Introducción
El concepto de gracia («jaris» en griego y «gratia» en latín) es central en la reflexión teológica cristiana, pero a la vez es de los más discutidos y difíciles de comprender y definir por la pluralidad de significados e interpretaciones que ha recibido a lo largo de la historia.
Varios son los significados de la palabra «gracia»: benevolencia, bondad, actitud favorable de una persona que quiere bien a otra sin ésta merecerlo; belleza, encanto, atractivo de la persona agraciada; don, beneficio, regalo recibido gratuitamente; agradecimiento por el don recibido. Desde el plano teológico, se puede decir que gracia es esa comunicación de la bondad del Dios-Amor libre y gratuitamente al hombre, manifestada sobre todo en Jesucristo, por la cual el hombre se siente amado por Dios y colmado de sus dones sin mérito personal alguno, lo que le hace sentirse profundamente agradecido.
Desde la experiencia de gracia en el A. T. («he-sed» «hen») y en el N. T. («jaris») muchos autores han intentado acercarse al contenido de la experiencia de gracia desde diversas terminologías, perspectivas y sistemas teológicos de in terpretación; muchas veces lo han hecho con carácter polémico, lo que en lugar de ayudar a descubrir la bondad y gratuidad de Dios en la historia humana, han convertido el tratado de gracia en un conglomerado de proposiciones abstractas para condenar algunos errores teológicos.
Vicente de Paúl vive en una época de controversias sobre la gracia. Ello le obligará, como hombre de Iglesia, a tomar postura y para ello reflexionar personalmente y guiar a sus comunidades en un tema tan discutido, defendiendo lo que considera la auténtica doctrina cristiana sobre la gracia frente a las «nuevas opiniones teológicas». Incluso tiene que redactar un estudio sobre estas cuestiones, una reflexión sistemática sobre el tema cuestionado de la relación entre gracia de Dios y libertad humana.
Pero como Vicente es más hombre de acción que teólogo especulativo, además de esas reflexiones de carácter apologético y especulativo sobre la gracia, su pensamiento sobre el tema lo encontraremos a partir de su experiencia de fe y en su acción apostólica, así como en las exhortaciones de carácter espiritual y pastoral a los miembros de sus comunidades en conferencias y cartas. La reflexión vicenciana sobre la gracia se puede decir que tiene un carácter experiencial, apologético y parenético, poco sistemático, en sintonía con la Iglesia de su tiempo y con su propio carisma y espiritualidad.
I. Experiencia de gracia de Vicente de Paúl
La gracia, antes que un concepto teológico es una experiencia humana, en la que se descubre vitalmente la bondad de Dios que se comunica gratuitamente al hombre. Vicente de Paúl antes de hablar sobre la gracia se ha dejado tocar y hablar por la gracia, ha experimentado en su vida la bondad de Dios.
A través de su vida y escritos se descubre a un creyente que ha tenido clara conciencia de ser un «agraciado de Dios», pues ha experimentado la acción bondadosa de Dios en su vida y obras. Si un creyente es capaz de descubrir la presencia salvadora de Dios en los distintos momentos de su vida, hay algunas experiencias transcendentales, «fundantes», en las que el encuentro con Dios produce un cambio fundamental en la persona.
Una de esas experiencias «fundantes» en la vida de Vicente es la que tiene lugar entre 1609 y 1617 aproximadamente, cuando va a experimentar a través de una serie de acontecimientos la gracia de la conversión, lo que va a marcar el sentido de su vida, dando comienzo en él un nuevo modo de ser, de pensar y actuar, una nueva vida. Estos acontecimientos claves (calumnia de robo, tentación contra la fe, encuentros con Berulle y A. Duval, encuentro con el mundo de la pobreza,…) culminan en la experiencia de GannesFolleville y Chátillón, donde descubre la pobreza material y espiritual del pobre pueblo, lo que le interpela y se convierte para él en una gracia, en una llamada de Dios que va a dar un profundo giro a su vida.
Este proceso de búsqueda y conversión en la vida de Vicente puede considerarse como la comunicación de la bondad de Dios que irrumpe en su vida, transformándole completamente: sus ideas, pensamientos, misión, nueva forma de entender el Evangelio, la Iglesia, el mundo. Surge en él un nuevo proyecto vital que produce una auténtica refundación de su persona. Es una experiencia salvífica y liberadora; junto a un cambio moral, descubre una nueva forma de «lograr» su vida, de cumplir la voluntad de Dios: la entrega a los pobres.
