosechan lo que han sembrado y se ven obligados a abandonar su casa y sus tierras. Sin embargo, es consciente de que son ellos quienes alimentan con su trabajo a la sociedad y a la Iglesia.12 Esta miseria está provocada por causas accidentales y otras más antiguas, inhe­rentes a la estructura de la sociedad del Antiguo Régimen, que Vicente conoce perfectamente y que intenta reducir: situación económica, acontecimientos políticos, rebeliones populares, que aumentan la miseria. La ignorancia y la credulidad se unen a estas calamidades de orden físico. Esta ignorancia es la causa de una credulidad bastante general.

A lo largo de su vida, Vicente de Paúl comprobará la igno­rancia y la miseria espiritual de los pobres campesinos. En 1615­1616, en el sermón que predica sobre la asistencia al catecismo13 comienza a declarar esta ignorancia de la cual medirá más tarde la profundidad, la extensión, las consecuencias morales.14 Se da cuenta que muchos creen en «profetas» y «adivinos», se encena­gan en la superstición, son tentados por la magia y la brujería.15 La evangelización por este hecho es excesivamente compleja. Esta complejidad no detendrá a Vicente de Paúl.

La ignorancia de estos campesinos se manifiesta bajo las for­mas más diversas. ¿Cuántos, sabiendo que Dios es Trinidad, ignoran que la vida de las Tres Personas Divinas es la fuente de toda vida cristiana? Una disociación se establece entre lo que se profesa de palabra y lo que en definitiva se cree de hecho. La práctica sacramental se reduce con frecuencia a un conformismo, a veces, incluso, a una «condenación».16

El organismo de la vida cristiana es de esta manera roído desde el interior por el cáncer de la ignorancia religiosa.17 Es, pues, urgente darles la verdad que salva, porque la ignorancia de las verdades de fe causa la condenación, cuando existe facili­dad de instruirse.18 Es necesario purificar su fe y hacerla viva, porque los actos materiales de la asistencia a Misa y la práctica de los sacramentos no dispensan del conocimiento de las verda­des de fe.19 Para iniciarlos en la conversión adulta, enseñarles las verdades necesarias para salvarse y prepararlos a la confe­sión general, Vicente aplicará la estrategia de los actos de la misión.20

Su fe: Etapas de la experiencia religiosa y enriquecimiento doctrinal de Vicente de Paúl

Para descubrir cómo Vicente de Paúl tomó conciencia de su vocación, de su misión, y cómo la realizó, se requiere no olvidar que Dios le transformó a través de dos pruebas purificadoras y a través de dos experiencias reveladoras de vocación y de misión.

Para librarse de sus errores y cambiar de perspectiva, uno debe consentir que Otro conduzca su espíritu y amplíe el horizonte de su conciencia: es el precio que Dios exige siempre a la presuntuosa pobreza humana.

Entre 1608 y 1617 Vicente de Paúl estuvo a punto de caer en la tentación de instalarse en un «retiro honorable» y convertirse en un sacerdote de «pequeña periferia». Lentamente Dios rompe la losa que le sepulta en sí mismo. Y la gracia se desarrollará en él, a través de la realidad, para hacerle pasar de prisionero de sí mismo a abrir su vida a la vida de los demás.

Dos pruebas purificadoras

Falsa acusación de robo

En 1609 Vicente es acusado de haber robado al juez de Sore, el compatriota que había compartido con él su habitación en el arrabal de Saint-Germain, quizás el arrabal más miserable y de peor fama de París de la época.21 Se le trata de ladrón, se le echa a la calle y se le persigue por un «monitorio», que según la cos­tumbre de la época debía ser leído tres domingos consecutivos en el momento de la predicación de la misa parroquial.22 No se puede olvidar que la virtud de este siglo es el dinero. Por su afán uno se comporta bárbaramente con los demás, especialmente en París.23 La dolorosa historia duró por lo menos «seis meses», si no fueron «seis años». El asume esta calumnia que le aisla de la sociedad y le coloca entre los delincuentes. «Viéndose falsamente acusado», Vicente se pregunta en su pensamiento «si debe justificarse» y una lucha se desarrolla en su interior: «he aquí que eres acu­sado de algo que no es verdad. ¿Te justificarás ?». Pero «es nece­sario recurrir a Dios por la oración y pedirle luz» antes de tomar ninguna decisión «para ver si todo está bien condimentado se­gún su agrado».24 Porque es El quien organiza todo para lo mejor, pero un mejor no siempre perceptible para la «naturaleza tram­posa». Y Vicente «dirigiéndose a Dios» decide asumir esta mi­seria que se incrusta en él: «es necesario que sufra esto paciente­mente», concluye.25

Esta calumnia le enseña dolorosamente la diferencia profunda que existe entre la apariencia y la realidad.26 Introducido discre­tamente en la «comunidad de pobres», que saben acudir a Dios, Vicente de Paúl inaugura en su corazón el sentido de la «adorable Providencia» con quienes abandonan un día sus derechos entre las manos de este Dios con frecuencia «incomprensible» de quien nos habla San Pablo.27

Tentación contra la fe

Entre 1613 y 1616, Vicente se agita en una «noche oscura» del espíritu que amenaza aniquilarle y se reestructura en su fe a través de las mediaciones queridas por Dios. Vicente de Paúl jamás olvidará esta experiencia con la que Dios le vació y le en­riqueció al mismo tiempo, sin saberlo, en el decurso de estos años. Más tarde, solamente, reconocerá que había sido Dios quien le había salvado y guiado paternalmente. ¿Cómo llegó a encontrarse en dicha situación?.28

Un «doctor en teología», asaltado por una tentación contra la fe, hace solicitar a Vicente de Paúl para esclarecer su espíritu. Habiendo utilizado inútilmente todos los recursos ordinarios de la pastoral de la época para liberarle de dicha situación, Vicente se ofrece a Dios para que cargue sobre él las tentaciones de su «cliente».29 Ofrecimiento presuntuoso y un poco especial. ¿Por qué lo hizo ? ¿Sabía en qué noche iba a ser introducido ? Una cosa es cierta: él ofrece lo que posee de inefable: su fe. Un día le será devuelta, pero transformada después de haber experimentado la solidaridad, la participación en la situación vivida. No hay en­cuentro con Dios sin encuentro con otro, no hay vida en Dios sin el prójimo. Dios y yo no es cristiano. Lo cristiano es Dios y nos­otros. Un nosotros que no suprime la individualidad de la persona y la relación personal con Dios, sino que precede y modela la experiencia personal. La situación en que se encuentra este doc­tor lleva a Vicente de Paúl a comprometerse con él por Dios o si se prefiere con Dios por él.

