Edme Jolly, tercer Superior General de la C.M. y de las HH.C. (Parte primera)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1898 · Source: Notices, III.
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Prefacio

El interés que la Congregación tiene en conservar cuidadosamente el espíritu primitivo de su muy digno Fundador, el Sr. Vicente, llevó a la Asamblea general de 1668 a buscar los medios. Entre los que consideró más apropiados para alcanzar este plausible plan, indicó expresamente la lectura de la vida y de las máximas de nuestro venerable difunto Fundador y la comunicación de las Noticias sobre las virtudes y de las acciones principales de los misioneros difuntos.

Es lo que nos ha determinado a escribir este relato de las virtudes del venerable Sr Jolly; se presentan sin ningún adorno extraño. La verdad es la única regla que se haya observado con todo cuidado.

No obstante, como el orden es la parte principal de la belleza de cada cosa, se ha encerrado en cinco capítulos, en la primera parte de este compendio, toda la vida exterior del difunto Sr. Jolly. Los nueve capítulos de la segunda parte contienen sus principales virtudes.

Primera parte: La vida del Sr. Edme Jolly

Capítulo 1

Nacimiento, educación y estudios. Su primer viaje a Roma.

Edme Jolly, C.M.

Edme Jolly, C.M.

Como según la expresión de la Escritura, «Dios llama a sus siervos desde el vientre de su madre y su gracia se les anticipa desde su infancia» con el fin de conservarlos en una gran inocencia y pureza, es necesario que los que escriben sus vidas presten atención a sus acciones en esta edad tierna aún. En ella se encuentra la señal de lo que ya han recibido en el orden de la naturaleza y de la gracia, y de lo que se debe esperar de su fidelidad y correspondencia a los designios de un Dios que los previene con tanto amor y sin ningún mérito por su parte.

Aquél de quien escribimos la vida nació el 24 de octubre de 1622 en el pueblo de Doue, diócesis de Meaux, de honrados padres mediocremente provistos de los bienes de la fortuna, pero muy temerosos de Dios. Su padre, que se llamaba Marin Jolly, era procurador fiscal y administrador de la tierra y señorío de Doue. Su madre se llamaba María Viguier. Perdió a su padre cuando solo tenía tresa años, en junio de 1625. Su madre se volvió a casar; tenía entonces solamente cinco años, y ella se murió el 5 de junio de 1633, cuando él no había cumplido aún los diez.

Apenas hubo adquirido los primeros rudimentos de latín, le llevaron al colegio de la Marche para hacer sus humanidades. Estudió la filosofía en el colegio de Beauvais con un profesor irlandés, hombre muy capaz; tomó luego lecciones de teología bajo hábiles maestros con lo que hizo un progreso muy considerable.

Fue una providencia de Dios muy particular que un joven huérfano de padre y madre, abandonado a su suerte, en medio de una infinidad de estudiantes jóvenes libertinos, no se dejara arrastrar a su libertinaje y no siguiera el torrente de sus malos ejemplos y la inclinación de la naturaleza corrompida, en una edad tan susceptible del mal y tan poco capaz de seguir un buen consejo y entregarse a la virtud. Sería de desear que su humildad no nos hubiera privado del conocimiento de los medios de que se sirvió para luchar contra sí mismo, colocarse por encima de los ejemplos peligrosos y rechazar a los enemigos visibles e invisibles; admiraríamos sin duda su asiduidad en el estudio, su fidelidad en la oración,, el cuidado que tenía en apartarse de las  malas compañías y de frecuentar a menudo los sacramentos, su gran confianza en Dios, su devoción para con la santísima Virgen María, Madre de Dios, y cantidad de otras prácticas de virtudes. Pero como lo ha ocultado todo, nosotros debemos callarnos, por temor a alejarnos por poco que sea de la verdad. Se ha escrito de algunos ancianos que han vivido con él desde su infancia y que han sido los testigos de toda su conducta en esta época; si dicen algo que nos pueda edificar, pondremos cuidado en darlo a conocer.

