161. Ama a sus enemigos.
El Señor Vicente, al responderle un día a una persona de la Compañía sobre ciertas dificultades, que afectaban a toda la Compañía, le escribió esto: «Por lo que voy viendo, las dificultades persisten; ahora bien, eso no puede suceder de otro modo, porque usted tiene en su mente a tal cardenal y a tal gran corporación. Eso no impedirá, aunque me arranquen los ojos, que los estime y los quiera con tanta ternura, como un niño debe amar a su padre «putant enim obsequium praestare Christo». Deseo y pido a Nuestro Señor que todos los de la Compañía hagan otro tanto».1
162. San Lázaro le parece demasiado imponente.
Algunas personas de la Compañía, que pertenecían a ella, cuando se instaló en San Lázaro han relatado en las conferencias tenidas sobre la humildad del Señor Vicente que tuvo mucha dificultad para aceptar la Casa de San Lázaro, porque la consideraba demasiado grande para unos pobres sacerdotes, como eran los misioneros.2
163. Indiferencia cuando los pleitos de la casa de Toul.
Pero he aquí otro acto de no menos mérito y del cual poseo un conocimiento particular, y que hace ver perfectamente, que no sentía ningún apego a los bienes del mundo: me refiero al asunto de las casas de Toul y de Lorena. El hecho es que dicha casa había sido destinada para la Compañía por el señor Obispo de Escitia, por entonces administrador del obispado de Toul, es decir, estaba allí desempeñando las funciones de obispo. Hizo falta que la Compañía, para que pudiera mantenerse en aquella casa, tuviera que sufrir varios procesos que, de vez en cuando, nos cursaron tanto en el Parlamento de Metz, en el Gran Consejo, como en el Consejo privado del Rey, esto es, hasta cinco o seis procesos. Con esa ocasión vi al Señor Vicente, particularmente una vez, a punto de abandonarlo todo, y de llamar a los misioneros, que allí residían. Hasta me hizo (el Señor Vicente) el honor de comunicarme su pensamiento acerca de aquel asunto, y me dijo que nos las teníamos que ver con un Presidente, que la (a la casa) había puesto a disposición de su hijo, y que se esforzaba todo lo posible, para que se quedara con ella; y nos ponía trabas en el proceso, y que también éramos acosados por algunos otros. Y que por eso (el Señor Vicente) estaba poco menos que resuelto a llamar a los Señores (Misioneros), y a abandonar aquella casa a los pretendientes, que litigaban contra nosotros de aquel modo. Yo le respondí lo que Dios me inspiró en aquel momento, e inmediatamente me mandó ir donde un abogado del Parlamento, uno de sus amigos, y que siempre ha manifestado mucho afecto a la Compañía y deseo de servirla, para conocer su parecer sobre aquella cuestión, es decir, si el Señor Vicente debía abandonar la casa del Espíritu Santo de Toul o no. Así lo hice, y el abogado opinó que no, que no había por qué abandonar la casa, y que dijera al Señor Vicente que no era de ese parecer; más aún, que en ello estaba implicado un gran bien para la Iglesia y para la gente.
Comuniqué dicha opinión al Señor Vicente, y él (se decidió) a facilitar las cosas y consintió en defenderse ante el Consejo privado del Rey, cuyo Presidente (hemos hablado de él antes) nos persigue con saña; y allí nos defendimos de igual modo. Y ¿qué pasó? Que dicho Señor Presidente, por su culpa y eso, en cierto modo estando él presente, pues estaba a la entrada de la sala del Consejo en el momento del juicio, (perdió el pleito). Me lo ha dicho el Señor Despoily, nuestro abogado, porque yo no lo habría sabido de otra forma, pues no estaba allí, ni tampoco el Señor Vicente en aquel momento, pues lo ponía todo en manos de Dios.
Pues bien, como la pérdida de este pleito fuera tanto más de sentir al buen Señor, que se había esforzado tanto en ganarlo, le causó, según se pensó inmediatamente, la enfermedad de la que murió ocho o diez días más tarde. Después de aquella sentencia la Compañía quedó en paz por ese lado.
