El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (17)

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Capítulo VI: La red católica: los franceses

Los de la enseñanza libre

No basta con evocar la actitud de Portal frente a las crisis modernista y política para situarle en la Iglesia de su tiempo. Es preciso que conozcamos también el ambiente que llevaba a este hombre de contactos y relaciones, y primeramente el medio católico francés. Portal hubiera preferido mantenerse al margen de los partidos; no lo logró. En París, en un puesto público, se vio rápidamente rodeado de rumores, fichado, encasillado, preso (y en primer lugar por el encargado de asuntos de la nunciatura apostólica, Mons Montagnini). Únicamente las amistades antiguas, las fidelidades indestructibles le permitieron contar con apoyos en aquellos que apelaban a la defensa religiosa y al catolicismo intransigente. Así sus relaciones fueron más numerosas que en 1985-1986, pero dentro de un círculo más estrecho.

La mayor parte de sus nuevos amigos fueron tenidos por sospechosos, por non gratos, escandalosos, abonados a la vigilancia, habituados del Índice, caza del Santo Oficio, de aquellos a quienes los vigilantes acusaron de todos los «-ismos» del tiempo, liberalismo, reformismo, loisismo, modernismo, etc. Manto verbal que recubre una diversidad real, evidentemente, pero que traduce al menos una realidad: aquella gente tenía enemigos comunes, aun sin existir relación entre la filosofía de uno, la enseñanza social del otro, las posiciones política o científicas de un tercero.

Otra similitud: superior de un seminario universitario en el que se formaban sacerdotes sabios, Portal frecuentaba a universitarios y a sabios; homogeneidad profesional que sobreentiende por lo menos centros de interés y prioridades comunes: las cuestiones sociales y políticas no ocultaban a las cuestiones científicas. Las relaciones de la cultura religiosa y de la cultura laica, las del magisterio y de la crítica preocupaban tanto, y a veces más, que el arresto del segundo consejo de guerra, las fichas del general André o la puesta en marcha de un sindicato de subsidios familiares.

Herencia de 1895, consecuencia sobre todo de las nuevas funciones de Portal: ea Instituto católico de París, que no consistía todo en las lecciones de los padres Bainvel y La Barre, constituyó una de las bases principales de la red. Pocos laicos (el geólogo Albert de Lapparent, el jurista y sociólogo Paul Bureau, quien llevó a la órbita portaliana a Brenier de Montmorand), pero toda un acompañamiento de clérigos que no tenía más que dar unos pasos, al salir de sus clases, para venir a almorzar al Cherche-Midi. A la cabeza de los comensales, Boudinhon, claro, el futuro abogado del abate Lemire; Félix Klein, que conocía a todo el mundo, no se cansaba de surcar Inglaterra, provocaba mil rumores por sus paseos con Loisy y llegaba sin reparos a desahogarse; dos filósofos, Émile Peillaube, fundador de la Revue de philosophie, y el abate Clodius Piat, «puntilloso y bueno, con frecuencia muy ortodoxo pero bajo sospecha por una ocurrencia en la que únicamente había buscado humor: «Yo pido que se supriman todas las congregaciones romanas y que se las sustituya por dos nuevas una de las cuales, De Fide, esté encargada de definir y guardar lo que hay que creer y la otra, De Libertate, se encargue de defendernos contra la primera»; dos orientalistas, los abates Graffin y François Martin; un filólogo especialista en los orígenes cristianos, Paul Lejay, «silencioso y pesado, mascullando entre el matorral de su barba la cuestión de saber si i es una forma de genitivo o una forma de locativo, presto a sacrificar la alianza rusa al nuevo manuscrito de Tácito»; Hippolyte Hemmer, sobre todo, encargado de las clases de historia de las religiones y cofundador con, Paul Lejay, de una colección de Textes et documents pour l’étude historique du christianisme; había entregado en 1898 una Vida del cardenal Manning y pedido a Portal, en 1901, que le presentara a Lord Halifax y a otras personalidades anglicanas; aparte de su común interés por Inglaterra, el lazarista y el párroco de París (en Saint-Pierre-du-Gros-Caillou, después en la Trinité) compartían el mismo gusto por la historia, la misma hostilidad por la «devociones que deshonran», la misma posición por último sobre la separación de las iglesia y del Estado. Si se añaden Émile Baudin y Émile Mangenot, profesores de exégesis, Gustave Morel, profesor de patrología, se logra un grupo pobre teólogos pero rico en especialistas en la crítica bíblica , en los orígenes cristianos y en la historia de la Iglesia.