Acabó sus estudios de filosofía y de geología bastante joven; estudió luego algo de derecho y el Estilo de la corte de Roma que se emplea en aquella corte para toda clase de asuntos eclesiásticos. Un antiguo abogado de la ciudad de Sens, llamado el Sr. Pelée, padre del Sr. lugarteniente criminal de la ciudad, ha dicho que el Sr. Jolly había pasado una temporada en Sens tras sus estudios; que estaba entonces indeciso sobre el género de vida que abrazaría, y que en ese tiempo el Sr. marqués de Fontenay de Mareuil, embajador de Francia, de paso por esta ciudad para ir a Roma a finales del pontificado de Urbano VIII, en 1641 o 1642, y tratar de los asuntos de este reino, él entró en su séquito. Si fue este el motivo de la religión o una laudable curiosidad la que le llevó a hacer este viaje, poco importa; sería penoso ahora determinarlo. Pero lo que no presenta dificultad  es que el Sr. Jolly o, como se le llamaba entonces, el Sr. de Haignon, que seguía al Sr. embajador en calidad de gentilhombre, se conquistó  por completo su afecto y entró en su buen espíritu y su juicio ya maduro mucho antes que en la confianza del cardenal de Valançay; de manera que estos dos señores teniendo que hacer saber a Su Majestad algo muy secreto y muy importante, no quisieron confiársela a los correos ordinarios o extraordinarios, ni siquiera a enviados del vulgo; sino que eligieron al Sr. de Haignon para esta comisión que pedía diligencia, prudencia, discreción y capacidad, para entregar cuentas fielmente al rey. El cardenal Pamphili, que sucedió a Urbano VIII con el nombre de Inocencio X, dio ocasión a esta legación por las dificultades que tuvo con los sobrinos de su predecesor y toda la familia Berberini, que fueron obligados a refugiarse en Francia bajo la protección del rey. Pero nunca hemos sabido cuál fue el asunto que determinó a estos ilustres señores a enviar al Sr. de Haignon al rey. Tuvo una audiencia muy favorable en la que Su Majestad estando muy contenta con las informaciones  que le dio sobre el estado de los asuntos de Roma, le remitió a su embajador en aquella corte y a Mons. el cardenal de Valançay para señalarles  de una manera precisa sus intenciones. Regresó por correo a estos señores y les llevó las órdenes del rey.

Parecía que estos afortunados comienzos le debían hacer esperar una fortuna más que mediocre en el siglo; tenía ya algún acceso al cardenal datario, ejercía incluso un oficio en la dataría que podía servirle de peldaño para subir más arriba. Pero el Señor había cautivado el corazón de su servidor y le hizo temer que los primeros fundamentos de su colocación temporal fuesen para él los principios de su ruina total para la eternidad.

El Sr. de Haignon, viviendo en Roma, donde la juventud no deja de ser expuesta a muchos escollos, tenía toda la modestia y mesura de una persona ya entregada a Dios; lo que hizo que sus colegas, habiéndole visto desaparecer en la época de su viaje a la corte de Francia, sin saber a dónde había ido, no dudaron que hubiera dejado el siglo para vivir más al abrigo en un claustro y entregarse a ganar las buenas gracias de Dios, a quien no se puede servir sin como es debido sin merecer reinar eternamente con él en el cielo.

Ya tenía el pensamiento hacía tiempo, y vivía de una manera tan pura e inocente, que no parecía que Dios debiera tardar más tiempo en escuchar las fervientes oraciones que le dirigía hacía varios años. Le suplicaba que le manifestara su voluntad y le hiciera entrar en esta vía recta y en este camino real por el que quería conducirle al cielo. El momento señalado desde la eternidad no había llegado todavía; fue preciso esperarlo, unir a las antiguas peticiones súplicas todavía más fervientes y retirarse a la soledad para escuchar allí la voz del Señor que se hizo oír en la oreja de su corazón.

Capítulo 2

Su entrada en la Compañía de la Misión. Las virtudes que practicó allí durante su seminario y durante el tiempo de sus estudios.

