El señor Vicente visto por su secretario, Luis Robineau. Artículos 076 al 080

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis RobineauLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Robineau, C.M. · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1995 · Fuente: Asociación Feyda.
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076. Respeto al Señor Prior Adrián Le Bon.

El respeto, que sentía por el difunto Señor Le Bon, último prior de San Lázaro, era tan grande que, por lo que parece, no se podía tener más. «¿Cuántas veces cree usted, Hermano, —me decía un día ha­blando del buen Señor Prior— que me he puesto de rodillas ante el Señor Prior de San Lázaro para suplicarle perdón por las faltas, que había cometido, por lo que tocaba a su persona, algunos de la Compa­ñía?»

Al margen: Esto está también en el Cuaderno de la Humil­dad, fi 4, v2.

Y si alguna vez, los domingos después de comer el Señor Vicente iba a la ciudad, se daba prisa en volver por no hacer esperar al Señor Prior, pues cenaba con él todos los domingos al anochecer, y algunas veces me decía a ese propósito: «Hermano, vámonos rápidamente; dígale al cochero, que se dé prisa, porque temo hacer esperar al Se­ñor Prior».1

077. Señales generales de respeto.

En fin, el Señor Vicente respetaba a todo el mundo, desde el más grande hasta el más pequeño. Con todo, observaba la prudencia y la discreción requerida, de modo que según las cualidades y las digni­dades de las personas la manifestación del respeto era más o menos grande. Pero donde el respeto llegaba al colmo, si hemos de usar esos términos, era con las personas muy virtuosas y que trabajaban mucho en la salvación de las almas y por el bien de la Iglesia.

078. Respeto a las personas que lo han ofendido.

Pero lo maravilloso es que, por muchas molestias que hubiera recibido de ellas, cómo las olvidaba todas. Y eso es lo que he admirado varias veces a propósito del Señor N… quien, aunque tuvo con él todas las faltas de atención, sugeridas por la pasión, tal como lo he­mos indicado a propósito de la caridad y de la mortificación del Señor Vicente, sin embargo, cuando esa persona acudió después a San Lázaro para verle y hablar con él, la recibió y la acogió y habló con ella, exactamente igual que si no hubiera pasado nada, y como si nunca hubiera dicho nada en contra suya; y estuvieron sentados char­lando largo rato en la salita de San José; en ella acostumbraba el Señor Vicente a recibir a todo el que venía a visitarle en San Lázaro.

079. Señales generales de respeto.

Le he oído corregir varias veces a personas de la Compañía por haber faltado al respeto o por haber dicho palabras irrespetuosas.

No quería pasar por delante de los sacerdotes, que venían a verlo y visitarlo, o que los encontraba por el sitio a donde iba, lo cual es una muestra de su respeto.

También a los seglares, principalmente a los de categoría, les hacía lo mismo.

Respetaba el poder de Dios en los prelados y en los Reyes, y la justicia en la persona de los jueces.

No hablaba nunca o muy rara vez a un Sacerdote de su Compañía sin quitarse previamente el bonete o el sombrero; y eso mismo hacía con los clérigos y los Hermanos coadjutores. Y en cuanto a los exter­nos, ese gesto los serenaba, exactamente igual que a los pobres.

080. Manera de mandar y de corregir.

Cuando decía a alguno que hiciera alguna cosa, se servía siempre, de ordinario, de la frase: «Le ruego», diciendo: «Señor o Hermano, vaya allá, o venga acá», o a veces añadía: «Le ruego, por el amor de Nuestro Señor Jesucristo», o bien: «Por las entrañas de Nuestro, vaya allá, o haga tal cosa». Así, con ese respeto hablaba. No le he oído usar nunca frases imperiosas, sino una vez, como ya lo hice notar en el cuaderno de la Humildad (r= 1, tu).

Cuando se veía obligado a dar algún aviso a algún miembro de la Compañía, de ordinario iba acompañado de una manifestación de compasión hacia la persona que corregía, principalmente cuando la falta era importante o de cierta consideración, y cuando además su­ponía otra.2

  1. Las seis observaciones (71-76) revelan la disposición y el compor­tamiento constantes de Vicente de Paúl. Definen la naturaleza de su realismo: es totalitario. Lo invisible es más real que lo visible. Es él quien debe dictar y dirigir ante las apariencias fugaces y engañosas.