«Dios coge por la palabra» a Vicente de Paúl y éste se va in­troduciendo en una «noche oscura del espíritu» que oscurece su horizonte y le desgarra horrorosamente. En esta oscuridad ex­perimenta el «vértigo» y el «vacío» de quien se debate en la ausen­cia de Dios. Para salir de esta situación se esfuerza en obrar se­gún las exigencias de la fe y en testimoniar por sus actos que cree en estas palabras de Jesucristo: «cuantas veces hicisteis un servicio a uno de estos pequeñuelos, a mí me lo hicisteis». Ha­biendo experimentado alguna tranquilidad cada vez que visitaba a los pobres, «Vicente se decidió un día a tomar una resolución firme e inviolable para honrar más a Jesucristo e imitarle más perfectamente de lo que hasta ahora lo había hecho, que fue dar toda su vida por su amor al servicio de los pobres».30 Hecho el ofrecimiento se siente liberado: alegría y luz invaden su alma. Este día adopta un ritmo vital y adquiere por este movimiento un modo de conocer totalmente nuevo y hasta entonces insos­pechado para él. Este día Dios le convence de que no es suficiente preocuparse de los demás, ni siquiera darles tiempo y dinero, sino que se requiere darse a Dios para el servicio de los pobres de una manera definitiva y sin condiciones. El sabe y siente desde entonces, por experiencia, que solamente a través de la comu­nión por el ser y por el movimiento de la vida se consigue el ver­dadero conocimiento de Dios, de los hombres y de sí mismo. «Dios no se encuentra más que por los caminos enseñados en el Evangelio»,31 había exclamado Pascal en su noche de fuego. Yendo a los pobres, Vicente de Paúl encuentra el Evangelio de quien fue enviado a los pobres. En el Espíritu de Vicente de Paúl se introduce desde ese día un cambio radical de perspectiva: hay que ver las cosas como son en Dios. Para conseguirlo Vicente se apoya en las «máximas evangélicas» y sobre todo en la persona de Cristo. Pero este Cristo es el enviado del Padre para salvar a los hombres.32 Entrando en este movimiento las personas se in­terpretarán a través de Cristo y las circunstancias a través del Evangelio.33

Dos experiencias reveladoras de vocación y de misión: Gannes-Folleville y Chátillon-les-Dombes (1617)

En Gannes, cerca de Folleville, en la diócesis de Amiens, Vicente es requerido a la cabecera de un campesino, que se muere en su cuerpo y en su alma, para oír su confesión. El enfermo «publica inmediatamente después de la confesión en presencia de la Señora de Gondi» que se hubiera condenado si no hubiera hecho esta confesión general.34 A la cabecera de este campesino enfermo, Vicente repara en que los campesinos se condenan por­que hacen malas confesiones. Utilizando la voz caritativa de la Señora de Gondi, Dios interroga a Vicente: «¿Qué es esto? ¿Qué acabamos de oír?», le dice después de la confesión del campesino de Gannes. «¡Ay, Señor Vicente, cuántas almas se pierden!». «¿Cuál puede ser el remedio a este mal?».35

Para desarraigar el mal, Vicente no prevee, por el momento, otro remedio más que exhortar a la confesión general. Invitado por la Señora de Gondi, lo intenta en el sermón predicado el 25 de enero de 1617 en la iglesia de Folleville.36 Durante algunos días continúa instruyendo a los habitantes de la parroquia y preparándolos a la confesión general. Ayudado por otro sacer­dote y por los jesuitas de Amiens, Vicente los confiesa. Termi­nada la «misión» en Folleville, se encamina hacia otros pueblos para continuar los actos de la misión y tratar de vislumbrar «su misión».

Después de haber misionado las tierras de la Señora de Gondi, Vicente decide abandonar su casa. Informa de ello a Bérulle y le comunica la motivación de su decisión: «Siente en su interior que Dios le impulsa a ir a alguna provincia lejana para trabajar en la instrucción y servicio de la pobre gente del campo». Berulle lo aprueba y le propone ir a trabajar a Chátillon-les-Dombes, cerca de Lyon.

Vicente abandona la casa de los Gondi (julio 1617), para ejercer su apostolado difícil en un pueblo lejano. Lo que le atrae a Chátillon no es el beneficio, ya que la parroquia «requería gran trabajo y tenía solamente 500 libras de renta». Según nos explica Carlos Demia, que escribe poco después de la muerte de Vicente de Paúl,37 se trata de un lastimoso asunto. Bérulle le propone esta «parroquia en perdición», en la que había «seis capellanes» que vivían en la mediocridad, por no decir en el vicio. Vicente acepta inmediatamente.

A su llegada Vicente se hospeda donde puede, sencillamente en casa de un calvinista. Este, para complacer a su buen amigo lyonés, el P. Bence, Superior del Oratorio de Lyon, y porque la casa parroquial está en ruinas, recibe a Vicente en su casa y le aloja.38

De nuevo Dios interpela a Vicente a través de los pobres. Se trata de un pequeño incidente, y sin embargo tan importante, que después de más de tres siglos continuamos sacando riqueza de él. Es el mismo Vicente quien nos ha contado el hecho:39 informado un domingo del mes de agosto de la situación de una familia pobre y abandonada, habla de ella en la homilía do­minical.

Como en Folleville la emoción le hace ser elocuente y eficaz. La vivencia de su palabra estimula el interés y la generosidad de sus feligreses. Toda la parroquia va a ver a dicha familia. Por la tarde Vicente permanece perplejo: ¿Qué quedará de esta ge­nerosidad para los días siguientes? «He aquí una gran caridad, dice él, pero está mal organizada».40

Balance de estos acontecimientos

Señalemos brevemente, en lo que concierne a nuestro tema, el balance de estos acontecimientos. El año 1617 es para Vicente de Paúl rico en constataciones y la experiencia comienza a ser capital en su existencia. Se convence que las almas de los campe­sinos se pierden por no hacer buenas confesiones y por no poderse apoyar, a causa de la ignorancia, en las verdades elementales de la fe. Toma conciencia no solamente de que había pobres, existían por miles en Francia, sino que él, Vicente de Paúl, y todos sus feligreses son responsables de ellos ante Dios. Para ser continua, eficaz, la caridad no se puede reducir a iniciativas individuales o a movimientos efímeros de sentimentalismo, por el contrario debe ser socializada e inventiva. No se posee, no se adquiere más que lo que se da: la caridad es un don de Dios.41