Cuando el Sr. Jolly entró en la Congregación de la Misión, había vivido en el mundo; había tomado bastante parte en los asuntos que allí se tratan y que ocupan a todos los hombres para conocer su vanidad. Por eso, habiendo tomado el partido de consultar a Dios en el retiro espiritual, tomó una resolución firme de emprender todo lo que allí conociera que Dios deseaba de él. No hacía más que dos o tres años que la Congregación de la Misión se había establecido en Roma, donde apenas era conocida. Él la escogió no obstante en 1645 para hacer los ejercicios espirituales. Se entregó con tanto fervor  docilidad que obtuvo de Dios la gracia que le pedía desde hacía tanto tiempo, es decir la de ver claro los designios de su providencia y de sentir su corazón fortalecido para cumplir la voluntad divina. Reconoció en su retiro que Dios le quería en la Congregación de la Misión, y se llegó a un acuerdo entre él y sus directores que como la Compañía no tenía seminario interno en Roma, regresaría a París y se presentaría al Sr. Vicente para ser recibido en el de San Lázaro. Partió pues de Roma el 3 de abril de 1646 para venir a París, donde permaneció algún tiempo; luego habiendo hecho un corto viaje a Brie para arreglar sus asuntos domésticos, vino a San Lázaro a ponerse en manos del Sr. Vicente quien le recibió como un padre muy caritativo y le hizo hacer unos días de retiro bajo la dirección del Sr. Bajoue, por entonces director del seminario. Fue recibido en él el 13 de noviembre de 1646, a la edad de veinticuatro años. Le dieron por ángel al hermano Pesnelle, excelente sujeto que ha servido siempre y edificado a la Compañía, y que murió el año 1683, Visitador de la provincia de Italia.

El hermano Jolly no bien había entrado en el seminario cuando se dedicó con todo el cuidado posible a aprovecharlo bien. Parecía, dicen los que le conocieron entonces, haber nacido en la Misión y hecho expresamente para recibir pronto todo su espíritu. Las virtudes que más destacaban en él fueron la piedad, la humildad y la exactitud; su dulzura era inalterable y su modestia angelical; no hablaba mucho, pero sus palabras eran todas ya muy mesuradas y muy devotas. Su exactitud era perfecta en todos los sentidos, y parece incluso que a veces se salía de los límites. Sucedió un día, después de los ejercicios corporales, se dio la señal para la lectura espiritual antes de que se hubiera quitado del todo la ropa de trabajo que llevaba en ese momento. Se arrodilló al primer toque de la campana, dijo el Veni Sancte Spiritus, haciendo la lectura entera con un brazo sólo fuera de la casaca; luego, acabada la lectura, se la quitó por completo. No he podido recoger este extracto extraordinario sin acordarme de las palabras de san Pablo: «El que quiera ser verdaderamente sabio que se haga el loco por el amor de Nuestro Señor».

El Sr. Bajoue, su director, le alababa por su poca curiosidad por los libros raros. No tuvo otros durante su seminario que Philotée o la Introducción a la vida devota, que le ha servido después en todos los retiros que ha dado hasta su muerte. Como unía siempre la mortificación interior y exterior con la oración mental, no tardó en hacerse dueño de sus pasiones y en reducir su cuerpo a servidumbre por Nuestro Señor, lo que le dio el medio de depurar bien su espíritu de los prejuicios del nacimiento, de las ignorancias de la juventud y de las máximas corrompidas del siglo para hacerle dócil a la gracia y susceptible de las luces de la fe y de las grandes máximas del Evangelio. Purificó también su corazón  de todo amor propio, y Dios le dio en su lugar un amor puro y constante que ha sido el principio de una infinidad de bienes que ha hecho después dentro y fuera de la Congregación.  Era el modelo de todos sus hermanos y caminaba a grandes pasos por el camino de la perfección.

Después de diez meses de seminario, el Sr. Vicente, teniéndole como a un súbdito ya formado y apto para participar en la actividad, echó mano de él para enviarle a Roma a tomar parte en los trabajos de nuestros misioneros que llevaban allí seis años. Nada más llegar, el 5 de mayo de 1648, reemprendió y continuó sus estudios de filosofía, de derecho eclesiástico y sobre todo de teología, para hacerse apto a las funciones de su vocación. Se entregó con cuidado a estos ejercicios, acompañándolos con toda el alma de los demás pequeños empleos que se le confiaban por sus superiores; no tuvo jamás por el estudio el menor afecto desordenado que fuera capaz de enfriarle en ninguno de los deberes de la obediencia.           