La enseñanza católica nos da otros dos puntos de anclaje importantes: el colegio Stanislas y la universidad de Friburgo. En Stanislas, donde se encuentra Émile Baudin, Portal se relacionó con el abate Ernest Dimnet, especialista en el pensamiento religioso en la Inglaterra contemporánea, y con el abate Jérôme Labourt, que colaboraba en el Corpus scriptorum christianorum orientalium, de Jean-Baptiste Chabot, también él antiguo de la Revue anglo-romaine. La universidad católica e internacional de Friburgo, en Suiza, presenta un grupo de amigos, todos franceses, entre los que sólo figura esta vez un sacerdote (el abate Breuil, el prehistoriador) al lado de Jacques Zeiller y de su cuñado Pierre-Maurice Masson, de Jean Brunhes, de Victor Giraud y cómo no de Max Turmann. La muy anglófila escuela de las Roches dio a la Revue catholique des Églises a uno de sus colaboradores más constantes, Joseph Wilbois, mientras que Jean Baruzi, que venía al Cherche-Midi a hablar de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Ávila, enseñaba entonces en la escuela Gerson. Jean Calvet aseguraba la relación con el Instituto católico de Toulouse (Batiffol, Dufréchou, Hackspill), el vizconde de Adhémar con el de Lille y la vizcondesa de Adhémar con todo el mundo. Portal podía contar también con profesores de seminarios mayores, Giraud en Niza, Cristiani en Moulins, Amann en Nancy. Con ellos, llegamos al grupo de los antiguos alumnos que, una vez acabados los estudios, participaron en las gestas portalianas: Calvet por Cahors, Gratieux por Châlons, Giraud y Giaume por Niza, Amann, Louvière, Saulze, Rouchy, Beaupin, Otter, Villien, Vidal por el seminario San Vicente de Paúl: jóvenes sacerdotes destinados a la enseñanza secundaria y superior católica, colegios, seminarios mayores y menores, institutos. Al margen, Louis Venard, descentrado en su colegio vienés pero muy al corriente del movimiento de las ideas, y el abate Joseph Turmel, buscador bretón, solitario y casero, antiguo profesor de seminario mayor, destituido en 1892, y desde entonces desterrado en la capellanía de una casa de religiosas, pero considerado por varios directores de revista, que apreciaban su ciencia enciclopédica y su complacencia infatigable, por una de los mejores historiadores del dogma: no entregó menos de nueve artículos a Portal, lo que hace de él uno de los colaboradores mas fecundos de la Revue catholique des Églises.

Los de la enseñanza pública, los catedráticos, la prensa

La red cubría también la enseñanza pública, y de dos formas. Primero, Portal estaba relacionado con varios profesores de liceos y de facultades, de los que se tenían a la vez, según la fórmula de Fonsegrive, por leales servidores del Estado laico y testigos sin vergüenza de la verdad cristiana: un chartista, Paul Viollet; un historiador, Imbart de La Tour; tres filósofos, Georges Fonsegrive, Victor Delbos y sobre todo Édouard Le Roy. En el grupo de los universitarios de estricta observancia, convendría añadir al abate Duchesne, director de la Escuela francesa de Roma, y también –a pesar de todo el cuidado que la Escuela libre de ciencias políticas ponía en distinguirse de la Universidad- Anatole Leroy-Beaulieu, que tomó la dirección de la Escuela en 1906. En cuanto a Émile Sénart, del Colegio de Francia, especialista en lenguas y literaturas de la India, siguió siendo «uno de los amigo a los que el Señor Portal se confiaba con mayor espontaneidad. Le visitaba a menudo, y era un asiduo invitado a su mesa».

Los profesores católicos de la enseñanza laica no formaban el único lazo de unión entre Portal y la Universidad; el lazarista estaba rodeado de sacerdotes y de seglares que habían adquirido títulos y grados en la Sorbona. De los veintisiete miembros fundadores de la Sociedad de estudios religiosos, se cuentan nueve catedráticos, todos afectos a Portal: Jacques Chevalier, Jean Calvet, Ernest Dimnet, Georges Fonsegrive, Victor Giraud, Georges Goyau, Paul Hazard, Maurice Legendre, Édouard Le Roy. Aparte de la Sociedad, Portal frecuentaba a otros catedráticos, como René Pinon o los abates Piat y Lejay. Varios de ellos habían podido entrar en el sacerdocio, la enseñanza privada, la investigación, el periodismo; no dejaban de mostrar señales por los cinco o seis años de estudios que habían pasado en el ambiente laico. También es de notar, en este aspecto, los lazos creados por Portal con alumnos o antiguos alumnos de la Escuela normal superior de la calle de Ulm: Goyau (promoción de 1888), Édouard Le Roy (1892), Joseph Wilbois (1893), Jacques Chevalier (1900), Maurice Legendre (1900), Pierre-Maurice Masson (1900), Paul Hazard (1900) y el grupo de los sillonistas de la promoción de 1906: Lachièze-Rey, Anziani, Coutan, Collomp.

La red universitaria se prolongaba al mundo de la prensa y de las revistas. Portal tenía accesos a la Justice sociale con el abate Naudet, al Correspondant con Étienne Lamy y Paul Thureau-Dangin, a La Revue de deux mondes con Brunetière, Goyau, Pinon y Anatole Leroy-Beaulieu, a La Quinzaine con Fonsegrive, al Bulletin de la semaine con Imbart de La Tour, a la Revue d’histoire et de littérature religieuses con el abate Lejay, a los Annales de philosophie chrétienne con el abate Laberthonnière, a Ouest-Éclair con el abate Trochu. Pero fue con L’Univers en 1904-1905 y con la revista de Lyon Demain en 1905-1907 con los que se encontró más relacionado.

En 1904, el largo reinado de Eugène Veuillot se acercaba a su término. La situación financiera de L’Univers, temporalmente mejorada en los años 1890 por la absorción de La Défense y del Monde, iba degradándose. Era urgente dar con un nuevo soplo, y para ello definir netamente una línea política: apoyar a los abates democráticos o bien volver a la guerra contra la República, como antes de 1892. Eugène Veuillot escogió la primera solución, y el abate Trochu se hizo administrador del periódico.

