La Hermana Sirviente en las Constituciones

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Juana Elizondo, H.C. · Year of first publication: 1992 · Source: Ecos de la Compañía, 1992.
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«Las Provincias comprenden cierto número de Comunidades locales, cuya animación está confiada principalmente a las Hermanas Sirvientes» (C. 1.16).

A la Hermana Sirviente se le confía la animación de la Comunidad local. ¿Qué entendemos por animación? Animar es poner alma (ánima), infundir espíritu. Desde el momento de su nombramiento y aceptación, a la Hermana Sirviente se le con­fía la responsabilidad de mantener viva la Comunidad, de hacer que el espíritu de la Compañía reine en ella.

Esta responsabilidad de animar la toma y desempeña en espíritu de servicio. La Compañía la envía con esta misión. Así se lo indica la patente, documento que oficializa su nombramiento:

«Le corresponde, sobre todo, mantener el espíritu de la Compañía, la observancia de las Constituciones y Estatutos, en un clima de ca­ridad y de paz tan favorable al bien y a la perfección de cada una de las Hermanas, a quienes recomiendo el espíritu de fe para que secunden sus esfuerzos en una colaboración leal y una obediencia responsable».

A la Hermana Sirviente se le hace la gran confianza de colocar en sus manos una parcela de la Compañía, de la Provincia, que debe animar según el espíritu de la Compañía. Es uno de los oficios (servicios) más importantes de la misma, puesto que le corresponde (animar) trabajar directamente en el lugar donde se sirve a los Pobres y con las personas que están a su servicio. De ella depende, en gran parte, el que la Comunidad local y en ocasiones la obra, funcionen y cumplan debidamente su misión.

Desde los orígenes, los Fundadores comprendieron que este servicio requiere las virtudes del espíritu de la Compañía y, sobre todo, la humildad:

«Esta palabra ancilla… es una palabra latina que quiere decir sier­va; ése fue el título que la Santísima Virgen adoptó cuando dio su consentimiento al ángel… lo cual me ha hecho pensar, mis queri­das Hermanas, que en adelante, en lugar de llamar a las hermanas Superioras…, no utilizaremos más que la palabra Hermana Sirvien­te» (San Vicente, junio de 1642; C. IX, p. 69; Conf. Esp. n.° 123).

«Me alegro… de expresarle la voluntad de Dios que la llama a usted a Hennebont… le ruego que vaya… para ser Hermana Sirviente. Pi­do a Nuestro Señor que le dé mucha humildad y cordialidad para con las dos Hermanas que estarán con usted, una gran caridad pa­ra con los Pobres» (S. V. a Sor E. Gesseaume, 20.8.1641; C. IV, p. 240; Síg. IV, p. 232).

«Espero, Hermana, que habrá abrazado el yugo, que ella le deja, con gran sumisión de espíritu, ya que es el Señor Vicente quien nos ha ordenado que le dejemos a usted ahí. Entre de nuevo ahí con gran humildad y desconfianza de sí misma, recordando las enseñanzas que el Hijo de Dios nos ha dado al decirnos que aprendamos de Él a ser mansos y humildes de corazón» (S. L. Corr. y Escr., C. 118, 9.9.1644, a las Hermanas de Angers).

* * *

¿En qué ha de consistir este servicio de animación de la Hermana Sir­viente?

Nos lo indica bien el artículo 2.21 de nuestras Constituciones:

«La Hermana Sirviente crea, en unión con sus Hermanas, una at­mósfera de Fe, de oración, de cordialidad, de fervor apostólico en medio de la alegría. Es responsable de suscitar la reflexión común para llegar al discernimiento preciso ante las necesidades, las lla­madas, los compromisos» (C. 2.21).

• Crear un clima de FE y de ORACION, que ayude a las Hermanas a vivir su relación con Dios, aspecto imprescindible en su vocación de «totalmente en­tregadas a Dios para el servicio de los Pobres».

La primera condición para crear este clima me parece ser la Hermana Sirvien­te ella misma, su persona. Su propia fidelidad a la oración en los momentos señalados en el Proyecto Comunitario, será un estimulo para todas. Además, de la calidad de su oración y encuentro con Cristo dependerá la calidad de su ani­mación comunitaria.

