Espiritualidad vicenciana: Tentación

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Eamon Flanagan, C.M. · Año publicación original: 1995.

1. Fuentes de las tentaciones.- 2. Finalidad.- 3. Res­puesta de la persona tentada. EVALUACIÓN: la enseñanza vicen­ciana y su validez actual.


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El tema de la tentación tiene una larga histo­ria y ha encontrado un lugar constante en muchos escritores de Teología y de Espiritualidad desde el comienzo del Nuevo Testamento hasta los años de 1960. Recientemente ha decaído su impor­tancia. San Vicente encaja cómodamente en es­ta larga tradición.

Al abordar el tratamiento vicenciano de la ten­tación, delimitaré primero las tres áreas de ma­yor interés: Fuentes de las tentaciones; finalidad de las mismas, y respuesta de la persona tenta­da. Luego quiero evaluar la enseñanza de san Vi­cente a la luz de la teología moderna y afirmar su validez hoy.

1. Fuentes de las tentaciones

Para empezar, el Santo nos da una definición de la tentación como movimiento que conduce al mal, lo opuesto a la inspiración (IX, 656). Para san Vicente Dios permite la tentación. Él conoce la tentación y conoce también a la persona ten­tada. Luego, en una expresión más fuerte, ase­gura que Dios envía las tentaciones: «Es Dios el que os envía o permite que os vengan esas ten­taciones por las mismas razones que permitió a su Hijo las que El sufrió» (III, 160; cf. 1X, 321s).

Las tentaciones son además causadas por el demonio (IX, 322; cf. IX, 658. 666s). El maligno tra­tará de apartar de sus resoluciones al buen sa­cerdote, «porque le conducirían a la salvación de una gran multitud de almas» (III, 583).

Indica también el nacimiento de la tentación sin mencionar un origen específico, usando la voz pasiva sin un sujeto agente. En un contexto así cita el texto de St. 1, 2 sobre regocijarse en estas tribulaciones (citado en X1, 67s).

También identifica como responsable en algu­nos casos nuestra naturaleza desreglada. Dirigién­dose al P. Blatiron, san Vicente le dice: «Padre, no tiene por qué extrañarse de que tenga usted tales inclinaciones (como san Pablo)» (V, 443).

Por causas externas a nosotros, podemos ver­nos agitados como una veleta por el viento (VI, 401).

Pero, en general, hay una acentuación de la propia responsabilidad de la persona en relación con la tentación. Se pone esto particularmente de relieve cuando se dice que un cambio de desti­no no libera de la tentación porque llevamos siem­pre con nosotros nuestro temperamento individual (III, 584). La gloria humana podría ser un incenti­vo para la tentación, pero aún entonces es la pro­pia disposición de la persona lo que es de pri­mordial importancia (FIC CM XII, 9).

2. Finalidad de las tentaciones

La tentación está al servicio de fines útiles. Por regla general, la enseñanza vicenciana mira es­pontáneamente las tentaciones dentro del pro­yecto de Dios para el bien de la persona impli­cada.

Escribiendo a las Hijas de la Caridad de Nan­tes, san Vicente mira a la persona tentada como identificándose con el Hijo de Dios, que en la ten­tación dio pruebas de «su amor infinito a la glo­ria del Padre y a la santificación de la Iglesia» (III, 160). Todos los que siguen a Cristo sufrirán per­secución; los santos fueron probados amargamente. Así, sufriendo estas pruebas, es como uno sigue el camino del Evangelio.

Tal es la suerte de la gente buena, de modo que uno debería preocuparse de no encontrar tentaciones en su camino; san Vicente conside­raría a uno que estuviera en esta situación como un tentador de sí mismo (IV, 553). Las tentaciones contribuyen a un miedo saludable y a la humil­dad, llevando a la persona a poner su confian­za en Dios (V, 443).