Estas revelaciones del año 1617 servirán de palanca a todas las grandes obras e iniciarán las creaciones vicencianas.42 Ellas manifestarán exteriormente la progresión y la extensión de esta concientización. Esta toma de conciencia es al mismo tiempo un estímulo y una acusación. Ella repite que nadie se puede desin­teresar de la miseria.43 La interdependencia de todos los miem­bros, de todos los ministerios del Cuerpo Místico de Cristo serán para Vicente una evidencia.44 Ningún acto es solitario, ninguna marcha individual.45 Dios no soporta la unión con El, si se tolera la desunión con sus miembros.46 Quien está unido al prójimo, se une a Dios: «si tenemos amor, debemos manifes­tarlo llevando a los hombres a amar a Dios y al prójimo, a amar al prójimo por Dios y a Dios por el prójimo». «Debemos unirnos al prójimo por caridad para unirnos a Dios por Jesucristo».47

Objeción de un hugonote en Montmirail (1620) Misión en Marchais (1621)

Después de cinco meses de estancia en Chátillon, Vicente de Paúl vuelve a la casa de los Gondi, no como preceptor, sino como capellán de sus tierras y pronto (1619) como Capellán General de las Galeras del Rey. De 1619 a 1625, ejerce esta doble función y se encamina cada día hacia su obra propia.

El capellán de las tierras de los Gondi se rodea de otros sacer­dotes,48 quienes le ayudan en las misiones dadas en las tierras de los Gondi. La Señora de Gondi, completamente feliz por haber encontrado a su director, le acompaña en sus trabajos y no duda en financiarlas materialmente.49

Durante su estancia en Montmirail, un día del año 1620, un hugonote, rebelde a todas las argumentaciones,50 pretende que la Iglesia de Roma no está conducida por el Espíritu Santo, porque abandona a los pobres campesinos. Su argumentación es simple, constata un hecho, incluso si exagera un poco: «Se ve a los católicos de la campiña abandonados a unos pastores viciosos e ignorantes, sin estar instruidos en sus obligaciones, sin que la mayoría sepa siquiera lo que es la religión cristiana; y por otra parte se ven las ciudades llenas de sacerdotes y de monjes que no hacen nada, y quizás en París se encuentran diez mil, que dejan a estos pobres campesinos en esta ignorancia lamenta­ble, por la cual se condenan. ¿Y usted quiere persuadirme de que esta manera de obrar sea conducida por el Espíritu Santo ? Jamás lo creeré».51 Vicente se siente profundamente afectado por esta objeción. Ella le confirma la gran necesidad espiritual de los cam­pesinos.

En 1621, Vicente vuelve a Montmirail en compañía de algunos sacerdotes para trabajar juntos en la misión de los pueblos de alrededor. El hugonote, cuenta Abelly, «en quien ya nadie pen­saba, tuvo la curiosidad de ver los diversos actos realizados en ella: advirtió la preocupación empleada en instruir a quienes se encontraban en la ignorancia sobre las verdades necesarias para salvarse, la caridad desarrollada para acomodarse a la poca ca­pacidad y lentitud de espíritu de los más ignorantes a fin de ha­cerles comprender, lo mejor posible, lo que debían creer y prac­ticar y los efectos maravillosos que esto obraba en el corazón de los más grandes pecadores, exhortándolos a convertirse y a hacer penitencia».

«Impresionado en su espíritu por el modo de obrar de los mi­sioneros, el hugonote vino a buscar a Vicente de Paúl y le dijo: Ahora veo que el Espíritu Santo conduce a la Iglesia de Roma, porque se preocupa de la instrucción y de la salvación de los po­bres campesinos. Estoy decidido a entrar en ella cuando le agrade recibirme».

Un día, Vicente de Paúl, afirma Abelly, contando esto a los Misioneros, exclamó: «¡Qué dicha la nuestra!, misioneros, com­probar, trabajando, como lo hacemos, en la instrucción y santi­ficación de los pobres, que el Espíritu Santo conduce a su Iglesia».52

Progresivamente los pobres van a ser para Vicente un «signo», una «presencia» y sobre todo una «llamada» de Cristo, que le proporcionan el beneficio de una toma de conciencia, le compro­meten en una responsabilidad, le dan una vocación: continuar la misión de Cristo evangelizador de los pobres. ¿Fueron los pobres quienes re-crearon a Vicente de Paúl? Es cierto que esta recrea­ción es un don de Dios y los pobres fueron incapaces de realizar este milagro. Sin embargo, Dios los utilizó. Ellos fueron los evan­gelizadores discretos, inconscientes, misteriosos de esta re-creación de Vicente. Consciente de esta mediación, Vicente no olvida informarnos discretamente del contenido de estos seres inicial­mente insignificantes. Su presencia le transmitió una orden de parte de Dios, su miseria jalonó las etapas de su caminar hacia Dios y hacia los hombres. Esta intuición inicial se traducirá en:

  • institución: los sacerdotes de la Congregación de la Mi­sión, las Hijas de la Caridad, las Cofradías de la Caridad.
  • acción: la obra caritativa.
  • fórmula: «los pobres son nuestros señores y maestros».

Fundación de la Congregación de la Misión

Cada día que pasa, Vicente de Paúl no puede dudar más de su misión: descubrir el verdadero rostro de los pobres y ponerse a su disposición. Duda todavía sobre la oportunidad de fundar una comunidad y para ello hace un retiro en Soissons. En realidad le inquieta menos el resultado que el realizar la voluntad de Dios.53 En esta época encuentra la dirección básica de su existencia.

Las instancias y la impaciencia de la Señora de Gondi no le parecen suficientemente claras para decidirse a reunir a un grupo de sacerdotes que misionen sus tierras, a pesar de haber deposi­tado 16.000 libras para ello en su testamento, que renueva cada año.54 No es la «insistencia machacona» de Francisca Marga­rita de Silly, Señora de Gondi, quien decide a Vicente a aceptar su proposición, como se ha repetido y se repite todavía hoy hasta la saciedad. Dios utilizó para ello otra voz más firme y otro tono más amenazador, los del «santo y sabio Sr. Duval» cuando le dice: «servus sciens voluntatem Domini et non faciens vapu­labit multis». Apenas pronunciadas estas palabras, la voluntad de Dios se manifiesta a Vicente de Paúl.55 El debe fundar la «Compañía de la Misión», es decir, una «Compañía que tenga por herencia a los pobres y que se dé totalmente a los pobres»,56 «una Compañía animada por el Espíritu de Dios y que se con­serve en las obras de este Espíritu».57 «Como Cristo, debe hacerse agradable al Padre y útil a la Iglesia».58 «Sumisión total a mi director», clamará Pascal «en la noche del 23 de noviembre del año de gracia de 1654».59