«Consciente de la necesidad absoluta de ese encuentro con Cristo, la Hermana Sirviente prevé con sus Hermanas la forma de salva guardar y organizar, en medio de las actividades apostólicas, los tiempos de oración personal y comunitaria, de los que todas y cada una tienen que disponer. Esos tiempos de oración son indis­pensables para el equilibrio y la unidad de vida» (Directivas Herma­na Sirviente, p. 19).

Las Constituciones nos indican y el Proyecto Comunitario concreta para cada situación el lugar y los tiempos de oración. Cada Hermana debe disponer del tiempo necesario para la oración y de un lugar adecuado para hacerla, combi­nándolo con el servicio a los Pobres. Los Pobres saldrán ganando si nuestro ser­vicio se realiza a partir de nuestro contacto diario con Cristo «manantial de amor» de donde la Hija de la Caridad saca las características que deben animar su en­trega a los demás: sencillez, humildad, amor, respeto, cordialidad. Si su vida lo es de comunicación con Dios a través del encuentro diario con El en la oración, cuando la situación le requiera «dejar a Dios por Dios», no cabe duda de que su servicio al Pobre seguirá siendo oración y contemplación.

La oración debe ser preparada y alimentada.

Será una de las tareas de la Hermana Sirviente: cuidar la preparación de la oración según está indicado en las Constituciones. Múltiples son las maneras que puede adoptar la Comunidad en este dominio. La más sencilla, corno debe serlo todo entre las Hijas de la Caridad, es la lectura de la Palabra de Dios, seguida de un tiempo de reflexión y la comunicación mutua de lo que el Espíritu Santo inspira a cada una. Comunicación que, al mismo tiempo que nos enriquece, fa­vorece el clima de oración.

El clima de oración queda asimismo beneficiado con el debido recogimien­to y silencio que ayudan a la concentración y ruptura con la comunicación ex­terior, requeridas por los tiempos de oración.

«Clima de Dios, el silencio, aceptado de común acuerdo, prepara los momentos de mayor riqueza en el plano espiritual» (C. 2.14).

Asimismo, contribuye a la atmósfera y clima de oración de una Comunidad la comunicación de la oración hecha, costumbre muy vicenciana que nos permi­te compartir esta gran riqueza espiritual. En esta comunicación, además de ad­mirarnos y quedar estimuladas con la acción del Señor en nuestras Hermanas, captamos la profundidad espiritual de las mismas, lo que a su vez nos inspira un gran respeto hacia ellas y nos ayuda a superar momentos difíciles de relación con algunas.

VIDA FRATERNA

Otro aspecto de la vida de la Hija de la Caridad que debe ser objeto de la animación de la Hermana Sirviente es la cordialidad en la vida fraterna. Ella con sus compañeras debe ser artífice de esa vida fraterna que se construye todos los días, que es labor nunca terminada. Son varios los materiales indicados para la construcción de la vida fraterna:

  • convicciones teológicas firmes de la vida fraterna (reproducir la imagen de la Santísima Trinidad),
  • reuniones comunitarias,
  • la caridad espiritual,
  • la corrección fraterna.

Ciertas actitudes y cualidades de la Hermana Sirviente contribuyen grande­mente a la animación de la vida comunitaria fraterna y al mantenimiento de la unión entre las Hermanas. Como nos lo indica el P. McCULLEN en la carta de presentación de las «Directivas de la Hermana Sirviente», su misión es un «arte» que debe saber practicar con maestría. Citemos algunos de estos elementos cons­tructores de la Comunidad además de los arriba indicados:

 

1. Presencia de la Hermana Sirviente en Comunidad

La presencia de la Hermana Sirviente en la Comunidad tiene un valor impor­tante y de gran repercusión en la vida fraterna.

En primer lugar es una expresión de respeto a la Comunidad, es una manera de decirle que se la tiene en cuenta, que le merece la pena.

Es también la primera forma de servicio, se pone a disposición para ser utili­zada. Es como decir: «Aquí estoy para lo que quieran».