Y en vena auténticamente escriturística, san Vicente evoca la capacidad probatoria que tiene la tentación. Los buenos son examinados para comprobar su bondad y la autenticidad de su com­promiso con Dios. En esto muestran ellos palpa­blemente su fidelidad. Esta doctrina está estre­chamente unida a la de las noches y trabajos de san Juan de la Cruz, que en la mayor parte de nuestro camino están dirigidos al refinamiento de la purificación. Por este proceso se llega gra­dualmente a la condición de una gran madurez y a una estable fortaleza del alma. Así se puede al­canzar una paz real. Se da, por añadidura, una creciente disponibilidad de corazón derivada de la experiencia de enfrentarse con cuestiones sus­citadas en diversidad de tentaciones (IX, 658ss; cf. también VI, 401).

San Vicente propone la opinión de que los tentados son de hecho los mejores amigos de Dios: «Es una gracia verse probado por las ten­taciones, mis queridas hermanas, y una señal de que Dios nos ama» (IX, 658). Así la práctica resulta una garantía de verdadera autenticidad espiritual. El Santo está tan convencido del valor positivo de estas pruebas que su pensamiento se introduce fácilmente en el reino del sufrimiento y de la cruz. Recuerda el texto evangélico sobre la re­nuncia y el tomar la cruz, como Jesús hizo (Mt 16, 24). Aquí el foco está fijo sobre la esencia de todo vivir verdadero, que es el amor a Cristo por encima de todas las cosas creadas. Aquí tam­bién, la tentación puede ser el stop a una etapa mediocre y al encogerse ante los costos de un amor más profundo; en su lugar, se nos exhorta a seguir adelante con valor cada día en medio de la tentación (II1, 160s).

3. Respuesta de la persona tentada

Dado por bien sentado lo que antecede, pue­de ayudar por sí mismo a la gente en su com­prensión de las tentaciones, lo cual ya es un buen comienzo en la cuestión de vérselas con ellas. Pe­ro san Vicente nos ofrece todo un arsenal para los tiempos de tentación.

Hace la afirmación general de que «los bie­nes de la gracia, como los de la fortuna sólo se conservan a base de esfuerzo» (III, 583). Es una feliz nota aclaratoria, por decirlo así. Dirigiéndo­ se a un misionero que sufría la fuerza de la ten­tación, quizás en relación con su ministerio o su destino, el Fundador de la Misión le aconseja resistencia, con una especial confianza en la gra­cia de la bondad de Dios, que no abandona al que es fiel. En este mismo caso el cohermano, que tiene dificultades con su superior, recibe una orientación específica. Se le recomienda aprender una buena comunicación, a la mane­ra como se comunicaba Jesús con Maria, su Madre, con san José y con los apóstoles, e in­cluso con los escribas, fariseos y tribunos (III, 584).

La resistencia, para ser efectiva, debe entrar en acción inmediatamente, tan pronto como se percibe la tentación. San Vicente está fervoro­samente de acuerdo con una hermana que ha­ce esta observación en una conferencia, y co­rrobora: «Es un grande y soberano remedio que cerremos nuestro corazón y nuestros oídos a la tentación» (IX, 325s; igualmente IX, 615s). Es­to lleva ciertamente consigo una cierta intensa atención y disponibilidad para una decisiva y po­sitiva respuesta, sin arriesgada presunción. Una nota de acompañamiento a este sonido del pro­pósito, es la oración. San Vicente vuelve una y otra vez sobre la necesidad de la oración en la tentación. Debemos orar fervientemente pi­diendo la gracia de no caer, aunque la tentación sea continuada (cf. v. g. IX, 666; XI, 67s). En el Pa­drenuestro, oramos: «No nos dejes caer en la tentación», prestando especial atención a estas palabras y pidiendo que nunca consintamos en la tentación (IX, 664). San Vicente promete, con una típica caridad suya, sus propias oraciones por los que están en medio de la tentación.

