El tema de la tentación tiene una larga historia y ha encontrado un lugar constante en muchos escritores de Teología y de Espiritualidad desde el comienzo del Nuevo Testamento hasta los años de 1960. Recientemente ha decaído su importancia. San Vicente encaja cómodamente en esta larga tradición.
Al abordar el tratamiento vicenciano de la tentación, delimitaré primero las tres áreas de mayor interés: Fuentes de las tentaciones; finalidad de las mismas, y respuesta de la persona tentada. Luego quiero evaluar la enseñanza de san Vicente a la luz de la teología moderna y afirmar su validez hoy.
1. Fuentes de las tentaciones
Para empezar, el Santo nos da una definición de la tentación como movimiento que conduce al mal, lo opuesto a la inspiración (IX, 656). Para san Vicente Dios permite la tentación. Él conoce la tentación y conoce también a la persona tentada. Luego, en una expresión más fuerte, asegura que Dios envía las tentaciones: «Es Dios el que os envía o permite que os vengan esas tentaciones por las mismas razones que permitió a su Hijo las que El sufrió» (III, 160; cf. 1X, 321s).
Las tentaciones son además causadas por el demonio (IX, 322; cf. IX, 658. 666s). El maligno tratará de apartar de sus resoluciones al buen sacerdote, «porque le conducirían a la salvación de una gran multitud de almas» (III, 583).
Indica también el nacimiento de la tentación sin mencionar un origen específico, usando la voz pasiva sin un sujeto agente. En un contexto así cita el texto de St. 1, 2 sobre regocijarse en estas tribulaciones (citado en X1, 67s).
También identifica como responsable en algunos casos nuestra naturaleza desreglada. Dirigiéndose al P. Blatiron, san Vicente le dice: «Padre, no tiene por qué extrañarse de que tenga usted tales inclinaciones (como san Pablo)» (V, 443).
Por causas externas a nosotros, podemos vernos agitados como una veleta por el viento (VI, 401).
Pero, en general, hay una acentuación de la propia responsabilidad de la persona en relación con la tentación. Se pone esto particularmente de relieve cuando se dice que un cambio de destino no libera de la tentación porque llevamos siempre con nosotros nuestro temperamento individual (III, 584). La gloria humana podría ser un incentivo para la tentación, pero aún entonces es la propia disposición de la persona lo que es de primordial importancia (FIC CM XII, 9).
2. Finalidad de las tentaciones
La tentación está al servicio de fines útiles. Por regla general, la enseñanza vicenciana mira espontáneamente las tentaciones dentro del proyecto de Dios para el bien de la persona implicada.
Escribiendo a las Hijas de la Caridad de Nantes, san Vicente mira a la persona tentada como identificándose con el Hijo de Dios, que en la tentación dio pruebas de «su amor infinito a la gloria del Padre y a la santificación de la Iglesia» (III, 160). Todos los que siguen a Cristo sufrirán persecución; los santos fueron probados amargamente. Así, sufriendo estas pruebas, es como uno sigue el camino del Evangelio.
Tal es la suerte de la gente buena, de modo que uno debería preocuparse de no encontrar tentaciones en su camino; san Vicente consideraría a uno que estuviera en esta situación como un tentador de sí mismo (IV, 553). Las tentaciones contribuyen a un miedo saludable y a la humildad, llevando a la persona a poner su confianza en Dios (V, 443).
Y en vena auténticamente escriturística, san Vicente evoca la capacidad probatoria que tiene la tentación. Los buenos son examinados para comprobar su bondad y la autenticidad de su compromiso con Dios. En esto muestran ellos palpablemente su fidelidad. Esta doctrina está estrechamente unida a la de las noches y trabajos de san Juan de la Cruz, que en la mayor parte de nuestro camino están dirigidos al refinamiento de la purificación. Por este proceso se llega gradualmente a la condición de una gran madurez y a una estable fortaleza del alma. Así se puede alcanzar una paz real. Se da, por añadidura, una creciente disponibilidad de corazón derivada de la experiencia de enfrentarse con cuestiones suscitadas en diversidad de tentaciones (IX, 658ss; cf. también VI, 401).
San Vicente propone la opinión de que los tentados son de hecho los mejores amigos de Dios: «Es una gracia verse probado por las tentaciones, mis queridas hermanas, y una señal de que Dios nos ama» (IX, 658). Así la práctica resulta una garantía de verdadera autenticidad espiritual. El Santo está tan convencido del valor positivo de estas pruebas que su pensamiento se introduce fácilmente en el reino del sufrimiento y de la cruz. Recuerda el texto evangélico sobre la renuncia y el tomar la cruz, como Jesús hizo (Mt 16, 24). Aquí el foco está fijo sobre la esencia de todo vivir verdadero, que es el amor a Cristo por encima de todas las cosas creadas. Aquí también, la tentación puede ser el stop a una etapa mediocre y al encogerse ante los costos de un amor más profundo; en su lugar, se nos exhorta a seguir adelante con valor cada día en medio de la tentación (II1, 160s).