Él vive la gratuidad de esta experiencia, comprende que es un don de Dios, incomprensible sólo con su esfuerzo. Dios es el que ha actuado en su persona. Ha experimentado claramente en su vida la gracia de Dios.
Otra experiencia clave en su vida es la fundación de sus comunidades. Si es Dios quien le ha transformado y regalado su misión, también en el nacimiento de sus comunidades experimenta la acción bondadosa de Dios que actúa a través suyo y que es el verdadero autor de estas obras. Partiendo del convencimiento de que «las obras cuyo autor no se puede encontrar provienen indudablemente de Dios», no puede sino destacar con gran insistencia a los suyos que «Dios es el que comenzó esta obra», «que es Dios el que ha fundado esta pequeña compañía y el que la dirige» (IV, 247;IX, 120, 232-233, 415, 543).
Estas experiencias fundantes de esa actuación de Dios en su persona son testimonio de su convencimiento de la continua presencia de la bondad de Dios en la vida del cristiano. La experiencia le confirma la necesidad del creyente de ser acompañado por la gracia de Dios; por eso exhorta a las Hijas de la Caridad: «Recordad y confesad que sin esa gracia no podéis dar un solo paso en el camino de la virtud. Nos engañamos a nosotros mismos cuando creemos que hacemos algo con nuestras propias fuerzas. La experiencia nos lo demuestra» (IX, 475).
Así pues, tanto a nivel personal como comunitario, Vicente ha experimentado la presencia de Dios en el mundo y en el hombre, la bondad de Dios que sale al encuentro del hombre y la posibilidad de apertura del hombre a Dios y a su amor. Esta experiencia está en el origen de su obra y de su carisma. La bondad de Dios que se comunica a los hombres en Jesús y que se manifiesta especialmente como salvación para los pobres es el impulso y la llamada a ser testigos de la gracia de Dios, luchando contra las desgracias que sufre el hombre.
II. Postura de san Vicente en la controversia jansenista sobre la gracia
Vicente vive en una época de disputas y controversias en torno al tema de la gracia. Aunque habían quedado atrás las ideas de los reformadores, contestadas por el Concilio de Trento, vuelven las discusiones con la controversia «de auxibis» entre la escuela de los Dominicos (Tomismo) y la de los Jesuitas (Molinismo), en torno a la acción de la gracia y la libertad en las obras meritorias. En estas disputas, que concluyen en 1607, por intervención de la autoridad eclesiástica, no interviene Vicente, todavía un joven y desconocido sacerdote.
Pero en 1640, con la publicación de «Augustinus», obra póstuma de Jansenio, estalla de nuevo la polémica entre los que le acusan de tendencias bayanistas y calvinistas y los que defienden su ortodoxia. Vicente no interviene directamente en esta primera polémica jansenista, hasta que en 1643 aparece el libro de Arnauld «De la frequente communion», escrito con ayuda de Saint-Cyran. Si en otro tiempo había sido amigo de algunos de los defensores de las «nuevas opiniones» jansenistas, ante el peligro que suponen algunas de sus ideas -que Vicente considera «heréticas»- para la Iglesia, se va a destacar, desde su puesto en el Consejo de Conciencia y como personaje influyente en la Iglesia de Francia, como una pieza clave en la oposición al jansenismo, defendiendo lo que considera la doctrina católica sobre la gracia.
No es Vicente un teólogo sistemático, amigo de discusiones doctrinales. Por eso su interven-clon en la lucha antijansenista va a ser más como organizador que como teólogo. Esto no excluye que tenga que realizar un trabajo profundo de reflexión, estudio y oración sobre los temas discutidos en relación con la gracia. De hecho va a ser éste el tema de uno de los pocos estudios sistemáticos que conservamos y que hay que situar en este ambiente de controversia (X, 189-197). Unas cartas a un compañero de Congregación que parece adherirse a las nuevas doctrinas, son indicativas de su preocupación por este tema y su dedicación, mediante el estudio y la oración, a clarificar las doctrinas discutidas sobre la gracia (cf. Ill, 295-305; 332-342).