La presencia es un modo de mostrar el afecto y aceptación del grupo comunitario y de cada una de las Hermanas cuyo cuidado le he cohibido la Compañía.

Es una condición necesaria para el cumplimiento de su misión do animadora. A veces su sola presencia adquiere valor de animación.

La presencia es también la primera forma de acompañamiento puesto que le permite captar en directo las circunstancias por las que atraviesan las Herma­nas de forma que le es más posible proporcionar la ayuda adecuada.

Para que sea eficaz, la presencia debe ser: discreta y sencilla sin pretender imponerse ni sobresalir. Desde los orígenes, los Fundadores no quisieron que la Hermana Sirviente se distinguiera de las demás Hermanas:

«Tienen que vivir de tal manera que no se sepa nunca cuál es la par­ticular y cuál es la sirviente. La sirviente no tiene que empeñarse en aparecer la primera…» (S. V. 2.2.1647; C. IX, 302; Conf. Esp. n.° 489).

Se la supone una más entre todas con la única distinción que le concede ser la sierva de todas.

Presencia activa aun dentro de la discreción. Debe aprovechar todas las oca­siones para ejercer su misión de animadora. Cuando las circunstancias lo piden o le presentan la oportunidad, deberá tener suficiente humildad y valentía para pronunciar la palabra oportuna en defensa de la verdad y de la caridad y saber tomar una decisión aunque con ello se perjudique su propia popularidad. Las Her­manas comprenden mal ciertos silencios y actitudes pasivas.

El silencio y la palabra son dos armas poderosas que la Hermana Sirviente debe saber utilizar con sabiduría, prudencia y tacto.

Sin ‘embargo debe evitar que su presencia origine dependencias en las Her­manas. Estas deben mantener su libertad y su espontaneidad, valores que en ningún momento deben quedar mermados. Al contrario, una de las tareas de la Hermana Sirviente será ayudar a las Hermanas a vivirlos en plenitud, de ma­nera que funcionen con la madurez propia de personas adultas.

Evitará asimismo el que su presencia pueda ser interpretada como inspec­ción y falta de confianza. Esto aumentaría las distancias en las relaciones de hermandad que deben existir entre la Hermana Sirviente y las compañeras.

 

2. Paciencia

Es una de las virtudes más necesarias a la Hermana Sirviente en el ejercicio de su misión. Santa Luisa la recomienda en términos que, a veces, nos resultan hasta un poco duros:

«Mi muy querida Hermana:

Siento mucho haber tardado tanto en comunicarle la feliz llegada de Sor Margarita; las fiestas han tenido en parte la culpa y también mis pequeñas dolencias. Ya me ha dicho todo lo que usted desea­ba. Le suplico que su recuerdo las ayude a tener gran tolerancia unas con otras, por amor de Nuestro Señor Jesucristo que nos enseña esta virtud como señal de que somos suyos. Y para ello, querida Hermana, le ruego no se forme ningún juicio determinado de nues­tras últimas Hermanas; ya sabe usted que los cambios son siempre difíciles y que hace falta tiempo para aprender las costumbres y la forma de servir bien y hábilmente a los pobres. Todo lo que puedo decirle de ellas es que todas tienen muy buena voluntad y lo han hecho bien en los lugares en donde estaban. Pero, querida Herma­na, no hay que pensar que por haber dicho las cosas quizá una do­cena de veces sea ya bastante. Bien sabe usted que la memoria no nos es fiel, por eso, querida Hermana, ejercite un poco su pa­ciencia no sólo con las últimas, sino con todas en general, y ello, con gran dulzura, condescendencia y discreción, y sobre todo, gran reserva para no decir lo que piensa ni lo que sabe de una Hermana a otras. Es necesario que las Hermanas Sirvientes estén muertas a sí mismas para cumplir bien su cargo» (S. L. Corr. y E. C. 398, 30.12.1651, a Sor Cecilia Angiboust).

La paciencia supone un gran respeto hacia cada Hermana, su temperamen­to, su ritmo. No todas están dotadas de las mismas cualidades, ni de las mismas posibilidades. Sin embargo, y a pesar de ello, el Señor las ha llamado, las ha querido en esa Comunidad concreta cuya responsabilidad y animación ha sido confiada a tal Hermana Sirviente. Razón suficiente para que también ella las respete sin imponer su propio ritmo y sabiendo, al contrario, adelantar o atrasar el paso se­gún lo requiere la situación.