Exiliado por su obispo de Rennes a Tinténiac por haber gritado «viva la República!», el abate Trochu había programado sus horas libres ayudando a sus parroquianos a crear organizaciones de ayuda mutua y de defensa. No siendo suficiente el sindicalismo campesino para absorber su vitalidad, había fundado varios periódicos, de los cuales el Ouest-Éclair en 1899, con el abogado Emmanuel Desgrées du Lou. Trochu no quería hacer un diario católico, sino un diario republicano, demócrata y liberal redactado por católicos. Lo consiguió e hizo del Ouest-Éclair una fuerza política y un éxito financiero, lo que le recomendaba para poner a flote al languideciente Univers. Amigo de Joseph Turmel, atento como Naudet, a las cuestiones científicas, se preocupó por elevar el nivel de las rúbricas culturales y pidió a Fernand Portal que reuniera enseguida a un equipo competente.

El 16 de noviembre, le confió el trabajo de realizar «la educación científica de los clientes de L’Univers». Portal organizó una serie de crónicas: teología, exégesis, derecho canónico, filosofía, literatura, historia, geografía, ciencias, y se las repartió a sus amigos, Hackspill, Baudin, Calvet, Legendre, Wilbois y otros. «Todas las crónicas deben llegar aquí a nombre del abate Morel y todo lo que enviemos al periódico debe aparecer sin ser retocado1». Pero se vio rápidamente que Pierre Veuillot, el hijo de Eugène y su delfín, no estaba preparado a dejarse portalizar. Entró en comunicación directa con los colaboradores elegidos por Portal y les fue dando las gracias uno tras otro. Trochu defendió al lazarista todo lo que pudo, pero él mismo se sentía amenazado. El acuerdo se rompió en julio de 1905, después de la muerte de Eugène y de una nueva reorganización del periódico. La sociedad en comandita Pierre Veuillot y Cía cambió de cabeza y cambió tanto que en enero de 1907 L’Univers pudo fusionarse con La Vérité después terminar su existencia como diario realista próximo a la Acción francesa.

Desde el mes de junio de 1905, cuando se desvanecía su sueño de modernizar L’Univers, Porta se enteró del nacimiento de un periódico que colmaba una de sus esperas, Demain. Semanario publicado en Lyon de octubre de 1905 a julio de 1907 por Pierre Jay y Auguste Cholat, concebido como una «reconstitución de L’Avenir», como «un órgano de liberación intelectual y moral», Demain adoptó el estilo de las revistas inglesas: pocos artículos de fondo, muchas informaciones y comentarios de actualidad sobre la vida política, científica, literaria, religiosa, con una amplia apertura a los asuntos internacionales. El programa que, desde Friburgo, le despachó Cholat a Portal, comenzaba por una declaración («La Francia católica se muere», pero por causas interiores más que bajo los golpes de los adversarios) y afirmaba la necesidad de una «íntima refundición de conciencia y de mentalidad» en tres direcciones: libertad política, democracia social, y, en ciencias, libertad de investigación. Portal Propuso a Cholat una coordinación de los esfuerzos: la dirección de Demain instalaría en París una antena, un secretariado. De hecho fue el Cherche-Midi el que sirvió de antena, y Maurice Legendre (el hombre factótum de la Revue catholique des Églises desde la muerte de Morel) quien sirvió de secretario parisiense. Colaboraron en Demain varios de Portal, estudiantes, seminaristas, normalistas, varios miembros también de la Sociedad de estudios religiosos que terminó de esta manera por encontrar, sin que texto alguno reglamentara la asociación, la medicina semanal que necesitaba. Muy pronto acusado por los vigilantes de liberalismo, de progresismo, de reformismo, de modernismo, etc., Demain fue condenado por la jerarquía católica a partir de 1906 y cesó de aparecer en julio de 1907, después de la publicación del decreto Lamentabili.

En la tensión de una doble pertenencia

Ahora es posible distinguir en la red de las amistades portalianas un grupo mayoritario, en el que periodistas como Trochu o Pierre Jay (que trabajaba en la Salud pública de Lyon) hacen portavoces y de auxiliares: el de los intelectuales católicos unidos a la Universidad del Estado por su profesión , sus actividades científicas, la formación que han recibido, los títulos y los grados que han adquirido, las relaciones que han entablado. Así el abate Piat, por ejemplo, profesor en el Instituto católico, sí, pero agregado y director, con Alcan, de una colección filosófica en la que colaboraban profesores de liceos y de facultades, católicos, protestantes, judíos, incrédulos. Intelectuales católicos relacionados con los ideales científicos de la Universidad cuyos métodos han adoptado, y primeramente a una crítica de los hechos y de los documentos, desprendida del control eclesiástico y de los presupuestos teológicos; relacionados también con la cultura que daba la Universidad, con la sociedad que ella reflejaba, con el régimen político que expresaba, esta Francia media que se reconocía bastante bien en la república parlamentaria y lo demostraba en cada elección. En este sentido, tal vez, es posible hablar de intelectuales liberales, pero liberales muy diferentes de los notables de la monarquía de Julio y del Segundo Imperio.