Ahora bien, ¿qué se debe o se puede deducir de todo esto, sino que Nuestro Señor dió a entender visiblemente que Él era el Fundador de aquella casa y que Él la hacía suya, ya que por amor a Él el Señor Vicente estaba dispuesto a abandonarla en sus manos, dando a conocer que aquello era de su agrado, que es todo lo que buscaba.
Al margen: Véase el cuaderno de la conformidad del Señor Vicente, j 1. Lo que se dice de Crécy está relacionado con esto. Para eso hay que ver el cuaderno de los actos de conformidad, f.3
164. Mortificación cuando se perdió Orsigny.
Su mortificación me ha parecido tan maravillosa como admirable con ocasión de lo que voy a decir. En cuanto el proceso de las dos haciendas situadas en Orsigny quedó sentenciado, y que el tribunal de justicia con sus fallos nos había hecho perder la mejor de las dos, fui donde él a informarle de la noticia. Cuando la oyó, empezó inmediatamente a bendecir a Dios, diciendo: «Bendito sea Dios», y repitió esas palabras cinco o seis veces según se dirigía a la iglesia, y allí estuvo largo rato ante Nuestro Señor, donde Dios sabe cuáles y cuántos actos de resignación y conformidad practicó, que ahora están ocultos y que no los sabremos más que en el cielo.
Al margen: Téngase en cuenta que él entonces salía de comer y que se dirigió a la iglesia, cuando le dije la noticia, que fue el 3 de septiembre de 1658, aunque la sentencia esté fechada cuatro días más tarde.
Se atribuía la pérdida a sí mismo, diciendo que se debía a sus pecados, que eran la causa de ella.
Esto es de tanta importancia, cuanto que nuestros derechos eran considerados y juzgados como buenos por más de diez o doce personas capacitadas para juzgar; entre ellas ocho eran abogados de los mejor dotados del Parlamento, a saber, los Sres. Ozannet Delfita, Lhoste el mayor, Degomont, Martinet, Pucelle, Billain y Mussot. Y, después de acabado el proceso, el Sr. Couturier, el mayor, como ya lo hemos explicado detalladamente en el resumen de la conferencia, que sostuvo con el Señor Vicente. Sobre esa misma materia, cinco de los cuales eran abogados, entregaron su respuesta por escrito, firmada por ellos y que nosotros guardamos, a saber: los Sres. Ozannet, Degomon, Martinet, Pucelle y Billain.
Pues bien, habiendo sido todos ellos consultados sobre este asunto, tres de ellos, que también habían trabajado en el caso, opinaron que la donación de la que se trataba, era buena y válida y que debería subsistir; sólo dos dijeron que creían que la Corte (Judicial) podría adjudicar alguna cantidad de dinero a la parte adversaria en plan de regalo o de recompensa, pero todos convinieron que dicha donación era buena, y algunos de ellos añadieron que no había que temer, que la norma de los Señores de la Corte del Parlamento es la de dificultar todo lo que puedan que las comunidades crezcan en bienes temporales; más aún, siendo así, si ustedes quieren una de las razones por las que esos Señores han hecho perder el pleito a la Compañía, quizás no haya sido ésta la principal, pero sí muy probable: y es que el Señor Vicente se oponía a dicha corporación y también a las opiniones de los jansenistas, de cuyas ideas estaba infectada una parte de los Señores Jueces, que dieron su parecer; y, en efecto, uno de ellos, que no es de esas ideas, dijo al Señor Vicente, que todos los jansenistas estuvieron contra nosotros, como el Señor Vicente nos hizo el honor de comunicarnos en seguida. Y el Señor, que le informó, que era el Señor de Saveuses, me ha hecho más adelante varias veces el honor de decirme estas palabras: «Estoy muy disgustado, porque un negocio tan bueno se haya perdido en mis manos».
Otro juez, que también había asistido allí y opinado en favor nuestro (porque hay que señalar que la parte adversaria no llevó en el asunto más que tres o cuatro voces de veintiuno o veintidós jueces presentes) unos días más tarde vino a ver al Señor Vicente por alguna cuestión, y le dijo, hablando de eso, que aquella sentencia era una «sentencia a la pagana»; así es como la llamaba y como hablaba de ella al Señor Vicente. Sin embargo, el Señor Vicente, como ya lo hemos dicho en el cuaderno del respeto (fi 3, rg) honraba la justicia de Dios en los magistrados y, por eso, no quiso emprender un requerimiento civil contra dicho fallo referente a las fincas, honrando así lo que había salido de aquel grande y augusto Senado, honor y respeto, que es tanto más digno de admiración en la persona del Señor Vicente, pues que su crédito era grande, el de la parte adversaria, pequeño, y dicha sentencia desprovista de toda la equidad, que parecía que era de desear, un fallo que salía de un Senado tan augusto y trataba de una materia, como la que se trataba por lo que decían tanto de ella y tan grandes cabezas como las arriba nombradas.