Estos documentos son el reflejo de la doctrina de Vicente sobre el tema de la gracia y los principios básicos en que se fundamenta su reflexión. En ellos se observa un tono polémico y apologético, pues son respuesta a algunas afirmaciones atribuidas al jansenismo, y que Vicente nos resume así: «No hay gracias suficientes que se den a todos los hombres». «No hay más que gracias eficaces, que se dan a pocas personas, y que aquéllas a las que se dan no pueden resistir a ellas» (X, 189).
Debajo de estas afirmaciones se trasluce una determinada antropología, una visión muy pesimista de la naturaleza humana, y frente a ello una exaltación exagerada del poder de la gracia, infravalorando la cooperación de la criatura a su propia santificación. Y lo que más duele a Vicente es que desde estas «nuevas opiniones» se niegue la voluntad salvífica universal de Dios y, por tanto, que Jesucristo murió por todos los hombres. Así pues, estas doctrinas atentaban contra artículos de fe del cristianismo y dejaba sin fundamento la obra y espiritualidad vicenciana.
No es de extrañar que ante la insinuación de su compañero, el P. Dehorgny, sobre la legitimidad de las «nuevas opiniones», pues se trata de «cuestiones de escuela», su Superior le responda con claridad y firmeza: «La doctrina que él (Jansenio) combate, que Jesucristo murió por todo el mundo, ¿es acaso nueva? ¿Es nueva la doctrina de S. Pablo y de S. Juan?… ¿Llamaremos también nueva a la que él combate, contra la posibilidad de observar los mandatos de Dios?… ¿Y es nueva esa que usted dice, que nos importa poco saber si hay gracias suficientes o si son todas eficaces?… Me parece que es de gran importancia que todos los cristianos sepan y crean que Dios es tan bueno que todos los cristianos pueden, con la gracia de Jesucristo, realizar su salvación, que él les da los medios para ello por Jesucristo y que esto manifiesta y ensalza mucho la infinita bondad de Dios» (III, 302).
Tanta importancia tiene este tema para Vicente que, aunque en la lucha antijansenista no juegue un papel intelectual-teológico importante, redactará un estudio profundo y documentado sobre estas cuestiones discutidas sobre el tema de la gracia. Aunque no nos indica si lo compone para uso personal, o para ofrecérselo a los polemistas, por su estilo y metodologia (se inspira en el «pequeño método» vicenciano), este estudio parece original y útil para la discusión con los defensores de las «nuevas opiniones».
Este «Estudio sobre la gracia» está estructurado en cinco apartados:
- La primera parte es una introducción que resalta los motivos para estar bien instruidos sobre este tema: no dejarse engañar por las nuevas opiniones, necesidad de instrucción sobre la fe de la Iglesia, para la propia salvación, necesidad de tener las ideas claras en religión.
- El segundo apartado estudia las diferencias entre la doctrina común de la Iglesia y la que sostienen las «nuevas opiniones» sobre la gracia. Para explicar mejor esta cuestión hace un recorrido histórico, repasando las disputas sobre la gracia desde la pelagiana y semipelagiana hasta llegar a las doctrinas de Bayo, concluyendo con las opiniones de Jansenio y Saint-Cyran.
- El tercer apartado estudia las razones de la doctrina tradicional de la Iglesia, argumentando desde la Sagrada Escritura, la Liturgia, los Concilios, los Santos Padres, la razón y una comparación tomada de S. Francisco de Sales.
- En el cuarto apartado va desmontando las objecciones que hacen los jansenistas a esta doctrina eclesial, objecciones que suelen basar en textos de S. Agustín y a las que Vicente responde desde la Sagrada Escritura, desde S. Agustín o desde una razonada explicación de estas afirmaciones, mal interpretadas por las «opiniones modernas».
- El quinto apartado (perdido en el autógrafo original) trataba de indicar los medios para confirmarse y perseverar en la doctrina eclesial sobre la gracia (Cf. X, 189-197).
III. Convicciones de san Vicente sobre la gracia
Dado el carácter asistemático del pensamiento vicenciano sobre este tema, es difícil estructurar ordenadamente su doctrina sobre la gracia. Desde la lectura de sus textos, tanto los de carácter apologético-teológico como aquéllos en que predomina la exhortación pastoral o espiritual, se desprenden unas convicciones sobre este tema que reflejan su comprensión sobre la gracia dentro de la vida cristiana.