Dios nos espera, nos respeta, ¿por qué no nosotras?

 

3. Discreción

Cualidad sin la cual se hacen imposibles el gobierno y la animación. Desde los comienzos de la Compañía, los Fundadores la consideraron imprescindible. Muy significativa es esta reflexión de Santa Luisa:

«Sí, es verdad, que nuestra Sor María no parece tener todavía sufi­ciente capacidad para ocupar el puesto de nuestra Sor Cecilia; pero con tal de que sus disposiciones no sean contradictorias, que tenga suficiente discreción y buen juicio, con un fondo de virtud, es po­sible que la experiencia y el ejemplo de nuestra Hermana, a quien verá de continuo, lleguen a formar su espíritu para el gobierno» (S. L. Corr. y Escr., C. 563, 10.1.1657, al Abad de Vaux, p. 518).

Tanto San Vicente como Santa Luisa recomiendan muchas veces a las Her­manas Sirvientes la guarda del secreto. Ninguna Hermana debe saber lo que otra le ha confiado. En el caso contrario se corre el riesgo de perder la confianza de las dos, porque la segunda que escucha la confidencia, puede decir: «Lo mismo hará con lo que yo le digo» y quizá se abstenga de comunicarse.

 

4.Imparcialidad

Supone igualdad de trato a todas las Hermanas (se entiende en las mismas circunstancias). Puede ser que se sienta más afecto por unas que por otras, que le ofrezcan más confianza unas que otras. Sin embargo, la misión recibida no excluye a ninguna y recomienda el mismo trato para todas en las mismas cir­cunstancias.

Una Hermana, a pesar de sus fallos, sigue siendo la preferida de Dios. Si al­guna merece un trato de preferencia será la más necesitada en cualquiera de los niveles: físico, intelectual, espiritual. También en Comunidad las preferencias irán a las más pobres.

La parcialidad en el trato y sobre todo un afecto exclusivo hacia alguna que le distancia de las demás, puede tener consecuencias funestas en Comunidad causando incluso la división en el seno de la misma.

 

FERVOR APOSTOLICO

«Llamadas y reunidas por Dios para el Servicio de los Pobres».

Utilizando la expresión de San Vicente, muchas veces repetida, sabemos que desde los orígenes hemos sido fundadas para el servicio corporal y espiritual de los pobres. Aunque el servicio corporal es más visible y casi siempre nos parece más urgente, no por eso es más importante que el espiritual.

Hoy, más que nunca, sobre todo en los países desarrollados, debemos estar en guardia sobre este punto. Constatamos que vivimos en un mundo materializa­do en el que se da culto a la eficacia, a la tecnología, que nos va conduciendo vertiginosamente a una descristianización e incluso a una paganización. No está de moda hablar de Dios, del Evangelio, mostrarse católico. Incluso el mensaje evangélico sufre una cierta secularización. De ahí la preocupación del Santo Pa­dre y su insistencia en una «nueva evangelización», adaptada a la nueva cultu­ra que se ha implantado a partir de las «realidades» que hemos analizado como preparación de nuestra Asamblea General última. También nosotras, inmersas en este mundo, corremos el riesgo de caminar en esta dirección.

A la Hermana Sirviente, con su Comunidad, le corresponde mantenerse aler­ta para que todas y cada una seamos «sal de la tierra» y «luz del mundo». De no ser así, ya no decimos nada a nuestros contemporáneos. Hay muchas per­sonas preparadas (a veces mejor que nosotras) y deseosas de prestar un servicio profesional.

Mantengamos el fervor apostólico. Hagamos uso de la Reflexión Apostóli­ca tan eficaz para ello y para tomar conciencia de la acción de Dios en sus criatu­ras. Pidamos a Dios la gracia del celo apostólico. Como decía San Vicente: «Si el amor de Dios es el fuego, el celo será la llama» (C. XII, p. 307; Síg. XI/4, p. 590). Si la Caridad reina en nosotras, fácilmente se producirá la llama del celo apostólico.