Capítulo 3

Se ordena de sacerdote. Sus diversos empleos en la casa de roma. le llaman a París para dirigir el seminario interno. Vuelve a ir a Roma para encargarse  de la dirección de la casa.

Sus superiores juzgaron pronto que ya era hora de que recibiera las sagradas órdenes, y se ordenó de sacerdote el 1º de mayo de 1649, en una ordenación extra tempora. Se dispuso cuidadosamente a esta sublime dignidad por una renovación de fervor y la práctica de los ejercicios espirituales. En esta ocasión se humilló ante Dios, considerándose un instrumento débil que su divina Providencia destinaba a grandes cosas. Luego, se esforzó  sobre todo a llevar una vida sencilla y edificante que estuviera en relación con la santidad de la víctima  que inmolaba todos los días en el altar, ofreciendo el sacrificio de alguna de sus pasiones  o voluntades humanas.

Como no era menos inteligente en los asuntos que ferviente en la devoción, se le confió el cuidado de lo temporal de la casa, que no estaba en muy buen estado. Aceptó este oficio con humildad y acciones de gracias no creyéndose siquiera digno de de ser el servidor de sus cohermanos. Se dedicó con todo el afecto a cumplir  bien a los ojos de Dios y con la satisfacción de sus superiores, que se admiraban de lo previsor que era y hombre de bien en todo.

Poco después, se le hizo consultor en lugar del asistente de la casa que dirigía de ordinario las misiones. Fue en la comunicación familiar y en las consultas donde el difunto Sr. Alméras reconoció las buenas cualidades del Sr. Jolly para la dirección, para proseguir y resolver los más difíciles asuntos. Se formó a partir de entonces  la idea ventajosa, que ha conservado siempre, del mérito y de la capacidad del que ha designado para dirigir la Congregación después de su muerte.

Al oficio de consejero, que pide mucha prudencia, el Sr.Blatiron añadió, en una visita de la casa de Roma, el oficio de confesor de la casa, función que supone una piedad sólida, una gran caridad y una vida muy ejemplar. El Sr. Jolly desempeñó este empleo con bendición y continuó prestando grandes servicios a la casa de Roma hasta el mes de mayo de 1654.

El Sr. Vicente, que había oído hablar tan bien de él, quiso entonces conocerle por sí mismo y probar su sólida virtud y su capacidad para la dirección. Le nombró director del seminario interno de San Lázaro. El Sr. Jolly condujo este seminario durante unos diez meses, con toda la paz, toda la prudencia, la piedad que era de desear. Parece, por las memorias de su mano para la instrucción de estos jóvenes clérigos, que no omitía nada de lo que podía iluminar plenamente sus espíritus y encender sus corazones; se entregó ante todo a reconocer sus inclinaciones, su carácter, las gracias que Dios les hacía y sus talentos. Les recomendaba en particular  la imitación de las virtudes del Niño Jesús; quería que se despojaran de sí mismos para revestirse de Jesucristo; les exhortaba a una mortificación interior y exterior que les convirtiera en dueños de sí mismos; los acostumbraba a orar con frecuencia y a meditar con fruto la palabra de Dios: In propia venit et sui eum non receperunt. «Vino a su casa y los suyos no le recibieron». «Es, hermanos míos, decía, el reproche que san Juan hizo a los Judíos que habiéndoles honrado Jesucristo por encima de los demás pueblos, ellos no le ha reconocido y, por el contrario, le han rechazado y crucificado; se podría, con mayor razón, hacernos este reproche si, después de tantas gracias que nuestro Señor nos ha hecho, no nos esforzábamos en recibir su doctrina, entrar en sus sentimientos e imitar sus virtudes.

Uno de los que él ha educado en la piedad desde un principio decía que este vigilante Director no sabía lo que era alagar a la naturaleza, y que quería  que nos dedicáramos sólidamente a trabajar en las virtudes cristianas y en las que componen el espíritu de nuestra vocación.