Si económicamente esta nueva asociación sacerdotal está ase­gurada por la generosidad de los Gondi, ratificada por un con­trato pasado ante notario60 y eclesiásticamente apoyada por el arzobispo de París, Juan Francisco de Gondi, no se puede olvidar que en sus comienzos está orientada, asegurada, defendida por el señor Duval, Decano de la Facultad de Teología de la Sor-bona. La voluntad tenaz de Vicente de Paúl para hacer aprobar la Congregación de la Misión por el arzobispo de París, por el Rey, por el Parlamento de París, por Roma, a pesar de las difi­cultades y oposiciones que suscita la organización de la nueva Comunidad,61 se explica y se apoya en la confianza puesta en su director, el señor Duval. Las cinco precauciones que Vicente va a tomar para proseguir su fin rodeando y superando los obstácu­los y oposiciones presentados por los párrocos de París,62 por el Oratorio de París, por Roma, están inspiradas, ordenadas, posi­blemente redactadas por este «gran doctor de la Iglesia» que se llama el señor Duval.63

En la línea de abertura de Vicente de Paúl a los demás, hay una constante que aparece desde el comienzo de su estrategia diná­mica de la caridad: la preocupación por los más abandonados, los más desamparados, los más pobres. Cuando sabe que él, Vicente de Paúl, debe remediar la ignorancia de los campesinos abandona­dos, «la pobre gente del campo» que «muere de hambre» y «se condena» por «no saber las verdades necesarias para salvarse y por no confesarse»,64 o confesarse mal, lo hace porque los juzga los más abandonados de la sociedad, e incluso, aunque tengan sacerdotes en sus parroquias. Para él, los pobres son los campesinos, los que no habitan en la ciudad. En este aspecto está en contradicción con Sully, Richelieu y Séguier que ven po­bres en otras partes. Pero él ve un bloqueo psicológico de finalidad apostólica y social, sobre el campesino. Fundado en esta idea organiza la Congregación de la Misión65 para remediar la miseria moral y material de los campesinos mediante el anuncio del mis­terio de Dios, la pastoral de los sacramentos y el testimonio de la caridad. Su política de sabio le lleva a observar con detalle, a obstinarse. Su obstinación en profundizar en lo inmediato, en el detalle, no le impide ampliar el horizonte que se amplía conti­nuamente. Desea, es su manera de obrar, solucionar los casos particulares por una organización. quiere llegar al fondo del mal y, en este camino de ahondamiento, descubre que se requiere sanear el cuerpo sacerdotal ignorante y vicioso. Por esto la Con­gregación de la Misión se encargará más tarde de la formación y santificación de los sacerdotes, ya que algunos ignoran hasta la fórmula de la absolución, muchos lo que deben enseñar a sus fe­ligreses y demasiados viven en la disolución, en la pereza y en el vicio.66 No se puede olvidar que Vicente de Paúl mantiene prin­cipalmente su esfuerzo sobre dos sectores, que los juzga los más importantes para el apostolado de la Iglesia: los pobres y el clero. A través de este doble esfuerzo él y su Compañía intentan opo­nerse «a los tres torrentes —la herejía, el vicio y la ignorancia—que han inundado la tierra», han estado a punto de «hacer des­aparecer a la Iglesia de Europa» e impedido a los herejes «veri­ficar que la Iglesia no era conducida por el Espíritu Santo».67

Un movimiento profundo se instala en la conciencia de Vi­cente: cuanto más se purifica, mejor ve. Purificado por la gracia y la miseria de los demás, vuelve a dar a la Iglesia su verdadero sentido, el sentido de los pobres. El adquiere una visión evangélica de los pobres y comienza todo un movimiento de acción y de doctrina.

Acción

Llamado por Dios para trabajar con los pobres campesinos para hacerles salir de su miseria, Vicente de Paúl responde. ¿Có­mo va a ejercer esta responsabilidad?

Fuente de inspiración y de acción, al ser socialmente una rea­lidad compleja y al mismo tiempo un misterio de religión, la mi­seria exige para ser conocida el dinamismo de tres movimientos:

Movimiento de conocimiento, que obliga a estar atento para conocer la extensión, la profundidad del mal. La conciencia debe aclararse, informarse continuamente. El término de este cono­cimiento se encuentra en el descubrimiento de los mecanismos, de las mediaciones que provocan la miseria. Cuando el gobierno real, instalado en una política de guerra y de despilfarro, provoca el éxodo del mundo rural hacia las ciudades en busca de pan y de trabajo, Vicente de Paúl, conmovido ante el espectáculo de una multitud de campesinos convertidos en mendigos, escribe estas palabras el 8 de octubre de 1649: «Los pobres, que no saben a dónde ir ni qué hacer, que sufren y se multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor».68

Movimiento de compasión, que, en su sentido más exacto y profundo, exige en primer lugar ponerse en la situación de quienes sufren y después compartir su pena.69 Quienes toman en serio el mensaje cristiano están invitados a luchar contra la miseria de los pobres por sí mismos y por los demás.70

Movimiento de vida, que hace «acudir al socorro de las nece­sidades como se corre cuando hay fuego»,71 porque «no socorrer es matar».72 «¡Ah!, sería necesario vendernos a nosotros mismos, declara Vicente de Paúl, para sacar a los pobres de su miseria».73 El amor efectivo por los pobres se verifica en las posiciones y compromisos adquiridos en beneficio de ellos. A Dios se le ama o se le traiciona a través del hombre, de los pobres. El amor a Dios se verifica en el amor al prójimo.74

Colocado en esta perspectiva, Vicente de Paúl no aborda la miseria intelectualmente, sino que la vive a través de todo su ser por verla en Jesucristo. «Nada me agrada si no es en Jesucristo», declara apaciblemente. Los pobres tampoco le agradan si no es en Jesucristo. Lejos de provocar una obsesión y alimentar el pánico, la miseria debe convencer de que no hay más que una po­lítica, que consiste en dar su vida, como Cristo, para vivir más intensamente y liberar a los demás de la miseria. Después de haber exclamado que la «pobre gente del campo muere de hambre y se condena», Vicente consume su vida en el alivio de esta doble miseria. ¿Cuándo la Compañía debe juzgarse feliz? «Cuando ha­ciendo el bien sea anonadada y consumida, habrá realizado todo lo que puede pretender hacer. Consumirse por Dios, no tener ni bienes ni fuerzas sino para consumirlas por Dios, es lo que hizo Nuestro Señor, que se consumió por el amor de su Padre».75