Su integración en un universo secularizado se realizó a pesar de la Iglesia con mayor frecuencia que con su bendición. Durante todo el siglo XIX, una gran parte de la jerarquía, del clero, de la prensa católica no cesó de acusar a la Universidad de corruptora de la fe y de las costumbres, la Universidad atea. El Asunto Dreyfus no disminuyó la desconfianza; los intransigentes que se quedaron fijos o se replegaron sobre la defensa religiosa y el rechazo del régimen fustigan a la Sorbona y a sus anejos con tanto vigor que llegan a denunciar al judío, al francmasón y al hugonote. El intelectual católico que participa en el mundo universitario es víctima de la execración, mientras que con los descreídos choca a veces con una incomprensión educada, una conmiseración pesada, cuando no se trata de hostilidad: Paul Hazard y Maurice Legendre experimentaron algo de eso y, verdaderamente, sufrieron bajo el libre pensamiento y los sindicatos de institutores como otros bajo el Santo Oficio y la Congregación del Índice.

Este es pues un grupo muy diverso que tienen en común vivir en la tensión de una doble pertenencia difícil y discutida. De la forma que lo ha hecho Portal por camino diferente, ellos han descubierto y han reconocido al otro; están en la Iglesia pero disponen de una perspectiva que favorece al espíritu crítico; mediadores entre dos culturas, como Portal quiso serlo entre dos Iglesias, adoptan con frecuencia una actitud a la vez protestataria y conciliadora en la que el superior del seminario San Vicente de Paúl se reconoció y reconoció sus inquietudes profesionales pero también unionistas. Contestatarias, por doble título. Hacia la Iglesia en primer lugar, a la que desearían liberada de los abusos, o de las prácticas que la perspectiva les descubre como abusivas, y de las que se nutre, dicen, la propaganda anticlerical: es poner el acento sobre la responsabilidad de la Iglesia en la hostilidad que ella despierta. Contestatarias también hacia las «doctrinas de odios» (la fórmula es de Leroy-Beaulieu), el anticlericalismo, también, pero asimismo aquellas con las que el catolicismo se compromete peligrosamente; frente a sus colegas descreídos, deben mantener sus distancias en relación con las manifestaciones más masivas del antisemitismo, por riesgo a perder su autoridad científica. Conciliadores en fin en su celo por acercar a las dos mitades de ellos mismos, la Iglesia y la sociedad secularizada.

Contestatarios

Cuando Portal llegó a París, en 1899, sacerdotes como Hemmer, Naudet, Lemire, laicos como Viollet y Bureau hacían campaña contra devociones que eran motivo de burla para los anticlericales, en especial para lo que Hemmer llamaba el «toma y daca», el culto oneroso de san Expedito o san Antonio de Padua donde Dios Padre es jefe de mostrador y sus santos corredores interesados y a menudo engañados. Portal se asoció con entusiasmo a la campaña y publicó en los Petites Annales notas contra «los abusos que deshonran al cristianismo2». Hemmer intentaba responder a los ataques de librepensadores de buena voluntad como Ferdinand Buisson; Portal se sentía muy feliz de echar la culpa (con citas de Bossuet como refuerzo) a prácticas que dejaban perplejos a los anglicanos mejor dispuestos.

La misma convergencia se observa en el tema del antisemitismo. Habría sido difícil a Portal afiliarse contra Dreyfus antes de la sentencia del segundo consejo de guerra; después, del todo imposible. La reina Victoria y el cardenal Vaughan se habían puesto de acuerdo para indignarse por el veredicto, «espantoso veredicto» según la reina, «infame veredicto» según el cardenal. La prensa británica – con el Times a la cabeza –había denunciado con una violencia inusitada el antidreifusismo de una parte del clero francés. Portal debía huir de los antisemitas, o resignarse a no volver a ver a Lord Halifax más que en secreto. Todo lo más que pudo fue verse con notables como Brunetière, que se había cuidado mucho en desmarcarse del antisemitismo pero se había pronunciado contra la revisión, por respeto a las instituciones y al orden establecido. E incluso: antes del escándalo Henry. Después de lo que La Revue des deux mondes llamó, el 15 de setiembre de 1898, el «crimen del coronel Henry», Brunetière se resignó a la revisión por el perdón de Dreyfus que apartaba el peligro de anarquía en el que un asunto prolongado habría sumido al país; Portal pudo invitarlo a comer en el Cherche-Midi con Lord Halifax.

Si dejamos la periferia de la red para llegar al centro, los próximos a Portal, los compañeros, nos encontramos a algunas de las figuras destacadas del dreifusismo católico, y en primer lugar a Anatole Leroy-Beaulieu y a Paul Viollet; Leroy-Beaulieu a quien Drumont arrastró por el lodo por sus conferencias y sus libros contra el antisemitismo, desde Les Juifs et l’antisémitisme (1893) hasta las Doctrines de haine: l’antisémitisme, l’antiprotestantisme, l’anticléricalisme (1902); Pierre Viollet, que participó en la fundación de la Liga de los derechos del hombre (redactó sus estatutos con Trarieux) después se salió para lanzar el Comité católico para la defensa del derecho. La actitud de Viollet que envió a Portal asombrosas biografías y fue casi su profesor de historia, es ante todo la de un cartista, de un profesional de la crítica de los documentos, de un ojeador de guadaña. Comparó los diarios de opiniones contrarias, examinó las piezas publicadas, fue a preguntar a partidarios y adversarios de la revisión. Una vez formada su convicción, se lanzó a fondo a la batalla, llegando pronto sus actividades a la «defensa de los indígenas» de las colonias. Entre los miembros del Comité, Paul Bureau. Entre los simpatizantes, el abate Naudet y Pierre Jay.

