Vida de san Vicente de Paúl: Libro Primero, Capítulo 6

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis Abelly, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Abelly · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1664.

Párroco de Clichy; ejerce el oficio de un buen pastor


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Aunque el Sr. Vicente estuviera muy resuelto a entregarse totalmente a Dios, ya prestarle todos los servicios que pudiera en el estado eclesiástico, el accidente ocurrido le sirvió para atraer nuevas gracias, que lo impulsaron aún con más fuerza a poner en práctica sus buenas resoluciones. Y al ver que la vivienda a la que se vio obligado a retirarse cuando llegó a París, entre personas seglares, no era muy conveniente para los deseos que Dios le había inspirado de ponerse en un camino verdaderamente eclesiástico, tomó la resolución de salir de allí. El aprecio que su virtud le había adquirido le hizo hallar acogida donde los RR. PP. del Oratorio, quienes lo recibieron en su casa, no para ser uno más de la Compañía (más adelante declaró que no había tenido nunca semejante intención), sino para ponerse un poco al abrigo de los compromisos del mundo, y para conocer mejor los designios de Dios sobre él y disponerse a seguirlos. Como sabía muy bien que somos ciegos en dirigirnos a nosotros mismos, y que el medio más seguro para no separarse de los caminos de Dios es tener algún ángel visible que nos guíe, es decir, algún prudente y virtuoso director que nos ayude con sus buenos consejos, creyó que no podía hacer mejor elección que escoger al mismo que dirigía con tanta prudencia y bendición la santa Compañía del Oratorio, al R. P. de Bérulle, como hemos dicho, y cuya memoria despide olor de santidad. El Sr. Vicente le abrió el corazón y el gran Siervo de Dios, dotado de una de las inteligencias más preclaras del siglo, inmediatamente reconoció que Dios lo llamaba a grandes cosas. También se dice que previó ya desde entonces, y que le declaró que Dios quería servirse de él para que prestara un señalado servicio a su Iglesia y formara con ese fin una nueva Comunidad de buenos sacerdotes, que trabajarían con fruto y bendición

Vicente residió unos dos años en aquel retiro, y, como por entonces el R. P.Bourgoing, párroco de Clichy, pensaba dejar la parroquia con el fin de entrar en la Congregación del Oratorio, de la que ha llegado a ser más adelante dignísimo Superior General, el R. P. de Bérulle persuadió al Sr. Vicente que aceptara la resignación que le había hecho de aquella parroquia, y así comenzara a trabajar en la viña del Señor. El Sr.Vicente accedió por espíritu de obediencia, contento por rendir aquel servicio a Dios y tener así ocasión de humillarse y de preferir la condición de simple cura de aldea a otras más ventajosas y más honoríficas en las que podía prevalecer por haber sido  dos o tres años antes nombrado por el Rey, por recomendación del Cardenal d’Ossat, para la abadía de San Leonardo de Chaume, en la diócesis de Maillezay, actualmente de La Rochela. Además, la reina Margarita, enterada de sus virtudes, lo tomó por ese tiempo de capellán limosnero ordinario suyo y le hizo formar parte, en calidad de tal, de su casa. Pero este humilde siervo de Dios renunció de buen grado a todas esas ventajas, y prefirió, siguiendo al Profeta, ser siervo en la casa de Dios, a vivir en las tiendas de los pecadores»

Después de tomar posesión de la parroquia de Clichy, y viéndose ya pastor del rebaño que le había confiado la Providencia de Dios, se propuso cumplir fiel y cuidadosamente con todos los deberes del cargo. Siguió lo prescrito en los santos cánones y, en particular, en el último Concilio General. Se dedicó, como un pastor auténtico, en primer lugar a conocer a sus ovejas y después a darles pasto saludable para sus almas, pidiendo a Dios en sus sacrificios las gracias necesarias, distribuyéndoles el pan de la palabra divina en sus homilías y en sus catequesis, abriéndoles la fuente de las gracias con la administración de los sacramentos, y, finalmente, entregándose totalmente, de la manera que podía, a procurarles toda clase de ayudas y consuelos. Podía verse a este caritativo pastor ocupado continuamente en el servicio de su rebaño, visitando enfermos, consolando afligidos, socorriendo pobres, apaciguando enemistades, manteniendo la paz y la concordia en las familias, reprendiendo a los que faltaban al deber, alentando a los buenos, y haciéndose todo a todos para ganarlos a todos en Jesucristo; sobre todo, el ejemplo de su vida y de sus virtudes era una predicación continua que producía tal efecto, que, no sólo los habitantes de Clichy y las personas honradas de París poseedores de casas en aquel lugar, lo respetaban y miraban desde entonces como un santo varón, sino también los curas de las proximidades le tenían en gran aprecio y confianza: buscaban el trato con él para aprender a realizar bien sus funciones y cumplir con todos las obligaciones de su cargo

Una vez se vio obligado a ausentarse por algún tiempo de la parroquia para realizar un viaje corto, pero indispensable. Cuando su vicario le comunicó el estado de la parroquia, le dijo entre otras cosas

«que los señores párrocos vecinos deseaban mucho su vuelta; que los burgueses y habitantes lo deseaban cuando menos tanto como aquéllos. Venga, pues, señor ­le dijo­ venga a mantener su rebaño en el buen camino donde lo ha puesto, porque todos ansían su presencia»

Un doctor de la facultad de París, religioso de una orden célebre, que, de cuando en cuando, predicaba en la parroquia de Clichy, nos lo ha confirmado:

«Me alegro mucho ­dice­ porque en los comienzos de ese bendito Instituto dela Misión yo confesaba a menudo en el pequeño Clichy al que ha hecho nacer por orden del cielo esa fuentecilla, que comienza tan felizmente a regar la Iglesia, y que visiblemente se va haciendo un gran río, mil veces más precioso que el Nilo en el Egipto espiritual. Yo me limitaba, cuando Vicente ponía los cimientos de una obra tan grande, tan santa y saludable, a predicar en ese buen pueblo de Clichy, de donde él era párroco. Y confieso que me encontré con esa buena gente que vivía, toda ella, como los ángeles y, que, a decir verdad, yo venía a añadir luz al sol»

La alabanza que ese doctor dedica al rebaño, da a conocer la vigilancia y el celo del pastor, y el desvelo, que tenía por instruirlo y por formarlo en las virtudes y en la práctica de una vida verdaderamente cristiana

A su entrada en la parroquia halló la iglesia muy pobre, tanto en el edificio como en sus ornamentos, y trató de rehacerla por entero, y de hacerse con todos los muebles y ornamentos convenientes para el honor y la santidad del servicio divino. Llevó a cabo con toda felicidad su intento, ciertamente no a costa de su dinero, porque era pobre, pues daba todo lo que tenía a los indigentes y no se quedaba con nada, ni tampoco a costa de sus habitantes, que no eran precisamente acomodados, sino con la ayuda de personas de París a las que acudió y que de buena gana secundaron sus buenas intenciones

Procuró también establecer en la parroquia la Cofradía del Rosario, de forma que cuando él se marchó, dejó a la iglesia totalmente nueva, bien dotada de ornamentos y en muy buen estado. Además de eso, la puso pura y sencillamente, sin quedarse con ningún emolumento, en manos de su digno sucesor llamado Sr. Souillard, quien, además de cuidar la parroquia, formó a varios jóvenes clérigos que le fueron encargados por el Sr. Vicente y los dejó en la mejor disposición para rendir un servicio útil a la Iglesia.

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