La oración de santa Luisa

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana, Luisa de MarillacLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Benito Martínez, C.M. · Año publicación original: 1983 · Fuente: Ecos de la Compañía.
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Introducción: la dirección espiritual de san Vicente

Al examinar la influencia de San Vicente en la espiritualidad de la Señorita Le Gras, tropezamos con cuatro dificultades:

  • Santa Luisa cuenta muchas de sus experiencias místicas. Tenemos apuntes en donde deja entrever su oración, pero no podemos compararla con la de San Vicente porque éste casi nunca narra su vida interior. Abelly, que le conocía bien, escribe: «No se ha podido descubrir si la oración del Señor Vicente era ordinaria o extraordinaria; su humildad siempre le llevaba a ocultar, tanto cuanto le era posible, los dones que recibía de Dios» (Abelly, T. III, p. 53, ed. fr.).
  • San Vicente habla en sus cartas y conferencias sobre la teoría de la oración, su importancia, sus métodos. Santa Luisa casi nunca habla de la oración. Ella vive la oración y nos cuenta su vivencia.
  • Las Conferencias de San Vicente se dirigen a las Hermanas, en general personas principiantes en la oración; a Luisa la dirige en particular, en diálogo personal.
  • Las notas de Santa Luisa no están fechadas; tampoco muchas de las cartas de San Vicente.

La primera carta que se conserva de San Vicente a Santa Luisa está fechada el 30 de octubre de 1626. Todavía no hacía dos años que se había encargado de su dirección. (Coste, I 25).

En esta carta vemos tres puntos que marcarán la dirección de San Vicente:

una actitud:

Una unión y un cariño fuertes, hasta llegar a una intimidad espiri­tual. Esta intimidad va a engendrar mutuamente una necesidad pro­funda. San Vicente la necesitará de tal manera para los pobres, que la convertirá en su colaboradora. Descubrirá los valores de esta mujer, descargará en ella el peso material de los pobres y la amará tierna­mente en Dios.

Santa Luisa va a sentir la necesidad de su director para los pobres, para sus problemas familiares y para su misma vida. Lo admirará casi con exageración y depositará en él todo el peso de su vida personal. Lo amará profundamente en Dios.

una misión:

Este amor no va a impedir que San Vicente se dé cuenta de que él es sólo el instrumento de Dios. Este es el verdadero director. San Vicente no impondrá nada. Ella tiene ya una espiritualidad, y a él le corresponde sólo guiarla, dirigirla.

un objetivo:

Sin embargo, a esta espiritualidad le va a marcar un objetivo claro y, al mismo tiempo, audaz: las pobres. Y como dinámica para el encuentro con los pobres, la imitación de ‘Cristo, la adhesión a la voluntad del Padre y las virtudes de humildad y sencillez, de amor y sumisión, de confianza y alegría.

I. Los caminos de la contemplación en santa Luisa

a) La noche oscura

Cuando San Vicente se encuentra con Santa Luisa —entre enero y julio de 1625—, ella va a cumplir 34 años. Es viuda con un hijo de 11 años. Es una mujer marcada por el sufrimiento:

«Dios quiere que vaya a El a través de la Cruz —nos dice—, pues su bondad ha querido que desde mi mismo nacimiento yo no estuviera sin ocasión de sufrimiento, nunca, en ningún momento de mi vida» (Autógrafo 29, Arvhivos).

Ella lo acepta. Ha pasado una «noche oscura» dolorosísima. Dios la ha purificado por Sí mismo. Esta primera purificación pasiva terminará el 21 de diciembre de 1625 con la muerte de su esposo Antonio Le Gras.

Ciertamente sufrirá como cualquier ser humano cuando su hijo, o las Hijas de la Caridad, o la vida la hagan sufrir. Algunas veces sentirá angustia y miedo al futuro, como tantas mujeres devotas de aquel siglo sin un por­venir seguro. Es una mujer afectiva, pero enérgica.

Cuando acepta San Vicente dirigirla, es ya una mujer madura, serena y tranquila, sin angustias continuas ni neurastenias.