Volvemos a ver a Bureau, con Lamire, Fonsegrive y a Jean Brunhes en un grupo pacifista, la Sociedad Gratry animada por lionés Vanderpol y el abate Pichot, otro sacerdote dreyfusiano, quienes se esforzaron por limpiar el pensamiento católico de sus conexiones nacionalistas y por definir las bases de un orden internacional reglado por el arbitraje. Por vocación unionista, Portal era ya poco sensible a las virtudes de un nacionalismo que hacía mucho casi de Fachoda y otros episodios molestos de las relaciones franco-británicas; encerrado en semejante ambiente, acabó por admitir «con las reservas convenientes» (la Revue catholique des Églises está llena de reservas convenientes no explicitadas) el principio de una acción común de los cristianos y de sus «hermanos israelitas» a favor de la «paz interconfesional» y de la «paz internacional», la primera antes de preparar y de asegurar la segunda3.

Reconciliadores

Si la protesta contra las «doctrinas de odio» lleva al diálogo con sus víctimas, la voluntad de reconciliar a la Iglesia con la «sociedad moderna», implica contactos seguidos, organizados, sistemáticos con todas las componentes espirituales e ideológicas de esta sociedad. Los amigos de Portal no temen asociarse con judíos, protestantes, librepensadores cercanos al radicalismo, socialistas de Jaurès, para una reflexión, ya que no una acción comunes. Se distinguen en eso del viejo liberalismo católico que desconfiaba tanto del protestantismo como del racionalismo ateo, aquél considerado como precursor de éste.

Entre los lugares de encuentro, hubo organizaciones especiales y de reclutamiento relativamente restringido, como el Comité de estudios sobre la separación de las Iglesias y del Estado, fundado por Leroy-Beaulieu en 1904, y que contaba, junto a católicos como Sénart, Thureau-Dangin y Henri Lorin, con republicanos progresistas y personalidades protestantes. Otras asociaciones fueron más «ecuménicas», la Unión para la acción moral, por ejemplo, rebautizada Unión para la verdad, en 1906. En tiempos de la campaña angloromana, Portal se había mantenido al margen. No quería probar este «unionismo» adogmático y no eclesial. Pero en los años 1900 varios de sus amigos, y de los más cercanos, Hemmer, Le Roy, Viollet, Klein, Leroy-Beaulieu, Paul Bureau, Lamy. Laberthonière encontraron en él a judíos, protestantes, librepensadores: Salomon y Théodore Reinach, Joseph Reinach, Raoul Allier, Paul Sabatier, Charles Wagner, todo un contingente de Monod, Boutroux, Seignobos, Alain, Lanson, Millerand, Vanderwelde, Ferdinand Buisson, Jean Jaurès, etc. Fue al participar en las «conversaciones libres» sobre la separación organizadas en 1904-1905 por la Unión para la acción moral, cuando el abate Hemmer dio el último toque a las posiciones que defendió en la Revue catholique des Églises, la cual cita a Jaurès, como los Petites Annales citaban a Buisson a propósito del derecho de asociación.

Portal siguió de cerca la organización de una sociedad que se parecía a la Unión para la acción moral, pero estaba animada por jóvenes: el Lazo de unión, en la que participaron Chevalier, Legendre y otros estudiantes que tenían la costumbre de reunirse en el Cherche-Midi. El manifiesto apareció en el Bulletin de la semaine del 28 de abril de 1906; se trataba de «organizar un medio independiente donde encontrarse, para estudios comunes, personas de ideas y de ocupaciones diferentes». Portal simpatizó con el secretario, Paul Olivier-Lacroye, colaborador de Demain y del Bulletin de la semaine. Le aconsejó, le dirigió y le publicó en la Revue catholique des Églises. Olivier-Lacroye sentía pasión por la cuestión obrera y fue uno de los que iniciaron al lazarista en los problemas del sindicalismo. Le expedía cartas feroces («Hagamos como Naquet, que cuenta sobre todo con la muerte para deshacernos de los reaccionarios4»), exuberantes, como este proyecto ecuménico cuyo atrevimiento no se le escapará a nadie («Se ofrecería el título de camarero de capa y espada a los principales funcionarios de la C.G.T. con la corona condal. Sorel sería nombrado obispo de Cégétépolis5»), con páginas que son las que escribe un penitente a su confesor, grandes proyectos también:

[Hacer del Lazo de unión un lugar de encuentro] del movimiento obrero socialista y del movimiento católico social […]. Ayudar a los que en él toman parte a profundizar y a completar sus puntos de vista recíprocos […]. Preparar la convergencia de los dos movimientos [y primero] proporcionando elementos de apreciación y de estudios a las asociaciones obreras sobre las cuestiones que les interesan6.

Antiliberal convencido, compacto errático en la nebulosa portaliana, Olivier-Lacroye estaba fascinado a la vez por el «viejo marxismo autoritario» y la escolástica, «una catedral»: «Sería a Pío X o a Guesde a quienes me acercaría con mayor gusto7». Los dos modelos superponibles ya… Olivier-Lacroye, si hubiese vivido, habría podido ser el precursor de los católicos intransigentes que, a lo largo del siglo, pasaron sin grandes dificultades del Syllabus a la vulgata marxista. Pero cayó en cama el día de Pascua de 1909, «atacado de tisis galopante […]. No se hará esperar el fin, quizás esta noche8».