 

ALEGRÍA

En este mismo artículo 2.21 se nos recomienda un clima de alegría. Quizá no concedemos suficiente importancia a este aspecto. Sin embargo debería ser consecuencia directa de nuestra propia entrega a Dios (como respuesta a su lla­mada) y a su servicio en el pobre. «Mi alma glorifica al Señor porque ha mirado la humillación de su esclava». Como a María, el solo pensamiento de haber sido objeto de la mirada de Dios, debería colmarnos de alegría. Y que esta alegría sea visible y perceptible. El mundo de hoy, con frecuencia sumido en la angustia, en el que fácilmente las personas pierden el sentido de su existencia incluso, necesita el testimonio de nuestra alegría, aun en medio de las dificultades. Testimonio de alegría personal y comunitaria. Es un medio eficaz para ser «signos de Esperanza», y una manera de invitar a las jóvenes a unirse a nuestra felicidad.

 

DIÁLOGO-COMUNICACIÓN

La Constitución 2.21 asigna a la Hermana Sirviente otra misión fundamental: el diálogo y la comunicación.

«Favorece el diálogo con cada una de sus compañeras, especialmente con motivo de la petición de la Renovación. Asimismo, por lo que se refiere a la comunicación, elemento importante de la vida fraterna, intercambio espiritual y apostólico. Este encuentro se prepara en la oración y con una actitud de pobreza inte­rior .. » (C. 2.21).

No hace falta insistir, lo sabemos por experiencia, la comunicación es un ele­mento no sólo importante, sino imprescindible para la vida fraterna.

A veces fijamos esta importancia en los tiempos fuertes de comunicación, como son la petición de Renovación, retiro de fin de año, retiro anual, etc. Pero yo creo que estos momentos de comunicación más profunda deben prepararse, además de hacerlo en «la oración y la pobreza interior», en la comunicación, el diálogo y la relación de cada día. Lo importante es cuidar la relación del vivir coti­diano. Sé que esto es muy complejo. Requiere todo el tacto, el «arte», la psicolo­gía, la santidad y hasta la inmolación de la Hermana Sirviente. Supone conocer a fondo a cada una de las Hermanas. Conocer su temperamento, carácter, reac­ciones… para situar todo ello en su justo valor. Es preciso estar atenta a las si­tuaciones concretas, sobre todo dolorosas, que puede vivir una Hermana, sea física o moralmente, dificultades de familia, profesionales, de servicio, etc.

Se trata de circunstancias que la Hermana Sirviente debe saber valorar y apro­vechar con afecto, caridad y habilidad con miras a la vida fraterna.

Partamos del principio de que toda persona normal (ser sociable) necesita una comunicación normal. Si no la encuentra en el grupo al que pertenece, la buscará en otro lugar, lo que puede suponer un desplazamiento de sus puntos de referencia con el consiguiente peligro de desequilibrio, puesto que se sitúa fuera de su contexto normal.

Tanto San Vicente como Santa Luisa ponen en guardia a las Hermanas sobre sus «relaciones con los externos», no porque éstas (ni siquiera en aquella época) fueran consideradas negativas en sí, sino más bien por lo que suponían de des­viación de la comunicación normal con las personas con quienes se forma co­munidad.

Mantener la comunicación en la Comunidad de las diversas maneras indicadas en nuestras Constituciones: intercambios espirituales, revisiones de vida, comu­nicación con la Hermana Sirviente, la práctica del pedirse perdón, las expansio­nes comunitarias, es salvar la vida fraterna en Comunidad.

* * *

La Hermana Sirviente une a la Comunidad local con la Compañía, con la Iglesia (C. 3.45).

Entre las varias funciones que atribuye a la Hermana Sirviente la C. 3.45 (ani­mar, dirigir, mantener la cohesión) me parece interesante destacar ésta de unir la Comunidad local con la Compañía y la Iglesia.

A primera vista puede parecer innecesario explicitar esta función, sin embar­go es fundamental dada la situación de la sociedad actual. Destacan en ella el relativismo, la pérdida de identidad, la independencia, una cierta carencia de puntos de referencia, fruto todo ello de la destrucción de vínculos de unión a nivel fami­liar, social, político, etc.