Buscando la fuente de este espíritu de la Misión y de la Caridad y su eficacia en la Iglesia, Vicente entrega un secreto de amor y de servicio: «La mejor manera de asegurar nuestra felicidad eter­na es vivir y morir al servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en un renunciamiento de nosotros mismos, para seguir a Jesucristo».76

Convencido de que debe encarnar continuamente esta caridad de Cristo para hacer a Dios presente en el mundo de los pobres, se siente responsable de continuar este espíritu de caridad, de com­pasión. Para realizarlo movilizará todas sus energías hasta mo­rir, incluso si por ello tiene que permanecer exilado de París durante cinco meses77 y escribir a Mazarino.78 ¡Qué no hará él por darse y entregarse! Para Vicente el objetivo principal es res­tituir la mentalidad, que hace de la obligación el primer valor moral, por el sentido de la exigencia vital, de abertura, de don, que orienta y anima al Evangelio. Por eso el movimiento de com­pasión que Vicente vive y hace vivir a los demás se enraíza en el Cuerpo Místico de Cristo y encarna, podría decirse, el Espíritu de Jesús.79 En la sociedad y en la Iglesia todos vivimos unos de otros y en los otros. Olvidarlo, «es ser peor que las bestias», de­clara contundentemente Vicente de Paúl.

No es suficiente tener inquietud por los pobres, se requiere que esta preocupación sea comunicativa y, sobre todo, que se traduzca en actos. Es necesario que la presencia de la miseria de los pobres, desencadene en los demás un movimiento de vida, de solidaridad, de fraternidad común.

A través de la Congregación de la Misión, de las Hijas de la Caridad, de las Cofradías de la Caridad, en colabora­ción con la Compañía del Santísimo Sacramento y Port-Royal, en unión con las diversas Ordenes religiosas, Vicente hace lo posible para hacer adquirir una conciencia común, capaz de re­ducir la miseria, que sepulta a los seres todavía vivos. Manda hacer, sugiere, ayuda y su obra es inmensa. Sabe lograr interesar y hacer trabajar a los demás, lo cual supone una perspectiva so­brenatural y desinteresada. Por eso llega a ser el arquitecto del movimiento caritativo del siglo xvii francés que se construyó día a día. El no hace todo en este movimiento caritativo, como suele decirse. No es ningún prestidigitador. Pero está en todas partes: no para mandar, sino para presentar la invitación de Dios y sostener el esfuerzo de todos. Descubre y hace descubrir que toda acción caritativa para llegar a ser eficaz debe estar arraigada en el movimiento de la Creación, de la Redención. Hay que ir hasta ahí para descubrir el motor y la orientación de la prodigiosa actividad de Vicente de Paúl. Para él el motor, es decir, el verdadero autor de la verdadera acción, cuyo resultado permanece, es Dios, que obra a través de nuestras existencias.80 El término, que imanta, especifica, transforma la acción, es Dios.81 Para él la acción consiste en hacer presente y activo a Cristo en el interior del hom­bre, al mismo tiempo que el hombre se hace presente y obra en El y por El.82

Doctrina

Señalemos que la espiritualidad de Vicente de Paúl se sitúa en la encrucijada de sus ideas manifestadas a través de sus diver­sos registros de expresión y en el caminar de su destino terrestre. Se desarrolla y se define a través de la realidad doctrinal, socioló­gica y psicológica de su época. La originalidad y la riqueza de su espíritu se encuentra más en su vida y en su experiencia que en su doctrina. Más allá de la dinámica generadora de su pensa­miento, es menester descubrir el dinamismo de su propia vida, es decir, de su persona, de su dinamismo vital.

En el itinerario de la búsqueda de su «deseo» para descubrir el «sentido» de Dios, Vicente de Paúl se ve obligado a tener en cuenta la realidad de su tiempo. Entrando en el movimiento de la vida, descubre que la aventura de la Encarnación redentora se encuentra en el desarrollo de la actividad creadora de Dios, dentro, en consecuencia, del caminar de la historia humano-divina. El rostro de Dios le encuentra, le descubre, viene a él, a través del rostro «extranjero» del hombre, del pobre, de Cristo. Dios y el hombre se esclarecen y se explican mejor recíprocamente según la última y misteriosa unidad, cuando se encuentran en la humanidad de Cristo.

Sea cual sea la realidad y el rostro de la miseria, Vicente de Paúl jamás separará tres realidades que mútuamente se iluminan : Cristo-Iglesia-Pobres.

¿En qué aspecto y sentido estos tres puntos de la espiritualidad vicenciana y la realidad de los campesinos vista por Vicente de Paúl se esclarecen mutuamente ?