    Por lo que toca a los sacramentos que «dan la gracia» que signifi­can, deberán manifestarse una doble atención, un respeto particular. Las «ceremonias, ciertamente, sólo son la sombra, pero es la sombra de las cosas más grandes» (Abelly,II.222; XI.312/207). Las personas son «presencia de Dios» y signos del Creador. Toda la Creación re­vela al Creador (Cf, Rm 1,19-20). Únicamente la percepción de esta presencia puede asegurar la autenticidad y la solidez serena de la reli­gión personal.

    L. Abelly describe el programa y la forma de actuar del Sr. Vicen­te: «Era muy inteligente en servirse de las cosas naturales y sensibles para elevarse a Dios y, a tal efecto, no se detenía en la corteza, ni en la figura externa, ni tampoco en las excelencias particulares de los efectos creados, sino que se servía de ellas sólo para pasar a la con­sideración de las perfecciones del Creador. Cuando veía los campos cubiertos de trigo, o los árboles cargados de frutos, eso le daba moti­vos para admirar la abundancia inagotable de los bienes que hay en Dios, o bien para alabar y bendecir el cuidado paternal de su Provi­dencia para proporcionar el alimento y atender a la conservación de sus criaturas».

    «Cuando veía unas flores o alguna otra cosa bella o agradable, se aprovechaba para pensar en la perfección y bondad infinita de Dios y para decir en su corazón estas palabras, que se han encontrado escri­tas de su mano: ¿Hay algo que se pueda comparar con la hermosura de Dios, que es el principio de toda la hermosura y perfección de las Criaturas? ¿No es acaso Él de dónde sacan todo su brillo y su belleza las flores y los pájaros, los astros, la luna y el sol?» (Abelly, III.51 y XIII.143/X.183).

    Su visión de Dios omnipresente se prolonga y me concreta en la visión del Cristo místico: «La segunda máxima de este fiel Siervo de Dios era ver siempre a Nuestro Señor Jesucristo en los demás para excitar su corazón a prestarles todos los deberes de la caridad. Veía al divino Salvador como Pontífice y Cabeza de la Iglesia en nuestro

    Santo Padre el Papa, como Obispo y Príncipe de los Pastores en los obispos, Doctor en los doctores, Sacerdote en los sacerdotes, Reli­gioso en los religiosos, Soberano y Poderoso en los Reyes, Noble en los gentileshombres, Juez y Sapientísimo Político en los magistrados, gobernadores y otros oficiales». (Abelly, I.83).

    Recordamos la actitud y las disposiciones que se proponía Blas Pascal: «Considero a Jesucristo en todas las personas y en nosotros mismos: Jesucristo como Padre en su Padre, Jesucristo como herma­no en sus hermanos, Jesucristo como pobre en los pobres, Jesucristo como rico en los ricos, Jesucristo como doctor y sacerdote en los sacerdotes, Jesucristo como soberano en los príncipes, etc. Porque El es por su gloria todo lo que hay de grande, al ser Dios, y es por su vida mortal todo lo que hay de insignificante y de abyecto. Para esto ha tomado esta desgraciada condición: para poder estar en todas las personas y ser modelo de toda condición». (Pensées, Edit. Brunschvicg d785; Lafuma, 945).

  2. L. Abelly no aduce todos los signos externos de respeto, signos muy usados por el Señor Vicente: los relacionados con las personas que lo habían ofendido, la costumbre de ceder el paso, de no inte­rrumpir a sus interlocutores, de no entrar en la habitación sin llamar antes, de venerar a Adrián Le Bon y de cenar todos los domingos en su compañía, de hablar de los ausentes con mucho respeto. Había apreciado esta manera de obrar en casa de la Señora de Gondi (XII.122/XI.25; E.60, 27 de junio de 1642; XI.34/XI.349; E.448, 5 de julio de 1658).

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