1. Dios es gracia
Aunque la «cosificación» de la gracia ha sido una tentación constante de la reflexión teológica, si se parte del concepto bíblico de gracia se descubre tras él la imagen o forma de ser del Dios cristiano. La gracia designa ante todo una actitud o comportamiento de Dios que incluye la fidelidad, magnanimidad, benevolencia,… La gracia es una realidad personal, el amor de Dios que busca la comunicación con el hombre. Dios mismo puede definirse como gracia, en cuanto que es amor, bondad, comunicación.
En el pensamiento vicenciano, tras el concepto de gracia hay una determinada comprensión de Dios como «el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo». Un Dios con rostro humano y misericordioso, el «protector de los pobres», está en la base de su obra y espiritualidad, así como en su visión de la gracia, ya que la misericordia es el «espíritu propio de Dios» (XI, 233-234). En Jesucristo, especialmente en su relación con los pobres, ve Vicente la benevolencia de Dios personificada.
Esta forma de ser de Dios explica sus relaciones providentes con los hombres y será un argumento para defender ese amor universal de Dios que a nadie niega sus gracias: «No puedoexplicarme cómo Dios, que es una bondad infinita, que tiene siempre los brazos abiertos para abrazar a los pecadores…, sería capaz de negar sus gracias a todos los que se las piden» (X, 193).
El cristiano está llamado a ser espejo de la gracia de Dios, apóstol de esa «bondad de Dios» y «vehículo de su consuelo y misericordia», pues -como recuerda a las Hijas de la Caridad- «estáis llamadas a representar la bondad de Dios delante de los pobres enfermos» (IX, 915; cf. IX, 1057; X, 952).
2. El cristiano está llamado a vivir en «estado de gracia»
Cuando Dios-Amor comunica su bondad produce algún bien en la criatura, le sitúa en un estado de vida nueva, en amistad con Él, haciéndole participar de su propia vida. La persona que vive esa comunicacion de la bondad de Dios, hace una opción de vida orientada y centrada en Dios, vive «en estado de gracia». Vicente comenta en varias ocasiones, en un contexto parenético y de forma sencilla, la importancia para el creyente de vivir «en estado de gracia», y lo que ello significa de oposición al pecado: «Esto es lo que significa mantenerse en estado de gracia; sentir un gran odio contra el pecado mortal y huir de él como del demonio, y también del venial; y cuando se haya cometido alguno, confesarse lo antes posible, sobre todo si es mortal» (IX, 745; cf. X, 702).
Con frecuencia en sus exhortaciones a los miembros de sus comunidades les invita a vivir en estado de gracia santificante o habitual y les explica lo que ello significa: «Mis queridas hermanas, todo lo que hagáis, si va acompañado de estas tres hermosas virtudes (sencillez, humildad, caridad), todo se cambiaba en oro; y así todas nuestras obras serán agradables a Dios. Esto se llama gracia santificante. Es una hermosura que hace al alma agradable a Dios, que logra que Nuestro Señor se complazca en ella y en todo lo que hace… ¡Qué hermosas son las almas que están adornadas de esta gracia santificantel» (IX, 755; IX, 1129).
3. La gracia es necesaria para la vida cristiana
Dios como gracia acompaña al hombre en todas las situaciones de su vida. Aunque la gracia de Dios es una, se va concretando de diversas maneras y en los diferentes momentos de la vida. Por eso la teología hace distintas clasificaciones de esa comunicación de la bondad de Dios al hombre: gracia preveniente, concomitante, consecuente, excitante, auxiliante, sanante, elevan-te, suficiente, eficaz, . .
Vicente está convencido de esta continua comunicación de gracia por parte de Dios en la vida de los hombres y por ello insistirá a los suyos en que «sin la gracia no podéis dar un paso en el camino de la virtud», por lo que «nos engañamos a nosotros mismos cuando creemos que hacemos algo con nuestras propias fuerzas» (IX, 474-475). A pesar de su relativo optimismo antropológico (sobre todo si lo comparamos con la visión jansenista del hombre), conoce la fragilidad humana, lo que le lleva a desconfiar de la obra humana si no va acompañada de la gracia de Dios. La naturaleza humana inclinada al pecado, esto es, a la «aversión a Dios» y «conversión a las creaturas» (cf. IX, 62. 693), necesita la gracia para agradar a Dios:
«Hemos de proponernos obrar bien, pero no seremos capaces de hacerlo si Dios no nos concede esta gracia… Tenemos mucha necesidad de poner en práctica nuestras resoluciones, pero no podemos hacerlo sin la gracia de Dios, ya que sin él no podemos tener ni un solo buen pensamiento, ni pronunciar una sola palabra sin que el Padre eterno nos conceda esa gracia por los méritos de su Hijo» (IX, 1107; cf. IX, 1051).