Al principio del año 1655, la situación de los asuntos de la Congregación en Roma obligó al Sr. Vicente a llamar al Sr. Berthe, que era superior y enviar allí al Sr. Jolly, para tomar la dirección de esta casa. Éste llegó en el mes de junio del mismo año; Dios bendijo allí de tal forma su dirección  que en dos meses y medio concluyó el asunto de la aprobación  por la Santa Sede de los votos de la Compañía; cosa que todos los superiores que le habían precedido no habían podido poner en marcha.

Éstos son los medios de que se sirvió para lograrlo:

1º Como sabía que, según la Regla, hay que servirse de los medios sobrenaturales para las cosas que son de un orden sobrenatural, comenzó por la oración, recomendando insistentemente este importante asunto a Dios en sus oraciones y haciendo que rezaran personas de piedad; 2º Unió los votos a las demás oraciones; se comprometió, entre otras cosas, por voto,  a hacer un viaje a Nuestra Señora de Liesse, obligándose a ir él mismo a este santo lugar, a no ser que se le adelantara la muerte o que la obediencia no le retuviera en Italia, en cuyo caso, con la conformidad del Sr. Vicente, este viaje debía realizarse por otra persona de la Compañía; 3º Apoyó sus votos con la fuerza y la eficacia del santísimo sacrificio que celebró a menudo a la misma intención. Los ayunos, las disciplinas  y otras penitencias no faltaron. A estos medios sobrenaturales añadió los medios humanos que no contrariaban la sabiduría de Dios; visitó con frecuencia y respetuosamente a los cardenales a los que se había encomendado el examen de esta causa; no omitió nada para endulzar al más importante y también el más distante de los fines de nuestra petición; respondió a sus demandas, satisfizo sus dudas y refutó modestamente sus razones. Se aprovechó de la buena voluntad de algunos cardenales que le honraban con su estima y benevolencia; lloró gimió ante Dios, pidió y se humilló ante los hombres; escuchó con humidad todo lo fastidioso que le dijeron y no respondió nada a los reproches, procurando ganarse a las personas por la justa exposición de las cosas. Por último, los cardenales, vencidos por sus razones, su humildad y su paciencia, dieron su informe al papa Alejandro VII, quien otorgó la petición tal y como fue presentada. El Sr. Vicente, al enterarse, dio las gracias al Sr. Jolly, de esta manera tan cumplida: «Es Dios, le escribió, quien os ha escogido, Señor, para ser el promotor y como el alma de este proceso; él os dado aquí el movimiento y él ha bendecido en ello vuestra dirección de una manera de alguna manera admirable, habiendo incluso sobrepasado nuestra esperanza. Que su bondad sea pues glorificada en ello por siempre, que ella sea vuestra recompensa por las penas que habéis soportado, y que él mismo haga conocer el agradecimiento que siento».

El Sr. Jolly, que no atribuía más que a Dios solo el éxito de este asunto, no aceptó que le atribuyeran a él ninguna gloria; para defenderse, escribió así al Sr.Vicente: «Comenzaré esta carta por la muy humilde súplica que vuestras últimas cartas me dan la ocasión de formularos, que es de suplicaros muy humildemente, Señor, con todo el respeto que puedo de no atribuirme nada de la buena resolución de los asuntos de la Compañía. Puesto que si tuviera tiempo de deciros las faltas que he cometido en su prosecución, veríais claro que no merezco ninguna alabanza. Es acertado ver que lo que ha estado bien hecho en nuestro asunto principal, es Dios mismo quien lo ha hecho. La Compañía está y estará eternamente obligada a un agradecimiento muy particular para con Su Santidad y también para con los cardenales, prelados y actores a quienes se ha encomendado el examen de nuestra súplica; pero ¿qué acciones de gracias daremos a Dios y también a la santísima Virgen cuya asistencia hemos sentido tan palpablemente? Vos habéis visto, Señor, que Dios mismo ha querido hacer  su asunto del nuestro, a pesar de las fuertes oposiciones que se hacían en contra, de las que la divina Providencia se ha servido como de las muy grandes faltas que he cometido para hacer la cosa con mayores ventajas y en menos tiempo: esto es lo que han reconocido los que conocieron este asunto y reconocen con alabanzas y admiración de la providencia de Dios, el cual ha mostrado en ello que el refuerzo de la Compañía venía de él y no era de invención humana. Oh, dichosos seremos nosotros, si estamos siempre bien persuadidos de esta verdad, y que pasa lo mismo con las otras reglas y prácticas de la compañía. Quiera la divina misericordia que el conocimiento particular que me ha dado el manejo de este asunto no me sirva de condenación en el juicio de mi pobre alma!»