Las tentaciones contra la vocación se consi­deran como un ataque a la llamada específica de Dios a vivir el Evangelio. San Vicente hablaba con una estima tan grande de la vocación, que sus­citaba en los oyentes unos poderosos impulsos para resistir cualquier deseo contrario a ella. In­voca con fuerza la concentración sobre la belle­za de la llamada de cada uno. No debemos andar razonando con la sugestión maligna. Dios da la gra­cia para perseverar (IX, 325s).

Si nos vemos tentados contra la castidad, antes de todo, apartar las ocasiones que parecen peligrosas. De la práctica de virtudes como la hu­mildad y la modestia, se consigue fortaleza. La oración que se recomienda es una meditación o una especie de inmersión de uno mismo en las llagas de Cristo, y también la oración a la sma. Vir­gen (cf. especialmente IV, 551 y IX, 952).

Se menciona un medio bien moderno: releer las inspiraciones que se han recibido del Señor en el tiempo de los ejercicios espirituales. Son «pro­visiones que nos da Dios para el caso de nece­sidad» (IX, 330).

Éstos son los medios empleados por san Vi­cente para resistir y aprovecharse de las tenta­ciones, pequeñas o grandes, que puedan ocurrir en nuestras vidas.

Evaluación

En nuestra cultura moderna occidental se po­ne menos énfasis que en el pasado en la tenta­ción. Es difícil encontrar un artículo o un libro sobre el tema entre los escritos espirituales o te­ológicos de los últimos veinte años. Pero parece que, de hecho, el tema ha reaparecido con for­mas nuevas, dado que no había desaparecido completamente. Algo así es el símbolo del de­sierto (cf. p. e. P. M. Delfieux, The Way of The De­sert Today, Londres 1987, 184ss; A. Monk, The Hermitage Within, Londres 1977). En el misticis­mo ha habido un redescubrimiento de las prue­bas purificadoras. La situación de los pobres y la consecuente prueba a través de la pobreza, fre­cuentemente no elegida, pero también un tema para el trabajo de la justicia, son verdaderamen­te evidentes en nuestro mundo.

Del mismo modo que algunos han descubierto un nuevo cristianismo, más optimista, y una te­ología del mundo (ver p. e. ciertas expresiones carismáticas y espiritualidades de la creación), se ha producido también como una afluencia eco­nómica en el Primer Mundo hasta hace muy po­co. En un trasfondo así, la tentación parece una cosa negativa y estática.

Quizás hasta que el revisionismo de la tenta­ción entre en una era diferente, es aún muy po­sible que sean necesarias una nueva disponibili­dad y energía para enfrentarse con la tentación en la práctica, para ser probado y purificado, in­cluso aunque no haya un obvio éxito externo como tal. La tentación puede suceder dentro o fuera, pero es especialmente el drama interior del corazón el que se representa sin escapatoria.

Sin tener en cuenta el cambio de perspectiva en los últimos años del siglo XX, podemos en­contrar aún una línea continua de tradición mez­clada con ciertos enfoques modernos en algunos escritores de nuestro tiempo. Éstos nos ayudan a lanzar hacia el futuro una sólida enseñanza con aceptable aplicación a la vida diaria (Tentación, en Sacramentum Mundi)

Vemos entonces la consonancia de san Vi­cente con la mejor doctrina perenne. Las ense­ñanzas del Santo sobre los orígenes de las ten­taciones y su finalidad va muy de acuerdo con lo que la Escritura, la Iglesia y los teólogos indican. Anteriormente nos hemos referido en Vicente al mandar o permitir de Dios las tentaciones. Esta doble fuente parece estar en armonía con la dis­tinción escriturística y teológica entre: probar (por Dios) para aprobación y avance en la vida espiri­ tual, y seducción por el mal (permitida por Dios) pero potencialmente dirigida hacia lo que en últi­ma instancia es el mismo objetivo (ib.).