Consciente de la necesidad de la ayuda de Dios al creyente para que pueda mantenerse y progresar en el seguimiento de Jesucristo, insistirá en las conferencias a sus comunidades en que recurran a la gracia de Dios. Muchas de sus exhortaciones concluyen con expresiones que resaltan esta idea:
«Ayúdame con tu gracia, . .»; «Ruego a Nuestro Señor que nos conceda la gracia…»; «Tenéis que pedirle a Dios que os conceda la gracia…» (cf. IX, 229. 828. 560. 1063. 1045,…).
4. Dios concede su gracia a todos los hombres
La universalidad de la concesión de la gracia es uno de los aspectos discutidos en la controversia jansenista. «Los que tienen nuevas opiniones -afirma Vicente, recogiendo las ideas jansenistas- sostienen que no hay gracias suficientes que se dan a todos los hombres; que no hay más que gracias eficaces, que se dan a pocas personas y que aquéllos a los que se dan no pueden resistir a ellas» (X, 189).
Frente a esta postura, Vicente defiende que «Dios les da a todos los hombres, tanto fieles como infieles las gracias suficientes para salvarse, y que se puedan aceptar o rechazar esas gracias» (X, 189).
Está en juego la comprensión del cristianismo. Para Vicente es evidente, desde su experiencia de Dios, que «la bondad de Dios es tan grande que les da medios a todos los hombres para salvarse». Por eso, a un misionero que cuestiona que haya «gracias suficientes» le responde que «me parece que es de gran importancia que todos los cristianos sepan y crean que Dios es tan bueno que todos los cristianos pueden, con la gracia de Jesucristo, realizar su salvación» (III, 301-302).
Dios ofrece su gracia a todos según la situación y necesidades de cada uno. Vicente lo explica con la imagen de una fuente: «Dios nos concede sus gracias según las necesidades que de ellas tenemos. Dios es una fuente de la que cada uno saca el agua según sus necesidades. Como una persona que necesita seis cubos de agua, saca seis, si necesita tres, tres…» (XI, 37).
En este sentido afirma que hay unas «gracias de estado», es decir, una asistencia especial que Dios ofrece a los hombres para cumplir bien su deber en una situación concreta. Cuando Dios llama a una misión concede las gracias suficientes para llevarla a cabo. Si alguien ha recibido un ministerio para el bien de la comunidad, recibirá también la ayuda de Dios para realizarlo. Así lo aplica al ministerio de la «Hermana sirviente»: «Dios da las gracias suficientes a las que llama a este cargo. No creáis que se dan siempre los cargos a las más capaces o a las más virtuosas» (IX, 599).
5. Gracia de Dios y libertad del hombre
El problema de la relación entre gracia y libertad ha sido muy discutido en la historia de la teología cristiana. La cuestión surge al tener que salvar dos afirmaciones fundamentales:
- para realizar un acto salvífico el hombre necesita la gracia divina;
- el hombre es libre y puede, por tanto, rechazar la gracia ofrecida por Dios.
Ambos datos están atestiguados por la Sagrada Escritura, ¿cómo conjugar el poder soberano de Dios y su gracia con el acto libre del hombre?
Esta controversia renace una vez más en tiempos de Vicente de Paul con la doctrina jansenista, que no salva el dato de la libertad humana. Los jansenistas ven al hombre como un juguete de las fuerzas exteriores y pasiones interiores, contra las que nada puede. Es por tanto Dios el que por su gracia, que concede sólo a algunos, hace que el hombre pueda observar los mandamientos de Dios. El hombre no es libre, sino esclavo de Dios. No hay más que gracias «eficaces», A LAS QUE NO SE PUEDE RESISTIR.
Frente a esta postura Vicente defiende que «Dios da gracias suficientes a todos los hombres y que Nuestro Señor, al darnos estas gracias, no coacciona nuestro libre albedrío, sino que lo deja en libertad de emplear bien esas gracias o de abusar de ellas» (X, 192).