El lazo de unión, en cambio, siguió muy abierto. Jacques Chevalier se ocupó del reclutamiento con un interés conmovedor. Pidió con toda ingenuidad al abate Boyreau que le enviara anarquistas, ocupándose él mismo en reunir a sus camaradas socialistas de la Escuela. Uno de ellos le preguntó si el Lazo de unión no tenía por finalidad «formar una asociación para la paz social, lo que llegaría a encontrase con un socialismo, el suyo, moderado por otra parte, reflexivo. Yo le tranquilicé9». Esta efervescencia no amedrentó a Portal, quien, por su parte, trajo a Le Roy, Wilbois, protestantes como Jean Monier y Bonnet-Maury y a algunos de sus seminaristas. Uno de ellos, Guillaume, ya profesor del seminario mayor de Orléans, pidió a Olivier-Lacroye, por medio de Portal, «informaciones precisas sobre el sindicalismo, para completar las charlas en el Cherche-Midi y realzar la enseñanza «demasiado teórica» del seminario10.

Distancias

Si a Portal de gustaba el trato con hombres de apostolado, de protesta y de diálogo, su cuestionamiento radical de la intransigencia le llevó a mantener sus distancias en relación con dos de las más poderosas manifestaciones del movimiento católico de esta época: el catolicismo social y el Sillon. Se interesaba cada vez más por las cuestiones sociales; el contenido de los Petites Annales lo demuestra, sí como las conferencias impartidas a los seminaristas del Cherche-Midi. A él mismo le gustaba tratar con hombres de campo, dados por entero a las obras, prácticos como el abate Boyreau, director de la acción obrera de Nuestra Señora del Rosario, o bien el equipo que animaba los sindicatos femeninos de la calle de la Abbaye. No se circunscribía a Paría, sino que iba a provincias en busca de sus conferenciantes, a Lyon por ejemplo, como el abate Boisard o la Srta Rochebillard.

Pero a este interés por la acción social corresponde un desinterés notable por la doctrina social dela Iglesia. La expresión no se ve nunca en sus escritos, prefiere hablar de las «repercusiones sociales» de la «enseñanza del Evangelio» y se apasiona otro tanto por el fenómeno inverso: «Es evidente también […] que las transformaciones de la sociedad imponen y ocasionan cambios en la Iglesia». Interacción que escapa al control doctrinal o al proyecto ideológico, y cuya comprensión, escribe, depende de la sociología11″. Por eso se interesa más bien por los sociólogos que por los sociales. Max Turmann constituye una excepción; También Portal le ha pedido, en sus artículos de los Petites Annales, que se mantenga «al margen de las teorías y de los sistemas» y que coloque «únicamente en el terreno de los hechos12». Esta colaboración por otra parte no se continuó después de 1903. Una nota aparecida en la Revue catholique des Églises de octubre de 1906 señala toda la distancia que se había abierto entonces entre Portal y el único católico social notable de su entorno. Al dar cuenta de Activités sociales, obra en la que Max Turmann dibujaba un cuadro del catolicismo social europeo, el cronista anónimo anota:

Las organizaciones «de clases» y sobre todo de «lucha de clases» le inspiran una gran desconfianza. La lucha de clases le produce un horror patente. Evidentemente, las violencias de que va acompañada nos resultan odiosas a nosotros, burgueses e intelectuales pacíficos, como toda violencia. Este sentimiento, que puede muy bien llevar consigo la idea de una guerra internacional, ¿debe inspirarnos un juicio definitivo sobre la guerra y sobre la lucha de clases? ¿No existe, entre los sindicalistas rojos, una inquietud por la persona humana y una actividad desinteresada capaces de introducir en nuestra civilización cierta renovación que el catolicismo social no podría despreciar13?

En ninguna parte de su correspondencia o de los textos que ha dejado, menciona Portal la existencia de la Unión de estudios de los católicos sociales y de su expresión, las Semaines sociales, fundadas en 1904 y presididas por Henri Lorin. Desde 1899, el lazarista ya no ve en Lorin más que al jefe de una «camarilla derrotada del todo», y, en 1901, la califica de con gracia de «metomentodo» y de «moscardón en un tambor»14. Ello porque Lorin le parece siempre como el hombre del papa en materia social, a la par que él mismo está ya convencido de que en estos campos «la intervención directa y continua del papa» es cosa perniciosa: el Santo Padre no debe intervenir «más que muy pocas veces y como pacificador»15. Cuando Portal iba a casa de Lorin, en su propiedad de la Rolanderie, en Maule, era para evocar recuerdos, hablar de Soloviev (a quien Lorin conocía muy bien), a pedir algún favor (fue Lorin quien le puso en comunicación con Pinon, cuando necesitó un especialista de política extranjera) y a verse con gente interesante, como Eugène Duthoit o Thellier de Poncheville.