Y aunque los jueces, que componen un Senado tan eximio, sean personas muy ilustres, a pesar de eso, es cierto que todos no son iguales, y que se pueden encontrar a veces a varios que pueden estar bajo algún eclipse, como sucede en los días más hermosos del año, en que el grande y luminoso astro que nos proporciona tan ventajosa y fructuosamente su luz y su calor; así ocurre, dicen los matemáticos, siempre que la luna se interpone directamente delante de su luz, oposición que inmediatamente hace sentir y manifestar sus efectos a todas las plantas de la tierra, y hasta a la naturaleza humana.4
165. Aguanta las invectivas de un abogado.
Sufrió con gran paciencia todas las invectivas y falsas acusaciones que una parte adversaria, su abogado, dijeron y alegaron (sic) contra su honor y el de su Compañía tanto de viva voz como por escrito y, muy lejos de replicar el Señor Vicente con invectivas e injurias, por el contrario, recomendó e hizo recomendar muy expresamente varias veces al abogado, que trabajaba en favor nuestro, lo que debía responder a los escritos de la parte adversaria aludida, y no quería tampoco oír que se tratara de informar contra dicha parte adversaria, y decía que había que sufrir lo que Nuestro Señor había sufrido de otros, y otras veces decía: «El Buen Dios nos quiere probar por ese medio».
Brevemente, la moderación con la que el Señor Vicente actuó en aquella circunstancia fue tal, que causó la admiración incluso de la parte adversaria y de su mismo abogado, como ya lo hemos indicado al hablar del tema de la caridad (V 10 y 11), donde hemos descrito detalladamente todo esto y adonde se puede acudir con el fin de evitar aquí repeticiones.5
- Amor a los enemigos. «Un cardenal y un cuerpo tan grande». Eso no me impedirá que yo los aprecie y los quiera tan tiernamente como un niño debe amar a su padre.
- Dificultades para aceptar el Priorato de San Lázaro por razón de su extensión.L. Abelly nos sugiere la importancia del «Priorato». «Es un Señorío eclesiástico, dotado de Justicia alta, media y baja; en él, además de la gran extensión de la parte habitable y de los enclaves, (los Sacerdotes de la Misión) podían hallar todos los recursos razonables para asentarse allí y multiplicarse (Abelly 1.94).
Nicolás Lestocq declara que reiteró más de de veinte veces en cuestión de seis meses el ruego al Sr. Vicente… Vicente de Paúl siguió el consejo del Sr. Andrés Duval; y el Contrato entre Vicente de Paúl y los Sacerdotes de la Misión, por un lado, y Adrián Le Bon y los Religiosos de San Víctor fue firmado el 7 de enero de 1632; y la entrada en el Priorato tuvo lugar el 8 de enero de 1532 (Abelly 1.97).
- Varios pleitos por la casa de Toul.
El abogado del Sr. Vicente muere ocho o diez días después del juicio fallado en favor de la Congregación de la Misión.Las impugnaciones duraron 4 o 5 años. Por fin, en diciembre de 1657 el Rey unió definitivamente la casa de Toul ala Congregación de la Misión. (Cf.Martin, Eugéne, Histoíre des diocéses de Toul, Nancy y de Saint-Dié, Nancy, 1900-1903, 3 vols. in-82.t.11,208).
- La pérdida de Orsigny.Vicente de Paúl aceptó la hacienda de Orsigny el 22 de diciembre de 1644 (Cf. A.,N.S.6687). Donación’impugnada por los herederos del Sr. y Sra. Norais, que ganan el pleito. La hacienda vuelve a la Congregación de la Misión hasta 1684 (II.486/414, nota 6).
- Aguanta invectivas, insultos y confusión.