  1. PASCAL, B., Pensées, Edit. Lafuma, n. 919, Edición Brunschvicg, n. 553.
  2. Cf. S.V., I, 68, 241; II, 137, 208, 408, 418-419, 453, 456, 466, 473; III, 188, 197; IV, 34, 122; V, 164, 396; VI, 8; VII, 10, 543; VIII, 152, 255, 402.
  3. Cf. S.V., XII, 132; XII, 150-165. ABELLY, L., La vie du Vénérable Serviteur de Dieu, Vincent de Paul, Paris, 1664, 3 tomos en 1 volumen, III, pp. 32-33.
  4. S.V., XI, 317; cf. S.V. XI, 318-320. Más aún, afirma apaciblemente que los éxtasis son más perjudiciales que útiles: S.V., IX, 30.
  5. S.V., XI, 40-41.
  6. Cf. S.V., II, 190; VII, 363-364; XI, 71; X, 43; XI, 216-217, 219-220; I, 95-96; III, 163, 346-347; XII, 127, 261-262.
  7. S.V., XII, 323.
  8. Cf. S.V., I, 69, 78, 116, 435; II, 281-282, 419, 459; III, 361; IX, 104; X, 225-226; XI, 30, 31, 32; XII, 105-106, 170-171, 218, 498, XIII, 620, 681.
  9. Cf. S.V., IX, 81.
  10. Cf. S.V., II, 3, 171; IV, 215; V, 394; VIII, 138, 320; IX, 15, 81, 673; X, 342, 681; XII, 21, 270, 297.
  11. Cf. S.V., IX, 83.
  12. S.V., XI, 200-202. La correspondencia de la Misioneros enviada a Vicente de Paúl, especialmente de los que se encuentran trabajando en las provincias de Lorena, Champaña y Picardía, es sumamente valiosa para co­nocer la situación de los campesinos.
  13. Cf. S.V., XIII, 25-30.
  14. Cf. S.V., I, 115; XII, 80, 82.
  15. Cf. HANOTAUX, G., op. cit., pp. 407-408; LA BRUYERE, J., op. cit., pp. 407-408; MANDROU, R., Magistrats et Sorciers en France au XVI’ Sié­cle, Paris, 1968; PEROUAS, L., France du XVII’ Siécle, pays de Mission?, en Mission et Charité Enero-Marzo, 1966, n. 21, pp. 36-42; FERTE, J., op. cit., pp. 336-358; DELUMEAU, J., op. cit., pp. 237-255; DEYON, P., op. cit., pp. 385-390; BERTHELOT lou CHESNAY, CH., Les missions de saint Jean Eudes; Paris, 1967, pp. 108-114, 149-157.
  16. Cf. FERTE, J., op. cit., pp. 267-335.
  17. Cf. FERTE, J., op. cit., p. 371; PEROUAS, L., op. cit., pp. 40-42; BER­THELOT DE CHESNAY, CH., op. cit., pp. 158-159, 175-180.
  18. Cf. S.V., XIII, 30; I, 115, 121, 250; XII, 80-82.
  19. En el semón que Vicente de Paúl predica a finales de 1615 o al comien­zo de 1616, sobre la asistencia al catecismo, afirma: «Se me objetará: —¿Qué interés tiene vuestro catecismo? Somos cristianos, puesto que vamos a la Iglesia, asistimos a Misa y a vísperas; nos confesamos en Pascua, ¿se necesita algo más?— No he encontrado en toda la Sagrada Escritura que sea sufi­ciente para un cristiano el asistir a Misa, a vísperas, a confesarse, por el con­trario he encontrado que quien no cree en todo lo que pertehece a la fe no es salvado. Y además ¿qué provecho saca de la Misa quien no sabe en qué consiste?»: S.V., XIII, 29. «Y en efecto, dice Vicente de Paúl el 6 de diciembre de 1658, ¿cómo el alma que no conoce a Dios, ni sabe lo que Dios ha hecho por su amor puede creer, esperar y amar? Y ¿cómo se salvará sin fe, sin es­peranza y sin amor?»: S.V., XII, 80-81.
  20. Vicente de Paúl intenta evangelizar a los campesinos por la misión. Para él ésta tiene un objetivo fundamental: «predicar el Evangelio», dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que el reino de Dios está próximo y que es para los pobres»: S.V., XII, 80.

    Anunciar el Evangelio a los pobres, continuar la misión de Cristo no se reduce al anuncio de la palabra de Dios. Este anuncio, por el contrario, exi­ge toda la vida que nacerá de ella en la fe y en el amor, todas las realidades sacramentales donde la gracia continuará desarrollándose. Su culminación se encuentra en la Eucaristía celebrada en memoria del Señor y en comunión con los hombres, en la caridad vivida en la solidaridad humana y en la fra­ternidad evangélica, Cristo es a la vez Palabra de Dios y Pan de vida.

    Vicente de Paúl enfoca la misión en orden a «hacer efectivo el Evangelio» en medio de los pobres campesinos ignorantes y abandonados. En tomo a la confesión sacramental intenta, sencillamente, provocar la conversión adulta y organizar una mejor catequesis. La misión, proporcionando una somera instrucción e invitando a una confesión general, es para él el medio inme­diato de iniciar en la vida cristiana adulta y auténticamente sobrenatural: cf. S.V., I, 562, 564-565; II, 150-151; IV, 42-43; XII, 79-83; XI, 2-5. ABELLY, L., op. cit., II, pp.11-12. Las confidencias de los campesinos y de los misio­neros, lo mismo que las objeciones, que soportan las misiones parroquiales, cf. S.V., I, 353-354, 295; IV, 614; XIII, 116-117; Mission et Charité, abril 1967, n. 26-27, pp. 281-283. FERTE, J., op. cit., pp. 206-207, le conducen a nuevas indagaciones e invenciones. No obstante la pastoral de la catequesis será siempre el método preferido para evangelizar a los campesinos. Hasta tal punto hace de esta enseñanza catequética la palanca de la predicación misio­nera, que prefiere el catecismo a la predicación. Está profundamente conven­cido de la eficacia del método catequético, cf. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 25, 28; S.V., XI, 275-286; I, 492, 562; VI, 379; XIII, 329. Por eso afirma: «todo el mundo está de acuerdo (en afirmar) que el fruto que se hace en la misión es por el catecismo»: S.V., I, 429. Cf. IBAÑEZ BURGOS, José Mª, Evangeli­zación por la catequesis y la caridad: criterios de la evangelización, en San Vicente de Paúl y los pobres de su tiempo, de próxima aparición en Ediciones Sígueme, Salamanca.

  21. Cf. MAGNE, E., La vie quotidienne au temps de Louis XIII, (Reedi­ción de 1942) Paris, 1947, pp. 35, 41, 43-45.
  22. Cf. ABELLY, L., op. cit., 1, p. 22; MARION, M., Dictionnaire des Ins­titutions de la France aux XVII’ Séicle (Reimpresión de 1923), Paris, 1968, palabra «monitoire».
  23. «En este siglo… el precio para conseguir todo es el dinero», escribe RICHELIEU, op. cit., p. 179; cf. Cahier des remontrances de la noblesse du bai­lliage de Troyes, op. cit., pp. 138, 139, 14; MAGNE, R., op. cit., pp. 41-49.
  24. S.V., XI, 337; XII, 159.
  25. S.V., XI, 337. Cf. ABELLY, L., op. cit., 1, pp. 21-23.
  26. Cf. S.V., XII, 285.
  27. Cf. S.V., XI, 415: ¡Oh! que los designios de Dios son admirables e incomprensibles a los hombres.
  28. Cf. ABELLY, L., op. cit., III, pp. 116-119.
  29. «Un día, apiadándose de un doctor tentado contra la fe, hizo oración para rogar a la Bondad Divina que tuviera a bien liberar al enfermo de este peligro y se ofreció a Dios en espíritu de penitencia, para soportar en sí mis­mo, si no los mismos sufrimientos, al menos los efectos de su justicia, que le fuera grato hacerle sufrir»: ABELLY, L., op. cit., III, p. 119.
  30. ABELLY, L., op. cit., III, pp. 118-119.
  31. PASCAL, B., Pensées, Mémorial, Edic. Lafuma, n. 913.
  32. Cf. S.V., XI, 23-24; XII, 264-265; XI, 74; XII, 109, 110; ABELLY, L , op cit., III, pp. 89-90, 123.
  33. Cf. S.V., VII, 388; ABELLY, L., op. cit., III, p. 9; S.V., XI, 32; IX, 5, 252; X, 610; IX, 324; X, 126, 680, 332; VI, 496-497; XIII, 427-428.
  34. ABELLY, L., op. cit., I, p. 32.
  35. ABELLY, L., op. cit., I, p. 33.
  36. Cf. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 33-34. Se conservan cuatro relatos diferentes:

    I.° relato: Conferencia del P. Portail a las Hijas de la Caridad, fechada en marzo de 1642. Aunque ha sido transcrita por Luisa de Marillac, contiene algunas inexactitudes: S.V., IX, 58-60.