Los remedios de san Vicente para las tenta­ciones descubren una nota de ayuda. Capitales entre ellos son la oración y las buenas decisiones contra la marcha de las tentaciones. Los implica­dos aprecian también hoy el valor de tales medios (p. e. Card. B. Hume, Light in the World, Slough, England 1991, 128ss; Sacramentum Mundi, ib.). Es estimulante también encontrar una semejan­za con Cristo y con los santos en el camino de la tentación.

La manera en que el Santo perfila una espe­cie de modelo de los asaltos sobre la persona que intenta vivir una vida buena, nos ayuda a en­tender y a estar preparados para la tentación. Al principio hay dulzura en el servicio a Dios, pero luego se cuela la indiferencia; más tarde aparece un nivel de disgusto, seguido por una aversión que llega hasta el punto de blasfemos pensamientos y hasta repugnancia hacia Dios. Pero todo esto no es más que «señales de su amor», y la fide­lidad se ve recompensada una vez más con gran­des consuelos (X1, 101).

En pocas áreas parece que las ideas de san Vicente necesitan hoy alguna adaptación. En el contexto de la gente que vive en comunidad, él aboga con fuerza por la adhesión a las reglas pro­pias, como un gran medio para evitar el fracaso en la vocación (cf. IX, 331s). En esto se filtra una tendencia post-tridentina; hoy se pone menos énfasis en las reglas. Pienso, sin embargo, que una lectura más cercana al texto vicenciano mues­tra que el espíritu es más importante que la le­tra.

En el tema de la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, san Vicente, ciertamente, no admitiría con facilidad ningún pensamiento de retirarse (1, 286s; III, 160. 418; IX, 321). En nues­tros tiempos, la vocación del laico sobresale más. Y por supuesto, aunque los votos perpetuos y la ordenación significan un compromiso de por vi­da, el despertar del desarrollo de las ciencias hu­manas nos han dado a nosotros un conocimien­to más profundo de la persona. De todos modos, los primeros años del seminario y de la vida re­ligiosa son parte del proceso de descubrimiento y discernimiento de la vocación. Por lo tanto, en estos tiempos habría que modificar los aspec­tos más absolutos de esta enseñanza de san Vicente (Una discusión moderna sobre la moti­vación en la vocación: L. M. Bulla, F. ‘moda, J. Ridick, Psychological Structure and Vocation, Du­blin 1979). Sin embargo, nos lanza un enorme de­safío.

Respecto a lo de revelar las tentaciones só­lo al superior, hoy sería una práctica incómoda. El aspecto positivo en la perspectiva vicenciana es que el problema no se propague indiscriminadamente (cf. IX, 573s. 617). El camino moder­no de buscar la ayuda de un buen director espi­ritual está más de acuerdo con la verdadera libertad.

Las experiencias personales de san Vicente so­bre la tentación eran, seguramente, instructivas para él. Los años de su juventud desde la ado­lescencia hasta un temprano sacerdocio, revelan a un hombre constantemente tentado por la am­bición de la riqueza como medio para alcanzar una posición social más elevada (Román, o. c., 89ss. 160-162; Orcajo-Pérez Flores, San Vicente de Paúl. 11 espiritualidad y selección de escritos, BAC. Madrid 1981, 56-68 passim). Quizás a este respecto su clara distinción entre tentación y ne­gligencia espiritual tiene fuertes ecos del pasado (un buen ejemplo en IX, 800). Román demuestra que el demonio de la ambición se estuvo burlan­do de él hasta finales de sus cuarenta, pero pa­ra entonces ya había alcanzado el punto de la vic­toria (Román, o. c., p. 185s).

En conclusión, parece claro decir que san Vi­cente logró gran perspicacia dentro de esta rea­lidad humana a través de su propia vida y oración, de sus contactos en el ministerio, así como a tra­vés de sus estudios y reflexión. De este modo ha sido capaz de dejar tras de sí una muy amplia y sabia doctrina sobre la tentación.

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