Distancia es menos honda con el Sillon, hacia el que Portal manifestaba una mezcla de simpatía y de desconfianza que tenía que ver en primer lugar con la naturaleza ambigua de este movimiento. A partir de 1899, el lazarista se introdujo en un medio en que Marc Sangnier tenía muchos amigos: Laberthonière, Le Roy, Pinon, Klein, Wilbois, Jean Brunhes, Naudet, Goyau, Bureau, Viollet, para sólo citar unos nombres, se interesaron en la revista o en los círculos de estudios cuando no enseñaron en los institutos populares o escribieron en primera página de L’Éveil démocratique bajo la rúbrica «Ideas y doctrina». Portal participó en esta simpatía difusa. Los Anales sirvieron de reclamo para los institutos populares y publicaron una encuesta de nueve páginas, muy positiva, sobre la revista, los círculos de estudios, las «salas de trabajo»16. Hasta el final, la revista se mostró favorable. Marc Sangnier vino al Cherche-Midi para dibijar el «cuadro de la ciudad futura»17, y del seminario San Vicente de Paúl salieron algunos militantes sillonistas como el abate Eugène Beaupin. Entre los normalistas sillonistas de la promoción de 1906 encontró Portal a los jóvenes colaboradores laicos que necesitaba, y más tarde en 1911, cuando organizó con antiguos sillonistas el grupo católico de la Escuela normal superior, volvió a emplear el método de enseñanza mutua de los círculos de estudios. Él mismo se relacionaba con Charles d’Hellencourt, que fue el secretario general del Sillon hasta 1905, cuando Sangnier le relevó brutalmente de esta función.

Este autoritarismo alejó a mucha gente. Cuando participaron en la fundación de la Sociedad de estudios religiosos, Laberthonière y Bureau, ya habían tomado sus precauciones, y Naudet comenzaba a destacarse. Pero ni fueron el culto al jefe ni las efusiones plebiscitarias las que inquietaron a Portal – al menos no lo confesó. Según el abate Gratieux, «no se embalaba» por la «ideología de Marc Sangnier»18. El Sillon se distinguía claramente del catolicismo social por su negativa a reconocer la autoridad de la Santa Sede y del episcopado en materia social; por su republicanismo de convicción, su admiración abierta por la «gran revolución» y los «grandes antepasados», Danton entre ellos; por su voluntad de colaborar con los protestantes, los espiritualistas, los librepensadores. Pero todo eso no impedía al Sillon afirmarse como una rama particularmente vigorosa de la intransigencia. Todo está allí: la denuncia del «liberalismo corruptor», el tema de la «reorganización cristiana de la sociedad», el catolicismo integral: «Lo único que cuenta, es vivir nuestro catolicismo, en una palabra ser íntegramente, es decir, por eso mismo, socialmente católico»19. Portal se relacionó con los sillonistas porque admiraba su esfuerzo de educación popular, sus métodos pedagógicos, sus contactos interconfesionales, y también, a pesar de todo, su independencia con relación a la doctrina social de la Iglesia tal y como estaba formulada por el magisterio romano y los obispos. Pero no era suficiente, para reconciliarle con el catolicismo intransigente, pintar con los tres colores de la Revolución francesa un proyecto de ciudad cristiana en el que la religión desarrollaría e integraría todos los aspectos de la vida social.

De todos los abates demócratas fue Naudet quien estuvo mas cerca de Portal; le consideraba como a su «padre espiritual», le visitaba con frecuencia»20, le apoyó en todas sus empresas. El pinto de contacto: Naudet era uno de los raros líderes del catolicismo social avanzado, republicano, demócrata en el sentido político del término, en interesarse también por las cuestiones científicas. De hecho, le apasionaban y disponía de la curiosidad, de la apertura de mente, de la armadura intelectual necesaria para participar en las conversaciones del Cherche-Midi. En su diario, la Justice sociale, se solidarizó con los universitarios que luchaban por superar el retraso científico de los institutos y seminarios católicos, por conquistar también la libertad de investigación en las ciencias religiosas. En el número de 13 de abril de 1907, enumera la biografía de Gustave Morel por Calvet, evoca los interrogantes, la ansiedad del abate ante la inanidad, la fragilidad de muchas explicaciones, de muchas construcciones que le proponían sus maestros del seminario mayor y de las universidades católicas.

Porque hay en ello también algo de nuestra propia historia y como una revelación de cosas vividas en nuestro íntimo santuario, y sobre las que quizás ha sangrado nuestro corazón.

El socialismo, el anticlericalismo y la Iglesia

A la distancia tomada con relación al catolicismo social corresponde, en la Revue des Églises, un interés creciente por el socialismo o, al menos, un laboralismo a la francesa. La razón de ello es primero política, y de política de los políticos: desde 1903, en una encuesta sobre «el socialismo y el anticlericalismo» publicada en los Petites Annales, Max Turmann muestra que para líderes europeos como el Belga Vanderwelde o el Alemán Kautsky la «guerra a los curas» es un derivado estéril a la lucha de clases21. Los debates sobre la ley de separación mostraron que en la lucha nueva S.F.I.O. muchos, y no de los menores, pensaban lo mismo. A partir de 1905, la revista no cesa de hacer los elogios de Briand y de Jaurès. En su número de mayo, muestra cómo «el proyecto de la comisión ha sido mejorado a instancias mismas del reportero Señor Briand y del Señor Jaurès» – se trata de un enmienda que evita que eventuales cismáticos «se lleven los muebles, según la vigorosa expresión del Señor Briand […]. Veremos si los socialistas continúan defendiendo la libertad, aun la libertad de los católicos22». Y se vio: el número de junio cita el discurso famoso en el que Briand defiende la libertad de las Iglesias para organizarse como bien les parezca y denuncia el «grave error» de poner la ley «al servicio del libre pensamiento contra la Iglesia23». En su número de julio, la Revista alaba la «habilidad política de los Srs. Briand y Jaurès» y da consejos electorales:

Los socialistas se han separado aquí de los radicales; han afirmado una política de libertad respecto de la Iglesia y la han hecho prevalecer contra la política de servidumbre. Los representantes de las confesiones religiosas deben tomar mota de tal actitud, para recordarlo en el momento oportuno de las elecciones24.