    2.° relato: Extraído de ABELLY, L., op. cit., 1, pp. 32-33, reproducido por COSTE: S.V., XL 2-5.

    3.» relato: Repetición de oración del 25 de enero de 1655, según los ma­nuscritos de las repeticiones de oración, f. 25, reproducido por COSTE: S.V., XI, 169-172.

    4.° relato: Conferencia del 17 de enero de 1658, reproducida según el manuscrito de las conferencias por COSTE: S.V., XII, 7-8.

    El texto de la conferencia del 6 de diciembre de 1658 sobre el fin de la Congregación de la Misión no contiene más que una referencia muy vaga.

  37. Cf. ABELLY, L. I , pp 37, 38, la relación escrita por Carlos Demia acerca de la estancia de Vicente de Paúl en Chátillon-les-Dombes: S V., XIII, 45-54.
  38. Cf. S.V., XIII, 43-45, 47.
  39. Cf. S.V., IX, 243.
  40. ABELLY, L., op. cit., I, p. 46.
  41. «Lo que se hace por caridad se hace por Dios, y si somos dignos de emplear lo que poseemos en la caridad, es decir, en Dios, que nos lo ha dado, será para nosotros una gran felicidad: le daremos gracias por ello y bendeci­remos a su infinita bondad»: ABELLY. L., op. cit., III, p. 109; cf. S.V., XI, 337; XII, 285.
  42. Apoyándose en la experiencia de Gannes y en la misión de Folle­ville fundará la Congregación de la Misión (1625), se organizarán las misio­nes parroquiales, los ejercicios para Ordenandos (1628), la asociación de los «sacerdotes de los martes» (1633), los seminarios (1641). Apoyándose en la experiencia de Chátillon-les-Dombes y en la experiencia de una caridad mal organizada, Vicente inaugura la fundación de las Damas de la Caridad (1617) y erige la compañía de las Hijas de la Caridad (1633). En 1638 organiza la obra tan necesaria de los niños expósitos. De 1639 a 1655 organiza una campaña de prensa y de ayuda y orienta la acción caritativa en las provincias saqueadas por la guerra. Todas estas obras manifiestan ex­teriormente la progresión y la extensión de esta toma de conciencia.
  43. Cf. S.V., XII, 87; XI, 202; XII, 262-263; V, 68; IX, 119, 324, 594, 59-60; X, 667-668; XIV, 126; XIII, 810-811, 796, 770-771, 773, 786, 797.
  44. Cf. S.V., III, 257; XII, 271; III, 201.
  45. Cf S.V., XII, 271. «Nuestro Señor Jesucristo es suavidad eterna de ángeles y de hombres, y debemos ir hacia El por esta misma virtud condu­ciendo a los demás»: ABELLY, L., op. cit., III, p. 183.
  46. Cf. S.V., III, 178.
  47. S.V., XII, 262; XII, 127.
  48. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 55-56.
  49. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 66; 46-47; 53-54.
  50. ABELLY, L., op. cit., I, p. 54.
  51. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 54-55; S.V., XI, 34.
  52. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 56, 57; S.V., XI, 35-37.
  53. ABELLY, L., op. cit., III, pp. 32-33; 177; S.V., II, 246-247.
  54. ABELLY, L., op. cit., I, pp. 66; 35.
  55. «San Vicente de Paúl, fundador y superior general de los sacerdotes de la Misión, dijo humildemente en varias ocasiones que el origen y la insti­tución de su compañía se debían en gran parte al venerable Andrés, de quien cuenta, cómo al referirle lo sucedido en las primeras misiones —que este hombre apostólico comenzó con algunos doctores y sacerdotes celosos por la salvación de los hombres y especialmente de los campesinos— el venerable Andrés, al oír hablar de la necesidad de la instrucción espiritual, de las nece­sidades espirituales existentes en las parroquias rurales, del hambre con que el pueblo corre en busca del pan de la palabra de Dios, del fruto que producen de la bendición que reciben, pronunció estas palabras: «servus sciens volun­tatem Domini et non faciens vapulabit multis». Al mismo tiempo que estas palabras fueron pronunciadas, Vicente de Paúl se sintió interiormente impre­sionado y atraído por la inspiración y el atractivo de la gracia, las consideró como una orden de la divina voluntad, que habiéndole manifestado la nece­sidad de estos pobres, le llamaba a darse totalmente con todos los que quisieran unirse a él, para ir por los campos a anunciar la palabra de Dios, predicar y cateqiii7Ar, oír las confesiones, administrar el sacramento de la penitencia, calmar las disensiones y, generalmente hablando, ofrecer todos los buenos servicios espirituales a las personas que viven en el campo sin ser ninguna carga ni ocasionar ninguna incomodidad tanto al pueblo como a los sacer­dotes, sino más bien para aliviarlos con su consentimiento y con el permiso y envío de los Señores Obispos, de manera que decidió dedicarse eficazmente a esta obra y a buscar los medios convenientes acerca de los cuales había con­sultado ordinariamente al venerable Andrés, ya que sin su opinión no empren­día nada. También le enviaba a los de su Congregación para recibir la solu­ción de los casos más difíciles de conciencia, que se presentaban en las misio­nes, a quienes nuestro doctor trató siempre de responder con gran rapidez y preocupación, de tal manera que los Sacerdotes de la Misión han reunido la mayoría de estas opiniones para servirse de ellas en ocasiones parecidas»: La vie de Mr André Duval, Prétre, Docteur de Sorborne, Professeur Royal en Théologie, Doyen de la Faculté et ¡’un des Trois premiers Supérieurs de I’Ordre de N.D. du Mont Carmel de la Reforme de Ste Thérese, en France, par Robert Duval son neveu, Docteur de Sorbonne et Professeur Royal en Théologie. Manuscrito del Carmelo de la Encarnación de Clamart, 193 páginas, com­puesto de 2 partes. El texto citado se encuentra en la Primera Parte, cap. 8: De su celo por la reforma de las antiguas Ordenes Religiosas y por la funda­ción de las nuevas Congregaciones, pp. 43-45.