Desde el año 1621 al 1623, por lo menos, vive, pues, una purificación pasiva tremendamente dolorosa. Especialmente los autógrafos A2, A13, Al5 bis, del Tomo —o Recopilación— 6 de los Archivos de las Hijas de la Caridad contienen frases que suenan a purgatorio:

«… abatimiento de espíritu… cloaca de orgullo y manantial de amor propio… anonadamiento de mí misma y abandono de Dios… opre­sión de corazón tan grande, que a veces me hacía ‘,sufrir el cuerpo… me resentí de grandes penas y dolores interiores… una gran pena por la duda de la inmortalidad del alma…»

Frases que traen el eco del libro segundo de la Noche Oscura de San Juan de la Cruz, cuando habla de la noche pasiva del espíritu.

b) La oración mística

Al salir de la noche «oscura» Luisa de Marillac penetra más en la oración mística: la contemplación. Espiritualmente, ya está madura. La carta que es­cribe al primo de su marido, al cartujo Hilarion Rebours, comunicándole la muerte de Antonio Le Gras, muestra un espíritu sereno, conforme con la voluntad de Dios (Gobillon: «La Vie de MlIc. Legras», cap. III, p. 21: cap. IV, p. 26).

Luisa sabe a dónde va en su vida espiritual. Tiene un objetivo claro: unirse al Dios Uno en la contemplación. Herida por el sufrimiento, quiere purificarse totalmente, desprendiéndose de todo lo creado; un anonada­miento radical, casi aniquilar su ser y, sobre todo, su amor propio.

San Vicente la dirige sin forzarla; suavemente la guía conforme a la espiritualidad que ella vive. Este es el gran mérito de San Vicente.

Va a procurar quitar tres obstáculos de su caminar:

  • sacarla de ella misma, del encerramiento de llevar una espiritua­lidad para ser una devota, para salvarse, poniendo otro objetivo a su vida: servir a los pobres.
  • La afectividad hacia su hijo y, al pasar los años, hacia él mismo, controlándolas.
  • La huella que ha dejado en ella el dolor por su nacimiento, por su hijo, por el abandono de la familia y por la marginación que le infligen las leyes civiles, convenciéndola de que tiene que vivir alegre.

Cinco documentos se conservan de los comienzos de la dirección de San Vicente, entre 1626 y 1629: Acto de Protestación (Aut. 3), Regla­mento de vida (Aut. 1), dos cartas de Santa Luisa a San Vicente (Coste, I, 98 y 105), y unos ejercicios espirituales de siete días (Aut. 7). De estos documentos, el más personal, en cuanto a la oración, son las notas que reconstruyen día a día los pensamientos y resoluciones de los Ejercicios hechos durante el Adviento de 1628.

San Vicente se lo había aprobado. Minuciosamente le había indicado el orden y el modo de hacerlos: él se los revisaría cada dos días. Le había señalado las lecturas y las materias de la oración: las que Mon­señor de Ginebra pone al comienzo y al final de la Introducción a la Vida Devota.

Luisa de Marillac obedece y, los cuatro primeros días, sigue fielmente a San Francisco de Sales, pero los tres últimos no puede y aparece su espiritualidad propia. Su oración ahora se centra en la divinidad y en la humildad.

Contempla la Divinidad bajo una visión ejemplarista como el ejemplar en el que el hombre puede encontrar todas las perfecciones:

… La infinita perfección de Dios encierra en ella la perfección de todas las criaturas, que no obran ni necesaria ni voluntariamente si no es por su solo poder»… «el alma está libre para ir a sacar del amor de la infinita bondad y sabiduría de Dios todo tu que ella puede contener, pues Dios es tan bueno que libremente se lo comu­nica a todos» (día 6..).

Ante la Divinidad se anonada, se vacía de todo:

…acepto todas las insensibilidades y privaciones de consuelo.

Y así se abandona en Dios. En un acto de la más pura mística, no quiere

«… buscar las ternuras ni consuelos espirituales, para excitarse a buscar a Dios «

Siente que

«voluntariamente tiene que dejar todos los consuelos sensibles para unirse a la esencia de la Divinidad» (días 6.° y 4.°).

