II. Elección del sr. Almerás elegido 2º general de la Congregación. 1661
El sr. Vicente tuvo el consuelo de ver, antes de su muerte, la Congregación bastante bien asentada y tenía motivos para esperar que esta Compañía de la que había resultado Fundador, sin pensar al principio en formar ninguna en la Iglesia, sería de (2º cuadernillo) duración y continuaría en la sucesión de los tiempos las mismas funciones que había desarrollado hasta entonces. Esta Congregación se vio huérfana, el 27 de septiembre de 1660 por la muerte de su muy digno Fundador , y el sr. René Almerás, a quien con todo cuidado había llamado a su lado algún tiempo antes de morir para que le ayudara a dirigir la Compañía durante los últimos años de su vida, se encontró señalado en el boleto guardado en el cofrecito después de la muerte del sr. Vicente, bien para conducir la Congregación en calidad de Vicario general durante la vacante del generalato, como para sucederle en este cargo; la casa de San Lázaro aplaudió la elección de su digno fundador y toda la Congregación se sintió satisfecha por ello.
Todavía no se encontraba dividida en provincias regladas y gobernadas por visitadores que residen en ellas como lo está ahora. Con todo, se celebraron las asambleas necesarias para enviar a los diputados a la asamblea general señalada en París por el sr. Vicario general. El sr. Jolly vino a ella de Roma y se despidió antes de partir de los principales amigos de la Congregación en esta ciudad, entre otros del cardenal Corrado, datario, el cual le dio consejos de un verdadero Padre sobre la dirección de la Congregación, diciéndole que se había enterado con dolor de la muerte de su digno Fundador; y después de reflexionar un poco según lo ha dejado el sr. Jolly por escrito, le aseguró que su Instituto era uno de los mejores que existiera en la iglesia, que se extendería rápidamente, pero que había que conservar su espíritu y seguir sus máximas, a saber: el desinterés, la unión mutua, la observancia de las reglas, no entrar en los cargos más que por obediencia sin ninguna maniobra, evitar dar a conocer los asuntos del interior a los externos, tener cuidado de recibir a buenos súbditos y de conservar la fundación de Roma. Este cardenal conocía muy bien el espíritu de la Compañía y los medios de conservarla en él.
Algunos particulares no juzgaban oportuno que se pusieran los ojos en el sr. Almerás para hacerle general por estar enfermo y de débil salud, las cosas fueron tan lejos que uno de estos particulares, hombre a pesar de todo de buen sentido, celoso y estimado en la Compañía, no quiso en absoluto consentir en ello hasta que según se ha dicho comúnmente en la Congregación se le apareció el sr. Vicente para hacerle condescender, dirigiéndole las palabras de la madre de Jacob a este buen hijo, cuando le obligaba a obedecer a lo que ella le ordenaba de ir a ver a su padre en el lecho para obtener su bendición en lugar de Esau su hermano mayor y que temía, por el contrario, ser maldito o maltratado si llegaba a darse cuenta de lo que pasaba, In me sit ista maledictio, fili mi. El sr. Almerás fue pues elegido general en la asamblea de la Congregación a principios del año 1661. Le dio como asistentes a los srs. Horgny, y Jolly; el primero como admonitor y acabó en cinco días de tiempo.
El nuevo general en primer lugar después de su elección comunicó a las casas en una carta-circular muy hermosa y muy juiciosa pero llena de humildad y de confusión de sí mismo que da a entender que era digno discípulo del difunto sr. Vicente, se sabe lo que había sido el sr. Almerás en el mundo; había nacido en una familia rica y acreditada provisto tempranamente de un cargo de consejero del gran Consejo, se hizo todo lo posible para apartarle de entrar en una Congregación naciente donde no se veían más que pobres sin cuna y sin grandes saberes; todo ello fue inútil. Recibió la sotana de misionero en 1637 y unos 24 años después, habiendo pasado por todos los cargos de la Compañía, fue elegido su superior general como hemos dicho. Tuvo el consuelo de ver morir en ella a quien después de Dios se sentía deudor de su nacimiento, quiero decir a su padre que quiso abrazar el estado de hermano coadjutor en la Congregación, quien había empleado hasta entonces toda clase de medios para apartarle de entrar en ella. Se conserva, al final de la Vida del sr. Vicente, de la edición italiana, un resumen de las virtudes del segundo superior general de la Misión, al que se puede acceder.