En cuanto a la aceptación de nuestros votos, el Sr Jolly la propuso en estos términos al Sr. Vicente: «Oh, que si todos supieran la voluntad de Dios en este asunto y las dificultades que ha vencido contra todos los poderes que se han opuesto y y contra toda apariencia de que pudiera salir adelante, si él mismo no lo hubiera hecho por su  todopoderosa mano, -así como los que  lo han conocido reconocen manifiestamente,- no harían falta tantas precauciones para proponer la aceptación. El Padre Procurador general de Citeaux pensaría que hicierais saber, Señor, a todas las casas de la Compañía cómo ha pasado este asunto, las grandes oposiciones que hemos tenido y la singular providencia  que Dios ha tenido en el asunto, por la que ha demostrado claramente que era únicamente él quien quería hacerlo y lo hacía contra toda apariencia humana, porque era su beneplácito».

El Sr. Jolly, sabiendo que había sido enviado a Roma en particular por el asunto de nuestros votos y viéndolo felizmente terminado, creyó que era tiempo de ceder este  puesto de honor a algún otro; sí se lo escribió a nuestro muy honorable Padre el Sr. Vicente: «Siendo del agrado de la bondad divina terminar este asunto que fue, como yo creo, el principal motivo de mi envío a esta ciudad, creo verme obligado, Señor y muy honrado Padre, a ponerme en vuestras manos, como lo hago muy humildemente, de la superioridad de esta casa, la cual me habéis hecho tomar para facilitar la realización de nuestro susodicho asunto. Ha sido del agrado de la bondad divina terminarlo, tal vez para no tenerme por más tiempo en un cargo, del que soy indigno y que, Señor, vuestra caridad no me ha dado sino a la espera de que el Sr. Berthe, su legítimo poseedor, pudiera venir a recuperarlo, o que vos enviaseis a alguno capaz de ejercerlo. Se sienten satisfechos aquí del Sr. Berthe, y vemos que la providencia de Dios le ha hecho volver a París, y en un tiempo en el que será probablemente más fácil de obtener este permiso de enviarle que en el pasado».

En 1656, haciendo estragos la peste en la ciudad de Roma, el Sr. Jolly fue atacado y muy maltratado por ella. Pero Dios, que le conservaba en la Compañía, le sacó de este peligro. Le quedó no obstante una incomodidad en las piernas que le duró hasta la muerte y no ha contribuido a hacerle ejercer esta paciencia heroica que se admira en él. Escapado de la peste,  pensaba verse pronto libre del tormento que se causaba a su humildad, cuando el 23 de enero de 1658 fue nombrado Visitador de la provincia de Italia por el Sr. Vicente, quien le envió a Roma la patente de este oficio, Hizo todo lo posible para defenderse, como se verá en el capítulo su humildad, pero todo en vano; el Sr. Vicente le conocía demasiado bien para remitirse al relato de sus indignidades que la humildad le hacía rebatir sin fin.  Estableció poco tiempo después, para el bien de su provincia un seminario interno en nuestra casa de Roma sobre la fundación por la cual  el Sr. Vicente le congratuló en esta carta: «Siento consuelo, Señor, porque al final habéis recibido al Rector del colegio Salviati y al joven postulante de Alençon para prueba; ya tenemos un seminario comenzado. Quiera Dios regar las plantas y levantar sobre este fundamento el edificio de esta buena obra, para que luego poco a poco pueda proporcionar gran número de buenos obreros a la Iglesia de Dios, en particular a toda Italia. Sólo son deseos que someto de buen grado a la conducta de Dios».