Cuando aparece, en su contemplación, Cristo, acentúa: «honrar sus instrucciones» más que imitarle.

Los pobres aún no aparecen como una parte de su vida, metidos en su carne. Parecen algo añadido accidental.

c) Una oración centrada en Cristo

A partir de 1629, se nota un cambio constante en la espiritualidad de Santa. Luisa. San Vicente la va llevando lentamente, sin violentarla, a una vida en Dios más humana, no tan especulativa, más centrada en Cristo y en la vida ordinaria.

Son otros Ejercicios, los de Adviento de 1631, los que resumen y ex­ponen las líneas de la espiritualidad de estos años (Autogr. 8 — Coste, I, 234).

San Vicente le pone los temas para el domingo, lunes y martes. Ella es­coge los del sábado. Luisa prefiere meditar sobre la muerte y el juicio. El le indica la vida de Jesús.

Ya la frase con que comienza nos recuerda su línea de pensamiento:

«El único medio para mí de encontrar misericordia a la hora de la muerte es que, en ese instante, se encuentre en mi alma la impresión de Jesucristo».

Los días siguientes cambian de tema y de forma. Nos parece asistir a otros ejercicios, como si fuesen de otra época. Medita en la vida de .Jesús desde el nacimiento hasta la pasión. Como una hija fiel y piadosa saca re­soluciones prácticas.

Jesús se presenta en todas las meditaciones. Aparece el darse a Jesús, el seguirle, el imitarle. Si antes tornaba las virtudes porque eran una par­ticipación en las virtudes divinas o para honrar a Dios, ahora las torna para imitar a Cristo, que vino para cumplir la voluntad del Padre y también para poner delante de nuestra vida los ejemplos de su vivir.

La influencia vicenciana se hace predominante unos meses más tarde, en los Ejercicios de Pentecostés de 1632 (Aut. 5, Coste, I, 213).

Son unos ejercicios de ocho días y todas las meditaciones se ocupan de Jesús.

Le invade el que Jesús se haya unido al hombre por amor, el seguirle e imitarle en su vida humana, y escoger a Jesús como «modelo». Como fiel discípula de San Vicente, como hoy lo admitimos, decide quitar el orgullo y adoptar la sencillez y la humildad. Pero lo más admirable es el motivo de la imitación:

«No tanto para recibir las gracias de Dios, cuanto para agradecer su amor en la recomendación de esta virtud, al enseñarnos que la practiquemos, no a causa de nuestra bajeza, sino porque El mismo es humilde de corazón».

La decisión es la de

«imitar a Jesús como una esposa intenta ser conforme a su esposo.» En su oración, junto con Jesús tiene presente a María y a los apóstoles «y a quienes hacen sus veces».

Santa Luisa comienza a caminar por la tierra de la mano de San Vicente.

d) Unión de la contemplación y de la acción

San Vicente logrará hacer en Santa Luisa la unión más admirable de acción y contemplación: una contemplación no de la esencia divina, sino de Cristo, Dios y Hombre. Esta experiencia de Jesús-Dios se realiza en la Eucaristía.

Acción

Luisa de Marillac es una de las mujeres más activas en la Historia de la Iglesia. Esta realidad hay que atribuirla exclusivamente a San Vicente. Primero, poco a poco y de una manera ‘como a modo de ocupación’, la adentra en las obras de «caridad», en las «Caridades». Y desde el 6 de mayo de 1629, oficialmente la convierte en su colaboradora (Coste, I, 135).

Varios folios se necesitarían para escribir sólo los epígrafes de su acti­vidad. Su obra es ya conocida y nos asombra la actividad que desplegaba aquella mujer frágil, de cuerpo pequeño.

Contemplación

Tan activa como San Vicente, San Pablo o Santa Teresa, y tan contem­plativa como ellos, Santa Luisa —como hemos visto— había entrado en la oración mística con la noche pasiva de 1621 a 1623; pero a través de todos los años, hasta 1650, recibirá purificaciones de Dios. San Vicente le ayudará a salir de ellas y a avanzar en la contemplación mística. Nos quedan muchos resúmenes de sus oraciones aunque la mayoría sin fecha.