3. Respuesta de la persona tentada
Dado por bien sentado lo que antecede, puede ayudar por sí mismo a la gente en su comprensión de las tentaciones, lo cual ya es un buen comienzo en la cuestión de vérselas con ellas. Pero san Vicente nos ofrece todo un arsenal para los tiempos de tentación.
Hace la afirmación general de que «los bienes de la gracia, como los de la fortuna sólo se conservan a base de esfuerzo» (III, 583). Es una feliz nota aclaratoria, por decirlo así. Dirigiéndo se a un misionero que sufría la fuerza de la tentación, quizás en relación con su ministerio o su destino, el Fundador de la Misión le aconseja resistencia, con una especial confianza en la gracia de la bondad de Dios, que no abandona al que es fiel. En este mismo caso el cohermano, que tiene dificultades con su superior, recibe una orientación específica. Se le recomienda aprender una buena comunicación, a la manera como se comunicaba Jesús con Maria, su Madre, con san José y con los apóstoles, e incluso con los escribas, fariseos y tribunos (III, 584).
La resistencia, para ser efectiva, debe entrar en acción inmediatamente, tan pronto como se percibe la tentación. San Vicente está fervorosamente de acuerdo con una hermana que hace esta observación en una conferencia, y corrobora: «Es un grande y soberano remedio que cerremos nuestro corazón y nuestros oídos a la tentación» (IX, 325s; igualmente IX, 615s). Esto lleva ciertamente consigo una cierta intensa atención y disponibilidad para una decisiva y positiva respuesta, sin arriesgada presunción. Una nota de acompañamiento a este sonido del propósito, es la oración. San Vicente vuelve una y otra vez sobre la necesidad de la oración en la tentación. Debemos orar fervientemente pidiendo la gracia de no caer, aunque la tentación sea continuada (cf. v. g. IX, 666; XI, 67s). En el Padrenuestro, oramos: «No nos dejes caer en la tentación», prestando especial atención a estas palabras y pidiendo que nunca consintamos en la tentación (IX, 664). San Vicente promete, con una típica caridad suya, sus propias oraciones por los que están en medio de la tentación.
Las tentaciones contra la vocación se consideran como un ataque a la llamada específica de Dios a vivir el Evangelio. San Vicente hablaba con una estima tan grande de la vocación, que suscitaba en los oyentes unos poderosos impulsos para resistir cualquier deseo contrario a ella. Invoca con fuerza la concentración sobre la belleza de la llamada de cada uno. No debemos andar razonando con la sugestión maligna. Dios da la gracia para perseverar (IX, 325s).
Si nos vemos tentados contra la castidad, antes de todo, apartar las ocasiones que parecen peligrosas. De la práctica de virtudes como la humildad y la modestia, se consigue fortaleza. La oración que se recomienda es una meditación o una especie de inmersión de uno mismo en las llagas de Cristo, y también la oración a la sma. Virgen (cf. especialmente IV, 551 y IX, 952).
Se menciona un medio bien moderno: releer las inspiraciones que se han recibido del Señor en el tiempo de los ejercicios espirituales. Son «provisiones que nos da Dios para el caso de necesidad» (IX, 330).
Éstos son los medios empleados por san Vicente para resistir y aprovecharse de las tentaciones, pequeñas o grandes, que puedan ocurrir en nuestras vidas.
Evaluación
En nuestra cultura moderna occidental se pone menos énfasis que en el pasado en la tentación. Es difícil encontrar un artículo o un libro sobre el tema entre los escritos espirituales o teológicos de los últimos veinte años. Pero parece que, de hecho, el tema ha reaparecido con formas nuevas, dado que no había desaparecido completamente. Algo así es el símbolo del desierto (cf. p. e. P. M. Delfieux, The Way of The Desert Today, Londres 1987, 184ss; A. Monk, The Hermitage Within, Londres 1977). En el misticismo ha habido un redescubrimiento de las pruebas purificadoras. La situación de los pobres y la consecuente prueba a través de la pobreza, frecuentemente no elegida, pero también un tema para el trabajo de la justicia, son verdaderamente evidentes en nuestro mundo.
Del mismo modo que algunos han descubierto un nuevo cristianismo, más optimista, y una teología del mundo (ver p. e. ciertas expresiones carismáticas y espiritualidades de la creación), se ha producido también como una afluencia económica en el Primer Mundo hasta hace muy poco. En un trasfondo así, la tentación parece una cosa negativa y estática.
Quizás hasta que el revisionismo de la tentación entre en una era diferente, es aún muy posible que sean necesarias una nueva disponibilidad y energía para enfrentarse con la tentación en la práctica, para ser probado y purificado, incluso aunque no haya un obvio éxito externo como tal. La tentación puede suceder dentro o fuera, pero es especialmente el drama interior del corazón el que se representa sin escapatoria.