Un año después del establecimiento  de un seminario interno en Roma, el Sr. Jolly, estableció un segundo en Génova, y Dios ha dado tantas bendiciones a estos dos seminarios que han satisfecho a esta provincia de sujetos, de manera que no ha sido necesario enviar de Francia.

Había que adquirir en Roma una casa; ya que, hasta en 1659, estábamos alojados en casas de alquiler, y nos veíamos obligados, en ese corto espacio de tiempo,  a desalojar hasta tres veces. El Sr. Jolly acabó con este asunto, como con todos los demás que emprendía.

El Sr. cardenal Durazzo, dignísimo arzobispo de Génova, y dos o tres señores genoveses, sus padres le ayudaron mucho con su crédito y liberalidad para comprar, bien barato el palacio de Mons. deBagni, quien  había sido nuncio en Francia por doce años, y era buen amigo del Sr. Vicente. Este palacio está situado en Montecitorio, a los mejores aires de la ciudad de Roma. El Sr. Vicente, que había sostenido con frecuencia la esperanza del Sr. Jolly de la adquisición tan necesaria de una casa, enterado que el asunto estaba resuelto, y que había tomado posesión del palacio de este cardenal en el mes de agosto de 1659, le felicitó por ello en estos términos: «Hay razón en felicitaros por vuestra casa, no por las que me mandáis, como por los medios de los que Dios se ha servido para que la ocuparais, que son dos santos cardenales quienes, teniendo en cuenta el honor y el servicio de Dios, os han querido poner en situación de  de procurarles de todas las maneras que la Compañía lo puede y lo debe. Necesitaríamos otros dos parecidos a ellos para ayudarnos a agradecerles todo lo que han hecho por nosotros y por la forma encantadora que tienen de hacernos deudores, y en particular a Mons. cardenal Duazzo, que parece no ocuparse de otra cosa y que, no teniendo otro objetivo que Dios, no le tendrá nunca más que a él como digno agradecimiento.

No se tardó mucho en experimentar la utilidad de esta casa. No bien nos hubimos instalado, cuando nuestro Santo Padre el papa Alejandro VII puso los ojos en el Sr. Jolly y en sus cohermanos para emplearlos en el servicio del clero de Roma. El Sr. Vicente, al enterase, dio esta respuesta al Sr, Jolly: » Doy gracias a Dios por haber puesto las cosa de la manera en que están por ahí para los ejercicios de los ordenandos; se lo agradezco con toda ternura. Parece que la divina Providencia quiera darnos la ocasión de que le prestemos algunos pequeños servicios en una materia de esta importancia; mas como es la obra del Espíritu Santo, es necesario que la Compañía se sienta animada por ello y que cada particular se llene de este espíritu; a esto debemos aspirar todos. Debemos vivir de manera que vivamos según este espíritu y obrar según sus operaciones para merecer la gracia de bendecir nuestros empleos, lo contrario sería engañar a la gente. Los Srs. Portail, Alméras y yo, hemos dicho la misa en acción de gracias por el designio que tiene sobre vuestra casa, y para encomendarle este comienzo. No he hablado todavía sobre la Comunidad; espero el efecto de lo que sólo tenemos la esperanza. Y como después de a Dios  se la debemos a vuestros esfuerzos y a la gracia que hay en vos, Señor, os lo agradezco con todo el afecto de mi alma, como por tantos bienes  que nos ha hecho Dios por medio de vos».

El Sr. Jolly comenzó el mes de diciembre de 1659 estos santos ejercicios, en los que se encontraron los Srs. abates de Chandenier, por una providencia de Dios muy particular, para dar ejemplo a los eclesiásticos de Italia y contribuir, con sus grandes virtudes, a los éxitos de estos ejercicios, que el Santo Padre confirmó con una bula expresa, reservándose para sí solo y para sus sucesores el poder de dispensarlos, no sólo con respecto al obispado de Roma y de sus seis sufragáneas, sino también para todas las demás diócesis de la cristiandad que deseen recibir las órdenes en Roma lo que ha hecho que desde entonces, se vea en ellos casi siempre a los eclesiásticos del primer orden, y hasta a jóvenes cardenales.

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