Su lenguaje es sencillo. No da sensación de nada extraordinario, porque no intenta exponer ninguna teoría ni explicar o analizar su oración. Ella únicamente quiere decir a su director, con toda naturalidad, lo que le pasa en la oración.

En estas notas vemos que hay momentos en que pasa de la oración meditada a la oración mística. Aparecen verbos en pasiva, luces y amor producidos en ella por el Otro; todo sucede de repente, sin esperarlo, sin intervención suya, con efectos de felicidad espiritual…

«Y estas solas palabras: Dios es el que es, me tranquilizaron por completo»,

escribe a San Vicente (Coste, IV, 197).

En algunos trozos no aparece nítidamente el carácter místico de la oración. Si no se leen detenidamente, pueden aparecer como un sentimiento humano. Pero si los examinamos con cuidado, se siente la acción de Dios y la pasividad de Luisa (Autogr. 5, 8, 43). Son trozos dominados por el verbo sentir: sentir consuelo; gran sentimiento; le ha dado sentimiento… Todo ello causado por Dios. Así nos permite afirmarlo el que se ha «posesionado fuertemente de su espíritu», o el acento especial que pone Luisa en el adjetivo «fuerte», o porque dura mucho tiempo.

Otras veces aparece con más claridad la experiencia mística. Son páginas en las que se respira la pasividad de la persona humana:

«Tendré gran confianza en El que me ha dado sentimiento de ‘segu­ridad, que sin mirar mi miseria e impotencia, lo hará todo en mí…» (Aut. 8, sábado por la mañana).

La presencia de Dios, de una manera incontrolada por el hombre, la leemos entre líneas. No son palabras las que traen esa presencia, es todo el ambiente del escrito:

«El día de San Benito tuve un nuevo motivo para confiarme del todo a la Santa Providencia. Habiendo rehusado comulgar y ‘sintien­do gran dolor por mis pecados, me sentí (extraordinariamente) pre­sionada por el deseo de la santa Comunión, y pedí a Dios que si era su santa voluntad, se lo hiciera ver a mi confesor. Y éste, sin hablarle yo, me hizo llamar para este asunto, y yo sentí gran consuelo; siendo para mí una gracia especialísima de la Santa Providencia. Y la bondad de Dios me dio a conocer su gran amor en que, habiéndome olvidado de algún pecado y sabiendo que no había más que el pecado que me pudiera separar de Dios (me dio a entender) que su amor era tan grande que ni el mismo pecado le podía impedir venir a mí» (Aut. 30).

Hay momentos en que la comunicación mística nos sorprende con tanta claridad que quedarnos admirados al ver cómo una mujer tan activa pudo tener tales vivencias divinas. La expresa frecuentemente con el mo­dismo ‘me pareció’. Es el lenguaje de lo inefable:

«En la Santa Misa, al entregarme decididamente a la Santísima Virgen para ser de Dios según su beneplácito, con el deseo de imitar su santa vida, me pareció que Nuestro Señor representaba a su Santa Madre mi indignidad en el pasado y en el futuro; pero, pensara»- que era aceptada, le pedí que le fuera manifestado a mi Padre espi­ritual algo sobre las cosas que tengo que preguntarle» (Aut. 8, lunes).

Es la vida casi divina de Santa Luisa. Unida en quietud a Dios, El desea posesionarse enteramente de ella corno su dueño y esposo. Estas palabras en boca de la santa, nos estremecen:

«De tiempo en tiempo, especialmente en las grandes solemnidades… me pareció qué a mi alma se le daba a entender que su Dios quería venir a mí, no como a un lugar de recreo o alquilado, sino como a su propia heredad o lugar que le pertenece enteramente…» (Aut. 17).

«De pronto sentí que era advertida (debía) desear que Nuestro Señor viniese a mí acompañado de sus virtudes para comunicármelas»… (Aut. 18).

San Vicente considera esta oración como algo fuera de lo común, como la oración de un alma adentrada en Dios. Y se la respeta; y admitiendo esta realidad, la dirige hacia lo que Dios pide de ella.

