Mi celo pastoral aumentaba, yo me ocupaba entonces de los campesinos de los pueblos en las tierras de los Gondi. En efecto, los señores llevaban también la responsabilidad espiritual de sus súbditos. El señor de Gondi era consciente de ello. Después de su entrada solemne en Joigny, para encargarse del Condado, en 1616, si bien me acuerdo, me dio la orden de predicar sobre el catecismo, para «que la juventud esté tan bien formada en religión como en las letras y en las armas»1. Desde entonces, y por toda mi vida, siempre he insistido en la necesidad de catequizar a niños y a adultos, tanto a modo de encuentros amistosos como por la enseñanza. Adopté también la práctica de invitar a los parroquianos a hacer una confesión general de todos sus pecados pasados, ya acusados, o bien olvidados en las confesiones precedentes o que no se hubieran atrevido a decir… Esta práctica era aconsejada por Monseñor Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota2. Como muchos de estos pecados tenían su absolución reservada a los Obispos, tomé la costumbre, cuando íbamos aun dominio o a otro de los Gondi, de pedir poderes especiales al obispado del lugar. De esta forma tengo todavía mi petición del 20 de junio de 1616, al Vicario General de Sens, pues él había respondido sobre la carta misma3.
La Señora de Gondi, mientras sufría cuando yo no estaba allí para aliviar sus inquietudes de conciencia, me animaba también en este ministerio, ya que ella quería a su gentes. A primeros del mes de agosto de 1616 apareció el otro gran libro de Monseñor Francisco de Sales, el Tratado del Amor de Dios, que he leído y meditado durante estos años del 1616-16204. Igual que la otra obra de Monseñor de Ginebra, yo la he recomendado. Pero además yo estaba siempre ocupado en los procesos que seguían «contra diversos detentadores y usurpadores del dominio de mi abadía«5 de Saint-Léonard-de-Caumes, cuyos frutos y rentas apenas toqué… No había pues que escoger? El 20 de octubre de 1616, yo había encontrado a otro aficionado, quizás más poderoso que yo, y le entregué todos mis derechos sobre esta abadía: El Señor François de Lanson, sacerdote, consejero y capellán del rey6.
Para el invierno 1616-1617, andábamos por las tierras de la Señora Generala, en Picardía, en el castillo de Folleville7, al sudeste de Amiens, y como de costumbre, fuera del servicio de los niños y de mi vida de oración y de estudio, tenía la preocupación de los campesinos de los pueblos que dependían de ella. Hacia el 20 de enero de 1617, me vienen a pedir que vaya a Gannes, a un par de leguas de allí,
«para ir a confesar a un pobre hombre gravemente enfermo, que gozaba de la reputación de ser el más hombre de bien, o al menos uno de los más hombres de bien de su pueblo. Se vio no obstante que estaba cargado de pecados que nunca se había atrevido a declarar en confesión según confesó él mismo en voz alta después en presencia de la señora generala de las galeras , diciéndole: «Señora, yo estaba condenado si no hubiera hecho una confesión general por razón de los graves pecados que no me había atrevido a confesar». Este hombre se murió enseguida, y dicha señora, habiendo reconocido en esto la necesidad de las confesiones generales, deseó que yo hiciera al día siguiente una predicación sobre este asunto en la iglesia de Folleville. La hice, y Dios la bendijo de tal manera que todos los habitantes del lugar hicieron después confesión general»8.
«Pero el gentío fue tan numeroso que, no pudiendo ser suficientes, con otro sacerdote que me ayudaba, la Señora envió a pedir a los Reverendos Padres jesuitas de Amiens que vinieran a ayudarnos; escribió sobre ello al Reverendo Padre rector, quien vino en persona y, teniendo que dejarlo al poco rato, envió […] al Reverendo padre Fourché, […]el cual nos ayudó a confesar, predicar y catequizar»9.
«Fuimos a continuación a los otros pueblos que pertenecían a la Señora por aquellas partes, hicimos igual que en el primero. Hubo una gran asistencia y Dios concedió en todas partes su bendición […].
Era el día de la conversión de San Pablo, que es el 25 de enero. Y ya tenemos el primer sermón de la Misión, […]lo que Dios no hizo sin ningún designio en un día semejante».
Yo predicaba ya en los pueblos de esta familia y en ellos exhortaba a las confesiones generales, ya lo he dicho. Pero he subrayado varias veces la importancia del hecho que este campesino haya hablado a la Señora de Gondi y el papel capital de ésta en este asunto. Entiéndalo bien, yo había escuchado pecados graves que nunca se habían confesado por vergüenza, y los he oído también después, tanto que en el momento, y durante mucho tiempo, no he prestado especial atención a este suceso. Fue más bien más tarde, al releer mi vida, cuando he comprendido su significado. Yo no podía hablar de estos casos, porque estaba obligado por el secreto sacramental, el más grave de los secretos. Ahora que este campesino se había confiado a la Señora de Gondi y que ésta había hablado, yo me veía ya libre, podía gritar la gravedad de la situación espiritual de los campos y dar entonces este ejemplo, ya que no era conocido sólo por las confesiones! Hay que subrayar también que ella ha desempeñado bien su papel del señor del lugar, igual que el Señor en Joigny el año anterior, fue ella quien me dio misión de predicar la confesión general en sus tierras –lo que ella hacía ya, pero esta vez era más solemne, y ella misma se sintió estimulada al cuidado de la salvación de sus gentes y me animó a mí a ello, incluso si esto no disminuía sus propios escrúpulos10. Por otra parte, esto había provocado un movimiento tal de masas, que no pude continuar sólo. Ahí está la otra experiencia de la intervención de la Señora de Gondi: yo había comprendido que no se misione solo, sino en grupo, con otros sacerdotes. Y eso no lo he olvidado nunca, nunca más he ejercido mi ministerio solo, sino siempre en equipo, en comunidad. Por último, más tarde también, he hecho el <cercamiento con la fiesta de la Conversión de San Pablo, mucho después de que la Congregación de la misión se fundara: ahí he visto el principio de estas misiones. Así fue como a partir de febrero de 1617, mi tiempo va a transcurrir sobre todo evangelizando los pueblos de los dominios de la Señora Generala mientras vigilaba la educación de sus hijos como me lo imponía la responsabilidad de preceptor.