En 1906, Briand llegó a ministro de Instrucción pública y culto. La Revue no le reconoce ya solamente la «habilidad», sino la «fuerza de un gran hombre de Estado». Ha conseguido defender la solución liberal «a fuerza de valor, de sinceridad y de lealtad». En cuanto a la diferencia entre los radicales y los socialistas, «se ha manifestado otra vez en las últimas discusiones y de una manera más acentuada […]. Los socialistas quieren una verdadera separación que ponga fin a la ‘cuestión clerical’, tan fecunda en luchas estériles». Así podrán consagrar el tiempo a las transformaciones sociales25″. Está claro que resulta difícil hablar mucho del socialismo francés como de un bloque. La Revista acaba por esbozar una distinción que no recorta la brecha S.F.I.O. / socialistas independientes. En diciembre, haciendo los elogios de Charles Péguy y de los Cahiers de la quinzaine, evoca «un socialismo práctico» que «ha dado a la Francia actual dos hombres de Estado de tan alto valor, conscientes de las responsabilidades del gobierno», Jaurès de la S.F.I.O. y Briand que ya no estaba, y le opone esta «parte de los socialistas» que «desemboca en la más baja política» y produce «discursos huecos», entre los que está el del nuevo ministro de Trabajo, René Viviani, socialista independiente, que acababa de evocar, el 8 de noviembre, unas «luces que se apagan en el cielo26».

Esta apertura política fue tanto más fácil porque, habiéndose aligerado de toda intransigencia social no opone objeción en principio al programa económico socialista. «Dios no está más ligado a una forma de la propiedad que a una teoría de la sustancia». Esta frase-manifiesto de halla en un artículo de Chevalier redactado y publicado en enero de 190627, es decir durante los escasos días en que Portal mantuvo un diario íntimo. Por eso es seguro que el artículo fue bien discutido y preparado en el Cherche-Midi, que Portal participó en su elaboración, y que lo encontró «excelente»28. Por eso lo citamos con preferencia a otro del mismo tono. Evoca bastantes problemas, y en primer lugar el del socialismo con ocasión del cual emite dos ideas: el socialismo necesita de la Iglesia; la Iglesia podría sacar provecho del socialismo.

Algunas afirmaciones, apartadas de su contexto, ofrecen una consonancia típicamente leoniana: «El colectivismo, la ciencia social, estos hijos ingratos del cristianismo, ¿quién no verá bien pronto que han pavimentado la vía por la que pasará la Iglesia?» Pero la frase siguiente quita toda idea de enfrentamiento decisivo y de triunfo final del catolicismo: «Bastará con una mutua adaptación para llegar al entendimiento». Porque habrá que entenderse; Chevalier desarrolla un tema que resumió cuatro meses después en una carta a sus padres: «Nacionalistas y conservadores nada pueden contra el socialismo creciente. Sólo la Iglesia, cuando no se oponga mejor podrá moderarlo, disciplinarlo29». En el artículo de enero de 1906, escribe, más difuso: «De nada sirve negar los hechos; se ha de […] colaborar en la obra inevitable que se prevé, […] acelerar la caída de las agregaciones inútiles o peligrosas, la maduración del fruto30». En qué deberá consistir la obra de jardinería de la Iglesia, cómo podrá podar y llegar a madurar? En primer lugar no dejando que un «socialismo integral»(oscuro doblete del catolicismo integral) destruya «familias, patrias y profesiones» y desemboque en una «tiranía de Estado». El socialismo, según Chevalier, el socialismo ponderado por la Iglesia, es un «espíritu colectivo» que no abdica a favor de un comité o de una oficina central, sino que asegura en cambio la cohesión de los centros autónomos». ¿Un socialismo cristiano? Claro que no, sino un socialismo en cuyo interior la Iglesia conserve un espacio de libertad, un espíritu de responsabilidad, un imperativo de solidaridad gracias a los cuales la «democracia social […] suavizará la jerarquía y las clases sociales» mientras aprieta los lazos que unen al individuo «con instituciones municipales» y con su «organización profesional31».

A su vez, la Iglesia y la idea católica ganarán con ello. Existe interdependencia entre la organización social y las formas de la vida religiosa. El advenimiento de la democracia social traerá consigo el deterioro del «espiritualismo enflaquecido», de la «religión del individuo», sin rito, sin liturgia, sin autoridad. La reunión de los cristianos se verá acelerada.

El movimiento hacia la reunión, que se inscribió en primera página de este revista, que muchos tachan todavía de quimera, es sin embargo uno de los movimientos más poderosos, los más seguros de conseguir, que existan. La concentración de las fuerzas difusas, individuos y agrupaciones, para colaborar en una obra dada, esa va a ser la característica, entre todas, de la edad moderna. El sentido social se ha despertado en todas partes, en las Iglesias lo mismo que en las fábricas y los laboratorios. Ya no se separa la gente… Es la hora de acercarse: la historia de las Iglesias protestantes de Inglaterra y de América desde 1830 es la ilustración más típica de este hecho.

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