Un día, después de sentir a Dios en la oración, corre gozosa a contárselo a su director y a pedirle ayuda:

«Mi corazón, lleno todavía de gozo por la inteligencia que me parece me ha dado Dios de estas palabras ‘Dios es mi Dios’ y del sentimiento que he tenido de la gloria que todos los bienaventurados le dan movi­dos por esta verdad, no puede menos de escribirle esta tarde para suplicarle que me ayude a emplear debidamente estos excesos ‘de gozo»… (Coste III, 131).

Y rápidamente San Vicente le responde en el mismo papel:

«Señorita: ¡Bendito sea Dios por las caricias con que su DiVina Ma­jestad la honra! Hay gire recibirlas con. y devoción, pensan­do en alguna cruz que le está preparando. Su bondad suele preparar a las almas que ama de esta Ioniza, cuando desea crucificarlas»… (Coste III, 232).

¿Es manifestación de la unión transformante esta situación que nos cuenta con toda ingenuidad?

«Me parecía que nuestro buen Dios me pidió mi consentimiento yo se lo di enteramente— para obrar por El mismo lo que quiere ver en mí»…(Aut. 12).

… Santa Teresa habla con entusiasmo en su morada sexta del desposorio espiritual, al que pocos místicos consta que hayan llegado. Santa Luisa, como siempre, comunica su experiencia a San Vicente con lenguaje tan natural y en una situación tan ordinaria, que nos extraña que una oración tan sublime pueda presentarse con tanta sencillez. Por eso no se suele reparar en ello y hasta se ha Querido explicar cómo una prolongación de su matrimonio con Antonio Le Gras, ya que sucedió en el aniversario de su boda.

El autógrafo es un informe enviado a San Vicente sobre las visitas a las ‘Caridades’ de Asniéres y Saint Cloud, el 19 de diciembre de 1629 y el 5 de febrero de 1630. Tenía 38 años de edad, llevaba 22 de oración y hacía unos 8 años que en la oración recibía la experiencia de Dios.

«El miércoles de las Témporas de Navidad, salí para ir a Asniéres; temiendo hacer el viaje a causa de mis enfermedades, me sentí for­talecida a la vista de la obediencia que me hacía ir allá. Y en la san­ta comunión de aquel día, me sentí presionada a hacer un acto de fe, y este sentimiento me duró mucho tiempo:. pareciéndome que Dios me daría la salud, con tal que yo creyese que El podía, contra toda apariencia, darme fuerza, y que El lo haría, acordándome a me­nudo de la fe que hizo andar a San Pedro sobre las aguas. Y a lo largo de todo el viaje, me parecía obrar sin ninguna intervención de mí misma, con gran consuelo de que Dios quisiese que, aunque in­digna como soy, ayudase a mi prójimo a conocerle.»

«Salí el día de Santa Águeda, 5 de febrero, para ir a Saint Cloud. En la San Comunión me pareció que Nuestro Señor me daba el pen­samiento de recibirle como a esposo de mi alma, y aun, que esto me era ya una forma de desposorios, y me sentí tan fuertemente unida a Dios en esta consideración que para mí fue extraordinaria, y tuve el pensamiento de dejarlo todo para seguir a mi Esposo y de mirarle de aquí en adelante como a tal, y de soportar las dificultades que encontraría como recibiéndolas en comunidad de bienes». (Gobillon o c., p. 30).

Esta larga cita manifiesta una experiencia de Dios de sentido místico:

Aparece el ‘Otro’ que le comunica algo y ella experimenta una sensación sobrenatural fuera de lo común.

El ‘Otro’ —Dios o Nuestro Señor— le graba un sentimiento que le dura largo tiempo:

  • ella no interviene, ella es el sujeto donde Dios realiza.
  • Y le deja una sensación de bienestar.

Luisa es consciente de que Dios ha operado en ella algo extraordinario:

  • ese algo a ella le parece un desposorio y lo considera realizado.
  • Indica que a raíz de este desposorio, hay, como en lo civil, una co­munidad de bienes.

Y en un momento siente que el ‘Otro’ que la había poseído, obraba en ella como sujeto de operaciones.

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