Él es consciente de que la salvación se realiza en el horizonte de la libertad humana, pues el amor de Dios no fuerza, sino que solicita una respuesta de amor. Por ello hay que afirmar que el hombre es capaz de rechazar la gracia de Dios y que no toda gracia es «eficaz». Muchos argumentos pone Vicente para justificar estas afirmaciones (cf. X, 192-197), pero es en la experiencia donde él ve más claramente demostradas estas verdades. «La experiencia lo demuestra continuamente», afirma al contemplar las infidelidades de los hombres a la gracia de Dios (cf. VI, 164). Uno de sus argumentos sobre la libertad de rechazar la gracia parte dei concepto del «mérito»: «Si así no fuera, el hombre lo haría todo por necesidad y por consiguiente no podría tener mérito alguno. ¿Qué mérito tiene un forzado en saludar al general de las galeras?…Según esto se seguiría que el hombre no tendría ningún mérito en el bien que hace, ni en el mal que evita, y por consiguiente que no habría recompensa…» (X, 195).
La certeza de la posibilidad de rechazar la gracia de Dios le lleva a insistir a los miembros de sus comunidades sobre el cuidado que hay que tener para no perder las gracias que Dios ofrece, pues «cuando uno no usa sus gracias debidamente, él se las pasa a otros» (cf. XI, 803).
6. Gracia de Dios y colaboración humana
Partiendo de un espíritu humanista y de la afirmación de la libertad del hombre, Vicente destaca que éste ha de cooperar con la gracia de Dios en su propia justificación. La gracia de Dios, ofrecida a todos los hombres, se hace eficaz a través de la colaboración humana.
En este sentido, Vicente hace suya la máxima ignaciana de «confiar como si Dios lo hiciera todo y nosotros nada y trabajar como si Dios no hiciera nada y nosotros todo», cuando afirma: «Encuentro buena la máxima de servirse de todos los medios lícitos y posibles para la gloria de Dios, como si Dios no nos ayudara, con tal que se espere todo de su divina Providencia, como si no tuviéramos medios humanos» (cf. IV, 346).
Para él hay una relación muy estrecha entre gracia de Dios y la fidelidad humana, de modo que «la fidelidad que cada uno ponga en las gracias recibidas atrae cada vez más otras nuevas». Así se lo explica a las Hijas de la Caridad: «Dios le dará más al que utiliza bien lo que se le ha dado. Mis queridas hermanas, no hay nada que atraiga tanto las gracias de Dios para hacer el bien como el ser fieles a ellas y poner en práctica lo que se conoce; por el contrario, no hay nada que perjudique tanto al alma como la infidelidad. ¿Sabéis cómo actúa Dios con un alma que desprecia sus gracias? Se las retira, y entonces cae en el endurecimiento, luego en el hastío y finalmente en la imposibilidad para hacer nada; de forma que no sólo pierde la gracia que se le ofreció, sino también las virtudes que tenía» (IX, 372; cf. VI, 164; X1, 803).
La gracia de Dios es un carisma que se recibe para el servicio de los demás. Es el aspecto solidario de la gracia, que hace que, en cierta manera cada uno sea responsable de la gracia del otro y cada uno debe ser sacramento de gracia y salvación para el otro. Vicente es consciente de que las gracias recibidas de Dios tienen que ponerse al servicio de los demás, pues Dios se comunica no sólo para aumento de la propia virtud, sino para «trabajar incesantemente en provecho del prójimo» (cf. IX, 373). Por otra parte el mismo servicio a los hermanos se convierte en testimonio y expresión de la gracia de Dios: «Me he enterado que esa pobre gente está muy agradecida a la gracia que Dios les ha hecho y, al ver que van a asistirles y que esas hermanas no tienen más interés en ello que el amor de Dios, dicen que se dan cuenta entonces de que Dios es el protector de los pobres.
Ved qué hermoso es ayudar a esas pobres gentes a reconocer la bondad de Dios» (IX, 1057).
Bibliografía elemental
Algunas obras generales asequibles son:
L. BOFF, Gracia y liberación del hombre, Cristiandad, Madrid 1978.- AA. W., Mysterium Salutis, IV/2, Cristiandad, Madrid 1975, 575-938.- K. RAHNER, La gracia como libertad, Barcelona 1972.- J. A. SAYES, La gracia de Cristo, BAC, Madrid 1993.