031. Hace la guardia en San Lázaro durante la Fronda.
Tampoco debo dejar pasar sin decir que durante las revueltas de París, velaba, cuando le tocaba, haciendo la ronda, como los demás, por las noches, para guardar la Casa.1
032. Atribuye las desgracias a sus pecados.
Atribuía las pequeñas desgracias, que ocurrían en Casa y en la Compañía, a sus pecados.2
033. Ante el Sr. Titreville. Procurador General, declara que fue porquero.
Un día habiendo ido a ver a un sustituto del Señor Procurador General del Parlamento, llamado Sr. Titreville, por razón de un asunto, y después de haber hablado con él durante un rato bastante considerable, creyó que debía bajar del despacho en el que nos hallábamos los tres. Y como el Señor Vicente vió que aquel buen Señor quería acompañarlo hasta abajo, hasta la puerta de la calle, le rogó que no se molestara; y estuvieron los dos, durante cierto tiempo, discutiendo sobre aquel punto: el Sr. Titreville queriéndole de todos modos acompañarle hasta la puerta, y, por otra parte, el Señor Vicente haciendo lo que podía para impedírselo. Como vió que no llegaban a ponerse de acuerdo, ni a disuadirle de su propósito, he aquí que su humildad le sugerió un medio, y de él se sirvió, aunque sin efecto, que fue que, volviéndose de repente hacia el Señorlitreville, le dijo estas palabras: «Señor, ¿sabe que no soy más que el hijo de un pobre labriego, y que he guardado ovejas y cerdos?». Entonces el Señor de Titreville le replicó: «Señor, uno de los grandes reyes que hemos tenido ha sido David, a quien Dios lo escogió siendo pastor». Entonces, el Señor Vicente al oír que aquellas palabras se dirigían a él, me pareció como un hombre confuso, y como si se le hubiera hecho algo humillante, e inmediatamente toleró que el buen Señor le condujera hasta la calle.
Dijo lo mismo a otro sustituto, que le fue a ver un día, pero a este señor no le habló de que había guardado ovejas y cerdos.3
034. Actitud humilde ante el Sr. Leliévre.
En otra ocasión, fue a ver a un Presidente del Gran Consejo, llamado Sr. Leliévre. Quiso también evitar que lo acompañara hasta la puerta; y como el Señor Vicente vió que dicho Señor estaba decididamente empeñado en hacerlo, le dijo que era hijo de un pobre labriego, añadiendo además que había guardado vacas. Y dicho Sr. Presidente le respondió: «Señor, como recompensa, usted tiene la virtud y la piedad que lo hacen recomendable. No pienso dejarle aquí, si le parece bien».
Al margen: Ver esto a lo largo del Cuaderno grande, fv 16,vv.4
035. El Señor Vicente se niega a hablar ante el Sr. Lectoral.
Sucedió una vez que el Señor Vicente había ido a una reunión de las Damas de la Caridad, como solía, y se encontró allí con el Sr. Lectoral de París. Aquello hizo que el Señor Vicente, aunque pensaba que era conveniente que hiciera una breve exhortación a las Damas de la Caridad para animarlas a la práctica de la caridad y de la misericordia con los pobres, sin embargo no la pronunció por estar presente el Sr. Lectoral de París, en cuya presencia estaba convencido de que no le correspondía hablar, aunque entonces estuviera en una reunión de Damas recién ingresadas en la cofradía, que tenían necesidad no solamente de ser animadas a emprender el servicio de los pobres, sino también de ser instruidas en la forma y en los motivos e intenciones, que las Damas de la Caridad deben de tener al ingresar en dicha cofradía, sirviendo en ella a Dios y a los pobres. Y, al terminar la reunión, la Señora Mussot, una de las Damas de la Caridad, apenada al ver que la reunión se había disuelto sin que el Señor Vicente les hubiera hablado, no pudo contenerse si decirle unas palabras, y a qué se debía que no hubiera exhortado a aquellas buenas señoras recién ingresadas sobre lo que debían hacer por el bien y el servicio de los pobres.
Entonces, el Señor Vicente le respondió: «Señora, ciertamente hubiera estado bien haberles dicho alguna cosa para alentarlas, pero, Señora, me he reservado en la presencia del Sr. Lectoral. Sépalo usted: esos señores son nuestros maestros».
Por ahí se puede deducir cuán grande era la humildad del Señor Vicente, ya que su caridad y compasión ceden en esa circunstancia. Digo que su caridad y compasión ceden ante su humildad incluso en lo que él mismo veía bien, como así lo confesó a aquella buena señora, de la que hemos hablado; que las buenas Damas de la reunión hubieran preferido que él hubiera dado una breve exhortación, y sentían cierta impaciencia por ello. Y sin embargo, no lo hizo, porque creía que no le estaba permitido ni que fuera conveniente hablar en presencia del Lectoral; y de hecho, la susodicha Dama, cuando me contó eso, me hizo el honor de decirme, que estaba en ascuas, cuando veía que el Señor Vicente se mantenía en silencio en una ocasión tan a propósito para que tomara la palabra, como ella me dijo.
Al margen: Deferencia.5