Los Oratorianos continuaban entregándose a tales «misiones por los burgos de la diócesis a donde el obispo los envía para permanecer allí quince días o tres semanas en cada uno de ellos», como lo escribía el Señor de Bérulle a Hugues Quarré, exactamente entre febrero y septiembre de 161711. Mi predecesor en Clichy, el oratoriano François Bourgoing, había acompañado a Mons. Marquemont a mediados de junio de 1614 en sus visitas pastorales de la diócesis de Lyon, en particular en Châtillon-les—Dombes, del 5 al 7 de mayo, la mejor parroquia de esta región, conquistada por Enrique IV a la Saboya en los años de 12595 e incorporada a Francia por el tratado de Lyon en 1600. Él acababa de misionar allí en 1616. Mons. De Marquemont, arzobispo de Lyon, que trabajaba en la reforma de la Iglesia, quería establecer el Oratorio en Lyon pero se encontraba con la oposición de los canónigos. El 18 de octubre de 1616, el prelado escribió al Padre de Bérulle para pedirle, mientras tanto, que fundara el Oratorio en Châtillon, para ilustrar los alrededores, con si posible el Padre Bourgoing como superior, «o alguno de sus alcances»12. Finalmente el 3 de diciembre, el Oratorio firmaba el contrato de su fundación en Lyon, siendo superior el Padre Bence. En enero de 1617, el P. Bourgoing estaba todavía en Lyon, pero Bérulle le enviaba a fundar en Rouen. Entonces, el 7 de enero, el arzobispo cedió a las instancias del sacerdote diocesano Lourdelot, quien reclamaba Châtillon y se lo habían atribuido en Roma incluso. Mons. de Marquemot, aferrándose de todas las maneras a su idea, obtenía una plaza de canónigo en Saint-Paul de Lyon para este párroco poco delicado del 30 de marzo que renunciaba al curato de Châtillon el 19 de abril. El arzobispo quería a alguien en Châtillon13 y Bérulle buscó pues a alguien para esta misión. Durante este tiempo, en París, las confusiones se intensificaban. La hostilidad del joven rey Luis XIII contra su madre María de Médicis exiliada en Blois y contra su favorito Concini acabó en la decisión de arrestar a éste. Como se defendió, fue abatido el 24 de abril de 1617. Por su parte, Richelieu lograba un sutil cambio de alianza. Después de ser despedido, recuperaba todas sus prerrogativas ante el joven Luis XIII.
- S. V. XIII, 25-30. La mención de la entrada del conde en su ciudad y el motivo que le ha llevado a reclamar este sermón está en el manuscrito, pero Vicente lo ha borrado. Pierre Coste no lo ha reproducido, ni siquiera en nota, pues bien claro está.
- San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Edición Príncipe, Cap. VI, Annecy.
- S. V. I, 20.
- Cf. Dodin, Francisco de Sales, Vicente de Paúl, los dos amigos, O. E. I. L. p. 28.
- S. V. XIII, 38.
- S. V. XIII, 37-39.
- Ab. I, 32.
- S. V. XII, 7-8; E. S. 420.
- S. V. XI, 4-5; E. S. 863.
- Cf. S. V. I, 22.
- Bérulle, Correspondencia, I, 235-236: El Sr. Vicente no tenía evidentemente conocimiento de las cartas del Sr. de Bérulle! Pero seguía tratándole y podía entonces conocer las actividades del Oratorio. A falta de otro documento, la correspondencia de Bérulle es para nosotros el medio de saberlo.
- Copia en los Archivos Departamentales del Ródano, Lyon, Sección Antigua, 19 H 1. El original parece haber desaparecido. Châtillon-les-Dombes se llamó en la Revolución Châtillon-sur-Chalaronne, Ain. En el siglo XVII, fue Buenens la parroquia, a escasa distancia al sudeste de Châtillon; quedan de ella unas casas, pero ningún vestigio de la iglesia, simplemente el emplazamiento, sin construir.
- Arch. Departamentales del Ródano, Lyon, Sección Antigua. Registros del Arzobispado, Provisiones, Registro 8, I G 87, Insinuaciones, Registro 81, 4 G. –que ignoraba los tratos de Mons. de Marquemont con Bérulle y sobre todo la relación de Charles Démia, escrito 45 después de los hechos, según los recuerdos de los supervivientes, S. V. XIII, 45-47, seguido de la edición de 1667 de Abelly, I, y de Coll. I, 52, dan una versión muy errónea de este nombramiento del Sr. Vicente en Châtillón y de sus motivos.