Sin tener en cuenta el cambio de perspectiva en los últimos años del siglo XX, podemos encontrar aún una línea continua de tradición mezclada con ciertos enfoques modernos en algunos escritores de nuestro tiempo. Éstos nos ayudan a lanzar hacia el futuro una sólida enseñanza con aceptable aplicación a la vida diaria (Tentación, en Sacramentum Mundi)
Vemos entonces la consonancia de san Vicente con la mejor doctrina perenne. Las enseñanzas del Santo sobre los orígenes de las tentaciones y su finalidad va muy de acuerdo con lo que la Escritura, la Iglesia y los teólogos indican. Anteriormente nos hemos referido en Vicente al mandar o permitir de Dios las tentaciones. Esta doble fuente parece estar en armonía con la distinción escriturística y teológica entre: probar (por Dios) para aprobación y avance en la vida espiri tual, y seducción por el mal (permitida por Dios) pero potencialmente dirigida hacia lo que en última instancia es el mismo objetivo (ib.).
Los remedios de san Vicente para las tentaciones descubren una nota de ayuda. Capitales entre ellos son la oración y las buenas decisiones contra la marcha de las tentaciones. Los implicados aprecian también hoy el valor de tales medios (p. e. Card. B. Hume, Light in the World, Slough, England 1991, 128ss; Sacramentum Mundi, ib.). Es estimulante también encontrar una semejanza con Cristo y con los santos en el camino de la tentación.
La manera en que el Santo perfila una especie de modelo de los asaltos sobre la persona que intenta vivir una vida buena, nos ayuda a entender y a estar preparados para la tentación. Al principio hay dulzura en el servicio a Dios, pero luego se cuela la indiferencia; más tarde aparece un nivel de disgusto, seguido por una aversión que llega hasta el punto de blasfemos pensamientos y hasta repugnancia hacia Dios. Pero todo esto no es más que «señales de su amor», y la fidelidad se ve recompensada una vez más con grandes consuelos (X1, 101).
En pocas áreas parece que las ideas de san Vicente necesitan hoy alguna adaptación. En el contexto de la gente que vive en comunidad, él aboga con fuerza por la adhesión a las reglas propias, como un gran medio para evitar el fracaso en la vocación (cf. IX, 331s). En esto se filtra una tendencia post-tridentina; hoy se pone menos énfasis en las reglas. Pienso, sin embargo, que una lectura más cercana al texto vicenciano muestra que el espíritu es más importante que la letra.
En el tema de la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, san Vicente, ciertamente, no admitiría con facilidad ningún pensamiento de retirarse (1, 286s; III, 160. 418; IX, 321). En nuestros tiempos, la vocación del laico sobresale más. Y por supuesto, aunque los votos perpetuos y la ordenación significan un compromiso de por vida, el despertar del desarrollo de las ciencias humanas nos han dado a nosotros un conocimiento más profundo de la persona. De todos modos, los primeros años del seminario y de la vida religiosa son parte del proceso de descubrimiento y discernimiento de la vocación. Por lo tanto, en estos tiempos habría que modificar los aspectos más absolutos de esta enseñanza de san Vicente (Una discusión moderna sobre la motivación en la vocación: L. M. Bulla, F. ‘moda, J. Ridick, Psychological Structure and Vocation, Dublin 1979). Sin embargo, nos lanza un enorme desafío.
Respecto a lo de revelar las tentaciones sólo al superior, hoy sería una práctica incómoda. El aspecto positivo en la perspectiva vicenciana es que el problema no se propague indiscriminadamente (cf. IX, 573s. 617). El camino moderno de buscar la ayuda de un buen director espiritual está más de acuerdo con la verdadera libertad.
Las experiencias personales de san Vicente sobre la tentación eran, seguramente, instructivas para él. Los años de su juventud desde la adolescencia hasta un temprano sacerdocio, revelan a un hombre constantemente tentado por la ambición de la riqueza como medio para alcanzar una posición social más elevada (Román, o. c., 89ss. 160-162; Orcajo-Pérez Flores, San Vicente de Paúl. 11 espiritualidad y selección de escritos, BAC. Madrid 1981, 56-68 passim). Quizás a este respecto su clara distinción entre tentación y negligencia espiritual tiene fuertes ecos del pasado (un buen ejemplo en IX, 800). Román demuestra que el demonio de la ambición se estuvo burlando de él hasta finales de sus cuarenta, pero para entonces ya había alcanzado el punto de la victoria (Román, o. c., p. 185s).
En conclusión, parece claro decir que san Vicente logró gran perspicacia dentro de esta realidad humana a través de su propia vida y oración, de sus contactos en el ministerio, así como a través de sus estudios y reflexión. De este modo ha sido capaz de dejar tras de sí una muy amplia y sabia doctrina sobre la tentación.