  56. S.V., XII, 80. «Somos los sacerdotes de los pobres. Dios nos ha ele­gido para ellos. Esto es capital para nosotros, el resto es accesorio»: COLLET, P., La vie de saint Vincent de Paul, Nancy, 1748, 2 volúmenes, t. II, p. 168. Debemos «emplear el resto de nuestra vida en la salvación de los pobres»: S.V., XII, 370; cf. XI, 77. «¿La obra por excelencia de nuestro Señor no fue evangelizar a los pobres ?… Nuestro Señor nos pide que evangelicemos a los pobres, eso es lo que él hizo y lo que quiere continuar haciendo por nos­otros… El Padre eterno nos asocia a los designios de su Hijo, que vino a evan­gelizar a los pobres y que dio como signo de que el Hijo de Dios, de que el Mesías que se esperaba, había llegado…»: S.V., XII, 79-80.
  57. S.V., XII, 127.
  58. S.V., XII, 128.
  59. PASCAL, B., Pensées, op. cit., Edic. Lafuma, n. 913.
  60. Cf. S.V., XIII, 197-202 (17 de abril de 1625).
  61. Cf. S.V., XIII, 202-203 (24 de abril de 1626); XIII, 206-208 (mayo de 1627) y XIII, 225-227 (15 de febrero de 1630); XIII, 232-233 (4 de abril de 1631); XIII, 222-224 y XIII, 225 (22 de agosto de 1628).
  62. Cf. S.V., XIII, 227-232 (4 de diciembre de 1630).
  63. Cf. S.V., I, 115-116. Para comprender exactamente el sentido de al­gunas cláusulas o precauciones del Acta de Contrato de la fundación de la Congregación de la Misión y de los documentos civiles y eclesiásticos de la aprobación de la misma, se requiere no olvidar la realidad social y la menta­lidad y situación en que se encuentra la Iglesia y el clero secular y regular de la época. De otra manera no sólo podrían interpretarse al margen de la intención de Vicente de Paúl, sino que se arriesgaría dar un sentido angelical y espiritualista a lo que no son más que medios para conseguir la organiza­ción de la Compañía, dados los obstáculos que se presentaban a su aproba­ción. Es sumamente interesante, por su valor significativo, hacer un estudio comparativo de los documentos concernientes al contrato de la fundación de la Congregación de la Misión y a su aprobación por el poder civil y eclesiás­tico. Al mismo tiempo se requiere tener en cuenta la correspondencia de Vi­cente de Paúl al P. Du Coudray, enviado a Roma en 1631 para trabajar en la aprobación de la Congregación de la Misión.
  64. S.V., I, 115.
  65. Cf. S.V., XII, 79-83.
  66. Cf. S.V., XII, 83-84, 85-86, 89-90. A partir de 1643, año de entrada de Vicente de Paúl en el Consejo de Conciencia, Vicente emprende la obra tan delicada de la renovación de los religiosos y del episcopado. Estas empre­sas, lo mismo que la obra de la santificación y formación del clero, comenzada en 1628, si se las mira de cerca, no son más que el desarrollo natural de la actividad misionera de Vicente de Paúl, de su preocupación por evangelizar a los pobres, especialmente a los pobres campesinos. Para conocer el pensa­miento de Vicente de Paúl acerca de la situación de los sacerdotes de la época; cf. S.V., II, 428-429; IV, 42-43; V, 68; VII, 462; XI, 308-309; XII, 85-86 y nota 36.
  67. Cf. S.V., XII, 85-86; III, 35, 153, 182; IX, 309, 352-356; XI, 35-37.
  68. Cf. COLLET, P., op. cit., t. I, p. 479.
  69. Cf. S.V., XII, 270, 271-272.
  70. El amor a los pobres compromete a Vicente de Paúl a luchar contra toda pobreza, porque si se quiere hacer lo suficiente por Dios y por el pró­jimo, nos declara, hay que ocuparse de la miseria «corporal» y «espiritual» de los desdichados. Preocupándose de la miseria del cuerpo, observa con deta­lle la vitalidad profunda del alma. Por eso afirma a los Misioneros: «Si hay algunos entre nosotros que piensan que están en la Congregación de la Misión para evangelizar a los pobres, y no para aliviarlos, para remediar sus necesi­dades espirituales y no las temporales, respondo que debemos asistirlos de to­das las maneras por nosotros y por los demás»: S.V., XII, 87. Este pensamiento es constante en la enseñanza vicenciana: cf. S.V., XI, 202; XII, 262-263; V, 68; XI, 2; IX, 59-60, 119, 324, 252, 583, 594; X, 115, 124, 141, 22, 667; XIII, 769-771, 773, 786, 797.
  71. S.V., XI, 31.
  72. S.V., XIII, 798-799.
  73. S.V., IX, 497 (28 de noviembre de 1649). «Dios nos conceda la gracia de conmover nuestros corazones para con los pobres y de pensar que socorriéndolos ¡practicamos la justicia y no la misericordia!»: S.V., VII, 98 (8 de marzo de 1658).
  74. Cf. S.V., III, 202, 346-347; XI, 40-41; XII, 127, 261-262…
  75. S.V., XIII, 179.
  76. S.V., DI, 392 (carta a Juan Barreau, 4 de diciembre de 1648).
  77. Durante la Fronda del Parlamento, Vicente de Paúl, el 13 de enero de 1649, sale de París para encontrar y hablar a la reina Ana de Austria y a Mazarino (cf. S.V., III, 403) de la situación política y de la miseria que pro­voca en los pobres de París y en los campesinos de la región parisina. El «ser­vicio» que Vicente de Paúl quiere prestar a los parisinos es mal interpretado por los dos partidos. El resultado es un alejamiento de la capital desde el 14 de enero hasta el 13 de junio de 1649: cf. S.V., III, 402, 408, 416, 434, 436, 452.
  78. Durante la Fronda de los Príncipes. Vicente vuelve a actuar ante la Reina y Mazarino en orden a conseguir la paz en el reino y evitar así la mi­seria de la capital y de los campesinos de la región parisina. El 11 de septiembre de 1652 se dedica a escribir a Mazarino (cf. S.V., IV, 473-478), para que salga de Francia. Puesto que oficialmente estaba desterrado, Mazarino se aleja y deja al Rey entrar solo en París.
  79. Cf. S.V., XII, 270-271, 264-265.
  80. S.V., XI, 343; XII, 108.
  81. Cf. S.V., XII, 165, 187, 132.
  82. Cf. S.V., XII, 154, 183, 107-110, 214-215; XI, 342-344; V, 484; VIII, 333.

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