Escuchando a la gente, da la impresión, a veces, que no saben dónde perte­necen, ni les interesa saberlo. La independencia deseada y vivida como libertad degenera fácilmente en soledad y agresividad hacia los grupos sociales de los que se es miembro.

Esto puede también producirse en las relaciones Hermana-Comunidad y Comunidad-Compañía. De ahí la importancia de la misión de unir, propuesta por el artículo 3.45.

Los medios utilizados para ello pueden ser muy diversos. También en este punto creo que es primordial la actitud de la propia Hermana Sirviente con rela­ción a la Compañía y a la Iglesia. Si ella se muestra feliz y coherente en su perte­nencia a las mismas, habrá dado el paso más importante en su tarea. En el caso contrario, lo menos que puede causar es un cierto malestar en la Comunidad con el riesgo incluso de inducirla a una pertenencia poco motivada y no gozosa. Esta pertenencia no gozosa deteriora el sentido de identidad y puede conducir a una desintegración psicológica y a una inestabilidad, puesto que se han desdi­bujado los puntos de referencia.

Además de su propia actitud responsable y convencida, puede la Hermana Sirviente utilizar otros medios en el cumplimiento de esta misión, muchos de los cuales vendrán dictados de su propia actitud también. Entre ellos están: la in­formación, que lleva a un mejor conocimiento y a amar más. En este sentido es interesante fomentar la lectura de los documentos que emanan tanto de la Compañía como de la Iglesia. Proporcionar a las Hermanas los medios para que tengan a su alcance estos documentos.

El fomentar en las Hermanas el sentido de pertenencia tanto a la Compañía como a la Iglesia ha estado siempre en la tradición de la Compañía.

En cuanto a ésta leemos en la Constitución 1.17:

«Las Hermanas son conscientes de que obran como miembros de la Compañía y de que son enviadas por ella».

En lo que se refiere a pertenecer y actuar como miembros de la Iglesia, es conocida la frase de Santa Luisa:

«Tenemos doblemente la dicha de ser hijas de la Iglesia y siendo esto así, ¿no tendremos también un doble deber de vivir y obrar como hijas de tal Madre?» (S. L. Corr. y Escr. C. 197, p. 204; 21.6.1647, al Señor Portail).

Asimismo en las Constituciones es constante la referencia a la Iglesia:

«Como Hijas de la Iglesia, las Hijas de la Caridad expresan su Fe uni­das a la Iglesia» (C. 2.12).

«La Compañía… obedece al Soberano Pontífice con un espíritu de respeto filial, se muestra atenta a sus enseñanzas y disponible a sus llamadas» (C. 3.23).

Se hace alusión especial a la participación en la Pastoral local:

«Cada Provincia, atenta a las llamadas de la Iglesia y de los Pobres, determina sus prioridades misioneras…» (C. 3.43).

«Las Comunidades locales y las Provincias… (están) atentas a las ne­cesidades urgentes… de la Iglesia universal y local» (C. 3.54).

«Colaboran con todas las fuerzas vivas de la Pastoral del lugar ..» (E. 5).

«El Proyecto Provincial se elabora en fidelidad al carisma de los Fun­dadores y ateniéndose a las orientaciones pastorales de la Iglesia» (E. 51).

Para terminar, sólo me queda animarles a tomar conciencia de la importancia del servicio que están prestando a las Hermanas y en último término a los Po­bres. La Compañía les ha manifestado una gran confianza poniendo en sus ma­nos la animación de las comunidades locales. Cuídenlas y con ello asegurarán el presente y el futuro de nuestro servicio de los Pobres en la Iglesia. Para ello es preciso «revestirse del espíritu de Jesucristo», vivir en su intimidad:

«La Providencia de Dios la ha llamado a ser Hermana Sirviente. De ese modo, Dios la ha invitado a que entre más íntimamente en el espíritu de Cristo Jesús y a que manifieste en su vida esa humildad y esa caridad que caracterizan el servicio ofrecido por el Hijo de Dios…» (P. McCULLEN, Prefacio Directivas Hermana Sirviente).

 

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